Conclusión

La ciencia y la ciencia ficción se influyen mutuamente. A mí, ambas me han influenciado personalmente a largo de mi vida. Siendo niño y a medida que iba creciendo, intentaba siempre crear, construir o retocar cosas, montándolas de manera ligeramente distinta para ver qué pasaría o desmontándolas para seguir aprendiendo. Crecí en La Felguera, Asturias, en una sociedad en medio del cambio. Las décadas anteriores a mi nacimiento habían traído consigo avances tecnológicos monumentales —el viaje del hombre al espacio, los satélites, los aviones supersónicos, así como la aparición de la informática y los lenguajes de programación—. Y la década en la que nací estaba a punto de traer aún más avances, como los ordenadores personales o la telefonía móvil.

La popularización de series de televisión como Star Trek y películas como El planeta de los simios crearon un nuevo tipo de superproducción cinematográfica. Estimulados tanto por la ciencia como por la ciencia ficción de nuestro tiempo, una generación de científicos e ingenieros crecimos haciéndonos preguntas como «¿y si?» y «qué es lo siguiente?».

Hoy estamos viviendo gran parte de lo que soñábamos cuando éramos niños. El espacio ya no es la última frontera e incluso esas «comunicaciones» que vimos en las películas y series de ciencia ficción son parte de nuestra vida cotidiana. Y la prueba de esto es que probablemente tengas en tu bolsillo ahora mismo un teléfono con la misma capacidad computacional que el ordenador que llevó al hombre a la Luna.

Como tecnólogos somos capaces de hacer predicciones bastante acertadas sobre los avances en los próximos cinco años; sin embargo, mirar a diez o quince años vista requiere la imaginación y el espíritu aventurero de un niño, combinados con la mente de un científico que conoce los límites de las leyes fundamentales del Universo. Perseguir lo imposible es dejar que la imaginación te lleve a lugares a los que nunca pensaste que podrías llegar, pues saber que nuestra única limitación es nuestra imaginación nos da la sensación necesaria de optimismo para poder hacer cualquier cosa.

Así que me imagino en el 2045. Me dirijo al aparcamiento y me doy cuenta de que con el auge de los coches sin conductor, hace tiempo que las autoescuelas han desaparecido. Sacarse el carnet de conducir se ha vuelto obsoleto y más un hobby para románticos que una necesidad real. Las autoescuelas se han convertido en centros de formación que, mediante cursillos de un día, enseñan a sacar el máximo provecho a las nuevas funcionalidades de los vehículos inteligentes (por ejemplo, entretenimiento, planificación de ruta y vacaciones, teleconferencias, etc.).

Mi coche autónomo se está acercando. El coche ha leído mi deseo de ir a casa a través de un pequeño implante de comunicación cerebral que tengo bajo la piel del cráneo. También llevo varios sensores incrustados debajo de la piel para el control de la salud, como la presión arterial, balance de bacterias, o los niveles de oxígeno.

Entro en el coche y la interacción con éste es casi humana, en cuanto a voz, emoción y experiencia. El coche se ha aprendido mis preferencias musicales, de temperatura e iluminación, que se ajustan sin necesidad de apretar un botón.

La tecnología de control por pensamiento es aún bastante reciente, pero en mi vehículo ya está en marcha. Es la misma tecnología que utilizan los veteranos de guerra para mover sus extremidades protésicas de forma remota. Es un mundo en el que, con el mero pensamiento, puedes controlar tu entorno, de la misma manera que la neurotecnología ayuda a un paciente paralizado a comunicarse con el mundo que le rodea mediante la actividad neuronal.

Y cuando llego a casa, estos mismos avances neurotecnológicos me permiten «hablar» con la arquitectura electrónica de mi casa sin decir una palabra. Los mandos a distancia desaparecieron hace tiempo y los aparatos caseros también funcionan a través del pensamiento.

Al mismo tiempo el mundo de la nanotecnología está transformando nuestras vidas de manera impensable. Piel artificial, células solares pulverizables, partes del cuerpo autoreparables, capas de invisibilidad, y gran cantidad de aplicaciones médicas a nivel de ADN que podrán crear y reconstruir partes del ser humano y el medio ambiente. Por ejemplo las impresoras en 3D ya imprimen ADN sintético para repararnos desde el interior y regenerar partes del cuerpo como un diente autosustitutivo.

Abro la nevera y encuentro unas fresas que todavía están ácidas. Mi médico, que se ha especializado en big data y análisis de la información recogida por mis implantes y sensores, me ha indicado que tengo que estabilizar el nivel de PH, bajar mi colesterol, y cuidar las intolerancias. Para esto no me ha recetado un medicamento sino un conjunto de apps que se han convertido en los nuevos medicamentos preventivos.

Al lado del microondas tengo una nueva máquina que imprime comida en 3D con cientos de cartuchos de diferentes ingredientes y que uso para imprimir comida de manera rápida con la cantidad exacta de calorías y nutrientes que necesito.

Me acerco al piano, coloco mis guantes táctiles que están llenos de sensores y actuadores y que son capaces de generar impulsos de corriente que mueven los músculos de mis dedos, y me preparo para una clase de música. Mi profesor es el avatar de un famoso pianista fallecido, que consigue impartirme una clase magistral haciendo que mis dedos se muevan para aprender a tocar el piano de forma adecuada.

Antes de ir a dormir, tengo que planear mi próximo viaje. Me siento delante del ordenador y empiezo a controlar a un personaje de videojuego que está caminando por un mercado. Excepto que no es un juego. Es un robot que camina por las calles de Tokio, con señal de vídeo y audio. Es un robot de alquiler que me ayuda a comprobar el siguiente destino antes de aterrizar y desde el anonimato. Los robots se han convertido en el álter ego de las personas, entendiendo sus emociones y psicología, ayudándoles a ejecutar tareas, estar en otro lugar, haciéndoles reír, ayudándoles a hacerse preguntas, pero también acompañándoles y aconsejándoles en su travesía por la vida.

Abro el periódico y leo que la carrera más solicitada este año por los estudiantes es filosofía. Nuestra vida entera está volcada en las máquinas, los ordenadores tienen mayor computación que nuestro cerebro, y el big data se realiza de manera automática a través de la inteligencia artificial de esas máquinas. Todo es posible, todo es factible, lo importante no es el qué podemos hacer si no el por qué y el para qué, la filosofía, la ética, el hacer las cosas sostenibles, entender como nuestras acciones y la de las máquinas afectan a nuestro presente y futuro, el de los otros y lo que nos rodea —y volvemos a buscar nuevos sentidos a la vida. Las humanidades son protagonistas de nuevo, y a través de ellas, volvemos a acercarnos a aquello que nos hace únicos como humanos.

Esto es sólo un pequeño esbozo de lo que nos depara el futuro. Un futuro que se acelera exponencialmente debido a los grandes avances tecnológicos, el mundo de los datos, y la IA que cambiarán el mundo tal y como lo conocemos. No nos faltan desafíos. Hay mil millones de personas que quieren tener electricidad, millones carecen de agua potable, el clima está cambiando, la fabricación es ineficiente, el tráfico ahoga las ciudades, la educación es un lujo para muchos, y la demencia o las enfermedades degenerativas nos afectarán a casi todos si vivimos lo suficiente. No obstante, los científicos y tecnólogos, los emprendedores, y el mejor entendimiento de la sociedad, conjuntamente con la gran revolución de la IA nos permitirá encontrar soluciones para muchos de estos problemas; y estoy seguro de que lo conseguiremos. Prepárate para el nuevo mundo que está por llegar.

La IA en sí misma todavía está en una etapa incipiente. Gracias a los avances de los últimos años, estamos empezando a construir sistemas que pueden percibir, aprender y razonar, y sobre esta base, pueden hacer predicciones o recomendaciones. Casi todos los campos de la actividad humana podrían beneficiarse de los sistemas de IA diseñados para complementar la inteligencia humana. Desde la prevención de enfermedades que alguna vez fueron mortales, hasta permitir que las personas con discapacidades participen más plenamente en la sociedad, hasta la creación de formas más sostenibles de utilizar los escasos recursos de la tierra. La IA promete un futuro mejor para todos.

Un cambio de esta magnitud inevitablemente origina problemas sociales. La era de los datos y la informática nos ha obligado a lidiar con preguntas importantes sobre la privacidad, la seguridad, la equidad, la inclusión y la importancia y el valor del trabajo humano. Todas estas preguntas cobrarán una importancia particular a medida que los sistemas IA se vuelvan más útiles y se desplieguen más ampliamente.

Esto tomará un enfoque centrado en el ser humano. Y tomará un enfoque que esté centrado en el aprovechamiento del poder de la inteligencia artificial para ayudar a las personas. La idea no es reemplazar a las personas con máquinas, sino complementar las capacidades humanas con la capacidad incomparable de la IA para analizar grandes cantidades de datos y patrones que de otro modo serían imposibles de detectar.

Cómo la IA cambiará nuestras vidas, y la vida de nuestros hijos, es imposible de predecir. Pero seguro que ayudará a muchas personas jóvenes y mayores que tienen ideas imaginativas sobre cómo utilizar la inteligencia artificial para abordar los desafíos sociales. Un enfoque centrado en el ser humano sólo puede realizarse si los investigadores, los responsables de la formulación de políticas y los líderes del gobierno, las empresas y la sociedad civil se unen para desarrollar un marco ético compartido para la inteligencia artificial.

Esto, a su vez, ayudará a fomentar el desarrollo responsable de los sistemas de inteligencia artificial que engendrarán confianza para sentar las bases de una IA centrada en el ser humano en la que todos confíen.