ACTO PRIMERO

Contaduría del Teatro Calvo. Puerta de entrada en el fondo. En el foro izquierda una taquilla. En el lateral derecha puerta que condece al escenario En el lateral izquierda, mampara que da acceso al despacho del director.

En el fondo, cerca de la taquilla, una mesa. A la derecha, otra.

Entre la puerta y la taquilla, del fondo, un cartel anunciador, algo mayor del tamaño corriente, con el rótulo de «Teatro Calvo» redactado como sigue:

(Al levantarse el telón están en escena CANTO, CORTINA y CAMPANO.)

(Canto, contador del Teatro, sentado ente la mesa de la derecha, se dispone a tomar café. Cortina, taquillero, sella y cuenta el billetaje en la mesa de la izquierda, y Campano, ordenanza-avisador, todo en una pieza, envuelve unas partituras. Dentro canta el Coro a grandes voces.)

CORO:

(Dentro.)

Ole que sí.

Viva Madrid.

Viva Madrid,

y que viva la gracia

de estas cañís,

que son hijas, que son hijas

de Madrid.

De Madrid.

De Madrid.

De… Madrid. (Dejan de cantar.)

CANTO:

Estas pobres chicas no salen de Madrid ni a tiros. Y lo peor es que desde hace ocho días no oigo otra cosa.

CORTINA:

(Contando los billetes y canturreando distraído.) Que son hijas, son hijas de Madrid. De Madrid, de veinticinco, veintiséis, veintisiete, veintiocho, veintinueve… me falta uno… de Madrid. (Comienza a buscar el billete que le falta.)

CANTO:

(Saboreando el café.) Campano.

CAMPANO:

¿Qué quiere usted, señor Canto?

CANTO:

¿De dónde me ha traído usted este café?

CAMPANO:

Del café de Madrid.

CORTINA:

(Cantando y sin dejar de buscar.) De Madrid… de Madrid.

CANTO:

Oiga, Cortina.

CORTINA:

Mande usted, señor Canto.

CANTO:

¿Dónde esta la hoja de anoche?

CORTINA:

Aquí está. Désela, Campano. Me tiene ya loco este paraíso. No lo encuentro por ninguna parte. (Continúa buscando.)

CAMPANO:

(Entregando la hoja a Canto.) Tome usted.

CANTO:

Caramba; es un primor caligráfico. En cambio, de entradas, vean ustedes qué irrisión… ciento cuarenta y tres con treinta. A este paso…

CAMPANO:

Estamos perdidos.

CANTO:

Perdidos ustedes. Yo, si el señor Rigau cierra el teatro, con volver a enseñar chicos…

CAMPANO:

Verdad que usted ha sido maestro de escuela, ¿no?

CANTO:

Y de los más afamados de Madrid.

CORTINA:

(Cantando como antes.) De Madrid… de Madrid. (En este momento se abre la mampara de la izquierda y entra en escena el SEÑOR RIGAU, hombre de rostro avinagrado y que habla con cierto acento catalán. Tiene muy mal humor.)

RIGAU:

(A cortina.) ¿Qué hace usted por el suelo, Cortina?

CORTINA:

Estoy buscando un paraíso.

RIGAU:

A ver la hoja de anoche; pronto.

CANTO:

Aquí está, señor empresario.

RIGAU:

(Leyendo.) Ciento cuarenta y tres con treinta. (Enseñándosela a canto.) Ciento cuarenta y tres con treinta. (Idem a Cortina.) Ciento cuarenta y tres con treinta.

CORTINA:

Sí, señor; ciento cuarenta y tres con treinta.

RIGAU:

¿Ustedes creen que con esta hoja puedo yo cubrirme? ¿Ustedes se figuran que voy a estar abonando diariamente cuatro mil pesetas diarias para esto? Un servidor cierra mañana este coliseo a piedra y lodo y pasado mañana se va de Madrid.

CORO:

(De hombres, dentro, cantando destempladamente.)

¡De Madrid!

¡De Madrid!

¡De… Madrid!

RIGAU:

(A Campano.) Haga el favor de decir a esos becerros que se callen. (Vase Campano por la derecha. Paseándose con la hoja en la mano.) ¡Ciento cuarenta y tres con treinta! ¡Qué bestialidat! ¿Pero qué pasa en este coliseo? Hay calefacción, hay orquesta, hay mujeres, hay actores de gracia y hay ciento cuarenta y tres pesetas.

CANTO:

Es que tiene usted que ver, señor Rigau, que el repertorio esta gastadito. «El Huevo de Colón» esta pasado. «La Vencida» está muerta, y «El Vacío» da algo, pero no llena.

RIGAU:

Y que no hay que decir que el Teatro Calvo esta distante del centro, porque está enclavado en el cogollo de la Cibeles. ¿Qué le pasa al Teatro Calvo? Porque a mí no me digan: El Español de bote en bote; el Real completo; el Circo, hasta la techumbre, y el Calvo… sin nada. Vaya, que no me explico: cómo tiene tan pocas entradas el Calvo. Y que no es mía la culpa lo ve un présbita. Yo; contemporizo con los cómicos, estoy halagüeño con los periodistas, trato de agradar a la masa espectadora y no adelanto nada.

CANTO:

Tiene usted razón: usted se desvive y nadie pone nada de su parte. Todas son exigencias y abusos y chinchorrerías.

RIGAU:

Yo lo que sé es que no adelanto nada.

CORTINA:

Todo el mundo a pedir vales y a pedir dinero…

CANTO:

A propósito de dinero: la señorita Escalera desea que se le adelanten doscientas pesetas…

RIGAU:

Ya he dicho varias veces que no adelanto nada.

CANTO:

Se le dirá.

CAMPANO:

(Por la derecha.) Ya está usted servido, señor Rigau.

RIGAU:

¿Qué ensayan ahora?

CAMPANO:

Esa revista en un acto, de los señores Orozco, Pinero, Zaragozano, Rodríguez y Gallego, titulada «La Caída.»

RIGAU:

¿Y cómo no se ensaya esa zarzuela que yo recomendé, «Los Pescadores de merluza»?

CAMPANO:

Porque el músico ha tenido que arreglar un número que no podía la tiple con él.

RIGAU:

¿Por qué?

CAMPANO:

Porque era un número muy alto.

RIGAU:

¿Qué número era?

CAMPANO:

Quiero decir alto de tono.

RIGAU:

Ah, bueno, bueno; digan al señor Cabello que quiero que vaya el jueves, y que si no, el viernes cierro. ¿Me han comprendido ustedes?

CANTO:

Sí, señor.

RIGAU:

A ver si adelanto algo.

CANTO:

De modo que a la señorita Escalera…

RIGAU:

Que no adelanto nada. (Mutis por la izquierda.)

CANTO:

Bueno; ya lo habéis oído; este hombre cierra; dentro de quince días os veo contándole chascarrillos a los guardias.

CAMPANO:

Lo peor es que nadie asoma la gaita por esta taquilla.

CANTO:

Claro que es lo peor. Pues si la asomaran… (RUDESINDA, una buena mujer, paleta de la provincia de Toledo, mete la cabeza por la taquilla.)

RUDESINDA:

Buenas tardes.

CORTINA:

¡Caray! (Cada cual tira lo que tiene en la mano, precipitadamente.)

CANTO:

Despache, Cortina.

CAMPANO:

¡Ay, mi madre!

RUDESINDA:

Me van ustedes a dispensar.

CORTINA:

De nada, señora; aquí estamos para servir al público; ¿butacas o palcos?

RUDESINDA:

No, señor.

CORTINA:

¿Anfiteatros?

RUDESINDA:

Tampoco.

CORTINA:

Paraíso, ¿cuántos?

RUDESINDA:

Es que como no soy de aquí, sabe usted, joven, estoy despistá. ¿Puede usted decirme hacia dónde cae la plaza de Belén?

CANTO:

De Belén.

RUDESINDA:

Sí, señores, de Belén.

CANTO:

Dila que pregunte en el portal.

CORTINA:

Señora; pregunte usted a un Romanones.

RUDESINDA:

¿Y dónde esta Romanones?

CORTINA:

(Cerrando impetuoso.) ¡Señora, que usted se alivie! Nos ha reventao.

CANTO:

Pues sí que estamos para indicar calles.

CORTINA:

Calle usted, hombre. (Suenan golpes en la taquilla.)

CANTO:

¡Cortina, abra usted! (Abren.)

RUDESINDA:

Que ustedes lo pasen bien,

CORTINA:

(Cerrando.) Ande usted y que la pelen. (Por la puerta del fondo entra GANGA, actor de la compañía del Teatro Rigau, que como se verá, es más fresco que una lechuga.)

GANGA:

Hola, gentuza.

CAMPANO:

Hola, señor Ganga.

GANGA:

Caray, hoy no podemos quejarnos; he visto gente en la taquilla.

CANTO:

¿Cómo gente?

GANGA:

Hombre; yo he visto una señora con una pelerina, otra de más edad y tres niñas. Un palquito, ¿eh?

CANTO:

¡Un palquito!

GANGA:

Caramba, hombre; a ver si deja de gruñir el señor Rigau, pues no sabéis lo que me alegro de esto, porque hoy vengo a pedirle ocho pesetas a cuenta de la nómina de la última semana del mes que viene y si no me las da va a haber bofetadas, (A cortina.) ¿Tu qué crees?

CORTINA:

Que te da cinco por lo menos.

GANGA:

Las que necesito. (Por la puerta de la izquierda.) ¿Está aquí?

CORTINA:

Si, ahí está.

GANGA:

Pues dispensarme un momento, y que me traigo un recursito para que me las dé, que no falla. Mi señora con un catarro, la criada con otro, el niño mayor con el tifus… todo esto intercalado en una relación pavorosa de miseria y espanto es capaz de ablandar una plancha de acero. Dos catarros y un tifus. (Abriendo la puerta y colándose con inusitada frescura.) ¿Hay permiso?

CANTO:

Bueno; en cuanto le nombre el tifus le tira el grupo de la Libertad iluminando al mundo que le regaló el coro el año pasado.

CORTINA:

Es que la frescura de este Ganga es de las que acatarran.

CANTO:

(Que se ha puesto a escuchar en la puerta.) ¡Callad!

CORTINA:

¿Qué le dice?

CANTO:

Habla de una cruel enfermedad… quince noches sin desnudarse… cuarenta y décimas… la criada delirando… los niños desnudos… el tío del inquilinato apremiando…

CORTINA:

No; y le saca las ocho pesetas.

CANTO:

¡Qué bruto! Qué tono más lastimero. Lo convence… a mí me está emocionando.

CORTINA:

Bueno, ese tío no tiene par.

CANTO:

¡Chists! ¡El tifus! Ya le ha dicho lo del tifus. (Se oye un golpe en la puerta como de algo que han arrojado. Canto se aparta y se abre violentamente la puerta, apareciendo Ganga de un salto.)

GANGA:

¡Salvaje! (Cae a escena una figura grande.)

CANTO:

La libertad hecha cisco.

RIGAU:

(Dentro gritando.) ¡Que fumiguen a ese sinvergüenza!

CORTINA:

¿Pero qué ha pasado?

GANGA:

Nada, hombre, nada; ¡caray, cierra ahí! que yo creí que este señor Rigau tenía corazón y he visto que en su lugar tiene un coco. ¿Pero qué mosca le habrá picado?

CANTO:

¿Qué mosca quiere usted que le pique? Que no viene nadie y que pierde diariamente ochocientas pesetas.

CORTINA:

Es que hay que ver cómo está la sala todas las noches.

CAMPANO:

La verdad es que no viene una rata.

CANTO:

Esto es un espanto. (Entra SALOMÓN, un pobre hombre de los que se dedican a anunciar por las calles; viene desastradamente vestido y trae acuestas un enorme cartel anunciador, que dice: TEATRO CALVO. Todas las noches EL VACÍO. ¡¡Gran éxito!!)

SALOMÓN:

Buenas tardes.

TODOS:

Hola. (Deja el cartel en un rincón y se va por la derecha.) (Por la puerta del foro entra MILAGROS; una buena, chula de los barrios bajos, muy emperegilada.)

MILAGROS:

¿Hay permiso? (Entra.)

CANTO:

Cortina, despacha.

GANGA:

¡Mi abuela, qué señora!

CORTINA:

¿La señora desea palcos o butacas?

MILAGROS:

No, que no se moleste. Yo vengo por un paraguas que me dejé olvidao anteanoche en el anfiteatro.

GANGA:

Campano, vaya usted a buscar ese paraguas. ¿Me hace usted el favor de decirme qué señas tiene?

MILAGROS:

De seda, caña de cerezo y cuatro chapas de oro de catorce quilates; una abajo, otra arriba, otra más arriba y otra más abajo. Puño de asta. De caballero.

GANGA:

(A campano.) Ya lo sabe.

CAMPANO:

Voy en seguidita. (Vase por la derecha.)

MILAGROS:

Sentiría que se hubiese perdido.

GANGA:

¿Perdido? Joven, aquí no se pierde nada.

CORTINA:

(Aparte.) ¡Dice que no se pierde!

GANGA:

Pero tome usted asiento… (Todos le ofrecen sillas.)

MILAGROS:

¿Pero tanto va a tardar el buscador del paraguas?

GANGA:

(A Milagros.) Le diré a usted. Como acude tanta gente a este coliseo, y sale tan bien impresionada de las farsas que tenemos la elevadísima de representar, pues claro, los días nubosos se dejan aquí una de paragüería que ennegrece el lugar receptor de los objetos extraviados.

MILAGROS:

Usted es cómico, ¿verdad?

GANGA:

¡Oh! Desde que tuve el gusto de ingerir la primera dosis de harina Nestle. Lo llevo en la masa. ¿Qué obra vio usted anteanoche, capullo?

MILAGROS:

Una que salía un tal Colón, ya hablaban de palos y de una niña, y de la mar. ¿Trabajaba usted por un casual?

GANGA:

Ya lo creo.

MILAGROS:

Sería usted uno que hacía de fraile…

GANGA:

Ese es Mediano.

MILAGROS:

Ese es malísimo.

GANGA:

Rematao, pero es Mediano. ¿Usted se acuerda, pétalo de rosa, de un marinero que con un hacha en la mano, gritaba: «¡Muera Colón! ¡Muera Colón!»?

MILAGROS:

Calle usted, que me morí de risa. ¡Qué tío tan malo! (Los otros se ríen. Ganga la mira.) Como que dijo Venancio: «Lo que cobre de más de dos pesetas, lo estafa.» (Nuevas risas.) Pues anda, que cuando cantó aquella copla y se equivocó y dijo: «Marinero sube al pelo…» Nada, que no daba una.

CAMPANO:

(Entrando por donde se fue.) ¿Es este el paraguas de usté…, joven?

MILAGROS:

¿A ver? El mismo.

GANGA:

(Cogiéndole el paraguas a Campano.) Trae, (A Milagros.) Convénzase usted de cómo se cuidan aquí los objetos olvidados. (Abre el paraguas.)

MILAGROS:

Pero ¿qué ha hecho usted?

GANGA:

¿Cómo que qué he hecho? ¡Ah! ¿Es mala sombra?

MILAGROS:

¡Qué mala sombra! Que se le descompuso el automático hace mes y medio, y una vez abierto no hay quién lo cierre.

GANGA:

¡Caray, pues es un problema!

CANTO:

Trae, hombre… (Pretende cerrarlo sin conseguirlo.)

CORTINA:

A ver yo… (Lo mismo.)

MILAGROS:

¡Que me lo van ustedes a hacer cisco!

GANGA:

Venga, hombre, venga. No se apure usted, joven. (La cobija bajo el paraguas.) Tengo yo aquí seis cincuenta, para comprarle a usted uno fin de siecle.

MILAGROS:

¡Exagerao!

GANGA:

Servidor por contemplarla a usted cuarenta segundos seguidos, es capaz de dar la vuelta al mundo, montao en un cerdo.

MILAGROS:

¡Excéntrico!

VENANCIO:

(Chulo con capa, apareciendo de improviso por el fondo.) Cesó la tormenta.

MILAGROS:

Venancio.

GANGA:

(Más muerto que vivo.) Mi admirador.

VENANCIO:

Creo que encontrao el artefacto que se perseguía, holgaba el dúo.

GANGA:

(Trémulo.) Es que, ¿sabe usted, señor Venancio? para ver si estaba deteriorado, abrilí, digo, abréle.

VENANCIO:

Abrioli.

GANGA:

Eso es, justamente, abirli.

VENANCIO:

Pues ha metido usté las cuatro. Porque, ¿quién es el guapo que lleva eso ahora por la calle con el sol que hace?

GANGA:

Pues también tiene usted razón. Pero todo tiene arreglo. Mañana tempranito, que no hay nadie por las calles, se lo llevara aquí el ordenanza.

VENANCIO:

Gracias.

GANGA:

¿Seria usted tan amable que me indicara el domicilio?

VENANCIO:

Ahí va mi tarjeta.

GANGA:

Mil gracias. (Leyendo.) Venancio Morcacho, Palafrenero a la Federica de la Sociedad «El último vehículo.» Salud, 72.

VENANCIO:

Salud. (Mutis con Milagros por el fondo.)

GANGA:

72, sí, señor.

CANTO:

Vayan ustedes con Dios.

GANGA:

Ya lo sabe usted, Campano.

CAMPANO:

Está muy bien. (Deja el paraguas en un rincón. Por la derecha entra la ESCALERA precipitadamente, abre con furia la puerta del despacho de Rigau y penetra en él como una exhalación.)

CANTO:

¿Qué ha sido eso?

GANGA:

Mi madre. La señorita Escalera que ha entrado como una tromba en el despacho de Rigau.

ZALDÍVAR:

(Por la derecha.) Oye, Ganga, ¿ha entrado aquí la señorita Escalera?

GANGA:

¿Qué pasa?

ZALDÍVAR:

Esa mujer nos busca la ruina.

GARRIDO:

(Que es otro actor de la compañía, sale por la derecha; aparece forcejeando con sus compañeros Santoja y Zaldívar.) No, hombre, dejadme; a mí no, a mí no.

GANGA:

Pero, Garrido, por Dios.

GARRIDO:

A mí me oye.

CANTO:

Vamos, hombre, llevárselo.

GARRIDO:

No; ¡soltadme!

CORTINA:

¿Pero qué ha pasado?

CAMPANO:

¿Qué ocurre?

GARRIDO:

Que me dejéis, hombre; que me dejéis. No, no y no.

GANGA:

Pero oye, Santoja, ¿qué es?

SANTOJA:

Chico, el delirio.

ZALDÍVAR:

Vente, Garrido.

CANTO:

Llevádselo.

GARRIDO:

¡A mí no, no y no!

RIGAU:

(Dentro.) ¡No, no y no!

ESCALERA:

(Saliendo.) Señor Rigau, esas palabras…

RIGAU:

(Saliendo.) ¡Fuera, fuera!

ESCALERA:

(En el mutis, muy rabiosa a Garrido.) ¡¡TÍO!!

GARRIDO:

¡Señor Rigau!

RIGAU:

¡He dicho que fuera! (Silencio profundo.)

GARRIDO:

Mire usted, señor Rigau…

RIGAU:

¡Silencio!

GARRIDO:

Es que reconozca usted…

RIGAU:

He dicho que silencio.

PITA:

(Apareciendo por la puerta del fondo.) Muy buenas tardes.

TODOS:

¡Chisss! (Rigau pasea un momento.)

PITA:

(Muy bajito a Ganga.) ¿Qué pasa?

TODOS:

Chisss…

RIGAU:

Me faltaba solo una gota, una gota para rebosar el recipiente de la indignación y esa gota se ha vertido. Esto no es una compañía. Estos son los cuarenta y cinco niños de Ecija, pero más bandoleros si cabe que los nueve famosos…

CORTINA:

Siete.

RIGAU:

¿Eh?

CORTINA:

(Sellando.) 7, 8, 9, 10, 11…

RIGAU:

¡Silensio! ¿Ustedes se han propuesto que cierre?

TODOS:

No, no, señor Rigau…

RIGAU:

¡Silensio!

PITA:

Caray, dejarle que se explique.

RIGAU:

Pues a mí no me da la gana de cerrar. A mí no se me impone nadie. (Todos sonríen satisfechos.)

PITA:

Muy bien dicho. Al señor no se le impone nadie.

RIGAU:

Y he decidido hacer una rebaja general en la nómina.

TODOS:

Pero rebajar más…

RIGAU:

Silensio o cierro.

PITA:

¡Ole los tíos!

RIGAU:

¡La nomina! (Canto le da la nómina.) Señor Cacto, vaya eliminando el cincuenta por ciento de su sueldo a todo el mundo. (Todos comentan en voz baja.) ¡Silensio; fuera de aquí! (Mutis de todos los actores.) Pues hombre, no faltaría más. ¡Fuera! ¡Fuera!

PITA:

Bueno, a mí estas determinaciones enérgicas me encantan, porque como yo soy un impulsivo…

RIGAU:

(Encarándose con Pita.) ¿Y vostet, quién es?

PITA:

Un impulsivo.

RIGAU:

Digo que qué pito toca usted en la compañía.

PITA:

¡Ah! Pues verá usted. ¿Los señores son de confianza?

RIGAU:

Si, señor.

PITA:

Pues yo espero de su amabilidad que me oiga cinco minutos.

RIGAU:

Venga lo que sea y rápido.

PITA:

Me es usted muy simpático, señor Rigau, y según he podido observar, es usted muy amable. Vamos a ver; ¿qué le parecería meterse, en cualquiera de los bolsillos veinte mil duros, pesetas más, pesetas mucho más?

RIGAU:

¿Ha dicho usted veinte mil duros?

PITA:

No quito una gorda.

RIGAU:

Bueno, pero vamos a ver… ¿quién me va a meter esos veinte mil?

PITA:

Un servidor.

RIGAU:

Vostet, Canto, aserque una silla aquí al señor.

PITA:

(A canto.) Muchas gracias, señor Canto; y de paso le agradecería mucho que cerrase ese paraguas, porque vamos, un paraguas abierto bajo techado…

RIGAU:

Pero hombre, ¿cómo tenéis ese paraguas abierto?

CORTINA:

Es que no se puede cerrar, señor Rigau.

RIGAU:

Pues llevárselo, hombre.

CANTO:

Campano, lléveselo al cuarto de la señorita Espinosa. (Campano hace mutis por la derecha con el paraguas.)

RIGAU:

Pues usted dirá.

PITA:

Señor Rigau. Por casualidad, ¿presenció usted hace tres meses el estreno de un sainete en el teatro Martín que se titulaba «Toda la noche me llevo atravesando pinares o alla va la nave, quién sabe do va?»

RIGAU:

¡Señores, qué grita! La que barre el teatro me dijo que al día siguiente vendió ochenta y cuatro conteras de bastón y treinta y tantos tacones de brodequines.

PITA:

Como que hubo veinticinco llenos rebosantes por patear el sainetito.

CANTO:

¿Tan malo era?

PITA:

Hombre, malo, no señor. Lo que pasaba es que tenía unos cuantos chistes que invitaban a la pataleta.

RIGAU:

(Intrigadísimo.) ¿Y dice usted que dio veinticinco llenos?

PITA:

Como veinticinco soles.

RIGAU:

Caray. ¡Siga usted!

PITA:

¿Usted recuerda una zarzuelita que se estrenó en Novedades hará un mes, titulada: «¡Soy del moro, soy del moro!…»?

CANTO:

Calle usted, hombre. ¡Si se llenaba todas las noches para patear aquél chiste del cuadro segundo!

PITA:

¡Ah, el del harem!

RIGAU:

¿Cómo era?

PITA:

Nada, una tontería, pero el público lo tomaba como si le llamasen miserable.

RIGAU:

Bueno, bueno; pero ¿cómo era?

PITA:

Nada, que el sultán Alí-Baba tenía treinta judías favoritas y entraba la ictericia en el harem y Alí-Babá, desesperado, se las vendía a un hebreo por cuatro cuartos, y decía el hebreo al salir del palacio del Sultán: «He comprao seis pesetas de judías verdes.»

RIGAU:

¡Qué barbaridad!

PITA:

No se puede usted figurar el escándalo que se armaba.

RIGAU:

Lo que no comprendo es cómo está todavía el teatro en pie.

PITA:

Pues dio cuarenta y dos llenos a reventar.

RIGAU:

¡Caray!

PITA:

Como que el público se divertía de una manera espantosa. Hubo quien se llevó unas castañuelas y en una escena peripatética entre un califa y un santón, cuando el califa mandaba al santón a la Meca, se subió en la butaca y se arrancó diciendo:

Arenal de Sevilla.

Torre del oro…

CANTO:

¡Bah! Llenándose el teatro lo mismo da que vengan a aplaudir que a silbar.

RIGAU:

También tiene usted razón; lo que importa es que se llene. Mientras no desperfectúen el coliseo o agredan a los acomodadores.

PITA:

¿Es usted de esa opinión? Pues agárrese usted, amigo Rigau.

RIGAU:

¿Por qué?

PITA:

Porque le traigo a usted una obra que son cien representaciones a teatro abarrotado; usted refuerza el pavimento, afianza las butacas, quita el cortinaje, recubre las bombillas con tela metálica, pone cota de malla a los acomodadores y este año liquida usted con veinte mil duros de superávit.

RIGAU:

¿Pero usted quién es?

PITA:

El autor de «Toda la noche me llevo», etcétera. «Soy del moro», ídem del ídem, y… (Sacando un manuscrito.) de esta majadería lírico-dramática… que va usted a tener el honor de oir patear.

RIGAU:

¿Pero usted es por un casual el señor Pita?

PITA:

Sí, señor; el machacado Pita.

RIGAU:

Hombre, la verdad es que tiene usted un primer apellidito para esas obras, que endilga…

PITA:

Pues si yo le dijera el segundo…

RIGAU:

¿También es alusivo?…

PITA:

Segura, para servirla. (Por la derecha sale DOÑA CRÓTIDA, madre de una tiple, que trae el paraguas abierto.)

CORTINA:

Pues hijo, ni que fuera esto un chiscón; pues a mi hija no la toma nadie el rodete.

RIGAU:

¿Qué pasa?

CORTINA:

A ver quién ha sido el chusco que ha metido en el cuarto de la primera actriz, u séase a mi hija, este paraguas abierto, porque si ha sido pa hacer la jetatura, va a tener que comprarse un estuche pa las narices. Pues hijo, ¡no faltaba más! (Dejando el paraguas.) ¡Ahí dejo eso! (Vase.)

RIGAU:

Bueno, continúe usted, señor Pita.

PITA:

Hombre, la verdad, yo con este paraguas abierto, no digo esta boca es de un servidor.

RIGAU:

¡Cortina, llévese ese paraguas!

CORTIN:

Voy. Yo lo dejo en el escenario… (Vase por la derecha.)

RIGAU:

Ahora puede usted continuar.

PITA:

Pues como le decía, amigo Rigau, usted liquida este año con veinte mil duros de superabit.

RIGAU:

¡¡Veinte mil duros!!

PITA:

(Extendiendo la mano sobre Canto.) Lo juro con la mano puesta sobre el contador.

RIGAU:

Miri, miri, no m'embolique.

CANTO:

Pero usted, ¿en qué funda esa seguridad?

PITA:

¡Ah, amigo! La fundo en la experiencia. En el teatro, señores, hay tres clases de fracasos. Fracasos de tercera, segunda y primera. Me explicaré. Fracaso de tercera: el público se inquieta, se revuelve, se crece, murmura… un rumor sordo comienza a percibirse, son ochenta bastones que se agitan trémulos. La ola avanza, la sala hierve, el piso tiembla, las butacas crucen… estalla la tormenta. Mil voces gritan: ¡Fuera, fuera; no, no, no!; cae la cortina en medio de un griterío ensordecedor y R. I. P. (Entra CORTINA por donde se fue.)

RIGAU:

Muy bien visto.

PITA:

Y oído. Fracaso de segunda: La gente se aburre como una pirámide. En la sexta escena se oye un bostezo, en la octava una tos, en la novena se duermen varias señoras y en la doce se manifiesta plenamente el cansancio. Se oye: ¡qué pesadez! ¡Qué lata! Cae el telón lentamente; se escucha un aaah… prolongado y el duelo se despide en la taquilla.

RIGAU:

Es vostet un gran observatorio.

PITA:

Fracaso de primera o sean los de un servidor, que tiene dos niñas que van de largo. Desde que se levanta el terciopelo, no me pregunte usted por qué, empieza el choteo. Hay quien la toma con la decoración y dice, ¡Maravillosa perspectiva! ¡Que salga el de la brocha! Veinte o treinta buenas almas sisean compasivos y hay quien grita: ¡Que es muy pronto! ¡Dejar que digan algo! Comienza el diálogo y llega desgraciadamente el primer chiste y ochenta voces, como si fueran una sola, hacen ¡aaah!… y entramos francamente en el jolgorio. Se dice el segundo chiste y… ¡bravo, que salga el autor! Aparece un personaje a decir: ¡El conde Lambertini aguarda en el salón! —Que pase el conde. —¡Que no se detenga el conde!… —Aparece el conde y vuelta a ovación: ¡Que hable el conde! ¡Que baile el conde! La tiple canta:

En su amor estoy cautiva,

su imagen aquí está viva…

todo el mundo: ¡Viva! ¡Viva! Y Dios la libre de rozar una nota, porque hay pollos que hacen el gallo; cuatro gatos que hacen el perro y total una noche felicísima, amenísima, divertidísima… Se corre la voz de que el estreno ha sido una juerga… y a la noche siguiente, bofetadas por tomar localidades. (Entra CORTINA.)

RIGAU:

¿Qué le parece a usted, amigo Canto?

CANTO:

Descrito aquí por el amigo, colosal.

PITA:

Le advierto a usted que un fracaso de estos es más negocio que irse al infierno a vender helaos.

RIGAU:

Y vamos a ver, ¿vostet, me garantiza que esa obra que me trae es un fracaso de primera, verdat?

PITA:

En cuanto yo le indique ligeramente el argumento y le coloque cuatro chistecitos de los de menos relieve, me manda usted hacer una capilla.

RIGAU:

Hombre, me hase algo irreverrente…

PITA:

Y quien dice una capilla, dice un gabán, que es lo mismo.

CORTINA:

Oiga, amigo Fita. Díganos usted algunos chistes, porque a usted se le ocurre cada barbaridad…

PITA:

Bueno; en el primer cuadro, a los cuarenta segundos de levantarse el telón, se dice la siguiente pequeñez: A un personaje, le apellido Plí, porque me da la gana y para hacer una preparacioncita; y a otro le digo Plá, que no une negarán ustedes que es un apellido.

CORTINA:

Desde los visigodos.

PITA:

Muy bien, eso es. Pues llega de París un tal Mr. Dumont con un plé y un paraguas. Sale don Viriato y al preguntarle ¿qué nos trae usted de París, señor Dumont? El señor Domont, responde; este plé para Plí, y este párapluie para Plá.

RIGAU:

Me quedo sin butacas.

CANTO:

Otro, otro.

PITA:

Este es de acción. La Condesa Olga, ataviada con rico traje de corte con su cola correspondiente, interviene en una cuestión entre el Barón de Omar y el Conde Osir. Omar insulta a Osir, y cuando Osir va a arrojarse sobre Omar, Olga para evitar el escándalo dice a Osir: Acompáñeme usted. Osir, reprime su cólera, sonríe galantemente y exclama aparte: ¡Le pegaré! y va y coge la cola.

RIGAU:

¿Lo entenderán?

PITA:

En cuanto hablen de pegar y vean que coge la cola, ni que fueran tontos.

RIGAU:

(Frotándose las manos y muy contento.) ¿Y eso en la primera escena, eh?

PITA:

Pues hay uno que es el que tengo preparado para el pitorreo, que asusta. Es político.

RIGAU:

A ver, a ver…

PITA:

Dice el Rey al Almirante Oquendo; ¿Estuvisteis invernando allende la frontera o aquende la frontera? No he salido del reino, Majestad, dice el Almirante. Inverné en mis posesiones del río Halazar. Y pregunta el Rey ¿Aquende, o allende Salazar?…

RIGAU:

¿Y qué contesta Oquendo?

PITA:

Aquende.

TODOS:

Ja, ja, ja, ja…

CANTO:

Bueno; juega usted con las palabras de un modo que asusta.

PITA:

Con cualquiera hago yo locuras. Usted me dice una palabra, «Ascenso» por ejemplo. Bueno; pues le hago veinte chistes con el censo y todavía me queda el as para barajarlo.

RIGAU:

¿Y ese argumento, amigo Pita?

CANTO:

Hombre, sí, el argumento, el argumento.

PITA:

¡Oh! el argumento. Nada, una ñoñez. Oído, estamos en Babia.

RIGAU:

Estará vostet.

PITA:

Digo que estamos en el reino de Babia, porque así lo he bautizado yo; en cuyo reino hay un soberano, el Rey Fúcar XXI, de la dinastía de los Gotha, casado con la reina Sara, hermana de Catapún de Camambert de la casa Paté del principado de Chanfaina. El primer cuadro es una fiesta que da Fúcar XXI, en una hermosa quinta que posee en Amsterdán; allí se mezclan los duques, barones, condes, marqueses…

RIGAU:

Comprendido. También habrá, almirantes, príncipes, infantes…

PITA:

Pocos, almirantes, uno; príncipe, uno, e Infantas, cuatro. Mucha alegría. Cantan un brindis y de pronto se presenta en la quinta Marietta, una aldeana hermosísima a traer una canastilla de flores al Rey. Viene con Gastón, su hermano, que es guarda jurado. Número de música. Se hacen comentarios sobre la hermosura de Marietta y pregunta el Rey a Gastón: ¿Tú eres de esta quinta, no? Y responde el guarda: soy de la quinta del 94.

RIGAU:

Atiza.

PITA:

Atizarán.

RIGAU:

Pero, señor Pita, por los clavos de Cristo.

PITA:

Mutis de Marietta y Gastón y los nobles invitan al Rey a que cuente sus aventuras. Ahora viene el disloque. Relata que en Liverpool, conoció a cuatro lindísimas americanas casadas con dos pares de Francia y dos lores ingleses.

RIGAU:

Estoy viendo que hace usted un chiste con las cuatro americanas.

PITA:

No, señor; lo hago con los dos pares.

RIGAU:

Me es igual.

PITA:

Enardecido por el relato de sus aventuras, se entrega el Rey a un bacanal, con las damas de su corte, y en lo más culminante de la escena, entra la Reina Sara, su hermano Catapún de Camamberg y el Príncipe Japonés Chink-Chink. El Rey, al verlos, se queda aterrado y cae sobre un diván exclamando: ¡Sara! ¡Catapún! ¡Chink Chink! Y viene un número de música, que como nadie se pone de acuerdo, el músico ha hecho un concertante y termina el cuadro en medio de un alboroto infernal, saliendo todos de estampía y quedando sola la Reina Sara.

RIGAU:

Precioso.

PITA:

Por eso titulo yo a este cuadro «El desierto de Sara.»

RIGAU:

Para que le den a usted un tiro.

PITA:

En el segundo cuadro, el Rey, francamente libertino, se encuentra en Madrid y asiste a una fiesta española dada en su honor, donde bailan unos panaderos.

RIGAU:

Hombre; unos panaderos con el Rey…

PITA:

Es un baile, señor Rigau, un baile que hacen, (Cantando.) Pam, pampam, pan, pan…

RIGAU:

¡Ya! Si hacen, pan, sí.

PITA:

No me negara usted que es un baile que tiene mucha miga.

CANTO:

¿Y como acaba el cuadro?

PITA:

Con un tocador de guitarra, un cuadro de baile y la célebre cantaora Consuelito Mesa. El Rey se entusiasma y dando vivas dice: ¡Me llevo el cuadro, la Mesa, y el tocador! Juerga estupenda y cae el telón.

RIGAU:

Hombre; ¿Sabe usted que eso me va gustando?

PITA:

Pues luego viene un cuadrito corto; el Rey en alta mar, camino de su tierra que yo titulo la travesía de Fúcar; y el último cuadro… ¡Oh, el último cuadro!… (Por la derecha entra precipitadamente el señor GANGA.)

GANGA:

¡Señor Rigau!

RIGAU:

¿Eh? ¿Qué pasa?

GANGA:

La señorita Escalera ha devuelto el papel de la obra nueva y dice que no trabaja.

RIGAU:

¡Que se vaya a su casa!

PITA:

¿Cómo a su casa? ¡Quiá! Esa señorita me hace falta para la Reina Sara.

RIGAU:

Eso es otra cosa. Pero imposiciones no.

PITA:

Déjeme usted que yo hablaré con ella.

RIGAU:

No adelanta usted nada. Es una mujer insoportable.

GANGA:

Imposible.

PITA:

Yo la hablaré serenamente.

GANGA:

En ese terreno no consigue usted nada, y si usted le grita, ella le habla a usted más alto.

PITA:

¿A mí muy alto? ¿Que me habla a mí muy alto? ¡Que me traigan la Escalera! (MERCEDITAS ESCALERA, entra impetuosamente por la derecha.)

ESCALERA:

Aquí está la Escalera.

PITA:

Vamos a ver; ¿qué le pasa a usted?

ESCALERA:

Pues me pasa que aquí se me denigra. ¿Ah, no? ¡Pues sí! (Por cortina.) y que el tío este que hace los sueltos de Contaduría me ha puesto en ridículo.

RIGAU:

¿Pero qué dicen esos sueltos? ¡Si los he redactado yo!

ESCALERA:

¿Ah, sí? Se me da lo mismo.

RIGAU:

Venga un periódico.

CAMPANO:

No tenemos.

ESCALERA:

¿Ah, no? Se me da lo mismo. (Desdobla un periódico que trae.) Y no trabajo, no señor. ¿Ah, sí? No señor; ¡no! (Leyendo.) Teatro Calvo. En la próxima semana se estrenará en este elegante y favorecido teatro la linda zarzuela en un acto titulada «La Caída», original de los señores Cuesta y Arriba. «La Caída» encaja perfectamente en las facultades de la Escalera y no dudamos que esta bellísima tiple quedara a su altura de siempre.

RIGAU:

Pero…

ESCALERA:

¿Ah, sí? Pues no. Además, en la «Caída» hay dos números imposibles de cantar y tres o cuatro monólogos dramáticos que son otros tres o cuatro latiguillos y yo no hago «La Caída» con latiguillo. ¿Áh, sí? Pues no. Yo he venido aquí contratada de tiple cómica, porque yo no soy la Sarah Bernard. ¿Ah, sí? Pues no.

PITA:

Nadie la ha tomado por la Sarah Bernard.

ESCALERA:

Por la Sarah Bernard, no; pero por el pito de un sereno, sí. ¿Ah, no? Pues sí. En el segundo cuadro de esa obrita, la Pozanco sale de mariposa, la Peñuela de bichito de luz, la Jordá de gusano de seda y yo de caracol y todo el mundo dirá: mira la Escalera de… de caracol. ¿Ah, si? Pues no. No señor ¡no! Además, ¿qué obrita es esa que se le reparte a la Pozanco?

RIGAU:

Si es un entremés… «El Ascensor».

ESCALERA:

¡Pues no!

RIGAU:

Se ha hecho para proporcionarle a usted algún descanso, en la sección de las 10…

ESCALERA:

Ah, pues eso se anuncia.

RIGAU:

Ahora mismo. Escriba usted, Cortina.

ESCALERA:

No, usted, no; que ya sé cómo las gasta.

RIGAU:

Pues entonces que dicte el suelto aquí el señor Pita que es literato.

PITA:

(A cortina.) Escriba usted. Pues nada, que… para proporcionarle algunos descansos a la Escalera se pone «El Ascensor» en el hueco… ¿no?

RIGAU:

¡Sopla!

CANTO:

¡Atiza!

ESCALERA:

(Arrojándose sobre Pita.) ¡Tío! ¡Tío! ¡Tío! ¿Retruécanos a mí?

PITA:

¡Ay! ¡Que me cojan la Escalera que me caigo!

RIGAU:

(Sujetándola.) ¡Señorita Escalera! ¿Pero va usted a agredir a un autor que me trae la salvación de la temporada?

ESCALERA:

Ah, pero este señor es…

RIGAU:

Sí, autor; y debía usted de haberse contenido, porque puede usted dar gracias a Dios, de que a este señor se le haya ocurrido traernos una obra, porque si no hubiera cerrado.

ESCALERA:

(A Pita.) Usted perdone, caballero.

RIGAU:

Porque estoy harto de autores, cómicos y danzantes que no me proporcionan más que disgustos y ni una peseta. ¡Cortina!

CORTINA:

¿Qué manda usted?

RIGAU:

Vaya al escenario y diga que se ha terminado el ensayo de «La Caída».

GANGA:

Pero…

RIGAU:

Silencio. Y que comparezcan las primeras partes en esta contaduría.

CORTINA:

Volando.

RIGAU:

Y usted, señor Pita, me va a hacer el favor de leer en este mismo instante ese monumento retruecanista a todos esos bandidos.

PITA:

¿Pero ahora mismo?

RIGAU:

Ahora mismo. Y mañana ensayo y ¿hoy qué es, lunes? Pues el jueves se estrena.

GANGA:

Señor Rigau…

RIGAU:

El jueves se estrena. Es mi última voluntad.

PITA:

¡Dejadlo! ¡Es su última voluntad! (Por la derecha van apareciendo poco a poco con cara de asombro los artistas de la compañía del «Teatro Calvo», señoritas Gómez, Selgas, Pozanco, Espinosa, Manchón, Martínez, Escoriaza y los señores Garrido, Gómez, Zaldívar, Cabello, Mediano y Carrillo. Entra también Cortina.)

RIGAU:

Pasen, pasen; no se queden vostedes ahí mirando como si fuéramos seres fantasmagóricos.

MEDIANO:

(Más muerto que vivo.) Nos ha dicho Cortina que suspendiéramos el ensayo de «La caída» y que tuviéramos la amabilidad de pasarnos por contaduría. ¿Es que… se nos va a despedir?

RIGAU:

Eso es lo que se debía hacer.

GARRIDO:

Le advierto a usted, señor Rigau, que yo no me he metido en nada. Ha sido la señorita Escalera…

RIGAU:

Haga usted el favor de callar, o le planto en la calle. Acérquense ustedes. (Todos se acercan temerosos y asustados.) Ustedes Saben cómo marcha el negocio.

TODOS:

Muy mal, muy mal.

RIGAU:

Y ustedes saben que yendo el negocio de esa forma, yo tengo que ir necesariamente…

TODOS:

Muy mal, muy mal.

RIGAU:

No sé a qué obedece esto. En el ánimo de todos esta cómo ustedes trabajan.

TODOS:

Muy bien.

RIGAU:

Muy mal.

CABELLO:

No; queremos decir que usted se explica muy bien.

RIGAU:

Ah, entonces, muy bien. Y como tenemos en ensayo tres majaderías sentimentales literarias, que ¡eso si! tienen mucho sentimiento, pero el público no puede hacer más que acompañarnos en el sentimiento y no volver, se quitan de la tablilla, y denle ustedes gracias a Dios que ha llegado este caballero con una obra con la cual vamos a tirar hasta Abril con el teatro con copete.

TODOS:

¡Caballero!

¡Señor mío!

¡Mil enhorabuenas! (A Pita.)

¡Celebro…!

Servidor…

RIGAU:

Bueno, menos coba.

PITA:

Muchísimas gracias a todos.

CABELLO:

¿Y cuándo tenemos el gusto de oír esa novena maravilla?

RIGAU:

Ahora mismo. Las cosas en calefacción.

CABELLO:

¡Pues no faltaba más!

GANGA:

¡Ya lo creo!

ESCALERA:

Ahora mismo. (Todos cogen sillas y se sientan de pronto.)

RIGAU:

¡Caray, ni tanto ni tan poco pelo!… ¡Campano!

CAMPANO:

¿Qué manda usted?

RIGAU:

A ver, coloque aquí una mesita para el autor…

CAMPANO:

En seguida. (Lo hace.)

RIGAU:

(A Pita.) Si vostet quiere tomar café, pastas, pasteles, aceitunas o cosa análoga, lo dice, ¿eh?…

PITA:

Bueno; que traigan café.

RIGAU:

Campano, que avisen un café. (Campano vase por el fondo.)

GANGA:

Para esta gloria literaria es poco un café; que traigan seis.

RIGAU:

Señor Ganga, nadie le ha dado vela, y vostet, señor Pita, cuando vols.

(Pita se queda de pie detrás de la mesita, Rigau y los demás le rodean sentados.)

PITA:

Pues, señor; no me creí jamás que fuera esto tan rápido, pero, en fin… (A todos.) Aplaudida farándula: Permítaseme un breve prefacio, que es conveniente, para que ustedes no se llamen a engaño. Esta obrita la van a gritar.

CABELLO:

¡Por Dios!… ¿Qué dice usted?

GANGA:

¡Gritarla! Hombre… esto va a ser un éxito formidable.

ESCALERA:

¡Qué modestia!

PITA:

¿Han concluido los elogios?

GANGA:

Sí, señor; pero conste que son muy merecidos.

PITA:

Muchas gracias. (Muy alto.) Esta obra la van a gritar, porque yo la he hecho para que la zumben.

GANGA:

¿Pero qué dice este hombre? (Comentarios en voz baja.)

RIGAU:

¡Chiss!… ¡Silensio!

PITA:

Pero como la zumba va a ocasionar una hora de solaz y esparcimiento al ilustrado público pues, velay.

RIGAU:

Bueno, déjese de epitafios y lea.

PITA:

(Sentándose y leyendo su obra.) «Fúcar, XXI». —«Drama lírico en cuatro cuadros en prosa, completamente original. Personajes, etcétera, etc. —Cuadro primero. —Salón en una quinta de Amsterdan. —El Rey Fúcar, damas, nobles, títulos y ugieres. —Música. —Hablado. —El Conde Folier al Rey Fúcar: ¡Qué hermosa fiesta, Majestad, y qué hermosa quinta! Es quizás de las mejores que poseéis. Son cinco, ¿verdad? —Sí, Conde; esta es la quinta.»

TODOS:

(Levemente.) ¡Aaah!…

ESCALERA:

¡Ji, ji, ji!… (Es una risita nerviosa que molesta extraordinariamente a Pita.)

RIGAU:

¡Qué éxito!

PITA:

(Leyendo.) «¿Y no habéis visto el hermoso panorama que se divisa desde aquella ventana que da al mar Tirio? —Conde. ¡Qué mar y qué costas! ¡Oh, es que me vuelvo loco, y no es exagero, Majestad! Yo pierdo el juicio, con las costas.»

ESCALERA:

¡Ji, ji, ji, ji!

PITA:

(Leyendo.) «¿Y qué es aquello que se divisa en lontananza? —Rey. Ah, son botes rotos que están en el muelle, y aquellos marineros que veis, están pegando botes.»

TODOS:

¡Aaaah!…

ESCALERA:

(Ya muy nerviosa.) ¡¡Ji, ji, ji, ji, ji!!…

PITA:

(Leyendo.) «Pero, sentémonos, Conde. —¿Donde? —Están ocupadas todas las butacas, pero no importa. Pediremos dos butacas. ¡Úgier! —¿Qué manda, Majestad?» (En la taquilla aparece la cara de un PALETO.)

PALMADA:

¡Dos butacas! (Cortina se levanta a darlas.)

CORTINA:

Ahí van…

PALMADA:

¿Son para la última?…

CORTINA:

Sí, señor; para la última.

PALMADA:

¿Nerón y su madre?

CORTINA:

¿Cómo su madre?…

PALMADA:

Sí, hombre; esa película de tres mil metros.

RIGAU:

Aquí no se dan películas.

PALMADA:

¿Pero no es éste el Damasco Cine?

CORTINA:

No, señor; éste es el Teatro Calvo.

RIGAU:

Aquí se dan zarzuelas.

PALMADA:

Pues a mí, películas, (Vase.) (Todos vuelven a sus sitios.)

RIGAU:

Nada, nada; lea usted, señor Pita, y perdone usted esta incisión.

PITA:

(Leyendo.) «Escena segunda.»

CAMARERO:

(Entrando.) ¿Es aquí dónde han mandado traer un café?

GANGA:

Sí, señor; haga el favor de pasarlo, (Lo pone en la mesa.)

TODOS:

(Protestando.) ¡Fuera, hombre… fuera!

CAMARERO:

Luego vendré a recoger el servicio. Buenas tardes.

TODOS:

Usted lo pase bien. (Entra Campano.)

RIGAU:

Lea usted, señor >Pita.

PITA:

(Leyendo.) «¡Escena Segunda!» (Por la derecha entra un MAQUINISTA con el paraguas abierto.) ¡Otra vez el paraguas!

MAQUINISTA:

Señor Rigau…

RIGAU:

¿Pero quiere usted llevarse ese paraguas?

PITA:

(Enfurecido tira la silla.) ¡Así no hay quien lea!

TODOS:

¡Fuera!… ¡Fuera!…

MAQUINISTA:

Bueno, hombre; no hay que incomodarse… (Cierra el paraguas.)

GANGA:

¡Ay, que se cierra! Trae. (Lo coge, vase el Maquinista.)

PITA:

Señores, no puedo continuar la lectura.

RIGAU:

¿Cómo no? Ahora mismo. Aquí no vuelve a entrar nadie. ¡Campano, cierre esa puerta y que claven esa taquilla si es preciso!

CAMPANO:

Ya está.

RIGAU:

Canto, cierre la taquilla, (Lo hace.) Aquí no penetra una rata, y vostedes, silencio sepulcral, ¿lo han oído?

GANGA:

Sí, señor.

RIGAU:

Sepulcral. Señor Pita, tenga la amabilidad de continuar.

PITA:

(Leyendo.) «¡¡Escena segunda!!»

TODOS:

¡Chisss!… ¡Chisss!…

PITA:

(Leyendo.) «¡¡¡Escena segunda!!!» —«Marquesa entrando: Señores, deseo contar la última buena obra de nuestro amado monarca. A un pobre niño que le pidió una limosna, le ofreció una plaza en la Academia militar de Oriente o costearle una carrera en la Universidad de Simón. —Duque. ¿Y qué prefirió el niño, la plaza de Oriente? —No, una carrera en Simón.»

ESCALERA:

¡¡Ji, ji, ji, ji, ji!! (Le da un ataque de risa y se accidenta.)

TODOS:

¡Agua, aire, azahar!…

RIGAU:

¡Atiza!…

PITA:

(Levantándose.) Es natural.

RIGAU:

(A Pita.) ¿Pero qué ha sido?

PITA:

¡Nada, hombre, nada! ¡Que la he matado de risa! (Telón.)

FIN DEL ACTO PRIMERO