49

El Edena ignorante

Vi que Elxa Dal me saludaba con la mano desde el otro extremo del patio.

—¡Kvothe! —Me sonrió con calor—. Precisamente la persona que estaba buscando. ¿Tienes un momento para mí?

—Por supuesto —dije. Aunque el maestro Dal me caía bien, no habíamos tenido mucha relación fuera de las aulas—. ¿Puedo invitarlo a una copa o algo de comer? Quería agradecerle como es debido que hablara en mi favor ante el tribunal, pero he estado ocupado…

—Yo también —me atajó Dal—. De hecho, hacía días que quería hablar contigo, pero nunca encontraba el momento. —Miró alrededor—. No me vendría mal comer algo, pero me temo que deberé renunciar a la bebida. Dentro de menos de una hora tengo que supervisar unos exámenes de admisión.

Entramos en El Venado Blanco. Creo que era la primera vez que estaba dentro de ese establecimiento, pues era demasiado elegante para una persona como yo.

Elxa Dal era fácilmente reconocible con la negra túnica de maestro, y el dueño del local lo aduló un poco mientras nos conducía a un reservado. Dal parecía sentirse a sus anchas cuando se sentó; yo, en cambio, estaba cada vez más nervioso. No se me ocurría ninguna razón por la que el maestro simpatista pudiera querer tener una conversación conmigo.

—¿Qué les apetece? —preguntó el posadero, un tipo alto y delgado, en cuanto nos hubimos sentado—. ¿Algo de beber? ¿Un surtido de quesos? También tenemos una deliciosa trucha al limón.

—Para mí, la trucha y los quesos —contestó Dal.

—¿Y usted? —me preguntó el posadero.

—Yo también tomaré la trucha —contesté.

—Estupendo —dijo él frotándose las manos—. ¿Y para beber?

—Sidra —contesté.

—¿Tiene tinto de Fallows? —preguntó Dal, vacilante.

—Sí —contestó el posadero—. Y permítame que le diga que es de un año muy bueno.

—Me tomaré una copa —dijo Dal, y me miró—. Supongo que una copa no alterará mucho mi criterio.

El posadero se marchó y me dejó a solas con Elxa Dal. Resultaba extraño estar sentado con él a una mesa. Me removí, nervioso, en el asiento.

—Bueno, ¿cómo va todo? —preguntó Dal con tono amistoso.

—Bastante bien —respondí—. Ha sido un buen bimestre, con excepción de… —Hice un gesto apuntando hacia Imre.

Dal chascó la lengua.

—Fue como volver a los viejos tiempos, ¿verdad? —Sacudió la cabeza—. Confraternización con Poderes Diabólicos. Madre mía.

El posadero regresó con nuestras bebidas y se marchó sin decir nada.

El maestro Dal levantó su copa de barro cocido y la sostuvo en alto.

—Brindemos por no ser quemado vivo por los supersticiosos —dijo.

Sonreí pese a mi turbación y levanté mi jarra de madera.

—Una tradición muy bonita —comenté.

Bebimos, y Dal dio un suspiro en señal de apreciación.

—Cuéntame —dijo mirándome desde el otro lado de la mesa—. ¿Has pensado ya qué vas a hacer cuando termines aquí? Es decir, cuando consigas tu florín.

—Pues no, no lo he pensado mucho —admití sinceramente—. Ese día parece todavía muy lejano.

—Con lo rápido que estás ascendiendo de categoría, quizá no esté tan lejos como crees. Ya eres Re’lar y solo tienes… ¿cuántos años tienes?

—Diecisiete —mentí sin ningún reparo. Era susceptible respecto a mi edad. Muchos estudiantes tenían casi veinte años cuando se matriculaban en la Universidad, y muchos más cuando ingresaban en el Arcano.

—Diecisiete —caviló Dal—. Es fácil olvidar ese detalle. Pareces mayor de lo que eres. —Con la mirada ausente, añadió—: Divina pareja, yo era un desastre cuando tenía tu edad. En los estudios, tratando de encontrar mi lugar en el mundo, con las mujeres… —Sacudió lentamente la cabeza—. Pero la cosa mejora. Espera tres o cuatro años y verás que todo se pone en su sitio.

Levantó su copa de cerámica en un brindis silencioso antes de volver a beber.

—Aunque no parece que tú tengas muchos problemas. Re’lar a los diecisiete. Eso es toda una señal de distinción.

Me ruboricé un poco, sin saber qué decir.

El posadero regresó y empezó a poner platos en la mesa. Una pequeña tabla con un surtido de quesos ya cortados. Un cuenco con pan tostado. Un cuenco de confitura de fresa. Un cuenco de mermelada de arándanos. Un platillo de nueces peladas.

Dal cogió una tostadita y un trozo de queso blanco y desmenuzado.

—Eres buen simpatista —afirmó—. Para una persona tan habilidosa como tú siempre hay oportunidades ahí fuera.

Extendí un poco de confitura de fresa sobre un trozo de pan con queso y me lo metí en la boca para tener tiempo para pensar. ¿Estaba insinuando Dal que quería que me concentrara más en el estudio de la simpatía? ¿Estaba insinuando que pensaba proponer que me ascendieran a El’the?

Elodin había sido quien había propuesto mi ascenso a Re’lar, pero yo sabía que no tenía que ser necesariamente él quien propusiera mi siguiente ascenso. A veces los maestros peleaban por algún alumno especialmente prometedor. Mola, por ejemplo, había sido secretaria antes de que Arwyl se la llevara a la Clínica.

—Me interesa mucho el estudio de la simpatía —dije, precavido.

—De eso no hay ninguna duda —dijo Dal componiendo una sonrisa—. A algunos de tus compañeros de clase les gustaría que no te interesara tanto, te lo aseguro. —Comió otro trozo de queso y continuó—: Sin embargo, tampoco es conveniente pasarse. ¿No fue Teccam quien dijo «Demasiado estudio perjudica al estudiante»?

—Creo que fue Ertram el Sabio —le corregí. Ese dato aparecía en uno de los libros que el maestro Lorren había escogido para que lo estudiáramos los Re’lar ese bimestre.

—En cualquier caso, es cierto —dijo él—. ¿No te has planteado tomarte un bimestre de descanso para relajarte un poco? Viajar, tomar el sol. —Volvió a beber—. Resulta chocante ver a un Edena Ruh tan poco bronceado.

No supe cómo responder a eso. Nunca se me había ocurrido tomarme unas vacaciones de la Universidad. ¿Adónde podía ir?

El posadero llegó con los platos de pescado, humeante y con un agradable aroma a limón y mantequilla. Ambos nos concentramos en la comida. Me alegré de tener una excusa para no hablar. ¿Por qué me felicitaría Dal por mis estudios, para luego animarme a abandonarlos?

Al cabo de un rato, Elxa Dal dio un suspiro de satisfacción y empujó su plato.

—Déjame contarte una pequeña historia —dijo—. Una historia que me gusta llamar «El Edena ignorante».

Levanté la cabeza al oír eso y seguí masticando lentamente el pescado que tenía en la boca. Me esforcé para mantener una expresión serena.

Dal arqueó una ceja, dándome pie a hacer algún comentario.

Como no dije nada, continuó:

—Érase una vez un arcanista muy instruido. Conocía todos los secretos de la simpatía, la sigaldría y la alquimia. Tenía diez docenas de nombres bien guardados en su cabeza, hablaba ocho lenguas y dominaba la caligrafía. En realidad, lo único que le impedía ser maestro era su escaso don de la oportunidad y cierta carencia de habilidades sociales.

Dal dio un sorbo de vino.

—Pues bien, ese hombre salió a perseguir el viento, con la esperanza de hallar fortuna en el ancho mundo. Y cuando iba por el camino de Tinué, llegó ante un lago que necesitaba cruzar.

Dal esbozó una amplia sonrisa.

—Por suerte, había un barquero Edena que se ofreció a pasarlo al otro lado. El arcanista, al ver que el trayecto duraría varias horas, intentó iniciar una conversación.

»"¿Qué opina —preguntó al barquero— de la teoría de Teccam de la energía como sustancia elemental y no como propiedad material?"

»El barquero contestó que nunca se había parado a pensar en ella. Es más, no tenía intención de hacerlo.

»"Pero supongo que su educación incluiría la Teofanía de Teccam", preguntó el arcanista.

»"Yo nunca tuve lo que usted llama una educación, señoría —repuso el barquero—. Y no reconocería a ese Teccam que me menta aunque se me presentara para venderle agujas a mi esposa."

»Intrigado, el arcanista hizo algunas preguntas y el Edena admitió que no sabía quién era Feltemi Reis ni para qué servía un termógiro. El arcanista siguió interrogándolo durante una larga hora, al principio por curiosidad, y luego con consternación. El colmo fue descubrir que el barquero ni siquiera sabía leer ni escribir.

»"La verdad, señor —dijo el arcanista, horrorizado—, todo hombre tiene el deber de mejorarse. Un hombre sin el beneficio de la educación es poco más que un animal."

»Como podrás imaginar —dijo Dal, sonriendo—, después de eso la conversación no llegó muy lejos. Pasaron una hora sumidos en un silencio tenso, pero cuando empezaba a divisarse la orilla opuesta, estalló una tormenta. Las olas empezaron a zarandear la pequeña embarcación, haciendo crujir y gemir la madera.

»El Edena escudriñó las nubes y vaticinó: "Dentro de cinco minutos la situación se nos pondrá fea de verdad, y para luego un poco peor, antes de que despeje. Esta barca mía no aguantará la tormenta. Vamos a tener que recorrer a nado el último tramo". Y dicho eso, el barquero se quita la camisa y empieza a atársela alrededor de la cintura.

»"Pero si yo no sé nadar", dice el arcanista.

Dal se terminó el vino, puso la copa boca abajo y la dejó con firmeza sobre la mesa. Hubo un momento de silencio expectante; Dal me miraba con una vaga expresión de autosuficiencia en la cara.

—No está mal —admití—. El acento Ruh estaba un poco exagerado.

Dal se dobló por la cintura con un rápido movimiento, imitando una reverencia.

—Lo tendré en cuenta —dijo; entonces levantó un dedo y me miró con complicidad—. Mi historia no está solo pensada para divertir y entretener, sino que también encierra una pizca de verdad en su interior, donde solo podrían encontrarla los alumnos más inteligentes. —Su expresión se tornó misteriosa—. Las historias contienen toda la verdad del mundo, ya lo sabes.

Esa noche les conté mi encuentro a mis amigos mientras jugábamos a las cartas en Anker’s.

—Te está lanzando una indirecta, zoquete —dijo Manet, irritado. Habíamos tenido malas cartas toda la noche y habíamos perdido cinco manos—. Lo que pasa es que no quieres oírlo.

—¿Me está insinuando que debería dejar de estudiar simpatía durante un bimestre? —pregunté.

—No —me espetó Manet—. Te está diciendo lo que yo ya te he dicho dos veces. Si te presentas a Admisiones este bimestre es que eres un idiota rematado.

—¿Qué? —pregunté—. ¿Por qué?

Manet dejó sus cartas sobre la mesa con una calma exagerada.

—Kvothe. Eres un chico listo, pero te cuesta mucho escuchar las cosas que no quieres oír. —Miró a derecha e izquierda, donde estaban Wilem y Simmon—. ¿Por qué no intentáis decírselo vosotros?

—Tómate un bimestre de vacaciones —dijo Wilem sin desviar la mirada de sus cartas. Y añadió—: Zoquete.

—Es lo mejor que puedes hacer —coincidió Sim, muy serio—. La gente todavía habla del juicio. De hecho, no se habla de otra cosa.

—¿Del juicio? —Me reí—. De eso ya ha pasado más de un ciclo. Lo que comentan es que me declararon inocente. Que me exoneraron ante la ley del hierro y del propio Tehlu misericordioso.

Manet dio un sonoro resoplido y bajó sus cartas.

—Habría sido mejor que te hubieran declarado culpable discretamente, en lugar de declararte inocente escandalosamente. —Me miró—. ¿Sabes cuánto tiempo hacía que no acusaban a ningún arcanista de Confraternización?

—No —admití.

—Yo tampoco —dijo él—. Y eso significa que hace muchísimo tiempo. Eres inocente. Me alegro. Pero el juicio le ha dejado un ojo morado a la Universidad. Le ha recordado a la gente que aunque tú no merezcas que te quemen en la hoguera, quizá haya arcanistas que sí lo merezcan. —Sacudió la cabeza—. No te quepa duda de que los maestros están que se suben por las paredes. Todos, sin excepción.

—Y hay alumnos que tampoco están muy contentos —añadió sombrío Wil.

—¡Yo no tengo la culpa de que se celebrara un juicio! —protesté, y luego rectifiqué un poco—. Bueno, no toda. Todo esto ha sido obra de Ambrose. Él estaba entre bastidores, partiéndose de risa.

—¿Y qué? —dijo Wil—. Ambrose ha tenido la precaución de no presentarse a Admisiones este bimestre.

—¿Cómo? —pregunté, muy sorprendido—. ¿No va a presentarse a Admisiones?

—No —confirmó Wilem—. Se marchó a su casa hace dos días.

—Pero si no había nada que lo relacionara con el juicio —dije—. ¿Por qué se ha marchado?

—Porque los maestros no son imbéciles —terció Manet—. Os habéis estado gruñendo el uno al otro como perros rabiosos desde que os conocisteis. —Se dio unos golpecitos en los labios, con aire pensativo, adoptando una expresión de exagerada inocencia—. Ah, por cierto. ¿Qué hacías en El Pony de Oro la noche que se incendió la habitación de Ambrose?

—Jugar a las cartas —respondí.

—Ya, claro —dijo Manet con sarcasmo—. Lleváis un año lanzándoos piedras el uno al otro, y al final una de esas piedras le ha dado al nido del avispón. Lo único sensato que puedes hacer es correr hasta un lugar seguro y esperar a que pare el zumbido.

Simmon carraspeó tímidamente.

—Siento tener que unirme al coro —se disculpó—, pero circula el rumor de que te vieron comiendo con Sleat. —Hizo una mueca—. Y Fela me ha contado que ha oído decir que estabas… hummm… cortejando a Devi.

—Sabes perfectamente que lo de Devi no es verdad —dije—. Solo he ido a verla para hacer las paces. Durante un tiempo pareció que iba a comérseme vivo. Y con Sleat solo he hablado una vez. La conversación apenas duró quince minutos.

—¿Devi? —exclamó Manet, consternado—. ¿Devi y Sleat? ¿Una expulsada y el otro algo peor? —Tiró sus cartas—. ¿Cómo te dejas ver con esa gente? ¿Cómo me dejo yo ver contigo?

—Venga, por favor. —Miré a Wil y a Sim—. ¿Tan grave es?

Wilem dejó sus cartas en la mesa.

—Mi previsión —dijo con calma— es que si te presentas a Admisiones, te pondrán una matrícula de por lo menos treinta y cinco talentos. —Miró a Sim y a Manet—. Me juego un marco de oro. ¿Alguien acepta mi apuesta?

Ninguno de los dos la aceptó.

Noté un tremendo vacío en el estómago.

—Pero esto no puede… —dije—. Esto…

Sim dejó también sus cartas, y compuso una expresión de gravedad que estaba fuera de lugar en su rostro, por lo general amable.

—Kvothe —dijo con formalidad—, te lo digo tres veces. Tómate un bimestre de vacaciones.

Al final comprendí que mis amigos me decían la verdad. Por desgracia, eso me dejaba completamente perdido. No tenía exámenes para los que estudiar, y empezar otro proyecto en la Factoría habría sido una estupidez. Ni siquiera me atraía la idea de buscar información sobre los Chandrian o sobre los Amyr en el Archivo. Llevaba mucho tiempo buscando y no había encontrado casi nada.

Le di vueltas a la idea de indagar en algún otro sitio. Había otras bibliotecas, por supuesto. En todas las residencias de nobles había al menos una modesta colección que contenía registros domésticos e historias de las tierras y la familia. La mayoría de las iglesias tenían exhaustivos archivos que se remontaban a cientos de años en los que se detallaban juicios, patrimonios y disposiciones. Lo mismo ocurría en cualquier ciudad de cierto tamaño. Los Amyr no podían haber destruido todo rastro de su existencia.

La parte difícil no era la investigación en sí. La parte difícil era conseguir acceso a esas bibliotecas. No podía presentarme en Renere vestido con harapos y cubierto de polvo del camino y pedir que me dejaran hojear los archivos del palacio.

Aquello era otro ejemplo de para qué me habría servido un mecenas. Un mecenas habría podido escribir una carta de presentación que me abriría todo tipo de puertas. Es más, con el apoyo de un mecenas, habría podido ganarme la vida decentemente mientras viajaba. En muchas ciudades pequeñas ni siquiera te dejaban tocar en la posada sin un título de mecenazgo.

Durante un año, la Universidad había sido el centro de mi vida. Ahora, enfrentado a la necesidad de marcharme, me sentía completamente perdido, y no tenía ni idea de qué podía hacer.

El temor de un hombre sabio
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