4 — Salvados por la burbuja

TODOS SE HABRÍAN AHOGADO de no haber aparecido Merlín con su burbuja de color azul lavanda para sacarles de allí.

Mientras flotaba en dirección al bosque de Merlín, Julieta lloraba y el Caballero estaba muy abatido.

—Hemos fracasado —gimió Julieta.

Merlín les sonrió con gran ternura.

—No —contestó—. Esto no es un fracaso, sólo es una experiencia.

—Si no hubiera sido por vos, Merlín, esta experiencia hubiera acabado en el fondo del océano —dijo el Caballero.

Merlín los consoló. Les dijo que hasta el momento, que él supiera, nunca ninguna pareja había cruzado el mar del Matrimonio en un viaje relámpago.

—El esfuerzo que cada uno tiene que hacer es permanente, constante; es un aprendizaje continuo de cómo respetar los pensamientos y sentimientos del otro, en vez de insistir cada uno en tener la razón. Cuando se intenta una vez, se puede salir a navegar de nuevo y tener una experiencia mucho más dichosa.

—Si navegan de nuevo, será sin mí —dijo Ardilla, disgustada, mientras se escurría el agua de la cola.

—Soy demasiado sensible para hacer este tipo de viajes —coincidió Rebeca de modo vehemente.

—¿Por qué el Caballero y yo acabamos siempre peleándonos? —preguntó Julieta.

—Tara mí es mucho más fácil pelear con otros caballeros —dijo el Caballero—, y, desde luego, tengo más oportunidades de ganar.

Merlín sonrió:

—La diferencia con la pareja es que, aun ganando, se pierde.

—Yo no creo estar intentando ganar —aclaró Julieta—. Sólo intento sobrevivir.

Merlín asintió con la cabeza:

—Ambos intentáis sobrevivir, lo cual contesta tu pregunta, Julieta, de por qué los dos estáis siempre discutiendo. ¿Os disteis cuenta de que lo primero que hicisteis al saltar a la barca fue agarrar el timón?

Julieta y el Caballero asintieron.

—Deseáis lo que desean todos los hombres y todas la mujeres en una relación: el control.

—Yo pienso con más claridad que Julieta —se defendió el Caballero.

Julieta lo miró irritada:

—Creéis que pensáis con más claridad, pero habéis hecho muchas tonterías.

—Ciertamente, alguna vez también me he equivocado —irrumpió el Caballero.

—Pero no os habríais equivocado de haber escuchado mis opiniones —dijo Julieta en un tono desesperado.

Ardilla miró con ansiedad las escarpadas y lejanas montañas, y dirigiéndose a Merlín, dijo:

—Si siguen discutiendo, ¿estallará esta burbuja?

Merlín se rio y contesto:

—Yo diría que sí.

Y, dirigiéndose a Julieta y al Caballero, les dijo:

—Si no queréis formar parte del paisaje, lo mejor es que dejéis de discutir.

Se calmaron un tanto avergonzados.

Merlín tuvo compasión de ellos:

—Muchas parejas se han hundido en el mar del Matrimonio, y muchos amantes que han soñado con relaciones felices han visto cómo su burbuja estallaba.

Julieta se volvió hacia el Caballero con lágrimas en los ojos y le dijo:

—Cariño, yo no quiero que nos suceda eso.

—Yo tampoco —aclaró el Caballero. La rodeó con sus brazos y la apretó fuertemente contra él. Sus ropas mojadas provocaron que, al besarse, chorrearan agua.

La burbuja aterrizó en un claro del bosque. Salieron de ella y el oso, el zorro y el ciervo les dieron la bienvenida.

—Se hundió la barca, ¿verdad? —dijo el zorro mirando a la empapada pareja.

Mientras acariciaba la cabeza del zorro, Merlín susurró:

—Sin juicios, por favor.

El zorro, al ser un animal tan astuto, contestó:

—No estaba juzgando, Merlín, sólo observando.

El oso quiso intervenir en la conversación:

—Te conozco, zorro, siempre dictas sentencias. De no haberte detenido Merlín, habrías dicho a Julieta y al Caballero lo tontos que son.

El oso se detuvo y se llevó la zarpa a la boca al darse cuenta de que acababa de emitir un juicio.

Julieta se rió y dijo:

—Tienes razón, oso, casi nos ahogamos nosotros solos.

—Es importante tener en cuenta los juicios, porque en esta búsqueda no debéis veros a vosotros mismos con parcialidad, ni prejuicios ni crítica — sentenció Merlín.

—Esto va a ser duro —dijo Julieta.

—Sólo hay que tener en cuenta la experiencia. Hace falta que los dos admitáis vuestros errores, pues si cada uno le echa la culpa al otro, los juicios bloquean las acciones y ninguno de los dos puede cambiar.

—¿Queréis decir que una persona no puede cambiar si se juzga a sí misma o a los demás? —preguntó el Caballero.

Merlín asintió:

—Exactamente. Si juzga a otro, uno no se permite a sí mismo ver el cambio que experimenta.

Julieta estornudó de improviso.

—Voy a hacer un cambio ahora mismo. Voy a cambiarme la ropa que llevo puesta por otra ropa de búsqueda que esté seca —dijo.

Merlín hizo un gesto con la mano y bajo un abeto apareció un maravilloso fuego. El Caballero, Ardilla y Rebeca se sentaron también para secarse. Julieta, seca y dichosa, se sentó junto a ellos.

El Caballero pensó que uno de sus juicios contra Julieta era que siempre cargaba con demasiada ropa en los viajes. Inmediatamente, el juicio desapareció, sobre todo porque deseaba que hubiera llevado algo de ropa seca para él. Enseguida se dio cuenta de que juzgar a alguien evita que uno haga lo que tiene que hacer.

—Estáis en lo cierto —observó Merlín.

El Caballero miró hacia arriba perplejo. Le desesperaba que Merlín le leyera el pensamiento.

Julieta miró a Merlín intimidada:

—Sabíais lo que el Caballero estaba pensando.

—Siempre sabe lo que piensa todo el mundo —aclaró el Caballero, entre la admiración y la desesperación.

—¿Sabéis lo que pensaba mientras me cambiaba de ropa? —preguntó Julieta, que parecía incómoda.

Merlín sonrió con picardía:

—Estoy engordando.

Julieta se ruborizó. Todos se echaron a reír. Julieta volvió a sonrojarse.

—Si sabéis lo que pienso, no tengo privacidad.

—Nadie tiene pensamientos realmente privados y creemos que al no haberlos expresado en voz alta nadie los conoce —contestó Merlín.

—No sé muy bien qué queréis decir.

Merlín arrancó una hoja de un árbol. Abrió la bella manita de Julieta e introdujo la hoja en ella:

—Digamos que esta hoja es vuestro pensamiento.

Julieta estaba encantada con la idea de que la hoja fuera su pensamiento. Preguntó:

—¿Y ahora, qué?

—¡Soplad!

Julieta así lo hizo y la hoja abandonó la mano, una brisa la recogió y luego desapareció de la vista.

—Vuestro pensamiento —dijo Merlín—, al igual que la hoja, está ahora en el universo. Los pensamientos crean acción. Para que suceda algo, antes hay que pensarlo. Los millones de personas que tienen pensamientos positivos llenan el mundo de belleza. Los pensamientos negativos crean acciones negativas.

—¿Aunque no se digan? —preguntó Julieta.

Merlín asintió:

—La propia energía de los pensamientos negativos crea tensión y desasosiego. La gente que siente rabia y violencia crea las cruzadas y las guerras. A nivel personal, los pensamientos negativos entre parejas casadas conducen a la acción del divorcio.

Por un momento, todos permanecieron callados, impactados por las palabras de Merlín. El ciervo rompió el silencio:

—Estoy contento de haber nacido animal. Lo único que deseo es dormir, comer y sobre todo escapar de cualquiera que quiera comerme.

El Caballero se dio por aludido y dijo:

—Juro que a partir de este mismo momento ningún ciervo irá a parar a mi boca.

—Ni a la mía —completó Julieta.

—Eso está muy bien —dijo el zorro—, pero, ¿no es de zorro el cuello que llevas en la chaqueta?

Julieta se tocó la chaqueta, avergonzada.

—Podría ser mi tío.

—Perdió a su tío el año pasado, en una cacería —apuntó Ardilla.

Con cierto remordimiento, Julieta se agachó y abrazó al zorro, diciendo:

—Lo siento, lo siento mucho.

El zorro no aceptó la compasión:

—La cara que toca piel de zorro nunca toca mi piel —dijo indignado. Entonces vio que Merlín le estaba mirando. El zorro transigió, y con una vocecita dijo—: Me perdono a mí mismo.

—Pero yo quiero que me perdones a mí-aclaró Julieta.

—No es necesario, se perdona a sí mismo por haberte puesto en el dilema de tener que pedirle perdón —aclaró Rebeca.

Julieta sacudió la cabeza confusa:

—No lo entiendo.

—La mayoría de las personas no entiende el perdón. Siempre se piden perdón unas a otras, cuando lo que cada una de ellas necesita es perdonarse a sí misma por haber creado una situación en la que es necesario el perdón —arguyo Merlín.

—Creo entenderlo —dijo el Caballero—. Si escuchamos a nuestro ego en vez de a nuestro corazón, siempre necesitaremos que nos perdonen para poder sentirnos mejor.

Merlín asintió:

—En gran parte es así. Me atrevo a aventurar que antes de que termine esta búsqueda ya lo habréis entendido todo.

—¿Cuál es el siguiente paso que tenemos que dar? —preguntó el Caballero.

Merlín hizo de nuevo un gesto con la mano y la bella burbuja de color lavanda volvió a aparecer. Indicó a Julieta y al Caballero que entraran en ella.

Julieta se detuvo y dijo a los animales:

—¿Va a venir alguno con nosotros?

—La única condición para que yo venga es que esta parte de la búsqueda sea en terreno seco —contestó Ardilla.

Merlín se echó a reír:

—Te aseguro que así será.

—Yo iría si no fuera demasiado pesado para esa burbuja —dijo el oso.

—La burbuja puede soportar muchas veces tu peso —le contestó Merlín.

—Yo no quiero quedarme atrás —añadió Rebeca.

El zorro y el ciervo decidieron que ellos también irían.

Mientras flotaban en el aire, el Caballero dijo a los animales que estaba muy contento de que hubieran decidido acompañarles, pues eso le daba más seguridad para completar el viaje.

—Nunca habría tenido éxito en mi primera búsqueda de no haber sido por ellos —explicó el Caballero a Julieta.

La burbuja ascendió en la altura, y después, finalmente, tomaron tierra en otra parte del bosque, que estaba cubierta de una espesa bruma.