Capítulo 7
Asher tenía miedo de Londres. Lady Wickerton había vivido allí, había sido la anfitriona de selectas fiestas en la elegante casa de tres plantas de Grosvenor Square, había asistido al ballet en la Royal Opera House, al teatro en Drury Lane, y había ido de compras al West End. Lady Wickerton había jugado al bridge con miembros del Parlamento, y había tomado el té en el Palacio de Buckingham. Lady Wickerton había sido una esposa callada y abnegada, una mujer inteligente, controlada, y de buena cuna. Había estado a punto de asfixiarse en Londres.
Quizá habría sido capaz de aceptar su papel si Ty no hubiera existido entre la hija de Jim Wolfe y la esposa de Eric Wickerton. Había intentado adaptarse con todas sus fuerzas, pero tenía demasiada pasión bullendo en su interior. Siempre había estado allí, debajo de la superficie, y los meses que había pasado con Ty la habían liberado. Controlar algo que permanecía latente era muy distinto a reprimir algo que pulsaba con vitalidad, y ni siquiera había podido utilizar su profesión como válvula de escape.
Regresar a Londres era el paso más difícil que había tenido que dar hasta el momento. No sólo iba a tener que enfrentarse a los recuerdos de los momentos que había compartido allí con Ty, también iba a encontrarse cara a cara con el fantasma de la mujer que había fingido ser. Todo le resultaba tan familiar... la Abadía de Westminster, Trafalgar Square, los olores y las voces... ni siquiera la emoción de estar de nuevo en Wimbledon conseguía quitarle todo aquello de la mente, porque sabía que allí iba a ver a personas que recordaban a la elegante y serena lady Wickerton, y que tendría que enfrentarse a un sinfín de preguntas.
De cara al público, permanecería distante, imperturbable y discreta, porque sentía que se lo debía a Eric. Se negaría a hablar de su matrimonio y de su divorcio, y en ese aspecto iban a serle de gran ayuda tanto su entrenamiento como los años que había pasado acatando las normas de su padre.
Les daría tenis. Como ya tenía dos títulos bajo el brazo, la atención de la prensa estaba asegurada, así que estaba en sus manos conseguir que dejaran a un lado su vida personal y se centraran en su regreso a las canchas. Lo que había entre Ty y ella aún era demasiado frágil para hacerlo público.
Se le había olvidado lo simple e irrefrenable que era la felicidad. Conversaciones pausadas a medianoche, sexo alocado, paseos tranquilos... compartían una habitación de hotel, y la convertían en su hogar durante los días y las noches que pasaban allí. Se sentía tan trotamundos como él, y a mucha honra. En el pasado, había anhelado tener raíces, estabilidad y compromiso, pero había aprendido que esas cosas no significaban nada sin la plenitud del amor. La espontaneidad de Ty siempre le había fascinado, y esa vez estaba decidida a superar el leve temor que aún le causaba y disfrutarla.
—¿Aún no te has vestido?
Asher dejó la zapatilla de deporte a medio atar, levantó la mirada, y sintió que el amor le inundaba el pecho. Ty estaba en la puerta que separaba la pequeña sala de estar del dormitorio, y su expresión ceñuda revelaba su impaciencia. Su pelo rebelde, que aún no se le había secado del todo después de la ducha, le caía sobre la frente.
—Ya casi estoy. No todos estamos tan despejados por la mañana, sobre todo si sólo se han tenido seis horas de sueño.
Una sonrisa reemplazó de inmediato su expresión ceñuda.
—¿Hubo algo que te impidiera dormir?
Asher le lanzó una de sus zapatillas, pero él la cazó sin apartar la mirada de su rostro; al parecer, la falta de sueño no le había afectado, porque estaba despejado y repleto de una energía apenas controlada.
—Puedes dormir una siesta después de entrenar.
—Te sientes muy satisfecho de ti mismo esta mañana, ¿no?
—¿Tanto se nota? —sin dejar de sonreír. Ty se acercó a ella—. Supongo que tendrá algo que ver con la paliza que le di ayer a aquel británico en cuartos de final.
—¿Ah, sí? ¿Sólo estás satisfecho por eso?
—¿Por qué otra cosa podría estarlo?
—Devuélveme mi zapatilla, para que pueda volver a tirártela.
—¿Sabes que estás muy refunfuñona por las mañanas? —le preguntó él, mientras mantenía la zapatilla fuera de su alcance.
—¿Sabes que estás insufrible desde que ganaste en Francia?, no te olvides de que sólo es un cuarto del Grand Slam.
Ty alargó un poco más el brazo cuando ella intentó agarrar su zapatilla, y le dijo:
—Lo mismo te digo, Rostro.
—Los torneos que quedan son de hierba —le recordó ella, mientras lo agarraba por la cintura de los pantalones para intentar inmovilizarlo.
—Esta mujer es insaciable —comentó él, con un suspiro. De repente, se lanzó al ataque, la tumbó de espaldas en la cama y la cubrió con su cuerpo.
—¡Ty! ¡Ty, para! —Asher lo empujó entre risas, mientras él le besaba el cuello—. Vamos a llegar tarde al entrenamiento.
—Tienes razón —Ty le dio un beso rápido, y se apartó de ella.
—Vaya, te has dejado convencer muy rápido.
Asher empezó a arreglarse el pelo, pero antes de que pudiera reaccionar, él volvió a tomarla en sus brazos y ahogó con los labios su exclamación de sorpresa.
El beso fue largo, profundo, infinitamente tierno, ardientemente apasionado. Asher sintió que se derretía cuando él la rodeó con los brazos, y echó la cabeza un poco hacia atrás en una clara invitación. Ty siguió saboreando su boca, disfrutando de la sensación de dominio total. Le excitaba saber que si continuaban ella empezaría con sus propias exigencias, y que entonces sería un enfrentamiento igualado; sin embargo, sonrió contra sus labios, porque tenían tiempo... tenían toda una vida.
—¿Te has despertado ya? —le preguntó, mientras le acariciaba con suavidad un pecho.
—Sí.
—Perfecto. Venga, vamonos —después de levantarla de la cama, le dio una palmadita juguetona en el trasero.
—Ya te pillaré.
—Eso espero —Ty le rodeó los hombros con un brazo, y mientras salían de la habitación comentó—: Tienes que trabajar más en tu volea de revés.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó ella, indignada.
—Si acortaras el golpe...
—Acorta el tuyo. Por cierto, ayer no fuiste precisamente don Veloz.
—Tengo que guardar fuerzas para la final.
Asher soltó un bufido burlón mientras pulsaba el botón de llamada del ascensor.
—Tu vanidad no tiene límites.
—Es cuestión de confianza —la corrigió él. Le encantaba verla así... relajada, pero lista para reír o para devolver una respuesta contundente. Por un instante, se preguntó si sabía que estaba incluso más guapa cuando dejaba a un lado la cautela—. ¿Qué pasa con el desayuno?
—¿Qué pasa con él?
—¿Quieres que nos comamos unos huevos después del entrenamiento?
Ella lo miró a los ojos mientras las puertas del ascensor se abrían, y le preguntó:
—¿Es ésa tu mejor oferta?
Ty enarcó una ceja, y entró tras ella en el ascensor. Asher intercambió un educado gesto de saludo con una pareja de mediana edad que había dentro.
—A lo mejor te gustaría retomar las cosas donde las dejamos anoche —Ty se apoyó contra la pared del ascensor, y añadió—: ¿Cómo me dijiste que te llamabas?
Asher sintió dos miradas escandalizadas y llenas de curiosidad clavadas en su espalda.
—Me llamo Mira. ¿Volverá a pedir champán, señor Starbuck? Estaba buenísimo.
Él sonrió al ver el brillo desafiante en sus ojos, y le dijo:
—Igual que tú, cielo.
Cuando el ascensor llegó al vestíbulo y las puertas se abrieron, la pareja mayor salió a regañadientes, y Asher le dio un puñetazo a Ty en el brazo antes de seguirlos.
Al cabo de menos de media hora, los dos estaban concentrados en el ritmo y en la forma de sus movimientos, y en los botes caprichosos que una pelotita podía llegar a dar en una superficie de hierba. Mientras corría a devolver un golpe cortado de Madge, Asher se preguntó si estaba mejorando. Se sentía más ligera, menos agarrotada, como si perder ni siquiera fuera una posibilidad.
Allí podía olvidarse de Londres, y recordar los partidos de clasificación que se habían jugado en el ambiente desenvuelto de Roehampton. En Wimbledon reinaban el glamour y la elegancia, y tanto los jugadores como los espectadores estaban inmersos en la tradición. Las hortensias destacaban en un marco de hierba verde, y había paredes cubiertas de hiedra, limusinas, y chóferes. Los tonos dominantes eran violetas y verdes sobrios, como si el mismísimo tiempo se hubiera encargado de serenarlos.
En aquel torneo, los espectadores tenían modales exquisitos, permanecían en silencio mientras se jugaban los puntos, y aplaudían después de cada uno de ellos. Los que permanecían en pie se comportaban con la misma educación, y si no era así, el juez de silla les pedía con calma que se callaran. Nadie se sentaba encima del marcador en Wimbledon, porque era tan reverenciado como el cambio de guardia y tan británico como los autobuses de dos pisos.
Al mirar las extensiones impecables de césped, las rosas cuidadas y las gradas con capacidad para más de veinticinco mil aficionados, nadie podía dudar que Wimbledon era el tenis en estado puro. Los antiguos jugadores regresaban para recordar, y los futuros tenistas aspiraban a llegar allí. Ty le había dicho una vez que un lejano Cuatro de Julio había hecho una promesa mientras miraba los partidos por la tele. Él ya había cumplido aquella promesa en cuatro ocasiones, y ella deseaba más que nunca que ambos salieran de la pista central con el título de campeones.
Al verla en la línea de fondo con la raqueta y una pelota, pero con la mirada perdida, Madge le preguntó:
—¿Quieres que lo dejemos?
—Eh... ¿qué? —Asher levantó la mirada de golpe, y se echó a reír al ver a su amiga al otro lado de la pista, con las manos en las caderas—. Supongo que sí, estaba con la cabeza en las nubes.
Cuando empezaron a recoger las bolsas y las chaquetas, Madge comentó:
—No hace falta que te pregunte si eres feliz.
—Es bastante obvio, ¿no?
—La verdad es que me alegro, porque siempre he pensado que formáis un equipo fantástico. ¿Vais a hacerlo oficial?
—No, nos lo estamos tomando día a día —Asher mantuvo la mirada baja mientras metía su raqueta en la funda—. El matrimonio sólo es una formalidad.
—Y los cerdos vuelan —le dijo Madge con calma. Cuando Asher la miró con una sonrisa cauta, añadió—: Puede que para algunos sea así, pero para ti no. ¿Por qué aguantaste un matrimonio desastroso durante tres años? —levantó una mano para atajar la protesta de Asher—. Porque para ti el matrimonio es una promesa, y tú no rompes tus promesas.
—Ya he fracasado una vez.
—¿La culpa fue sólo tuya?, ¿no crees que estás siendo un poco egocéntrica? —Madge volvió a llevarse las manos a las caderas, y le dijo con impaciencia—: No vas a dejar que un error te impida ser feliz, ¿verdad?
—Soy feliz —Asher le puso una mano en el hombro, y añadió—: Ty es lo único que he deseado en mi vida, Madge. No puedo arriesgarme a volver a perderlo.
—Pero... fuiste tú la que lo dejaste, Asher.
—Ya lo había perdido.
—Asher, no...
—Es un nuevo día —Asher inhaló profundamente el aire matinal, y dijo con calma—: Un nuevo comienzo. Sé qué errores cometí, y no pienso repetirlos. Hubo un tiempo en el que creía que yo tenía que ser lo más importante para él, en el que pensaba que tenía que competir con el tenis, en el que veía a sus familiares como rivales. Qué estupidez.
—Tiene gracia, pero hubo un tiempo en que pensé que para el Decano lo principal era su trabajo, y él pensaba lo mismo respecto a mí. Los dos estábamos equivocados.
Asher se llevó la bolsa al hombro, y esbozó una sonrisa.
—Ty no olvidará jamás que el tenis lo sacó del barrio donde se crió. Quizá sea lo mejor, porque eso es lo que hace que su juego sea explosivo.
Madge se dio cuenta de que su amiga conocía muy bien a Ty en algunos aspectos, mientras que en otros no lo conocía en absoluto.
—¿Y qué es lo que hace que el tuyo sea gélido?
—El miedo —Asher contestó antes de darse cuenta. Por un instante, no supo cómo reaccionar, pero decidió que decirlo en voz alta le restaba importancia al asunto—. El miedo al fracaso, o a quedar demasiado expuesta —echó a andar, y añadió con una carcajada—: Menos mal que no eres una periodista.
Mientras avanzaban por el camino, la grava crujía bajo sus pies. Era un sonido que Asher asociaba a la pulcritud de las canchas británicas.
—Recuérdame que te cuente alguna vez todo lo que se me pasa por la cabeza cinco minutos antes de un partido —le dijo Madge.
Asher suspiró, y entrelazó un brazo con el de su antigua compañera.
—Vamos a las duchas.
Asher estaba durmiendo tan profundamente como una niña, sin problemas ni miedos. El sol de la tarde conseguía filtrarse apenas a través de las cortinas cerradas, y el ruido del tráfico era un mero zumbido apagado. Estaba tumbada sobre la colcha, cubierta sólo por un albornoz corto, y Ty había quedado en despertarla a tiempo para que pudieran salir a dar un paseo antes de que anocheciera. Ambos tenían que jugar al día siguiente, así que tenían que acostarse temprano.
Se despertó cuando alguien llamó a la puerta. Se sentó un poco aturdida, y se pasó la mano por el pelo mientras se decía que Ty debía de haberse olvidado la llave. Al salir del dormitorio en penumbra, entornó los ojos cuando le dio de lleno la luz que reinaba en la sala de estar. Abrió la puerta sin pensárselo, mientras se preguntaba qué hora sería. Tardó un momento en asimilar el impacto.
—Eric —susurró.
—Hola, Asher —él inclinó la cabeza en un gesto de saludo, y entró en la habitación sin más—. ¿Te he despertado?
—Estaba durmiendo una siesta.
Asher cerró la puerta, y luchó por recuperar la compostura. Estaba igual que siempre, por supuesto, porque él no consideraba que tuviera que cambiar. Era alto y delgado, tenía un porte militar, y unas facciones europeas un tanto arrogantes y distantes. El corte impecable de su pelo rubio reflejaba su actitud conservadora y su elevada posición social, y la combinación de sus ojos claros y su tez pálida resultaba romántica pero fría. Asher sabía que su boca podía apretarse en una fina línea cuando estaba irritado. Había sido un pretendiente encantador, un amante meticuloso, y un marido insoportable. Se recordó a sí misma que ya no era su esposa, y se cuadró de hombros.
—No esperaba verte, Eric.
—¿No? ¿Pensabas que no vendría a verte al saber que estabas en la ciudad? Has adelgazado, Asher.
—La competición hace perder peso —los años de entrenamiento y la educación estricta que le habían inculcado desde pequeña la obligaron a mostrar algo de cortesía—. Siéntate, por favor. Te serviré una copa.
Se dijo que su presencia no tenía por qué afectarle lo más mínimo, que no tenía que sentir miedo ni culpa. Muchas parejas divorciadas conseguían mostrarse civilizadas, y Eric era un hombre muy civilizado.
—¿Qué tal estás? —le sirvió un whisky, y ella optó por un agua con gas.
—Muy bien, ¿y tú?
—Bien. ¿Y tu familia?
—Muy bien —Eric aceptó el vaso de whisky, y le preguntó de forma deliberada—: ¿Qué tal está tu padre? —al ver en sus ojos el brillo de dolor que esperaba, sintió una gran satisfacción.
—Por lo que sé, está bien —Asher se sentó, y se esforzó por mostrarse imperturbable.
—¿Aún no te ha perdonado que te retiraras de las canchas?
—Estoy convencida de que sabes que no —le dijo ella, completamente inexpresiva.
Eric se cruzó de piernas con cuidado, para que no se le arrugaran los pantalones.
—Pensé que, como has empezado a competir otra vez, a lo mejor... —dejó la frase inacabada.
Asher contempló durante unos segundos las burbujas que iban subiendo por el agua, y finalmente le dijo con voz tranquila:
—Me ignora por completo. Aún sigo pagando, Eric —levantó la mirada hacia él, y le preguntó—: ¿Eso te causa satisfacción?
Él tomó un trago sin prisa antes de contestar.
—Fue tu elección, querida. Tu carrera a cambio de mi apellido.
—A cambio de tu silencio —lo corrigió ella—. Ya tenía tu apellido.
—Sí, y el hijo de otro hombre en tu vientre.
El hielo tintineó en el vaso de Asher cuando sus manos empezaron a temblar, pero se apresuró a controlarse.
—El hecho de que perdiera a mi hijo debería bastar, ¿has venido a recordármelo?
—He venido a ver cómo le va a mi ex mujer —Eric se reclinó contra el respaldo de la silla—. Vas encadenando una victoria tras otra en la cancha, y estás más guapa que nunca —recorrió la habitación con la mirada, y comentó—: Al parecer, no has perdido tiempo en volver con tu antiguo amante.
—Los dos sabemos que mi error fue abandonarlo, Eric. No sabes cuánto lo siento.
—Tu error fue intentar endosarme su bastardo.
Asher se puso de pie de golpe, llena de furia y temblorosa.
—Nunca te mentí, y me niego a disculparme otra vez.
Él permaneció sentado, haciendo girar el licor.
—¿Lo sabe ya? —al verla empalidecer, Eric esbozó una sonrisa sincera. El odio lo corroía por dentro—. No, ya veo que no lo sabe. Qué interesante.
—Mantuve mi palabra, Eric —a pesar de que tenía las manos entrelazadas con fuerza, Asher habló con voz firme—. Mientras fui tu esposa, hice todo lo que me pediste.
Él hizo un pequeño gesto de asentimiento, pero ni su honestidad ni los tres años de penitencia le bastaban.
—Pero ya no eres mi esposa.
—Nos divorciamos de mutuo acuerdo, el matrimonio era insoportable para los dos.
—¿Tienes miedo de su reacción? Según recuerdo, es un hombre muy físico y con un temperamento bastante primitivo —volvió a sonreír, y le preguntó—: ¿Crees que te pegará?
Asher soltó una carcajada carente de humor.
—Claro que no.
—Estás muy segura. Entonces, ¿de qué tienes miedo?
—No me perdonaría, Eric. Igual que tú. Perdí a mi hijo, a mi padre, y mi autoestima, pero nunca dejaré de sentirme culpable. Sólo herí tu orgullo, ¿no he pagado bastante?
—Puede que sí... y puede que no —Eric se levantó de la silla, y se acercó a ella—. A lo mejor el mejor castigo será que nunca puedas estar segura de que tu secreto está a salvo. No pienso prometerte nada, Asher.
—Es increíble que creyera que eres un buen hombre —le dijo ella con suavidad.
—Es cuestión de justicia.
—La venganza no tiene nada que ver con la justicia.
—Ese es tu punto de vista, querida.
Asher se negó a derrumbarse, a llorar o a suplicar. No pensaba darle esa satisfacción.
—Si ya has dicho todo lo que querías, será mejor que te vayas —le dijo, totalmente impasible.
—Por supuesto —Eric apuró el vaso, y lo dejó sobre la mesa—. Que duermas bien, querida. No te molestes en acompañarme a la puerta —al abrir la puerta, se sintió encantado al encontrarse cara a cara con el amante de su ex mujer.
Ty vio su sonrisa fría y satisfecha antes de mirar hacia Asher, que estaba inmóvil en medio de la habitación con una expresión angustiada y temerosa, y con el rostro pálido como la nieve. Se preguntó a qué se debía su miedo, pero entonces se dio cuenta de que estaba despeinada y de que tenía puesto un pequeño albornoz que resultaba muy revelador, y sintió que la sangre le hervía de furia.
Miró a Eric con una expresión asesina, y le dijo:
—Lárgate de aquí.
—Ya me iba —le contestó él con aparente calma, aunque había retrocedido en un gesto defensivo instintivo. Cerró la puerta a su espalda, convencido de que Asher estaba a punto de sufrir el impacto demoledor de la furia de Ty. Sólo por eso, el viaje y la visita ya habían valido la pena.
La habitación vibraba con una tormenta silenciosa, y Asher permaneció inmóvil mientras Ty se limitaba a mirarla durante unos segundos eternos. Se obligó a controlar el temblor que la sacudía de pies a cabeza, y pensó que quizá lo mejor sería quitarle importancia al incidente.
—¿Qué demonios estaba haciendo aquí?
—Ha venido a verme... supongo que quería desearme suerte para el partido —la mentira pareció rasgarla en dos.
—Qué amable —Ty se acercó a ella, y agarró la solapa del albornoz—. ¿No sueles vestirte cuando tienes visita?, aunque supongo que no es necesario con un ex marido.
—Ty, no...
—¿Que no qué? —él luchó contra las palabras, contra las acusaciones y los sentimientos, pero sabía que era una batalla perdida, porque contra lo desconocido su impulso era atacar—. ¿No habría sido un poco más adecuado que os vierais en otra parte? Hacerlo aquí parece de bastante mal gusto, ¿no?
Su frío sarcasmo la hirió más que su furia, pero como tenía tantas cosas que ocultar, Asher sólo pudo negar con la cabeza.
—Ty, sabes que no hay nada entre nosotros, sabes que...
—¿Qué demonios voy a saber? —le gritó, mientras la agarraba con más fuerza de la solapa—. No puedo hacer preguntas, no puedo decir nada, y de repente te encuentro con el malnacido por el que me abandonaste.
—No sabía que iba a venir —Asher se aferró a sus brazos para conservar el equilibrio cuando él estuvo a punto de levantarla en vilo—. Si hubiera llamado, le habría dicho que no se me acercara.
—Pero lo has dejado entrar —fuera de sí, Ty la sacudió ligeramente—. ¿Por qué?
Asher no sintió miedo, sino desesperación.
—¿Habrías preferido que le diera con la puerta en las narices?
—Maldita sea, claro que sí.
—Pues no lo he hecho —Asher lo empujó, cada vez más furiosa—. He dejado que entrara, y le he servido una copa. Piensa lo que te dé la gana.
—¿Quería que volvieras con él?, ¿por eso ha venido?
—¿Qué más da? —llena de impotencia, Asher le golpeó el pecho con los puños—. No es lo que yo quiero.
—Entonces dime por qué, dime por qué te casaste con él —ella intentó apartarse, pero Ty la atrajo con fuerza hacia sí—. Quiero que al menos me digas eso, Asher. Y que me lo digas ahora.
Cegada por la furia y por el miedo que había sentido por culpa de Eric, le gritó:
—¡Porque pensé que él era lo que necesitaba!
—¿Y lo fue? —Ty le agarró la muñeca para impedir que lo golpeara.
—¡No! —Asher intentó liberar el brazo de un tirón, y al no poder hacerlo, la frustración se añadió a una furia casi irracional—. No. Pasé un infierno, estaba atrapada y pagué un precio que no te puedes ni imaginar. No tuve ni un solo día de felicidad, ¿estás satisfecho ahora?
Ty aflojó la mano con la que la sujetaba al ver que las lágrimas le inundaban los ojos y empezaban a correrle por las mejillas. Nunca la había visto llorar, nunca la había visto con aquella expresión atormentada.
Asher se zafó de su mano de un tirón, entró corriendo en el dormitorio y cerró la puerta a su espalda. Quería paz y privacidad. La angustia y el dolor la habían tomado totalmente desprevenida, y sabia que, de no haber sido por las lágrimas que le cerraban la garganta, le habría contado lo del bebé. La furia había estado a punto de arrancarle aquellas palabras de dentro, pero de repente había sido incapaz de hablar. Lo que necesitaba era llorar, desahogarse.
Ty se quedó mirando la puerta cerrada durante largo rato, mientras el sonido de su llanto le desgarraba las entrañas. Su reacción lo había tomado por sorpresa. Consideraba que tanto su enfado como sus preguntas estaban justificados, y aunque habría entendido que ella se pusiera furiosa también, el dolor que estaba mostrando era algo completamente diferente. Como se había criado con su madre y con su hermana, en más de una ocasión le había tocado consolarlas y estaba acostumbrado al llanto femenino, pero aquellos sollozos estaban cargados de angustia y de amargura... además, Asher nunca lloraba.
Jess lloraba en silencio y con fluidez, de forma muy femenina, y su madre lo hacía de felicidad o con una tristeza muda. En esos casos, era cuestión de ofrecer un hombro, unas cuantas palabras de consuelo, de bromear un poco; sin embargo, sabía de forma instintiva que esos remedios no servirían con una angustia tan descarnada.
Seguía haciéndose preguntas y aún estaba enfadado, pero los sollozos de Asher lo obligaron a dejarlo todo a un lado. Era capaz de reconocer si unas lágrimas eran un arma o una defensa, y era obvio que las de Asher brotaban sin que ella pudiera impedirlo. Se pasó una mano por el pelo, y se preguntó quién era el culpable de su llanto, Eric o él. Quizá la culpa la tenía algo que él ignoraba. Con una maldición ahogada, fue hacia el dormitorio y abrió la puerta.
Asher estaba encogida en la cama, y los sollozos sacudían su cuerpo entero. Ella se apartó con brusquedad cuando la tocó, pero no se dio por vencido; sin decir palabra, se tumbó a su lado y la apretó contra sí, y se negó a soltarla cuando ella empezó a resistirse. Ty sabía que no quería que nadie la viera llorar, pero respondió a sus forcejeos abrazándola con fuerza y con ternura.
—No voy a irme a ningún sitio —le susurró.
Asher dejó de resistirse, se aferró a su consuelo y siguió llorando desconsolada.
No supo cuánto tiempo pasó hasta que se dio cuenta de que había empezado a oscurecer. Se sentía debilitada, y se le habían acabado las lágrimas. Ty seguía abrazándola con firmeza, y bajo la mejilla húmeda notaba el latido rítmico de su corazón. Él estaba acariciándole la nuca con suavidad, de forma casi ausente.
Había estado a punto de contárselo todo. Estaba demasiado agotada para sentir miedo o remordimientos, y si pudiera hacer acopio de algo de energía, se sentiría agradecida por las lágrimas que habían impedido que se lo confesara.
«Perdí a tu hijo». ¿Estaría abrazándola en ese momento si se lo hubiera dicho? ¿De qué serviría contárselo?, ¿para qué iba a hacer que sufriera por algo que ya no tenía remedio? Sabía que sufriría en cuanto la furia se disipara, y en ese momento, se dio cuenta de que no sólo había guardado aquel secreto por miedo, sino porque no podía soportar que Ty sufriera el mismo dolor que la había destrozado a ella.
¿Cómo podía explicarle lo de Eric sin sacar a la luz una vieja amargura, sin abrir antiguas heridas? Jess le había dejado claro que Ty ya no quería estar con ella, así que se había ido con Eric por orgullo y había permanecido con él por obligación. Quizá si no hubiera estado tan débil después del accidente no le habría hecho aquellas promesas...
Había recuperado la consciencia en medio de una nube de dolor. ¿Para qué despertar y sentir dolor? Quería seguir durmiendo, durmiendo se estaba tan bien...
De repente, había recordado los gritos, la caída, la oscuridad, el bebé... el bebé de Ty. El pánico había ocupado el lugar de la letárgica, y a pesar de la pesadez de sus párpados, se había obligado a abrir los ojos mientras colocaba una mano protectora sobre su vientre. El rostro severo y frío de Eric había aparecido de pronto ante ella.
—El bebé... —había conseguido susurrarle, a pesar de la sequedad de sus labios.
—Está muerto.
Una agonía desgarradora había reemplazado al dolor.
—No —había gemido, mientras cerraba los ojos—. Oh, Dios, no... mi hijo, mi hijo no... Ty...
—Asher, escúchame —le había dicho Eric, con tono cortante. Asher había tardado tres días en recuperar la consciencia, porque había perdido el bebé y mucha sangre. Incluso había estado a punto de morir en una ocasión, pero él había deseado con todas sus fuerzas que sobreviviera. El amor que había sentido por ella se había convertido en un resentimiento que rayaba la obsesión. Lo había engañado, lo había hecho quedar como un tonto, pero él iba a resarcirse.
—Mi hijo...
—El niño está muerto —le había dicho con voz indiferente, antes de tomarla de la mano—. Mírame. Estás en una clínica privada, porque nadie va a enterarse de lo que ha pasado... si haces lo que yo te diga.
—Eric... ¿estás seguro? A lo mejor ha habido un error, por favor...
—Has tenido un aborto. Los criados serán discretos, y todo el mundo cree que nos hemos tomado unos días de vacaciones.
—No lo entiendo —ella había apretado la mano contra su vientre, como si así pudiera convertir la realidad en una mentira—. La caída... me caí por las escaleras, pero...
—Fue un accidente —le había dicho él.
Ella había cerrado los ojos ante el dolor insoportable que la llenaba, y sólo había podido gemir un nombre.
—Ty.
—Eres mi esposa, y seguirás siéndolo hasta que decida lo contrario —Eric había esperado a que ella volviera a mirarlo antes de añadir con calma—: ¿Quieres que llame a tu amante para decirle que te casaste conmigo estando embarazada de él?
—No —había susurrado ella, con voz ronca. Ty. Lo echaba de menos desesperadamente, pero lo había perdido... al igual que el niño que habían creado juntos.
—Entonces, harás lo que yo te diga. Vas a dejar el tenis, porque no pienso permitir que la prensa siga especulando sobre vosotros dos y pisoteando mi apellido. Tendrás el comportamiento que corresponde a lady Wickerton, aunque no voy a tocarte —le había dicho, con un brillo de repugnancia en los ojos—. El deseo físico que sentía por ti ha desaparecido. Viviremos como yo estipule, o tu amante se enterará de todo. ¿Está claro?
En aquel momento, le había dado igual lo que pasara con su vida, porque ya se sentía muerta por dentro.
—Sí. Haré lo que me pidas. Ahora déjame sola, por favor.
—Como quieras. Cuando estés más fuerte, darás una rueda de prensa para anunciar tu retirada. Dirás que ya no tienes tiempo para el tenis, porque tu carrera te mantendría demasiado tiempo apartada de tu marido y de tu país de adopción.
—¿Crees que me importa mi carrera? Déjame sola, déjame dormir.
—Dame tu palabra, Asher.
Ella se había quedado mirándolo durante unos segundos, antes de volver a cerrar los ojos.
—Te doy mi palabra.
Y había cumplido con ella. Había tolerado la satisfacción que había mostrado Eric cuando su padre le había dado la espalda, había hecho caso omiso de sus discretas pero frecuentes aventuras con otras mujeres, y durante meses había vivido como una muerta viviente que se limitaba a obedecer. Cuando el dolor había empezado a remitir un poco, la había mantenido atrapada mediante la culpa y las amenazas. Cuando había empezado a volver a la vida, había negociado con él para poder recuperar su libertad. Para Eric, lo principal era su reputación. Ella sabía lo de sus amantes, él lo del bebé de Ty; al final, habían alcanzado un acuerdo.
Asher se preguntó por qué había ido a verla... quizá porque no soportaba que estuviera reconstruyendo su vida con éxito; a pesar de sus amenazas, era dudoso que le revelara la verdad a Ty, porque guardando su secreto tenía cierto poder sobre ella. Eric sabía que, si hablaba, la dejaría totalmente libre. Igual que si hablaba ella...
Al recordar la reacción de Ty al verla con Eric, Asher se dio cuenta de que él no aceptaría ninguna explicación en ese momento. Quizá algún día llegarían a tener una confianza plena el uno en el otro, cuando el recuerdo de la traición se hubiera diluido en la memoria.
Asher llevaba un rato en silencio, pero a pesar de que a juzgar por su respiración pausada podía parecer que estaba dormida, Ty sabía que estaba despierta, sumida en sus pensamientos. Se preguntó qué secretos le ocultaba, y cuánto tardaría en despejarse el ambiente entre los dos. Quería exigirle explicaciones, pero su vulnerabilidad se lo impedía; además, no quería que se parapetara tras la muralla de aislamiento que podía construir con tanta facilidad.
—¿Estás mejor?
Ella suspiró antes de hacer un pequeño gesto de asentimiento con la cabeza. Había una cosa que sí que podía dejar clara en ese mismo momento, algo que podía hacerlo entender.
—Ty, él no significa nada para mí, ¿me crees?
—Quiero hacerlo.
—Es la pura verdad —Asher se sentó y se apoyó contra su pecho. No quería que Ty tuviera ninguna duda al respecto—. No siento nada por Eric, ni siquiera odio. El matrimonio fue un error, y no fue más que una farsa desde el principio.
—Entonces, ¿por qué...?
—Siempre has sido tú —le dijo, antes de apretar la boca contra la suya—. Siempre tú —la pasión surgió de forma tan súbita como las lágrimas, y empezó a recorrerle el cuello con los labios—. Pasé tanto tiempo sin vivir, y ahora... ahora te necesito a ti, sólo a ti.
Asher volvió a besarlo, y su boca dijo más que las palabras. Su pasión avivó la de Ty, y tanto las preguntas como las respuestas dejaron de ser necesarias de momento. Ella le quitó la camisa, y lo oyó gemir cuando empezó a besarle el torso. Mientras sus manos seguían desnudándolo, sus labios y su lengua trazaron un húmedo y ardiente recorrido.
El cuerpo de Ty le maravillaba. Empezó a saborearlo, a buscar nuevos secretos en sus músculos duros, en sus largos huesos y en su piel firme. Si le mordisqueaba la cintura, su respiración se volvía jadeante; si recorría su muslo con la palma de la mano, él gemía de deseo. Eufórica con el poder que tenía sobre él, deslizó una mano desde su estómago hasta su pecho, mientras sus labios lo saboreaban.
Ty luchó por quitarle el albornoz mientras ella le mordisqueaba el lóbulo de una oreja, y su risa ronca y sensual lo enloqueció. Ninguno de los dos se dio cuenta de que el albornoz se rasgó cuando se lo arrancó enfebrecido. Asher estaba decidida a prolongar el momento, y siguió atormentándolo y excitándolo.
—Ahora —le exigió él, mientras la agarraba de las caderas—. Asher, por el amor de Dios...
—No, no, no —murmuró ella.
Al ver que Ty iba a protestar, se lo impidió con un beso profundo que se convirtió en una tortura exquisita para ambos, y se arqueó de placer cuando él deslizó las manos por su piel sudorosa. Pertenecía por completo a aquel hombre increíble capaz de liberar su fuego contenido, siempre le pertenecería.
Ninguno de los dos esgrimía el control, ambos se habían esclavizado mutuamente. Asher sólo quería estar unida a él... allí, en una habitación en penumbra y con el sonido de su propia respiración retumbándole en el oído, o bajo la luz del día con los secretos de la noche vibrando entre los dos. Por siempre.
El cuerpo masculino era cálido y húmedo bajo el suyo, y se movía con un ritmo seductor. Estaba inmersa en un deseo cálido y generoso, mientras los pensamientos se evaporaban y los recuerdos se desvanecían. Sólo existía ese momento en el tiempo.
Aquella vez, no lo detuvo cuando él la agarró de las caderas, y echó la cabeza hacia atrás con un completo abandono cuando sus cuerpos se unieron. Los dos gimieron cuando se catapultaron como un solo ser más allá del placer y alcanzaron el éxtasis.