ESCENA CUARTA
EL ABAD de Lantañón con escolta de chalanes y boyeros, entra por la verde quintana de su iglesia, y ante el portón de la rectoral, descabalga. BLAS DE MÍGUEZ, el sacristán, acude a tenerle el bridón de la montura. Tumulto de voces quiebra el verde y aldeano silencio. El tonsurado esquivo y sin hablar palabra, se mete por las puertas de la sacristía. Negro, zancudo, angosto, desaparece en la tiniebla de arcones y santos viejos. A poco retorna, y en el quicio de la puerta hace disimulo de no mirar a los chalanes, atento al tempero. Disputa el tropel de feriantes y se mueven las picas entre gritos y gestos. De pronto, sobre el patín[20] de la rectoral, aparece una dueña pilonga[21], muy halduda[22], que con la rueca en la cinta tuerce el huso y escupe en el dedo. Es DOÑA JEROMITA, la hermana de EL ABAD.
DOÑA JEROMITA.— ¡Jesús, con las voces! ¡Pues aunque estuvieseis a la puerta de un ventorrillo! ¡No habléis todos a una, selváticos! ¡Hermano, ponga paz!
EL ABAD.— No me sale del bonete.
DOÑA JEROMITA.— ¡Ave María!
EL ABAD.— Mi tonsura ha sido ultrajada por un carajuelo.
DOÑA JEROMITA.— ¡Jesús, mil veces!
EL ABAD vuelve a entrarse por la puerta de la sacristía. BLAS DE MÍGUEZ le sigue sonando las llaves de la iglesia. DOÑA JEROMITA, con la rueca en la cintura y los brazos en aspa, baja la escalera del patín.
DOÑA JEROMITA.— No habléis todos a una. ¡Ay, Dios, que me entere! ¿Con quién tuvo mi hermano ese mal encuentro?
SEBASTIÁN DE XOGAS.— Con un hijo del Mayorazgo.
DOÑA JEROMITA.— ¡Si aún somos parentela!
PEDRO ABUÍN.— En Lantañón no saben de parentescos. Allí todo es fuero y altanería.
DOÑA JEROMITA.— ¿Es que volvéis a cuestionar el paso por los arcos? ¡Cuándo tendrá fin ese pleito!
MANUEL TOVÍO.— Lo heredarán nuestros hijos.
DOÑA JEROMITA.— ¿Cómo ha mediado el Abad?
MANUEL TOVÍO.— El Señor Carita de Plata le negó la vereda cuando iba a encomendar un alma.
DOÑA JEROMITA.— ¡Qué sacrilegio! ¿Y vosotros aquí qué buscáis?
PEDRO ABUÍN.— La cabeza que nos acaudille.
DOÑA JEROMITA.— ¿A mi hermano?
PEDRO ABUÍN.— Justamente. ¡No es otro mi clamor!
SEBASTIÁN DE XOGAS.— Y el nuestro por el igual. No eres tú el solo. Tú eres uno como los más, y no te pongas el primero. El clamor de todos es tener por cabeza a nuestro Abad.
EL ABAD, negro y escueto, reaparece en la puerta de la sacristía, con el breviario entre las manos. La tropa de chalanes y boyeros queda silenciosa, esperando que hable, y la dueña pilonga, con la rueca en la cinta y el huso bailándole al flanco, se espanta en el ruedo del halda, los brazos abiertos, aspadas las manos.
EL ABAD.— ¿Qué esperáis?
SEBASTIÁN DE XOGAS.— Su resolución esperamos.
EL ABAD.— Y yo espero a saber si sostiene la mala acción del hijo el viejo Montenegro.
DOÑA JEROMITA.— ¡Ay, hermano, para este sofoco le hará bien sangrarse![23] ¡Por la Virgen!, diga, ¿cómo ocurrió ese desavío?
EL ABAD.— ¿Qué preguntas, si estás enterada?
DOÑA JEROMITA.— ¡Jesús, mil veces! ¿Y ha sido con Carita de Plata?
EL ABAD.— Con ese Luzbel.
DOÑA JEROMITA.— ¡Estaría alumbrado![24]
EL ABAD.— ¡Maldita casta!
DOÑA JEROMITA.— ¡Ay, hermano, no la reniegue, que aún nos alcanza una gota de esa sangre! ¡Recuerde que demora nuestra sobrina bajo las tejas de Lantañón! ¡Que allí la criaron!
EL ABAD.— Pues la sacaré de esa cueva. Si el padre autoriza la violencia del hijo, romperé para siempre las amistades.
DOÑA JEROMITA.— ¡Por el padre pongo en la lumbre las manos! No me extrañaría de los otros bigardotes[25], pero sí de Carita de Plata. Ya sabe cómo anda enamorado.
EL ABAD.— ¡Alma de Lucifer!
DOÑA JEROMITA.— De cierto que estaba bebido.
EL ABAD.— ¡Si como iba a encomendar un alma hubiera llevado el Santolio![26]
DOÑA JEROMITA.— ¡Jesús, mil veces!
EL ABAD.— ¡Condenado! ¡Irremisiblemente condenado!
PEDRO ABUÍN.— ¡Señor Abad, póngase, como es ley de justicia, a la cabeza de sus feligreses!
EL ABAD.— Ya os he dicho que espero.
SEBASTIÁN DE XOGAS.— Viene a significarse que su consejo es la prudencia.
EL ABAD.— Yo espero, espero, espero.
SEBASTIÁN DE XOGAS.— Y a todos nos conviene ese parigual, en tanto transcurren estas grandes ferias de Viana. Después se verá.
PEDRO ABUÍN.— Todo es visto. Hay que meter los ganados por Lantañón. ¡Hay que meterlos y venga lo que venga!
SEBASTIÁN DE XOGAS.— Pedro Abuín, no hay cordura donde falta prudencia. ¿Cuál viene a ser el consejo de nuestro Abad?
EL ABAD.— Yo no he dado ningún consejo. Cada uno es libre de reclamar como mejor le cuadre, por la mala o por la buena.
RAMIRO DE BEALO.— El Señor Mayorazgo, si le rogamos, mudará de idea. Hay que esperar una virazón de su genio.
DOÑA JEROMITA.— Pues id a verle.
PEDRO ABUÍN.— Otros fueron y solamente sacaron malos textos.
EL ABAD.— Pues yo iré y no me los dirá.
SEBASTIÁN DE XOGAS.— Por levantado que sea, tiene que respetar la corona.
EL ABAD.— Me la arranco.
DOÑA JEROMITA.— Muera el cuento.
EL ABAD.— Jeromita, saca un jarro de vino para que estos amigos se refresquen. Yo voy a rezar mi breviario.
EL ABAD, signándose de prisa, y paseando a la sombra del muro, comienza el rezo canónico. La tropa de chalanes se reparte por el murete de la quintana, en espera del jarro de mosto. Era famoso el vino de la rectoral.