XVIII - La Tierra acosada
La Historia recordará que las tropas de Graff, el xenephreniano, aterrizaron a las dos de la mañana del 9 de julio de 1971 en el norte del Brasil. A un grado catorce minutos de latitud Norte y 61° 22' de longitud Oeste.
No hubo nadie en la Tierra que consiguiese ver mucho de lo que pasó durante aquellas horribles semanas. Basándose en un millón de relatos, la Historia no dará sino una visión pálida e imparcial de lo ocurrido.
Por mi parte, fui testigo de cosas espeluznantes, pero solamente fueron fragmentos; como una hormiga que ve el bosque por el que camina desde su punto de vista y que se considera incapaz de escribir cuanto percibe. Sólo puedo dar datos; la imaginación suplirá el resto, e incluso así. siempre se quedará corta y no podrá describir la trágica y espantosa realidad.
Estaba agazapado junto con Graff y Zetta mirando por la ventana a ras del suelo de aquel gigante del espacio, cuando, el 9 de julio, nos situamos lentamente a unos trescientos metros del suelo. Una noche negra y tropical se mostraba fuera.
Por debajo de nuestro arco, una escarlata radiación, una de las barreras protectoras, fue lanzada hacia abajo. No quedó nadie vivo en unas diez millas del área circular alrededor de la cual nuestra barrera fue arrojada aquella noche.
Vi las casas de esta nueva área de recientes poblados agrícolas derretidas y desvanecidas, al ser barrida por nuestra radiación.
La barrera se fue alzando. Al amanecer, toda la región cercana a nosotros había sido abandonada por sus moradores, que huyeron aterrorizadas tan lejos de nosotros como les fue posible.
La jungla tropical se había marchitado después del gran cambio. El campo aquí se había clareado: fértiles terrenos, plantados ahora con maíz y cultivos de huerta. Había prósperas granjas, llenas de productores, en sus pequeñas y nuevas casas; nuevos pueblos y algunas pequeñas ciudades. Sin embargo, todo un área de más de cien millas se convirtió en desierto, ¡en un solo día!
Los otros vehículos de Graff llegaron. Uno fue enviado a África y aterrizó en Sudán, al Sur de la ciudad de Tombuctú, que había triplicado su tamaño e importancia después del gran cambio. La barrera roja se lanzó hasta allí, pero se hallaba sobre las plataformas volantes. Dentro de un día empezarían a moverse en dirección Norte.
Alrededor de nuestro campamento del norte de Brasil se montaron las barreras rojas sobre la tierra, de modo permanente. Su círculo de diez millas comprendía asimismo un arroyo. Me di cuenta de que Graff había traído consigo los aparatos necesarios para destilar agua potable. Hizo incursiones para buscar comida, a pesar de que había traído provisiones suficientes para tres meses. Comenzó a construir casas para sus mujeres y niños, utilizando para ello los materiales que había traído consigo y los que sus insectos transportaban desde los pueblos vecinos, abandonados por sus moradores.
Yo no tenía más remedio que contemplar, impotente, esta tremenda actividad; a finales de julio ya había terminado la instalación de su base permanente; se había consumado el ataque contra la Tierra. Solamente puedo intentar describir el pánico y la sorpresa que el desembarco de Graff causó en todo el mundo. Después del Gran Cambio no se había pensado seriamente en la posibilidad de una guerra.
Las naciones estaban preocupadas solamente por su subsistencia, y la de sus pueblos. La guerra entre las distintas naciones se había hecho imposible, las fuerzas armadas de Gran Bretaña, Francia, los Estados Unidos y Rusia no se hallaban preparadas para el combate. La mayoría de sus armamentos habían sido desmantelados, se habían convertido en refuerzos para el transporte de las gentes y de comida, y para ayudar a la población en los distintos sitios habitables del Globo.
Me enteré de que los ejércitos se habían transformado en unidades de trabajo gubernamentales, industriales y agrícolas. Cada gobierno se había lanzado a producir, comprar, vender y almacenar comida, los aviones militares se utilizaban exclusivamente para llevar a cabo el transporte a los lugares más difíciles. Había miles de aviones modernos árticos del tipo A en funcionamiento, pero casi ninguno estaba armado.
El mundo estaba completamente desprevenido y no estaba preparado para la guerra.
¡Y a pesar de todo esto se atacó la base de Graff en el Brasil!
Había un tendido de ferrocarril cerca de nuestro campamento, abandonado desde una distancia de 50 millas, pero un tren blindado apareció inesperadamente, y durante la noche nos cañoneó. Una de las patrullas de aprovisionamiento de Graff fue alcanzada fuera de la barrera, y sin protección alguna; casi todos sus miembros murieron. Pero los obuses que cayeron durante toda la noche se estrellaron contra nuestra barrera invulnerable, sin causar ningún daño.
El tren había desaparecido por la mañana, de manera que sus cañones de 30 millas de radio volvieron a molestarnos. Pero a la noche siguiente volvió. Me pareció que no se había dado cuenta del poco daño que hacía. Graff me ordenó que le acompañara y ambos nos elevamos sobre las líneas en una pequeña plataforma. Tras el brillo rojizo de nuestra barrera podíamos ver el tren a lo lejos, solamente con un montón de luces confusas. La plataforma de Graff llevaba un pequeño proyector solamente. Al amanecer abandonamos la barrera por una brecha que se abrió momentáneamente. El tren nos vio llegar y se alejó, moviéndose a una velocidad de 125 Km. por hora. Se trataba de un modelo Garga que no necesitaba vías, de movimientos casi silenciosos al alejarse de nosotros.
Pero lo alcanzamos. Graff se sintió eufórico al mirar las ruinas del tren. No había allí más que un montón de hierros retorcidos, un momento después de que atacásemos.
Graff dio la señal de marcha. La barrera se abrió momentáneamente y regresamos a nuestra base.
Un instante después me di cuenta de que el ataque del tren blindado no había sido sino una estratagema de distracción, pues de repente se oyó un tremendo ruido en el aire. Se trataba de los reactores de Alaska, todo un ejército, que se acercaba fuerte y sólido hacia nosotros, abriéndose en formación de combate con un piloto un poco adelantado dirigiéndola. Quise gritar, y tal vez lo hice, para avisarles de que no tendrían éxito alguno con la barrera protectora, que allí solamente encontrarían la muerte.
Me alejé para no ver el trágico final de su ataque. Los aviones, los pilotos, completamente desintegrados, convertidos en... ¡nada!
Durante aquellos días que tan rápidamente transcurrieron, el mundo debió dedicarse a reagrupar sus efectivos de manera frenética: al menos aquellos que pudieran ponerse en pie de guerra sin demasiado retraso, y sobre todo aquellos efectivos y armas que no llevasen consigo la devastación y la muerte de todas las razas terrenas.
La base de Graff en el Brasil continuó siendo hostigada. El 15 de julio el arroyo que corría cerca de nuestra base se secó. Graff se enteró, por medio de un explorador, que a unas 50 millas río arriba se había instalado un extraño proyector. Tal vez viniese de Xenephrene.
¡Se trataba del proyector de calor de Freddie! El Gobierno de los Estados Unidos lo había enviado desde Miami. Más tarde nos enteramos de que tenía un radio de acción de unas dos millas, y que su calor, que debían haber aplicado intensamente en secreto, había secado por completo el pequeño curso de agua, evaporándolo en grandes nubes.
Graff ordenó que saliera una plataforma de ataque, plataforma que jamás volvió ni se supo nada de ella. Luego nos dimos cuenta de que, más arriba, estaba construyendo una presa en nuestro arroyo. Graff decido dejarlos en paz. De vez en cuando mandaba patrullas a buscar agua, que fueron atacadas en varias ocasiones.
Algunas veces me enteraba, gracias a Zetta, de estas luchas cuerpo a cuerpo. Graff poseía varias armas de mano con las que armaba a sus patrullas de aprovisionamiento: se trataba de pilas de mano de la corriente RYT, que disparaban una especie de cortas llamas color púrpura. Me acordé de habérselas visto usar a los guardias aquella noche en el estadio de Garla.
También había cuchillos, parecidos al machete, y en ocasiones Graff usaba un gas venenoso que se pegaba al suelo. Algunas veces el viento lo llevaba hasta un pueblo.
Los proyectores de llamas púrpura me interesaban sobremanera y convencí a Graff de que me enseñara uno. La barrera escarlata era una de las formas bajo las que se presentaba el RYT; la llama púrpura no era sino eso. Una tenía la frecuencia de vibración muy alta y la otra muy corta, y ambas estaban relacionadas con los globos de control, por supuesto. Intenté mencionar el control y la devastación espantosa que su uso originaría, pero Graff no quiso decirme nada. Aún no la usaba. Más tarde me enteré de que Zetta intentaba por todos los medios retenerle.
Pero conseguí que me explicara el funcionamiento del rayo púrpura; si éste se disparaba contra la barrera, la neutralizaba; con uno de estos aparatos un hombre podría abrir un pequeño agujero en la barrera desde tres metros de distancia. Graff hacía que sus hombres utilizasen ese arma para cegar a los terrícolas y hacer estallar después las armas en sus manos.
Pregunté, como quien no quiere la cosa:
—¿Los garlianos poseen estos proyectores purpúreos?
—¡Por supuesto, Peter!
—Graff. ¿acaso no podría fa fabricarse en grande un rayo purpúreo gigantesco?
—Sí, se puede, los garlianos lo tienen.
Mis pensamientos se desarrollaban a gran velocidad. Mi padre, Dan y Freddie estaban en Garla; aún disimulando pregunté de nuevo:
—¿Entonces los garlianos podrían penetrar en nuestra barrera, neutralizarla? Sonrió lúgubremente: —Sí, podrían.
Graff estaba de buen humor aquel día. Me enseñó algunas de las armas defensivas que había traído consigo: ropas aislantes con las que se podría uno proteger contra la barrera roja, anteojos infrarrojos para proteger la vista, auriculares para bloquear el sonido y llevarlo de nuevo al nivel que los oídos humanos podían soportar.
—¿Con una de estas cosas se podría pasar a través de la barrera? —dije.
—Sí —asintió—, yo no lo probaría, pero supongo que se podría pasar. Volvió a guardarlos.
No teníamos noticias de lo que sucedía en África, pero más tarde me enteré de que fue allí, durante los primeros días, donde más daño se causó a la Tierra.
La escuadra de plataformas volantes que Graff enviara allí, con la nave en el centro, había comenzado de inmediato a moverse hacia.el Norte.
Lenta, pero inexorablemente, moviéndose a razón de trescientas cincuenta y quinientos kilómetros diarios, sembraron un reguero de destrucción de quince kilómetros de ancho a través de África, hacia el Norte, invulnerables frente a cualquier ataque. Sembraron un camino de destrucción en el que solamente quedaba la superficie quemada y muerta de la Tierra.
Fue como si un gigantesco dedo letal se hubiese arrastrado por el continente. Atravesó Tombuctú, pasó por encima del repoblado y fértil Sahara, y sobre las montañas, hasta llegar al antiguo desierto libio, y siguió al Norte, hasta el Mediterráneo, donde llegó el 20 de julio.
En el Mediterráneo se había reunido una escuadra de barcos de guerra, concentrada apresuradamente por todas las naciones. El enemigo rojo voló por encima de ellas, con su barrera apuntando hacia abajo. Los barcos, a cierta distancia consiguieron aguantar los efectos de la barrera. Sobre todo por la noche. La aullante barrera escarlata parecía más peligrosa de noche, pero no era así, pues el Sol la favorecía: durante el día su poder era mayor y su alcance también.
Pedí a Graff que no destruyese aquellos barcos, le dije que podría usarlos más tarde. Zetta se mostró de acuerdo conmigo y le dijo que tuviese en cuenta mi consejo.
Graff asintió, pero uno de los barcos fue alcanzado por el borde de la barrera al sur de Malta. Los que estaban a bordo me dijeron más tarde lo que les sucedió. Era de noche. Las luces del barco se apagaron, las dinamos se quemaron; se produjeron a bordo varias explosiones. Pero el barco se salvó. La tripulación está medio ensordecida; los ojos, enrojecidos, les escocían y dolían, sufrían una extraña irritación cutánea. Muchos de entre ellos reían histérica e inexplicablemente.
La última semana de julio, Graff decidió que ampliaría su base en Sudamérica.
Su campamento permanente quedaría ocupado por los niños, las mujeres y los viejos, quienes mantendrían la barrera. Los insectos trabajaban con los hombres en la construcción de la ciudad.
Con una escuadra de plataformas volantes, Graff hizo una salida hacia el Norte, donde había de llevar a cabo más de una misión. Bajo sus órdenes, yo había preparado un pequeño cilindro de metal y escrito el mensaje que me dictara.
A los gobiernos de la Tierra, de Graff, el xenephreniano.
No es necesario repetir aquí el ampuloso lenguaje y las amenazas que el mensaje contenía. Se vanagloriaba de que los terrícolas, si en algo apreciaban sus vidas, jurarían pronto lealtad a su gobierno y a él mismo. Les daba a escoger entre una rendición incondicional o una aniquilación completa. Advirtió a las autoridades de Miami que deberían acusar recibo de su mensaje haciendo ondular un foco blanco en la playa de Miami la noche siguiente de su recepción. Graff esperaría dos días después, si en la noche del 7 de agosto el rayo volvía a moverse, sabría que los gobiernos habían decidió ceder; mas si se mantenía erguido, se daría cuenta de que aún le desafiaban.
El cilindro aterrizó en las afueras de Miami, descendió llameante como una bengala, gracias al gas inflamable que habíamos dispuesto en su parte superior.
Unas cuantas horas después se levantaba un foco gigantesco en la playa de Miami, y oscilaba para decir que se había encontrado el cilindro y que se consideraba el mensaje de Graff.
Quedamos a 50 millas de altura, esperando.
Me han contado, y puedo imaginar claramente, las escenas que se produjeron en el Ministerio de la Guerra de Miami mientras, durante tres días y sus cortas noches, se desarrollaba la conferencia.
Durante la estación de luz, había un avión de pasajeros y de carga que volaba desde Miami hasta las Canarias para alcanzar las capitales de Inglaterra y Francia, establecidas desde hacía poco cerca de la Costa de Berbería.
En uno de estos aviones llegaron apresuradamente los representantes de todos los gobiernos europeos para estar presentes en la reunión de Miami. Desde el Japón vinieron los líderes de los poderes orientales, y de Caracas, convertida ahora en la capital mayor de Sudamérica, vino el Presidente recién elegido de la Unión Panamericana. Las potencias mundiales sostuvieron una conferencia grave y solemne aquel 6 de agosto. Tengo entendido que duró treinta y seis horas, sin interrupción.
Decidieron rendirse.
La conferencia terminó la noche del 7 de agosto, desde el Ministerio de la Guerra una línea telefónica especial conectada con la casita de la playa estaba lista para transmitir al operador la orden para hacer brillar la señal. El Ministro de la Guerra se levantó.
—¿He de dar la señal ahora, caballeros? —dicen que su voz estuvo a punto de quebrarse.
Hubo un asentimiento silencioso.
Pero en la habitación contigua comenzó a sonar un teléfono y después otro.
Había una tremenda confusión allí: todos los teléfonos sonaban a la vez, y la radio del Gobierno señalaba una llamada urgente. Se produjo la confusión, mientras el Ministro de la Guerra se quedaba parado sin saber qué hacer... En ese momento un viceministro entró en la habitación.
—¡Acaba de aterrizar un globo espacial en los Everglades!
Al cabo de unos instantes se confirmaba la noticia a través de una docena de fuentes distintas: el profesor Vanderstuyft había llegado de Xenephrene. Con él venían su hija, Frederick Smith, Daniel Cain y un joven llamado Kean, un xenephreniano amigo de la Tierra. ¡Tenían armas con las que atacar y vencer al invasor!
No estaban a más de 50 millas de Miami, y un avión ártico A los llevaba al lugar donde se celebraba la conferencia, a toda prisa.
Nosotros estábamos inclinados sobre el suelo de nuestra plataforma, mirando la sombría silueta de las costas de Florida. El crepúsculo del 7 de agosto se convertía ya en noche. No había foco alguno.
No vimos el descenso de la nave de mi padre. No supimos nada de ellos hasta después.
Las horas pasaban, Graff decía confiado:
—Cederán, lo único que están haciendo es retrasar la hora de la humillación, pero antes del amanecer veremos el rayo del foco.
Zetta y yo pensábamos lo mismo. La corta noche pasó, comenzó a extenderse la suave luz de la aurora, y en aquel momento surgió la luz del proyector.
¡Vertical! ¡Inmóvil!
Durante un momento la observamos, sin dar crédito a nuestros ojos. Mis ojos se humedecieron, dificultándome la visión. ¡Mi Mundo, valientemente, hacía brillar su negativa y su reto!
Graff se levantó de un salto:
—¡Es increíble, no han cedido!
Su voz resonó, desfigurada por el rencor. Tenía la cara distorsionada por la cólera. Creo que sintió más su derrota porque Zetta estaba con él.
—¿De manera que no se rinden? Peor para ellos. ¡Peter, ahora verás como funciona el control rojo!