AGRADECIMIENTOS

«Si lo de Dunkerque tenía que suceder —me confesó el sargento Leslie Teare—, creo que no me hubiese gustado perdérmelo. Allí pudo verse en efecto, lo bajo que puede caer el hombre, pero también se puso de manifiesto algo mucho más importante: la sublime altura a la que puede remontarse».

Capataz minero en la actualidad, el sargento Teare, que hace veintiún años mostraba hacia los alemanes el frío odio descrito en este libro, resume en cierto modo el aura que informa ahora a todos los que se encontraron en Dunkerque. Hoy, Teare admite abiertamente que su yerno alemán es «el hombre más encantador que ha conocido en su vida», pensamiento que expresó en palabras y como al azar durante la sesión de tres horas y media de interrogatorio a que le sometí.

El sentido de solidaridad entre todos los que tomaron parte en las operaciones es típico. Mariscales de campo, almirantes, generales de división, soldados, marineros y pescadores, ingleses, alemanes y franceses demostraron el mismo espíritu durante la compilación de este libro. Todos ellos encontraron el tiempo suficiente para largas entrevistas y, prescindiendo de prejuicios raciales, ofrecieron su colaboración para que este relato de los acontecimientos de Dunkerque resultase lo más completo posible.

Las largas horas de espera en las playas parecen haber dotado a los intérpretes de la batalla de Dunkerque de un especial sentido humano, del que existen pocos antecedentes en la Historia. Esta confraternidad se ve materializada hoy en día, en la Asociación de Veteranos de Dunkerque (1940), con domicilio social en el número 35 de Spring Bank Crescent, en Leeds, Inglaterra. Está presidida por el teniente general Sir Ronald Adam, con el general John Gawthorpe como vicepresidente y Harold Robinson como secretario nacional. La Asociación posee, además, cuarenta y una delegaciones, extendidas desde Londres a Nueva York, a todas las cuales dirijo mis más expresivas gracias. Ellas me han facilitado gran número de entrevistas con asociados que, de otra manera, mi equipo de informadores jamás hubiesen podido localizar. En París y en Berlín, monsieur Leonard Mizzi (Flandes-Dunkerque, 1940), el comandante Francois Kerneis (Marine-Dunkerque) y la Deutsche Dientelle Wehrmacht ofrecieron, asimismo, su incondicional colaboración y también a ellos quiero demostrar mi sincera gratitud.

Mi reconocimiento alcanza, de igual modo, a las Asociaciones de los distintos regimientos que intervinieron en la batalla, por haberme puesto en la pista de más de cien supervivientes de la campaña. Muy en particular quiero agradecer el trabajo de investigación realizado por el teniente coronel Geoffrey Cant (East Lancashire), el teniente coronel O. G. White (Dorsets), el teniente coronel J. E. G. Whitehead (Cameronians), el general de brigada I. C. Cameron (Queen’s Own Cameron Highlanders), el capitán T. W. Watkins (South Lancashire), el teniente coronel G. Frederick Turner (Grenadier Guards) y el capitán P. R. Adair (Coldstream Guards), quienes no regatearon tiempo ni esfuerzos en su colaboración.

Por parte de la Marina, obtuve la invaluable asistencia de C. H. Tross Youle, de la Asociación de Oficiales de la Marina de Guerra, del comandante J. S. Head, antiguo capitán del H.M.S. King Alfred y de miss Louise Caddy, de la Wrens Association.

Todos los que sobrevivieron a la batalla de Dunkerque participan de la misma convicción: ningún esfuerzo futuro resultará excesivo en comparación con los que se realizaron en aquella semana interminable. Puede muy advertirse cuando Bill y Augusta Hersey abandonan en el acto sus ocupaciones respectivas para charlar con fruición de sus fugas y huidas casi milagrosas, en su casita de Surrey, situada a escasa distancia de la finca de labor que Bill cultiva…; cuando John Warrior Linton, repatriado en un canje de prisioneros en 1943 para casarse a continuación con Joyce, la muchacha que odiaba las serpientes, revive, en el silencioso patio trasero de su almacén de Bristol, los temores de su viaje de pesadilla…; cuando el patrón Lemon Webb, hoy un anciano enjuto y arrugado de ochenta y tres años, comienza a trajinar por su diminuto jardincillo, y narrando al mismo tiempo el extraño capítulo de accidentes que sufrió el Tollesbury (que aún navega por el Támesis) en Dunkerque…; cuando el suboficial de la Marina Arthur Brinton, en su piso cercano a los diques de Plymouth, recuerda con infinito dolor su glorioso encuentro con el teniente Bill Tower. En todos los aniversarios de la batalla de Dunkerque, Brinton ojea con avidez los periódicos en busca de noticias sobre su joven oficial y se resiste a creer que el patrón del Rosaura puede ser algo menos que inmortal.

Muchos de los relatos contenidos en este libro, no obstante los dolorosos recuerdos que despertaron en sus intérpretes reales, fueron relatados con una exactitud y una objetividad que agradezco profundamente. Porque exponer, aunque sea de modo parcial, los hechos acontecidos en Dunkerque ha supuesto más de seis años de trabajo, en el transcurso de los cuales un equipo de nueve colaboradores han recorrido 85.000 kilómetros y visitado 390 ciudades de Inglaterra, Francia y Alemania. En consecuencia, sin la generosa colaboración de los 1070 testigos presenciales, que se sometieron a nuestros interrogatorios, la elaboración de este libro hubiera resultado imposible. Además de los testimonios personales, este libro se basa esencialmente en fuentes de información bélica escrita: diarios de guerra, copias de mensajes y cables, libros de bitácora navales y correspondencia varia. A este respecto, me considero afortunado al poder afirmar que he sido el primer historiador privado que ha tenido acceso a los valiosos documentos contenidos en el Archivo del Ejército de Estados Unidos, de Karlsruhe, y a los papeles oficiales del comandante en jefe británico, Lord Gort. Quiero hacer constar, a la vez, mi profunda gratitud a los muchos archiveros que me proporcionaron material o sugirieron entrevistas al teniente coronel Asbury H. Jackson, al teniente coronel Cari W. Ivins y al mayor William A. Hintz, de la Sección de Historia del Ejército estadounidense en Karlsruhe, Alemania; a Mr. Francis Wilkinson y a Mr. S. Bailey, del Departamento de Historia del Almirantazgo; a Mr. Thomas Pearse, del Departamento Naval de Información; a Mr. L. A. Jackets, de la Sección Histórica del Ministerio del Aire; a Mr. W. G. Williams, del Ministerio de la Guerra; a Mr. A. J. Charge y a miss R. E. Coombs, del Museo de Guerra Imperial; al general Paul Deichmann, de la Academia de la «Luftwaffe», en Hamburgo; al doctor Hervé Cras, del Servicio Histórico de la Marina, París. Por la información recibida en lo que respecta a los barcos debo agradecer los desvelos de Mr. R. P. Orvis, de «R. W. Paul Ltd» de Ipswich; de Mr. John Watkin, de la «Watking Steam Tug Co»; de Mr. A. J. Fick, de la «Naviera de la Isla de Man»; del capitán J. W. Howgego, de la «General Steam Navigation»; de Mr. Douglas Hopkins, superintendente marítimo de los Ferrocarriles Ingleses de la Región Oeste; del capitán R. G. Morrison, superintendente marítimo de las Lineas Costeras, Liverpool; de Mr. M. E. Bone, de la «Joseph Constantine Co», Middlesbrough; y de Mr. A. Guthrie, de la «Tees-Tyne Navigation Company», Newcastle. Otras muchas compañías navieras podrían en buena ley figurar en la lista, puesto que ninguna de las informaciones que se recibieron de ellas fueron olvidadas.

Por parte del Ejército británico puedo considerarme afortunado por haber gozado del consejo y del apoyo constante de los mariscales de campo Lord Alan Brooke y Lord Montgomery y, desde el punto de vista del cuartel general de Lord Gort, de la asistencia del teniente general Sir Henry Pownall, primer jefe de Estado Mayor, de Lord Bridgeman, que planeó la retirada de Dunkerque, y del conde de Munster, asistente militar de Gort. En cuanto a la Marina, me siento, asimismo, obligado al almirante Sir William Tennant, que me prestó documentos personales, al almirante Sir Michael Denny, al almirante Sir Llewellyn Vaughan Morgan, al jefe de Estado Mayor de Ramsay, el almirante Alfred Taylor, al capitán John Stopford, al capitán Eric Wharton, al capitán Lionel Dawson y, muy especialmente, al comodoro vizconde Kelburn, oficial de banderas del almirante Wake-Walker, redactor del informe inédito del almirante. También en Alemania y Francia he gozado del privilegio de poder evacuar valiosas consultas con el general Franz Halder, en su día jefe de Estado Mayor del Ejército; con el general Alombert-Goget, jefe del Estado Mayor del general Georges Blanchard; con el general Hans von Salmuth, jefe de Estado Mayor de von Bock; con el teniente general Günther Blumentritt, jefe de operaciones de Von Rundstedt; y con el general Hans Seidemann, jefe del Estado Mayor del barón Von Richtofen.

Fueron tantas las personas que prestaron su colaboración para este libro que el capítulo de gracias tendría que convertirse en una infinita lista. En el planteamiento de la obra, miss Joan Isaacs, del Readers Digest, aportó su valioso consejo y más de un centenar de directores de periódicos ingleses me ayudaron a localizar con sus anuncios a gran número de supervivientes. Numerosos corresponsales contribuyeron a la obra con abundante material sobre datos e informaciones locales, reunidos a lo largo de años, y trabajaron personalmente conmigo con ocasión de mis visitas a sus lugares de residencia. En este aspecto, quiero hacer pública mi gratitud a Claude Burnod, de la redacción de La Voix du Nord, de Dunkerque; a Tony Arnold, de las oficinas del Kent Messenger, de Dover; a A. L. Ellwood, del Birmingham Mail; a. C. E. Goodey, del East Anglian Daily Time; y a Bill Rogers, del Liverpool Echo. En los datos referentes a cuestiones del ferrocarril y en informaciones locales de Dover y Dunkerque, no hubiese sido capaz de obtener ningún resultado satisfactorio de no mediar la omnipresente ayuda de Arthur Streatfield, William Ransom, exsecretario del Ayuntamiento de Dover, Cecil Byford, de la Junta del Puerto de Dover, y Louis Deweerdt, alcalde de Dunkerque. Una y otra vez todos ellos sugirieron y prepararon entrevistas que facilitaron en forma extraordinaria mi camino. Mis gracias especiales, también, al reverendo Bernard y a Mrs. Tower y Mrs. Penélope Balogh por la gran cantidad de valioso material que me proporcionaron acerca del fallecido teniente William Tower.

Finalmente, tengo que agradecer el agotador trabajo realizado por mi propio equipo de investigación y de secretaría, que, sin duda, merece mención aparte. En primer lugar, debo citar a mi esposa que, no solo tomó a su cargo la mayor parte del trabajo de investigación de las fuentes francesas, sino que también organizó los copiosos archivos, confeccionó infinidad de fichas y mecanografió el texto definitivo. A continuación, expreso mi admiración por la perfecta y puntual labor de Jane Carden y de Pamela Skilton, que constituyó un abnegado ejemplo de trabajo de secretaría; mi gratitud a Michael Bonello y a Michael Wright, que examinaron montañas de documentación alemana a mis instancias. Y a los demás componentes de mi equipo de investigación, que superaron todas las inclemencias metereológicas y todas las incomodidades, con el fin exclusivo de desentrañar la verdad de los hechos, mis más expresivas gracias; a Joachim Kolsch, a Bryan y Joan Morgan, a Rosemary Salmón, a Pamela Sargent, a Cynthia Walker y, sobre todo, a Jemima Williams, que obtuvo material suficiente para constituir el sueño de un escritor. Solamente para probar su lealtad hubiese merecido la pena escribir este libro.