CAPITVLO LXI
De la noche que pasé en una cueva rupestre
SIGUIENDO hacia el sur llegué a Albarracín, lugar precioso, con las calles conservadas intactas desde la época medieval. Por la noche dormí en las famosas grutas, pintadas por el hombre prehistórico con ciervos, arqueros, caballos, jabalíes y mujeres, símbolos de infinidad de cosas, como la abundancia en la caza, la continuidad de la especie, y una vida mejor en aquel lugar boscoso, donde el hombre vivía en la naturaleza acechado por mil peligros.

Lo más emocionante de los símbolos dibujados en las paredes es que son una escritura universal, legible por todos los hombres prehistóricos del mundo. El color que predominaba era el rojo, que según Dragó significa la fuerza de la sangre que mantiene la vida.
El pensamiento simbólico de un animal o de una persona les hacía dividir al mundo en una realidad cierta y otra imaginaria.

Proseguí mi camino hasta los altos bosques, donde encontré una cabaña donde dormir. Era un bello paraje, con ciervos y otros muchos animales, muchos ya invernando. Me hice amigo de un ciervo y conversé con él durante toda una tarde.
Tenía hambre y comencé a buscar setas para hacerme un guiso. Vi cómo algunas personas del pueblo recogían boletus y rebollones para exportarlos a Alemania o a Cataluña. Como siempre los recursos naturales de Aragón se iban a otras tierras más ricas.
Recordé que también los hombres emigraban de esta tierra tan pobre a los mismos lugares que los recursos, en busca de trabajo.