Prólogo

Casi todos los problemas importantes del ser humano se pueden abordar usando datos y la inteligencia artificial (IA). Pero históricamente ha sido imposible, dada la falta de referencias y la falta de enlaces que permitan el análisis de los datos.

En la última década se ha registrado un cambio enorme en el mundo de la IA y los datos. Quizá el mayor avance de todos sea que ahora el 80 por ciento de la totalidad de los seres humanos tenemos acceso a un teléfono y todo el mundo está conectado digitalmente al resto del mundo. Hasta las comunidades más pobres tienen acceso a las telecomunicaciones. Y los registros de esas interacciones miden aspectos importantes de la sociedad humana que los utiliza, porque los datos que generan al conectarse entre ellos o con las redes de telecomunicaciones, nos aportan cifras de población, patrones de movimiento y patrones de interacción entre comunidades. Y como consecuencia, ahora disponemos de informaciones sobre las condiciones de vida de los seres humanos en casi todos los rincones del mundo, y sobre los enlaces de conexión usados para obtener esos datos.

Esta nueva infraestructura de comunicaciones nos ha aportado posibilidades absolutamente impresionantes para utilizar la IA. Los registros nos dan todo tipo de información sobre nuestro entorno inmediato y podemos interactuar con ellos con la IA de un modo que hace diez años habríamos considerado una locura o algo carísimo. ¿Quieres saber cómo está el tráfico de camino a casa? ¿Qué restaurantes les gustan a tus amigos? ¿Qué tiendas del barrio están abiertas? Sólo hay que consultar el smartphone. Es algo asombroso.

Las últimas dos décadas, mi equipo del MIT Media Lab y yo hemos estudiado cómo nos afecta esto a nosotros y a nuestras interacciones, y cómo influyen estos efectos en los grandes cambios registrados por la sociedad. Por ejemplo, a través de la IA examinamos el patrón de interacción en comunidades, y nos preguntamos si los miembros de las comunidades hablan entre ellos, si hablan o no con el resto de la sociedad, si exploran o hablan con personas nuevas, o si hablan una y otra vez con las mismas personas.

Estudiando estos patrones hemos observado algo realmente sorprendente: se puede comprender la esencia de una comunidad, esas características humanas que antes eran imposibles de cuantificar, simplemente midiendo sus patrones de interacción y la IA. Los patrones de interacción nos cuentan si la comunidad está sana o enferma, si es pobre o rica, si es innovadora o si no avanza. Todo eso puede verse en el patrón de interacción entre las personas y con algoritmos de IA. Porque no es la tecnología la que dicta la esencia de la comunidad; son las personas y son las ideas que fluyen entre las personas lo que diferencia a una comunidad de otra.

Por otra parte, dándole la vuelta a este hallazgo científico podemos analizar el patrón de interacciones de esa comunidad a través de los coches o las bicicletas que circulan, a través del uso de las tarjetas de crédito o de los registros gubernamentales, y a partir de esos patrones podemos medir el lado humano de la comunidad. A partir de esas miguitas digitales y con IA se pueden identificar bolsas de pobreza, se pueden identificar barrios con un mayor riesgo de delincuencia, o barrios que se están convirtiendo en centros de innovación.

Por ejemplo, en Costa de Marfil, donde han sufrido recientemente una guerra civil, y donde no tienen censos, hemos visto que usando referencias de patrones de comunicación e IA se puede determinar qué poblaciones son pobres y cuáles son ricas. Y hacer este tipo de análisis sale barato. Eso significa tener un censo de la pobreza a tiempo real por sólo unos céntimos. Del mismo modo, se puede ver qué barrios tienen más posibilidades de convertirse en fuentes de innovación porque comunican mejor, y cuáles están en riesgo de registrar un aumento de la delincuencia porque cada vez están más aislados de las comunidades de los alrededores.

En realidad impresiona ver a través de la IA y la ciencia de los datos, que los patrones de comunicación son, aparentemente, el factor más importante a la hora de determinar las características humanas de una comunidad. Según parece no es el nivel de educación lo que más importa, ni tampoco el marco regulatorio: son las interacciones humanas. Antes de disponer de este tipo de referencias no entendíamos la importancia de los patrones de interacción humana. Había muchas teorías sobre por qué es diferente la delincuencia en distintos lugares, pero no tuvimos la respuesta hasta que empezamos a disponer de esas miguitas digitales que nos han permitido analizar los patrones reales de interacción.

Este cambio de «La mitad del mundo no ha hecho nunca una llamada telefónica» a «Podemos disponer de mapas de pobreza y de delincuencia a tiempo real» es lo que el secretario general de la ONU llama la Revolución de los Datos y la IA. Por primera vez en la historia del mundo tenemos realmente la posibilidad de ver lo que sucede en el mundo en forma de datos.

Durante toda la historia de la humanidad hemos sufrido epidemias que han diezmado la población, y los gobernantes, desde su capital, no se enteraban siquiera de lo ocurrido hasta después de que hubiera muerto la gente. En 1918, por ejemplo, hasta las sociedades más avanzadas hacían el seguimiento de la mortífera gripe registrando el número de cuerpos que llegaban al depósito. Pero ahora, gracias a una tecnología digital móvil que está por todas partes, a unos potentes ordenadores y a unas elaboradas técnicas estadísticas, podemos detectar las primeras señales de estos desastres e irlos siguiendo a medida que se desarrollan. Por ejemplo, la próxima vez que haya una epidemia de ébola, podremos usar montones de miguitas digitales y IA para hacer el seguimiento, frenarla y contenerla.

La Asamblea General de las Naciones Unidas ha decidido que los Institutos Nacionales de Estadística de cada país usen este tipo de métodos de análisis de informaciones digitales de forma continuada por el bien de la sociedad. Eso significa que los 193 países miembros de la Asamblea General de la ONU deben comprometerse a que sus Institutos de Estadística comuniquen estas mediciones de «datos para el bien social» de modo que el mundo pueda tener más información sobre violencia, desigualdades, calidad de vida, propagación de enfermedades, etc., de forma más o menos continuada. Y así, por primera vez, podemos imaginarnos un mundo en el que haya de verdad transparencia y en que se responda del funcionamiento de las políticas de los gobiernos y de las intervenciones sociales, así como del alcance de la ayuda al desarrollo.

Estamos tan acostumbrados a que la situación real quede oculta tras una nube opaca que nos cuesta imaginar un mundo en el que por todas partes se hagan mediciones fiables y a tiempo real sobre la condición humana. Pero lo cierto es que estamos progresando en dirección a ese objetivo. Por supuesto, todos estos datos que podrían proporcionarnos recursos prácticos pero también transparencia, responsabilidad, un mejor gobierno y un mundo que tenga en cuenta a todos y cada uno de los seres humanos y se preocupe por ellos, también tienen un aspecto negativo.

El aspecto negativo son los delincuentes informáticos y las malas praxis comerciales, que no respetan las normas básicas de privacidad de datos, y a muchos les preocupa este lado oscuro del uso de los registros. Telefónica, por ejemplo, ha creado un índice con el que pregunta a personas de todo el mundo qué les parecen sus registros, y han observado que un 25 por ciento más o menos está de acuerdo con la ecología de datos actual. No obstante, otro 25 por ciento manifiesta serias dudas de que vayan a producir resultados positivos, y cree que sus informaciones, sumados al impacto de los algoritmos de la inteligencia artificial que los procesan, pueden provocar resultados negativos.

Así pues, ¿qué vamos a hacer con todos esos datos? Bueno, yo creo que tenemos que promover el uso de éstos con fines positivos, para comprendernos mejor a nosotros mismos, comprender nuestras comunidades y ayudar al mundo en general. Pero también tenemos que ser prudentes; tenemos que hacer los deberes. Pablo Rodríguez, autor de este libro, fue fundamental para que mi equipo del MIT, la Mozilla Foundation, el Open Data Institute del Reino Unido y Telefónica combinaran esfuerzos en la creación del Data Transparency Lab, para que los investigadores de todo el mundo puedan comprender mejor lo que se hace con nuestros registros, los algoritmos de IA y cómo hacer el mejor uso posible de ellos.

Este libro promueve esta actitud, el uso de los datos y la IA para el bien personal y para el bien de la sociedad, pero comprendiendo al mismo tiempo los peligros de un mundo rico en éstos, y cómo se puede construir un mundo que nos proteja de estos peligros. Los datos tienen poder. Los datos son valiosos. Este libro explora el potencial de éstos y de la inteligencia artificial, sus aplicaciones para el individuo y su potencial para transformar el mundo por completo, con una llamada a la prudencia para evitar las trampas que se nos presentan, de modo que todos podamos disfrutar de un planeta mejor, con menos desigualdades y más oportunidades para todos.

PROF. SANDY PENTLAND

MIT Media Lab