12
La Posada El Último Hogar
Una conversación entre viejos amigos
Era de noche en Solace, y el calor del día persistía; emergía de la tierra, de los árboles y de las paredes de las casas. Pero al menos la noche había expulsado al fiero sol que brillaba en el cielo como el ojo funesto de algún dios enfurecido. Por la noche, el ojo se cerraba y la gente lanzaba suspiros de alivio y empezaba a aventurarse a salir.
Éste verano era el más caluroso y seco que nadie recordaba en Solace. La tierra de las calles estaba tan dura que parecía barro cocido, y se habían formado grietas. Un polvo sofocante, que se levantaba en cuanto pasaba un carro rodando, estaba suspendido en el aire y cubría el valle como un paño mortuorio. Las hermosas hojas de los gigantescos vallenwoods estaban mustias y colgaban, lacias y aparentemente sin vida, de ramas secas y quebradizas.
La vida en Solace estaba patas arriba. Por lo general había gran actividad y bullicio durante el día, con la gente yendo al mercado, los granjeros trabajando en los campos, los niños jugando, las mujeres lavando ropa en los arroyos. Pero ahora, durante el día, todo estaba vacío, sin vida, mustio, como las hojas de los árboles.
Las cosechas se habían agostado en los campos con el aplastante calor, así que los granjeros ya no iban al mercado, y la mayoría de los puestos estaban cerrados. Hacía demasiado calor para jugar, por lo que los niños se quedaban en casa, inquietos, gimoteando, y aburridos. Los impetuosos arroyos se habían reducido a unos charcos cenagosos y serpenteantes. Las aguas del lago Crystalmir tenían una temperatura inusitadamente alta. Había peces muertos varados en las orillas. Pocas personas abandonaban la relativa frescura de sus hogares durante el día. Salían por la noche.
—Como los murciélagos —dijo lóbregamente Caramon Majere a su amigo, Tanis el Semielfo—. Todos nos hemos vuelto murciélagos, durmiendo durante el día y volando por ahí a la noche…
—Volando por todas partes, menos por aquí —comentó Tika, que estaba de pie detrás de la silla de Caramon, y se abanicaba con una bandeja—. Ni siquiera durante la guerra estuvo tan mal el negocio.
La posada El Último Hogar, encaramada a las ramas altas de un inmenso vallenwood, estaba profusamente iluminada y, por lo general, era como un faro de bienvenida a los viajeros nocturnos. Brillando a través de los cristales de colores, la cálida luz evocaba imágenes de cerveza fresca, vino caliente con especias, dulce aguamiel, cosquilleante sidra, y, por supuesto, las famosas patatas picantes de Otik. Pero la posada estaba vacía esta noche, como lo había estado muchas noches previas. Tika no se molestaba ya en encender la lumbre del fogón. Tanto mejor, pues en la cocina hacía demasiado calor para trabajar a gusto, de todos modos.
No había parroquianos reunidos en torno al mostrador para hablar sobre la Guerra de la Lanza o intercambiar chismorreos más recientes. Había rumores de guerra civil entre los elfos. Rumores de que los enanos de Thorbardin habían avisado a todos los suyos para que regresaran a casa o corrían el riesgo de quedar fuera cuando, por temor a un ataque elfo, cerraran a cal y canto la fortaleza de la montaña. Ningún buhonero recorría las rutas habituales. Ningún calderero venía a arreglar las ollas. Ningún juglar venía a cantar. Los únicos que viajaban en estos días eran los kenders, y por lo general pasaban la noche en las cárceles locales, no en posadas.
—La gente está nerviosa y alterada —dijo Caramon, sintiéndose obligado a disculpar de algún modo a sus clientes ausentes—. Es por todos esos rumores sobre guerras. Y, a menos que este calor cese pronto, no habrá cosechas. No será fácil conseguir comida este invierno. Por eso no viene nadie…
—Lo sé, querido. Lo sé. —Tika dejó la bandeja en el mostrador, rodeó con los brazos los fornidos hombros de su marido y lo estrechó contra sí—. Sólo hablaba por hablar. No me hagas caso.
—Como si eso resultara fácil —repuso Caramon, acariciando el cabello de su esposa.
Los años que habían quedado atrás no habían sido fáciles para ninguno de los dos. Tika y Caramon habían trabajado de firme para mantener la posada y, aunque era un trabajo que adoraban, no era nada sencillo. Mientras la mayoría de sus parroquianos dormían, Tika estaba despierta, supervisando la preparación de los desayunos. A lo largo de todo el día había que asear habitaciones, preparar comidas, recibir clientes con una alegre sonrisa, lavar ropas. Cuando llegaba la noche y los clientes se iban a la cama, Tika barría el piso, fregaba las mesas y planeaba la tarea del día siguiente.
Caramon seguía siendo tan fuerte y tan corpulento como tres hombres juntos, aunque gran parte del volumen de su circunferencia había cambiado de sitio debido a la costumbre de probar todos los platos, lo que según él era su obligación. El cabello se le había puesto un poco canoso en las sienes, y tenía lo que él llamaba «líneas reflexivas» en la frente. Era un hombre cordial, afable, que tomaba la vida tal como venía. Estaba orgulloso de sus muchachos, adoraba a sus hijitas, y amaba profundamente a su esposa. Su único pesar, lo único que lamentaba, era haber perdido a su hermano gemelo a causa del mal y la ambición. Pero no dejaba que esa pequeña nube empañara su vida.
Aunque llevaba casada más de veinticinco años y había dado a luz a cinco hijos, Tika todavía hacía que algunas cabezas se volvieran cuando iba de un lado a otro de la taberna. Se había puesto más rellenita con el paso de los años, sus manos se habían agrietado y enrojecido de estar metidas constantemente en agua jabonosa. Pero su sonrisa continuaba resultando contagiosa, y alardeaba con orgullo de que no tenía ni una sola cana en sus lustrosos rizos pelirrojos.
Tanis no podía decir lo mismo. Su parte de ascendencia humana se estaba imponiendo de un modo muy rápido, a su parecer. La parte de ascendencia elfa no podía hacer mucho para frenar el deterioro. Seguía siendo fuerte, y todavía podía sostener sus propias batallas, aunque esperaba no tener que llegar a esos extremos.
Quizá fuera la pena, la preocupación, el tumulto de estos últimos meses lo que le había pintado mechones de plata en el cabello y la barba.
Tika y Caramon permanecieron un momento enlazados en un cariñoso abrazo, encontrando alivio y descanso el uno en el otro.
—Además —añadió Tika mientras miraba a Tanis—, a ti te viene bien que no estemos ocupados. ¿Cuándo se supone que vendrán?
—No hasta bastante después de oscurecer —contestó el semielfo al tiempo que miraba por la ventana—. Al menos, eso es lo que planeaba Porthios. Dependerá de cómo se sienta Alhana…
—¡Mira que hacerla trajinar por tierras salvajes, con este calor y en su condición! ¡Hombres! —resopló Tika. Se irguió y le dio a su marido un coscorrón en broma.
—¿Por qué me pegas a mí? —protestó Caramon mientras se frotaba la coronilla y se volvía a mirar a su esposa—. No tengo nada que ver con eso.
—Porque todos sois iguales, por eso —respondió ella con ambigüedad. Miró fijamente por la ventana la creciente oscuridad al tiempo que se retorcía el delantal.
»Es una mujer madura», cayó de repente en la cuenta Tanis. «Qué raro. No me había fijado hasta ahora. Quizá sea porque, cada vez que pienso en Tika Waylan, veo a aquella descarada muchacha pelirroja que atizaba sartenazos a los draconianos en la cabeza. Solía encontrar a aquella muchacha de nuevo mirando los ojos verdes de Tika, pero no esta noche. Ésta noche veo las arrugas en torno a su boca, y sus hombros hundidos. Y en sus ojos… miedo».
—Algo malo pasa con los chicos —dijo la mujer de repente—. Ha ocurrido algo. Lo sé.
—No ha pasado nada —replicó Caramon con una afectuosa exasperación—. Estás cansada. Es por el calor…
—No estoy cansada. ¡Y no es por el calor! —exclamó Tika bruscamente, en un arranque de mal genio—. Nunca me había sentido así. —Se llevó la mano al corazón—. Es como si me estuviera ahogando. Me duele tanto el corazón que apenas si puedo respirar. Eh… creo que iré a ocuparme del cuarto de Alhana.
—Ha estado yendo a esa habitación cada hora, desde que llegaste, Tanis. —Caramon suspiró. Siguió con la mirada a su esposa, que subía la escalera, con expresión preocupada—. Ha estado comportándose de un modo raro todo el día. Empezó anoche, con algún sueño terrible que no pudo recordar. Pero ha estado así desde que los chicos se unieron a las órdenes de caballería. Era la persona más enorgullecida de todos los asistentes a la ceremonia. ¿Lo recuerdas, Tanis? Estabas allí. —Tanis sonrió. Sí, lo recordaba. Caramon sacudió la cabeza.
»Pero esa noche estuvo llorando hasta quedarse dormida, cuando estuvimos solos. No le daba importancia a combatir a los draconianos cuando era joven, y se lo recordé. Me llamó zoquete y dijo que eso fue entonces y que esto era ahora, y que yo jamás entendería los sentimientos de una madre. ¡Mujeres!
—¿Dónde están el joven Sturm y mi ahijado Tanin? —preguntó el semielfo.
—Las últimas noticias que tuvimos es que andaban por el norte, cabalgando hacia Kalaman. Parece que el mando de los solámnicos por fin te toma en serio, Tanis. Respecto a los Caballeros de Takhisis, me refiero. —Caramon bajó la voz a pesar de que la sala estaba vacía, a excepción de ellos dos—. Palin nos escribió que se dirigían hacia el norte para patrullar a lo largo de la costa.
—¿Palin fue con ellos? ¿Un mago? —Tanis no salía de su asombro. De momento, olvidó sus propias preocupaciones.
—Extraoficialmente. Los caballeros jamás autorizarían tener a un mago en sus filas; pero, puesto que era una misión rutinaria de patrulla, permitieron que Palin acompañara a sus hermanos. Al menos, es lo que dijo el comandante mayor. Es evidente que Palin creyó que no era ésa la única razón. O eso dio a entender.
—¿Qué le hizo pensar así?
—Bueno, la muerte de Justarius, para empezar.
—¿Qué? —Tanis estaba boquiabierto—. Justarius… ¿muerto?
—¿No lo sabías?
—¿Cómo iba a saberlo? —replicó Tanis—. He estado recorriendo a hurtadillas los bosques durante meses, haciendo cuanto estaba en mi mano para evitar una guerra civil entre elfos. Ésta será la primera noche que duermo en una verdadera cama desde que dejé Silvanesti. ¿Qué le pasó a Justarius? ¿Y quién es el jefe del Cónclave de Hechiceros ahora?
—¿No lo imaginas? Nuestro viejo amigo. —El gesto de Caramon era lúgubre.
—Dalamar. Por supuesto. Debí suponerlo. Pero Justarius…
—Ignoro los detalles. Palin no se explicó mucho. Pero los hechiceros de las tres lunas tomaron en serio tus advertencias sobre los caballeros negros, aunque nadie más de Ansalon lo hiciera. Justarius ordenó un ataque mágico contra los Túnicas Grises del alcázar de las Tormentas. Él y varios más entraron en la torre de allí. Lograron salir escapando con vida por poco, y Justarius ni siquiera eso.
—Necios —dijo Tanis amargamente—. Los hechiceros de Ariakan son inmensamente poderosos. Extraen su magia de las tres lunas, o eso es lo que me dijo Dalamar. Una fuerza reducida de magos de Wayreth entrando en la torre Gris estaba destinada al desastre. No imagino a Dalamar de acuerdo con un plan tan insensato.
—Pues ha salido muy beneficiado —comentó Caramon con tono seco—. Te hace pensar de qué lado está en todo este asunto. También sirve a la Reina Oscura.
—Su lealtad es hacia la magia ante todo, sin embargo. Como le enseñó su shalafi.
Tanis sonrió al evocar viejos recuerdos, y lo complació ver que el posadero también sonreía. Raistlin, hermano gemelo de Caramon, había sido el shalafi de Dalamar, el término elfo que significaba «maestro». Y, aunque la relación había acabado en desastre —y por poco en la destrucción de Krynn—, dalamar había aprendido mucho de su shalafi. Una deuda que jamás dudaba en reconocer.
—Sí, bueno, conoces al elfo oscuro mejor que yo —admitió Caramon—. En cualquier caso, tomó parte en el asalto, fue uno de los pocos que regresaron ilesos. Palin dijo que Dalamar estaba muy agitado y alterado y que se negó a hablar de lo ocurrido. Fue el elfo oscuro quien llevó de vuelta el cadáver de Justarius, aunque supongo que, puesto que Dalamar mantiene relaciones con Jenna, la hija de Justarius, no tenía otra alternativa. En cualquier caso, los hechiceros recibieron una buena zurra. Justarius no fue el único muerto, aunque sí el de mayor rango. Y ahora Dalamar es el jefe del Cónclave.
—¿Crees que fue él quien envió a Palin con los caballeros?
—Palin tuvo que obtener permiso para dejar sus estudios —gruñó Caramon—. Los hechiceros son mucho más estrictos ahora que en los viejos tiempos. Raistlin iba y venía a su antojo.
—Raistlin dictaba sus propias leyes —dijo Tanis, que soltó un bostezo. Deseó no haber mencionado lo de dormir en una cama. La idea de sábanas limpias, suaves colchas y blandas almohadas le resultó repentinamente irresistible—. Tengo que mantener una charla con Dalamar. Evidentemente, sabe algo acerca de esos caballeros negros.
—¿Te lo dirá? —Caramon parecía escéptico.
—Si piensa que lo beneficiará a él, sí —contestó Tanis—. Porthios se quedará aquí unas cuantas semanas por lo menos. Alhana necesitará tiempo para descansar y, aunque no quiera admitirlo, el propio Porthios está al borde del agotamiento. Con suerte, dispondré de tiempo para hacer una escapada y visitar a Dalamar.
»Lo que me recuerda que no sé cómo agradecerte, Caramon, que dejes que Porthios y Alhana se queden aquí. —El semielfo puso la mano sobre la enorme del corpulento humano—. Su presencia podría poneros en peligro si alguien los descubriera. Han sido exiliados oficialmente, expulsados. Son elfos oscuros, lo que significa que son un blanco permitido…
—¡Bah! —Caramon desestimó el comentario con un ademán, espantando a la vez, inadvertidamente, a una mosca pesada—. La gente de Solace no sabe nada sobre peleas entre elfos y, aunque lo supieran, tampoco les importaría lo más mínimo. Porthios y Alhana habrán sido expulsados, marcados como «elfos oscuros»; pero, a menos que los dos se hayan vuelto de repente de color púrpura, aquí nadie advertirá la diferencia. Para nosotros, un elfo es un elfo.
—Con todo, se rumorea que tanto los qualinestis como los silvanestis tienen asesinos tras los pasos de Porthios y Alhana. —Tanis suspiró—. Hubo un tiempo en que fueron regentes de las naciones elfas más poderosas de Ansalon. Con su matrimonio, forjaron una alianza entre los dos reinos que habría hecho de los elfos uno de los poderes políticos con más peso en el continente. ¡Por primera vez en muchos siglos, va a nacer un niño que es heredero de ambos reinos! ¡Y hay quienes han dictado ya la muerte de esa criatura! —Tanis apretó los puños.
»Lo más frustrante es que la mayoría de los elfos quiere la paz, no sólo con sus primos, sino con sus vecinos. Son los extremistas de ambos lados los que instan a que volvamos al aislamiento de los viejos tiempos, que cerremos las fronteras, que disparemos a todo humano o enano que se nos ponga a tiro. Los demás elfos les siguen el juego porque es más fácil hacer eso que decir lo que se piensa, provocar un enfrentamiento.
»No creo que sus asesinos se atrevan a atacar la posada, pero, en estos tiempos, nunca se sabe… —Tanis sacudió la cabeza.
—Resistimos a los dragones —dijo Caramon animosamente—. Resistiremos a los elfos, a la sequía y a todo lo que nos echen.
—Eso espero. —Tanis tenía ahora un humor sombrío—. Eso espero, amigo mío.
—Hablando de Qualinesti, ¿cómo le va a Gil?
Tanis guardó silencio unos instantes. El dolor por la marcha de Gil no había desaparecido, aunque habían pasado muchos meses desde que su hijo se había escapado de casa, engañado para convertirse en líder —o en un regente marioneta— de los elfos de Qualinesti.
Gilthas —llamado así en memoria del desdichado hermano de Laurana, Gilthanas— era el hijo que ambos habían deseado pero que creyeron que jamás tendrían. El embarazo de Laurana había sido difícil; Gilthas era un bebé débil y había estado a punto de morir varias veces. Tanis sabía que su esposa y él habían sido demasiado protectores con su hijo, negándole su permiso para que visitara la tierra natal de su padre en un intento de protegerlo de un mundo racialmente dividido al que le resultaba difícil aceptar a un mestizo.
Cuando Porthios, Orador de los Soles de Qualinesti, dejó su tierra para arriesgar la vida combatiendo por los silvanestis, los extremistas aprovecharon la oportunidad que les brindaba su ausencia para tacharlo de traidor y elegir un nuevo Orador. A Alhana la acusaron de bruja. Se decidieron por Gilthas, cuya madre, hermana de Porthios, habría sido la siguiente en la línea sucesoria, pero que había renunciado a su derecho al casarse con Tanis el Semielfo. Gilthas había deseado siempre conocer Qualinesti, la tierra natal de sus padres, y si ellos se lo impidieron fue porque temían que el joven sufriera las mismas humillaciones que tuvo que soportar su padre en su juventud, debido a su mestizaje. Gil tenía los rasgos y la constitución de un elfo, si bien en su carácter se imponía muchas veces el fuerte temperamento humano. Había llegado a sentirse avergonzado de su padre, al que los elfos puros consideraban un mestizo bastardo.
Creyendo que Gil, debido a su ascendencia humana, era un necio y un débil al que podrían manipular como a una marioneta, los extremistas persuadieron al joven de que huyera de casa y viajara a Qualinesti. Una vez allí, Gil resultó ser un hueso más duro de roer de lo que los senadores habían imaginado. Tuvieron que recurrir a amenazas de violencia contra Alhana Starbreeze, dirigente de Silvanesti y su prisionera, a fin de convencer a Gil de que se convirtiera en Orador.
Tanis había procurado, con ayuda de Dalamar, salvar a su hijo, pero el semielfo había fracasado en su propósito.
»O, mejor dicho», pensó Tanis con triste orgullo, «tuve éxito». Gil había elegido quedarse, servir a su pueblo, hacer cuanto pudiera para frustrar los planes de los extremistas y traer la paz a las naciones elfas.
Alhana había sido desterrada, así como su marido, Porthios, convertidos ahora en elfos oscuros.
A Tanis lo habían llevado a la frontera del reino, al que jamás se le permitiría volver a entrar. Allí acudió su hijo a despedirse de él, y le explicó que había aceptado el nombramiento porque la vida de Alhana y el hijo que esperaba estaban amenazadas si no accedía. El semielfo aconsejó a su hijo que procurara ganarse la amistad de los elfos jóvenes que eran Jefes de Casas, quienes no estaban conformes con los acontecimientos recientes. Era el único modo de evitar que estallara una guerra fratricida entre silvanestis y qualinestis, pues era de esperar que Porthios quisiera recuperar su trono, como así fue. Había sido una despedida conmovedora, ya que quizá nunca volvieran a verse.
Pero el dolor de la ausencia de su hijo no había menguado con el tiempo y, por si fuera poco, ahora un Porthios furioso y vengativo estaba concentrando sus fuerzas para declarar la guerra a Qualinesti, una tragedia que Tanis intentaba evitar. Cuando notó que podía controlar la voz, contestó:
—Gil está bien, o ésas son las noticias que tengo. Tengo prohibido, bajo pena de muerte, verlo, ya lo sabes.
Caramon asintió con un cabeceo, su ancho rostro suavizado por la compasión.
—Laurana sigue intentando entrar en Qualinesti. Lleva meses negociando con ellos. En su última carta dice que cree que empiezan a ceder. Gil tiene algo que ver en ello. Es más fuerte de lo que pensaban. Pero. —Tanis sacudió la cabeza— lo echo de menos, Caramon. No puedes imaginar…
Caramon, que echaba de menos a sus propios hijos, podía imaginarlo muy bien, pero sabía a lo que se refería Tanis. Había una diferencia. El muchacho de Tanis era virtualmente un prisionero de su propio pueblo, mientras que cualquier día de éstos, muy pronto, sus chicos regresarían a casa.
Los dos seguían hablando de cosas del pasado y del presente cuando fueron interrumpidos por una suave llamada a la puerta. Caramon se incorporó de un brinco, sobresaltado.
—¿Quién infiernos será? ¡A esta hora de la noche! No oí que nadie subiera la escalera…
—Te resultaría difícil —dijo Tanis mientras se ponía de pie—. Debe de ser la escolta de Porthios, y estos soldados son silenciosos incluso para ser elfos. La luz de la luna reflejándose en la hierba hace más ruido que ellos.
Llegó a la puerta y agarró el picaporte. Consciente de la advertencia que le había hecho a Caramon acerca de los asesinos, Tanis emitió un suave silbido.
Le contestaron con otro de tono más agudo. La llamada a la puerta se repitió.
Tanis abrió.
Un guerrero elfo se deslizó dentro. Echó una rápida ojeada alrededor de la sala y después asintió con gesto satisfecho. Concluida la inspección, dirigió la mirada hacia Tanis.
—¿Todo en orden?
—Todo en orden. Te presento a vuestro anfitrión, Caramon Majere. Caramon, te presento a Samar, de la Protectoría.
Samar contempló a Caramon con una fría mirada evaluativa. Reparando en el estómago dilatado y el rostro jovial, el elfo no pareció muy impresionado.
Los que conocían a Caramon por primera vez confundían su afable sonrisa y su cachaza como indicativos de simpleza. No era éste el caso, como sus amigos acababan descubriendo. El hombretón nunca llegaba a una respuesta hasta haber dado vueltas a la pregunta, estudiándola y examinándola desde todos los ángulos. Cuando acababa, a menudo sacaba conclusiones astutas en extremo.
Sin embargo, Caramon no era alguien a quien pudiera intimidar un elfo. El hombretón le devolvió la mirada, en una actitud firme, de seguridad en sí mismo. Después de todo, ésta era su posada.
El frío rostro de Samar se relajó con una media sonrisa.
—Caramon Majere, un Héroe de la Lanza. «Un hombretón, pero con un corazón más grande que su cuerpo», es lo que dice mi soberana. Te saludo en nombre de Su Majestad.
Caramon parpadeó, algo desconcertado. Hizo una leve inclinación de cabeza al elfo, con torpeza.
—Claro, Samar. Encantado de serle útil a Alhana, quiero decir… a Su… eh… Majestad. Vuelve y dile que todo está dispuesto y que no tiene por qué preocuparse. Pero ¿dónde está Porthios? Creí que…
Tanis le dio un pisotón.
—No menciones a Porthios ante Samar. Te lo explicaré después —susurró. En voz más alta, se apresuró a cambiar de tema—: Porthios vendrá enseguida, con otra escolta. Llegáis pronto, Samar. No os esperaba hasta…
—Su Majestad no se encuentra bien —lo interrumpió Samar—. De hecho, con vuestro permiso, caballeros, he de regresar con ella. ¿Está preparado su cuarto?
Tika bajaba presurosa la escalera en ese momento, el semblante crispado por la ansiedad.
—¡Caramon! ¿Qué ocurre? He oído voces, y… ¡Oh! —Acababa de ver a Samar—. ¿Cómo está usted?
—Mi esposa, Tika —la presentó Caramon enorgullecido. Después de veintitantos años de matrimonio, todavía la consideraba como la mujer más hermosa del mundo, y a sí mismo un hombre afortunado.
—Señora. —Samar hizo una cortés, aunque apresurada, reverencia—. Y ahora, si me disculpáis, mi soberana no se encuentra bien…
—¿Han empezado ya las contracciones del parto? —preguntó Tika mientras se enjugaba la cara con el delantal.
Samar se sonrojó. Entre los elfos, este tipo de cosas no se consideraban temas adecuados para una conversación entre hombres y mujeres.
—No sabría deciros, señora…
—¿Ha roto aguas? —siguió preguntando Tika.
—¡Señora! —El rostro de Samar se había puesto rojo como la grana. Era obvio que estaba escandalizado, e incluso Caramon se había sonrojado.
—Tika. —Tanis carraspeó—, no creo que…
—¡Hombres! —resopló la posadera. Cogió la capa de una percha que había junto a la puerta—. ¿Y cómo planeabas subirla por la escalera? ¿Acaso puede volar? ¿O esperabas que la subiera caminando en su condición, con el bebé a punto de llegar?
El guerrero echó un vistazo a los numerosos peldaños que conducían a la posada desde el suelo. Obviamente, la idea no se le había pasado por la cabeza.
—Eh… no sabría deciros…
Tika lo apartó de un empujón y pasó ante él, camino de la puerta, dando instrucciones mientras se marchaba:
—Tanis, enciende la lumbre del fogón y pon la tetera a hervir. Caramon, ve corriendo y trae a Dezra. Es nuestra partera —le explicó a Samar, al que agarró por una manga mientras pasaba a su lado y lo arrastró tras de sí—. Le advertí que estuviera preparada para esta posibilidad. Vamos, Samovar o como quiera que te llames. Llévame junto a Alhana.
—¡Señora, no podéis! —Samar se liberó de un tirón—. Eso es imposible. Mis órdenes son…
Tika clavó sus verdes ojos en él, las mandíbulas encajadas en un gesto firme. Caramon y Tanis intercambiaron una mirada. Ambos conocían esa expresión.
—Eh, si me disculpas, querida. —Caramon pasó entre los dos y salió por la puerta, dirigiéndose a la escalera.
Tanis, esbozando una sonrisa que ocultaba su barba, se marchó rápidamente, retirándose a la cocina.
—Si no me llevas con ella, saldré ahí fuera, me plantaré en medio de la plaza del mercado, y empezare a chillar a pleno pulmón.
Samar era un guerrero valiente. Había combatido contra todo, desde ogros hasta draconianos. Tika Waylan Majere lo desarmo, lo derrotó en una única escaramuza.
—¡No, señora! —suplicó—. ¡Por favor! Nadie debe saber que estamos aquí. Os llevaré con mi reina.
—Gracias, señor. —Tika era generosa en la victoria—. ¡Y ahora, muévete de una vez!