EL VIZCONDE de Chateaubriand, que fue el hombre más fino de su época y el escritor de más significación entre los diplomáticos del siglo XVIII, dijo en el tomo VI de sus Memorias de ultratumba, que «todos los ingleses del siglo XVIII eran locos y si no lo eran lo parecían». Los ingleses sonrieron conviniendo en que el autor de Los mártires, posiblemente tenía razón. Supongo que los españoles imitando a los ingleses, no me contradirán si les digo que el desorden de la realización parece presidir a las mejores de sus intenciones. Viene a cuento este artículo donde parece quería ocuparme de los trabajos de filantropía realizados en Galicia, por sus hijos residentes en América, pero tendré que limitarme a anécdotas que dan la razón de mi cita y afirmación.

Hállase en Santiago de Compostela, en el mismo edificio de la Universidad, la llamada Biblioteca América, obra de un patriota gallego residente en Buenos Aires, don Gurmesindo Busto, quien tuvo la feliz idea de fundar la Universidad Libre Hispano Americana. De ese proyecto quedó la biblioteca, que don Gurmesido, durante muchos años de trabajo, reunió en su casa de Buenos Aires, remitiéndola luego a la Universidad. Encontramos en la biblioteca trabajos legislativos referentes al continente, colecciones de documentales, colecciones de revistas científicas, bustos de Bolívar, Rivadavia, Moreno, Rivera y otros políticos sudamericanos. ¿Pero se ha limitado a esto la obra de don Gurmesindo? No. En la Biblioteca América encontramos colecciones y fotografías de las principales muestras de nuestro país, un archivo fotográfico que se conceptúa el mejor de la península, colecciones de la fauna americana, de mineralogía y además… además gente que no puede informar absolutamente ni con una palabra de quien es el señor Gurmesindo Busto. El bibliotecario, no sólo ignora quién es el señor Busto, sino que, a pesar de mi pedido, no puede facilitarme estadísticas de los libros que se consultan en la biblioteca.

Converso con el vicerrector suplente de la Universidad, un señor que lleva su amabilidad al punto de regalarme una historia de la Universidad y varios libros con su dedicatoria. Tampoco sabe nada del señor Busto. Me presenta a los empleados de la administración para que me faciliten datos sobre el alumnado de la Universidad; los muchachos, amablemente, me facilitan cifras vagas. Les pregunto el porcentaje de alumnos que concurren a los estudios superiores, y me responden que «le pregunte al portero, él debe saberlo». Como no es posible fundamentar un artículo con la estadística bienintencionada que pudiera facilitar un bedel, me abstengo de escribir sobre la Universidad, sin extrañarme de lo que ocurre, pues en la Universidad de Sevilla, para obtener algunos datos, me hicieron esperar más de diez días.

En Betanzos tropieza uno con la obra de los hermanos Juan y Jesús García Naveira. Las donaciones que estos dos comerciantes (ya fallecidos y que se enriquecen en la R. Argentina) hicieron al pueblo de Betanzos, son asombrosas por la cifra en metálico que representan. Va aquí la lista:

Asilo para ancianos, con capacidad para ochenta personas.

Escuela García Hnos., concurrida por 400 alumnos.

Refugio de niños anormales. Capacidad para cien retardados.

Sanatorio de San Miguel (destinado a todas las monjas inválidas de España).

Un lavadero público de mampostería, sobre el río, para las mujeres del pueblo.

Escuelas en San Francisco. Concurridas por doscientas niñas.

Casa del Pueblo. Edificio social destinado para las organizaciones trabajadoras. Huerta del Pasatiempo. Diminuto Jardín Zoológico, cuyos ingresos se dedicaban al Asilo de Ancianos. El capital total de las escuelas, asciende a cerca de dos millones de pesetas… pues en Betanzos no encuentro a nadie que me pueda informar concretamente sobre la vida de estos dos señores don Juan y don Jesús García Naveira. Sus descendientes radican en Betanzos, pero se encuentran veraneando. Traté de entrevistarme con el presidente de la Junta de Patronato; se trata de un señor anciano, achacoso, que me remite una memoria de fundación por intermedio de un maestro de las escuelas.

Hablé con las hermanas de caridad, y las angélicas no saben nada de estos asuntos terrestres, ni tampoco están obligadas. Voy al Ayuntamiento para entrevistarme con el alcalde; éste está ausente y me recibe su secretario; le explico cuál es el objeto de mi visita; y lo único que sabe el señor secretario es que los edificios están aún en Betanzos. De los señores Juan y Jesús García Naveira, que descansen en paz. El escritor que certificó «el hombre es una máquina de olvidar» consiguió una verdad sobrehumana. Pero no me ha ocurrido lo mismo en Santiago de Compostela. ¿Por qué asombrarme?

Converso con mi hotelero del asunto. El hombre es sesudo y discreto. Me dice:

—Ha llegado usted en mal tiempo. Todo el mundo está veraneando. De los hermanos García, yo sé únicamente esto:

«Cuando eran pequeños, trabajaban en Betanzos, como arqueros. Arqueros es un oficio que casi se ha perdido, y consistía en fabricar aros de madera para los toneles. Un día se marcharon a la Argentina; creo que entraron de dependientes en una tienda del pueblo de Dorrego o Chivilcoy; trabajaron, juntaron unos pesos, pusieron una casa de ramos generales, compraron después campos, que una línea de ferrocarril valorizó; organizaron en la capital una gran casa, que creo que es la de Naveira y Sangrador, y uno de ellos murió en La Coruña al irse a embarcar». Éstos son los informes que he recibido; las fotografías son más elocuentes.