22:41 horas
Bellows estaba agotado. Pronto serían las once, y aún seguía con el asunto. Todavía no había hecho las visitas en el Beard 5. Tenía que hacerlas antes de volver a su casa. En el cuarto de las enfermeras tomó el carrito con las cartillas y lo empujó hasta la sala de médicos. Necesitaba una taza de café para poder continuar con su trabajo. Al abrir la puerta se sorprendió auténticamente de encontrar a Susan en la sala; la muchacha trabajaba intensamente.
—Perdón. Debo haberme equivocado de hospital —Bellows fingió dirigirse otra vez a la puerta para retirarse. Luego volvió a mirar a Susan.
—Susan, ¿qué diablos haces aquí? Se me comunicó en términos muy claros que eras persona no grata. —Sin proponérselo, la voz de Bellows revelaba cierta irritación. Había sido un día terrible… con el adorno de haber encontrado el cadáver de Walters.
—¿Me habla a mí? Debe de estar equivocado, señor. Yo soy la señorita Scarlett, la nueva enfermera del 10 Oeste —replicó Susan con voz aguda, imitando el acento del Sur.
—Vamos, Susan, déjate de tonterías.
—Tú empezaste.
—¿Qué haces aquí?
—Me lustro los zapatos, ¿no ves?
—Bueno, bueno, comencemos otra vez. —Bellows entró en la sala y se sentó sobre el mostrador—. Susan, todo este asunto se ha vuelto muy serio. No es que no me alegre de verte, al contrario. Lo pasé maravillosamente anoche. Dios, parece que hubiera sido una semana atrás. Pero si hubieras estado esta tarde, cuando saltó la mierda frente al ventilador, comprenderías por qué estoy un poco nervioso. Entre otras cosas me dijeron que si seguía protegiéndote y ayudándote en tu «estúpida» misión, podía ir buscando otra residencia.
—¡Ah, pobre chico! Tal vez tendrás que dejar el útero calentito de mamá.
Bellows apartó la mirada un momento, tratando de mantener la calma.
—Veo que esta conversación no nos lleva a ninguna parte, Susan. No entiendes que yo tengo más que perder que tú en este asunto.
—¡Ya lo creo que sí! —El rostro de Susan se encendía de repentina furia—. Estás tan centrado en ti y tan preocupado por tu residencia que no verías una conspiración en que estuviera comprometida… tu propia madre.
—Dios mío, qué agradecimiento recibo por tratar de ayudarte. ¿Qué carajo tiene que ver mi madre en todo esto?
—Nada. Absolutamente nada. No se me ocurrió otra cosa que estuviera más cerca de tu residencia en tu retorcido sistema de valores. Entonces probé con tu madre.
—Estás desvariando, Susan.
—Dices que desvarío. Mira, Mark, te preocupa tanto tu carrera que te encegueces. ¿No me encuentras diferente?
—¿Diferente?
—Sí, diferente. ¿Dónde está esa práctica clínica, ese agudo sentido de observación que tendrías que haber absorbido durante tu formación médica? ¿Qué crees que es esto que tengo debajo de un ojo? —Susan se señaló el moretón en la mejilla—. ¿Y esto? ¿Qué crees que es? —Susan balbuceó las últimas palabras mientras se estiraba el labio inferior, mostrando la laceración.
—Parecen golpes… —Bellows extendió la mano para examinar más de cerca el labio de Susan. Susan se lo impidió.
—Saca esa mano. Y dices que tienes más que perder en todo este asunto. Bien, permíteme que te diga algo. Esta tarde fui atacada y amenazada por un hombre que me hizo cagar de miedo. Este hombre sabía cosas sobre mí y sobre lo que estuve haciendo en los últimos días. Hasta sabía cosas sobre mi familia. ¡Y tú dices que tienes más que perder!
—¿Quieres decir que alguien te pegó? —El tono de Bellows era de incredulidad.
—Ah, vamos, Mark. ¿No se te ocurre nada inteligente? ¿Crees que me lastimé yo misma para darle pena a la gente? Me he encontrado con algo grueso, eso puedo decirte. Y tengo la terrible sensación de que se trata de una gran organización. No sé cómo, ni por qué, ni quiénes son.
Bellows se quedó mirando a Susan unos minutos, pensando en lo que acababa de oír, que parecía increíble, y su propia experiencia de esa tarde.
—Yo no tengo heridas visibles que mostrar, pero también he pasado una tarde espantosa. ¿Recuerdas lo que te conté de las drogas? ¿Las que encontraron en un armario en el pabellón de Cirugía, en la sala de médicos? El armario estaba a mi nombre, como te dije. Me gustara o no, quedé implicado de inmediato. De manera que decidí arreglar las cosas de una vez por todas haciendo que Walters explicara por qué ese armario seguía a mi nombre cuando él me había dado otro. Pero Walters no vino hoy al hospital. Ausente por primera vez en no sé cuántos años. Entonces decidí ir a verlo a su casa. —Bellows suspiró y se sirvió otro café, recordando los siniestros detalles—. El pobre diablo se suicidó por este asunto, yo lo encontré.
—¿Se suicidó?
—Sí. Parece que se enteró de que habían encontrado las drogas, y decidió seguir el camino que juzgó más fácil.
—¿Estás seguro de que fue un suicidio?
—No estoy seguro de nada. Ni siquiera vi la carta. Llamé a la policía y Stark me explicó los detalles. Pero no sugieras que no fue un suicidio. Por Dios, no podría soportarlo. Me considerarían sospechoso. ¿Qué te hace sospechar semejante cosa? —El tono de Bellows era intenso.
—Nada. Parece otra extraña coincidencia que haya sucedido en este momento. Esas drogas que encontraron pueden ser importantes de alguna manera.
—Me temía que tu imaginación te dijera que podían ser importantes. Ésa es una de las razones por las que vacilé en hablarte de ello al principio. Pero, mira: todo esto es periférico con respecto al problema actual, que es tu presencia en el Memorial en un momento tan crítico. Quiero decir que no debes estar aquí, Susan. Simplemente eso. —Bellows hizo una pausa y tomó una de las cartillas que estaba extractando Susan—. Pero ¿qué estás haciendo, de todos modos?
—Finalmente conseguí las historias de los pacientes en coma. No todas, pero al menos algunas.
—Dios, eres asombrosa. Te echan del hospital, y aún tienes pelotas, por así decirlo, para volver y obtener esas historias. Supongo que no las dejan por ahí tiradas para que las mire el primero que pase. ¿Cómo las conseguiste?
Bellows miraba atentamente a Susan, sorbiendo su café y esperando una respuesta. Susan sólo se sonrió.
—¡Ay, no! —exclamó Bellows llevándose una mano a la frente—. ¡El uniforme de enfermera!
—Sí, funcionó a las mil maravillas. Admito que fue una gran idea.
—Espera, ¡no quiero que me la acredites a mí, créeme! ¿Qué hiciste? ¿Pediste a los de seguridad que te abrieran el despacho de McLeary, o de quien fuera?
—Cada vez te pones más inteligente, Mark.
—Tienes conciencia de que es un delito. Susan asintió con la cabeza, mirando la pila de papeles llenos de su pequeña caligrafía. Los ojos de Bellows la seguían.
—Bien… ¿se ha hecho alguna luz en esta… cruzada tuya?
—Me temo que no mucha. Por lo menos hasta ahora no, o no soy lo suficientemente inteligente como para descubrirla. Hasta ahora he hallado que se trata de personas relativamente jóvenes; tienen de veinticinco a cuarenta y dos años. Parecen ser de cualquiera de los dos sexos, y de todos los tipos raciales y sociales. No encuentro ninguna relación con sus historias clínicas previas. Sus signos vitales y su evolución hasta declararse el coma no presentan complicaciones en ninguno de los casos. Todos fueron atendidos por médicos personales diferentes. De los casos quirúrgicos, sólo dos tuvieron el mismo anestesiólogo. Los agentes anestésicos fueron variados, como era de esperar. Hay algunas superposiciones en la medicación preoperatoria. Una serie de casos recibieron Demerol y Fenergan, pero otros tomaron agentes totalmente distintos. En dos casos se usó Innovar. Nada de esto es sorprendente. Pero parece, por lo que sé sin haber ido al pabellón de Cirugía, que la mayoría de los casos quirúrgicos, si no todos, ocurrieron en la sala 8. Eso sí resulta un poco extraño, pero ésa es la sala que suele usarse para las operaciones más cortas. De manera que probablemente también hay que esperar eso. En general los valores de laboratorio son normales. A, a propósito: en todos los casos se determinó el tipo de sangre y de tejidos. ¿Eso es un procedimiento normal?
—Toman el grupo sanguíneo a la mayoría de los pacientes quirúrgicos, especialmente cuando se supone que habrá mucha pérdida de sangre. La especificación del tipo de tejidos no es usual, aunque es posible que el laboratorio lo haga como parte del control de nuevos equipos o de nuevos sueros pan realizar la clasificación. Fíjate si hay un número en alguno de esos informes de laboratorio.
Susan hojeó la cartilla que tenía frente a ella hasta ubicar el informe sobre tipo de tejidos.
—No, no hay número.
—Bien, ahí está la explicación. El laboratorio lo hace por su propia cuenta. Eso no es anormal.
—A todos los pacientes de medicina clínica se les hizo venoclisis por una u otra razón.
—Eso se les hace al noventa por ciento de los pacientes del hospital.
—Ya lo sé.
—Parece que tienes un montón de nada.
—En este punto no puedo menos que estar de acuerdo contigo. —Susan hizo una pausa y se chupó el labio inferior—. Mark, antes de colocarle el tubo endotraqueal a un paciente durante la anestesia, el anestesiólogo lo paraliza con succinilcolina, ¿verdad?
—Con succinilcolina o con curare, pero más generalmente con succinil.
—Y cuando un paciente recibe una dosis farmacológica de succinilcolina no puede respirar.
—Así es.
—¿No es posible que estos pacientes se pongan hipóxicos por una sobredosis de succinilcolina? Si no pueden respirar, el oxígeno no llega al cerebro.
—Susan, el anestesiólogo da la succinilcolina al paciente y luego lo controla como un halcón; hasta respira por el paciente. Si ha dado demasiada succinilcolina lo único que sucede es que el paciente debe respirar artificialmente durante más tiempo, hasta que metaboliza la droga. El efecto paralizante es completamente reversible. Además, si algo así se hiciera con malas intenciones, todos los anestesiólogos del hospital estarían involucrados, y eso no es muy probable. Y tal vez aún más importante es el hecho de que bajo la mirada combinada del anestesiólogo y el cirujano, que pueden ver realmente qué roja es la sangre y qué bien oxigenada está, sería totalmente imposible alterar el estado fisiológico del paciente sin que uno o el otro lo supieran. Cuando la sangre está oxigenada, es de color rojo vivo. Cuando baja el oxígeno, la sangre toma un color marrón azulado. Entre tanto el anestesiólogo hace respirar al paciente, controlando constantemente el pulso y la presión sanguínea, y observando el monitor cardíaco. Susan, estás haciendo hipótesis sobre algún posible juego sucio, y no tienes un por qué, ni un quién, ni un cómo. Ni siquiera estás segura de que tienes una víctima.
—Estoy segura de que tengo una víctima, Mark. Puede no ser una nueva enfermedad, pero es algo. Una pregunta más. ¿De dónde vienen los gases anestésicos que usan los anestesiólogos?
—Según. Él halotano viene en latas, como el éter. Es un líquido y se vaporiza según las necesidades del quirófano. Hay tubos de oxígeno y de óxido nitroso en el quirófano para uso de emergencia… Mira, Susan, tengo un poco más de trabajo que hacer, y luego quedo libre. ¿Por qué no vienes al departamento a tomar una copa?
—Esta noche no, Mark. Quiero dormir bien, y aún tengo varias cosas que hacer. Gracias de todos modos. Además tengo que volver a colocar estas historias en su escondite. Después de eso voy a ir al quirófano número 8.
—Susan, personalmente pienso que lo mejor es que desaparezcas de este hospital antes de que te metas en problemas más graves.
—Tiene derecho a darme consejos, doctor. Sólo que esta paciente no tiene ganas de cumplir órdenes.
—Creo que estás llevando las cosas demasiado lejos.
—Sí, ¿eh? Bien, tal vez no tenga un «quién», pero tengo una serie de sospechosos.
—Seguro que sí… —Bellows se revolvió, incómodo—. ¿Tengo que adivinar o vas a decírmelo?
—Harris, Nelson, McLeary y Oren.
—¡Estás completamente chiflada!
—Todos se comportan en forma muy culpable y quieren sacarme de aquí.
—No confundas una actitud defensiva con la culpa, Susan.