ESCENA SEXTA
La rectoral. A la luz de un velón, el zaguán encalado y desguarnido, con arcas antañonas y negra viguería. Pasea el tonsurado: trabuco, sotana, bonete. Los reflejos del velón llenan de aladas inquietudes las paredes, y en el temblor de la luz y la sombra se hace visible el viento sobre las lívidas cales. Colgado de un clavo baila el solideo, y solfea sobre el arcón de los diezmos la cola de un perrillo que runfla[77] y bosteza. La Quintana, silenciosa y nocherniega, se prolonga por el vano de la puerta, y en el claro de luna, con los brazos abiertos, se espanta la vieja pilonga hermana de EL ABAD. Estremece el viento la llama del velón, y calca su negro baile en la pared la borla del solideo.
EL ABAD.— ¿Vuelve ese Satanás?
DOÑA JEROMITA.— ¡El rabo!
EL ABAD.— ¡Un rayo le parta!
DOÑA JEROMITA.— ¡Y la bolsa luciendo en el camino! ¡Jesús, mil veces!
EL ABAD.— ¡Así se vea pidiendo limosna ese altanero!
DOÑA JEROMITA.— ¡Hay otro que se pasa de altanero, y es usted, mi hermano! ¡A mí me entierra! ¡Se llevará la bolsa el primero que pase! ¡La declara la luna malvada!
EL ABAD.— Deja esos rezos y métete adentro, que quiero echar la llave.
DOÑA JEROMITA.— ¡Luna sin ansias, ya podías esconderte en una nube negra! ¡Luna cismática!
EL ABAD.— ¡Calla con esos reniegos de bruja!
DOÑA JEROMITA.— ¡Y sin pasar alma viviente! ¡Jesús, mil veces!
EL ABAD.— ¿Lo lamentas?
DOÑA JEROMITA.— ¡Este sobresalto me acaba! ¡Tantísimo dinero! ¡Hermano, considere que condena su alma!
EL ABAD.— ¡Calla, serpiente!
DOÑA JEROMITA.— ¿No le corresponde en justicia la bolsa? ¿No se la dio el naipe?
EL ABAD.— ¡El naipe marcado!
DOÑA JEROMITA.— Se lleva de un escrúpulo y por soberbio condena su alma. ¡Es orgullo, el cadelo que le come!
EL ABAD.— Acaso…
DOÑA JEROMITA.— Puesto en disputa no quiere que ninguno le supere. ¡Hermano, haga cuenta de sus canas, y no tire el dinero como ese malvado sin años!
EL ABAD.— Tengo de superarle. ¡Métete adentro y no hablemos más!
DOÑA JEROMITA.— ¡Máteme! Pero me rebelo contra su dictado, y la bolsa recojo y la bolsa me guardo.
EL ABAD.— ¡De un trabucazo te doblo!
DOÑA JEROMITA.— ¡Por un pique de orgullo sería asesino de su hermana! ¡Me horrorizo!
EL ABAD.— ¡Entra y calla!
DOÑA JEROMITA.— ¡Esto me entierra!
EL ABAD.— ¡Y a mí! Pero no me vence ese Satanás. Entra que quiero echar la llave.
DOÑA JEROMITA cae de rodillas suplicante, con los brazos abiertos bajo la luna clara. EL ABAD, negro y escueto, está en el umbral. Bonete, trabuco, sotana. La sombra parda de una vieja por el camino.
LA VIEJA.— ¡Sabeliña! ¡Sabel! Asómate un momento, paloma. ¿No está Sabeliña?
DOÑA JEROMITA.— ¿Qué enredo traes? No quiero cuentos a la oreja. Conozco tus malas artes.
LA VIEJA.— ¡La madre bendita me valga, y no me pone de alcahueta!
EL ABAD.— ¿Por qué buscas a la rapaza?
LA VIEJA.— No la busco.
DOÑA JEROMITA.— Por ella llamabas.
LA VIEJA.— Llamaba para cerciorarme.
DOÑA JEROMITA.— ¿De qué cerciorarte?
LA VIEJA.— De si la era o no la era. En el camino tuve el encuentro, y a carrerada me vine… Algún aguinaldo me dará. ¡Tan siquiera un puño de harina para el caldo de la cena!
DOÑA JEROMITA.— ¿Dónde dejas a la niña? ¡Jesús, mil veces!
LA VIEJA.— ¡El mundo se acaba!
DOÑA JEROMITA.— No me sobresaltes. ¡Responde!
LA VIEJA.— Con los años, la vista muchas veces se engaña.
EL SACRISTÁN, por una ruina de piedras calvas, salta el muro de la Quintana. Asustado y acezando aparece en la niebla lunar.
EL SACRISTÁN.— ¡Anda suelto el pecado! ¡Aquel negro sueño! ¡La sartén rabela[78], jureles asados! ¡Aquel negro sueño!
EL ABAD.— ¿La sobrina, dónde queda?
EL SACRISTÁN.— ¡Anda suelto el pecado! ¡Arrebatada en su caballo se la lleva un negro Satanás!
DOÑA JEROMITA.— ¡Jesús, mil veces!
LA VIEJA.— ¡Sabeliña en los brazos de aquel turqués[79], era una despeinada Madanela![80]
DOÑA JEROMITA.— ¡La niña disoluta teníalo tramado! ¡Me cegó la malvada!
EL ABAD.— ¡Qué hora negra!
EL SACRISTÁN.— ¡Desencadenóse el Infierno!
LA VIEJA.— ¡Buen quiebra virgos es el diablo!
EL ABAD.— La mala oveja esta noche vuelve a su corte: arrastrada la traigo. ¡Acompáñame, Blas!
DOÑA JEROMITA.— ¡Y mañana sepulta en un convento, hermano!
EL SACRISTÁN.— ¡Requies in pace!
EL ABAD.— ¿Qué camino llevaban esos criminales?
EL SACRISTÁN.— Mis vientos son que se hallan en el Pazo.
EL ABAD.— ¡Vamos allá!
DOÑA JEROMITA.— ¡No se pierda, mi hermano!
LA VIEJA.— ¡Inda[81] se pudiera encontrar alguno con quien casarla! ¿No habrá para mí un aguinaldo, Señor Abade?
EL ABAD.— ¡Así la lengua se te caiga!
DOÑA JEROMITA.— ¡La Virgen Santa! ¡Hermano!… ¡Allí!… ¡La bolsa!… ¡Esto me mata! ¡Treinta portuguesas de mis entrañas!
DOÑA JEROMITA abre los brazos para alcanzar el cielo, y con un grito traspasa el nocturno silencio de estrellas. En la niebla lunar, por el camino de plata, FUSO NEGRO. ¡Touporroutou! Ha tropezado con la bolsa y escapa con ella. EL ABAD dispara su trabuco. Ladridos lejanos.