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Sangre y ruda amarga

Sentado entre sedas, mientras poco a poco iba perdiendo el control de mí mismo, noté un sudor frío en todo el cuerpo. Apreté los dientes y sentí que prendía dentro de mí una pequeña llama de ira. A lo largo de la vida, mi mente ha sido lo único en que siempre he podido confiar, lo único que siempre ha sido completamente mío.

Noté que mi determinación se debilitaba a medida que mis instintos eran sustituidos por una fuerza animal incapaz de ver más allá de su propio apetito.

La parte de mí que seguía siendo Kvothe estaba enfurecida; no obstante, notaba cómo mi cuerpo reaccionaba a la presencia de Felurian. Dominado por una espantosa fascinación, me sentí arrastrarme hacia ella entre los almohadones. Un brazo encontró su estrecha cintura, y me incliné para besarla con un ansia terrible.

Me puse a gritar dentro de mi propia mente. Me han golpeado y azotado, he pasado hambre y me han apuñalado. Pero mi mente me pertenece, no importa lo que le suceda a este cuerpo, ni a lo que lo rodea. Me lancé sobre los barrotes de una jaula intangible hecha de luz de luna y deseo.

Y conseguí, no sé cómo, apartarme de Felurian. Mi aliento huyó desesperado, despavorido, por mi garganta.

Felurian se recostó en los almohadones e inclinó la cabeza hacia mí. Tenía unos labios pálidos y perfectos, los ojos entrecerrados y ávidos.

Hice un esfuerzo y desvié la mirada de su cara, pero no había nada seguro que mirar. Su cuello era liso y delicado, y se apreciaba en él el rápido palpitar de su pulso. Un pecho se erguía, repleto y redondo, mientras que el otro se inclinaba ligeramente hacia un lado siguiendo la pendiente de su cuerpo. Ambos ascendían y descendían al ritmo de la respiración; se movían lentamente y proyectaban sombras parpadeantes sobre su piel. Vislumbré la perfecta blancura de los dientes detrás del rosa pálido de los labios entreabiertos…

Cerré los ojos, pero fue aún peor. El calor que despedía el cuerpo de Felurian calentaba como el fuego de una chimenea. Acaricié la suave piel de su cintura. Felurian, tumbada debajo de mí, se movió, y uno de sus senos me rozó suavemente el pecho. Noté su aliento en el cuello. Me estremecí y empecé a sudar.

Volví a abrir los ojos y vi que Felurian me miraba fijamente. Tenía una expresión inocente, casi dolida, como si no entendiera que la rechazaran. Alimenté mi pequeña llama de ira. A mí nadie me hacía eso. Nadie. Me aparté de ella. Una fina arruga apareció en su frente, como si estuviera molesta, o enojada, o concentrándose.

Felurian estiró un brazo para tocarme la cara; me miraba con fijeza, como tratando de leer algo escrito en lo más hondo de mí. Intenté apartarme al recordar el efecto de sus caricias, pero mi cuerpo sencillamente tembló. Unas gotas de sudor resbalaron de mi piel y golpetearon suavemente en los almohadones de seda y en la lisa superficie del vientre de Felurian.

Me acarició la mejilla. Me incliné para besarla, suavemente, y algo se rompió en mi mente.

Noté el chasquido, y desaparecieron cuatro años de mi vida. De pronto volvía a estar en las calles de Tarbean. Tres chicos, más altos que yo, con el pelo grasiento y los ojos achinados, me habían sacado del cajón roto donde dormía. Dos de ellos me inmovilizaron sujetándome por los brazos. Yacía en medio de un charco de agua fría y pestilente. Era muy temprano y se veían las estrellas.

Uno de los chicos me tapaba la boca. No importaba: llevaba meses en la ciudad y sabía que no debía gritar pidiendo ayuda. En el mejor de los casos, no vendría nadie. En el peor vendría alguien, y entonces ellos serían más.

Dos de ellos me sujetaron. El tercero me rasgó la ropa, desprendiéndomela del cuerpo. Me pinchó. Me dijeron lo que iban a hacerme. Notaba el horrible calor de su aliento en la cara. Reían.

En Tarbean, medio desnudo e indefenso, noté crecer algo dentro de mí. Mordí dos dedos de la mano que me tapaba la boca. Oí un grito y una sarta de tacos, y uno de los chicos se apartó tambaleándose. Empujé con todas mis fuerzas contra el que todavía tenía encima. Oí cómo se me rompía el brazo, y él aflojó un poco la presa. Empecé a aullar. Me lo quité de encima. Me levanté sin dejar de gritar; la ropa me colgaba del cuerpo hecha jirones. Derribé a uno. Busqué a tientas con una mano y encontré un adoquín suelto que utilicé para romperle una pierna. Recuerdo el ruido que hizo. Seguí golpeándolo hasta que le rompí los brazos, y luego le rompí el cráneo.

Cuando levanté la cabeza, vi que el que me había pinchado ya no estaba. El tercero estaba acurrucado contra una pared, con la mano ensangrentada contra el pecho, y me miraba con unos ojos enloquecidos. Entonces oí pasos que se acercaban; solté el adoquín y corrí, corrí, corrí, corrí…

De pronto, años más tarde, volvía a ser aquel niño salvaje. Eché la cabeza hacia atrás y gruñí por dentro. Sentí algo muy hondo en mi interior y fui en su busca.

Se apoderó de mí una tensa quietud, la clase de silencio que precede al trueno. Noté que el aire empezaba a cristalizar alrededor de mí.

Sentí frío. Impasible, recogí los trozos de mi mente y los junté. Era Kvothe el artista de troupe, Edena Ruh de nacimiento. Era Kvothe el estudiante, Re’lar de Elodin. Era Kvothe el músico. Era Kvothe.

Me alcé sobre Felurian.

Sentí que aquella era la primera vez en la vida que estaba completamente despierto. Todo parecía claro y nítido, como si viera con unos ojos nuevos. Como si no necesitara los ojos para nada y mirase el mundo directamente con la mente.

«La mente dormida», comprendió vagamente una parte de mí. «Ya no duerme», pensé, y sonreí.

Miré a Felurian, y en ese momento la comprendí entera, de los pies a la cabeza. Felurian era un ser fata. No le preocupaba el bien y el mal. Era una criatura de puro deseo, como un niño. A los niños no les preocupan las consecuencias; tampoco a una tormenta repentina. Felurian parecía ambas cosas, y ninguna. Era arcaica, inocente, poderosa, orgullosa.

¿Era así como Elodin veía el mundo? ¿Era aquella la magia de que hablaba? Nada de trucos ni secretos, sino magia como la de Táborlin el Grande. ¿Había estado allí siempre, pero no había sabido verla hasta entonces?

Era hermosa.

Miré a Felurian a los ojos y el mundo se amansó y se ralentizó. Sentí como si me hubieran sumergido bajo el agua, y como si me hubieran extraído el aliento. Por un instante brevísimo me quedé aturdido y petrificado, como si me hubiera caído encima un rayo.

El momento pasó, y todo empezó a moverse de nuevo. Pero entonces, contemplando los ojos crepusculares de Felurian, la entendí mucho más. Ahora la conocía hasta la médula de los huesos. Sus ojos eran como cuatro frases musicales, claramente escritas. De pronto la canción de Felurian ocupaba mi mente por completo. Inspiré y la canté con cuatro notas contundentes.

Felurian se incorporó. Se pasó una mano ante los ojos y pronunció una palabra afilada como un cristal roto. Noté un dolor como un trueno en la cabeza. La oscuridad parpadeó en la periferia de mi visión. Noté un sabor a sangre y a ruda amarga.

El mundo volvió a cobrar nitidez, y me sujeté antes de caer.

Felurian arrugó el ceño. Se enderezó. Se levantó. Con expresión resuelta, dio un paso.

De pie no era tan alta ni tan terrible. Su cabeza me llegaba a la altura de la barbilla. Su cabello oscuro descendía como una cortina de sombra y liso como un cuchillo, hasta la curva de sus caderas. Era delgada y pálida y perfecta. Jamás he visto un rostro tan dulce, una boca tan hecha para besar. Ya no fruncía el ceño. Tampoco sonreía. Tenía los labios relajados y entreabiertos.

Dio otro paso. El simple movimiento de su pierna era como una danza; el natural desplazamiento de su cadera, fascinante como un fuego. El arco de su pie descalzo era más sensual que nada que yo hubiera visto en mi corta vida.

Otro paso. Una sonrisa plena e intensa. Felurian era hermosa como la luna. Su poder la envolvía como un manto, estremecía el aire, se extendía tras ella como un par de inmensas alas invisibles.

Ya estaba tan cerca que podía tocarla; sentía su poder, que hacía temblar el aire. El deseo se alzó alrededor de mí como una tormenta en el mar. Felurian levantó una mano. Me tocó el pecho. Me estremecí.

Me miró a los ojos, y en el crepúsculo que estaba escrito en ellos volví a ver las cuatro tersas frases de la canción.

Las canté. Salieron de mí como pájaros que echan a volar.

De pronto mi mente se despejó de nuevo. Inspiré y guardé los ojos de Felurian en mis ojos. Volví a cantar, y esa vez me sentí lleno de furia. Grité aquellas cuatro notas contundentes. Las canté tersas, blancas y duras como el hierro. Y al oírlas, sentí que el poder de Felurian temblaba y se hacía añicos, dejando en el aire solo dolor e ira.

Felurian dio un grito sobresaltada y se sentó, tan bruscamente que fue casi una caída. Recogió las piernas hacia el pecho y se acurrucó, observándome con los ojos muy abiertos, asustada.

Miré alrededor y vi el viento. No como vemos el humo o la niebla, sino el propio viento siempre errátil. Era familiar, como el rostro de un amigo olvidado. Reí y extendí los brazos, maravillado de su forma cambiante.

Ahuequé las manos y eché mi aliento en el hueco que formaban. Pronuncié un nombre. Moví las manos y tejí mi hálito, vaporoso y sutil. Creció envolviendo a Felurian; entonces formó una llamarada plateada que la atrapó en el interior de su nombre cambiante.

La mantuve allí, por encima del suelo. Ella me observaba, asustada e incrédula; su cabello oscuro danzaba como una segunda llama dentro de la primera.

Entonces supe que podía matarla. Habría sido tan sencillo como lanzar una hoja de papel al viento. Pero esa idea me asqueó, y pensé que sería como arrancarle las alas a una mariposa. Matarla sería destruir algo extraño y maravilloso. Un mundo sin Felurian sería un mundo más pobre. Un mundo que me gustaría un poco menos. Habría sido como romper el laúd de Illien. Habría sido como quemar una biblioteca, además de poner fin a una vida.

Por otra parte, estaban en juego mi vida y mi cordura. Al fin y al cabo, el mundo también parecía más interesante conmigo en él.

Pero no podía matarla. Así no. No blandiendo mi magia recién descubierta como un cuchillo de disección.

Volví a hablar, y el viento la posó sobre los almohadones. Hice un movimiento rápido con la mano y la llama plateada en que se había convertido mi aliento se transformó en tres notas de una canción rota que se perdieron entre los árboles.

Me senté. Felurian se reclinó. Nos miramos largamente. Su mirada pasó del miedo a la cautela y a la curiosidad. Me vi reflejado en sus ojos, desnudo entre los almohadones. Llevaba mi poder en la frente, como una estrella blanca.

Entonces empecé a notar un desvanecimiento. Un olvido. Me di cuenta de que el nombre del viento ya no llenaba mi boca, y cuando miré alrededor solo vi aire. Intenté permanecer aparentemente sereno, pero me sentía desposeído, como un laúd al que han cortado las cuerdas. Me abrumó una pena que no había sentido desde la muerte de mis padres.

Vi un leve resplandor alrededor de Felurian, y comprendí que estaba recuperando su poder. Lo ignoré mientras luchaba desesperadamente para conservar algo de lo que había aprendido. Pero era como intentar sujetar un puñado de arena. Si alguna vez habéis soñado que volabais y os habéis despertado consternados por haber perdido esa habilidad, intuiréis cómo me sentía.

Fue desvaneciéndose poco a poco hasta que no quedó nada. Me sentí vacío por dentro y dolido como si hubiera descubierto que mi familia nunca me había querido. Tragué saliva para deshacer el nudo que se me había formado en la garganta.

Felurian me miró con curiosidad. Seguía viéndome reflejado en sus ojos, pero la estrella de mi frente no era más que una motita de luz. Entonces empecé a perder también la nítida visión de mi mente dormida. Miré alrededor desesperado, intentando memorizar aquella visión.

Pero la perdí. Agaché la cabeza, en parte por el dolor que sentía, y en parte para ocultar mis lágrimas.

El temor de un hombre sabio
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