INTRODUCCIÓN

Trifulca a la vista, publicada originariamente en 1935, es la tercera novela de Nancy Mitford. Al igual que sus predecesoras, se trata de una comedia costumbrista ligera y muy lograda que incluye un completísimo catálogo de convenciones wodehousianas: una rica heredera, rivales en el amor, la herencia de una tía, compromisos rotos, identidades falsas y un final feliz. Pero, a diferencia de sus otros libros, Trifulca a la vista nunca se reeditó en vida de Nancy1. En los tres años que siguieron a la publicación de su segunda novela, Christmas Pudding, tanto su propio mundo como el que la rodeaba se convirtieron en lugares más sombríos. Hitler detentaba el poder absoluto en Alemania y dos hermanas de Nancy, Diana y Unity, se volvieron fervientes admiradoras suyas después de haber asistido a un mitin del partido nazi en Nuremberg. Cuando, en 1951, su editor le rogó que le permitiese reeditar la novela, Nancy se negó.

«Han ocurrido demasiadas cosas para que los chistes de nazis puedan considerarse divertidos y merezcan otro calificativo que el de ser de pésimo gusto —escribió a Evelyn Waugh—, así que eso queda descartado.»

Como en todos sus libros, Nancy se sirvió ampliamente de familiares y amigos como fuente de inspiración; así, pese a la afirmación de los créditos de que los personajes son ficticios, Trifulca a la vista es una novela muy autobiográfica. El capitán Jack, líder de los camisas tricolores (precursor de Roderick Spode, líder de los shorts negros, el ridículo aspirante a dictador de P.G. Wodehouse), está inspirado en el amante y futuro marido de Diana, sir Oswald Mosley, fundador de la Unión Británica de Fascistas. Eugenia Malmains, la rica heredera, rebelde y entusiasta de los camisas tricolores, es un retrato apenas velado de Unity, que se mudó a Munich en 1934 para aprender alemán y colmar sus aspiraciones de conocer a Hitler. El rechazo de Nancy a reeditar —solo seis años después del final de la guerra — un libro que se burlaba del fascismo y que parodiaba a Hitler es comprensible, pero no fue la única razón de sus reparos a que la novela viera de nuevo la luz.

Sus dos primeros libros la habían encasillado como una novelista ligera que se ocupaba de cócteles, fines de semana en casas solariegas y columnas de cotilleos de la alta sociedad. Highland Fling fue alabada en The Times Literary Supplement por su «alegría contagiosa», y Christmas Pudding, por «hacer reír al lector a lo largo de todo el relato», pero el mismo periódico publicó una crítica desdeñosa de Trifulca a la vista y describió la novela como un «desvarío» de un humor «demasiado torpe para lograr el resultado deseado». Nancy no creía que sus novelas de preguerra fuesen obras maestras («Christmas Pudding está mal escrita, es patética, insustancial y malísima», escribió —exagerando— a Evelyn Waugh), pero sí sabía que tenían cierto valor como piezas de época, que eran muy entretenidas y que contaban con partes extremadamente divertidas. Por lo tanto, no fue el orgullo profesional lo que la decidió a no reeditar Trifulca a la vista. La razón principal para su negativa, aparte de los chistes de nazis, fue que el libro había provocado reacciones furibundas en la familia Mitford: Unity la amenazó con no volver a dirigirle la palabra jamás, y Diana, que acababa de divorciarse de su primer marido por Mosley, rompió más o menos la relación con ella hasta el final de la guerra. A esto hay que añadir, sin duda, la resistencia de Nancy a reavivar el recuerdo del intento de suicidio de Unity en 1939 y de su consiguiente muerte en 1948.

Bromista consumada, Nancy nunca se tomó la política, ni cualquier otra cosa, demasiado en serio. Su forma de entender la vida consistía en tratarlo todo como si fuese una gran broma, al menos en apariencia. Como la mayor de las seis Mitford, había transmitido esa actitud a sus hermanas, y dominaba la atmósfera familiar. El fervor con el que Diana, Unity y la quinta hermana, Jessica —que se hizo comunista—, abrazaron las causas políticas extremistas rompió la regla tácita de las Mitford de que nada era tan importante como para no poder reírse de ello. Nancy también sentía una desconfianza instintiva hacia las ideologías. «No hay ninguna diferencia entre nazis y bolcheviques: si uno es judío, prefiere a unos, y si uno es aristócrata, prefiere a los otros, eso es todo, en mi opinión. Fanáticos», escribió a un amigo de la familia al estallar la guerra. Para Nancy, la política era cuestión de personalidad; las personas, no las ideas, eran lo que importaba. Cuando abandonó la ficción para escribir sobre la historia de Francia, los historiadores la acusaron de volver a contar historias sobre la vida familiar de los Mitford. «Es muy cierto —le escribió a Jessica—. La historia es siempre subjetiva y muchos libros aburridísimos a menudo no son más que la descripción de la vida familiar de viejos y soporíferos profesores.»

A pesar de las referencias a los acontecimientos políticos de la época, Trifulca a la vista es, ante todo, una investigación sobre el amor y el matrimonio, temas recurrentes en todos los libros de Nancy. Está dedicada a su marido, Peter Rodd, el hijo renegado del diplomático sir Rennell Rodd. Cuando empezó a escribir la novela, en la primavera de 1934, llevaba solo unos meses casada con Peter; tiempo suficiente, sin embargo, para haber adquirido una opinión bastante cínica con respecto al matrimonio: «Es una apuesta muy arriesgada. Más vale que apuestes todo tu dinero a un caballo y que dejes de torturarte ahora mismo», dice Jasper Aspect, el mujeriego desaprensivo y bebedor cuyo personaje debe mucho a Peter y, en menor medida, a Basil Murray, su coetáneo de Oxford. (La extravagante pareja había servido ya de inspiración para Basil Seal, el antihéroe delincuente de Merienda de negros de Evelyn Waugh.) Nancy y Peter se embarcaron en el matrimonio en un torbellino de euforia. A Peter le faltaba poco para cumplir los treinta y, al parecer, consideró el matrimonio como el último recurso, después de haber fracasado en todo lo demás. No hay duda de que, a su manera, le tenía cariño a Nancy, pero la trataba de forma desalmada, como hacía con todas sus mujeres, y disfrutaba alardeando con sus amigos de que había propuesto matrimonio a toda clase de mujeres pero que la única «lo bastante tonta» para aceptar había sido ella. Con veintinueve años —una edad a la que, en los años treinta, las mujeres ya se disponían a convertirse en solteronas—, Nancy salía de una aventura amorosa, que había ido arrastrando durante cuatro años, con Hamish Erskine, un amigo homosexual de su hermano, y se rindió al encanto insolente y rubísimo de Peter.

Romántica incurable a pesar de su despiadado ingenio, Nancy decidió que estaba enamorada y consiguió hacer la vista gorda ante el verdadero carácter de Peter durante los seis meses que estuvieron prometidos, escribiéndole a una amiga que se encontraba en «una nube delirante de felicidad» y animando a todo el mundo a casarse si deseaban «una garantía de dicha absoluta». Quizá la posdata de su carta, «Por favor, disculpa estos desvaríos lunáticos», insinúe que, en cierta medida, era consciente de que casarse con Peter era una locura. Para cuando regresaron del viaje de novios, el romance se había desvanecido. Empezaron su vida conyugal en una casita en Strand-on-the-Green, en Chiswick, subsistiendo gracias a una pequeña renta procedente de los padres de ambos y al dinero que Nancy lograba reunir a duras penas con su escritura.

Nancy creció en una época en la que el matrimonio era prácticamente la única carrera posible para las mujeres de su condición. Un matrimonio tenía que perdurar a cualquier precio y la esposa debía someterse a su marido. En este sentido, el ejemplo de los padres Mitford, lord y lady Redesdale, había calado hondo en sus hijas. En Trifulca a la vista, Nancy analiza con una mirada lúcida y sardónica sus tribulaciones. «Estos vagos impulsos románticos no le hacen ningún bien a nadie, y menos a ti», declara con vehemencia Poppy Saint Julien a lady Marjorie Merrith, que ha roto su compromiso con el duque de Dartford porque no está enamorada. «A veces, amigo mío —sermonea Jasper Aspect al cazador de fortunas Noel Foster—, no hay más remedio que poner al amor en su sitio, como emoción inmoral y antisocial que es.» Nancy intenta, no siempre de manera convincente pero con encomiable buen humor, dejar de lado la desilusión y centrarse en representar lo que supone estar casado. Cuando Jasper menosprecia al «tesorito precioso» a quien le gusta tener «una agradable y larga conversación íntima» por teléfono por las mañanas, Nancy está ridiculizando su propia afición a charlar, su forma de intimidad preferida. Hay algo que raya en la admiración en sus referencias indirectas a la irresponsabilidad financiera de Peter: «Nadie espera que sea la esposa la que mantenga al marido», dice Poppy. «Nunca he entendido por qué. Me parece muy injusto», contesta Jasper. Cuando Poppy señala que es lo mínimo que pueden hacer los hombres ya que las mujeres soportan todas las molestias del embarazo, Jasper replica: «Bueno, nosotros tenemos resacas, ¿no? Viene a ser lo mismo, a fin de cuentas».

Si bien no queda constancia de la reacción de Peter al verse retratado por su mujer como un gandul y un sinvergüenza —por muy encantador que fuese—, sí la hay de la respuesta de Diana y Unity a la sátira de Nancy. Diana conoció a Oswald Mosley a principios de 1932, cuando tenía veintiún años y llevaba tres con Bryan Guinness, heredero de la fortuna cervecera. Mosley, que había sido diputado por el Partido Conservador y el Independiente antes de pasar a engrosar brevemente las filas laboristas, había roto con la política de los partidos mayoritarios y se disponía a lanzar la Unión Británica de Fascistas. Estaba convencido de que el sistema de gobierno existente no podía hacerse cargo de los graves problemas económicos y sociales derivados de la Gran Depresión, y opinaba que era necesario un movimiento organizado según criterios paramilitares para asumir el control de la economía y combatir el inevitable auge del comunismo. Mosley, que ataviaba a sus seguidores con un uniforme de corte militar y tomaba como modelo el fascismo de Mussolini, tenía, a ojos de Diana, todas las respuestas a las tribulaciones de Inglaterra. El hecho de que estuviese casado y tuviese reputación de mujeriego no evitó que se enamorara profundamente de él. A finales de año ya le había pedido el divorcio a Bryan y se había mudado a su propia casa en Eaton Square, Londres. Cuando la esposa de Mosley murió en 1933, Diana se convirtió en su maitresse en titre y tres años después se casó con él. Su conversión a las ideas de Mosley fue inmediata y para toda la vida; como un tigre protegiendo a su cachorro, cada vez que su querido líder era atacado, ella se lanzaba a defenderle.

Al principio, Nancy pensó que quizá Trifulca a la vista divertiría a Diana, que al parecer no se había ofendido con una caricatura de Mosley en «The Old Ladies», un cuento inédito que escribió en 1933, en el Que se representaba al «Pequeño Líder» como un personaje ridículo que visitaba a las damas ancianas «armado solo con dos revólveres, un cuchillo de caza y una tableta de Ex-Lax, el delicioso chocolate laxante». El primer indicio de que Trifulca a la vista podía provocar problemas serios llegó cuando Nancy había escrito ya más de la mitad de la novela. En noviembre de 1934, Mosley ganó un pleito contra el Daily News por un artículo publicado en el Star y recibió una indemnización de cinco mil libras. Peter Rodd temió que emprendiera acciones legales contra Nancy, que no podía permitirse ir a juicio y necesitaba desesperadamente los royalties del libro. Nancy escribió rápidamente una carta apaciguadora a Diana prometiéndole que le dejaría revisar la novela antes de su publicación y asegurándole que, aunque contenía «un par de chistes», era muy profascista. Diana no se ablandó. La Unión Británica de Fascistas estaba perdiendo apoyos; su postura militarista y antisemita la desacreditaba a los ojos de la opinión pública, y su imagen había sufrido un duro golpe a causa del estallido de violencia que tuvo lugar entre los camisas negras y los manifestantes antifascistas en el infausto mitin del Olympia en junio de 1934. La idea de que su hermana pudiese dañar de algún modo la reputación de Mosley enfurecía a Diana. Nancy se negó a abandonar el libro pero aceptó suprimir prácticamente todo lo que atañía directamente al capitán Jack, unos tres capítulos en total. Un poco antes de la publicación, le mandó otra carta llena de zalamerías a Diana en la que intentaba justificar su postura: «Honestamente, si pensase que puede retrasar el avance del líder ni que sea media hora lo tiraría a la papelera, o no lo habría escrito de entrada... Sigo sosteniendo que está mucho más a favor del fascismo que otra cosa. El personaje más simpático del libro, con diferencia, es fascista; los otros se vuelven más simpáticos en cuanto se afilian. Pero también conozco tu punto de vista, que el fascismo es una cosa demasiado seria para mencionarlo siquiera en un libro cómico. Pero ¿no te parece que eso no es muy razonable?».

Aquello no aplacó a Diana. Excluyó a Nancy de su vida durante varios años y no la invitó nunca a Wooton Lodge, la casa de Staffordshire en la que vivieron los Mosley entre 1936 y 1940. Cuando Diana pasó tres años y medio en la prisión de Holloway durante la guerra — según el decreto 18B de Defensa, que permitía al gobierno detener sin cargos a cualquier persona sospechosa de simpatizar con los nazis—, tuvo restringidas las cartas y las visitas. Nancy le escribió media docena de veces y acudió a visitarla, pero la relación no volvió a ser realmente cordial hasta que los Mosley fueron liberados y Nancy se fue a vivir con ellos para acabar A la caza del amor. Las dos hermanas nunca volvieron a mencionar Trifulca a la vista en su voluminosa correspondencia, ni a hablar de la guerra o de política, temas que hubiesen dificultado la reconciliación. Diana solo se enteró después de la muerte de Nancy de que en 1940 su hermana la había denunciado al Foreign Office, tildándola de «personaje mucho más peligroso» que Mosley, y había exhortado a que la encarcelaran. Y nunca descubrió que Nancy se había opuesto a su liberación en 1943, alegando que era «desmesuradamente ambiciosa, una egotista despiadada y astuta, una fascista ferviente y una admiradora de Hitler». De haberlo sabido Diana, la reconciliación habría sido sin duda imposible.

Las desdeñosas referencias al divorcio que salpican Trifulca a la vista también debieron de irritar a Diana. La abuela de Eugenia Malmains, lady Chalford —una representación de lady Redesdale—, piensa que la muerte de su hijo a causa de las heridas recibidas el día antes del Armisticio es un mal menor comparado con su divorcio, y considera con horror «la sangre contaminada de adúltera» que corre por las venas de Eugenia. Nancy no aprobaba que Diana abandonase a Bryan, pero respaldó su decisión. Los Redesdale, sin embargo, quedaron consternados, especialmente por el hecho de que fuera Diana la que le pidiera el divorcio a Bryan alegando adulterio. En aquella época, era habitual que el hombre asumiera el papel de «culpable» y se aviniera a que lo pescaran en un hotel de la costa con una mujerzuela, pero los padres de Diana consideraron que aquello estaba mal, y el consentimiento de su hija a seguir adelante con la idea los dejó horrorizados.

La reacción de Diana a la publicación de Trifulca a la vista no solo afectó la relación entre las dos hermanas, sino que también erradicó cualquier inclinación profascista que Nancy o Peter pudiesen haber tenido. «Espero —escribió Unity a Diana en noviembre de 1934— que ese cerdo redomado de Peter haya renunciado a su carné del partido públicamente.» Nancy, que se consideraba socialista, se afilió a la Unión Británica de Fascistas poco después de casarse; si lo hizo fue porque Peter, al principio, se mostró entusiasmado con aquel movimiento y también, sin duda, para apoyar a Diana. Las dos hermanas habían estado especialmente unidas durante el año antes de que Nancy se casara, Diana le había dejado una habitación en Eaton Square y se habían tratado con gran asiduidad. Nancy y Peter habían asistido al mitin del Olympia, y Diana debió de haber esperado que se convirtieran en auténticos partidarios de la causa de Mosley. A Nancy nunca le gustó Mosley personalmente —lo llamaba sir Ogro— y sentía una aversión instintiva por la violencia implícita en sus métodos, pero al principio defendió su política. De hecho, había ciertos aspectos del ideario fascista que coincidían con el suyo. Evelyn Waugh le recordó años más tarde que una vez se habían peleado después de que ella asistiera a un mitin de la Unión Británica de Fascistas en el Albert Hall. «¿De veras? —repuso Nancy—. Lo había olvidado. Recuerdo que Prot [Peter] estaba muy guapo con su camisa negra. Pero éramos jóvenes y fogosos entonces y no sabíamos nada de Buchenwald.» Nancy compartía con el fascismo la opinión de que la civilización occidental estaba en decadencia y necesitaba un cambio; pero mientras que la visión milenarista de la Unión Británica de Fascistas imaginaba una Inglaterra nueva y rutilante, ella miraba con nostalgia un ayer perdido en el que una aristocracia de espíritu cívico seguía viviendo de la tierra y en el que unos «hombres sensatos y acaudalados» gobernaban el país, un punto de vista patricio que recorre gran parte de su obra.

Incluso cuando estaba siendo sincera, Nancy no podía tomarse a sí misma en serio. En julio de 1934 escribió un artículo, «Mis impresiones sobre el fascismo», para Vanguard, una revista editada por Alexander Ratcliffe, el anticatólico y antisemita fundador de la Liga Protestante Escocesa. Es un artículo curioso, entre otras cosas porque en su mayor parte se trata de una versión ligeramente atenuada del himno al fascismo que Eugenia entona al principio de Trifulca a la vista desde una tina para lavar la ropa puesta boca abajo. No está claro si Nancy escribió el artículo y luego se dio cuenta de que tenía el germen de una novela, o si ya había empezado a escribir Trifulca a la vista y por comodidad plagió el discurso de Eugenia para Vanguard. Tampoco se sabe muy bien por qué aceptó colaborar con esa revista, para empezar; hasta entonces, Vogue y The Lady habían sido los medios habituales para sus piezas periodísticas. El artículo empieza con bastante sobriedad, explicando que el fascismo era una disposición de ánimo que los representantes de la vieja escuela no podían comprender, del mismo modo que los admiradores del arte figurativo no podían entender a Picasso. Continúa, con creciente pomposidad, censurando la bajeza moral de una época en la que «el respeto hacia los padres, el amor por el hogar y la veneración del matrimonio» estaban desvalorizados y en la que la lealtad a «un líder grande y bueno» era lo único que podía sacar al país «de la ciénaga de desánimo en la que está sumido desde hace ya demasiado tiempo». Acaba en un tono sumamente rimbombante —como la perorata de Eugenia— con la descripción de los viejos políticos arrastrándose por Westminster como tortugas fatigadas, «calentándose a la falsa lumbre de su mutua aprobación», antes de ser constreñidos por el líder a elegir entre «la ignominia o una muerte romana».

Edgell Rickword, el comunista fundador de Left Review, se tomó el artículo en serio y lo describió en esa revista como «un ejemplo muy bien argumentado de liderolatría». Pero Unity no se dejó engañar y advirtió que Nancy estaba parodiando al Mosley más mesiánico. «Me ha puesto furiosa —le escribió—. Podrías pensar un poco en tu pobre hermanita, todos los chicos saben que eres mi hermana, ¿te das cuenta?» En la misma carta, le hacía una advertencia sobre Trifulca a la vista: «Ahora en serio con respecto a ese libro. Muv [lady Redesdale] me ha comentado alguna cosa, y te advierto que no puedes publicarlo de ninguna manera, así que más vale que no pierdas más tiempo con él. Porque si lo publicaras, no volvería a dirigirte la palabra en la vida». No queda constancia de la reacción de Unity al leer la novela. Poco después de su publicación, le dijo a Diana que todavía no la había leído, pero que Nancy le había escrito para asegurarle que no le molestaría, es más, que «seguro que le gustaría», y añadió: «realmente [Nancy] tiene ideas raras». Quizá cuando Unity leyó finalmente el libro consideró que verse retratada como una hermosa diosa rubia era lo suficientemente gratificante para quitarles hierro a las bromas de Nancy. En cualquier caso, las pocas cartas que sobreviven de la correspondencia entre las dos hermanas posterior a la publicación del libro tienen el mismo tono desenfadado de antes, con Nancy llamando afectuosamente a su hermana «Cabeza de Hueso» (un juego de palabras que, en inglés, equivale a llamarla veladamente «estúpida») y «Corazón de Piedra», y tomándole el pelo con un poema en alemán macarrónico.

Cuando Nancy estaba escribiendo Trifulca a la vista, Unity todavía no había conocido a Hitler, la política de este no había provocado todavía un genocidio sistemático y todavía era posible creer —si uno hacía la vista gorda con la naturaleza misma del régimen— que el nacionalsocialismo podría regenerar Alemania y marcar el comienzo de una era de paz en Europa. Unity era una |oven impresionable de diecinueve años cuando acompaño a Diana al Parteitag de Nuremberg de 1933 y cayó bajo el hechizo del nazismo, y tenía solo veinticinco años cuando Inglaterra declaró la guerra a Alemania. Incapaz de afrontar un conflicto entre los dos países que amaba, Unity se fue a un jardín público de Múnich y se pegó un tiro en la cabeza. La bala no la mató, pero le causó daños cerebrales y murió de meningitis nueve años más tarde. Durante los cinco años que vivió en Alemania, Unity conoció a Hitler personalmente y adoptó el credo nazi incondicionalmente, incluido el antisemitismo más virulento. El nazismo, tal y como le escribió a una prima suya, «es mi religión, no simplemente mi partido político».

El lado oscuro de la personalidad de Unity salta a la vista: crueldad, ingenuidad y una tendencia a darse ínfulas, combinadas con una atracción por la violencia y un deseo de sorprender que produjeron una ceguera moral extrema. Se hace más difícil entender cómo se granjeó el cariño de los que la querían, y su familia y sus amigos lo hacían, por mucho que deploraran su ideología. El vínculo entre las hermanas Mitford era fuerte, pero eso no evitó que Jessica excluyera a Diana de su vida cuando la política las separó; y, sin embargo, nunca rompió relaciones con Unity, a pesar de adoptar bandos políticos opuestos. «¿Qué la volvía tan adorable, quiere saber? —le escribió Jessica al biógrafo de Unity—, y ¿por qué la adoraba yo?, y créame que así era... Hay una dimensión, o una faceta, de su carácter que no aparece en su libro; pero ¿qué es, exactamente?... Bueno, era tan trelemenda y censurabible2; era un chiste, después de Trifulca a la vista, Unity pasó a ser un chiste, creado en parte por Nancy, y ella [Unity] era consciente de haberse convertido en un chiste.» Diana describió a su hermana como «inteligente y afectuosa», y su funeral, como el día más triste de su vida. Para Deborah, la más joven de las hermanas, era «divertida y leal y valiente». Lady Redesdale, que asumió la ardua tarea de ocuparse de su hija después del intento de suicidio, escribió después de su muerte: «La echaré de menos siempre, era una persona realmente excepcional».

En Trifulca a la vista, el enigma que representaba Unity está visto a través del inconfundible prisma de su hermana mayor. Nancy dibujó la caricatura de una chica que ya era exuberante en la realidad, una chica con poca educación académica, sobreprotegida y terca, que comienza a meterse en política para llenar el pozo de aburrimiento que es su vida. Los aspectos adolescentes del movimiento de los camisas tricolores —pertenecer a una banda, vestirse de uniforme y la devoción por un líder— la atraen poderosamente, tanto como la carga emocional del fascismo atrajo a la juventud de los años treinta. «Cuando una colegiala como Eugenia pierde la cabeza por algo —declara uno de los personajes—, es bastante probable que se trate de una tontería.» Nancy, como muchos otros en aquella época, no supo calcular las consecuencias letales de aquella «tontería».

Esta novela es la tentativa de Nancy de entender un fenómeno que acabaría desgarrando Europa y a su propia familia. Añadámosle varias bromas y chistes típicos de la Mitford (y Peersmont, el sanatorio para lores chiflados, uno de sus mejores hallazgos), y Trifulca a la vista se convierte en un libro verdaderamente fascinante. Por muy comprensibles que fuesen sus objeciones a reeditar la novela hace tres cuartos de siglo, hoy en día los admiradores de Nancy y todo el que sienta curiosidad por ese pedazo de la historia del siglo XX agradecerán su regreso a las librerías.

CHARLOTTE MOSLEY