Capítulo 9
Miércoles, 26 de abril de 2006.
Bar Pitwick, próximo al Texas Stadium, hogar de los Dallas Cowboys.
Irving, Texas
Había un ruido infernal y allí no se enteraría de nada. Jason indicó a sus colegas que enseguida volvía y se dirigió, móvil en mano, hacia la zona de lavabos donde el aire estaba menos cargado y los decibelios eran más bajos.
Hacía tres días que estaba en Texas, recuperando la normalidad de su vida y se sentía otro. Apartarse y mirar las cosas con distancia, por sí solo, había resuelto dudas y dado respuestas.
Dudas, como si lo que Gillian había querido decir con su comentario aquella noche en el bar tenía doble lectura.
No la tenía, ahora lo veía claro. Sus ojos, su sonrisa, toda ella era pura inocencia cuando habló, y lo que dijo tampoco tenía nada de anormal. ¿Cómo iba a caerle bien Victoria si no había parado de meterse con ella todo el tiempo?
Había sido él, que removido por palabras a las que nunca debió haber prestado atención, y cabreado por lo gordísimo que le caía el tío de los tulipanes, había sacado las cosas de contexto.
Preguntas, como si era verdad lo que Victoria había dicho y Gillian era la única mujer que realmente le importaba.
Sí, ella era la única que le importaba realmente y en ese sentido, Victoria tenía razón. Pero había un error de concepto fundamental en la pregunta y era que cuando él pensaba en Gillian, sencillamente, no pensaba en ella como mujer.
Salvo aquella noche en el bar, jamás la había mirado de esa forma. Y haberlo hecho no le produjo placer, precisamente.
Lo hizo sentir avergonzado, indigno.
El gran inconveniente de las palabras era que una vez que se pronunciaban, tomaban forma y existían. Creaban turbulencias en la mente, concentraban atención aunque solo fuera para ignorarlas.
Las palabras de Victoria habían introducido variantes nuevas, inesperadas, no solo en la relación que él tenía con Gillian, sino en la forma en que los Brady veían esa relación. La cuestión ahora era de qué manera esas nuevas variantes modificarían las cosas entre ellos.
Y mientras Jason no lo averiguara, continuaría mirándolas con distancia; la que separaba Dallas de Camden.
Pero gracias a Dios y a Graham Bell, no necesitaba ir al rancho para hablar con ella.
Esperó ansioso los seis timbrazos que Gillian demoró en contestar, y habló el primero.
—No me mates, porfa, te juro que desde que llegué no he parado...
A kilómetros de él, Gillian se recostó contra el espaldar de su cama y soltó un suspiro de alivio. Era él poniendo fin a tres días de incertidumbre y angustia durante los cuales había sacado el móvil con la intención de llamarlo unas dos mil quinientas veces por hora, para volver a guardarlo dos segundos después, por miedo a hacer otro comentario estúpido y acabar de fastidiar las cosas del todo.
—Ya, y mejor que no te pregunte qué es lo que no has parado de hacer ¿no?
Jason sonrió con picardía.
—Malpensada.
Del otro lado de la onda le llegó su risa contagiosa, tiñéndolo todo de una familiaridad que echaba en falta, tantísimo.
—¿Desde cuándo eres tan humilde? Seguro que la cola del comité de bienvenida daba vuelta la esquina.
Una sonrisa vanidosa apareció en la cara del quarterback. Era lo que oía. Y también la visión de la mujer que acababa de ponerle un papel en el bolsillo de la camisa mientras le decía en mímica que la llamara.
—Dos vueltas de caracol completas — dijo guiñándole un ojo a la pelirroja que se despedía con un gesto de la mano y se alejaba por el corredor—. Pero no es con ellas que he estado tan ocupado.
—Uy, qué raro suena eso, ¿seguro que estás bien? — “O eso, o se está haciendo mayor”, pensó Gillian.
Bien, lo que se dice bien... Dallas no era Camden. Lo cual tenía su lado bueno, dadas las circunstancias, pero también su lado malo.
—¿Y tú? — preguntó él, evitando responder — ¿Estás bien?
Bien fastidiada y muy, muy preocupada, así era como estaba Gillian. Aunque mucho menos de lo que había estado durante los últimos tres interminables días...
Pero no podía decirle eso, ni dejar que algo en su voz lo mostrara.
—Claro, yo siempre estoy bien — sonrió—, y ahora que te escucho, mucho mejor.
"Gracias a Dios". Antes de que Jason acabara de pensarlo, un suspiro de alivio escapó de su boca, delatándolo.
—¿Estabas preocupado? — dijo ella. Normal, ver su equipaje en el recibidor había sido un shock y por más que se había esforzado para que él no se diera cuenta, estaba claro, se había dado cuenta.
Jason bajó la cabeza, siguió con sus ojos el movimiento de uno de sus pies jugueteando con una colilla que había en el suelo.
Acababan de hacerle la pregunta del millón de dólares. No podía decir la verdad, pero tampoco quería seguir mintiéndole a la única persona con quien siempre había sabido que no necesitaba decir medias verdades.
Joder, esto también había cambiado. ¿Cuándo había empezado a ser tan reflexivo?
—Bueno, supongo — admitió—. Entre mi parada de pies al de los tulipanes en el bar y mi vuelta a Dallas... Seguro que habías planeado festejar mi cumpleaños de otra forma.
Qué entrañable podía llegar a ser aquel gigante.
Gillian sonrió, enternecida.
—¿El de los tulipanes? — preguntó, riendo.
Jason sonrió de mala gana.
—Por no decir “capullo” — aclaró, y al escucharla reír, pensó que era una ocasión que ni pintada para curarse en salud—. Joder, qué gordo me cae ese tío desde el mismo momento que mi padre nos presentó... y vale, los tíos pesados me resultan super cargantes, pero aunque este batió el récord, porque que yo recuerde nadie ha conseguido caerme tan mal tan pronto, la cosa no va conmigo...
—No. Envidiarte, seguro que te envidia — ¿qué hombre no envidiaba a Jason Brady?—, pero no eres su tipo.
Ya, graciosilla.
—Quiero decir que yo no tengo el millón de razones que tú tienes para que Victoria te caiga fatal. Será un capullo cargante, pero a mí no me ha hecho nada.
Qué entrañable, y qué perspicaz.
—¿Millón? Si Keith te hubiera dicho un cinco por ciento de las memeces que tu chica me dedicó, hoy sería un tulipán más, plantado cabeza abajo en el centro de Ámsterdam, campeón. “Trillón” se acerca más a la realidad.
—No era mi chica.
Sí, lo que él dijera. A las once de la noche no estaba en condiciones de discutir sobre semántica.
—Vale, lo que fuera.
Jason frunció el ceño.
—Lo que fuera es que no era mi chica.
Ya, “Jason Brady no tiene chica, en todo caso chicas". Se sabía de memoria el estribillo, pero puestos a elegir, prefería seguir pensando que él no había sido tan egoísta de aguar un momento tan esperado por toda la familia como la vacaciones de Navidad, por alguien que no le importaba en lo más mínimo...
Pero llevaba tres días deseando oírlo, y...
—Te echo de menos... — dijo con voz quejosa — ¿Cuándo vas a venir?
Él también. Pero no quería pensar en eso ahora.
—Antes de la boda, seguro.
—¿Qué boda?
Jason se echó a reír.
Así que Jordan había conseguido animarse a decírselo a John en Navidad y a él hacía tres días, pero todavía no se lo había dicho a Mandy.
—¡Joder, esto te va a encantar! — exclamó Jason.
Y se dispuso a compartir con su amiga del alma, lo que Jordan, de forma muy acertada, había llamado “el acontecimiento del año en el rancho Brady”.
* * * * *
Mandy siguió el camino de velas con una sonrisa radiante y el corazón acelerado. Toda la casa olía a jazmín. Había música suave y mucha penumbra.
No pudo evitar pensar que aquel vikingo había conseguido convertirse en un auténtico especialista en ella; le disparaba los sentidos, la imaginación y el corazón de una sentada, sin siquiera estar a la vista.
Cuando asomó la cabeza al corredor vio que el camino acababa frente a la puerta del baño de la planta baja. Él estaba en el jacuzzi.
Suspiró, se irguió y se dispuso a completar trayecto.
Jordan, con el corazón tan acelerado como el de Mandy, apuró su copa de champán cuando oyó los pasos de su chica, acercándose por el corredor. Respiró hondo.
Al verlo, ella esbozó una sonrisa que rezumaba sensualidad. A continuación, se recostó contra el marco de la puerta y, como siempre, se tomó su tiempo.
Más velas aquí y allí. Quemadores con esencia de gardenia. Espejos algo empañados por el vapor, pero no lo bastante para impedirle ver que detrás de aquel torso bestial que asomaba del borde del jacuzzi, había champán, copas y un gran bol con fresas.
La mirada de Mandy volvió sobre el rubio espectacular que, con los brazos reposando extendidos sobre el borde del jacuzzi, la traspasaba con la mirada, mirando como siempre, más allá de su piel.
Mucho más allá.
Él le ofreció su mano.
—¿Vienes?
La sonrisa de Mandy se hizo más grande. Con movimientos deliberadamente lentos, se desnudó prenda a prenda hasta quedar en ropa interior. Luego, entró en la gran bañera de aguas ligeramente borboteantes.
Jordan la rodeó con sus brazos.
—Me encanta que hagas esto — dijo él suavemente. Sus dedos bajaron por los contornos de Mandy llevándose el tanga violeta con ellos.
—¿En serio? — lo miró con picardía — No me había dado cuenta...
Las manos de él volvieron a subir, se detuvieron sobre los pechos de Mandy. Dibujaron sensualmente el contorno del sujetador, escotado, que escasamente lograba contener su busto, y siguieron camino hacia el cierre.
—Precioso — murmuró él, sonriendo masculino. Lo desabrochó. Sus manos subieron por los brazos femeninos hasta el hombro—. Tanto como me gusta todo de ti — sus manos volvieron a bajar, llevándose los tirantes del sujetador—, esto me vuelve loco... Me encanta quitártelos.
Ella se irguió un poco, sus pechos quedaron completamente fuera del agua. Él sonrió divertido y suspiró.
—Preciosas.
Mandy le rodeó el cuello con sus brazos, acortando la distancia entre los dos.
—Gracias — susurró sobre sus labios—. Y dime, guaperas... ¿celebramos algo o es un poco de locura espontánea?
Jordan se coló en su cuello. Empezó a recorrer, con los labios entreabiertos, el camino que llevaba desde el mentón de Mandy al canal entre sus pechos. Ella cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y se olvidó de todo. No necesitaba más que sentir los latidos enloquecidos de su propio corazón y el aliento caliente, húmedo de aquel hombre contra su piel.
La voz suave de Mandy le recordó que le había hecho una pregunta.
—Busco emociones nuevas — respondió, enfatizando la última palabra. Sus besos volvieron a subir el camino. Ella abrió los ojos, vio la cara de Jordan aparecer en su campo visual, con los ojos brillantes y una sonrisa sensual—. Ya sabes, experimentar...
Mandy se disponía a hablar, pero Jordan recorría otro camino con sus labios entreabiertos; dibujaba el contorno de sus labios. A ratos, hurgaba con la punta de la lengua en su boca, anunciándole qué sería lo próximo que exploraría. Pero entonces, Jordan hizo una pausa.
—¿Experimentar... con qué? — susurró ella, buscando que la pausa cesara.
Sus lenguas se enredaron en un beso corto pero apasionado. Mandy sintió que la mano de Jordan empezaba a bajar por el centro de su espalda en una caricia lenta que la hizo estremecer.
—Con esto.
Mandy se apartó apenas un poco y miró lo que él tenía sobre la palma de la mano.
Suspiró. Volvió a buscar sus besos, apasionada.
—Tú no necesitas pastillitas azules, guapo. Ni de ningún color — añadió colándose en su boca—. Eres descomunal.
Jordan devolvió sus besos, ávido. Dejó que su mano, la que le acariciaba la espalda y se había detenido en la cintura, reiniciara la marcha a través de las caderas de Mandy, entre sus glúteos, hacia la vagina.
La sintió estremecerse y a continuación, tomar la pastilla de su mano y tirarla hacia atrás. Ésta rebotó varias veces sobre el suelo de gres azul.
Jordan tomó conciencia de que había llegado la hora, y respiró hondo. Sentía los latidos de su corazón martilleando a destajo en las sienes, los besos ardientes de Mandy quemándole el pecho, y una tremenda presión entre las piernas. Su miembro empezaba a pedir alivio a gritos.
—¿Qué tal con esto otro? — susurró, esforzándose porque su voz no temblara como lo hacía cada centímetro de su cuerpo.
Sus miradas se encontraron durante un segundo eterno, luego la de Mandy se posó sobre la palma abierta de Jordan.
Ella tardó varios segundos en reunir el coraje necesario de apartar sus ojos de aquel anillo de oro con tres diamantes, y volver a mirarlo. Cuando lo logró, su corazón bailaba frenético y por la expresión de aquel rostro masculino que adoraba, supo que el de Jordan, también.
Se esforzó por cortar la intensidad con una broma, algo que les apaciguara el corazón, que aflojara la tensión del nudo que le atenazaba la garganta, la profunda emoción que ambos sentían...
—Y para que el experimento funcione... ¿dónde se supone que tenemos que ponerlo? — sonrió nerviosa, y añadió, con picardía—: Es bastante estrecho, te diré...
Fue un intento vano, ya que Jordan no sonrió. El nudo de su garganta se tensó aún más y Mandy se dio cuenta de que sus propios ojos se le estaban llenando de lágrimas y no había nada que ella pudiera hacer para evitarlo.
La mirada de Jordan se volvió tierna.
—No es un experimento. Funcionaría igual aunque no... — hizo una pausa. Tomó conciencia de que al ver aquellos ojos vidriosos, una emoción intensa lo embargó. No había contado con eso. Cuando volvió a mirarla, eran sus ojos los que se habían vuelto vidriosos—. Entre tú y yo va a funcionar todo. Siempre — notó que las lágrimas empezaban a deslizarse, copiosas, por las mejillas femeninas—. Siempre voy a estar aquí para ti — ella se estremeció—, sea como sea. Pero lo que de verdad quiero es que sea así.
Jordan miró el anillo e hizo una pausa. Al igual que Mandy, también tenía un nudo en la garganta. Eran nervios por decir algo que nunca había dicho a nadie, emoción por ser consciente de que un momento que había esperado tantos años, estaba allí. Y también angustia de que tal vez... Volvió a respirar hondo, apartó aquel pensamiento de su mente y fue a por todas.
—Te amo, Mandy. — Ella suspiró, se mordió el labio intentando hacer que dejara de temblar —.Y si me dices que no, lo entenderé. Pero es justo que sepas que voy a volver a pedírtelo. Hasta que digas que sí. Aunque me lleve el resto de mi vida...
Mandy volvió a respirar hondo. Se secó torpemente las mejillas.
—¿Vas a volver a pedirme qué? — preguntó suavemente—. ¿Acaso me has pedido algo?
—Que me dejes ponerte este anillo.
Ella miró el anillo, luego a Jordan y le rodeó el cuello con los brazos.
—Tú quieres más cosas que ponérmelo. Pídemelo.
—¿Seguro que no vas a salir corriendo si lo escuchas en vivo y en directo?
—Solamente hay una forma de saberlo...
Sí, solo había una. Jordan respiró hondo y alzó la mirada.
—¿Sabes qué es lo que más deseo en el mundo? — Mandy tragó saliva, negó suavemente con la cabeza—. Ser el último hombre de tu vida.
La sintió estremecerse al tiempo que vio que sus ojos se humedecían otra vez.
—¿Quieres casarte conmigo, bombón? — preguntó, limpiándole las lágrimas con los dedos, suavemente.
Ella exhaló ruidosamente, como si hubiera estado conteniendo la respiración, y apartó la mano de Jordan de su cara.
Luego, se coló en su boca, vehemente, apasionada, y sus dedos rozaron la palma de Jordan que sostenía la pequeña caja de terciopelo rojo.
—Eres el último hombre de mi vida — susurró, lamiéndole los labios con tanta emoción como pasión—. Desde hace mucho, mucho, mucho tiempo...
Un escalofrío recorrió a Jordan que buscó sus besos, ávido.
Ella se apartó, juguetona, y le mostró su mano izquierda. Jordan la vio mover los dedos, uno de ellos tenía el anillo a medio poner.
Le gustaba la forma en que ella intentaba sobreponerse a la emoción y seguir siendo la mujer sensual que él conocía. Le parecía el ser más entrañable del mundo.
Lentamente, sin dejar de mirarla, empezó a empujar el anillo por su dedo.
Mandy sonrió con picardía.
—Hasta el fondo, no pares — dijo traviesa, moviendo las cejas sensualmente.
"Media vida esperando este momento", pensó Jordan. No atinaba a decidir cómo se sentía... Era un sueño hecho realidad.
Ella atrajo su barbilla con los dedos. Jordan vio en aquel rostro que amaba, una expresión que nunca había visto antes, y supo que lo que vendría a continuación sería un huracán emocional. Respiró hondo, preparándose.
—¿Sabes qué es lo que yo más deseo en el mundo? — murmuró Mandy.
Jugueteaba distraídamente con sus dedos, acariciando el cabello. A veces, sus dedos le rozaban el cuello.
—Si dices que casarte conmigo, es muy posible que me ponga a mil y tengamos que dejar las confesiones para después — respondió él, con un punto de sensualidad. Eran nervios de quinceañero, y también necesidad de tenerla, ahora que sabía que era suya en todo el sentido de la palabra.
Ella lo miró con ternura, le cubrió la boca suavemente con sus dedos, instándolo a callarse.
—No, Jordan — dijo negando con la cabeza—. Sin juegos, ¿vale? — él le besó la punta de la nariz con ternura y asintió—. Lo que más deseo en el mundo es merecerte.
Él impulsivamente la besó, buscándola. Ella se apartó delicadamente, y volvió a negar con la cabeza.
—No, escucha, por favor... Quiero que me mires y veas a una mujer digna, de la cabeza a los pies, alguien de quien te sientas orgulloso... Por eso me di cuenta de que estaba colada por ti — Mandy suspiró, lo miró de reojo brevemente—. Coladísima, Dios... Bueno, por eso y por los celos — sonrió incrédula, meneando la cabeza—. Fue aquel día que nos gritamos como energúmenos...
Él frunció el ceño mirándola con picardía.
—De eso hace casi un año.
—Once meses, sí — respondió ella—. ¿Disimulé bien?
—Mejor que bien.
Se miraron sonrientes.
—Mentiroso — dijo ella, al fin. Jordan hizo un pequeño mohín, pero no dijo nada... Lo cual no hizo más que confirmarle a Mandy que estaba mintiendo—. Voy a descubrir una carta, guapo, y te voy a dejar que la veas, ¿preparado? — Jordan asintió—. No quería disimular. Quería que lo supieras, pero no sabía cómo decírtelo.
—¿Y ahora sí? — preguntó él, comiéndosela con los ojos.
La vio asentir.
—Estoy profundamente, desesperadamente, apasionadamente enamorada de ti. Es amor — dijo con toda su ternura—, y lo sé sin posibilidad de error porque nunca, jamás, en toda mi vida he sentido algo así por nadie. Solo por ti.
Aquellas tres últimas palabras completaron el mundo de Jordan, que abrazó a Mandy y se metió en su boca, en un beso pleno. Cuando un buen rato después, se retiró despacio...
—Guaaau, bombón... Voy a querer un “replay” de esto.
Ella se acurrucó contra su pecho; él la rodeó con sus brazos y se sumergieron más en el jacuzzi. El borboteo resultaba placentero y el agua, al calentar zonas del cuerpo que hasta aquel momento se mantenían frescas, les produjo una gran relajación. Ambos suspiraron.
—Los que quieras, amor — murmuró Mandy.
Él volvió a besarla.
—Dilo otra vez — pidió en un susurro apasionado sin abandonar los labios femeninos.
Mandy tomó la cara de Jordan entre sus manos, lo miró enamorada.
—Los que quieras, amor.
—Otra vez — rogó él, lloviendo besos sobre su rostro.
Ella se colocó a horcajadas sobre él.
—Todas las veces que quieras, amor... — volvió a tomar la cara de Jordan entre sus manos—. Vamos, necesito sentirte dentro de mí, por favor...
Jordan le suspiró al oído mientras la penetraba. Era la misma mujer de la que llevaba media vida enamorado, pero al mismo tiempo no lo era. En esta que lo llamaba "amor" ¿cuánto quedaba de la que hacía varios meses, cuando empezaron a salir, le había definido el tipo de afectividad que esperaba de él en la alcoba diciéndole que la ternura no la encendía?
—¿Cómo lo quieres, bombón? ¿Con ternura — sus miradas se encontraron—, o sin?
Mandy acarició sus labios suavemente, se inclinó y como si fueran un gran campo de atracción, volvió a colarse en su boca en un beso apasionado.
—Con amor — susurró tras una pausa—. Lo quiero con amor.