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Manila
Mediodía del 4 de diciembre, 1912, S/P
La gente atesta el boulevard José Rizal. Nadie repara en mí; llevo horas paseando sin rumbo o sentado mirando a los viandantes. El joven oficial aquel tardó en reaccionar, me digo pensativo; le hice repetir la frase que debía abrirle la puerta del almirante y le entregué con gran énfasis la cartera de los mapas. El muchacho trataba aún de asimilar lo que ocurría cuando yo ya me había quitado de en medio. No me quedó ni el menor asomo de duda de que haría lo que le ordené.
El paseo central está flanqueado por grandes magnolios, de esos que con el tiempo llegan a ser esplendorosos. La avenida es de nueva traza, diseñada como eje del ensanche extramuros de Manila que sigue el modelo de Barcelona. La mezcla de modernismo con arquitectura y materiales orientales resulta pasmosa; me vienen a la mente los nombres de los arquitectos y artífices de esta operación urbanística sin precedentes. El informe que había tenido que estudiarme para la misión era completo hasta en esos detalles; me tiemblan las piernas, observar el entorno y disfrutar de su contemplación me ayudan a tranquilizarme.
Una manzana mis allá se encuentra la representación comercial de la Generalitat Catalana; a la maraña de ramas y hojas que cubren el paseo se le debe sumar la de cables telefónicos y telegráficos que unen los edificios. Es evidente que la ciudad acabará haciéndole la competencia a Hong Kong como centro comercial en Extremo Oriente. No acabo de ver qué pintan en esto los catalanes, ni qué importancia tendrá a la larga lo que observo, pero resulta patente el despertar de la ciudad y su entorno. Una banda de música de la policía autonómica filipina desfila por una de las calzadas laterales. El bullicio es inmenso.
Debe ser el momento de regresar, pero nada ocurre; estoy paseándome por entre las damas con sus frescos trajes de lino blanco y enormes pamelas. Los europeos y la burguesía hispano-filipina pasean arriba y abajo por la rambla, emperingotadas señoras con sus hijas, algunos matrimonios, muchos grupos de estudiantes de la universidad; hay varias terrazas llenas de público, la del Ateneo está a rebosar. Guirnaldas con la bandera tricolor de la República Federal Española y del Estado Federado de Filipinas adornan los árboles y la carpa que protege a los clientes. Beben grandes vasos de limonada, agua con azucarillos o té frío; el calor es atroz, pero a la sombra y con el fresco que recorre el boulevard se sobrelleva bastante bien. Unos críos vocean la prensa del día: los periódicos peninsulares sacan ahora una edición en Manila, con noticias y colaboraciones llegadas por telégrafo. El Sol, El País y La Vanguardia. Y también el Katipunan —¿quién lo diría unos años atrás?—, portavoz de la línea dura de los nacionalistas tagalos.
Los titulares son aterradores: ¡Guerra…, guerra…!; Ultimátum de Japón; Asegurada la defensa de Filipinas, el vencedor de Santiago en Manila. Aguinaldo y Giner dicen: ¡No pasarán!. Me estremezco al pensar en ello. ¿Qué está ocurriendo?
Tengo la boca seca. Pasear entre toda esta gente que nunca existió me produce gran inquietud.
***
—El señor Alberdi, supongo… —dice una voz femenina justo a mi lado; se ha acercado sin que reparase en ello.
Es una mujer joven de unos veinticinco años; lleva un traje deportivo, con pantalones de amazona en algodón beige; se cubre con un elegante panamá de ancha ala; debo poner cara de cierta sorpresa o algo así, pues sonríe y me mira divertida. Sus ojos verdes son evocadores, me gusta lo que veo en ellos.
—Pues claro que es usted… —Con un mohín gracioso me toma del brazo y se suma a mi marcha por el paseo—. Tranquilo, soy su contacto…
—¿Cómo conoce mi nombre? —le digo y al instante pienso que es la pregunta más estúpida que nunca he hecho. La he visto antes. ¡Claro que sí! Pero fue hace tiempo o, mejor, dentro de muchos años y en otro lugar realmente muy, pero que muy lejano. Sus ojos buscan los míos de nuevo.
—No, no me diga nada. Jamás hemos coincidido; nunca. Le he reconocido merced al informe previo de la misión. Es la primera vez que estamos juntos —dice con energía; me corto, no puede leerme el pensamiento, deben de haberla alertado de algo—. Recuerde esto: las paradojas temporales deben ser evitadas, olvídese de cuanto no sea la misión que le ha traído aquí… —añade.
Callo, creo que sé lo que quiere decir: nos hemos conocido antes en mi pasado, pero en un momento que para ella aún es futuro. Mejor calladito. Proseguimos nuestro paseo entre la gente. Un escalofrío me recorre al pensar en lo de las paradojas temporales. He saltado hacia el pasado y no sólo eso, lo he hecho, me dicen, para salvar una línea temporal que no es la mía propia. O sea: salto temporal y salto entre universos paralelos a la vez. Para un novato ya es bastante.
—Entregué el paquete. No sé qué contenía ni cómo puede provocar que los japoneses de esta línea temporal sean derrotados. La prensa de Manila de hoy cita las unidades de la flota federal española y son muy escasas. Si el Togo de aquí cuenta con la mitad de las fuerzas que el histórico de mi propio mundo, nada podrá cambiar la historia… —le digo mostrando mi escepticismo. Me siento muy seguro en esta hermosa ciudad con esta mujer de mi brazo; lo extraño de la situación me permite distanciarme de los acontecimientos en cuya dinámica me estoy entrometiendo.
—Señor Alberdi, habla usted con la corresponsal de un periódico británico, soy una especialista en historia naval… Bueno, esa es mi cobertura en la estación de Manila de este período. Estoy enterada de cuanto debe o tiene que suceder aquí y ahora. Y algo que históricamente ocurrió no ha tenido lugar. Ayer debió haber arribado a Manila un aviso de Hong Kong con información secreta para la flota; pues bien, no llegó. Algo o alguien que pertenece a este universo tanto como usted o yo, lo interceptó en su camino hacia aquí y le aseguro que todos los sensores de Flujo Temporal de la estación saltaron la pasada noche y sólo han disminuido en su estruendo con su llegada de esta mañana. Si usted, señor Alberdi, no hubiera entregado hace unas horas ese paquete, la historia habría cambiado. Le aseguro que les hemos fastidiado la fiesta a esos viajeros temporales de ayer, sean estos quienes sean.
—Pero no entiendo ¿Qué puede ser tan vital que pueda cambiar la historia? —insisto—. ¿Y quién puede ser esa gente?
No me contesta. Quizá no desee seguir hablando de esto en la calle o esté cansada de esta conversación con un neófito en estas lides como es mi caso. Lo cierto es que hasta ahora me muevo casi sin respuestas.
Nuestro paseo nos acerca hasta la altura de una casa de tres plantas con grandes balconadas cubiertas. Son oficinas; mi impetuosa acompañante me conduce hasta una de ellas. Se encuentra en el principal. Suelos de madera noble, altos ventanales al boulevard con visillos blancos, dos escritorios clásicos, libros, papeles y revistas por todas partes, hay flores tropicales en jarrones que le dan a la estancia un aire fresco. En mi propia época y país, Estados Unidos del 2032, en una secuencia que según esta gente no es la principal, un sitio así sólo existe en los holos.
Si ella me pareció muy relajada y tranquila, incluso demasiado, ahora su actitud cambia de nuevo. Ha sido cerrar la puerta y ha pasado a ser otra persona.
—Bienvenido a Manila, 1912, Secuencia Principal, señor Alberdi. En la estación estamos a salvo de miradas indiscretas. —Me lo dice como si acabáramos de conocernos.
—¿Estación? Parece una oficina normal y corriente, incluso más despejada y bien dispuesta que otras —contesto—. Y desde luego ni asomo de artefactos futuristas por ningún sitio.
Se echa a reír.
—¡Claro, hombre! ¿Qué esperaba? ¿Un desintegrador en el cajón del escritorio? ¿O un transponedor temporal junto a la puerta?
Me indica que me siente con un gesto. Cuelga su sombrero, se quita su chaqueta blanca de algodón y tras mirar a su alrededor se agacha para recoger un montón de cartas que han pasado por debajo de la puerta.
—Pues me crea o no, he estado intentando averiguar qué hizo saltar los sensores de Control de Flujo. La estación está aquí mismo, donde nos encontramos, pero desplazada unos grados de la secuencia principal —me dice mientras dispone el correo en uno de los escritorios.
Desplazada unos grados, ha dicho; no sé qué quiere decir, pero me lo creo. Cuando aceptas vivir una locura debes aceptar las cosas según salen.
—Hace unas horas la Central contactó conmigo para indicarme qué ocurría y su inmediata llegada. Todo ha ido perfectamente, fue llegar usted y el nivel de peligro descendió de inmediato. Hoy, es decir en estos dos días, hemos tenido un Punto Jumbar de Primera Magnitud que hemos logrado compensar pese a una intromisión extraña —me explica.
—¿Punto Jumbar?
—¿No le han explicado eso antes de enviarle en misión temporal? —pregunta. Parece sorprendida.
—Digamos que mi reclutamiento fue algo precipitado.
—Bueno, no importa. Lo cierto es que usted ha solucionado una alteración que pudo ser muy grave. Un Punto Jumbar es precisamente eso: una situación concreta en un momento histórico, donde la decisión o la acción de un pequeño núcleo de personas puede hacer bascular el proceso histórico en sentidos muy diferentes. Es una terminología que proviene del siglo XX, cuando se comenzó a especular literariamente sobre las implicaciones del viaje temporal —aclara.
—Eso es lo que explicaron antes de mi partida. Y que ustedes le llaman Secuencia Principal a su propia línea histórica donde llegó a desarrollarse el viaje temporal —añado.
Cada vez está más intrigada, se nota.
—No exactamente. Otras líneas también lo han descubierto o lo descubrirán. La Central de Control de Flujo se creará dentro de unos ochocientos años en esta línea temporal. El viaje arriba y abajo de las propias líneas será descubierto también en otras secuencias paralelas, pero, ya que parece desconocer cosas básicas, le diré que la Central nació para impedir intromisiones horizontales…
—¿Horizontales?
—Claro, los cambios que se producen en la línea temporal normal son historia, ocurrieron. Lo que altera el Flujo son las entradas desde el exterior del Sistema Dinámico de Cambio. ¡Vamos, que lo que provoca alteraciones graves son intentos de cambiar las cosas desde otros universos paralelos! —Se agolpan las palabras en su boca. Ella viaja por la red de líneas temporales, lo suyo es eso, no dar explicaciones a novatos.
—Pero si los japoneses de esta secuencia descubren el viaje en el tiempo y se presentan ahora para matarnos o para destruir la escuadra del puerto, ¿no cambiaría la historia de esta línea temporal? —le digo.
—Por supuesto. Hay un pequeño detalle sin importancia: eso es algo que no ocurrió. Mi presente, señor Alberdi, pertenece al futuro, en él se sabe que históricamente Japón no logró invadir las Filipinas en 1912. Se sabía que hubo un intento de cambio temporal inducido en esos días, detectado por los sensores, pero también que se lograría anularlo. Y aquí es donde entra usted. El señor Alberdi sí que estuvo en 1912 en Manila. Se conocía esto en la Central y por ello le reclutaron o lo que fuera.
Muy bien, pienso, pero me está cansando todo este trajín temporal. Estoy tentado de soltarle mi formulario de quejas a la amable señorita que me acompaña y que no ha tenido el detalle de decirme cómo se llama, pero sospecho que no sabe nada de mis problemas. Para ella soy un agente en misión y poco más.
—Bueno, vale. Si usted lo dice tendré que creerla. ¿Qué va a pasar ahora? —le pregunto.
—Enrique, ¿puedo llamarle así? Mi nombre es Victoria, creo que no se lo dije. Lo que debemos hacer es descansar un poco y comer algo, dentro de unas horas tendrá que dar su próximo salto y deberá estar suficientemente lúcido. ¿No le parece? —Sonríe.
La muchacha tiene razón. Una vez más.
***
El sol se ha puesto. La habitación se encuentra medio a oscuras. Me he quedado dormido. De las ventanas llega el ajetreo del boulevard. Busco una luz y lo único que encuentro es una especie de quinqué de petróleo. Afortunadamente hay algo parecido a las cerillas a su lado y lo puedo encender. Doy gracias a mi afición a los viejos holos del oeste que coleccionaba mi padre, gracias a ellos sé cómo utilizar algo así.
Victoria no se encuentra en la oficina. Después de comer no me resistí a la tentación de un lecho de sábanas de seda que hay en una habitación contigua y debo haber dormido unas seis horas. Me encuentro muy descansado; me preocupa el que esta mujer haya desaparecido. Ni se me pasa por la cabeza moverme de aquí o salir a buscarla. Bueno, sí que se me ocurre, pero tengo la certeza interior de que volverá en cualquier momento.
No hemos hablado mucho más. Sólo cosas intrascendentes, sobre la vida en esta hermosa Manila alternativa. La ciudad por la que me he movido esta mañana tiene un aspecto muy europeo, incluso diría que presenta indicios de poder crecer de forma equilibrada en un futuro. Victoria lleva viviendo aquí casi dos años y me lo confirma; dice que le encantaría retirarse a un sitio como este, pero asegura que el viaje temporal sólo está permitido para tareas de estudio y control. Quizá el pasado que estoy ayudando a preservar sea mejor que el de mi propio universo.
Debo esforzarme en controlar la angustia. Me encuentro en una situación por la que no creo que nadie más haya pasado jamás. Y después de hablar con la gente de eso que ellos llaman Central de Control de Flujo lo tengo por más cierto todavía. A saber: en mi línea temporal la historia fue muy diferente. El Punto Jumbar que separa mi línea de esta otra parece estar en la guerra hispano-norteamericana de 1898. Mi país, Estados Unidos de Norteamérica, ganó con facilidad esa contienda, pero eso forma parte de un pasado que se me antoja prehistórico. Nadie lo recuerda en el 2032, el año en que salí de la Tierra. Mi mundo es muy diferente; tenemos otros problemas. Algunos muy graves.
Lo cierto es que estoy aquí solo. Náufrago por partida doble. Tendré que seguir hasta el final si algún día quiero poder regresar a casa.
Un zumbido surge a mi espalda y una luz intermitente proyecta mi sombra sobre las paredes. Me vuelvo y veo una esfera luminosa a un metro sobre el suelo en medio de la habitación. Súbitamente la esfera crece y se aplana formando un disco de unos dos metros. La luz y el sonido se estabilizan, aquello se queda allí como si fuera un mueble más.
Me quedo allí expectante. La ciencia y la tecnología, cuando son suficientemente avanzadas y separadas de lo que nos es usual, son lo más parecido a la magia. Pero esto no es magia, se está abriendo un portal temporal. Es una aplicación del Campo Sánchez-Matteoti que en mi línea temporal utilizamos para el salto hiperespacial; lo que ocurre es que allí no conocemos que también sirve para esto. Ya he visto, no obstante, el fenómeno antes de ahora: la primera vez cuando mi nave espacial, el Crucero interestelar Jefferson Davis de Estados Unidos de Norteamérica reventó al pasar al espacio normal en la frontera exterior del sistema de Épsilon Eridani a 7,5 años luz del Sol. La segunda vez, cuando la Central de Control me envió a Filipinas, 1912, Secuencia Principal.
Victoria sale del disco.
—Enrique, venga para acá, que hay una comunicación para usted —me dice.
Cierro los ojos del alma y entro en la cosa.
¡Vaya! Estoy en la misma habitación. El color de techos y paredes ha cambiado, en realidad parece que nos encontramos en el interior de una burbuja de vidrio que recubre como un guante la habitación. Pero hay unos paneles con numerosos controles y una gran pantalla de comunicaciones.
Victoria ha entrado conmigo.
—¿Creyó usted que me había ido, eh? —me dice—. Recuerde que le dije que la estación se encontraba aquí mismo pero desplazada unos grados. Eso significa que comparte este mismo espacio aunque situada en un pliegue respecto de…
—Victoria, déjelo, por favor. Me hago una idea, pero no me lo explique que es peor.
Se ríe con ganas al ver mi gesto al hablar.
—Olvidaba que usted no es precisamente un ingeniero de Física de Fluidos.
—Ahora sí que lo ha dicho usted. En mi época la ingeniería de Fluidos era algo que se ocupaba de perforaciones petrolíferas…
Se acerca a la pantalla de comunicación y la activa. Abre después un lateral de uno de los paneles y saca una bolsa transparente donde parece haber ropa blanca, unas botas y una cartera de cuero marrón.
La pantalla muestra una especie de carta de ajuste. Lo que quiera que ponga ahí no está escrito en ningún alfabeto del que tenga noticia, y sé de unos cuantos. Prefiero no preguntar. Con esta gente he podido hablar en castellano y en eusquera, las lenguas de mi familia, además de en inglés americano, mi lengua de uso normal. Me huelo que si les hablo en caldeo medio me contestarían con acento de Ur… ¿Cuál será su verdadero idioma?
Un hombre de mediana edad, vestido con una camisa de seda verde —esa impresión recibo— me está mirando; tiene el pelo blanco y una mirada gris, pero inteligente. Victoria se sienta a mi lado y me ofrece una de las butacas que han aparecido con el mobiliario de la estación.
—Enhorabuena, señor Alberdi. Como coordinador de misiones quiero decirle que su acción de hoy ha sido un éxito —me suelta el tipo de la pantalla.
—Eso me han dicho —respondo—. ¿Puedo volver ya a casa?
—Ya sabe usted que queda un viaje pendiente.
—Eso me temo.
—Mire, Alberdi, cuando su nave resultó destruida durante un viaje regular dentro de lo que es la dinámica normal de su línea temporal, algunos de los restos, entre los que debemos incluirle a usted, fueron desplazados a un universo paralelo. El que nosotros llamamos Secuencia Principal.
—Lo sé sobradamente.
—Quiero decirle con esto que nosotros no le hemos elegido para estas misiones. Creo que Victoria le ha hablado del cometido de la Central de Control. Escuche, alguien, posiblemente el mismo alguien que destruyó su nave, está intentando cambiar la historia en varias de las líneas del tiempo en torno a la línea matriz. Debemos impedirlo. Lo quiera o no, está metido en el centro de esta vorágine y no tiene opción: debe seguir hasta el final. Y usted lo sabe.
—Lo que quisiera es la seguridad de que tras la siguiente misión podré regresar —digo sin mucha esperanza.
—Regresará al año 2032 paralelo al que usted fue desplazado tras su accidente, con las personas y en el momento en el que se encontraba. Si es preciso les ayudaremos para que su vehículo consiga llegar a la Tierra. Es lo máximo que podemos hacer por usted. —Su voz fue muy, pero que muy firme.
No me habían prometido otra cosa, así que no puedo protestar.
El hombre aquel continuaba con su perorata.
—… Victoria le ayudará con el material que precisa: la ropa, documentos, el informe de situación, la estrategia a seguir.
—¿Cuál es la misión?
—Es sencillo, Alberdi. Deberá bajar usted hasta 1898, a Santiago de Cuba. Actuará de forma decidida y contrarrestará una acción externa que busca provocar una victoria norteamericana en esa guerra.
Me estaba temiendo algo así.
—Pero eso es imposible. En mi mundo…
—Alberdi, usted estuvo allí…
La comunicación se corta tras algún comentario más. Me he quedado de piedra. No soy un especialista en historia, pero la tarea la intuyo imposible.
Victoria me muestra el dossier.
—Tranquilo, Enrique. La ventaja de trabajar para la Central consiste en que podemos disponer libremente del tiempo sin que luego lleguemos tarde.