Notas
[1] Este breve prólogo sobre la fama de Alejandro falta en la versión de A. En su lugar nos encontramos con un elogio, en estilo retórico, de la sabiduría de los egipcios. Las líneas iniciales de A dicen así:
«Los sapientísimos egipcios, descendientes de los dioses, que han calculado las dimensiones de la tierra y han amansado las olas del mar, que han trazado las mediciones del río Nilo y establecido la posición de los astros en el cielo, han transmitido al mundo el poder dominador de la inteligencia, la invención de la capacidad de la magia.
Cuentan, pues, que Nectanebo, el último rey de Egipto, después del cual Egipto decayó de su anterior dignidad, dominaba todas las cosas con su poderío mágico. Todos los elementos cósmicos se sometían a él, a su palabra…»
El texto enlaza luego con el nuestro, para relatar la historia de Nectanebo.
En estas líneas hemos traducido algo libremente la expresión de «el poder dominador de la inteligencia». El texto griego es incierto. Otra versión posible es: «el imperio por dominio del lógos». Pero la palabra lógos, que utiliza el griego, es intraducible en toda la amplitud de su campo semántico. La misma palabra lógos se usa un poco después, al decir que «todos los elementos cósmicos se sometían a él, a su lógos». La idea de que la heúresis magikes dynámeos, «el hallazgo o invención del poderío de la magia», resulta lo más notable de la ciencia del sabio Egipto, es un dato que indica la mentalidad del autor de este relato tan atento a los prodigios y maravillas.
La historia de Nectanebo, que comienza aquí y concluye en I, 14, es una novela breve de tipo «milesio», adosada a la trama general, al estilo de esas novelas cortas o narraciones menores que suelen intercalar, a modo de episodios diversos, otros novelistas. Sobre su interés ya hemos tratado en el prólogo. (Cf. B. E. PERRY, «The Egyptian Legend of Nectanebus», en Transactions and Proceedings of the American Philological Association 97 (1966), 327 y sigs.) <<
[2] La lecanomancía o «adivinación por lebrillo» era un método de profetizar el futuro, mediante la observación e interpretación del movimiento del agua en la vasija y de las formas que sobre el agua adoptaban otros líquidos, generalmente el aceite. En la antigüedad era un procedimiento bastante divulgado. (Cf. W. R. HALLIDAY, Greek Adivination, Londres, 1913, capítulo VIII (reed., 1967)). Aún en la actualidad se le recuerda. P. ej., en El otoño del patriarca (Barcelona, 1975) de G. García Márquez se nos cuenta que el protagonista conoce su futuro así: «lo sabía desde una tarde de los principios de su imperio en que recurrió a una pitonisa para que le leyera en las aguas de un lebrillo las claves del destino que no estaban escritas en la palma de su mano, ni en las barajas, ni en el asiento del café, ni en ningún otro medio de averiguación, sólo en aquel espejo de aguas premonitorias, donde se vio a sí mismo muerto…» (págs. 86-87).
La descripción que se nos da de las prácticas de Nectanebo excede la lecanomancía propia. Es una mezcla de adivinación y de magia a distancia. (Cf. GANSZYNIEC, RE, 12, 2, 1885). Instrumentos de acción mágica son su manto de profeta, el báculo y las fórmulas de encantamiento, además de las figurillas representativas.
La denominación de «profeta» corresponde a un título concreto y a un rango elevado en la jerarquía sacerdotal egipcia. <<
[3] En esta expresión de «los supuestos dioses», como en alguna otra similar (p. ej., en I, 3, «el que llamaban su dios»), encontramos una cauta reserva de influjo cristiano. <<
[4] Se usa aquí la palabra latina exploratores. Tropas con esa específica denominación y función comenzaron a utilizarse en época del Bajo Imperio. <<
[5] Hay una amplia variación entre los nombres de los pueblos que dan unos y otros manuscritos, como es frecuente en nuestro texto en estas listas de nombres propios. (Así A comienza enumerando a los escitas, los árabes, los sirios, los caldeos, los mesopotamios, etc. Más tarde, en I, 3, se nombra, más justamente, a lo persas. Los pueblos aquí relacionados pertenecen en su mayoría a tribus vecinas del Mar Negro y del Caspio. Se supone que esta lista puede estar en relación con la enumeración de victorias de algún emperador romano en esa zona, concretamente con las de Aureliano (cf. la Historia Augusta: Aurelianus 33, 4), según nota VAN THIEL. <<
[6] Pelusio, situado en la boca más oriental del Nilo, era el puerto egipcio fortificado y fronterizo más cercano a Asia. Por él escapa Nectanebo, previamente disfrazado, con el vestido de lino y el cráneo rasurado y sin barba, como un sacerdote egipcio. <<
[7] Esta alusión al regreso del faraón rejuvenecido, es decir, en la figura de su hijo Alejandro, es una forma de expresar la idea de la reencarnación del viejo rey desposeído en el nuevo soberano victorioso; supuestamente un extranjero, pero en realidad descendiente directo y heredero legítimo del trono, rediviva personificación del faraón exiliado por los invasores persas, y su vengador. Este rasgo mítico del origen egipcio de Alejandro —que pudo favorecer la propaganda real por ser a la vez grato a los nacionalistas egipcios— es probablemente el elemento más antiguo en la trama novelesca sobre la desaparición de Nectanebo y su reaparición en la capital de Macedonia.
El santuario del Serapeo, y su dios Sérapis, fueron muy favorecidos por los monarcas helenísticos. Fueron los Tolomeos quienes hicieron de esta divinidad, sincretizada con el Zeus helénico, el primer dios de Egipto. En A, en cambio, los sacerdotes egipcios consultan a «Hefesto, el abuelo de los dioses», y éste es quien da el oráculo acerca del regreso del rey huido, que, «después de despojarse de su figura de anciano y de dar la vuelta al mundo, volverá joven a la tierra de Egipto». (El dios griego Hefesto corresponde al egipcio Ptah. Cf. más adelante, nota 59). <<
[8] Los llamados «magos» son, en principio, sacerdotes persas. Más tarde esta denominación se extendió a los que practicaban la magia en general. Este paso se ha cumplido ya en la época de redacción de A, donde Nectanebo confiesa: «Soy por excelencia profeta egipcio, y además mago astrólogo». En A, Olimpíade saluda a Nectanebo como: «excelentísimo matemático», mientras en nuestro texto sólo se refiere a él como «profeta».
De los demás tipos de adivinos enumerados aquí por Nectanebo —las otras recensiones introducen algunas variantes—, los más curiosos son, seguramente, los profetas «ventrílocuos» (engastrímythoi), en cuyo vientre se dejaba oír una voz oracular, de origen divino.
En A la entrevista de la reina Olimpíade y de Nectanebo tiene un matiz erótico más explícito. Así se nos dice que él «vio que la belleza de la reina era más radiante que la luna, y como era extraordinariamente aficionado a las mujeres, sintió aguzarse su entendimiento bajo la influencia del deseo amoroso…». <<
[9] Esta singular tablilla de simbolismo astrológico tiene algunos paralelos en las descripciones de los antiguos. Cf. F. BOLL, W. GUNDEL, Sternglaube und Sterndeutung, Leipzig, 1931 (4.ª ed.), páginas 196 y sigs. (Reed. Darmstadt, 1966). El horóscopos es la estrella ascendente en el momento del nacimiento de una persona.
Sobre la relación entre los «magos», los «matemáticos» (llamados también «caldeos») y la especulación astral, puede verse el interesante libro de J. GAGÉ «Basileia». Les Césars, les rois d’Orient et les «magas», París, 1968. (Sobre la contribución de los magoi de Egipto a la Novela de Alejandro, en el siglo III, trata especialmente en págs. 275-76). <<
[10] Amón, el dios egipcio, fue también identificado en el sincretismo religioso helenístico con Zeus. A él le estaba consagrado el carnero; y el dios aparece con los cuernos en espiral de ese animal, adosados a las sienes, y con un aspecto patriarcal, en las representaciones de la época. Su cabellera y su barba son grises a veces (cf. I, 8), como corresponde a su edad, o doradas, siendo el oro el metal simbólico de la divinidad. El oro y los cuernos de carnero tienen además un simbolismo solar característico.
La vinculación de Alejandro con este dios, de quien se consideraba descendiente, es bastante compleja. El dato antiguo más notable es su famosa visita al santuario de Amón en Libia. El disfraz de Nectanebo como Amón nos presenta en forma profana y novelesca la creencia mítica de la visita de un dios a una mortal, noble y joven, para engendrar en ella a un héroe. Alejandro, después de su coronación, se hizo proclamar hijo de Amón, y luego se identifica con este dios; aunque es difícil discernir lo que hay de político y la parte de auténtica religiosidad en la progresiva deificación del monarca macedonio.
Sobre el culto a Alejandro divinizado en Egipto, véase el libro de P. M. FRASER, Ptolemaic Alexandria, Oxford, 1972, páginas 213 y sigs. (Sobre la Vita Alexandri y su creación en Alejandría, cf. ibid., págs. 676-683).
Cf. J. FERGUSON, The Religions of the Roman empire, Londres, 1973, con bibliografía. <<
[11] En A Nectanebo anuncia a Olimpíade que verá al dios primero en forma de serpiente y luego en varias metamorfosis: «se transformará en el cornudo Amón, en el vigoroso Heracles y en Dioniso, el portador del tirso; y, finalmente, el dios se te mostrará al acudir a ti en forma humana, con mis propios rasgos». (A subraya ya aquí la vinculación de Alejandro con esos tres dioses: Amón, Heracles y Dioniso, que volveremos a encontrar).
El «manto color de serpiente», probablemente un dato antiguo y original, puede recordar esas metamorfosis que nuestra recensión no nombra, como si el dios, al aparecer en forma humana, guardara sobre sí un vestigio de su piel de ofidio.
Dioses griegos, como Apolo y Asclepio, podían aparecer también bajo esa forma. Algunos encantadores, como el famoso Alejandro de Abunutico, del que trata Luciano (en su diálogo Alejandro o el falso profeta), utilizaban serpientes amaestradas para sus trucos de efecto. Plutarco (Vida de Alejandro 2, 5) cree que esta leyenda sobre la relación de Olimpíade con una serpiente puede provenir de su papel como bacante en ritos órficos y dionisíacos, donde las mujeres expertas actuaban manejando grandes serpientes domesticadas. En Egipto la serpiente puede asumir también un carácter divino, y figura en los símbolos del poder real. Por otra parte, recuérdese el marcado carácter ctónico del animal y el perenne simbolismo sexual que parece latir en esos sueños con serpientes. <<
[12] Todos esos signos mencionados encajan bien en la leyenda de Alejandro: el oro, el sol y la lanza (que equivale al cetro, pero añade su carácter belicoso al significado regio) son símbolos manifiestos. De la cabeza de león como emblema del valor podríamos decir lo mismo; el rostro de Alejandro tendrá aspecto leonino. El halcón era considerado por los egipcios como portador de sueños (ELIANO, Historia de los animales 11, 39). También como la encarnación animal del faraón. En muchas representaciones el halcón —símbolo de Horus— extiende sus alas sobre él. <<
[13] En Egipto el huevo es un símbolo del universo, creado por Atum en forma de un huevo primigenio —como en ciertas cosmogonías órficas, y en la parodia aristofánica de las Aves—. La serpiente es un símbolo del poder real, y en la forma estilizada del ureus la porta el faraón en su diadema, como insignia regia. <<
[14] Esta impresionante y pintoresca escena del parto de Alejandro, retenido hasta el momento oportuno, tiene en la redacción de A un colorido mítico que nuestro texto no conserva. Por el contrario, el redactor de esta versión ha procurado reflejar mejor el dramatismo de la situación, prescindiendo de las alusiones mitológicas un tanto eruditas de A (cuyo texto conservamos muy corrupto en este pasaje). <<
[15] No sabemos nada de este hijo anterior, ya muerto, de Filipo, ni de su madre. El que el nacimiento de un gran personaje venga señalado por fenómenos atmosféricos —muestra del favor divino y de la simpatía cósmica— es un tópico de la historiografía popular. Plutarco (o. c. 3, 3) refiere que el nacimiento de Alejandro coincidió con el incendio del famoso templo de Ártemis en Éfeso. <<
[16] El aspecto leonino de Alejandro está atestiguado por los historiadores. No así la asimetría de sus facciones, rasgo que revelaba, según creencia antigua, un poder demoníaco. La descripción fisiognómica, muy apreciada en la época, ofrece aquí un ejemplo pintoresco. En A, los ojos de Alejandro son «uno, blanco, y otro, negro». <<
[17] Existen notables variaciones en los nombres de los educadores y maestros de Alejandro. Nuestro texto trasmite corrupto el nombre de su nodriza, que fue «Lanica, hermana de Clito (apodado) el Negro». Hay fluctuaciones en algunos nombres: p. ej., según A, su maestro de retórica fue Aristómenes de Atenas; nuestro texto nombra, más correctamente, a Anaxímenes. En señalar a Aristóteles como su maestro de filosofía suelen coincidir (aunque A lo nombra Aristóteles de Mileto). Aristóteles fue, efectivamente, su preceptor en el año 343/42. Su relación con Alejandro se vio muy comentada por la leyenda como paradigma de la relación pedagógica entre el tutor sabio y el joven rey. (Cf. M. BRÖCKER, Aristoteles als Alexanders Lehrer in der Legende, tesis, Bonn, 1966). Esta relación, que aún en la Edad Media dará lugar a la invención de nuevas anécdotas, sirve de base a la famosa «Carta de Alejandro a Aristóteles sobre las maravillas de la India».
La lista de estos maestros procede, según Valerio y el texto de la traducción armenia, de Favorino, escritor contemporáneo de Adriano, de su obra en griego Pantodapai historíai («Miscelánea histórica»). Es éste un dato que, admitido por el consenso general, sirve para señalar una fecha post quem de la redacción de nuestra obra. <<
[18] La alusión a la astronomía, como culminación de la ciencia adquirida por Alejandro, es propia de nuestra redacción. La conservarán las refundiciones medievales, y en el Roman d’Alexandre se agregarán a estos conocimientos otras enseñanzas de la época, como el saber jugar al ajedrez y el tratar con cortesía a las damas. <<
[19] A Bucéfalo, caballo salvaje e indómito, se le adjudica aquí esta extraña faceta de comer carne humana. Caballos antropófagos conocían ya los griegos en algún mito, como el de los caballos del rey tracio Diomedes, que, como castigo divino por su salvaje trato, acabaron por devorar a su propio dueño. <<
[20] El número de doce años puede tener una significación mítica. A esa edad revela también Jesús (según el Evangelio de Lucas y el de Tomás) su naturaleza divina. <<
[21] «Padre», en griego, ya desde Homero, es un apelativo cariñoso referido a cualquier hombre de edad. También «hijo» es, paralelamente, un término afectivo, sin más. Pero aquí el autor juega, irónicamente, con los dos significados, el más estricto y el afectivo, de tales términos.
El episodio de la muerte del astrólogo al caer en un pozo está montado sobre la conocida anécdota que se refiere de Tales (Platón, en Teeteto 174 a; Dióg. Laercio, I, 34; Esopo, 40 HAUSRATH).
A ella se agregan otros dos motivos míticos: el del viejo rey que muere a instancias del joven heredero —aunque sea inintencionadamente, como el caso de Egeo al regreso de Teseo—, y el del adivino, que ha previsto su propia muerte, pero no puede evitarla —como Anfiarao y Mopso en sus respectivas leyendas—. <<
[22] Esta comparación mítica —sólo en cierto aspecto oportuna, puesto que Alejandro no saca a su padre vivo de ninguna Troya— es un «feliz» hallazgo del redactor de la versión B. <<
[23] Un thauma, maravilla digna de asombro, bien subrayado por nuestro redactor (la observación falta en A). Eran muy del gusto de la época, de estos primeros siglos de nuestra era, este tipo de anécdotas que se coleccionaban en breves obrillas tituladas genéricamente Parádoxa. <<
[24] Bouképhalos, del gr. bous y kephalé. Era corriente marcar a los caballos en la grupa, aunque en el caso de Bucéfalo parece tratarse de una mancha natural. <<
[25] Sobre la leyenda de Bucéfalo, cf. A. R. ANDERSON en American Journal of Philology 51 (1930), 1 y sigs. Frente a esta versión de la doma sorprendente y maravillosa de su caballo, está la tradicional (de Plutarco, en o. c. 6), según la cual Alejandro logró vencer la resistencia del caballo, que se asustaba de su propia sombra, colocándolo de cara al sol. <<
[26] Todo este episodio de la carrera de carros en Olimpia está inventado por el autor de esta novela, sobre la base de una frase anecdótica de Alejandro (Plutarco, o. c. 4, 10) que afirma que él competiría en Olimpia si sus oponentes fueran reyes. En realidad, los conductores de los carros eran aurigas profesionales, mientras que los que recibían los premios y eran proclamados vencedores eran los dueños de las caballerías, que sí que eran aristócratas y reyes de diversas comarcas griegas, en la época clásica.
En todo el episodio se deja notar el estilo del autor, al dramatizar la acción mediante el diálogo, y por su regusto popular. La pasión de los alejandrinos, y los romanos, por las carreras de caballos, así como su conocimiento de los trucos de los cocheros para obtener la victoria, han favorecido la creación de esta escena. <<
[27] Juego de palabras entre el nombre griego de Nicolaos y el verbo «vencer» (gr. nikáo). Se repite al final de I, 19. <<
[28] Expresión proverbial. Cf. Hesíodo, Trabajos y Días v. 265. <<
[29] El redactor de B ha sustituido el nombre de Átalo (que puede leerse en A, según conjetura de Müller) por el de Lisias, que es, en A, el del bufón (gelotopoiós) que con sus palabras desencadena la violenta escena siguiente. El episodio tiene un núcleo histórico (en la boda de Filipo con la sobrina de Átalo) y está referido por Plutarco (o. c. 9, 3, y sigs.). Pero el novelista ha variado completamente el final del mismo, para conceder mayor gloria a Alejandro, como reconciliador de sus padres en una escena moralizada y falsa. <<
[30] Las comparaciones mitológicas son una de las debilidades de nuestro autor. Aquí mezcla dos escenas bien famosas, de las que probablemente conociera alguna representación plástica: la batalla de centauros y lapitas en las bodas de Pirítoo, y la venganza de Ulises. Ambas escenas están un poco traídas por los pelos. (Otras alusiones mitológicas en I, 10; I, 13; I, 14; I, 15; I, 42; III, 2; III, 28). <<
[31] Juego de palabras entre Lysias y diá-lysis, «separación». <<
[32] Filipo destruyó la ciudad de Metona en 354. En el 340, mientras Filipo hacía una campaña contra Bizancio, Alejandro, al frente de un ejército como regente de Macedonia, a sus dieciséis años, conquistó la ciudadela de los medenses (gr. maídoi) (cf. Plutarco, o. c. 9, 1). Es probable que el novelista confunda ambas noticias y las altere a su gusto. <<
[33] Este encuentro con los emisarios del rey de Persia se basa en una anécdota antigua (cf. Plutarco, o. c. 5, 1). El rey de Persia, como señor del universo, exige de los demás un tributo por la tierra que poseen en usufructo, pero que sólo a él pertenece por derecho divino. En la época en que se sitúa esta charla aún no reinaba en el trono persa Darío, que subió a él en 336, el mismo año en que comenzó a reinar Alejandro.
Es probable que el germen de este episodio esté en la narración de Heródoto (V, 17-20), donde se cuenta que, antes de la invasión de Jerjes, los enviados persas solicitaron del rey de Macedonia, Amintas, tierra y agua como señal de acatamiento. Amintas obedeció a sus requerimientos. Luego solicitaron la presencia de las mujeres de la corte en el banquete, y al intentar propasarse con ellas, el joven hijo de Amintas, llamado precisamente Alejandro, intervino para negarse a sus abusos y los hizo matar. <<
[34] Una libra romana (gr. litra) = 327,5 gramos, que equivalía a 72 piezas de oro en el Bajo Imperio. <<
[35] Invención de la recensión B. Posible influencia de II, 17. <<
[36] Todo este episodio un tanto romántico es una creación del novelista sobre el dato generalmente transmitido de la muerte violenta de Filipo, asesinado por el joven Pausanias, noble macedonio, en un acto de venganza, cuando se dirigía a una fiesta en el teatro con ocasión de la boda de su hija Cleopatra con Alejandro de Epiro, hermano de Olimpíade, en el 336. <<
[37] La profecía de Amón tiene una aplicación doble: la inmediata que aquí le da Filipo, considerándose padre de Alejandro, y la de vengador del exilio de Nectanebo, al expulsar de Egipto y someter a los persas. (El relato de la muerte de Filipo está mucho más desarrollado en A, con otros detalles). <<
[38] El número de las tropas varía según los manuscritos y la suma total no es exacta.
En la recensión A faltan los capítulos sigs. (27-29). <<
[39] La destrucción de Tebas se contará más tarde de nuevo (I, 46), aunque éste parecía lugar más propio para hacerlo. El flautista Ismenias vivió en la primera mitad del siglo IV y su maestría se hizo proverbial. <<
[40] El talento era la mayor unidad monetaria de la antigüedad. Es difícil calcular su correspondencia actual. En época clásica el talento de plata ateniense equivalía a 60 minas, es decir, a 6000 dracmas áticas. El oro valía, en tiempos de los Tolomeos, doce veces más que la plata. Según Plutarco (o. c. 15, 12), Alejandro contaba en los comienzos de su campaña con sólo 70 talentos (según noticia tomada de Aristóbulo) y adeudaba 200 (según noticia de Onesícrito).
Las cifras de nuestro texto son una invención fabulosa de nuestro novelista, que no tiene reparos para imaginar enormes cantidades de oro. Como de costumbre hay variaciones en las distintas recensiones. (Valerio da la cifra de 60 talentos, y A, de 70, de acuerdo con la noticia de Aristobulo). <<
[41] Diodoro (17, 17, 2) cuenta la misma anécdota. <<
[42] Como se ve, al autor le interesan menos las batallas que las anécdotas y parádoxa. En este caso parece tratarse de un hecho real: junto al monte Clímax, en Licia, podía cruzarse a pie una extensión marina cuando soplaba el viento del norte. Esto sucedió en ocasión de la llegada de Alejandro y fue considerado un suceso milagroso (Arriano, 1, 26; cf. Calístenes, F. Gr. Hist., 124 F 31). <<
[43] El texto de A es más explícito: «Los generales de los romanos, por mediación del general Marco Emilio, le envían la corona de Zeus Capitalino entretejida de perlas, con estas palabras: “Te coronaremos, Alejandro, cada año con una corona de oro de cien libras de peso…”».
Traduzco unas líneas de la introducción de VAN THIEL (página XVIII) que me parecen resumir muy bien la significación del pasaje:
«Algunos elementos del cap. I, 29, que nuestro autor ha alterado con gran libertad, proceden igualmente de su fuente histórica. En Memnón de Heraclea (F. Gr. Hist., 434 F 18, 2) leemos: “Cuando Alejandro se disponía a cruzar a Asia Menor, escribió a los romanos que debían o vencerle, si podían, o someterse al más fuerte. Entonces los romanos le enviaron una corona de oro por valor de 100 talentos”. Algo así debía relatar nuestro historiador (del que toma su esquema el novelista).
El nombre de Marco Emilio, que éste introducía, apunta intencionadamente a Paulo Emilio, el vencedor de Pidna, y la historia entera se ha inventado en una época en que la supremacía de los romanos pesaba gravemente sobre los estados de los diádocos, es decir, que Alejandro se comportaba frente a los altivos romanos del mismo modo como ellos estaban acostumbrados a tratar a sus súbditos».
Por otra parte, algunos historiadores hablan de una embajada de los romanos que se presentó a Alejandro en Babilonia (Arriano, 7, 15, 5); y nos cuentan que Alejandro, tras conquistar el Oriente, planeaba someter luego a Cartago, Sicilia y Roma (Arriano, 7, 1, 3). <<
[44] El novelista, después de haber llevado a Alejandro hasta Cartago, encuentra natural colocar aquí, en la marcha por el norte de África hacia el Este, la visita del joven rey al santuario libio de Amón, en el oasis de Siwa. La mención de la isla de Proteo, es decir, la de Faro, como lugar de cita para el reencuentro con su flota, es un tanto proléptica. Alejandro descubre la existencia de esta isla más tarde (I, 32). <<
[45] Según Plutarco (o. c. 26, 3), cuando Alejandro pensaba en fundar una gran ciudad en el norte de Egipto, tuvo en sueños la visión de un anciano de venerable aspecto (Homero o Proteo) que le recitó los versos de la Odisea IV, 354-5:
Hay más allá una isla en el resonante mar,
ante la costa de Egipto. Y la denominan Faro.
El oráculo de Amón es más complicado (y se repite luego en I, 33). Amón, dios solar y profético, se identifica con Febo Apolo. Eón Plutonio significa Sérapis, dios de ultratumba que los griegos identificaron con Plutón (cf. Plutarco, Sobre Isis y Osiris 27) y, en un sincretismo de carácter filosófico más abstracto, con Eón (gr. aion), dios de la totalidad y la eternidad, de origen persa. Las cinco colinas se refieren a los cinco elementos cósmicos de la religión persa, o tal vez a las cinco partes de Alejandría. <<
[46] El nombre de esta población era Paraitonion (hoy Marsa Matruch), un puerto en la frontera occidental de Egipto con Libia. En el camino hacia el santuario de Amón, que dista 230 kilómetros de Alejandría. El autor de nuestro relato no desaprovecha la oportunidad de inventarse una etimología casual. De su afición a estas explicaciones etimológicas hay otros ejemplos (I, 22; I, 31; I, 32; I, 35, etc.). <<
[47] Es decir, no se trata de la ciudad de Hermes (Hermou pólis), sino de «la ciudad del puerto de atraque» (hormou polis). La etimología es falsa. Hermúpolis es el puerto actual de Damanbour. <<
[48] La chora alexandreon o comarca de Alejandría. En A toda esta descripción geográfica es mucho más extensa y con más topónimos. El autor de la narración, que es alejandrino, se mueve aquí entre unos términos geográficos bien conocidos, por una vez. Esta descripción geográfica de Alejandría y su comarca posee cierto interés histórico. Es difícil comentarla aquí en detalle. Cf. VAN THIEL, o. c., págs. 175 y sigs., quien, a su vez, remite a A. CALDERINI, Dizionario dei nomi geografici e topografici dell’Egitto grecorromano, El Cairo, 1935, y a A. ADRIANI, Repertorio d’arte dell’Egitto Greco-Romano, serie C, vols. I-II, Palermo, 1963, 1966. Cf., además, P. M. FRASER, o. c. <<
[49] Cleómenes y Nomócrates fueron, efectivamente, los que dirigieron la construcción de la nueva ciudad. La discusión sobre las proporciones justas de la pólis era un tema que preocupaba a los griegos desde antiguo, y en Aristóteles (en la Política VII, 4, y en otros lugares) lo hallamos tratado con seriedad. Las grandes ciudades del período helenístico iban pronto, sin embargo, a crecer de un modo desmesurado. Aunque el motivo político principal en que se basaban los antiguos teóricos, el de la participación personal en el gobierno democrático de la pólis, había dejado ya de tenerse en cuenta. <<
[50] Dracon y Agathodaímon eran los nombres de los dos grandes canales de Alejandría, que, con modificaciones, aún subsisten. Eúforo y Melantio debían de ser los nombres de dos distritos de la ciudad. El que dirigió la construcción de canales subterráneos fue Crates de Olinto (aquí alterado en Cártero). Las explicaciones de los nombres están inventadas. «Hipónomo» significa, simplemente, en griego, «canal subterráneo». <<
[51] Ya en la Odisea IV, 349 y sigs., se habla de Faro como lugar de residencia de Proteo, viejo dios marino de raudas metamorfosis. En época helenística el culto a este viejo dios pudo cargarse de nuevas connotaciones, haciendo de él una divinidad originaria en el proceso cósmico.
Por otra parte, el hallazgo de su tumba garantiza la protección del héroe enterrado sobre la vecina ciudad, fundada junto a su santuario. <<
[52] La anécdota es antigua (cf. Plutarco, o. c. 26, 5 y sigs.; Arriano, 3, 2, 1 y sigs.). Plutarco dice que emplearon harina al no tener a mano yeso. <<
[53] Alejandría fue dividida, efectivamente, en cinco distritos, denominados con las cinco primeras letras del alfabeto griego. La etiología aquí dada es pura invención. <<
[54] Las serpientes son una aparición metamórfica de los genios tutelares de las casas. El agathós daímon de la mansión asume la figura de serpiente para penetrar y habitar en ella. En Egipto las serpientes eran veneradas por tal motivo. Además de los cultos privados al «buen demonio» particular, existía la fiesta pública del Agathós Daímon, celebrada en 25 de Tybi (enero). <<
[55] El «multiforme animal» es Cerbero, el infernal perro de tres cabezas, que en el tardío helenismo se asoció al culto de Sérapis. Zeus y Hera equivalen a Sérapis e Isis. El Heroon y el Serapeo fueron dos grandes templos de Alejandría. El emplazamiento de este último es bien conocido por las excavaciones arqueológicas, que han descubierto los fundamentos de su gigantesca construcción. <<
[56] En nuestra recensión se ha perdido, o expresamente eliminado, una parte de esta historia. Traducimos el texto de A, para suplir la laguna:
«Alejandro preguntó de quién eran los obeliscos. Le contestaron: “Del rey emperador del mundo, de Sesoncosis”. En caracteres hieráticos está grabada esta inscripción: “El rey de Egipto, Sesoncosis, emperador del universo, los erigió en honor de Sérapis, dios manifiesto del universo”.
Dijo entonces Alejandro, con la mirada dirigida hacia el dios: “¡Magnífico Sérapis, si tú eres el dios del universo, muéstramelo!”
Se le apareció en sueños el magnífico dios y le dijo: “¿Te has olvidado, Alejandro, de lo que dijiste al ofrecer tu sacrificio? ¿No dijiste entonces: ‘Quienquiera que seas que velas providentemente sobre la tierra y que con tu mirada abarcas el universo ilimitado, acéptame este sacrificio y sé mi auxiliador en los combates’, y al instante descendió en vuelo un águila y arrebatando las vísceras las depositó en mi altar? ¿No te era posible inducir que yo soy el dios que vela providente sobre todas las cosas?”
Y en sueños interpeló Alejandro al dios y le dijo: “¿Va a perdurar con mi nombre esta ciudad de Alejandría que acabo de fundar, o cambiará este nombre mío por otra denominación en tiempos de otro rey? Revélamelo”. Entonces ve que el dios le da la mano y lo transporta junto a una enorme montaña y le dice:
“Alejandro, ¿puedes cambiar de lugar esta montaña?” Soñó que él respondía: “No puedo, señor”. Y el dios le dijo: “Del mismo modo tampoco tu nombre puede ser transferido por la denominación de otro monarca. Sino que Alejandría aumentará en bienes, y sobrepasará y favorecerá a las ciudades de origen más antiguo que el suyo”.
Alejandro dijo: “Señor, revélame además esto, cuándo y cómo voy a morir”.
El dios contestó:
“Es sedante, hermoso y noble, que quien nació mortal ignore cuándo se va a encontrar el término fijado a su vida. Los que son mortales desconocen en su interior que es inmortal la vida multiforme, mientras se mantengan ignorantes de las desgracias. Piensa también tú que eso precisamente es lo más hermoso y no pretendas conocer de antemano el futuro. Pero ya que tú me interrogas deseoso de conocer el porvenir, te es concedido enterarte en resumen de esto: Tú, que has venido joven a mis dominios, someterás a todas los tribus de los bárbaros…”».
El texto de A presenta luego algunas lagunas y enlaza con el de nuestra redacción en lo fundamental. Es probable que el redactor de B haya suprimido el párrafo que acabamos de traducir por parecerle inoportuno la glorificación de Sérapis como dios omniprovidente. Me parece probable que, desde su perspectiva cristiana, el redactor tardío prefiera dejar las alusiones a la Providencia en un tono un tanto ambiguo.
La alusión a Sesoncosis, el gran conquistador egipcio, como precursor de Alejandro en su papel de «emperador del universo» (gr. Cosmocrátor), se repetirá más adelante. Seguramente el autor alejandrino del relato conoce la leyenda sobre este faraón, desarrollada en Egipto desde mucho tiempo atrás (Heródoto, II, 102-110) y que vino a parar en cierta Novela de Sesoncosis, que conocemos, por restos papiráceos, muy fragmentariamente. De Sesoncosis nos habla también Diodoro, 1, 35 y sigs., que toma sus datos de Hecateo de Abdera, un historiógrafo novelesco de la época de Tolomeo I. Según Diodoro (5, 55, 3), Sesoncosis había llegado, en su expedición a la India, más allá que Alejandro. Sesoncosis es, según la tradición, el fundador del culto de Sérapis; Alejandro, su restaurador. Como advierte VAN THIEL, la idea del «imperio mundial» no es griega; sí, en cambio, típica en Egipto.
La profecía sobre el futuro de Alejandro y la gloria de Alejandría (es decir, a partir de «Es sedante, hermoso y noble») está, en A, en trímetros yámbicos. (Se conservan 40 versos). <<
[57] Como es bien sabido, los griegos utilizaban sus letras para la notación numérica. Así que es fácil resolver este enigma: 2 veces 100 = 200 = Σ = (S); 1 = A; 100 = P = (R); otra vez A; 4 veces 20 = 80 = Π = (P); 10 = I; y la primera letra = Σ(S) = S A R A P I S. <<
[58] A agrega que Alejandro, tras celebrar otros sacrificios al dios, hace construir el Serapeo en su honor para albergar su estatua convenientemente. Cita unos versos de Homero (Ilíada I, 528-530), que no tienen probablemente otro sentido que subrayar la semejanza entre Sérapis y el Zeus griego en su venerable aspecto, y concluye: «Así, pues, Parmenisco edificó el llamado Serapeo de Parmenisco». (Sobre el culto de Sérapis, cf. L. VIDMAN, Isis und Sarapis bei den Griechen und Römern, Berlín, 1970). <<
[59] El texto dice que Alejandro se dirige a Egipto, tras abandonar Alejandría. Esta ciudad, fundación griega, quedaba al margen del Egipto auténtico, cuya capital histórica era entonces Menfis, tradicional sede de la coronación de sus reyes en el delta del Nilo. El dios Hefesto —a quien ya se menciona en A cuando la consulta sobre Nectanebo— es, simplemente, la versión griega del egipcio Ptah, patrón, como el dios heleno, de los artesanos. Como dios soberano de la ciudad de Menfis, presidía la coronación de los faraones. Demiurgo universal, había modelado el mundo en su creación. Se le representaba en figura de dios anciano. <<
[60] El gesto de Alejandro al abrazar la estatua de Nectanebo reproduce un momento del ceremonial egipcio de la coronación, en que el faraón recién designado abrazaba a su antecesor. Por otra parte, la alusión de Alejandro a «los inexpugnables muros» de Egipto puede entenderse, creo, metafóricamente, referida al aislamiento geográfico natural del país. De otro modo habría que pensar que Alejandro se refiere a Egipto, erróneamente, como una polis, del mismo modo que en nuestro texto se hace luego con Persia (II, 13; II, 14). Pero el error sería más raro en este caso, ya que el autor de nuestro texto conoce bien Egipto. <<
[61] Los «catafractos», caballeros acorazados, que con su completa armadura preludian a los caballeros medievales, pertenecen a una época posterior a Alejandro. Este tipo de caballería fue desarrollado por los partos en sus encuentros con los romanos, y luego por los persas sasánidas. Ya en Carras (55 a. C.), la intervención de los catafractos fue decisiva. Y en la guerra contra los persas de 322-3 d. C. las tropas romanas volvieron a experimentar sus temibles embestidas. Hombre y corcel cubierto de malla, arco y aljaba, pesado casco con visera, escudo redondo y lanzón formaban el arnés de estos guerreros, según nos los reproduce el célebre grafito de Dara, «la estatua del jinete de Taq-i-Bostan», en el arte sasánida. <<
[62] La conquista de Tiro, tras un penoso asedio de siete meses, es una de las más arduas hazañas de Alejandro. La ciudad, establecida sobre una isla, era tenida por inexpugnable, hasta su caída en julio del 332.
Nuestro novelista invierte el curso de la marcha de Alejandro, ya que aquí sube desde Egipto a Siria, en lugar de su recorrido histórico a lo largo de la costa fenicia hacia Egipto. Gaza fue conquistada después de la caída de Tiro. Es probable que nuestro novelista invierta el orden de las noticias, tomadas de un historiador helenístico. Por otra parte, es muy característico del estilo de nuestro autor este episodio, en el que ha preterido todos los detalles poliorcéticos de la batalla famosa para destacar sólo unos detalles anecdóticos peregrinos. <<
[63] Una curiosa advertencia, que hay que apreciar, teniendo en cuenta que el novelista nos pinta a Alejandro disfrazándose de mensajero propio ante Darío (II, 13-15), ante Poro (III, 3) y ante Candace (III, 19 y sigs.). <<
[64] Aquí encontramos la primera de las cartas introducidas, con cierto desorden, en el relato. Es curiosa la soberbia con que aquí se expresa Alejandro, antes de enfrentarse con el rey de Persia. La carta contrasta con la moderación en el uso de títulos y sus irónicas contestaciones a las grandilocuentes expresiones epistolares de Darío, en las cartas siguientes. <<
[65] Plutarco (o. c. 24, 8) cuenta este sueño de otro modo. Alejandro ve en sueños a un sátiro, que se burla de él, y al que tras algunos esfuerzos consigue capturar. Los adivinos interpretan el nombre del sátiro como alusión a la toma de Tiro, dividiendo satyros en sa (tuya) - Tyros (Tiro). A nuestro autor se le ha ocurrido la nueva relación del nombre de la ciudad con el del queso (en gr. tyrós). El juego de palabras es intraducible, y su oportunidad un tanto dudosa. <<
[66] Ésta es la primera carta de la serie intercambiada entre Darío y Alejandro, que formaban el núcleo de una narración novelesca epistolar, incorporada luego por nuestro novelista a su relato. Esta carta debía figurar, en todo caso, antes de la batalla de Gránico, no aquí, después de la toma y destrucción de Tiro. Sobre el trastrueque de las cartas, al incluirlas en su texto el Pseudo Calístenes, ha realizado un excelente análisis MERKELBACH en su obra ya citada. (Cf. págs. 84 y sigs. y passim). <<
[67] Respecto de los regalos infantiles del látigo y la pelota, AUSFELD notaba que, según Justino (38, 9, 9), Demetrio II Nikator de Siria recibió del rey de los partos Fraates unos dados de oro, con un sentido parecido al que aquí da Darío a sus presentes. MERKBLBACH señala que esta noticia puede darnos un terminus post guem para la narración epistolar.
En narraciones griegas posteriores, Darío envía además a Alejandro dos sacos de granos de mostaza, para indicar la incontable multitud de sus fuerzas. Alejandro toma un puñado de estos granos y los mastica, comentando que son muchos pero sosos. Y le replica con el envío de un saquito de granos de pimienta. Este añadido parece de claro sabor oriental. <<
[68] Este episodio es una interpolación de B, un doblete de II, 8, y aquí rompe el curso de la narración. <<
[69] Esta carta al general Escamandro (?) (acaso corrupción de Casandro) carece de sentido. <<
[70] Doblete de I, 28, colocado allí con mejor tino. <<
[71] Este milagro se produjo, según Plutarco (o. c. 15, 4), antes de partir hacia Asia, en Libetra, en la Pieria macedónica. La explicación del adivino en el texto de Plutarco es diferente: «Todos se espantaron ante el prodigio; pero Aristandro les exhortó a tener confianza, en el sentido de que Alejandro iba a realizar hazañas dignas de ser cantadas y celebradas, que darían mucho trabajo y sudor a los poetas y músicos que compusieron sus himnos» (cf. Arriano, I, 11, 2).
En lugar del nombre de Aristandro, nuestro novelista ha introducido al mítico adivino Melampo. <<
[72] Esta antigua y famosa anécdota (Apotegma 78 STERNBACH) conoce algunas pequeñas variantes: en A, en lugar de «Agamenón» figura «Aquiles», que es probablemente lo correcto. Según un escolio al verso 357 del Arte Poética de Horacio, Alejandro habría prometido al poeta una pieza de oro por cada verso bueno y un tirón de orejas por cada verso malo, experiencia que el mediocre poeta no pudo resistir.
El asombro de Alejandro ante las reliquias de los héroes homéricos está sólo atestiguado por Pseudo Calístenes. La escena ante los restos de la Troya homérica es antigua. Plutarco (o. c. 16, 4) la cuenta de muy otro modo. Es probable que haya que contar con una laguna de nuestro texto. Valerio es el único que ha conservado una plegaria de Alejandro a su antepasado Aquiles (Por vía materna, Alejandro creía descender de su hijo Neoptólemo). <<
[73] Nuestro autor mezcla y confunde algunos datos tomados de una fuente histórica. Alejandro pasó por Abdera al trasladar su expedición a Asia. (También las anécdotas anteriores deben situarse en esa época de los comienzos de su expedición, a la salida de Macedonia). <<
[74] «Los caldeos» está en lugar de «los calcidios» —en un error sorprendente por lo abstruso—, los habitantes de la península calcídica, cercana al Helesponto. <<
[75] La anécdota es antigua, probablemente histórica; aunque su lugar no debe ser éste, sino en el regreso de Alejandro desde la India a Mesopotamia. Arriano (VI, 25, 1) la sitúa en la penosa marcha a través de Gedrosia. <<
[76] Desde I, 45 hasta II, 6 se refiere en A (es decir, en las versiones más antiguas de la novela) el sometimiento de Grecia por Alejandro. El autor de la recensión ß ha omitido esa parte del relato, seguramente —como observa VAN THIEL— para evitar en parte las desviaciones históricas del recorrido de Alejandro y, sobre todo, porque en su época se había perdido el interés en el destino de las ciudades griegas de la Antigüedad.
La famosa destrucción de Tebas había sido referida ya en esta recensión brevemente, introduciéndola en un lugar correcto, en I, 27. Un grupo de manuscritos dependientes de ß (FLV?) vuelven a relatarla aquí. Se trata de otro doblete, como el del baño en el Cindo, en I, 41 y II, 8, y el de la lanza hincada en tierra en I, 28 y I, 42.
El capítulo 45 nos refiere un nuevo oráculo sobre el glorioso, futuro de Alejandro como conquistador. Traduzco a continuación el texto de A, interesante porque subraya una vez más la relación de Alejandro con Heracles:
«Pasando de largo junto a otras ciudades llegó hasta los locrios. Mientras allí descansaba su ejército, dejándolo por un día, se presentó en la comarca de los agrigentinos (¿?) [el texto está corrupto; sin duda, se trata de Delfos] y penetrando en el santuario de Apolo solicitó que la profetisa de Febo le vaticinara su futuro. Como ella le respondiera que el oráculo no emitiría profecía en su favor, Alejandro replicó lleno de cólera: “Si no quieres profetizar en mi favor, me llevaré yo sobre el hombro tu trípode, como se llevó Heracles el trípode parlante que había dedicado Creso, el rey de los lidios”. Desde el fondo del templo surgió una voz hasta él: “Heracles, Alejandro, hizo eso como un dios frente a un dios; pero tú, que eres mortal, no rivalices con los dioses. Deja que tus hazañas sean divulgadas hasta el umbral de los dioses”.
Después de haberse manifestado tal voz, dijo la sacerdotisa de Febo: «El propio dios te ha profetizado al llamarte con un nombre muy poderoso. Porque te ha gritado desde el fondo del templo: “¡Heracles, Alejandro!”, indicando así de antemano que has de ser más fuerte que nadie en tus hazañas y que serás recordado en todos los tiempos». <<
[77] El flautista Ismenias (citado por este nombre en I, 27, y más detenidamente en A) es un personaje trasladado a la leyenda por su fama proverbial. Justino (XI, 5, 1 y sigs.) introduce a un tebano llamado Cleadas con el mismo cometido de suplicar a Alejandro. <<
[78] Traducimos a continuación el texto de A que contiene, en primer lugar, una extensa declamación retórica sobre el tema, compuesta en su mayor parte en versos coliambos. (Cf. R. MERKELBACH, pág. 87). En segundo término (I, 47), el motivo para la reconstrucción de Tebas, gracias a la petición del atleta victorioso Clitómaco. Este motivo carece, obviamente, de base histórica. Existió un famoso atleta Clitómaco, pero vivió un siglo después de Alejandro. Esta reconstrucción pronta de Tebas se contradice con la noticia del testamento de Alejandro (III, 30-33). Tebas comenzó a reconstruirse en 316-5, ya muerto el gran conquistador.
En tercer término (II, 1-2, 6) viene la discusión de los oradores atenienses a propósito de la deposición por Alejandro de su general en Platea. Todo el episodio es una invención. A partir de la existencia de Platea, un anacronismo claro, ya que esta ciudad estaba destruida desde la guerra del Peloponeso.
En la polémica entre los oradores atenienses se asigna a Demóstenes, contra la verosimilitud histórica, el mejor papel a favor de Alejandro, porque este famoso orador prestaba así su prestigio a la gloria de nuestro héroe novelesco. El autor alejandrino aprovecha la ocasión para aludir a la grandeza de Egipto (II, 4).
También esta discusión, como la anterior súplica de Ismenias, es un típico producto escolar, muestra retórica sin base histórica real. Como muchos otros ejemplos de la oratoria de la Segunda Sofística, se trata de un ejercicio oratorio montado sobre unos datos escasos y una dosis de pedantes citas mitológicas e históricas sobre temas escogidos. No comentamos sus notables disparates históricos, que a su autor le importan menos que el efectismo escénico. <<
[78a] Aquí acaba el texto que recogemos de A. <<
[79] En realidad, el Cindo. Una vez más el autor reemplaza un nombre, que le es desconocido, por una denominación arquetípica. El río Océano, como el adivino Melampo o el flautista Ismenias, pertenecen a una misma categoría. <<
[80] Es decir, en voz baja. Lo usual en la antigüedad era la lectura siempre en alta voz. <<
[81] Media está más allá del Tigris. Alejandro cruza Armenia después de vadear el Eufrates. Ariana está aún más al Este que Media. Las menciones geográficas de nuestro texto están, de nuevo, trastocadas. También respecto de la mención de Bactria (II, 10), es evidente que nuestro autor ignora la localización real. <<
[82] Todas estas cartas están sacadas de la colección epistolar que nuestro novelista utiliza con un curioso desorden. Para su ordenación, remitimos al libro de MERKELBACH, que trata este tema con detalle y gran claridad. <<
[83] Es un anacronismo la mención de Antioquía, que se fundó en 301 a. C. Los 3000 camellos pueden proceder de los que, según algunos testimonios, utilizó Alejandro para trasladar, tras la batalla de Arbela, los tesoros de Persépolis. <<
[84] La carta de Darío a Poro, solicitando su auxilio, está más adelante (II, 19). <<
[85] Persia es, para el Pseudo Calístenes, una ciudad; más adelante habla de la Pérsis pólis. Como posible explicación de tan sorprendente error, aventuro que se haya confundido con el nombre de Persépolis. <<
[86] Se ignora la localización exacta del río de este nombre. El novelista no destaca aquí la característica más notable de este río en el folktale que da pie a su historia: helado de noche, el río se deshiela a los primeros rayos del sol, al amanecer. <<
[87] Un estadio equivale a 185 metros. <<
[88] La baja estatura de Alejandro, un tanto exagerada aquí, como ante el gigantesco Poro (III, 4), está atestiguada también por Q. Curcio (7, 8, 9; 6, 5, 29). <<
[89] En ocasiones especiales era un uso real en Macedonia regalar a los invitados las copas del festín. Aquí el novelista no saca un partido especial de la treta un tanto bufonesca de Alejandro para embolsarse las copas de oro. En relatos medievales, Alejandro usa las copas para golpear a los guardianes. <<
[90] Plutarco (o. c. 37, 3) nos cuenta que Alejandro encontró una gran estatua de Jerjes derribada a su paso, y decidió cruzar, ante ella, como una barrera franqueable. <<
[91] La descripción, patética y retórica, parece referirse, por algún detalle más concreto, como los destrozos causados por los carros armados de guadañas o drepanóforos y la multitud de fugitivos persas ahogados en el vecino río, a la batalla de Arbela. (Cf. Q. Curcio, 4, 16, 16; y Justino, 11, 14, 4.) <<
[92] Estas últimas frases sobre la incertidumbre del futuro están en versos yámbicos en A. La recensión B las ha prosificado, como en general hace con las partes en verso de la obra, con muy ligeros cambios. Uno de éstos consiste en la inoportuna mención del «Hades», el lugar de «las tinieblas». <<
[93] El texto de A nombra expresamente a Jerjes, antepasado —aunque no padre— de Darío. <<
[94] A conserva bien la conocida respuesta de Alejandro a Parmenión (en Plutarco, o. c. 29, 4): «Y yo lo aceptaría, si fuera Parmenión». Nuestra recensión ha variado también ligeramente el nombre de Parmenión en Parmenio, como en otros lugares.
El novelista ha extendido la respuesta de Alejandro, para exponer aquí sus razones para la negativa. El texto debe de provenir de una carta (cf. la núm. 14 en la ordenación de MERKELBACH), pero como ha hecho decir a Alejandro en II, 10 que era aquélla su última a Darío, recurre a este expediente. <<
[95] En A no figuran Nabonasaro ni los tesoros de los judíos (devueltos mucho antes por Ciro a Judea). La tumba de Nabucodonosor estaba en Babilonia. La de Ciro, en Pasargadas; las de los otros reyes persas, en Persépolis. <<
[96] De ataúdes de cristal habla Heródoto (III, 24) como algo existente entre los etíopes. <<
[97] Los obreros estaban encadenados y mutilados para impedir su huida, según la explicación griega a este uso persa, de base religiosa. (Cf. Diodoro, XVII, 69). <<
[98] El relato histórico debía decir que Alejandro, al llegar a Ecbatana, en Media, se enteró de que Darío estaba junto a las Puertas Caspias. Nuestro texto confunde los datos geográficos. <<
[99] Besso, sátrapa de Bactria y Sogdiana, acaudillaba la última resistencia contra Alejandro. Junto con otros sátrapas, como Ariobárzanes, mantenía prisionero a Darío, transportándolo en su retirada desde Media hasta hacerlo asesinar en Hecatómpilo. <<
[100] La escena anterior es una invención de nuestro novelista. También es una invención este patético encuentro de Alejandro y el moribundo Darío, a partir de la noticia histórica de que Alejandro en su persecución del ejército persa encontróse con el cadáver de Darío. Pero en la figuración de esta escena pudo encontrar algunos precursores. (Cf. Plutarco, o. c. 43; Q. Curcio, XIII, 28, y Diodoro, XVII, 73). En A, la conversación entre Alejandro y Darío está en versos coliámbicos, y en un lenguaje elevado, como conviene a tan dramática escena. De nuevo Darío recuerda a Alejandro la inestabilidad de la Fortuna, tema tópico. <<
[101] Roxana era una princesa de Bactria, que Alejandro desposó tras la conquista de este territorio. Más tarde, Alejandro se casó con Estatira, hija del difunto Darío. Sólo Roxana dio un hijo a Alejandro. <<
[102] Esta grave prohibición de abandonar el puesto asignado a cada uno en su localidad se entiende pensando en las normas de Egipto, donde el abandono del puesto asignado en la vigilancia de las crecidas del Nilo podía comprometer gravemente la agricultura de la zona.
En A existen otras disposiciones más concretas (p. ej., sobre las fiestas, cultos en honor de Sérapis y Zeus, construcción de un estadio, etc.) que en nuestra recensión se han omitido. Por otra parte, el texto de A está muy corrupto aquí. <<
[103] Abulites, sátrapa de Susa, fue designado por Alejandro para tal cargo. No era pariente de Darío. A da como nombre del sátrapa Adulites. <<
[104] Estatira, la esposa de Darío, había muerto antes de la batalla de Arbela. La madre de Darío se llamaba Sisigambis. En A se la llama Rodoguna, y allí no se nombra a Roxana en la dedicatoria. <<
[105] En estas líneas de respuesta, Alejandro rechaza que se le den, como a los reyes persas, honores divinos. La respuesta es mucho más explícita en A. <<
[106] Aunque no se ha dicho anteriormente, hay que suponer que Alejandro había enviado previamente estos vestidos reales de Persia a Macedonia. Tal vez esto se relaciona con la noticia que da Q. Curcio en 5, 2, 18.
El texto de A no alude a la boda. Contiene a continuación una carta de Alejandro a Roxana. Luego anuncia que se dirige a la India a combatir a Poro. Y concluye así el libro II. Es decir, que faltan en A (y en la traducción latina de Valerio) todos los capítulos siguientes de este libro, que refieren las aventuras maravillosas de Alejandro en la India.
El capítulo 23 vuelve a relatar hechos ya conocidos, para introducir luego en la misma carta el viaje hacia la India, un tanto bruscamente en nuestro texto.
Los capítulos 24-31 los sacó MÜLLER de la recensión γ. En ellos se trata del viaje de Alejandro hacia Jerusalén y Egipto, con otras maravillosas aventuras. La entrada de Alejandro en Jerusalén y su reconocimiento del dios de los judíos (II, 24) es tal vez lo más novedoso de este texto, de clara invención propagandística judaica. (Cf. MERKELBACH, pág. 100). <<
[107] Algunos manuscritos de B dan la variante de Iberia, región del Cáucaso. <<
[108] Señala VAN THIEL que en todo este relato quedan recuerdos de la tremenda marcha de Alejandro, a su regreso de la India, a través de los desiertos de Gedrosia y de la navegación costera de Nearco desde el Indo al Tigris. Para nuestro novelista, sin embargo, la localización de esta marcha es totalmente fabulosa. <<
[108a] Los caps. 34-35 de MÜLLER proceden de la recensión γ. Tratan del encuentro de Al. con los brahmanes. (Cf. III, 5-6). <<
[109] Estos «ictiófagos» recuerdan en algunos detalles (aparte de su mítico carácter de acéfalos) a los esquimales, y se ha sugerido que su descripción pueda estar influida por vagas noticias de un viaje hacia regiones nórdicas. Habitan además cerca de regiones donde la oscuridad permanece largo tiempo. <<
[110] En esta marcha a través de la oscuridad pueden confluir, según VAN THIEL, dos noticias: la creencia de que en el extremo confín del mundo domina la eterna oscuridad (Q. Curcio, 9, 4, 18) y el recuerdo de las marchas nocturnas en la travesía del desierto para evitar el ardor del sol. <<
[111] El oráculo se conserva tan sólo en algunos manuscritos (LPλ) de nuestra recensión. La explicación del nombre de Alejandro es doble: por un lado se relaciona con el verbo gr. aléxo («rechazar») y, por otro, con ex andron («lejos de los hombres»). La letra labda significa en su uso numérico 30. <<
[112] El tamaño gigantesco de los animales de la India es un rasgo tópico de las narraciones fabulosas de los griegos. Sus desmesuradas proporciones tornan monstruosos a animales ya conocidos. Ya Heródoto cuenta que las hormigas de los desiertos de la India son más gruesas que los perros y mayores que los zorros (III, 102, 2). <<
[113] Sólo algunos manuscritos (LP C λ) presentan esta variante, una de las más antiguas, de un cuento popular (AARNE-THOMPSON, tipo 981). El mismo se encuentra en Justino, 18, 3 y sigs., y en Festo (siglo II), s. v. «sexagenarios». <<
[114] El esqueno (gr. skhoínos) es una medida de longitud egipcia, entre 30 y 60 estadios (es decir, entre 5 y 10 kilómetros). <<
[115] El mítico motivo de la Fuente de la Vida (o de la Inmortalidad, o de la Juventud), situada cerca del País de los Bienaventurados, de la que habla Heródoto, III, 23, se ha puesto en conexión con el ansia de Alejandro por la inmortalidad, de que nos habla algún testimonio antiguo. (Del siglo III a. C. es el de Tales, recogido por Estobeo, 4, 33, 31). <<
[116] Una de las varias advertencias dadas por la divinidad a Alejandro de no trasgredir los límites fijados a la humanidad, transmitida aquí —como en III, 41— por una criatura angélica o demónica. <<
[117] La traición del cocinero y la hija del rey es un tema folklórico que ha sobrevivido, a través de la tradición popular bizantina, hasta la moderna de un cuento neogriego. En éste se cuenta que la hija o la amada de Alejandro, que, al beber el agua de la inmortalidad, lo condenó a morir, fue desterrada por él a las profundidades marinas, donde vive como ser de perennidad divina. Esta doncella surge ante los barcos y repite siempre la misma pregunta: «¿Vive aún Alejandro?». Si se le contesta afirmativamente, despide al navío con buen tiempo y cantando melodiosas canciones de alegría. Si se le contesta que no, se enfurece y hunde el barco. Porque se niega a aceptar la verdad de que Alejandro muriera por su culpa o su inconsciencia.
La etimología de Neraída (en relación con neró = «agua») es popular. La hija de Alejandro se asimila a una nereida (hija del viejo dios marino Nereo), o, según otras versiones, a una ninfa montaraz. En otra versión neogriega se trata de una hermana de Alejandro, llamada Kaló, que está transformada en la reina de las Nereidas, que pueden asaltar, juguetonas, a los viajeros solitarios en las horas de máximo calor. <<
[118] La bóveda celeste se apoya en los extremos de la tierra. Alejandro supone que el fin del mundo está cerca del País de los Bienaventurados, localizado en tal extremo por la tradición griega. <<
[119] Ya en un antiguo poema babilónico el héroe Etana intenta volar hasta el cielo sobre el lomo de un águila. Alejandro ha recurrido a un improvisado carro con dos corceles alados. <<
[120] Alejandro le echaba en cara a Nectanebo esto mismo en I, 14. <<
[121] Según la figuración de los antiguos geógrafos jonios, el mar —o el río Océano— rodea la tierra. Desde la perspectiva aérea, casi astral, de Alejandro, el mar aparece como una serpiente, seguramente de color verde. <<
[122] Aquí se han mezclado los recuerdos de dos motines de las tropas macedonias: el primero, al comienzo de la marcha hacia la India; el segundo, en Opis, al licenciar a los veteranos. El siguiente discurso de Alejandro concuerda en general con el que trasmite Q. Curcio en 9, 2, 33 y sigs. <<
[123] La leyenda de que también Dioniso había guerreado contra los indios parece posterior a la expedición de Alejandro. (Cf. el testimonio de Clitarco, F. Gr. Hist., 137 F 17). En la India se localizó luego el monte sagrado de Nisa, unido al origen y misterios de este dios. (Cf., más adelante, III, 28). <<
[124] Los elefantes, fundamentalmente. Aunque el texto indica ambiguamente la presencia de otras fieras como fuerzas de choque de los indios. Sobre el papel de los elefantes en estas campañas véase el reciente libro de H. H. SCULLARD, The Elephant in the Greek and Roman World, Londres, 1974. <<
[125] El combate cuerpo a cuerpo de Alejandro y Poro es una invención, aunque ya anterior a nuestro texto. Luciano (en Cómo ha de escribirse la historia 12) la atribuye a Aristobulo (F. Gr. Hist., 139 T 4). Nuestro novelista se recrea en detalles anecdóticos, como la diferencia de estatura entre el gigantesco Poro y el menudo Alejandro, y en la astucia de éste para derribar y matar a su adversario. Realmente no hubo tal combate personal, sino que Alejandro, después de derrotar a Poro, se reconcilió con él y lo mantuvo en su trono, aunque como representante y aliado suyo. <<
[126] Faltan en nuestra recensión unas líneas que en A indican que Alejandro somete luego otros territorios de la India, como la escarpada ciudadela de Aorna, ante la que habían desistido Heracles y Dioniso por la elevación y aspereza de su emplazamiento. (La autenticidad del párrafo, atetizado en la edición de W. KROLL, ha sido defendida por MERKELBACH (o. c., página 103).
Como bien anota VAN THIEL, aquí y en los dos capítulos siguientes nuestro texto confunde tres motivos: 1) La marcha de Alejandro contra los oxídraces, una tribu india muy belicosa (Arriano, 6, 4, 3; 14, 1). 2) Diálogo de Alejandro con unos brahmanes prisioneros, acusados de incitar a la resistencia contra él (Plut., o. c. 64). 3) Encuentro de Alejandro con los gimnosofistas indios (Arriano, 7, 1, 5 y sigs.; Plut., o. c. 65).
Nuestro texto altera el nombre de los «oxídraces» en «oxidorces» (en gr. significa algo así como «los de aguda mirada») y los confunde luego con los pacíficos «gimnosofistas» (en gr. «sabios desnudos»). La descripción del modo de vivir de estos santones naturalistas procede probablemente de Onesícrito, un adepto de la escuela cínica que viajaba en la escolta de Alejandro y que idealizó, con algunos rasgos cínicos, a estos ascetas hindúes. En algunos autores del siglo III d. C. —como el novelista Heliodoro y en la Vida de Apolonio de Tiana de Filóstrato— encontramos también ecos admirativos sobre la vida santa y la sencilla inteligencia de los gimnosofistas. <<
[127] Diálogo de Alejandro con los gimnosofistas.—Conocemos este tema, que en nuestro texto está reelaborado en III, 6, por otras versiones más curiosas, como la de un Papiro Berlinés (Pap. Berol. 13044 = F. Gr. Hist., 1539) y la de Plutarco en su Vida de Alejandro 64.
A continuación traducimos el texto que ofrece VAN THIEL como Apéndice II de su edición (págs. 242-45) y que representa una combinación, con correcciones, de las dos versiones citadas, unificando sus pequeñas variantes textuales. VAN THIEL sigue en esto la propuesta de R. MERKELBACH (o. c., págs. 113 y sigs.).
Como señala VAN THIEL (pág. 245): «Esta obrilla, en la que el conflicto entre el poder de la fuerza y el espíritu se trata de una manera brillante y juguetona, tiene muy pocos lazos en común con precedentes históricos, que para su comprensión carecen de importancia. Se trata en cambio de una variante muy griega, muy intelectual, de aquellas difundidas narraciones, en las que un poderoso plantea a alguien varias cuestiones en apariencia insoluoles, bajo amenaza de duros castigos, en el caso de que no las resuelva». (Y el mismo autor nos remite a la catalogación de este motivo en THOMPSON, Motif-Index, H 500-899: «Texts of cleverness»).
R. MERKELBACH (o. c., pág. 52) recuerda que J. HUIZINGA, en su conocido Homo Ludens, ha tratado este tema de «Disputas sobre la sabiduría» en un contexto más general, y que FESTUGIÈRE lo ha puesto en relación con otros encuentros de los griegos con la sabiduría oriental (FESTUGIÉRE, «Trois rencontres entre la Grèce et l’Inde», Revue de l’Histoire des Religions 125 (1943), 32-45. Los otros dos encuentros descritos son el del libro indio Milindapanha (Preguntas del rey Milida-Menandro al sabio Nagasena) y el de La vida de Apolonio (III, 18-37) de Filóstrato. Siempre pregunta el griego y responde el indio sabiamente. El regalo final de un vestido (en el caso de Alejandro y de Milinda) es un rasgo oriental, como ya señaló JACOBY.
Dice así el texto:
«De los gimnosofistas que precisamente habían persuadido a Sabbas a rebelarse y que habían causado mayores daños a los macedonios, Alejandro apresó a diez que tenían fama de hábiles en las respuestas y de brevilocuentes, y les planteó unas preguntas insolubles, después de afirmar que mataría al que no respondiera correctamente. “Al que yo designe para emitir sentencia, éste será el juez de vosotros”. Luego preguntó uno de los gimnosofistas si podía añadir la explicación de su respuesta. Después de acceder, preguntó al primero si le parecía que eran más en número los vivos o los muertos. Él respondió que los vivos. “Pues no es justo —dijo— que los que no son sean más que los que son”.
A continuación preguntó al siguiente si creía que la tierra o el mar alimentaban a más animales. Contestó que “la tierra, porque también el mar está encima de la tierra”.
Al tercero le preguntó qué animal le parecía más peligroso. Éste contestó: “El que no lo conoce ningún hombre”.
Al cuarto, que era el jefe de aquéllos, Sabilo, le preguntó por qué había aconsejado a su rey combatir contra él. Respondió éste: “Porque debía vivir con honor o morir con honor”.
Al quinto le mandó decir qué había surgido antes, si la noche o el día. Al responder él: “el día fue antes por una noche”, le interrogó Alejandro sobre la razón de su respuesta, y el indio, tras meditarla, dijo: “A las preguntas imposibles les convienen respuestas imposibles”.
Al sexto le preguntó qué debía hacer uno para ser más amado por los hombres, y él contestó: “Ser el más poderoso sin causar temor a nadie”.
Al séptimo le preguntó qué había de hacer uno para devenir dios. Él respondió: “Uno debería hacer lo que sería imposible que hiciera un hombre”.
Al octavo le preguntó qué era más fuerte, la muerte o la vida. Y él respondió que “la vida, pues ésta hace que sean los que no eran, y la muerte que no sean los que eran”.
Al último le ordenó decir hasta cuándo le conviene bien vivir a una persona. Éste contestó: “Hasta que deja de creer que es mejor vivir que morir”.
Al único que quedaba para juzgar las respuestas le preguntó quién de aquéllos le había parecido peor, y añadió: “No vayas a creer que te escaparás si intentas favorecer a alguien”. Y éste, que no quería que ninguno pereciera por su causa, contestó que había respondido cada uno peor que el anterior.
“Así, pues —dijo Alejandro—, moriréis todos, y tú el primero, de acuerdo con tu sentencia”.
Pero él contestó: “Pero ten en cuenta, Alejandro, que no es propio de un rey el mentir. Pues aseguraste que matarías a quien no respondiera correctamente. Así que nos protege tu palabra. En cuanto a que no perezcamos injustamente, no debemos cuidar de eso nosotros, sino tú”.
Después de haber escuchado a éste, Alejandro juzgó que aquellos hombres eran sabios y, después de ordenar que les dieran a cada uno un manto, los dejó ir en paz».
La versión armenia añade algunas preguntas y respuestas al coloquio con los gimnosofistas. Y da alguna variante a las respuestas habituales. (Allí el lado preferido es el izquierdo y no el derecho, por razones bastante semejantes a las respuestas en nuestro texto). Traduzco del texto, que recoge KROLL en su aparato crítico, las cuatro últimas respuestas:
Dice (Alejandro) a otro: «¿Qué vence a todo el linaje humano?»
Respondió: «La muerte. Pues es violenta y dura para todos».
Dice Alejandro: «¿Ante qué se encoleriza la divinidad?»
Respondióle: «Ante la injusticia de los ricos y la soberbia de los pobres».
Pregunta: «¿Cuál es la más agradable de las adquisiciones?»
Respuesta: «El amor del corazón».
Pregunta: «¿Y qué es lo más amargo?»
Respuesta: «La envidia y el odio». <<
[128] La mención del Eufrates se encuentra sólo en el manuscrito ß. Hay un juego etimológico entre el nombre del río y el verbo griego euphraínesthai, «alegrarse, contentarse». <<
[129] (Entre III, 6-III, 17 se ha insertado el tratado de Paladio sobre la India y los brahmanes, sin título ni indicación de su autor, en el texto de A, editado y ordenado en capítulos por MÜLLER).
En A figura como epígrafe de los párrafos que traducimos luego, el de Carta de Alejandro a Aristóteles. Esta narración coincide en algunos puntos con la epístola latina, más amplia, que asimismo traducimos. En la versión de L (es decir, de ß) la carta ha pasado a desarrollarse como relato normal, sin advertencia del cambio.
Traduzco aquí el principio de la carta en A, que tiene algún detalle curioso, peculiar, como esa isla que aparece y desaparece, y que puede considerarse como el precedente de un episodio fantástico que encontramos en otras fabulaciones posteriores, p. ej., en Sindbad en Las Mil y Una Noches, como el monstruo, especie de tortuga gigante o de ballena, donde desembarcan los osados marinos.
Así dice la Carta de Alejandro a Aristóteles:
«El rey Alejandro saluda a Aristóteles. Necesariamente he de contarte todo lo extraordinario que nos aconteció en el viaje por la India. Habíamos llegado nosotros a la ciudad de Prasíaca, que parecía ser la capital del país de la India, y nos apoderamos de un promontorio vecino a ella, buena atalaya sobre el mar. Yo avancé en compañía de unos pocos para explorar el terreno y encontré a unos hombres de figura afeminada que se alimentaban de pescado. Al preguntarles, confirmé que eran bárbaros por su lengua, y a mis indagaciones sobre aquellos lugares nos indicaron en respuesta una isla que todos nosotros habíamos divisado en medio del mar. Aseguraban que aquélla era la tumba de un antiguo rey, en la que había consagrado mucho oro. Luego los bárbaros desaparecieron dejando allí sus barcas, que eran 12. Entonces mi nobilísimo amigo Fidón, Hefestión, Crátero y los demás compañeros se negaban a dejarme desembarcar en ella. Fidón decía así:
“Permíteme navegar hacia allá delante de ti, para que si hay algún peligro, me arriesgue yo antes que tú. Si no lo hay, yo enviaré el bote a por ti. Porque si aquí perezco yo, Fidón, ya encontrarás tú otros camaradas. Pero si murieras tú, Alejandro, todo el mundo civilizado sufriría la desgracia”. Me dejé convencer por ellos y les dejé cruzar. Pero en cuanto desembarcaron al cabo de poco tiempo, en la supuesta isla, de pronto aquel monstruo se sumergió en lo profundo. Nosotros chillamos, el monstruo desapareció del todo y allí perecieron ellos y mi nobilísimo amigo. Me afligí muchísimo, pero por más que busqué no encontré a los bárbaros.
Permanecimos siete días sobre aquella atalaya y al séptimo divisamos al monstruo, capaz de soportar elefantes sobre su lomo… He contemplado muchísimas y extraordinarias maravillas que es necesario que te relate. Pues vi muy variados animales y lugares…, extrañas especies de reptiles. Y lo más asombroso de todo, un eclipse de sol y luna… Hacía un tiempo atroz. Habíamos vencido a Darío, el rey de los persas, y a los suyos, y después de conquistar todo el país, avanzábamos observando sus riquezas. Había oro y vasijas adornadas con piedras preciosas…
Comenzamos el viaje desde las Puertas Caspíacas y nos pusimos en camino. Se hacían muchas horas de marcha. Al salir el sol la trompeta daba la señal de partida… Y esto, a pesar de que la impedimenta de los soldados era pesada, puesto que cada uno iba revestido con zapatos, grebas, musleras de piel y coraza de cuerpo entero. Pues los naturales nos habían advertido de los ataques de los reptiles del camino, y yo había dado orden pública de que nadie estuviera sin ese equipamiento.
Tras doce días de marcha llegamos a una ciudad que estaba en medio de un río. Crecían en la ciudad unas cañas de 30 codos de altura y muy anchas. La ciudad estaba escondida tras ellas. No estaba fundada en el suelo, sino encima de dichas cañas. Allí cerca, pues, ordené fijar nuestro campamento. Nos presentamos en aquel lugar a la hora tercera del día, y al llegar al río encontramos su agua más amarga que el eléboro. Cuando intentábamos alcanzar a nado la ciudad, surgieron del agua unos hipopótamos que arrebataron a nuestros hombres. No nos quedaba otro remedio que retirarnos de aquel lugar de cualquier modo… Estuvimos tan faltos de agua que incluso se vio a algunos soldados beberse sus propios orines. Pero por fortuna llegamos a un lugar donde había una laguna feraz rodeada de selva, a la que acudimos y encontramos allí agua dulce, que nos pareció superior a la miel.
Cuando nos quedamos satisfechos a placer, vimos sobre una altura una estela grabada. La inscripción de ella decía así:
“El emperador Sesoncosis hizo este depósito de agua para los que navegan el Mar Rojo”.
Ordené establecer el campamento allí, preparar las cosas para dormir y encender fuego. Al levantarse la luna brillante a la hora tercera de la noche, acudieron las fieras de toda la selva a la laguna vecina para beber. Había escorpiones del tamaño de un codo, moradores de los arenales, unos blancos, otros rojos… (Nos atacaron)… Ya teníamos algunos muertos cuando en medio de los lamentos y gritos de los demás empiezan a acudir a abrevarse feroces cuadrúpedos, entre los que había leones mayores que los toros de nuestra tierra, y rinocerontes; todos salían de la selva de las cañas. Y jabalíes, aún mayores que los leones, con unos colmillos de un codo de largo; linces, panteras, tigres, bestias de cola de escorpión, elefantes, búfalos y torielefantes, y hombres con seis brazos y con pies de correas y con miembros de perro, y otros animales de formas monstruosas. El combate no tenía descanso. Con nuestras armas de hierro conseguimos rechazar a éstos… Luego, del arenal comenzaron a saltar zorros de noche de unos diez codos, y otros de ocho codos, y de la selva surgían cocodrilos que causaban la muerte de nuestras bestias de carga. Había murciélagos mayores que nuestras palomas, armados de dientes. Junto a la laguna se posaban cuervos nocturnos a los que cazamos y tuvimos para un gran almuerzo…»
El texto de A omite algunos detalles, que conserva la versión armenia (y la latina), como la aparición de un tremendo y fabuloso monstruo, el odontotyrannos, superrinoceronte de colosal tamaño. Recogemos unas líneas del texto armenio (que ofrece KROLL en su aparato crítico a pie de página) para presentar a esta fiera y llenar esta laguna del texto:
«Y entonces quemamos con nuestro fuego el bosque. Los reptiles huían ante el fuego, pateamos con los pies algunos bichos y con nuestras espadas los rematamos. Muchos más se quemaron en el incendio, hasta que en la noche, a la hora sexta, apareció la luna. Después de haber sufrido tan terrorífico y brutal espanto nos quedamos admirados de las muy extrañas formas de aquellas criaturas. Y he aquí que, de repente, se presentó una fiera mayor que todos los elefantes, cuyo nombre era “odontotirano”, que parecía ansioso de embestirnos. Yo corrí rodeándolo por acá y por allá y exhortaba a mis valientes compañeros a encender hogueras y mantenerlas con cuidado de que no pereciéramos. Pero aquella fiera, con su furor por herir a los hombres, saltó sobre las hogueras y en aquel ataque al campamento mató doscientos veinte hombres en el momento. Pero otros valientes del grupo consiguieron a fuerza de heridas acabar con la fiera unicorne, y a duras penas mil trescientos hombres consiguieron arrastrarla fuera de aquel lugar. Luego se ocultó la luna y…» (Enlaza con el texto de A.) <<
[130] Alejandro no llegó a Prasíaca, en la zona del Ganges. La revuelta de sus tropas, negándose a avanzar más allá del Hífasis, le obligó a regresar, descendiendo en su marcha a lo largo del río Indo.
Poro era uno de los príncipes más poderosos de la región de los Cinco Ríos, afluentes del Indo.
Aquí se olvida el autor de la muerte de Poro en su duelo con Alejandro, y lo deja en vida como aliado y súbdito del mismo, conforme a la realidad histórica. Véase la misma relación en la Epistola ad Aristotelem. <<
[131] Sobre este santuario, con sus árboles semejantes a los cipreses y su perfumado ambiente, ya da noticia Ctesias, F. Gr. Hist., 688 F 45, 17; 45, 47. El mirobálano (del gr. myrón: perfume, y bálanos: bellota) es un árbol indio de la familia de las combretáceas, cuyos frutos tienen aplicaciones en medicina y en tintorería. <<
[132] Según AUSFELD, en mytheamatous se esconden los vocablos persas para designar el sol y la luna: Mythras y Mao. <<
[133] Aquí comienza el episodio novelesco del encuentro de Alejandro con la reina Candace. El novelista confunde en un revoltijo de nombres geográficos el reino de Semíramis (Babilonia) con el país de Candace: Etiopía. Méroe es la antigua capital de Etiopía, que los romanos sustituyeron por Nabata. La relación de Etiopía con Egipto está clara. El origen egipcio de esta novela breve explica el papel que en la misma desempeña Tolomeo. Por otro lado, el novelista supone que la reina Candace, es decir, de Etiopía, está en la vecindad de la India (!) y de los bebrices de Bitinia (!).
El nombre de Candace no designa a una reina como nombre propio; es el titulo que llevaban las reinas de Etiopía. Una tradición novelesca (Q. Curcio, 8, 10, 34; Justino, 12, 7, 9-11) conocía los amores de Alejandro con Cleofis, reina de los indios Assacenos. Es probable que esta vaga noticia, así como el halo prestigioso de algunas reinas antiguas como Semíramis, hayan repercutido en la creación de este personaje. En Malalas y otros escritores bizantinos, Alejandro llega a desposar a Candace. <<
[134] Este dominio etíope sobre Egipto en época antigua ya lo refiere Heródoto, II, 29, 137. La generosidad, riqueza y religiosidad de los etíopes eran proverbiales entre los griegos, desde Homero a Heliodoro. <<
[135] Todo este episodio, aquí intercalado, sin relación con la leyenda de Candace, es un doblete de lo relatado en I, 33, en el manuscrito A. (Cf. nuestra nota 56). <<
[136] Un estáter valía 20 dracmas áticas de plata. <<
[137] En el texto de A figura aquí un párrafo que nuestra versión ignora, con una curiosa Carta de Aristóteles (ed. W. KROLL) que traducimos ahora:
«Después de concertar estos acuerdos, proseguía su viaje hacia el país de Prasíaca, pero los soldados cayeron en un desánimo tremendo. Porque, aunque era pleno verano, Zeus no dejó de enviar lluvia durante cuarenta días, de manera que las correas de los escudos ya se pudrían con tanta agua, y también pasaba esto a los bocados de los caballos. Y muchos de los soldados de infantería iban con los pies empapados y llagados sin poder soportar el calzado. Y apenas cesó la lluvia se produjo tan ardiente calor que ninguno podía soportarlo. Hubo grandísimos truenos y caían frecuentes rayos, y los soldados creían oír misteriosas voces. Cuando estaban ya a punto de cruzar el río Hípanis, interrogó a los indígenas sobre la riqueza y el poder del rey que habitaba más allá de la tierra Prasíaca. Ésta se extendía junto al océano. Y los naturales le respondieron que tenía en sus establos cinco mil elefantes y diez mil carros y muchas docenas de miles de hombres. Al enterarse de esto el sensato Alejandro proveyó de forrajes la región costera del río y el resto de la zona de la India y luego fundó allí altares y celebró sacrificios con víctimas quemadas en honor de los dioses ofrecidas por su ejército».
Recibió una carta del sabio Aristóteles que decía esto:
«Aristóteles saluda al rey Alejandro. Dudo mucho buscando qué diré al comienzo, qué luego y qué al final. Pues Zeus es testigo, y Posidón, que soy el primero en dar gracias de tus afortunadas, gloriosas y famosas hazañas a todos los dioses y diosas. Ya que has aceptado todo combate, enfrentamiento y riesgo sin ceder a ninguno. En la tierra de la India te encontraste dos y más veces en medio de la tempestad y te has salvado. Siempre que uno se atreva a penetrar en esa región, dejará fama de hazañas ilustres y admirables. En tu estrategia se reconoce que eres un valeroso combatiente, sin discusión, un Néstor por tu decisión en el consejo, y en la batalla un valiente Ulises, que “de muchos hombres vio las ciudades y conoció su modo de pensar” [Odisea I, 3].
Esto te lo aplico a ti, que tales cosas has realizado a tus treinta años. Por eso dicen: “Alejandro el macedonio ha llegado desde donde se pone el sol hasta donde sale, y con gozo le acogieron los etíopes y los escitas, los unos a la salida del sol, los otros al poniente’” [Od. I, 24]. Y aquellos incluso que osaron enfrentarse a ti, te enviaron luego sus ruegos, para que te hicieras su amigo. ¡Salve, rey igual a un dios, consérvate bien!» <<
[138] La carta de Alejandro a Olimpíade está escrita desde Babilonia según A, donde, tras la carta de Aristóteles, que traducimos en la nota anterior y que el redactor de nuestra versión ha omitido, se dice:
«Levantando el campamento marchó y llegó a Babilonia. Al presentarse allí fue acogido con brillantes honras y ofreció sacrificios a los dioses y mandó celebrar un certamen gimnástico y musical». <<
[139] Hay variantes notables entre el texto de A, el de la versión armenia, el de Valerio y el de nuestra redacción, al comienzo de esta carta. Nuestro redactor omite la marcha hasta las columnas de Heracles en noventa y cinco días. En la Epistola ad Aristotelem, éstas aparecen junto a las de Dioniso, como marcas del límite alcanzado por los dioses (héroes divinizados) griegos. El mal tiempo y las lluvias constantes fueron una de las causas del motín de las tropas y de su negación a avanzar más allá del río Hífasis. (El Hípanis de A.) <<
[140] El Termodonte, que va de los montes de Armenia al Mar Negro, era considerado tradicionalmente por los griegos como el río de las remotas amazonas, vecinas del Cáucaso. <<
[141] El «Puerto de Lisso» es Nisa, la ciudad sagrada de Dioniso. El dios de Nisa era Siva, que los griegos identificaron con Dioniso. El «anciano Marón» era un «sileno», descendiente de Dioniso. En esta descripción del templo báquico se mezclan muy diversas noticias. Nótese su similitud con otras descripciones, como las del palacio persa y la del templo del sol (Cf. las notas de VAN THIEL, o. c., pág. 193). <<
[142] El cap. III, 29 aparece sólo en los manuscritos B y M y es, evidentemente, tardío. Por su carácter muy curioso ofrezco aquí la traducción de esa hazaña extraña y mítica de Alejandro, sobre todo si se piensa en una época aterrorizada por la amenaza de los invasores bárbaros del Norte.
El encierro de los pueblos impuros
Añadido como Apéndice B en la edición de Der griechische Alexanderroman. Rezension B (Estocolmo, 1965) de L. BERGSON (págs. 205-7), aparece en los manuscritos B y M. Otras derivaciones de esta leyenda se encuentran en diversos textos. Ofrecemos luego, como muestra, la versión, contaminada con influencias bíblicas, del Ps. Metodio. (Editada como Apéndice III por H. VAN THIEL, o. c., págs. 248-251). Según VAN THIEL, este texto se remonta al siglo VII. (Hacia el 700 se tradujo del griego al latín).
Es curiosa, como muestra de la tradición fluctuante y variable de nuestro texto, la divergencia en los detalles, p. ej., en los nombres de los pueblos encerrados por Alejandro, entre uno y otro fragmento. III, 29:
«Allá encontré además a muchas tribus que comían carne humana y que bebían sangre de animales y fieras como si fuera agua. Porque no enterraban a sus muertos, sino que los devoraban. Ante el espectáculo de tan perversísimas gentes, temeroso de que con ese tipo de alimentación contaminaran la tierra con sus perversos y corrompidos hábitos, solicité la ayuda de la providencia de lo alto y me fortalecí contra ellos. Maté a muchísimos al degüello y esclavizamos su país. Entonces les invadió un terror general a todos ellos, desde los más elevados a los más lejanos, al oír el rumor: “Alejandro, el rey de los macedonios, se acerca aquí y matará en degüello a todos, y quiere arrasar nuestras ciudades y someterlas a su tiranía”. Y así emprendieron todos la huida y se perseguían unos a otros, y así uno empujaba a otro pueblo y hasta los más remotos se hallaban agitados en la fuga progresiva. Los reyes de estas tribus son 22. Y emprendí la persecución tras ellos hasta que se encontraron entre las dos enormes montañas, a las que se da el nombre de “Los Pechos del Norte”. Y no hay otra entrada ni salida de aquel lugar que el paso a través de aquellos grandes montes. Sobrepasan en altura a las nubes del cielo y extendiéndose a modo de dos muros a derecha e izquierda en dirección al Norte llegan hasta el gran mar a lo largo de una zona tenebrosa. Y maquiné un plan por todos los medios para que no tuvieran aquellas gentes otra salida para escapar de aquel lugar entre los grandes montes. La salida entre los dos grandes montes tenia una anchura de 240 codos reales. En aquel momento supliqué a la providencia de lo alto con todo mi corazón, y atendió a mi súplica. Dio órdenes la suprema providencia a los dos montes, y ellos se movieron y avanzaron uno hacia otro hasta distar doce codos. E hice construir unas puertas broncíneas de 32 codos de ancho y de una altura de 60 codos, de compacta factura, e hice revestir esas mismas puertas de una sustancia indestructible por la parte de dentro y la de fuera, para que ni el fuego ni el agua ni cualquier otro mecanismo pudiera corroer el bronce de aquellas puertas. Pues el fuego al aplicarse a ellas se apaga y el hierro se mella. Y por fuera de estas tremendísimas puertas levanté otro muro de protección de rocas pétreas, cada una de las cuales tenía un ancho de 11 codos, una altura de 30 y un grosor de 40. Y después de la construcción hice clausurar el muro fundiendo estaño con plomo en las junturas de los bloques de piedra y recubriendo con una capa de sustancia indestructible el muro, para que nada fuera capaz de dominar aquel portón, al que denominé Las Puertas Caspíacas. A 22 reyes dejé encerrados allí. Los nombres de sus pueblos son: Magog, Cinocéfalos, Nunos, Fonocératos, Siriásoros, Jonios, Catamórgoros, Himantópodos, Campanes, Samandres, Hippies, Epámboros. Así purifiqué las regiones del Norte de todos estos impíos. Después edifiqué otras dos enormes murallas, una al Oriente y otra al Poniente. Y crucé por en medio de los turcos y los armenios.
Y desde allí caí sobre éstos como un león sobre sus presas de caza y maté a degüello a todos aquéllos y a su rey, llamado Canon, y penetré en su palacio. Allí encontré a Candaules, hijo de Candace, la reina de la India, junto con su esposa, que estaban prisioneros en la mansión. Al liberarlos les pregunté cómo había sido apresado por aquéllos. Me respondió que: “Había salido de caza con intención de divertirme en compañía de mi mujer marchando por la región, y llevaba conmigo quinientos esclavos con panteras, perros y halcones. Y de pronto nos atacaron y mataron a todos los que me acompañaban, y apresándonos a mi esposa y a mí nos trajeron ante su rey. Y él nos encarceló con intención de sacrificarnos a su dios. Pero ahora tu virtud te ha conducido aquí, y henos en tu presencia, soberano magnífico”. Entonces ordené darles escolta y ofrecerle todos los honores. Y dos días después los envié a la reina Candace».
PSEUDO - METODIO: Alejandro y los pueblos impuros
«Alejandro funda Alejandría la Grande, y gobierna como rey en ella durante diecinueve años. Luego él marchó hacia Oriente y mató a Darío el Medo y se enseñoreó de muchos países y ciudades, recorrió la tierra y llegó hasta el mar, a la comarca llamada País del Sol. Allí vio a las tribus impuras y deformes. Son descendientes de los hijos de Jafet. Al contemplar su depravación, quedóse asqueado. Pues todos comían cosas asquerosas y repugnantes: perros, moscas, gatos, serpientes, cadáveres, despojos, fetos y embriones que no estaban desarrollados del todo y que no poseían una conformación definida, y no sólo de animales domésticos, sino de todo tipo de animales impuros. A los muertos no los enterraban, sino que los devoraban.
Al ver Alejandro los hechos repugnantes e impíos de éstos, temeroso de que contaminaran de impureza toda la tierra, rezó a Dios por ellos, y con su ayuda los reunió a todos con sus mujeres y sus hijos y todas sus pertenencias. Y los sacó de la tierra de Oriente empujándolos hasta que penetraron en los confines del Norte. Allí no hay entrada ni salida desde Oriente a Poniente, por la que uno pueda pasar y entrar.
De nuevo entonces Alejandro invocó a Dios. Y atendió a su petición el Señor Dios y dio sus órdenes a los dos montes, que tienen por nombre los Pechos del Norte, y ellos se acercaron uno a otro hasta una distancia de doce codos. Entonces mandó construir unas puertas de bronce y las untó de una sustancia indestructible, para que si querían abrirlas con algo de hierro no lo lograran, y si intentaran destruirlas con fuego, tampoco, porque el fuego se apaga ante este material. Tal es la naturaleza del asýnchyton que ni lo hiende el golpe del hierro ni lo altera el ataque del fuego. Y rechaza como vanas e inocuas todas las acometidas de los demonios. Por cierto que esos malditos, depravados y asquerosísimos pueblos utilizan todas las malas artes mágicas.
Así que con estos medios Alejandro impidió su hechicería, depravada, inhumana y, por mejor calificarla, odiada por los dioses, de modo que no pudieran derribar ni forzar las puertas aquellas ni con el fuego ni con el hierro ni con cualquier otro invento. Pero saldrán en los últimos tiempos, según la profecía de Ezequiel que dice: “En el último día de la duración del mundo vendrán de fuera, hacia la tierra de Israel, Gog y Magog, los reyes y pueblos que encerró Alejandro en los confines del Norte: Gog y Magog, Anug y Aneg, Aquenaz y Difar, Fotineos, Libios, Eunios, Fariseos, Declemos, Sármatas, Tebleos, Sarmatianos, Canonios, Amatarzas, Garmiados, los antropófagos y los llamados ‘cabezas de perro’ (‘cinocéfalos’), Tarbios, Alanos, Fisolonicios, Arcneos y Asaltenos. Estos 22 reyes quedaron encerrados detrás de las puertas que edificó Alejandro». <<
[143] Lo que sigue no tiene forma de carta y está narrado en tercera persona, por lo que hay que pensar que: o se ha perdido o modificado la anunciada misiva a Olimpíade, o, lo que es más probable, se trata de un lapsus de nuestro texto. Y hay que entender, como dice la redacción de A: «… después de haber escrito la carta a su madre Olimpíade… la divinidad da una muestra extraordinaria al producir el prodigio siguiente».
También los historiadores informan de los presagios funestos que, en Babilonia, advierten el cercano fin de Alejandro. <<
[144] Esta frase de «ordenar sus cosas día a día», preparándose así para la muerte, es un aforismo filosófico, socrático o estoico. (Apotegma 102, STERNBACH). <<
[145] Para este relato sobre «los últimos días de Alejandro», muy abreviado en la redacción que da nuestro manuscrito L, el novelista utiliza un escrito independiente, que está bien conservado en versión latina en el manuscrito del Epitome Metzer (siglo X). El original griego debía de proceder de una época próxima a la muerte de Alejandro y trataba de explotar los rumores sobre el envenenamiento de Alejandro, haciendo recaer la culpa en Antípatro y sus hijos Casandro y Yolas. MERKELBACH indica concretamente que se trataba de un panfleto, elaborado en el año 322-321, en la época de las rencillas entre Antípatro y Perdicas, que concluyeron con la muerte de éste en 321. El «testamento de Alejandro» fue manejado como fuente histórica por algunos historiadores, con gran aceptación. Lo cita Q. Curcio (X, 10, 5), y Diodoro (20, 81) lo utiliza como fuente histórica. Se ignora el motivo concreto de su dedicación a los rodios.
En la narración se mezclan luego detalles auténticos, como el desfile de los soldados macedonios ante la litera de Alejandro moribundo, con datos falsos. <<
[146] Yolas, hermano de Casandro. <<
[147] Como indica VAN THIEL, no está claro el sentido de esta frase. ¿Es que Casandro transportaba el veneno sin conocer el destino? ¿O se trata de proveerle de una excusa, por si es aprehendido con tal envío? <<
[148] Éumenes. <<
[149] Doy a continuación el texto, más extenso, de A, III, 32.
«Los demás, muy preocupados, disolvieron la reunión, aguardando ansiosos desde fuera el desenlace de aquello. Alejandro, con intención de vomitar el exceso de vino, solicitó una pluma. Pues estaba acostumbrado a devolver con este procedimiento. Pero Yolas se la dio, untándola antes con el veneno. Con esto activaba el veneno, que quedaba introducido de manera más fuerte en su cuerpo. Desgarrado por dentro y dominado por extraordinarios dolores, Alejandro pasó la noche soportándolos valerosamente; luego, al día siguiente, viéndose a sí mismo tan postrado en la dolencia y que ya hablaba torpemente, porque se le hinchaba la lengua, despidió a todos, para tener tranquilidad, estar a solas y reflexionar consigo mismo sobre sus decisiones.
Después de ponerse de acuerdo con su hermano, Casandro había escapado aquella noche. Y apostado en las montañas de Cilicia aguardaba allí la presencia de Yolas. Pues había acordado con Yolas que, en cuanto muriera Alejandro, le avisara para alejarse del todo. Envió a un hombre de su séquito por mar hacia Macedonia a la casa de su padre, después de escribir con signos acordados que el asunto había tenido éxito.
A la siguiente noche Alejandro ordenó que todos se retiraran de su palacio, incluso las mujeres y los muchachos, entre los que estaba Cambobafis, y despidió a su propia esposa Roxana. Había una puerta de la casa que iba a dar sobre el río llamado Eufrates, que corre por el centro de Babilonia. Ordenó que la abrieran y que ninguno la vigilara, como acostumbraban a hacerlo con centinelas. Cuando se hubieron retirado todos y llegó la hora de media noche, Alejandro se levantó, apagó la luz, y saliendo por la puerta, arrastrándose a cuatro patas, se encaminaba al río. Al llegar a la orilla, miró en torno y vio a su mujer Roxana que venía corriendo hacia él. Ella había sospechado durante el alejamiento de sí misma y de todos los demás, que Alejandro planeaba acometer algo digno de su audacia, y le había seguido en su salida secreta en medio de la oscuridad por el jadeo de Alejandro, que apenas emitía gritos de dolor, pero que con su quejumbroso gemir había guiado a Roxana en pos suyo.
Cuando se recobró, ella lo tenía en sus brazos y le decía:
“¡Ah, Roxana, pequeño favor es que tú me prives de mi gloria! En todo caso, que nadie lo sepa”.
Apoyándose en ella regresó de nuevo a escondidas a la casa.
Al hacerse de día ordenó que Perdicas, Tolomeo y Lisímaco se presentaran ante él y les dijo que cuidaran de que ningún otro entrara a verle, hasta que hiciera testamento de sus dominios. Se dedicó entonces a escribir su testamento, haciendo sentar a su lado a Cambrias y Hermógenes, dos niños aún adolescentes.
Perdicas, que sospechaba que Alejandro iba a dejar sus dominios a Tolomeo, porque muchas veces le había hablado del origen de Tolomeo y, además, porque Olimpíade había proclamado que era hijo de Filipo, tomó a Tolomeo en un aparte y le jura que, si él llegara a ser heredero (diádoco) de los dominios de Alejandro, compartiría con él tales dominios después de hacer una distribución paritaria. Tolomeo aceptó el juramento, sin ninguna sospecha de lo que tramaba Perdicas, y como él pensaba que Perdicas sería el heredero de los dominios por el hecho de que se le consideraba el primero de todos los del séquito de Alejandro por su valor e inteligencia, le presta a su vez el mismo juramento, recíprocamente». <<
[150] Traducimos El testamento de Alejandro, según el texto de la recensión A (ed. W. KROLL). III, 33.
«Después de que hubieron desfilado los macedonios, mandó llamar de nuevo a Perdicas. Y reteniendo a su lado a Olcias, le ordenó leer el testamento. Existe esta copia de lo fundamental del testamento con sus instrucciones, que recibió Olcias de manos de Alejandro.
Testamento de Alejandro
El rey Alejandro, hijo de Amón y de Olimpíade, saluda a los magistrados y gobernantes del Senado y el pueblo de los Rodios.
Nosotros, que hemos sobrepasado las columnas fijadas como límite por nuestro antepasado Heracles y que nos hallamos a punto de alcanzar nuestro destino de acuerdo con la providencia de los dioses, hemos decidido enviaros una carta con nuestras decisiones, porque pensamos que vosotros especialmente seréis, entre los griegos, vigilantes guardianes de las empresas que hemos realizado con afán, y a la vez porque amamos vuestra ciudad. Por esa razón dispusimos por escrito que la guarnición (macedonia) saliera de vuestra ciudad, para que ésta gozara de su libertad de expresión y conservara por siempre su libertad; y al mismo tiempo porque deseo que veléis por mantener nuestra gloria. Pues sabemos que vuestra ciudad es agradecida y digna de recuerdo. Así que con esto demostraremos que nos preocupamos de un modo digno de vuestra patria y de nosotros. Hemos hecho el reparto de nuestros bienes del siguiente modo, dando con liberalidad a cada uno un país, empezando en primer término por aquella de quien nacimos para llegar a este punto final de nuestra gloria.
Hemos ordenado a los gobernadores de nuestros territorios que envíen de su satrapía mil talentos de oro de ley a los sacerdotes de Egipto y dimos orden de que nuestro cuerpo sea transportado allí. La disposición de mi propia sepultura que la decidan los sacerdotes de los egipcios, nosotros lo dejamos en sus manos. Disponemos también la reconstrucción de Tebas con fondos del tesoro real, porque juzgamos que ya sufrió bastante infortunio y que ya ha aprendido su castigo con un pago digno de sus pasadas faltas contra Nos. Que se entregue trigo de Macedonia a los tebanos que regresen a Tebas, hasta que se repueble el país.
Hemos ordenado que os entreguen 305 talentos de oro para provisión de vuestra ciudad y 77 trirremes, para que os mantengáis libres con plena seguridad, y grano: 2000 medimnos de trigo desde Asia, de los territorios vecinos a vuestra isla, por mediación de nuestros administradores. Y que se reparta entre vosotros la tierra, de modo que en el futuro tengáis grano suficiente y no necesitéis de nada para manteneros a la altura digna de vuestra ciudad.
Esto hemos encomendado a Crátero, gobernador de Macedonia; a Tolomeo, sátrapa de Egipto, y a Perdicas y a Antígono en Asia Menor. A vosotros de nuevo os encomendamos guardar esta misiva que os dará Olcias, y no ignoréis que hemos calculado lo que os conviene y toca en propiedad, y que os deja en libertad para convertiros en árbitros de la prosperidad de vuestra ciudad. Estoy muy convencido de que obedeceréis mis consejos. Tolomeo, que será el custodio de mi cadáver, se cuidará también de vosotros. Pero hemos indicado en detalle lo que os conviene. No creáis, pues, que mi testamento queda a vuestro cuidado por casualidad. Mis intendentes arbitrarán el reino, en el caso de que se haga el siguiente reparto entre ellos.
El rey Alejandro, hijo de Amón y de Olimpíade, designa como rey de Macedonia en el momento presente a Arriedo, el hijo de Filipo. Pero si Roxana tiene un hijo de Alejandro, ése será rey y que se le imponga el nombre que decidan los macedonios. En caso de que nazca una niña a Roxana, que los macedonios elijan como rey al que prefieran, si no aceptan a Arriedo, el hijo de Filipo. Que el elegido conserve la monarquía de los Argíades y que los macedonios concelebren sus fiestas con los Argíades de acuerdo con las costumbres establecidas por el rey. Que a Olimpíade, la madre de Alejandro, le sea permitido establecerse en Rodas, si los rodios lo aceptan. Y si no quiere establecerse en Rodas, que lo haga donde quiera, con los ingresos suyos y los que ha recibido de su hijo Alejandro. Hasta que los macedonios decidan elegir rey, el rey Alejandro, hijo de Amón y Olimpíade, designa como regentes de toda Macedonia a Crátero y a su mujer Cinana, hija de Filipo, el que fue rey de Macedonia; y de Tracia, a Lisímaco y a su mujer Tesalónica, hija de Filipo, el anterior rey de Macedonia. Entrega la satrapía del Helesponto a Leónato y a su mujer Cleódice, hermana de Olcias; Paflagonia y Capadocia, a Éumenes, el secretario real. Dejo libres a los habitantes de las islas y a los rodios como supervisores de ellos. Panfilia y Cilicia, a Antígono ………… Babilonia y su comarca, a su escudero Seleuco, Fenicia y Siria, la denominada cuenca siria, a Meleagro; Egipto, a Perdicas, y la Libia, a Tolomeo y a su mujer, Cleopatra, la hermana de Alejandro. De los territorios de más arriba de la comarca de Babilonia nombra jefe del ejército y gobernador a Fanócrates y su mujer, Roxana de Bactria.
Ordeno a los gobernadores de mi reino preparar un ataúd de 200 talentos de oro macizo, en el que se sepultará el cuerpo de Alejandro, rey de Macedonia. Y que licencien a los veteranos macedonios más viejos y a los enfermos para regresar a Macedonia, y a los tesalios que se encuentren en condición semejante. Que remitan a Argos la armadura y arnés del rey Alejandro y 50 talentos de oro de ley como diezmo del botín de guerra para Heracles. Y que envíen a Delfos los colmillos de elefantes, las pieles de serpientes y 13 copas de oro como primicias del botín de la campaña. Que entreguen a los milesios 150 talentos de oro de ley para provisión de su ciudad y a los de Cnidios (otros tantos).
Quiero que Perdicas, al que instauro como rey de Egipto, cuide de la Alejandría que yo fundé, de modo que la ciudad quede feliz bajo la protección del gran Sérapis que es su patrón. Que se establezca un gobernador de la ciudad, que será llamado sacerdote de Alejandro y que será rodeado de los mayores honores de la ciudad, revestido con una corona de oro y una túnica de púrpura, y cobrará un talento al año. Y ése será inviolable y quedará libre de cualquier prestación pública. Recibirá tal distinción el que difiera de todos los demás por su linaje. Y este privilegio se conservará para él y sus descendientes.
El rey Alejandro designa como rey de la comarca de la India extendida a lo largo del río Hidaspes, a Taxila, y de la que se extiende desde el Hidaspes hasta el río Indo, a Poro, y sobre los paropanisadas designa rey a Oxídraces de Bactria, el padre de su esposa, Roxana… Las comarcas de Bactria y de Susa, para Filipo; la Partia y las tierras colindantes de Hircania, para Fratafermes; Carmania, a Tlepólemo, y Persia, a Pencestes. Que el sátrapa Oxintes se traslade a Media.
Designa el rey Alejandro a Olcias como rey de Iliria. Le concede que se traiga de Asia 500 caballos y 4000 talentos. Que con ellos edifique un templo y dedique estatuas a Amón, Heracles, Atenea, Olimpíade y Filipo. Que los gobernadores del reino consagren imágenes y estatuas doradas en Delfos. Que también eleve Perdicas estatuas broncíneas de Alejandro, Amón, Heracles, Olimpíade y Filipo.
De todas estas disposiciones sean testigos y supervisores los dioses Olímpicos y Heracles, el fundador de la estirpe del rey Alejandro». <<
[151] Esta admirable carta, con su parábola incorporada, se encuentra sólo en los manuscritos L y λ. Pero existen paralelos en Luciano (Demonax 25) y en Juliano (Ep. 37, HEYLER, 205, BIDEZ-CUMONT). <<
[152] En la ceremonia de apoteosis de un emperador romano se quemaba sobre una pira la imagen del emperador difunto, y de la hoguera surgía, liberada en tal momento, un águila, que debía remontarse, con el espíritu del muerto, a la morada celeste de los dioses para que éste habitara con ellos, en lo futuro, deificado oficialmente. Tal rito puede ser de origen oriental y tal vez la mención del águila aquí, en combinación con el ocaso de una estrella, no vengan del ceremonial romano, sino del culto oriental originario. <<
[153] Mitra, el dios persa de la luz, había cobrado una enorme popularidad en la época del Imperio Romano, y su culto se hallaba muy extendido por todo el Oriente, especialmente entre el ejército. <<
[154] Es decir, de Baal. Este oráculo pudo tener cierta importancia entre las decisiones acerca del destino de Alejandro. Realmente su cuerpo permaneció en Babilonia dos años, reclamado por unos y otros. Al final, Tolomeo se lo llevó con su ejército a Siria y luego a Egipto, con el pretexto de que debía Alejandro reposar junto a su padre Amón. <<
[155] Alejandro fue sepultado primero en Menfis y luego en Alejandría. El templo llamado Soma Alexandrou o Sema Alexandrou (Tumba de Alejandro) estaba en el centro de la ciudad antigua. El primitivo oráculo que aseguraba venturas al lugar que albergara la sepultura del héroe, ha sido modificado por el novelista alejandrino, de acuerdo con la agitada historia de su ciudad. <<
[156] Neomaga es probablemente un término egipcio que se ha puesto aquí en relación con el griego néos = «joven». <<
[157] Esta cronología de época tardía es un añadido de la redacción del ms. L. Según Julio Africano (siglo III), el fundador de la cronología cristiana, el año de la creación del mundo fue el 5500 a. C. (Según posteriores cálculos bizantinos, tan crucial momento se fechaba el 1 de septiembre de 5509 a. C., con estupenda precisión).
La primera olimpíada se celebró en 776 a. C.
Acaz, rey de Judá, lo fue del 733 al 718 a. C. <<