Capítulo 9
Asher se dio cuenta de que había avanzado mucho, porque la presión de la prensa ya no la ponía tan nerviosa. El miedo a decir algo equivocado o a decir demasiado se había esfumado, a pesar de que aún ocultaba algunos secretos. Antes de ir a Australia, había decidido darse una moratoria y aplazar las decisiones que tenía que tomar, porque de momento quería concentrarse en su felicidad... y su felicidad eran Ty y el tenis.
En Australia tenía buenos recuerdos, porque allí había ganado, había perdido, y había disfrutado del buen tenis. La gente era despreocupada y desenvuelta, y aquella cordialidad era lo que necesitaba después de la tensión de Inglaterra. Los seguidores australianos no la habían olvidado, y le dieron una cálida bienvenida; por primera vez desde su regreso a las canchas, ganar quedó en segundo plano, y se centró en disfrutar.
Su cambio de actitud fue palpable desde las primeras rondas. Sus sonrisas eran más frecuentes, y a pesar de que ni su concentración ni la intensidad de su juego habían decaído, su aire de fiera determinación iba desvaneciéndose.
Después de dos horas de entrenamiento matutino, Ty había ido a ver el suyo. Estaba sentado en la primera fila de las gradas, con las piernas extendidas, y se había puesto unas gafas de sol. Mientras la veía entrenar, pensó en lo mucho que había mejorado... y no sólo desde un punto de vista deportivo. Asher nunca se había conformado con ser una buena estratega y tener una gran técnica, para ella estar en forma era primordial. Siempre se había esforzado al máximo para ser una buena atleta, y lo había conseguido. Quizá los años que había pasado retirada la habían endurecido.
Ty se tensó, pero se obligó a borrar la expresión ceñuda de su rostro. No era el momento de pensar en las preguntas que seguían atormentándole, en los interrogantes que le martilleaban en la cabeza, porque era obvio que Asher estaba intentando disfrutar, olvidarse de las preocupaciones. Iba a darle tiempo, iba a esperar, pero obtendría las respuestas que quería cuando acabara la temporada.
Al oír el cálido sonido de su risa, se le olvidaron todas sus dudas; después de reclinarse en el asiento, tomó un trago de zumo y miró a su alrededor.
Wimbledon era su torneo preferido, pero la hierba de Kooyong era la superficie que más le gustaba, porque era muy sólida, rápida, y la pelota botaba de verdad. Muchas pistas llegaban al final de la temporada bastante desgastadas, pero aquella superficie permanecía uniforme. La hierba australiana era capaz de aguantar hasta un aguacero. Kooyong era un tesoro para los rápidos, para los agresivos, y él estaba preparado para un partido de vértigo. Asher también estaba preparada, y aún más dispuesta a disfrutar que él. Esbozó una sonrisa, porque a pesar de las preguntas, a pesar de las posibles respuestas, nada podía dañar lo que existía entre ellos.
Al ver que el entrenamiento estaba acabando, se levantó y saltó a la cancha.
—¿Os apetece un partido rápido?
—Ni lo sueñes —le contestó Madge, mientras seguía guardando sus raquetas.
Ty le quitó una, y empezó a golpetear una pelota.
—Te doy dos puntos de ventaja.
Madge agarró la pelota y la guardó.
—Asher, juega tú con él. Necesita que le den una lección.
Asher se quedó mirándolo durante un momento, y finalmente le dijo:
—No quiero que me des ventaja.
—Saca tú.
Cuando él se colocó tras la línea de fondo, Asher sonrió y comentó:
—Ha pasado bastante tiempo, ¿verdad, Starbuck?
—La última vez que jugamos, no conseguiste ni un punto de partido —Ty le guiñó el ojo a Madge, y añadió—: ¿Estás segura de que no quieres ventaja?
Asher respondió con un punto de saque. Ty se quedó mirándola, claramente asombrado, y entonces se quitó las gafas de sol y se las tiró a Madge.
—No está mal, Rostro.
En su siguiente saque, Ty siguió la trayectoria de la pelota y se la envió al extremo contrario, porque le encantaba verla correr. Asher respondió con un revés perfectamente colocado, pero él consiguió devolvérselo. La última vez que habían jugado, la había vencido sin esfuerzo, pero se dio cuenta de que esa vez no iba a tenerlo tan fácil.
Asher le envió la pelota directa al cuerpo, pero él reaccionó rápidamente y se la devolvió. Cuando ella contraatacó con un golpe potente, Ty respondió con un golpe largo que la obligó a retroceder hasta la línea de fondo, y después cortó su revés con una dejada que ella no pudo alcanzar.
—Quince iguales —Ty fingió un bostezo, y se colocó de nuevo en posición.
Asher entrecerró los ojos, y volvió a sacar. Sabía que estaba jugando con ella al moverla de un lado a otro de la pista, y como era consciente de que él tenía más fuerza bruta, decidió pillarlo desprevenido. Siguió corriendo, luchando por devolver sus golpes veloces y potentes, y empezó a establecerse un ritmo de juego; cuando notó que él se relajaba, cambió el ritmo de repente y lo pasó con un golpe fulminante.
—Eres más taimada.
—Y tú más viejo.
Ty devolvió su siguiente saque con tanta fuerza que la pelota salió disparada hacia las gradas después de botar dentro de la pista. Asher masculló una imprecación en voz baja.
—¿Has dicho algo? —le preguntó él.
—Ni una palabra.
Asher se dispuso a sacar, pero al darse cuenta de que él no tenía la mirada fija en la pelota ni en la raqueta, sino en sus labios, esbozó una sonrisa ladina y se los humedeció con la lengua. Sacó después de hacer un largo estiramiento previo que distrajo por completo a Ty, y remató sin problemas la pelota floja que él le mandó.
—Punto de partido —le dijo con una sonrisa.
De espaldas a él, se agachó lentamente a recoger una pelota, y casi pudo sentir su mirada recorriéndole las piernas.
—¿Estás listo? —le preguntó, después de colocarse de nuevo en la línea de saque.
El asintió, y consiguió arrancar con dificultad la mirada de sus pechos. Al ver su sonrisa sensual, se le aceleró el corazón y su concentración se esfumó por completo. Consiguió devolver el saque de Asher a duras penas, y el punto quedó decidido en cuestión de segundos.
Asher soltó una carcajada victoriosa, y fue hacia la red.
—Parecías un poco desconcentrado, Starbuck.
Al ver la burla y la risa que brillaban en sus ojos, Ty tuvo ganas de estrangularla... y de devorarla.
—Tramposa —murmuró, mientras se acercaba a la red.
Asher lo miró con una expresión de inocencia, y fingió sorprenderse.
—No sé de qué estás hablando.
Apenas tuvo tiempo de acabar de hablar, porque Ty la abrazó de repente y la besó desde el otro lado de la red. Mientras el deseo y la risa burbujeaban en su interior, dejó caer la raqueta sin darse cuenta y se aferró a él.
—Tienes suerte de que no te tumbe en el suelo ahora mismo —murmuró él contra sus labios.
—Yo no creo que sea una suerte —Asher se apretó contra él, y se preguntó cómo era posible que un beso le afectara tanto.
Ty se apartó sólo unos milímetros. Tenía el cuerpo entero dolorido de deseo.
—No me tientes.
—¿Es eso lo que hago? —le preguntó ella con voz ronca.
—Maldita sea, Asher, sabes lo mucho que me afectas.
Le encantó oír el temblor de su voz, porque necesitaba que él fuera tan vulnerable como ella.
—Nunca lo sé con seguridad —admitió, al apoyar la cabeza contra su pecho.
Ty intentó contener el deseo abrumador que le recorría el cuerpo, porque la voz de la razón le decía que no era el momento ni el lugar, que tenía que controlarse.
—Estabas lo bastante segura para distraerme con tus truquitos.
Asher levantó la cabeza, y lo miró con una gran sonrisa.
—¿A qué truquitos te refieres?
—Has tardado bastante en recoger la pelota, ¿no?
—Chuck también lo hace a veces cuando juega contigo, y no parece afectarte —Asher soltó una exclamación de sorpresa cuando él la levantó por encima de la red.
—La próxima vez, estaré preparado —después de darle un beso breve e intenso, Ty la dejó en el suelo y añadió—: No me inmutaré ni aunque juegues desnuda.
Asher se mordió el labio, le lanzó una mirada coqueta y le dijo:
—¿Qué te apuestas? —se apresuró a apartarse antes de que él pudiera darle con la raqueta en el trasero.
El vestuario no estaba vacío, pero cada vez había menos gente. Ya había concluido la quinta ronda, y muchos jugadores iban quedando eliminados. Asher estaba deseando enfrentarse aquella tarde a una de las grandes revelaciones de la temporada, que había pasado del puesto ciento veinte al cuarenta y cinco en cuestión de un año. Ni siquiera la presión del posible Grand Slam le inquietaba, porque estaba en plena forma y sabía que era la temporada en la que tenía más posibilidades de ganarlo.
Saludó a Tia Conway al verla salir de las duchas. Las dos sabían que iban a volver a enfrentarse antes de que acabara aquel torneo. Cuando empezó a quitarse la chaqueta, vio a Madge en un rincón, sentada en uno de los bancos, con la espalda apoyada contra la pared y los ojos cerrados. Estaba pálida a pesar del bronceado, y tenía la frente sudorosa.
Se apresuró a ir hacia ella, y se arrodilló a sus pies.
—Madge.
Su amiga abrió los ojos lentamente, y soltó un suspiro.
—¿Quién ha ganado?
Asher se quedó en blanco por un segundo antes de entender a qué se refería.
—He ganado yo, he hecho trampa.
—Bien hecho.
—¿Qué te pasa? Dios, tienes las manos heladas.
—No, no me pasa nada —Madge exhaló poco a poco al inclinarse hacia delante.
—Estás enferma, deja que...
—No te preocupes, se me pasará enseguida —la tenista esbozó una sonrisa, y se secó el sudor de la frente.
—Tienes un aspecto horrible, tiene que verte un médico —Asher se levantó de golpe, y añadió—: Voy a llamar a alguien.
Madge la tomó de la mano antes de que pudiera irse, y le dijo con calma:
—Ya me ha visto un médico.
Asher se imaginó todo tipo de pesadillas, y miró a su amiga con expresión aterrada.
—Dios, Madge... ¿es muy grave?
—Me quedan siete meses —al ver que Asher parecía a punto de desmayarse, Madge la agarró de los brazos y le dijo—: Por el amor de Dios, Asher... no estoy muriéndome, estoy embarazada.
Asher se quedó boquiabierta, y se sentó en el banco de golpe.
—¿Embarazada?
—¡Shhh! —Madge lanzó una rápida mirada a su alrededor—. Me gustaría guardarlo en secreto por ahora, pero las dichosas náuseas matutinas me pillan desprevenida en los momentos menos oportunos —después de soltar un suspiro, se apoyó de nuevo contra la pared y añadió—: Al menos, se supone que no deberían durar mucho tiempo.
—No sé... Madge, no sé qué decir.
—Podrías felicitarme.
Asher la tomó de las manos, y le preguntó:
—¿Es un embarazo deseado?
—¿Estás de broma? —Madge se apoyó contra su hombro, y soltó una pequeña carcajada—. Aunque en este momento no parezca muy contenta, por dentro estoy dando saltos de alegría. Es lo que más he deseado en toda mi vida —permaneció en silencio durante unos segundos, sin soltar la mano de Asher—. Cuando tenía veinte años sólo podía pensar en ser la número uno, y fue fantástico llegar a la cima, participar en la Copa Wrightman, en Wimbledon, en Dallas... cuando conocí al Decano a los veintiocho, seguía siendo igual de ambiciosa, pero a pesar de que no quería casarme, no podía vivir sin él. Pensé que ya tendría tiempo para tener hijos, siempre fui dejándolo para más tarde, pero una mañana me desperté en el hospital con la pierna hecha polvo, y me di cuenta de que tenía treinta y dos años. Aunque había ganado todo lo que me había propuesto, me faltaba algo. Me he pasado la mayor parte de mi vida viajando de cancha en cancha, jugando en todo tipo de torneos; el tenis era lo único que existía para mí hasta que conocí al Decano, y hasta después de que me casara siguió ocupando la mayor parte de mi tiempo.
—Eres una campeona —le dijo Asher con voz suave.
—Sí —Madge se echó a reír—. Sí, sí que lo soy, y me encanta serlo. Pero cuando vi la foto del sobrino de Ty, me di cuenta de que quería tener un hijo, el hijo del Decano, más de lo que jamás había deseado conseguir la bandeja de plata de Wimbledon. Es increíble, ¿verdad? —permaneció en silencio durante unos segundos, mientras ambas asimilaban aquellas palabras, y finalmente añadió—: Este va a ser mi último torneo, y aunque me duele, estoy deseando que acabe para irme a casa y empezar a tejer ropita de bebé.
—Tú no sabes tejer —murmuró Asher.
—Bueno, pues que lo haga el Decano, y yo me limitaré a estar sentada y a engordar —Madge se volvió hacia su amiga con una sonrisa, pero se sorprendió al ver que estaba llorando—. Asher, ¿qué te pasa?
—Me alegro muchísimo por ti —Asher recordó lo que había sentido al enterarse de que estaba embarazada... el miedo y la felicidad, las náuseas y el entusiasmo. Había decidido que aprendería a coser, pero todo había acabado de golpe.
—Sí, pareces entusiasmada —le dijo Madge, mientras le secaba una lágrima.
—Lo estoy, de verdad —abrazó a su amiga con fuerza, y susurró—: Vas a cuidarte mucho, ¿verdad? No te esfuerces demasiado, ni corras riesgos.
—Claro —algo en su tono hizo que Madge empezara a sospechar algo—. Asher, te... ¿te pasó algo mientras estabas casada con Eric?
Asher la apretó con fuerza durante un momento antes de soltarla.
—Ahora no. A lo mejor hablaremos de ello algún día. ¿Cómo se lo ha tomado el Decano?
Madge se quedó mirándola sin saber cómo reaccionar, porque su negativa a contestar era respuesta suficiente.
—Quería poner un anuncio a toda página en el World of Sports, pero lo he obligado a esperar a que me retire de forma oficial.
—No hace falta que sea algo definitivo. Puedes retirarte temporalmente durante uno o dos años, muchas mujeres lo hacen.
—Yo no —Madge estiró los brazos hacia arriba, y sonrió—. Voy a retirarme siendo una campeona, en el quinto puesto. Cuando vuelva a casa, aprenderé a usar la aspiradora.
—Me lo creeré cuando lo vea.
—Ty y tú estáis invitados a la primera cena que prepare con mis propias manos.
—Genial —Asher le besó la mejilla, y añadió—: Nosotros llevaremos el bicarbonato.
—Ése es un comentario bastante grosero, pero inteligente —antes de que Asher tuviera tiempo de levantarse, le dijo—: Oye, no querría que esto se supiera, pero... —de pronto, pareció muy joven y vulnerable—. Estoy aterrada. Tendré casi treinta y cuatro cuando nazca el bebé, y ni siquiera sé cambiar pañales.
Asher la agarró de los hombros, y le besó las mejillas.
—¿Se te ha olvidado que eres una campeona?
—No, pero es que no sé nada sobre la varicela. Los niños pillan ese tipo de enfermedades, ¿verdad? Y tienen aparatos para los dientes, y zapatos especiales, y...
—Y madres que se preocupan antes de tiempo. Ya estás encajando en el papel a la perfección.
—Oye, tienes razón —satisfecha consigo misma, Madge se levantó y comentó—: Voy a ser una madre genial.
—Por supuesto. Anda, vamos a ducharnos, esta tarde tienes un partido de dobles.
Mientras subía en el ascensor del hotel camino de su habitación a última hora de la tarde, Asher sentía una mezcla de sentimientos y de dudas. A pesar de que había ganado su partido contra la gran promesa canadiense en sólo dos sets, por seis dos y seis cero, y de que había jugado el mejor tenis de su carrera deportiva, no podía dejar de pensar en su conversación con Madge, y en lo que ella misma había sentido al enterarse de que estaba embarazada.
Se preguntó si Ty habría querido poner un anuncio a toda página, o si se habría mostrado horrorizado. ¿La habría acusado de mentir y de usar artimañas, tal y como había hecho Eric? ¿Querría casarse y tener hijos en aquella segunda oportunidad que la vida les había dado? ¿Qué era lo que le había dicho Jess...? «Ty siempre será un trotamundos, y ninguna mujer conseguirá que siente la cabeza».
Pero ella había creído que quizá podría conseguirlo, y a pesar de que se había prometido que iba a vivir el día a día, sabía que empezaba a creerlo de nuevo. El amor que sentía por él era tan enorme, tan irrefrenable, que le resultaba imposible imaginarse sin él a su lado. Y la necesidad de tener un hijo suyo era abrumadora... quizá porque ya una vez había llevado a su hijo en su vientre.
Se preguntó si una mujer sería capaz de domesticar un cometa, si debería hacerlo. Ty no era el príncipe de cuento que con el tiempo tomaría las riendas de su reino y se sentaría en el trono, sino una estrella llena de velocidad y de luz. Él siempre iría en busca del siguiente reto... ¿iría también en busca de la siguiente mujer?
Asher se dijo que tenía que pensar en el presente. Estaban juntos, y sólo una mujer que había vivido un cambio tras otro, que había sufrido una agonía tras otra, entendía la perfección que podía llegar a tener un solo momento. Muchos no se darían cuenta, pero ella sí. Y el momento era suyo.
Al abrir la puerta de la suite, se sintió decepcionada al ver que él no estaba. Habría notado su presencia incluso si hubiera estado durmiendo en la habitación, porque el aire nunca permanecía quieto cuando Ty estaba en un sitio. Después de dejar a un lado su bolsa de deporte, se acercó a la ventana. Aún había mucha luz, pero la puesta de sol estaba cerca. Se dijo que quizá podrían salir a recorrer Melbourne, ir a uno de los típicos clubes llenos de música y de risas, porque le apetecía bailar.
Riendo, giró en un círculo. Sí, le gustaría salir a bailar, celebrar la felicidad de Madge... y la suya propia. Estaba con el hombre al que amaba. Pero primero iba a darse un baño largo y relajante, y entonces se pondría algo sexy. Fue hacia el dormitorio, pero se paró en seco al abrir la puerta.
Había globos por todas partes. Globos rojos, amarillos, azules, rosas y blancos, que flotaban por la habitación en una marea de color. Estaban llenos de helio, y ascendían hasta el techo con largos lazos colgando de ellos. Había docenas y docenas... redondos, ovalados, delgados y gordos. Era como si un circo hubiera pasado por allí a toda prisa, y les hubiera dejado algunos recuerdos.
Asher agarró el lazo de uno de ellos, incapaz de reaccionar. Había tres capas, así que debía de haber cientos. De repente, se echó a reír. ¿A quién más se le habría ocurrido algo así?, ¿quién se tomaría el tiempo de hacerlo?, Ty Starbuck no se conformaba con regalar flores o joyas. Estaba tan feliz, que se sentía capaz de flotar hasta el techo, igual que los globos.
—Hola.
Al volverse y verlo en la puerta, se lanzó a sus brazos, y de un salto le rodeó el cuello con los brazos y la cintura con las piernas.
—¡Estás loco! —exclamó, antes de besarlo una y otra vez—. Completamente loco.
—¿Quién, yo? Eres tú la que estás rodeada de globos.
—Es la mejor sorpresa que me han dado en mi vida.
—¿Mejor que las rosas en la bañera?
Asher se echó a reír.
—Sí, mejor que las rosas.
—Pensé en diamantes, pero no me parecieron tan divertidos —le dijo él, mientras caminaba hacia la cama.
—Y no flotan —Asher levantó la mirada, y contempló el techo multicolor.
—Es verdad —admitió él, cuando cayeron sobre la cama—. ¿Cómo crees que podríamos entretenernos esta noche?
—Se me ocurren un par de ideas.
—Vamos a llevar las dos a la práctica —Ty interrumpió su risa con un beso que no tardó en ganar intensidad—. Dios, llevo todo el día esperando el momento de estar a solas contigo. Cuando acabe la temporada, nos iremos a algún sitio donde podamos estar solos, cualquier sitio... me da igual si es otro planeta, una isla, lo que sea.
—Cualquier sitio —susurró ella, mientras empezaba a quitarle la camisa.
La pasión estalló de repente, y Ty sintió que el deseo de Asher avivaba aún más el suyo. Ella era tan sensual, tan receptiva... si el torrente de pasión se lo hubiera permitido, le habría hecho el amor poco a poco, de forma reverente, pero estaba loco por tenerla. Se desnudaron con una prisa febril, y se saborearon rodeados de globos. El aroma de la victoria parecía impregnar aún sus cuerpos, mezclado con el olor del jabón de las duchas del estadio. Los labios de Asher eran cálidos y húmedos, y sabían tanto a sí mismo como a ella.
Cuando ya no hubo barreras que los separaran, sus cuerpos se entrelazaron. Ty recorrió su piel cálida, aquellas formas que la familiaridad hacía aún más excitantes. La razón fue evaporándose y dando paso a la sensación pura. El cuerpo de Asher era una mezcla de suavidad y de firmeza que le fascinaba. La calidez de su aliento sobre la piel hacía que se estremeciera, su gemido de placer cuando introdujo los dedos en su interior lo enloqueció de deseo.
Recorrió su cuerpo con besos húmedos, y el cálido sabor de su piel pareció fundirse con él y llenarlo hasta desbordarlo.
Cuando ella se arqueó y se ofreció por completo, Ty se sintió tan poderoso, que tuvo miedo de tomarla. A través de la bruma de deseo que le nublaba la mente, se dio cuenta de que era demasiado fuerte, de que podía herirla, porque se sentía capaz de alzar el mundo en una mano.
Pero ella empezó a atraerlo hacia sí y a gemir suplicante, y él fue incapaz de controlarse. Asher le arrebataba la cordura con su piel tersa y sus labios cálidos. Los tonos pastel de los globos habían desaparecido para él, y en su mundo ya sólo existían platas resplandecientes, rojos ardientes y negros pulsantes, que giraban en un calidoscopio salvaje que lo arrastraba hacia su vórtice. Cuando la penetró con una fuerte embestida mientras jadeaba su nombre, los colores estallaron en multitud de fragmentos que parecieron agujerearle la piel, y el dolor le dio un placer indescriptible.
Completamente saciada, con la cabeza de Ty descansando entre sus senos, Asher contempló el techo y se preguntó cómo era posible que cada vez que estaban juntos fuera diferente. A veces se amaban entre risas, otras con ternura, otras con una pasión ardiente; en aquella ocasión, había habido un toque de locura. ¿Disfrutaban todos los amantes de tanta variedad?, ¿encontraban aquel gozo insaciable el uno en el otro? A lo mejor ellos eran únicos. La idea le dio casi miedo.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó él. Sabía que debería quitarse de encima de ella, pero no tenía fuerzas para hacerlo.
—Estaba preguntándome si es normal que cada vez que estoy contigo sea tan especial.
Ty soltó una carcajada, y le besó un pecho.
—Claro que sí, yo soy una persona muy especial. ¿No lees la sección de deportes?
—Que la prensa no se te suba a la cabeza, Starbuck. Te quedan varias victorias por delante antes de conseguir el Grand Slam.
—Y a ti también, Rostro.
—Sólo pienso en el siguiente partido —Asher no quería pensar en Forest Hills, ni en Estados Unidos... ni en el final de la temporada—. Madge está embarazada.
—¿Qué? —Ty levantó la cabeza de golpe.
—Que Madge está embarazada, pero quiere mantenerlo en secreto hasta que acabe el Abierto de Australia.
—¿La vieja Madge va a tener un hijo?
—Sólo tiene un año más que tú —le dijo ella, a la defensiva.
—Cariño, sólo era una forma de hablar. ¿Está contenta?
—Está encantada... y asustada. Va a retirarse.
—Vamos a tener que prepararle una buena fiesta —Ty rodó hasta ponerse de espaldas, y la apretó contra su cuerpo.
Al cabo de unos segundos, Asher se humedeció los labios y habló con aparente despreocupación.
—¿Te planteas alguna vez tener hijos? Sería bastante difícil combinar una familia con una profesión como ésta, ¿no?
—Muchos lo hacen, es cuestión de organización.
—Sí, pero con tantos viajes y tanta presión...
Ty estuvo a punto de decir que aquello no importaba, pero entonces recordó cómo había vivido ella de niña. A pesar de que nunca le había parecido resentida al respecto, se preguntó si Asher consideraba que una familia supondría un estorbo para su carrera. Un hijo le impediría jugar durante algún tiempo, y ya había perdido tres años. Suspiró para sus adentros, y apartó de momento la posibilidad de que tuvieran hijos pronto; al fin y al cabo, tenían tiempo.
—Supongo que es un incordio preocuparse de los hijos cuando hay que concentrarse en un torneo, un jugador ya tiene bastante con preocuparse de sus raquetas —le dijo.
Asher murmuró su asentimiento, y permaneció con la mirada perdida.
La despertó al amanecer un ligero cosquilleo en el brazo; al sentir que algo le rozaba la mejilla, lo apartó con un gesto impaciente, pero la molestia regresó. Abrió los ojos, y vio docenas de formas bajo la luz mortecina. Algunas estaban colgando a medio camino del techo, otras cubrían la cama y el suelo. Se quedó mirándolas medio dormida, sin entender qué era lo que estaba viendo, y dio un empujón a la forma que tenía encima de la cadera.
Al ver que se alejaba flotando, se acordó de los globos. Volvió la cabeza, y cuando vio que Ty estaba tumbado boca abajo y prácticamente sepultado por ellos, soltó una risita ahogada y se sentó. Le apartó un globo rojo de la nuca, pero él ni se inmutó. Cuando se inclinó hacia delante y empezó a delinear su oreja con pequeños besos, él murmuró algo entre sueños y se apartó un poco. Asher enarcó una ceja al darse cuenta de que tenía un verdadero desafío en sus manos.
Le apartó el pelo de la nuca, y empezó a mordisquearlo.
—Ty, tenemos compañía —le susurró.
Al sentir una sensación placentera, Ty se puso de lado y alargó una mano para atraer a Asher hacia sí, pero ella le puso algo redondeado en la mano. La miró con ojos adormilados, y le preguntó:
—¿Qué demonios es esto?
—Estamos rodeados —susurró ella—, están por todas partes.
Cuando Ty se puso de espaldas, media docena de globos cayeron al suelo. Después de frotarse la cara con las manos, miró a su alrededor y dijo:
—Madre de Dios —sin más, volvió a cerrar los ojos.
Asher no se dio por vencida, y se colocó a horcajadas sobre él.
—Ty, ya ha amanecido.
—Genial.
—Tengo la entrevista a las nueve.
El bostezó, y le dio unas palmaditas en el trasero.
—Buena suerte.
Ella se inclinó, y le mordisqueó con suavidad los labios.
—No tengo que irme hasta dentro de dos horas.
—No pasa nada, no me despertarás.
«¿Qué te apuestas?», pensó para sus adentros. Deslizó los dedos por uno de sus muslos, y comentó:
—A lo mejor debería dormir un poco más.
—Vale.
Se tumbó lentamente a lo largo de su cuerpo, y empezó a besarle el cuello.
—No te molesto, ¿verdad?
—¿Mmm?
Ella se apretó aún más contra él, y sintió la caricia del vello de su pecho contra sus senos.
—Tengo un poco de frío —murmuró, mientras frotaba un muslo contra el suyo.
—Baja el aire acondicionado.
Asher levantó la cabeza, y al ver que él estaba mirándola con expresión traviesa y completamente despejado, se apartó de él y se tapó con la sábana; a pesar de que le dio la espalda, supo sin lugar a dudas que estaba sonriendo como un tonto.
El le rodeó la cintura con un brazo, y amoldó el cuerpo contra el suyo.
—¿Vas entrando ya en calor? —le preguntó, mientras levantaba una mano hacia su pecho. El pezón ya estaba erguido, y su corazón latía acelerado. Se frotó sensualmente contra ella.
—El aire acondicionado está demasiado alto, estoy helada.
—Ya me ocupo yo.
Después de darle un beso en la nuca, Ty se levantó y fue a apagar el aparato. Se volvió con un comentario bromista en la punta de la lengua, y se detuvo en seco. Asher estaba tumbada desnuda en la cama, bañada por la frágil luz de la mañana y rodeada de globos. El pelo despeinado le enmarcaba la cara, y estaba mirándolo con una pequeña sonrisa incitante y retadora. Su piel era suave y dorada.
El deseo lo golpeó de lleno y lo dejó sin aliento, como un puñetazo directo al plexo solar. Echó a andar hacia ella, y Asher alzó los brazos para atraerlo hacia sí.