ÍNDICE
VI. Si mi voz muriera en tierra
VIII. Rosa-fría, patinadora de la luna
X. De Aranda de Duero a Peñaranda de Duero
XV. El niño de la palma (Chuflillas)
XVI. A Don Luis de Góngora y Lagartijo
XIX. Madrigal al billete de tranvía
XXV. Ese caballo ardiendo por las arboledas perdidas
XXVI. Harold Lloyd, estudiante
XXVII. Buster Keaton busca por el bosque a su novia, que es una verdadera vaca (Poema representable)
XXVIII. Con los zapatos puestos tengo que morir (Elegía cívica)
XXIX. Los niños de Extremadura
XXX. Un fantasma recorre Europa
XXXI. Gil en campaña (Elecciones de 1936)
XXXIII. El último Duque de Alba
XXXVIII. Cuba dentro de un piano
XXXIX. Yo también canto a América
XLI. A las Brigadas Internacionales
XLVII. Diálogo entre Venus y Príapo
L. Ofrecimiento dulce a las aguas amargas
LIX. El toro del pueblo vuelve
LXI. Retornos de Chopin a través de unas manos ya idas
LXII. Retornos del amor recién aparecido
LXIII. Retornos del amor en las arenas
LXV. Por encima del mar, desde la orilla americana del Atlántico
LXVI. Bahía del ritmo y de la gracia
LXVIII. Balada del andaluz perdido
LXX. Balada del que nunca fue a Granada
LXXI. Balada para los poetas andaluces de hoy
LXXIII. Que se abran todas las flores
LXXIV. Era alta y verde. Tenía…
LXXV. Respuesta al poeta Eduardo González Lanuza, al cumplir mis sesenta años
LXXXIV. Tres retahílas para Picasso
LXXXVIII. Consonancias y disonancias de España
LXXXIX. A Dámaso Alonso, en su jubilación
XC. Al Presidente de Chile Salvador Allende
XCI. A Pablo Neruda, con Chile en el corazón
XCII. Denuestos y alabanzas rimadas en mi propio honor
XCIV. Algunos se complacen en decirme
XCVI. Esta tarde larguísima. . .
XCVII. Y al fin el accidente inesperado
XCVIII. Para algo llegaste, Altaír
XCIX. Subes del mar, entras del mar ahora
C. Sabes tanto de mí, que yo mismo quisiera
Homme libre, toujours tu chériras la mer!
CH. BAUDELAIRE
Sobre tu nave -un plinto verde de algas marinas,
de moluscos, de conchas, de esmeralda estelar -,
capitán de los vientos y de las golondrinas,
fuiste condecorado por un golpe de mar.
Por ti los litorales de frentes serpentinas,
desenrollan al paso de tu arado un cantar:
Marinero, hombre libre, que las mares declinas,
dinos los radiogramas de tu estrella Polar.
Buen marinero, hijo de los llantos del norte,
limón de mediodía, bandera de la corte
espumosa del agua, cazador de sirenas;
todos los litorales amarrados, del mundo,
pedimos que nos lleve s en el surco profundo
de tu nave, a la mar, rotas nuestras cadenas.
(De Marinero en tierra, 1924)
En Ávila, mis ojos…
(Siglo XV)
Mi corza, buen amigo,
mi corza blanca.
Los lobos la mataron
al pie del agua.
Los lobos, buen amigo,
que huyeron por el río.
Los lobos la mataron
dentro del agua.
(De Marinero en tierra, 1924)
A Juan Chabás
El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste
del mar?
En sueños, la marejada
me tira del corazón.
Se lo quisiera llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste
acá?
(De Marinero en tierra, 1924)
…Y ya estarán los esteros
rezumando azul de mar.
¡Dejadme ser, salineros,
granito del salinar!
¡Qué bien, a la madrugada,
correr en las vagonetas
llenas de nieve salada,
hacia las blancas casetas!
Dejo de ser marinero,
madre, por ser salinero.
(De Marinero en tierra, 1924)
Si Garcilaso volviera,
yo sería su escudero;
que buen caballero era.
Mi traje de marinero
se trocaría en guerrera
ante el brillar de su acero;
que buen caballero era.
¡Qué dulce oírle, guerrero,
al borde de su estribera!
En la mano, mi sombrero;
que buen caballero era.
(De Marinero en tierra, 1924)
A Adolfo Halffter
Si mi voz muriera en tierra,
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.
Llevadla al nivel del mar
y nombradla capitana
de un blanco bajel de guerra.
¡Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla
y sobre el ancla una estrella
y sobre la estrella el viento
y sobre el viento la vela!
(De Marinero en tierra, 1924)
¡Pescadores, pescadores,
lanzad el arpón al viento
y en banderas sin colores
izad vuestro sentimiento!
Lloren los ojos del puente
las aguas de treinta ríos;
que el puño de la corriente
rompa en el mar los navíos.
¡Lampiños guardias marinas,
que alegres guardáis las olas,
giman las negras bocinas
y callen las caracolas!
¡Marineras, marineras,
mujeres del aire frío,
regad vuestras cabelleras
negras por el playerío!
¡Sal, hortelana, del mar,
flotando, sobre tu huerto,
desnuda, para llorar
por el marinero muerto!
Llueve sobre el agua, llueve
nieve negra de alga fría.
Entre glaciares de nieve,
abierta, la tumba mía.
¡Funerales de las olas!
¡El viento, en los arenales!
Entre apagadas farolas
se hunden mis funerales.
(De Marinero en tierra, 1924)
Ha nevado en la luna, Rosa-fría.
Los abetos patinan por el yelo;
tu bufanda rizada sube al cielo,
como un adiós que el aire claro estría.
¡Adiós, patinadora, novia mía!
De vellorí tu falda, da un revuelo
de campana de lino, en el pañuelo
tirante y nieve de la nevería.
Un silencio escarchado te rodea,
destejido en la luz de sus fanales,
mientras vas el cristal resquebrajando…
¡Adiós, patinadora!
El sol albea
las heladas terrazas siderales,
tras de ti, Malva-luna, patinando.
(De Marinero en tierra, 1924)
A Manuel Ruiz Castillo.
Marinerito delgado,
Luis Gonzaga de la mar,
¡qué fresco era tu pescado,
acabado de pescar!
Te fuiste, marinerito,
en una noche lunada,
¡tan alegre, tan bonito,
cantando, a la mar salada!
¡Qué humilde estaba la mar!
¡Él cómo la gobernaba!
Tan dulce era su cantar,
que el aire se enajenaba.
Cinco delfines remeros
su barca le cortejaban.
Dos ángeles marineros,
invisibles, la guiaban.
Tendió las redes, ¡qué pena!,
por sobre la mar helada.
Y pescó la luna llena,
sola, en su red plateada.
¡Qué negra quedó la mar!
¡La noche, qué desolada!
Derribado su cantar,
la barca fue derribada.
Flotadora va en el viento
la sonrisa amortajada
de su rostro. ¡Qué lamento
el de la noche cerrada!
¡Ay mi niño marinero,
tan morenito y galán,
tan guapo y tan pinturero,
más puro y bueno que el pan!
¿Qué harás, pescador de oro,
allá en los valles salados
del mar? ¿Hallaste el tesoro
secreto de los pescados?
Deja, niño, el salinar
del fondo, y súbeme el cielo
de los peces y, en tu anzuelo,
mi hortelanita del mar.
(De Marinero en tierra, 1924)
¡Castellanos de Castilla,
nunca habéis visto la mar!
¡Alerta, que en estos ojos
del sur y en este cantar
yo os traigo toda la mar!
¡Miradme, que pasa el mar!
(De La amante, 1925)
Madrid
Por amiga, por amiga.
Sólo por amiga.
Por amante, por querida.
Sólo por querida.
Por esposa, no.
Sólo por amiga.
(De La amante, 1925)
Castilla tiene castillos,
pero no tiene una mar.
Pero sí una estepa grande,
mi amor, donde guerrear.
Mi pueblo tiene castillos,
pero además una mar,
Una mar de añil y grande,
mi amor, donde guerrear.
(De La amante, 1925)
Calera que das la cal,
píntame de blanco ya.
Pintado de blanco, yo
contigo me casaría.
Casado, te besaría
la mano que me encaló.
Calera que das la cal,
píntame de blanco ya.
Me casé con Cal-y-nieve,
y ya mi boca encalada
a besar sólo se atreve
su alba mano blanqueada.
Calera que das la cal,
píntame de blanco ya.
(De El alba del alheli 1926)
A Ignacio Sánchez Mejías
Llora, Giraldilla mora,
lágrimas en tu pañuelo.
mira cómo sube al cielo
la gracia toreadora.
Niño de amaranto y oro,
cómo llora tu cuadrilla
y cómo llora Sevilla,
despidiéndote del toro.
Tu río, de tanta pena,
deshoja sus olivares
y riega los azahares
de su frente, por la arena.
Dile adiós, torero mío,
dile adiós a mis veleros
y adiós a mis marineros
que ya no quiero ser río.
Cuatro ángeles bajaban
y, abriendo surcos de flores,
al rey de los matadores
en hombros se lo llevaban.
Virgen de la Macarena,
mírame tú, cómo vengo,
tan sin sangre, que ya tengo
blanca mi color morena.
Ciérrame con tus collares
lo cóncavo de esta herida,
¡Que se me escapa la vida
por entre los alamares!
¡Virgen del Amor, clavada,
igual que un toro, en el seno!
pon a tu espadita bueno
y dale otra vez su espada.
Que pueda, Virgen, que pueda
volver con sangre a Sevilla
y al frente de mi cuadrilla
lucirme por la Alameda.
(De El alba del alheli 1926)
¡Qué revuelo!
¡Aire, que al toro torillo
le pica el pájaro pillo
que no pone el pie en el suelo!
¡Qué revuelo!
Ángeles con cascabeles
arman la marimorena,
plumas nevando en la arena
rubí de los redondeles.
La Virgen de los caireles
baja una palma del cielo.
¡Qué revuelo!
- Vengas o no en busca mía,
torillo mala persona,
dos cirios y una corona
tendrás en la enfermería.
¡Qué alegría!
¡Cógeme, torillo fiero!
¡Qué salero!
De la gloria a tus pitones,
bajé, gorrión de oro,
a jugar contigo al toro,
no a pedirte explicaciones.
¡A ver si te las compones
y vuelves vivo al chiquero!
¡Qué salero!
¡Cógeme, torillo fiero!
Alas en las zapatillas,
céfiros en las hombreras,
canario de las barreras,
vuelas con las banderillas.
Campanillas
te nacen en las chorreras.
¡Qué salero!
¡Cógeme, torillo fiero!
Te digo y te lo repito,
para no comprometerte,
que tenga cuernos la muerte
a mí se me importa un pito.
Da, toro torillo, un grito
y ¡a la gloria en angarillas!
¡Qué salero!
¡Que te arrastran las mulillas!
¡Cógeme, torillo fiero!
(De El alba del alheli 1926)
Tu capotillo don Luis,
tu capotillo de oro,
¡mira que me coge el toro!
Mi amante con su querido
me está poniendo los cuernos,
ya suelte taco o ternos
soy un cabrón consentido,
si quiero mirar erguido
me pesa la frente y lloro.
Tu capotillo don Luis,
tu capotillo de oro,
¡mira que me coge el toro!
Todas las noches del año
el hijo de la gran puta
Con mi amante prostituta
va y viene del coro al caño
y por si no es poco el baño
viene y va del caño al coro
Tu capotillo don Luís,
tu capotillo de oro,
¡mira que me coge el toro!
(1927)
Por las calles, ¿quién aquél?
- ¡El tonto de Rafael!
Tonto llovido del cielo,
del limbo, sin un ochavo.
Mal pollito colipavo,
sin plumas, digo, sin pelo.
¡Pío-pic!, pica, y al vuelo
todos le pican a él.
- ¿Quién aquél?
- ¡El tonto de Rafael!
Tan campante, sin carrera,
no imperial, sí tomatero,
grillo tomatero, pero
sin tomate en la grillera.
Canario de la fresquera,
no de alcoba o mirabel.
- ¿Quién aquél?
- ¡El tonto de Rafael!
Tontaina tonto del higo,
rodando por las esquinas
bolas, bolindres, pamplinas
y pimientos que no digo.
Mas nunca falta un amigo
que le mendigue un clavel.
- ¿Quién aquél?
- ¡El tonto de Rafael!
Patos con gafas, en fila,
lo raptarán tontamente
en la berlina inconsciente
de San Jinojito el lila.
¿Qué runrún, qué retahíla
sube el cretino eco fiel?
¡Oh, oh, pero si es aquél
el tonto de Rafael!
(De El alba del alheli 1926)
No si de arcángel triste ya nevados
los copos, sobre ti, de sus dos velas.
Si de serios jazmines, por estelas
de ojos dulces, celestes, resbalados.
No si de cisnes sobre ti cuajados,
del cristal exprimidas carabelas.
Si de luna sin habla cuando vuelas,
si de mármoles mudos, deshelados.
Ara del cielo, dime de qué eres,
si de pluma de arcángel y jazmines,
si de líquido mármol de alba y pluma.
De marfil naces y de marfil mueres,
confinada y florida de jardines
lacustres de dorada y verde espuma.
(De Cal y Canto, 1927)
Adonde el viento, impávido, subleva
torres de luz contra la sangre mía,
tú, billete, flor nueva,
cortada en los balcones del tranvía.
Huyes, directa, rectamente liso,
en tu pétalo un nombre y un encuentro
latentes, a ese centro
cerrado y por cortar del compromiso.
Y no arde en ti la rosa, ni en ti priva
el finado clavel, si la violeta
contemporánea, viva,
del libro que viaja en la chaqueta.
(De Cal y Canto, 1927)
(Falta el primer pliego)
… Hay peces que se bañan en la arena
y ciclistas que corren por las olas.
Yo pienso en mí. Colegio sobre el mar.
Infancia ya en balandro o bicicleta.
Globo libre, el primer balón flotaba
sobre el grito espiral de los vapores.
Roma y Cartago frente a frente iban,
marineras fugaces sus sandalias.
Nadie bebe latín a los diez años.
El Álgebra, ¡quién sabe lo que era!
La Física y la Química, ¡Dios mío,
si ya el sol se cazaba en hidroplano!
… Y el cine al aire libre. Ana Bolena,
no sé por qué, de azul va por la playa.
Si el mar no la descubre, un policía
la disuelve en la flor de su linterna.
Bandoleros de smoking, a mis ojos
sus pistolas apuntan. Detenidos,
por ciudades de cielos instantáneos,
me los llevan sin alma, vista sólo.
New York está en Cádiz o en el Puerto.
Sevilla está en París, Islandia o Persia.
Un chino no es un chino. Un transeúnte
puede ser blanco al par que verde y negro.
En todas partes tú, desde tu rosa,
desde tu centro inmóvil, sin billete,
muda la lengua, riges, rey del todo…
Y es que el mundo es un álbum de postales.
Multiplicando pasas en los vientos,
en la fuga del tren y los tranvías.
No en ti muere el relámpago que piensas,
sino a un millón de lunas de tus labios.
Yo nací -¡respetadme!- con el cine.
Bajo una red de cables y de aviones.
Cuando abolidas fueron las carrozas
de los reyes y al auto subió el Papa.
Vi los telefonemas que llovían,
plumas de ángel azul, desde los cielos.
Las orquestas seráficas del aire
guardó el auricular en mis oídos.
De lona y níquel, peces de las nubes,
bajan al mar periódicos y cartas.
(Los carteros no creen en las sirenas
ni en el vals de las olas, sí en la muerte.
Y aún hay calvas marchitas a la luna
y llorosos cabellos en los libros.
Un polisón de nieve, blanqueando
las sombras, se suicida en los jardines.
¿Qué será de mi alma, que hace tiempo
bate el récord continuo de la ausencia?
¿Qué de mi corazón, que ya ni brinca,
picado ante el azar y el accidente?
Exploradme los ojos, y, perdidos,
os herirán las ansias de los náufragos,
la balumba de nortes ya difuntos,
el solo bamboleo de los mares.
Cascos de chispa y pólvora, jinetes
sin alma y sin montura entre los trigos;
basílicas de escombros, levantadas
trombas de fuego, sangre, cal, ceniza.
Pero también, un sol en cada brazo,
el alba aviadora, pez de oro,
sobre la frente un número, una letra,
y en el pico una carta azul, sin sello.
Nuncio -la voz, eléctrica, y la cola-
del aceleramiento de los astros,
del confín del amor, del estampido
de la rosa mecánica del mundo.
Sabed de mí, que dije por teléfono
mi madrigal dinámico a los hombres:
¿Quién eres tú, de acero, estaño y plomo?
- Un relámpago más, la nueva vida.
(Falta el último pliego)
(De Cal y Canto, 1927)
… calzó de viento…
(GÓNGORA)
Rubios, pulidos senos de Amaranta,
por una lengua de lebrel limados
pórticos de limones, desviados
por el canal que asciende a tu garganta.
Rojo, un puente de rizos se adelanta
e incendia tus marfiles ondulados.
Muerde, heridor, tus dientes desangrados,
y corvo, en vilo, al viento te levanta.
La soledad, dormida en la espesura,
calza su pie de céfiro y desciende
del olmo alto al mar de la llanura.
Su cuerpo en sombra, oscuro, se le enciende,
y gladiadora, como un ascua impura
entre Amaranta y su amador se tiende.
(De Cal y Canto (1927)
(Santander, 20 de mayo de 1928)
A José Samitier
Nadie se olvida, Platko,
no, nadie, nadie, nadie,
oso rubio de Hungría.
Ni el mar,
que frente a tí saltaba sin poder defenderte.
Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más regía.
Ni el mar, ni el viento, Platko,
rubio Platko de sangre,
guardameta en el polvo,
pararrayos.
No, nadie, nadie, nadie.
Camisetas azules y blancas, sobre el aire,
camisetas reales,
contrarias, contra ti, volando y arrastrándote,
Platko, Platko lejano,
rubio Platko tronchado,
tigre ardiendo en la yerba de otro país. ¡Tú, llave,
Platko, tú, llave rota,
llave áurea caída ante el pórtico áureo!.
No, nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Volvió su espalda el cielo.
Camisetas azules y granas flamearon,
apagadas, sin viento.
El mar, vueltos los ojos,
se tumbó y nada dijo.
Sangrando en los ojales,
sangrando por ti, Platko,
por tu sangre de Hungría,
sin tu sangre, tu impulso, tu parada, tu salto,
temieron las insignias.
No, nadie, nadie, nadie,
nadie, nadie se olvida.
Fue la vuelta del mar.
Fueron diez rápidas banderas
incendiadas, sin freno.
Fue la vuelta del viento.
La vuelta al corazón de la esperanza.
Fue tu vuelta.
Azul heroico y grana,
mandó el aire en las venas.
Alas, alas celestes y blancas, rotas alas,
combatidas, sin pluma, encalaron la yerba.
Y el aire tuvo piernas,
tronco, brazos, cabeza.
¡Y todo por tí, Platko,
rubio Platko de Hungría!
Y en tu honor, por tu vuelta,
porque volviste el pulso perdido a la pelea,
en el arco contrario el viento abrió una brecha.
Nadie, nadie se olvida.
El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan.
Las insignias,
las doradas insignias, flores de los ojales,
cerradas, por ti abiertas.
No, nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Ni el final: tu salida,
oso rubio de sangre,
desmayada bandera en hombros por el campo.
¡Oh, Platko, Platko, Platko,
tú, tan lejos de Hungría!.
¿Qué mar hubiera sido capaz de no llorarte?.
Nadie, nadie se olvida,
no, nadie, nadie, nadie.
(De Cal y Canto (1927)
Ángeles malos o buenos,
que no sé,
te arrojaron en mi alma.
Sola,
sin muebles y sin alcobas,
deshabitada.
De rondón, el viento hiere
las paredes,
las más finas, vítreas láminas.
Humedad. Cadenas. Gritos.
Ráfagas.
Te pregunto:
¿cuándo abandonas la casa,
dime,
qué ángeles malos, crueles,
quieren de nuevo alquilarla?
Dímelo.
(De Sobre los ángeles, 1928)
1
Yo te arrojé de mi cuerpo,
yo, con un carbón ardiendo.
- Vete.
Madrugada.
La luz, muerta en las esquinas
y en las casas.
Los hombres y las mujeres
ya no estaban.
- Vete.
Quedó mi cuerpo vacío,
negro saco, a la ventana.
Se fue.
Se fue, doblando las calles.
Mi cuerpo anduvo, sin nadie.
2
Que cuatro sombras malas
te sacaron en hombros,
muerta.
De mi corazón, muerta,
perforando tus ojos
largas púas de encono
y olvido.
De olvido,
sin posible retorno.
Muerta.
Y entraste tú de pie,
bella.
Entraste tú, y ahora,
por los cielos peores,
tendida,
fea,
sola.
Tú.
Sola entre cuatro sombras.
Muerta.
3
¿Quién sacude en mi almohada
reinados de yel y sangre,
cielos de azufre,
mares de vinagre?
¿Qué voz difunta los manda?
Contra mí, mundos enteros,
contra mí, dormido,
maniatado,
indefenso.
Nieblas de a pie y a caballo,
nieblas regidas
por humos que yo conozco
en mí enterrados,
van a borrarme.
Y se derrumban murallas,
los fuertes de las ciudades
que me velaban.
Y se derrumban las torres,
las empinadas
centinelas de mi sueño.
Y el viento,
la tierra,
la noche.
4
Tú. Yo. (Luna.) Al estanque.
Brazos verdes y sombras
te apretaban el talle.
Recuerdo. No recuerdo.
¡Ah, sí! Pasaba un traje
deshabitado, hueco,
cal muerta, entre los árboles.
Yo seguía… Dos voces
me dijeron que a nadie.
5
Dándose contra los quicios,
contra los árboles.
La luz no le ve, ni el viento,
ni los cristales.
Ya, ni los cristales.
No conoce las ciudades.
No las recuerda.
Va muerto.
Muerto, de pie, por las calles.
No le preguntéis. ¡Prendedle!
No, dejadle.
Sin ojos, sin voz, sin sombra.
Ya, sin sombra.
Invisible para el mundo,
para nadie.
6
I
Llevaba una ciudad dentro.
La perdió.
Le perdieron.
Solo, en el filo del mundo,
clavado ya, de yeso.
No es un hombre, es un boquete
de humedad, negro,
por el que no se ve nada.
Grito.
¡Nada!
Un boquete, sin eco.
7
II
Llevaba una ciudad dentro.
Y la perdió sin combate.
Y le perdieron.
Sombras vienen a llorarla,
a llorarle.
- Tú, caída,
tú, derribada,
tú,
la mejor de las ciudades.
Y tú, muerto,
tú, una cueva,
un pozo tú, seco.
Te dormiste.
Y ángeles turbios, coléricos,
la carbonizaron.
Te carbonizaron tu sueño.
Y ángeles turbios, coléricos,
carbonizaron tu alma,
tu cuerpo.
8
(VISITA)
Humo. Niebla. Sin forma,
saliste de mi cuerpo,
funda vacía, sola.
Sin herir los fanales
nocturnos de la alcoba,
por la ciudad del aire.
De la mano del yelo,
las deslumbradas calles,
humo, niebla, te vieron.
Y hundirte en la velada,
fría luz en silencio
de una oculta ventana.
(De Sobre los ángeles, 1928)
Se ha comprobado el horror de unos zapatos rígidos contra
la última tabla de un cajón destinado a limitar por
espacio de poco tiempo la invasión de la tierra,
de esa segunda tierra que solo habla del cielo por lo que
oye a las raíces,
de esa que solo sale a recoger la luz cuando es herida por
los picos,
cortada por las palas
o requerida por las uñas de esas fieras y pájaros que prefieren
que el sueño de los muertos haga caer la luna sobre
hoyos de sangre.
Dejad las azoteas,
evitad los portazos y el llanto de ese niño para quien las ropas
de los rincones son fantasmas móviles.
¿Tú qué sabes de esto,
de lo que sucede cuando sobre los hombros más duros se
dobla una cabeza y de un clavo en penumbra se
desprende el ay más empolvado de una guitarra en olvido?
¿A ti qué te importa que de un álamo a otro salte un estoque
solitario o que una banderilla de fuego haga volar
la orilla izquierda de un arroyo y petrifique el grito de
los alcaravanes?
Estas cosas yo sólo las comprendo,
y más aún a las once y veinte de la mañana.
Parece que fue ayer.
Y es que éste fue uno de los enterrados con el reloj de plata
en el bolsillo bajo el chaleco,
para que a la una en punto desaparecieran las islas,
para que a las dos en punto a los toros más negros se les volviera
blanca la cabeza,
para que a las tres en punto una bala de plomo perforara la
hostia solitaria expuesta en la custodia de una iglesia perdida
en el cruce de dos veredas: una camino de un prostíbulo
y otra de un balneario de aguas minerales
(y el reloj sobre el muerto),
para que a las cuatro en punto la crecida del río colgara de una caña
el esqueleto de un pez aferrado al pernil de un
pantalón perteneciente a un marino extranjero,
para que a las cinco en punto un sapo extraviado entre las
legumbres de una huerta fuera partido en dos por la
entrada imprevista de una rueda de coche volcado en la
cuneta,
para que a las seis en punto las vacas abortadas corrieran
a estrellarse contra el furgón de cola de los trenes
expresos,
para que a las siete en punto los hombres de las esquinas
apuñalaran a esa muchacha ebria que por la puerta falsa
sale a arrojar al centro de la calle cascaras de mariscos y
huesos de aceitunas.
(y el reloj sobre el muerto),
para que a las ocho en punto cinco gatos con las orejas cortadas
volcaran el vinagre y los espejos de los pasillos se
agrietaran de angustia,
para que a las nueve en punto en la arena desierta de las
plazas una mano invisible subrayara el lugar donde a las
cuatro y siete de la tarde había de ser cogido de muerte
un banderillero.
para que a las diez en punto por los corredores sin luz a
una mujer llorosa se le apagaran las cerillas y al noroeste
de un islote perdido un barco carbonero viera pasar
los ojos de todos los ahogados
(y el reloj sobre el muerto),
para que a las once en punto dos amigos situados en distintos
lugares de la tierra se equivocaran de domicilio y
murieran de un tiro en el escalón decimonono de una escalera,
y para que a las doce en punto a mí se me paralizara la sangre
y con los párpados vueltos me encontrara de súbito
en una cisterna alumbrada tan solo por los fuegos fatuos
que desprenden los fémures de un niño sepultado junto
a la veta caliza de una piedra excavada a más de quince
metros bajo el nivel del mar.
¡Eh, eh!
Por aquí se sale a los planetas desiertos,
a las charcas amarillentas donde hechas humo flotan las
palabras heladas que nunca pudo articular la lengua de
los vivos.
Aquí se desesperan los ecos más inmóviles.
He perdido mi jaca.
Pero es que yo vengo de las puertas a medio entornar, de
las habitaciones oscuras donde a media voz se sortean
los crímenes más tristes,
de esos desvanes donde las manos se entumecen al encontrar
de pronto el origen del desfallecimiento de toda
una familia.
Sí,
pero yo he perdido mi jaca
y mi cuerpo anda buscándome por el sudoeste
y hoy llega el tren con dos mil años de retraso
y yo no sé quién ha quemado estos olivos.
Adiós.
(De Sermones y moradas, 1929)
¿Tiene usted el paraguas?
Avez-vous le parapluie?
No, señor, no tengo el paraguas.
Non, monsieur, je n'ai pas le parapluie.
Alicia, tengo el hipopótamo.
l'hippopotame para ti.
Avez-vous le parapluie?
Oui.
Yes.
Sí.
Qué, cuál, quién, cuyo.
Si la lagarta es amiga mía,
evidentemente el escarabajo es amigo tuyo.
¿Fuiste tú la que tuvo la culpa de la lluvia?
Tú no tuviste nunca la culpa de la lluvia.
Alicia, Alicia, yo fui,
yo que estudio por ti
y por esta mosca inconsciente, ruiseñor de mis gafas de flor.
29, 28, 27, 26, 25, 24, 23, 22.
2(pi)r, (pi)r2
Y se convirtió en mulo Nabucodonsor
y tu alma y la mía en un ave real del Paraíso.
Ya los peces no cantan en el Nilo
ni la luna de pone para las dalias de Ganges.
Alicia,
¿por qué me amas con ese aire tan triste de cocodrilo
y esa pena tan profunda de ecuación de segundo grado?
Le printemps pleut sur Les Anges.
La primavera llueve sobre Los Ángeles
en esa triste hora en que la policía
ignora el suicidio de los triángulos isósceles
más la melancolía de un logaritmo neperiano
y el unibusquibusque facial.
En esa triste hora en que la luna viene a ser casi igual
a la desgracia integral
de ese amor mío multiplicado por X
y a las alas de la tarde que se dobla sobre una flor de acetileno
o una golondrina de gas.
De este puro amor mío tan delicadamente idiota.
Quousque tandem abutere Catilina patentia nostra?
Tan dulce y deliberadamente idiota,
capaz de hacer llorar a la cuadratura del círculo
y obligar a ese tonto de D. Nequaqua Schmit a subastar públicamente esas estrellas propiedad de los ríos
y esos ojos azules que me abren rascacielos.
¡Alicia, Alicia, amor mío!
¡Alicia, Alicia, cabra mía!
Sígueme por el aire en bicicleta,
aunque la policía no sepa de astronomía,
la policía secreta.
Aunque la policía ignore que un soneto
consta de dos cuartetos
y dos tercetos.
(De Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, 1929)
1, 2, 3 y 4
En estas cuatro huellas no caben mis zapatos.
Si en estas cuatro huellas no caben mis zapatos,
¿de quién son estas cuatro huellas?
¿De un tiburón,
de un elefante recién nacido o de un pato?
¿De una pulga o de una codorniz?
(Pi, pi, pi.)
¡Georginaaaaaaaaaa!
¿Donde estás?
¡Que no te oigo Georgina!
¿Que pensarán de mi los bigotes de tu papa?
(Papaaaaaaaa.)
¡Georginaaaaaaaaaaa!
¿Estás o no estás?
Abeto, ¿donde está?
Alisio, ¿donde está?
Pinsapo, ¿donde está?
¿Georgina paso por aquí?
(Pi, pi, pi, pi)
Ha pasado a la una comiendo yerbas.
Cucú,
el cuervo la iba engañando con una flor de reseda.
Cuacuá,
la lechuza con una rata muerta.
¡Señores, perdonadme, pero me urge llorar!
(Gua, gua, gua)
¡Georgina!
Ahora que te faltaba un solo cuerno
para doctorarte en la verdaderamente útil carrera de ciclista
y adquirir una gorra de cartero.
(Cri, cri, cri, cri)
Hasta los grillos se apiadan de mí
y me acompaña en mi dolor la garrapata.
Compadécete del smoking que te busca y te llora entre los aguaceros
y del sombrero hongo que tiernamente
te presiente de mata en mata.
¡Georginaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
(Maaaaaa).
¿Eres una dulce niña o una verdadera vaca?
Mi corazón siempre me dijo que eras una verdadera vaca.
Tu papá, que eras una dulce niña.
Mi corazón, que eras una verdadera vaca.
Una dulce niña.
Una verdadera vaca.
Una niña
Una vaca.
¿Una niña o una vaca?
O ¿una niña y una vaca?
Yo nunca supe nada.
Adios, Georgina.
(¡Pum!)
(De Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, 1929)
(1 de enero de 1930)
Será en ese momento cuando los caballos sin ojos se desgarren
las tibias contra los hierros en punta de una valla
de sillas indignadas junto a los adoquines de cualquier
calle recién absorta en la locura.
Vuelvo a cagarme por última vez en todos vuestros muertos
en este mismo instante en que las armaduras se desploman
en la casa del rey,
en que los hombres más ilustres se miran a las ingles sin
encontrar en ellas la solución a las desesperadas órdenes
de la sangre.
Antonio se rebela contra la agonía de su padrastro moribundo.
Tú eres el responsable de que el yodo haga llegar al cielo
el grito de las bocas sin dientes,
de las bocas abiertas por el odio instantáneo de un revólver
o un sable.
Yo sólo contaba con dos encías para bendecirte,
pero ahora en mi cuerpo han estallado 27 para vomitar en
tu garganta y hacerte más difíciles los estertores.
¿No hay quien se atreva a arrancarme de un manotazo las
vendas de estas heridas y a saltarme los ojos con los
dedos?
Nadie sería tan buen amigo mío,
nadie sabría que así se escupe a Dios en las nubes
ni que mujeres recién paridas claman en su favor sobre el
vaho descompuesto de las aguas
mientras que alguien disfrazado de luz rocía de dinamita
las mieses y los rebaños.
En ti reconocemos a Arturo.
Ira desde la aguja de los pararrayos hasta las uñas más rencorosas
de las patas traseras de cualquier piojo agonizante
entre las púas de un peine hallado al atardecer en
un basurero.
Ira secreta en el pico del grajo que desentierra las pupilas sin
mundo de los cadáveres.
Aquella mano se rebela contra la frente tiernísima de la que
le hizo comprender el agrado que siente un niño al ser circuncidado
por su cocinera con un vidrio roto.
Acércate y sabrás la alegría recóndita que siente el palo que se parte
contra el hueso que sirve de tapa a tus ideas difuntas.
Ira hasta en los hilos más miserables de un pañuelo descuartizado
por las ratas.
Hoy sí que nos importa saber a cuántos estamos hoy.
Creemos que te llamas Aurelio y que tus ojos de asco los
hemos visto derramarse sobre una muchedumbre de
ranas en cualquier plaza pública.
¿No eres tú acaso ese que esperan las ciudades empapadas
de saliva y de odio?
Cien mil balcones candentes se arrojan de improviso sobre
los pueblos desordenados.
Ayer no se sabía aún el rencor que las tejas y las cornisas guardan
hacia las flores,
hacia las cabezas peladas de los curas sifilíticos,
hacia los obreros que desconocen ese lugar donde las pistolas
se hastían aguardando la presión repentina de unos dedos.
Oíd el alba de las manos arriba,
el alba de las náuseas y los lechos desbaratados,
de las consunción de la parálisis progresiva del mundo y la
arterioesclerosis del cielo.
No creáis que el cólera morbo,
la viruela negra,
el vómito amarillo,
la blenorragia,
las hemorroides,
los orzuelos y la gota serena me preocupan en este amanecer
del sol como un inmenso testículo de sangre.
En mí reconoceréis tranquilamente a ese hombre que dispara
sin importarle la postura que su adversario herido
escoge para la muerte.
Unos cuerpos se derrumban hacia la derecha y otros hacia la
izquierda,
pero el mío sabe que el centro es el punto que marca
la mitad de la luz y la sombra.
Veré agujerearse mi chaqueta con alegría.
¿Soy yo ese mismo que hace unos momentos se cagaba en la
madre del que parió las tinieblas?
Nadie quiere enterrar a este arcángel sin patria.
Nosotros lloramos en ti esa estrella que a las dos en punto de
la tarde tiene que desprenderse sin un grito para que una
muchedumbre de tacones haga brotar su sangre en las
alamedas futuras.
Hay muertos conocidos que se orinan en los muertos desconocidos,
almas desconocidas que violan a las almas conocidas.
A aquél le entreabren los ojos a la fuerza para que el ácido
úrico le queme las pupilas y vea levantarse su pasado como
una tromba extática de moscas palúdicas.
Y a todo esto el día se ha parado insensiblemente.
Y la ola primera pasa el espíritu del que me traicionó valiéndose
de una gota de lacre
y la ola segunda pasa la mano del que me asesinó poniendo
como disculpa la cuerda de una guitarra
y la ola tercera pasa los dientes del que me llamó hijo de
zorra para que al volver la cabeza una bala perdida le
permitiera al aire entrar y salir por mis oídos
y la ola cuarta pasa los muslos que me oprimieron en el instante
de los chancros y las orquitis
y la ola quinta pasa las callosidades más enconadas de los pies
que me pisotearon con el único fin de que mi lengua perforara
hasta las raíces de esas plantas que se originan en
el hígado descompuesto de un caballo a medio enterrar
y la ola sexta pasa el cuero cabelludo de aquel que me hizo
vomitar el alma por las axilas
y la ola séptima no pasa nada
y la ola octava no pasa nada
y la ola novena no pasa nada
ni la décima
ni la undécima
ni la duodécima…
Pero estos zapatos abandonados en el frío de las charcas son
el signo evidente de que el aire aún recibe el cuerpo de los
hombres que de pie y sin aviso se doblaron del lado de la
muerte.
(De Con los zapatos puestos tengo que morir, 1930)
Los niños de Extremadura
van descalzos.
¿Quién les robó los zapatos?
Les hiere el calor y el frío.
¿Quién les rompió los vestidos?
La lluvia
les moja el sueño y la cama.
¿Quién les derribó la casa?
No saben
los nombres de las estrellas.
¿Quién les cerró las escuelas?
Los niños de Extremadura
son serios.
¿Quién fue el ladrón de sus juegos?
(De Consignas, 1933)
…Y las viejas familias cierran las ventanas,
afianzan las puertas,
y el padre corre a oscuras a los Bancos
y el pulso se le para en la Bolsa
y sueña por la noche con hogueras,
con ganados ardiendo,
que en vez de trigos tiene llamas,
en vez de granos, chispas,
cajas,
cajas de hierro llenas de pavesas.
¿Dónde estás,
dónde estás?
Los campesinos pasan pisando nuestra sangre.
¿Qué es esto?
- Cerremos,
cerremos pronto las fronteras.
Vedlo avanzar deprisa en el viento del Este,
de las estepas rojas del hambre.
Que su voz no la oigan los obreros,
que su silbido no penetre en las fábricas,
que no divisen su hoz alzada los hombres de los campos.
¡Detenedle!
Porque salta los mares,
recorriendo toda la geografía,
porque se esconde en las bodegas de los barcos
y habla a los fogoneros
y los saca tiznados a cubierta,
y hace que el odio y la miseria se subleven
y se levanten las tripulaciones.
¡Cerrad,
cerrad las cárceles!
Su voz se estrellará contra los muros.
¿Qué es esto?
- Pero nosotros lo seguimos,
lo hacemos descender del viento del Este que lo trae,
le preguntamos por las estepas rojas de la paz y del triunfo,
lo sentamos a la mesa del campesino pobre,
presentándolo al dueño de la fábrica,
haciéndolo presidir las huelgas y manifestaciones,
hablar con los soldados y los marineros,
ver en las oficinas a los pequeños empleados
y alzar el puño a gritos en los Parlamentos del oro y de la sangre.
Un fantasma recorre Europa,
el mundo.
Nosotros le llamanos camarada.
(De Un fantasma recorre Europa, 1933)
Histérico anda Gil por las Españas,
vomitando Escoriales de despecho,
espermatorreando, ya deshecho,
goterones de hiel por las pestañas.
Negra casulla envuelta en telarañas,
culo de obispo aullando un do de pecho,
do de pecho de culo insatisfecho
que siembra soplos para dar cizañas.
A su pedo, a su voz, confesionarios,
capas, conventos, mugres, sacristías,
herpes, caries, esputos, purgaciones.
formando un frente unido por rosarios,
surgen en sacrosantas cofradías
para encagajonar las elecciones.
(De El burro explosivo, 1934 - 1938)
(Para cantarla a Franco en las escuelas)
1
1x1. esputo
1x2. hijo de puto
1x3. cabrón
1x4. maricón
1x5. pajero
1x6. trasero
1x7. abre-braguetas
1x8. hacer-puñetas
1x9. hemorroidal
1x10. excremental
2
2x1. cochino
2x2. tocino
2x3. grasa
2x4. pija lasa
2x5. moflete
2x6. ojete
2x7. vejiga
2x8. barriga
2x9. chiquitísimo
2x10. Generalísimo
3
3x1. artefacto
3x2. putrefacto
3x3. escupidera
3x4. pedorrera
3x5. cagón
3x6. retortijón
3x7. ano revuelto
3x8. vientre suelto
3x9. cachirulo
3x10. culo
4
4x1. zorra
4x2. mazmorra
4x3. cura
4x4. tortura
4x5. quina
4x6. vagina
4x7. Paca
4x8. caca
4x9. cerda
4x10. mierda
5
5x1. ovario
5x2. rosario
5x3. tetas
5x4. bayonetas
5x5. pezones
5x6. oraciones
5x7. moño
5x8. coño
5x9. devoción
5x10. menstruación
6
6x1. inhumano
6x2. gusano
6x3. azote
6x4. garrote
6x5. penas
6x6. condenas
6x7. oscuridad
6x8. soledad
6x9. exclavitud
6x10. ataúd
7
7x1. carnicero
7x2. sepulturero
7x3. sudario
7x4. osario
7x5. losa
7x6. fosa
7x7. duelo
7x8. pañuelo
7x9. llanto
7x10. espanto
8
8x1. chacal
8x2. funeral
8x3. blandones
8x4. crespones
8x5. sotanas
8x6. campanas
8x7. F.E.
8x8. R.I.P.
8x9. muerto
8x10. desierto
9
9x1. el gallo
9x2. el caballo
9x3. el trigo
9x4. el amigo
9x5. la amada
9x6. el camarada
9x7. el arrebol
9x8. el sol
9x9. la alegría
9x10. el nuevo día
(De El burro explosivo, 1934 - 1938)
Señor duque, señor duque,
último duque de Alba,
mejor, duque del Ocaso,
ya sin albor, sin mañana.
Si tu abuelo tomó Flandes,
tú jamás tomaste nada,
sólo las de Villadiego
por Portugal o por Francia.
Si tu abuelo, cruel, ilustre,
lustró de gloria tu casa,
tú lustraste los zapatos,
las zapatillas, las bragas
de algún torero fascista
que siempre te toreara.
Si tu abuelo a Carlos V
le abría con una lanza
la bragueta emperadora
antes de entrar en batalla,
tú, en cambio, las manos trémulas,
impotente, abotonabas
los calzoncillos reales
del último rey de España.
Si a tu abuelo, el tercer duque,
Ticiano le retratara,
tú mereciste la pena
de serlo por Zuloaga.
Un pincel se bañó en oro,
el otro se mojó en caca.
Duque, perdiste la aurora,
celador honoris causa
de El Prado, donde, desnuda,
la duquesa Cayetana,
tú eras bedel del ombligo
que Coya le destapara.
Talento heredado, duque,
fortuna y gloria heredadas
son cosas que el mejor día,
de un golpe, las lleva el agua.
Vuélvete de Londres, deja,
si te atreves a dejarla,
la triste flor ya marchita,
muerta, de tu aristocracia,
y asoma por un momento
los ojos por las ventanas
de tu palacio incautado,
el tuyo, el que tú habitaras;
súbeles las escaleras,
paséalos por las salas,
por los salones bordados
de victoriosas batallas;
bájalos a los jardines,
a las cocheras y cuadras,
páralos en los lugares
más mínimos de tu infancia,
y verás cómo tus ojos
ven lo que jamás pensaran:
palacio más limpio nunca
lo conservó el pueblo en armas.
Las Milicias comunistas
son el orgullo de España.
Verás hasta los canarios,
igual que ayer, en sus jaulas;
los perros mover la cola
a sus nuevos camaradas;
y verás la que contigo
servidumbre se llamaba,
ya abolidas las libreas,
hablar de ti sin nostalgia.
Señor duque, señor duque,
último duque de Alba:
los comunistas sabemos
que la aurora no se para,
que el alba sigue naciendo,
de pie, todas las mañanas.
Si un alba muerta se muere,
otra mejor se levanta.
(De El burro explosivo, 1937)
Elegía.
El toro de la muerte
A Ignacio Sánchez Mejías
Antes de ser o estar en el bramido
que la entraña vacuna conmociona,
por el aire que el cuerno desmorona
y el coletazo deja sin sentido;
en el oscuro germen desceñido
que dentro de la vaca proporciona
los pulsos a la sangre que sazona
la fiereza del toro no nacido;
antes de tu existir, antes de nada,
se enhebraron un duro pensamiento
las no floridas puntas de tu frente:
Ser sombra armada contra luz armada,
escarmiento mortal contra escarmiento,
toro sin llanto contra el más valiente.
(Por el mar negro un barco
va a Rumania.
Por caminos sin agua
va tu agonía.
Verte y no verte.
Yo, lejos navegando,
tú, por la muerte.)
Las altas y las velas,
se han caído las alas,
se han cerrado las alas,
sólo alas y velas resbalando por la inmovilidad crecida de los ríos,
alas por la tristeza doblada de los bosques,
en las huellas de un toro solitario bramando en las marismas,
alas revoladoras por el frío con punta de estocada en las llanuras,
sólo velas y alas muñéndose esta tarde.
Mariposas de rojo y amarillo sentenciadas a muerte,
parándose de luto,
golondrinas heladas fijas en los alambres,
gaviotas cayéndose en las jarcias,
jarcias sonando y arrastrando velas,
alas y velas fallecidas precisamente hoy.
Fue entonces cuando un toro intentó herir a una paloma,
fue cuando corrió un toro que rozó el ala de un canario,
fue cuando se fue el toro y un cuervo entonces dio la vuelta por tres veces al ruedo,
fue cuando volvió el toro llevándolo invisible y sin grito en la frente.
¡A mí, toro!
(Verónicas, faroles,
velas y alas.
Yo en el mar, cuando el viento
los apagaba.
Yo, de viaje.
Tú dándole a la muerte
tu último traje).
EL TORO DE LA MUERTE
Negro toro, nostálgico de heridas,
corneándole al agua sus paisajes,
resisándole cartas y equipajes
a los trenes que van a las corridas.
¿Qué sueñas en tus sueños, que escondidas
ansias les arrebolan los viajes,
que sistema de riegos y drenajes
ensayan en la mar tus embestidas?
Nostálgico de un hombre con espada
de sangre femoral y de gangrena,
ni el mayoral ya puede detenerte.
Corre, toro, a la mar, enviste, nada,
y a un torero de espuma, sal y arena
ya que intentas herir, dale la muerte.
(Mueve el aire en los barcos
que hay en Sevilla,
en lugar de las banderas,
dos banderillas.
Llegando a Roma,
vi de banderilleras
a las palomas)
¿Para qué os quiero, pies, para qué os quiero?
Los pies pisan la muerte,
poco a poco los pies andan pisando ese camino
por donde viene acompañada o sola,
visible o invisible, lenta o veloz,
la muerte.
¿Para qué os quiero, pies, para qué os quiero?
Me va a coger la muerte en zapatillas,
no en zapatillas para el pie del baile,
no con tacón para esas tablas donde también
suele temblar la muerte con voz sorda de pozo,
voz de cueva o cisterna con un hombre no se sabe si ahogado,
voz con tierra de ortigas y guitarra.
¿Para qué os quiero, pies, para qué os quiero?
Unos mueren de pie, ya con zapatos o alpargatas,
bien bajo el marco de una puerta o de una ventana,
también en medio de una calle con sol y hoyos abiertos,
otros. . .
Me va a coger la muerte con zapatillas,
así, con medias rosas y zapatillas negras me a matar la muerte.
¡Aire!
¿Para qué os quiero, pies, para qué os quiero?
(Por pies con viento y alas,
por pies salía de las tablas Ignacio
Sánchez Mejías.
¡Quién lo pensara
que por pies un torillo
lo entablerara!)
EL TORO DE LA MUERTE
Si ya contra las sombras movedizas
de los calcáreos troncos impasibles,
cautos proyectos turbios indecibles
perfilas, pulimentas y agudizas;
si entre el agua y la yerba escurridizas,
la pezuña y el cuerno indivisibles
cambian los imposibles en posibles,
haciendo el aire polvo y la luz trizas;
si tanto oscuro crimen le desvela
su sangre fija a tu pupila sola,
insomne sobre el sueño del ganado;
huye, toro tizón, humo y candela,
que ardiendo de los cuernos a la cola,
de la noche saldrás carbonizado.
(En La Habana las sombras
de las palmeras
me abrieron abanicos
y revoleras.
Una mulata,
dos pitones en punta
bajo la bata.
La rumba mueve cuernos,
pases mortales,
ojos de vaca y ronda
de sementales.
Las habaneras,
sin saberlo, se mueven
por gaoneras.
Con Rodolfo Gaona,
Sánchez Mejías
se adornaba la muerte
de alegorías:
México, España,
su sangre por los ruedos
y una guadaña.
Los indios mexicanos
en El Toreo,
de los ¡oles! se tiran
al tiroteo.
¡Vivan las balas,
los toros por las buenas
y por las malas!
Ya en sus manos, Gaona,
paradas, frías,
te da desde la muerte
Sánchez Mejías.
Dale, Gaona,
tus manos, y en sus
manos, una corona.)
¿Qué sucede, qué pasa, qué va a pasar,
qué está pasando, sucediendo, qué pasa,
qué pasó?
La muerte había sorbido agua turbia en los charcos que ya no son del mar,
pero que ellos se sienten junto al mar,
se había rozado y arañado contra los quicios negros de los túneles,
perforando los troncos de los árboles,
espantando el silencio de las larvas,
los ojos de las orugas,
intentando pasar exactamente por el centro a una hoja,
herir,
herir el aire del espacio de dos piernas corriendo.
La muerte mucho antes de nacer había pensado todo esto.
Me buscas como al río que te dejaba sorber sus paisajes,
como a la ola tonta que se acercaba a ti sin comprender
quién eras
para que tú la cornearas.
Me buscas como un montón de arena donde escarbar un hoyo,
sabiendo que en el fondo no vas a encontrar agua,
no vas a encontrar agua,
nunca jamás tú vas a encontrar agua,
sino sangre,
no agua,
jamás,
nunca.
No hay reloj,
no hay ya tiempo,
no existe ya reloj que quiera darme tiempo a salir de la muerte.
(Una barca perdida
con un torero,
y un reloj que detiene
su minutero.
Vivas y mueras,
rotos bajo el estribo
de las barreras.)
EL TORO DE LA MUERTE
Al fin diste a tu duro pensamiento
forma mortal de lumbre derribada,
cancelando con sangre iluminada
la gloria de una luz en movimiento.
¡Qué ceguedad, qué desvanecimiento
de toro, despeñándose en la nada,
si no hubiera tu frente desarmada
visto antes de nacer su previo intento!
Mas clavaste por fin bajo el estribo,
con puntas de rencor tintas en ira,
tu oscuridad, hasta empalidecerte.
Pero luego te vi, sombra en derribo,
llevarte como un toro de mentira,
tarde abajo, las mulas de la muerte.
(Noche de agosto arriba
va un ganadero,
sin riendas, sin estribos
y sin sombrero.
Decapitados,
toros negros, canelas
y colorados.)
Se va a salir el río y ya no veré nunca el temblor de los juncos,
va a rebosar el río paralizando el choque de las cañas,
desplazando como una irresistible geografía de sangre que
volverá los montes nuevas islas,
los bosques nuevas islas,
inalcanzables islas cercadas de flotantes tumbas de toros muertos,
de empinados cadáveres de toros,
rápidas colas rígidas que abrirán remolinos,
lentos y coagulados remolinos que no permitirán este descenso,
este definitivo descenso necesario que le exigen a uno
cuando ya el cuerpo no es capaz de oponerse a la atracción del fondo
y pesa menos que el agua.
Desvíeme esos toros,
mire que voy bajando favorecido irremediablemente por el viento
tuérzale el cuello al rumbo de esa roja avalancha de toros
que le
empujan,
déjeme toda el agua,
le pido que me deje para mí solo toda el agua,
agua libre,
río libre,
porque usted ya está viendo, amigo, cómo voy,
porque usted, viejo amigo, está ya comprendiendo adonde voy,
ya estás, amigo, estás olvidándote casi adónde voy,
amigo; estás, amigo…
Había olvidado ahora que le hablaba de usted, no de tú,
desde siempre.
(¿De dónde viene, diga,
de donde viene,
que ni el agua del río
ya le sostiene?
- Voy navegando,
también muerto, a la isla
de San Fernando.)
DOS ARENAS
Dos arenas con sangre, separadas,
con sangre tuya al son de dos arenas
me quemarán, me clavarán espadas.
Desunidas, las dos vendrán a unirse,
corriendo en una sola por mis venas,
dentro de mí para sobrevivirse.
La sangre de tu muerte y la otra, viva,
la que fuera de ti bebió este ruedo,
gloriosamente en unidad activa,
moverán lunas, vientos, tierras, mares,
como estoques unidos contra el miedo:
la sangre de tu muerte en Manzanares,
la sangre de tu vida
por la arena de México absorbida.
(Verte y no verte.
Yo, lejos navegando,
tú, por la muerte.)
Plaza de toros El Toreo
México, 13 de agosto 1935
(De Verte y no verte, 1935)
1
Éramos los externos,
los colegiales de familias burguesas ya en declive.
La caridad cristiana nos daba sin dinero su cultura, la piedad nos abría los libros y las puertas de la clase.
Ya éramos de esas gentes que algún día se las entierra de balde.
No sabíamos bien por qué un galón de oro no le daba la vuelta a nuestra gorra
ni por qué causa luego no descendía directo por nuestros pantalones.
Jamás vimos impresos los nombres que teníamos,
sino escritos a máquina,
azules,
casi borrados.
Éramos los externos.
2
Tanta ira,
tanto odio
resuelto inútilmente en morderse las uñas
mientras que las pizarras emblanquecían de números
o el margen de los libros se hastiaba de borrones,
tanta ira,
tanto odio contenidos sin llanto,
nos llevaban al mar que nunca se preocupa de las raíces cuadradas,
al cielo libertado de teoremas,
libre de profesores,
a las dunas calientes,
donde nos orinábamos en fila mirando hacia el colegio.
Éramos los externos.
3
Algunos teníamos talento,
buena voz para el canto
o un pulso firme,
bueno,
capaz de dibujar de un solo golpe una circunferencia.
Servíamos lo mismo para parar un gol
que para comulgar todos los días en la misa de alba y robar en la huerta a ciertas horas unas naranjas o unos nísperos.
Tanta bondad (o tanta hipocresía) la teníamos algunos.
Pero Claudio,
Juan o Francisco Ponce de León,
Antonio,
Luis o Pedro Gómez,
ellos,
todos hijos con tierras y ganados,
lejos,
en la provincia.
Así ni tú tenías buena voz para el canto,
ni yo una débil rendija de talento,
ni aquél era capaz de dibujar de un solo golpe una circunferencia.
Éramos los externos.
4
Podías haber saltado,
haber entrado en clase una mañana,
una noche,
en la hora del olvido de los números,
cuando los atlas piensan que sólo son cartones de colores,
fijas láminas que no viajarán nunca.
Ahora,
cuando ya no hay remedio,
o si existe es tan sólo el de la bala que conspira en la mano,
se me ocurre invitarte,
proponerte esta ingenua conquista o toma de poder de las pizarras,
de los serios pupitres donde yacían de pronto,
empañados,
coléricos,
los ojos de las gafas que nos odiaban siempre.
Te lo digo a ti,
mar,
que venías a las puertas del colegio,
sin pensar,
puede ser,
entrar en clase nunca.
5
Veo los años,
los mismos que ahora escucho volver a mí esta tarde colgados de sotanas,
espantajos oscuros,
henchidos como cerdos de pez muerta que fueran navegando,
dejando tras de sí una cola de tinta goteada de esperma sucia y vómito.
Oigo cómo me invaden crucifijos,
despiadadas penumbras de toses con rosarios y vía-crucis
y un olor a café,
a desayuno seco,
descompuesto en las bocas tibias de los confesionarios.
No es posible que vuelva este mismo paisaje,
que reconquiste ni por un momento su sueño embrutecido de moscas,
formol y humo.
No es posible otra vez este retrete sórdido de hábitos con eructos y sopa de tapioca.
No es posible,
no quiero,
no es posible querer para vosotros la misma infancia y muerte.
Nos dijeron que no éramos de aquí,
que éramos viajeros,
gente de paso,
huéspedes de la tierra, camino de las nubes.
Nos espantaron las mañanas,
llenándonos de horror los primeros días,
las noches lentas de la infancia.
Nos educaron sólo para el alma.
(Hay allá abajo una cisterna, un hondo aljibe de demonios, una orza de azufre de negra pez hirviendo. Hay un triste colegio de fuego, sin salida.)
Nos espantaron las mañanas.
Pero quien no obedezca al que firmó la rosa,
a Aquél que nos concede el desayuno y surte en el verano la casa de la hormiga,
quien dé crédito y ame al que dejó a los pobres tirados en el barro y sentó en cambio a nuestros padres sobre los caballos,
ése verá que le abren paso las estrellas,
los celestes canales que paran en los muelles donde las almas desembarcan,
en las puertas que dan principio a su reinado.
Nos educaron, así, fijos.
Nos enseñaron a esperar con la mirada puesta más allá de los astros,
así, extáticos.
Pero ya para mí se vino abajo el cielo.
(De De un momento a otro, 1942)
Siervos, viejos criados de mi infancia vinícola y pesquera
con grandes portalones de bodegas abiertos a la playa,
amigos,
perros fieles,
jardineros,
cocheros,
pobres arrumbadores,
desde este hoy en marcha hacia la hora de estrenar vuestro pie la nueva era del mundo,
yo os envío mi saludo
y os llamo camaradas.
Venid conmigo,
alzaos,
antiguos y primeros guardianes ya desaparecidos.
No es la voz de mi abuelo
ni ninguna otra voz de dominio y de mando.
¿La recordáis?
Decídmelo.
Mayor de edad,
crecida,
testigo treinta años de vuestra inalterada servidumbre,
es mi voz,
sí,
la mía,
la que os llama.
Venid.
Y no para pediros que deis alpiste o agua al canario,
o al jilguero
o al periquito rey;
no para reprocharos que la jaca anda mal de una herradura
o que no acudís pronto a recogerme por la tarde al colegio.
Ya no.
Venid conmigo.
Abramos,
abrid todos las puertas que dan a los jardines,
a las habitaciones que vosotros barristeis mansamente,
a los toneles de los vinos que pisasteis un día en los lagares,
las puertas a los huertos,
a las cuadras oscuras donde os esperan los caballos.
Abrid,
abrid,
sentaos,
descansad.
¡Buenos días!
Vuestros hijos,
su sangre,
han hecho al fin que suene esa hora en que el mundo va [a cambiar de dueño.
(De De un momento a otro, 1942)
Alguien se despertaba pensando que la niebla
ponía un especial cuidado en ocultar el crimen.
De allí,
de allí salía:
un enloquecedor vaho de petróleo,
de alejados y vastos yacimientos convertidos en cifras,
hacinados por orden en los cofres secretos,
en las lentas, profundas, inconmovibles cajas,
más profundas que pozos aún inexplorados,
puestos allí estos cofres,
puestas allí estas cajas por anónimos,
invisibles, oscuros, explorados,
desamparados hombres macilentos.
Yo era el que despertaba comprendiendo,
sabiendo lo que era aquel amanecer de rascacielos
igual que verticales expresos de la niebla,
era yo quien oía, quien veía, despertándose.
De allí,
de allí salían:
un crujido de huesos sin reposo, húmedos, calcinados,
entre la extracción triste de metales,
una seca protesta de cañas dulces derrumbándose,
de café y de tabaco deshaciéndose,
y todo envuelto siempre en un un tremendo vaho de petróleo,
en un abrasador contagio de petróleo,
en una inabarcable marea de petróleo.
Era yo quien entraba ya despierto, asomado a la niebla,
viendo cómo aquel crimen disfrazado de piedras con ventanas
se agrandaba, ensanchándose,
perdiéndose la idea de su altura,
viéndole intervenir hasta en las nubes.
Y era yo quien veía, quien oía, ya despierto.
De allí,
de allí salía mojada de aire sucio y brumas carboneras:
la voz de la propuesta de robos calculados,
velada por ruidos de motores zarpando hacia las islas,
levantándose armados hacia el cielo de otros.
Salía esta voz fruncida a los insultos de hombres mercenarios con fusiles,
impidiendo lo largo de los muelles,
las planicies minadas de palmeras,
los bosques de brazos y cabellos cortados a machete.
Lastimándome, oyéndose,
cayendo a mares desde los rascacielos diluidos,
salían Nicaragua,
Santo Domingo,
Haití,
revueltos en la sangre intervenida de sus costas, secundando el clamor de las islas Vírgenes compradas,
el estertor de Cuba,
la cólera de México,
Panamá,
Costa Rica,
Colombia,
Puerto Rico,
Bolivia,
Venezuela…
Y todo envuelto siempre en un tremendo vaho de petróleo,
en un abrasador contagio de petróleo,
en una inabarcable marea de petróleo.
Y era yo entre la niebla quien oía, quien veía mucho más y todo esto.
Nueva York, Wall Street, banca de sangre,
áureo pulmón comido de gangrena,
araña de tentáculos que hilan
fríamente la muerte de otros pueblos.
De tus cajas, remontan disfrazados
embajadores de la paz y el robo:
Daniels, Caffery, etc., revólveres
confidentes y a sueldo de tus gansters.
La Libertad, ¡tu Libertad!, a oscuras
su lumbre antigua, su primer prestigio,
prostituida, mercenaria, inútil,
baja a vender su sombra por los puertos.
Tu diplomacia del horror quisiera
la intervención armada hasta en los astros;
zonas de sangre, donde sólo ahora
ruedan minas celestes, lluvias vírgenes.
Mas aún por América arde el pulso
de agónicas naciones que me gritan
con mi mismo lenguaje entre la niebla,
tramando tu mortal sacudimiento.
Así un día tus 13 horizontales
y tus 48 estrellas blancas
verán desvanecerse en una justa,
libertadora llama de petróleo.
(De 13 bandas y 48 estrellas, 1935)
(1900)
Cuando mi madre llevaba un sorbete de fresa por sombrero
y el humo de los barcos aun era humo de habanero.
Mulata vueltabajera…
Cádiz se adormecía entre fandangos y habaneras
y un lorito al piano quería hacer de tenor.
…dime dónde está la flor
que el hombre tanto venera.
Mi tío Antonio volvía con su aire de insurrecto.
La Cabaña y el Príncipe sonaban por los patios del Puerto.
(Ya no brilla la Perla azul del mar de las Antillas.
Ya se apagó, se nos ha muerto).
Me encontré con la bella Trinidad…
Cuba se había perdido y ahora era verdad.
Era verdad,
no era mentira.
Un cañonero huido llegó cantándolo en guajira.
La Habana ya se perdió.
Tuvo la culpa el dinero…
Calló,
cayó el cañonero.
Pero después, pero ¡ah! después…
fue cuando al SÍ
lo hicieron YES.
(De 13 bandas y 48 estrellas, 1935)
I, too, sing America. Langston Hughes
Tú mueves propiedades en tu cielo,
astros que son verdad, estrellas tuyas,
planetas confiscados que en la noche
pasan gimiendo un rastro de cadenas.
Mueves bosques con hojas como círculos,
Puertas verdes al sueño de los pumas,
bosques que marchan, selvas que caminan
invadiendo la sombra de raíces.
En tu entraña, piquetas y explosiones
dan a luz en lo oscuro nuevos ríos,
puestos al sol por hombres expropiados
a tu matriz herida y desangrada.
Ellos son, deben ser, y no los otros,
los que arañen sus manos en tus grietas,
los que tenaz descuelguen su desvelo
en tus ocultas venas sacudidas.
Tú no eres mi cadáver extendido
de mar a mar, velado por palmeras.
Tú estás de pie, la sangre te circula,
pero entre dos orillas de fusiles.
Ni siquiera eres dueña de tus noches,
insultada en los bares y cantinas,
noches con ojos indios impasibles
por los que pasan flechas vengadoras.
Yo he visto Panamá desde las nubes
como albos continentes sin viajeros,
de norte a sur, y comprobando el Istmo,
sobre una larga zona de uniformes;
la flor del mar Pacífico, entrevista
como una cresta roja de mi infancia,
gritando, muda, por tus litorales
de azúcar y café, pero invadidos;
jacales y bohíos limosneros
que intentan vagamente ser aldeas,
con raigones de tierras que son suyas
y recelos de canes arrojados.
Oigo un clamor de pumas y caimanes,
de idiomas dominados a cuchillo,
de pieles negras atemorizadas,
entre un sordo rumor que se unifica.
Despierta, de improviso, en esa hora
que el terremoto verde de tus bosques
a tientas reconstruye con sonidos
los escombros nocturnos de sus ramas.
Despiértate, y de un salto reconquista
tu subterránea sangre de petróleo,
brazos de plata, pies de oro macizos,
que tu existencia propia vivifiquen.
Va a sonar, va a sonar, yo quiero verlo,
quiero oírlo, tocarlo, ser su impulso,
ese sacudimiento que destruya
la intervención armada de los dólares.
Las estrellas verdad se confabulen
con tu robado mar, la tierra, el viento,
contra esas trece bandas corrompidas
y esa Company Bank de estrellas falsas.
Recupere -ciclones en las manos,
sísmicas lavas de correr ardiendo-
el predominio vasto de tus frutas
y el control de tus puertos y aduanas.
Yo también canto a América, viajando
con el dolor azul del mar Caribe,
el anhelo oprimido de tus islas,
la furia de sus tierras interiores.
Que desde el golfo mexicano suene
de árbol a mar, de mar a hombres y fieras,
como oriente de negros y mulatos,
de mestizos, de indios y criollos.
Suene este canto, no como el vencido
letargo de las quenas moribundas,
sino como una voz que estalle uniendo
la dispersa conciencia de las olas.
Tu venidera órbita asegures
con la expulsión total de tu presente.
Aire libre, mar libre, tierra libre.
Yo también canto a América futura.
(De 13 bandas y 48 estrellas, 1935)
Madrid, corazón de España,
late con pulsos de fiebre.
Si ayer la sangre hervía,
hoy con mas calor le hierve.
Ya nunca podrá dormirse,
porque si Madrid se duerme,
querrá despertarse un día
y el alba no vendrá a verle.
No olvides, Madrid, la guerra;
jamás olvides que enfrente
los ojos del enemigo
te echan miradas de muerte.
Rondan por tu cuello halcones
que precipitarse quieren
sobre tus rojos tejados,
tus calles, tu brava gente.
Madrid: que nunca se diga,
nunca se publique o piense
que en el corazón de España
la sangre se volvió nieve.
Fuentes de valor y hombría
las guardas tú donde siempre.
Atroces ríos de asombro
han de correr esas fuentes
Que cada barrio a esa hora,
si esa mal hora viniere
- hora que no vendrá-, sea
más que la plaza mas fuerte.
Los hombres, como castillos;
igual que almenas sus frentes,
grandes murallas sus brazos,
puertas que nadie penetre.
Quien al corazón de España
quiera asomarse, que llegue.
¡Pronto! Madrid está cerca.
Madrid sabe defenderse
con uñas, con pies, con codos,
con empujones, con dientes,
panza arriba, arisco, recto,
duro, al pie del agua verde
del Tajo, en Navalperal,
en Sigüenza, en donde suenen
balas y balas que busquen
helar al sangre caliente.
Madrid, corazón de España,
que es de tierra, dentro tiene,
si se le escarba, un gran hoyo,
profundo, grande, imponente,
como un barranco que aguarda…
Sólo en él cabe la muerte.
(De Capital de la gloria, 1936-1938)
Venís desde muy lejos… Mas esta lejanía,
¿qué es para vuestra sangre que canta sin fronteras?
La necesaria muerte os nombra cada día,
no importa en qué ciudades, campos o carreteras.
De este país, del otro, del grande, del pequeño
del que apenas si al mapa da un color desvaído,
con las mismas raíces que tiene un mismo sueño
sencillamente anónimos y hablando habéis venido.
No conocéis siquiera el color de los muros
que vuestro infranqueable compromiso amuralla.
La tierra que os entierra la defendéis, seguros,
a tiros con la muerte vestida de batalla.
Quedad, que así lo quieren los árboles, los llanos,
las mínimas partículas de luz que reanima
un solo sentimiento que el mar sacude: ¡Hermanos!
Madrid con vuestro nombre se agranda y se ilumina.
(De Capital de la gloria, 1936)
"Niebla", tu no comprendes: lo cantan tus orejas,
el tabaco inocente, tonto, de tu mirada,
los largos resplandores que por el monte dejas,
al saltar, rayo tierno de brizna despeinada.
Mira esos perros turbios, huérfanos, reservados,
que de improviso surgen de las rotas neblinas,
arrastran en sus tímidos pasos desorientados
todo el terror reciente de su casa en ruinas.
A pesar de esos coches fugaces, sin cortejo,
que transportan la muerte en un cajón desnudo,
de ese niño que observa lo mismo que en un festejo
la batalla en el aire, que asesinarle pudo;
a pesar del mejor compañero perdido,
de mi más tristísima familia que no entiende
lo que yo más quisiera que hubiera comprendido,
y a pesar del amigo que deserta y nos vende;
"Niebla", mi camarada,
aunque tu no lo sabes, nos queda todavía,
en medio de esta heroica pena bombardeada,
la fe, que es alegría, alegría, alegría.
(De Capital de la gloria, 1936)
Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
A corazón suenan, resuenan, resuenan
las tierras de España en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo,
caballo cuatralbo,
caballo de espuma.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
que la tierra es tuya.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
(De Capital de la gloria, 1938)
Cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre
se escucha que transita solamente la rabia,
que en los tuétanos tiembla despabilado el odio
y en las médulas arde continua la venganza,
las palabras entonces no sirven: son palabras.
Balas.Balas.
Manifiestos, artículos, comentarios, discursos,
humaredas perdidas, neblinas estampadas,
¡qué dolor de papeles que ha de barrer el viento,
qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua!
Balas. Balas.
Ahora sufro lo pobre, lo mezquino, lo triste,
lo desgraciado y muerto que tiene una garganta
cuando desde el abismo de su idioma quisiera
gritar lo que no puede por imposible y calla.
Balas. Balas.
Siento esta noche heridas de muerte las palabras.
(De Capital de la gloria, 1936)
Después de este desorden impuesto, de esta prisa,
de esta urgente gramática necesaria en que vivo,
vuelva a mí toda virgen la palabra precisa,
virgen el verbo exacto con el justo adjetivo.
Que cuando califique de verde al monte, al prado,
repitiéndole al cielo su azul como a la mar,
mi corazón se sienta recién inaugurado
y mi lengua el inédito asombro de crear.
(Del Prólogo de Entre el clavel y la espada, 1939-1940)
Un papel desvelado en su blancura.
La hoja blanca de un álamo intachable.
El revés de un jazmín insobornable.
Una azucena virgen de escritura.
El albo viso de una córnea pura.
La piel del agua impúber e impecable.
El dorso de una estrella invulnerable
sobre lo opuesto a una paloma oscura.
Lo blanco a lo más blanco desafía.
Se asesinan de cal los carmesíes
y el pelo rubio de la luz es cano.
Nada se atreve a desdecir al día.
Mas todo se me mancha de alhelíes
por la movida nieve de una mano.
(De Entre el clavel y la espada, 1939-1940)
PRÍAPO:
…Despierta, sí, cerrada
caverna de coral. Voy por tus breñas,
cabeceante, ciego, perseguido.
Ábrete a mi llamada,
al mismo sueño que en tu gruta sueñas.
Tus rojas furias sueltas me han mordido.
¿Me escuchas en lo oscuro?
sediento, he jadeado las colinas
y descendido al valle donde empieza
el caminar más duro,
pues todo, aunque cabellos, son espinas,
montes allí rizados de maleza.
¿Duermes aún? ¿No sientes
cómo mi flor, brillante y ruborosa
la piel, extensa y alta se desnuda,
y con labios calientes
- coral los tuyos y los míos rosa-
besa la noche de tus labios muda?
¡Despierta!…
VENUS:
¿Quién me nombra?
¿Quién persigue mis óleos seminales,
quién mi gruta de sombra
y navegar oculto mis canales?
PRÍAPO:
Quien solamente puede y se desvela,
levantado por ti, de noche y día,
se atiranta en candela
y no se dobla hasta que el mar lo enfría
¡Deja que te contemple!
VENUS:
Que te mire
déjame a mí también. ¡Siempre eres bello!
PRÍAPO:
¡Déjame que en tus selvas te respire!
VENUS:
¡Que me despeine en tu robusto cuello!
PRÍAPO:
¿Por qué dormías?
VENUS:
Todo era fingido.
Mi dormir no era más que desearte.
Tú alzas mi sueño cuando estás dormido.
Nací tan sólo para levantarte.
PRÍAPO:
¡Oh noche clara!
VENUS:
¡Oh clara luna llena!
¡Rayo directo que me inundas!
PRÍAPO:
Eres
taza de espuma azul, concha marina,
alga abierta en la arena,
paraíso de sal de las mujeres
secreto erizo que en la mar trasmina.
Golfo nocturno, ábrete a mí, bañadas
del más cálido aliento tus riberas.
Sabes a mosto submarino, a olas
en vivientes moluscos despeñadas,
a tajamares, soles de escolleras
ya rumor de perdidas caracolas.
Sabes también…
VENUS:
Repósate un momento…
PRÍAPO:
El reposar es mi mayor tristeza.
VENUS:
También yo quiero repetir al viento
toda mi admiración por tu grandeza.
PRÍAPO:
Hincho las velas. Habla.
VENUS:
Eres trinquete,
palo mesana, torre indagadora
y, ardido del más rojo gallardete,
cresta de gallo al despuntar la aurora.
Sales de un bosque, lanza o jabalina.
Redondos aramboles, de espejuelos
te alumbran cuando cazas.
Pende en los dos la gloria masculina.
Llenas las nubes, los cargados cielos
rebosan de sus tazas.
PRÍAPO:
¡Oh, ven más cerca! ¡Ven!
VENUS:
¡No! No me riegues,
amor, de blancos copos todavía.
Guarda, mi bien, esas nevadas flores
hasta que al fin me llegues
a lo más hondo de mi cueva umbría
con tus largos y ocultos surtidores.
PRÍAPO:
¿Qué quieres más?
VENUS:
Anhelo que me cantes
cosas que faltan. Mis alrededores
prometen sima al sur y al norte cumbres.
PRÍAPO:
Hacia ellas van mis rayos penetrantes,
su flor certera, sus certeras lumbres.
VENUS:
¿Qué ves, qué me iluminas?
PRÍAPO:
¡Oh precipicio, oh noche bordeada
de oscuridad también! ¡Despeñadero
que hacia las sombras sólo me encaminas!
Te miro y más se hunde mi mirada.
si la dicha es redonda, está en tu cero.
VENUS:
Pasa a los altos, sube a los alcores…
¿qué ves ahora, dime?
PRÍAPO:
Un baluarte
de clavel y de nieve a cada lado.
¡Oh fortalezas! ¡Claros miradores
para clavar en ellos mi estandarte
y descender al bosque enamorado!
VENUS:
Dime si escondes para mi ventura
cosas que acaso yo no sepa.
PRÍAPO:
Escondo,
también allá en lo hondo
de una caverna oscura,
de blancas y mordientes
almenas vigiladas,
una muy dulce y de humedad mojada
cautiva…
VENUS:
Yo prosigo. Son los dientes
los que fijos la rondan y dan vela.
También yo otra cautiva
como la tuya aguardo. ¿No la sientes?
A navegar sobre su propia estela
mírala aquí dispuesta, siempre viva.
PRÍAPO:
¡Oh encendido alhelí, flor rumorosa!
Deja que tu saliva
de miel, que tu graciosa
corola lanceolada de rubíes
mojen mi lengua, ansiosa
de en la tuya mojar mis carmesíes.
VENUS:
¡Flor contra flor!
PRÍAPO:
¡Qué blandos oleajes
ya por mis flancos tu alhelí resbala!
VENUS:
Gira la noche…
PRÍAPO:
Cantan los cordajes…
VENUS:
Cambia el viento… Dan vuelta los paisajes…
PRÍAPO:
Y hace en tus labios mi navío escala,
mientras tu fuente oculta, prisionera
de mi boca, entreabriendo
su dócil ya y sumisa enredadera,
dulce y quejosamente va fluyendo.
VENUS:
¡Oh bonanza!
PRÍAPO:
¡Oh tranquilo
descanso ahora! ¡Calmas, aunque plenas,
nuncios ya de los hondos y más duros
combates!
VENUS:
¡Desflecadas, hilo a hilo,
tus espumas descienden mis almenas.
PRÍAPO:
Tus arroyos y peces más oscuros
me corren por los labios todavía.
VENUS:
Un sabor a jazmín me permanece
ya tallo donde nada antes crecía.
PRÍAPO:
A tallo que por ti de nuevo crece.
VENUS:
¡Oh asombro! ¡Prodigiosa,
mágica fuerza!
PRÍAPO:
¡Abismo que me atrae!
VENUS:
¡Oh cima misteriosa!
PRÍAPO:
¡Cima que sólo en ese abismo cae!
VENUS:
Qué mármol jaspeado!
¡Pálida, arquitectónica belleza!
¡Qué alto fuste estriado
de azules ríos! ¡Capitel armado
para elevar el mundo en su cabeza!
PRÍAPO:
Avanzo ya.
VENUS:
La noche abrasa.
PRÍAPO:
Gotas
de esperma verde tiemblan los luceros.
VENUS:
Las dehesas remotas
de la luna, sus albos ventisqueros
se llenan de bramidos.
Del cielo penden signos genitales.
La Vía Láctea rueda sus henchidos
torrentes de amorosos sementales
PRÍAPO:
Gruta sagrada, toco tus orillas.
Abre tus labios ya, siénteme dentro.
VENUS:
¡Oh maravilla de las maravillas!
¡Luz que me quema el más profundo centro!
PRÍAPO:
Se confunden los bosques, las lianas
se juntan y conmueven.
en el pomar revientan las manzanas
y en el jardín copos de nardos llueven.
VENUS:
¡Qué bien cubres mis ámbitos! Sus muros
¡cómo me los ensanchas y los llenas!
¡Qué pleamar, qué viento acompasados!
PRÍAPO:
Jaca y jinete, unísonos, seguros,
galopan de corales y de arenas
y de espumas bañados.
VENUS:
Detente, amor. No infundas ese aliento
tan rápido a las brisas. Aminora
un poco el paso. Da a tu movimiento
un ritmo nuevo ahora.
PRÍAPO:
Pondré en mis alas un volar más lento.
VENUS:
¡Dulce vaivén! rezuman mis paredes
las más blandas esencias.
PRÍAPO:
Desasidas de sus más hondas redes,
ya mis médulas saltan encendidas.
VENUS:
Ten más el freno.
PRÍAPO:
¿El freno? Querencioso,
mi caballo se pierde a la carrera.
VENUS:
Sigo también su galopar furioso,
antes que derramado en mí se muera.
PRÍAPO:
¡Amor!
VENUS:
¡Amor! La noche se desvae.
Nos baña el mar. ¡Oh luz! El mundo canta.
Cae la luna… El viento…
PRÍAPO:
Todo cae
cuando el gallo del hombre se levanta.
(De Entre el clavel y la espada, 1939-1940)
Se equivocó la paloma.
Se equivocaba.
Por ir al norte, fue al sur.
Creyó que el trigo era agua.
Se equivocaba.
Creyó que el mar era el cielo,
que la noche, la mañana.
Se equivocaba.
Que las estrellas, rocío,
que la calor, la nevada.
Se equivocaba.
Que tu falda era tu blusa,
que tu corazón, su casa.
Se equivocaba.
Ella se durmió en la orilla.
Tú, en la cumbre de una rama.
(De Entre el clavel y la espada, 1939-1940)
A través de una niebla caporal de tabaco
miro al río de Francia
moviendo escombros tristes, arrastrando ruinas
por el pesado verde ricino de sus aguas.
Mis ventanas
ya no dan a los álamos y los ríos de España.
Quiero mojar la mano en tan espeso frío
y parar lo que pasa
por entre ciegas bocas de piedra, dividiendo
subterráneas corrientes de muertos y cloacas.
Mis ventanas
ya no dan a los álamos y los ríos de España.
Miro una lenta piel de toro desollado,
sola, descuartizada,
sosteniendo cadáveres de voces conocidas,
sombra abajo, hacia el mar, hacia una mar sin barcas.
Mis ventanas
ya no dan a los álamos y los ríos de España.
Desgraciada viajera fluvial que de mis ojos
desprendidos arrancas
eso que de sus cuencas desciende como río
cuando el llanto se olvida de rodar como lágrima.
Mis ventanas
ya no dan a los álamos y los ríos de España.
(De Entre el clavel y la espada, 1939-1940)
Aquí ya la tenéis, ¡oh viejas mares mías!
Encántamela tú, madre mar gaditana.
Es la recién nacida alegre de los ríos
americanos, es la hija de los desastres.
Niña que un alentado alud, que una tormenta
de anhelantes y un cálculo de pálidos funestos,
antes que trasminara de mis dormidos poros,
cuando ni ser podía leve brisa en mi sangre,
conmigo la empujaron
hacia estos numerosos kilómetros de agua.
Mares mías lejanas, dadle vuestra belleza;
tu breve añil, redonda bahía de mi infancia.
Caliéntale la frente con el respiro blanco
de la espuma, la gracia, la sal de tus veleros.
Abridle por las rosas laderas de su vida,
¡oh mares de mis cuatro litorales perdidos!,
oliveras con cabras paciendo los ramones
y un rumor de lagares en paz por las aldeas.
Perenne, una paloma
mantenga, consumiéndose, puro el vino, el aceite.
Mostradle, mares, muéstrale, mar familiar vivida,
mis raíces que crecen cuando tú te levantas,
muéstrale los orígenes, lo natal de mi canto,
su ramificación con tus algas profundas.
Sea su orgullo, niña de las dulces corrientes,
saberse voz salada, sol y soplos marinos,
crecer, siendo fluvial enredadera, oyendo
llamarse hija del mar, nieta azul de las olas.
Viva como una barca
que rebosando fondo sube a la superficie.
Yo os la suplico, mares, de faenas tranquilas,
sereno mar propicio a las llanas labores,
por donde sin acoso los náuticos arados
surquen favorecidos en los bueyes del viento.
Albas de labrantías mareas lineales,
cenit de plenitudes, de pleamar cumplida,
siesta de llenos ojos, vésperos eximidos
de la sombra y la piedra del corazón sin nadie.
Con las estrellas, alto
navegar por los fieles derroteros del sueño.
Oh mares de desgracias, rica mar de catástrofes,
avara mar de hombres que beben agua dulce,
aquí ya la tenéis! De pie sobre los hombros
de sus ríos, suspensos de sauces y caballos
llorándoos larga, verde docilidad, espejo,
palma de mano abierta a las lunas pacíficas,
con ese sentimiento del hijo que ya siente
morirse de su mar, perdiendo aves y playas,
mares abuelos, triste madre mar, os la nombro
rubia Aitana de América.
(De Pleamar, 1942-1944)
El Diablo hocicudo,
ojipelambrudo,
cornicapricudo,
perniculimbrudo
y rabudo,
zorrea,
pajarea,
mosquiconejea,
humea,
ventea,
peditrompetea
por un embudo.
Amar y danzar,
beber y saltar,
cantar y reír,
oler y tocar,
comer, fornicar,
dormir y dormir,
llorar y llorar.
Mandroque, mandroque,
diablo palitroque.
¡Pío, pío, pío!
Cabalgo y me río,
me monto en un gallo
y en un puercoespín,
en burro, en caballo,
en camello, en oso,
en rana, en raposo
y en un cornetín.
Verijo, verijo,
diablo garavijo.
¡Amor hortelano,
desnudo, oh verano!
Jardín del Amor.
En un pie el manzano
y en cuatro la flor.
(Y sus amadores,
céfiros y flores
y aves por el ano.)
Virojo, pirojo,
diablo trampantojo.
El diablo liebre,
tiebre,
notiebre,
sepilipitiebre,
y su comitiva
chiva,
estiva,
sipilipitriva,
cala,
empala,
desala,
traspala,
apuñala
con su lavativa.
barrigas, narices,
lagartos, lombrices,
delfines volantes,
orejas rodantes,
ojos boquiabiertos,
escobas perdidas,
barcas aturdidas,
vómitos, heridas,
muertos.
Predica, predica,
diablo pilindrica.
Saltan escaleras,
corren tapaderas,
revientan calderas.
En los orinales
letales, mortales,
los más infernales
pingajos, zancajos,
tristes espantajos
finales.
Guadaña, guadaña,
diablo telaraña.
El beleño,
el sueño,
el impuro,
oscuro,
seguro
botín,
el llanto,
el espanto
y el diente
crujiente
sin
fin.
Pintor en desvelo:
tu paleta vuela al cielo,
y en un cuerno,
tu pincel baja al infierno.
(De A la pintura, 1967)