Capítulo 5

Séptimo juego del quinto set. Ty permanecía en la línea de fondo, esperando a que Michael sacara. El aire estaba bastante cargado, y la luz del sol luchaba por atravesar las nubes que cubrían el cielo. Las gradas estaban abarrotadas, pero él era completamente ajeno a la gente, a los gritos y a los silbidos.

El tenis era un deporte individualista, por eso le había atraído. La culpa de una derrota o el mérito de una victoria sólo era atribuible a uno mismo. Era un deporte de energía y de emoción, y ésas eran dos cosas que a él nunca le habían faltado.

Se había alegrado de que le tocara jugar la semifinal contra Michael, porque el australiano tenía un estilo de juego lleno de pasión y de fuerza. Era uno de los cinco contrincantes a los que más respetaba, y el deseo de ganar sólo estaba un paso por detrás del deseo de enfrentarse a un buen desafío, de batallar. De niño había tenido que luchar por salir adelante, y la raqueta se había convertido en una extensión de su brazo. El partido era un combate más, un mano a mano. Para él, el tenis nunca había sido un simple juego, y nunca lo sería.

El australiano tenía un set de ventaja y estaba envalentonado, así que el objetivo inmediato era romperle el servicio para poder igualar el marcador. Aún no había encontrado ningún punto débil en su juego, y estaba buscando una brecha para poder atacar.

Oyó el golpe de la pelota contra la raqueta, la vio acercarse a toda velocidad y caer con una colocación perfecta en una de las esquinas, y su cuerpo y su mente reaccionaron con una coordinación impecable. Consiguió devolver el golpe mientras decidía la defensa, la ofensa y la estrategia en cuestión de una fracción de segundo.

Mientras los dos jugadores se movían por la pista con una concentración absoluta, los truenos empezaron a resonar en la distancia.

De momento, la mayoría de golpes habían sido largos y profundos, así que Ty decidió imprimir más potencia para cambiar el ritmo de juego. Tomó desprevenido a Michael con un golpe cortado de izquierda a derecha, consiguió contrarrestar el intentó de pase del australiano, y respondió con una volea de revés incontestable que le dio el nada a quince.

Se apartó el pelo húmedo de la cara, y mientras volvía a la línea de fondo, una mujer le gritó algo, pero como no dominaba el francés, no supo si se trataba de una felicitación o de una insinuación. Michael sacó con potencia, pero consiguió devolver la pelota y se posicionó en medio de la pista. Respondió a un golpe raso sin problemas, contrarrestó un peligroso golpe con efecto con uno cortado. Finalmente, el australiano cometió el error de intentar superarlo con un globo, y Ty remató con contundencia. Cero a treinta.

Michael masculló una imprecación antes de volver a colocarse en la línea de saque. Ty no se dejó llevar por la impaciencia, y se limitó a esperar agachado, balanceándose de un lado a otro, mirando a su contrincante sin pestañear. Los dos empezaron a buscar ángulos más abiertos y golpes más profundos, y se produjo un largo intercambio de golpes mientras ambos esperaban una buena oportunidad.

Un fotógrafo consiguió una instantánea impactante de Ty con los brazos extendidos para recuperar el equilibrio, las piernas abiertas y una expresión de fiera concentración, y mientras seguía sacando fotos, pensó que no le haría ninguna gracia tener que enfrentarse a aquel norteamericano en una cancha.

Finalmente, Ty realizó un revés con efecto, y Michael estrelló la pelota contra la red. Cero a cuarenta.

Estaba claro que el australiano empezaba a ponerse nervioso. Su siguiente saque acabó también en la red, pero colocó con cuidado el segundo para no cometer una doble falta. Ty avanzó a por la pelota de inmediato, y se colocó en la red para atacar. Los dos se enzarzaron en un intercambio de golpes rápidos y potentes, sus cuerpos se movían por instinto mientras la pelota volaba del uno al otro a una velocidad de vértigo. Había apenas unos segundos entre golpe y golpe, así que ambos jugadores tenían que intentar anticiparse a lo que iba a hacer su rival. De repente, Ty cambió de táctica, y realizó una dejada que los expertos calificarían después de arriesgada y los seguidores de valiente. Juego y set.

—¡Es fantástico, Mac! —Jess se reclinó en su asiento, y exhaló el aire que había estado conteniendo—. Se me había olvidado lo que se siente al ver jugar a mi hermano.

—Lo viste hace unas semanas —le recordó su marido, mientras se secaba el sudor del cuello con un pañuelo.

—Lo vi por televisión, pero esto es muy diferente. Estar aquí... ¿no lo notas en el ambiente?

—Pensaba que era la humedad.

Jess se echó a reír.

—Siempre tienes los pies en el suelo, por eso te quiero.

—Entonces, no pienso levantarlos.

Mac le alzó una mano para besarle los nudillos, pero al ver que se tensaba, levantó la mirada sorprendido y se dio cuenta de que Jess tenía la vista fija en algún punto por encima de su hombro. Se volvió con curiosidad, y vio varias caras conocidas del mundo del tenis, pero se dio cuenta de que había sido Asher Wolfe quien había captado la atención de su mujer.

—Es la ex mujer de lord Wickerton, ¿verdad? Es impresionante.

—Sí, lo es —Jess apartó la mirada, pero siguió igual de tensa.

—Ha ganado su partido esta mañana, vamos a tener una norteamericana en la final femenina. Ha estado un tiempo apartada de la competición, ¿verdad?

—Sí.

Mac se sintió intrigado por la obvia incomodidad de su mujer, y decidió intentar averiguar qué le pasaba.

—Ty y ella tuvieron una relación hace años, ¿no?

—No fue nada serio, sólo una aventura pasajera —Jess tragó con dificultad, y rogó para que aquello fuera cierto—. No es del tipo de Ty, es una mujer muy fría que encajaba mucho mejor con Wickerton que con mi hermano. Ty se sintió atraído por ella durante un tiempo, eso es todo —se humedeció los labios, y añadió—: Y está claro que ella tampoco se lo tomó en serio, porque se casó enseguida con Wickerton. Ty no era feliz con ella.

—Ya veo —murmuró Mac al cabo de unos segundos. Su mujer había hablado demasiado rápido, demasiado a la defensiva, y no supo qué pensar—. Supongo que Ty está demasiado centrado en su carrera para ir en serio con una mujer, ¿no?

—Sí —Jess le lanzó una mirada casi suplicante, y luchó por hablar con convicción—. Sí, no habría dejado que se marchara si la hubiera querido de verdad, es demasiado posesivo.

—Y orgulloso —le recordó él con voz suave—. Dudo que fuera en busca de ninguna mujer, al margen de lo que sintiera por ella.

Jess sintió que se le formaba un nudo en el estómago, y permaneció en silencio mientras se volvía de nuevo hacia la pista. Su hermano estaba colocándose para sacar, pero lo que ella vio fue una mañana soleada en vez de una tarde nublada, y las pistas de hierba casi desiertas de Forest Hills en vez de la superficie de tierra de Roland Garros.

Al ver a Ty apoyado en una baranda, con la mirada fija en la pista central, había pensado que parecía el capitán de un barco mirando hacia el mar. Era la persona a la que más quería del mundo, y no podía imaginarse un amor más grande que el que sentía por él. Era su hermano, su padre y su héroe. Le había proporcionado una casa, ropa y estudios sin pedir nada a cambio, y estaba dispuesta a hacer lo que fuera por él.

Después de acercarse a él, lo había rodeado con un brazo y había acurrucado la cabeza contra su hombro. Como aquella tarde iba a jugar la final del abierto de Estados Unidos contra Chuck Prince, le había preguntado:

—¿Estás pensando en el partido de esta tarde?

—¿Qué...? No, no estoy pensando en eso —le había contestado él, obviamente distraído.

—Debe de ser un poco raro tener que jugar contra tu mejor amigo.

—Durante el partido tenemos que olvidarnos de que somos amigos.

Al darse cuenta de que parecía preocupado y melancólico, lo había abrazado con más fuerza.

—¿Qué pasa, Ty?

—Nada, sólo estoy un poco inquieto.

—¿Te has peleado con Asher?

—No.

Al ver que permanecía en silencio, había empezado a sospechar que no estaba diciéndole la verdad. Hacía algún tiempo que había empezado a preocuparse por la relación de su hermano con Asher, porque Ty nunca había durado tanto tiempo con una mujer. Había creído que la reserva de Asher era en realidad frialdad, había tomado su independencia por indiferencia. Asher no intentaba aferrarse a Ty a cada momento, no lo escuchaba embelesada, no lo adoraba.

—¿Alguna vez piensas en el pasado, Jess? —le había preguntado él de repente.

—¿Qué quieres decir?

—¿Piensas en nuestra niñez?, ¿en aquel apartamento ruinoso donde vivíamos? Las paredes eran finas como el papel, y en medio de la noche se oían los gritos de los vecinos. La escalera olía a basura y a sudor.

Su tono de voz no le había gustado nada, y había apretado la cara contra su pecho para dar y buscar consuelo.

—No suelo pensar en ello. Supongo que no me acuerdo tan bien como tú, aún no tenía ni quince años cuando nos sacaste de allí.

—A veces, me pregunto si uno puede escapar realmente de todo eso, si puede darle la espalda por completo. Basura y sudor... no puedo olvidar ese olor. Una vez, le pregunté a Asher cuál era el olor que más le recordaba a su niñez, y ella me dijo que el de las flores que había sobre la ventana de su dormitorio.

—No entiendo lo que quieres decir, Ty.

—Yo tampoco.

—Dejaste atrás todo aquello.

—Lo dejé, pero eso no significa que quedara atrás. Anoche, mientras cenábamos, Wickerton se paró junto a nuestra mesa y empezó a hablar con ella de impresionistas franceses. A los cinco minutos, no tenía ni idea de qué estaban hablando.

Se había sentido indignada. Ella había estudiado el impresionismo francés porque su hermano le había pagado la universidad, porque le había dado la oportunidad de estudiar una carrera.

—Tendrías que haberle dicho a ese tipo que se esfumara.

Ty había soltado una carcajada carente de humor, y le había dado un beso en la mejilla.

—Ese fue mi primer impulso —entonces se había puesto muy serio, y había añadido—: Pero entonces me quedé mirándolos. Se entendían a la perfección, hablaban al mismo nivel, y me di cuenta de que hay barreras que no se pueden saltar.

—Podrías hacerlo si quisieras.

—Puede, pero no pienso hacerlo. Me importan un comino los impresionistas franceses, me traen sin cuidado sus amigos mutuos que son primos lejanos de la reina de Inglaterra, me da igual quién ganó en Ascot el mes pasado. Y aunque me importara todo eso, seguiría sin encajar en ese tipo de vida, porque siempre recordaré el olor a basura y a sudor.

—Asher no tendría que animarlo, ese tipo va tras ella desde París.

—No lo anima ni lo desanima, pero la han educado desde la cuna para que sea refinada, para que mantenga conversaciones en salones de té. Es diferente a nosotros, Jess. Eso lo he sabido desde siempre.

—Si lo mandara al cuerno...

—Asher es incapaz de mandar al cuerno a alguien.

—Es muy fría.

—Es diferente —Ty la había tomado de la barbilla, y le había dicho con suavidad—: Tú y yo somos iguales, somos personas directas que gritamos cuando nos apetece, que no nos contenemos si tenemos ganas de estrellar algo contra una pared. Pero hay personas que son incapaces de hacer esas cosas.

—Pues son personas estúpidas.

Al oír aquello, Ty había soltado una carcajada llena de calidez y de afecto.

—Te quiero, Jess.

—No puedo soportar verte triste, ¿por qué permites que Asher te afecte tanto? —había murmurado ella, mientras lo abrazaba con fuerza.

—Eso es algo que yo mismo he estado preguntándome. A lo mejor... a lo mejor sólo necesito un empujoncito en la dirección correcta.

Ella había seguido abrazándolo con fuerza, mientras luchaba por encontrar una respuesta adecuada.

Ya estaban en el décimo juego del séptimo set, y el público seguía animando con entusiasmo. Chuck estaba sentado entre Asher y Madge, inclinado hacia delante y con la mirada fija en la pista.

—Te juegas bastante en este partido, ¿verdad? —le dijo Madge con voz seca, a pesar de que su propio corazón estaba acelerado. Chuck iba a enfrentarse en la final al ganador.

—Es el mejor partido que he visto en dos años —comentó él. Tenía la cara sudorosa, y el cuerpo tenso. La pelota iba tan rápido, que a veces costaba seguirla.

Asher no hizo ningún comentario, porque sabía que no era objetiva. Ty la cautivaba. Los dos contrincantes tenían una forma física envidiable y no se daban tregua, pero era Ty el que la emocionaba con su juego.

A pesar de que admiraba a Michael y admitía que tenía un juego brillante, el australiano no conseguía provocarle aquella emoción apabullante. Se preguntó si el juego de Ty le afectaría tanto si no lo conociera, si no hubieran sido amantes. No alcanzaba a entender cómo era posible que una mujer que se había criado en un ambiente tan controlado y protegido sintiera aquella atracción irresistible por un hombre de pasiones tan turbulentas. Quizá era por la típica atracción de los polos opuestos... no, aquélla explicación era demasiado simple.

A pesar de que estaba sentada en medio de un estadio abarrotado, sentía un deseo y una excitación tan poderosos, que era como si estuviera desnuda con él. No le daba vergüenza admitirlo, porque era algo natural. Y tampoco tenía miedo, porque sabía que se trataba de algo inevitable. Aquellos tres años interminables parecían haberse desvanecido... qué pérdida de tiempo.

«Esta noche». La decisión cristalizó con la misma naturalidad que la primera vez. Aquella noche estarían juntos, y si sólo era una vez, si él no quería nada más, tendría que bastar. La larga espera había llegado a su fin. Se echó a reír, llena de alivio y de felicidad, y al darse cuenta de que Chuck le lanzaba una mirada extrañada, le dijo:

—Va a ganar —se apoyó en la barandilla, y posó la barbilla sobre las manos entrelazadas—. Sí, va a ganar.

Ty hizo caso omiso del dolor sordo que sentía en el brazo con el que sujetaba la raqueta. Los músculos de las piernas amenazaban con agarrotarse en cuanto se parara, pero no pensaba dejarse vencer por el cansancio. Y tampoco iba a dejar que su contrincante le ganara, porque una de las cosas que no habían cambiado en veinte años era que no soportaba perder.

Estaba a un punto de ganar el partido, y seguía jugando con el mismo empuje del principio. Los juegos habían sido largos y demoledores. La pelota volaba, el sudor les bañaba la piel. Hacía veinte minutos que había sacrificado la virtuosidad por la astucia, y la táctica le había funcionado.

Sus fuerzas estaban igualadas, así que decidió que tendría que ganar el punto con una estrategia que pillara desprevenido al australiano. Empezó a moverlo de un lado a otro de la pista, y el juego se igualó tres veces. Después de conseguir ventaja con un punto de saque imparable, fue a por todas. Empezaron a intercambiar golpes a un ritmo endiablado, y finalmente llegó la oportunidad que había estado esperando. Michael le lanzó un revés fantástico, y él devolvió el golpe con la raqueta a la altura de la cadera. El australiano consiguió conectar, pero no le hizo falta mirar dónde caía la pelota para saber que no había entrado.

Juego, set, y partido.

El calor y el cansancio golpearon de lleno a Ty y tuvo que hacer un esfuerzo consciente para no trastabillar. Caer de rodillas sin más habría sido todo un alivio, pero se obligó a ir hacia la red.

Michael le estrechó la mano, le rodeó los hombros con su brazo libre y le dijo casi sin aliento:

—Maldita sea, Starbuck... has estado a punto de liquidarme.

Ty soltó una carcajada, y se apoyó por un segundo en su contrincante para conservar el equilibrio.

—Lo mismo digo.

—Necesito un trago —le dijo el australiano con una gran sonrisa, al incorporarse—. Vamos a emborracharnos.

—Genial.

Vencedor y vencido se volvieron para enfrentarse por separado a la prensa, la ducha, y la mesa de masaje. Ty agarró la toalla que alguien le dio, y se limitó a asentir ante el aluvión de preguntas y de felicitaciones. Se cubrió la cara con la toalla, y no tuvo fuerzas ni para mandar al diablo a los periodistas. A través de la tela, oyó que alguien empezaba a recogerle las raquetas. Estaba exhausto, y cuando dejó caer la toalla empapada de sudor, sus ojos se encontraron con los de Asher.

Eran tan azules... sus ojos eran tan azules, tan límpidos y profundos, que habría podido hundirse en ellos. El insoportable calor se desvaneció, como si alguien hubiera abierto una ventana y hubiera dejado entrar una brisa fresca.

—Felicidades —le dijo ella.

Ty sintió que su cansancio se evaporaba al ver su sonrisa, y por extraño que pareciera, el agotamiento no fue reemplazado por el deseo, sino por un bienestar cálido y sencillo.

—Gracias.

Cuando ella le dio la bolsa de las raquetas, sus manos se rozaron por un instante.

—Supongo que la prensa estará esperándote dentro —al oír su respuesta sucinta y directa, Asher esbozó una sonrisa y se acercó un poco más a él—. ¿Puedo invitarte a cenar?

Ty enarcó una ceja, y contestó:

—Claro.

—Nos vemos a las siete en el vestíbulo del hotel.

—De acuerdo.

—¿Cuál crees que ha sido el punto de inflexión del partido, Starbuck?

—¿Qué estrategia vas a seguir en la final contra Prince?

Ty no contestó a los periodistas; de hecho, ni siquiera los oyó, porque toda su atención estaba centrada en Asher, que estaba alejándose a través de la multitud.

Jess contempló a su hermano desde la grada, y sintió una breve sensación de deja vu.

Minutos después, Ty se metió bajo el chorro de la ducha sin quitarse la ropa, y dejó que el agua lo empapara mientras se desvestía. Un reportero del World of Sports estaba apoyado contra una de las paredes, y empezó a tomar notas y a hacerle preguntas que él respondió desnudo, con la ropa a sus pies. Trataba a la prensa con naturalidad, porque le daba lo mismo lo que publicaran sobre él. Su madre tenía un álbum donde iba guardando recortes, pero él nunca leía los artículos ni las entrevistas. Se enjabonó la cara con ambas manos para deshacerse del sudor, y repuso parte de los fluidos perdidos al beberse bajo el chorro de la ducha un bote de zumo que alguien le dio. La debilidad y el dolor iban envolviéndolo de nuevo, pero consiguió llegar a la mesa de masaje por puro instinto y se desplomó sobre ella.

Unos dedos fuertes empezaron a trabajar en sus músculos doloridos, y a pesar de que las preguntas seguían sucediéndose, se limitó a cerrar los ojos sin prestarles atención. Sintió un dolor agudo mientras le masajeaban la pantorrilla, pero apretó los dientes y se obligó a permanecer quieto, porque sabía que el alivio no tardaría en llegar. Permaneció inmóvil durante diez minutos agónicos bajo las manos del masajista, y empezó a adormilarse y a olvidar el dolor, como solía pasarle a una madre después de dar a luz. Pero no se le olvidó que había ganado, ni aquellos ojos azules. Y con aquellas dos imágenes en la mente, se quedó dormido.

El suelo del vestíbulo era de mármol blanco veteado de rosa. Madge había comentado que limpiarlo debía de ser una auténtica pesadilla, y su marido le había recordado que no había usado una fregona en su vida. Asher estaba sentada con ellos, oyéndolos bromear, y se dijo que no estaba nerviosa. Eran las siete menos diez.

Se había puesto un sencillo vestido de seda tan pálida como el interior de la piel de un melocotón, y el pelo apartado de la cara dejaba al descubierto unos pequeños pendientes de perlas y coral. No llevaba ningún anillo, y tenía los dedos entrelazados.

—¿Dónde vas a cenar? —le preguntó Madge.

—En un pequeño restaurante de la orilla izquierda.

Ty y ella habían ido allí una vez en el pasado. Había un violinista bastante vehemente, pero Ty lo había convencido de que se esfumara con veinte dólares norteamericanos.

Al oír un trueno, Madge miró hacia la puerta principal y comentó:

—Te va a costar bastante conseguir un taxi. ¿Has visto a Ty desde el partido?

—No.

—Chuck me ha dicho que Michael y él se han quedado dormidos como angelitos en las mesas de masaje. Al parecer, un fotógrafo avispado ha conseguido un par de fotos muy interesantes.

—Deportistas en reposo —dijo su marido.

—Esto va a hacer mella en su imagen de chicos duros.

Asher sonrió, porque sabía lo joven y vulnerable que parecía Ty cuando estaba dormido, como un niñito exhausto. Era el único momento del día en que su frenética energía estaba en reposo. De repente, sintió una punzada de dolor en el corazón. Si el bebé hubiera sobrevivido... pero de inmediato se obligó a apartar aquella idea de su mente.

—Oye, ésa es la hermana de Ty, ¿verdad?

Asher se volvió, y vio a Jess y a Mac cruzando el vestíbulo.

—Sí.

Sus miradas se encontraron en aquel momento, y el encuentro fue inevitable. Jess apretó con fuerza la mano de su marido, y se acercó a ellos.

—Hola, Asher.

—Jess.

—No conoces a mi marido, ¿verdad? Mackenzie Derick, lady Wickerton.

—Asher Wolfe —la corrigió ella con calma, mientras le estrechaba la mano a Mac—. ¿Eres pariente de Martin?

—Sí, es mi tío. ¿Lo conoces?

—Sí —le dijo Asher, con una sonrisa que añadió algo de calidez a sus ojos.

Mientras ella le presentaba a los demás con una desenvoltura innata, Mac la observó con disimulo. Sí, Jess tenía razón en lo de que parecía fría, pero tenía una vitalidad subyacente que quizá un hombre podía captar con más facilidad que otra mujer. En aquel momento, empezó a preguntarse si su esposa estaba equivocada en lo referente a los sentimientos de su hermano.

—¿Es aficionado al tenis, señor Derick? —le preguntó Asher.

—Por favor, tutéame. Sólo estoy metido en este mundillo por Jess, prefiero otros deportes. Mi tío no me lo perdona.

Asher soltó una carcajada. Estaba claro que Mac Derick era un hombre fuerte y seguro de sí mismo que no estaría dispuesto a ocupar un segundo puesto en la vida de su mujer, a pesar de la adoración que Jess sentía por su hermano.

—Martin no puede quejarse, ha entrenado a un campeón —Asher miró a Jess, que estaba sentada muy tensa junto a Madge, y le preguntó—: ¿Cómo está tu madre?

—Muy bien, gracias. Se ha quedado en casa con Pete —Jess consiguió devolverle la mirada, pero empezó a juguetear con la tela de su falda en un gesto de nerviosismo.

—¿Pete?

—Nuestro hijo.

Mac se dio cuenta de que Asher apretó con fuerza el brazo de la silla. Sólo fue por un instante, pero el gesto hizo que su curiosidad fuera en aumento.

—No sabía que habías tenido un hijo, Ada debe de estar encantada de tener un nieto —Asher sintió un nudo en la garganta. Su sonrisa permaneció inalterable a pesar del peso que le oprimía el corazón, y se obligó a preguntar con calma—: ¿Qué edad tiene?

—Catorce meses.

Mientras Asher se ponía cada vez más tensa, Jess se relajó al hablar de su hijo.

—Empezó a caminar de golpe, le encanta corretear de un lado a otro. Mamá dice que es igualito a Ty.

Cuando Jess le ofreció una fotografía de su hijo, Asher no tuvo más remedio que aceptarla. El niño tenía la forma del rostro de su padre, pero los genes de los Starbuck eran evidentes. Tenía el misino pelo oscuro y denso de su madre y de su tío, y unos ojos enormes y grises. Incluso en una fotografía, la vitalidad del pequeño era casi palpable. Pero había habido otro niño que habría tenido el pelo oscuro y los ojos grises... ¿cuántas veces se había imaginado cómo habría sido la carita de su hijo?

—Es precioso, debes de estar muy orgullosa de él —se oyó decir con voz tranquila, antes de devolverle la foto a Jess.

—Mi mujer cree que debería esperar hasta los doce años antes de presentarse como candidato a la presidencia.

Asher sonrió, pero Mac se dio cuenta de que aquella vez el gesto carecía de calidez.

—¿Ty ya le ha comprado una raqueta?

—Ya veo que lo conoces muy bien —comentó Mac.

—Sí —Asher miró a Jess sin pestañear, y dijo—: El tenis y su familia siempre han sido lo principal para él.

—Odio admitirlo, pero me acuerdo de cuando ibas a ver los partidos de tu hermano hace doce años —comentó Madge—. Eras una adolescente desgarbada, y te comías las uñas por culpa de los nervios. Y mírate ahora, ya eres madre.

Jess sonrió, y alargó las manos para que pudieran vérselas.

—Pero aún sigo mordiéndome las uñas en los partidos de Ty.

A Asher no le sorprendió ser la primera en verlo cuando salió del ascensor, porque su cuerpo entero estaba en sintonía con él. Ty llevaba unos pantalones negros de tela fina, y una camisa gris. Sabía que no había elegido la prenda porque el tono combinaba con sus ojos, sino porque había sido lo primero que había encontrado a mano. Siempre estaba fantástico a pesar de que no le prestaba ninguna atención especial a la ropa, porque tenía un cuerpo atlético y un estilo adquirido. Se había peinado, pero su pelo ya había empezado a rebelarse. Al verlo detenerse por un momento, lleno de energía, Asher sintió que se le aceleraba el corazón.

—¡Ahí está Ty! —Jess se levantó de golpe, y fue hacia él de inmediato—. Aún no he podido felicitarte, has estado fantástico.

A pesar de que su hermano la abrazó, Jess se dio cuenta de que tenía la mirada fija en el grupo que permanecía sentado, y no le hizo falta volverse para saber quién centraba su atención.

Pero Asher permaneció en silencio cuando se acercaron a los demás.

—Hoy sí que te has ganado el sueldo, Starbuck —comentó Madge—. El Decano y yo hemos quedado en el Lido con Michael, para intentar animarlo un poco.

—Dile que he perdido un kilo y medio en la pista —bromeó él, sin apartar la mirada de Asher.

—No creo que eso le consuele —Madge empezó a levantarse, y le hizo un gesto a su marido para que hiciera lo propio—. Bueno, nosotros nos vamos a pelear por un taxi. ¿Alguien más tiene que irse?

Mac entendió la indirecta de inmediato, y comentó:

—Sí, Jess y yo también vamos a salir a cenar.

—¿Quieres que te llevemos a algún sitio, Ty?

El marido de Madge miró a su mujer con expresión ofendida al sentir que le daba un pisotón, pero cerró la boca de golpe al ver que ella lo fulminaba con la mirada. Aunque no era un hombre dado a captar indirectas sutiles, se dio cuenta de lo que pasaba al ver la forma en que Ty y Asher se miraban en silencio.

—Supongo que no quiere que lo llevemos a ningún sitio, ¿no? —le preguntó a su mujer con una sonrisa de oreja a oreja.

—Eres un lince, cariño —Madge echó a andar con los demás hacia la puerta, y comentó—: ¿Alguien sabe alguna palabrota en francés?, es la mejor manera de conseguir un taxi aquí.

Asher se levantó poco a poco, y oyó el sonido de la tormenta a su espalda cuando la puerta principal se abrió brevemente. Por un segundo, Ty pensó que parecía un tesoro intocable que merecía estar en una vitrina, pero entonces tomó la mano que ella le ofreció. Era cálida, de carne y hueso.

Sin decir palabra, fueron hacia los ascensores.