Capítulo 8
La cena de aquella noche fue desgastante. Luisa no se había recuperado de la escena desagradable con su nieto. El modo como miraba ansiosa de Vito hacia Catherine revelaba que ella percibía que la paz entre su hijo y su nuera estaba por los pelos.
¿Estaría ella preguntándose el por qué?, Catherine pensó, creyendo que no, pues sería muy difícil que Luisa admitiera fallos en los miembros de su maravillosa familia.
Hasta Marietta estaba extrañamente callada. Pasó la mayor parte de la cena perdida en sus pensamientos.
Culpó al cansancio provocado por la diferencia de horario, cuando Luisa quiso saber si ella estaba bien. Sin embargo, hizo un esfuerzo por conversar educadamente con Catherine.
—Supe que estuviste trabajando con La Templeton & Lang en Londres.
Catherine deseó mandarla al infierno, pero sonrió.
—Trabajé, sí. Como ya había sido secretaria jurídica, fue bueno volver al mismo trabajo.
—Tu conocimiento de los idiomas debe haber sido muy útil para una firma que es especializada en leyes europeas —comentó Marietta en tono benevolente—. ¿Nosotros ya utilizamos los servicios de ellos, Vito?
Vito se endureció casi imperceptiblemente, pero Catherine lo notó.
—No que yo me acuerde —respondió él.
—Eso es extraño —habló Marietta, frunciendo la frente—. Estoy segura de que los conozco. ¿Marcus Lang es un de los socios, no es así?
—No. Robert Lang y Marcus Templeton —corrigió Catherine, sintiendo la mirada de Vito traspasarla como una aguja, cuando ella pronunció el nombre de Marcus.
—Ah, yo me engañé —dijo Marietta—. Vas a añorar del trabajo, imagino. Sé que a mí no me gustaría volver a no hacer nada.
—Necesito trabajar —anunció Vito, levantándose bruscamente—. Marietta, sería bueno que veamos juntos algunos papeles, antes que te acuestes, si no estuvieras demasiado cansada.
—Estoy bien —respondió ella.
Vito ya salía del comedor.
Ella lo siguió inmediatamente después, y Catherine intentó animar a la pobre Luisa conversando cosas triviales, hasta que también pudo retirarse al refugio relativamente seguro de su cuarto.
Cuando finalmente se acostó, estaba más que lista para desconectar la mente y dormir. Pero Vito entró en el cuarto algunos minutos después, y eso era la última cosa que ella necesitaba. Suponiendo que él iba a acostarse, continuó con los ojos cerrados, fingiendo que dormía. Cuando él le tocó suavemente el rostro, segundos después, ella abrió los ojos, sorprendida. Vito estaba inclinado sobre ella.
—Surgió un imprevisto —informó él—. Necesito ir a mi oficina en Nápoles, donde me quedaré algunas horas.
—¿Solo? —preguntó ella sin querer.
—Solo, sí —respondió con dureza—. ¡Si no tienes cuidado, Catherine, tu desconfianza va a comerte viva!
Con esas palabras, se alejó y salió del cuarto.
«Oh, mi Dios», ella pensó, desolada. «¿Qué será de mí?»
Oyendo el ruido de un motor, ella se levantó y fue a la terraza a tiempo de ver las luces traseras rojas del coche de Vito alejándose.
—Yo te amo —murmuró—. Aún contra mi voluntad.
Estaba decidida a volver a la cama, cuando oyó nuevamente ruido de motor. Volviéndose hacia el balcón, vio un BMW negro salir detrás de la casa donde quedaban los garajes. Era Marietta.
Catherine pensó en lo que Vito había llamado de delirios «paranoicos» y sonrió sin ganas. No sentía rabia, ni dolor, ni angustia. Parecía que ya se había agotado su cuota de sufrimiento en relación a lo que Vito y Marietta hacían.
No consiguió dormir mucho aquella noche, y estaba despierta, cuando uno de los coches volvió, a las cuatro y media de la madrugada. El otro ella no lo oyó llegar, pues cayó en un sueño profundo que antecedió al amanecer.
Despertó con sonidos en el cuarto, y abrió los ojos para ver a Vito arreglándose para el día. De repente, vio que el lugar a su lado de la cama no mostraba rastros de que él se hubiese acostado. Cerró nuevamente los ojos, fingiendo no percibir que él estaba allí.
Una hora más tarde ella descendió, vistiendo un conjunto que poseía hace años: falda crema y de corte clásico, blusa sin mangas de seda color café.
Entrando en la soleada sala, encontró a Vito y a Marietta tomando juntos el desayuno. Había papeles esparcidos en la mesa entre ellos, y Marietta tomaba notas en un block. Vito examinaba un documento.
Todo muy convincente, como si estuviesen trabajando, observó Catherine. Marietta vestía ropas negras, como siempre, y Vito usaba un terno gris. Considerando que él había trabajado la noche entera, su apariencia era excelente, observó Catherine.
Él la miró, estrechando los ojos.
Conocía aquel conjunto que usaba ella. Conocía hasta el modo como ella había sujetado su cabello color de oro cobreado con una ancha presilla de tortuga, de manera elegante, pero informal. Era el modo como ella se arreglaba cuando salía a trabajar.
—¿Vas a algún lugar? —preguntó, enfadado.
Catherine sonrió de manera suave.
—Voy a restablecer algunos viejos contactos —respondió, caminando hacia una silla libre.
Marietta levantó los ojos negros hacia ella.
—Buon giorno —saludo—. Entonces, ¿pretendes volver a trabajar?
Era obvio que había deducido aquello por el traje de Catherine.
—¿Mejor que «volver a no hacer nada», no crees?
—¿Será que te alcancé tanto así, cuando dije eso? —dedujo Marietta—. Disculpa, no tuve la intención.
Catherine se sirvió café, y Marietta se volvió a hablar con Vito. Él, sin embargo, no la oía. Prestaba atención a Catherine. Sabía que ella estaba furiosa y que había decidido rebelarse.
—Sandro está con su abuela —avisó—. Van a pasar el día en la playa, de nuevo.
—Lo sé. Me despedí de ellos —sonrió Catherine, tranquilamente y cogió una tostada.
—Vito, si tú... —Marietta se entrometió.
—Cállate —él la interrumpió.
—¿Estoy molestando? —preguntó ella, melosa.
—Claro que no —aseguró Catherine, pasando tranquilamente mermelada en la tostada.
—Sí —Vito se alteró—. Por favor déjame solo con Catherine.
La expresión de Marietta no demostró irritación. Obediente, ella se levantó, juntó sus papeles y salió de la sala.
Mordiendo la tostada. Catherine asistió a todo impasiblemente, pero Vito empujó la silla hacia atrás y se aproximó a ella.
—No quiero que vuelvas a trabajar.
—No te estoy pidiendo permiso —respondió ella, tranquilamente.
—Aceptar el primer empleo que te ofrezcan, sólo porque estás molesta conmigo, sería una niñería —declaró Vito.
—No estoy moleta contigo
—Entonces, ¿por qué estás haciendo esto? —él quiso saber.
—Por mí. ¡Hago esto por mí!
Fue una decisión que ella había tomado en medio de la noche. Tenía que conseguir una vida nueva, fuera de aquella casa que se había hecho sofocante.
—¿Y Sandro? —indagó Vito.
—Sandro tiene más personas a su alrededor, en esta casa, que la mayoría de los niños tienen en una escuela —respondió ella.
—Él prefiere que su madre esté en casa —replicó Vito—. Yo prefiero que su madre esté en casa, con él. ¿De qué sirve todo lo que estoy haciendo, si tú no valoras esas ventajas?
—¡Cuánta arrogancia! —Catherine exclamó.
—No me siento arrogante. Me siento molesto porque no conversaste conmigo al respeto, antes de tomar tu decisión. Es tan típico de ti, Catherine —censuró. Sin notar que Catherine palidecía, continuó—: ¡Tú eres tan obstinadamente independiente, que sólo haces lo que quieres, sin molestarte por lo que los otros piensan!
—Lo siento mucho, si eso es lo que piensas —murmuró ella.
Vito suspiró.
—Oye —pidió, agarrando los finos dedos de ella—. No quiero pelear contigo cada vez que conversamos. ¡Quiero que seas feliz aquí, quiero que nosotros seamos felices!
—¿Contigo siendo el jefe proveedor de la casa, y yo el trofeo que mantienes sobre la chimenea? —se burló ella—. No, gracias, Vito. No fui hecha para ese papel.
—Aquella mujer debería aprender a controlar la lengua —reveló él.
Catherine casi se atragantó con la crítica de Vito a Marietta.
—¿Tú no tienes que ir a trabajar? —preguntó ella.
Como si fuera una señal, la puerta se abrió, y Marietta entró.
—¿Terminaron? —preguntó ella sin rodeos—. Es que tenemos mucho que hacer Vito, si queremos coger el vuelo del mediodía a París.
De pronto, el aire quedó irrespirable.
—¿Vas a París... con ella? —preguntó Catherine.
—Yo...
—¿Oh, no lo sabías, Catherine? —interfirió Marietta—. Supuse que Vito te lo había contado.
—Yo iba a contárselo —gruñó, no hacia Marietta, pero si hacia Catherine.
—No es necesario —declaró Catherine, tirando de los dedos que él le cogía—. Tu compatriota eficiente lo hizo eso por ti.
—¡Catherine! —la voz de Vito era una mezcla de furia y frustración.
—Con permiso —pidió ella—. Tengo algunas llamadas que hacer.
Dirigiéndose hacia la puerta, ella no se resistió. Miró a Marietta y preguntó cándidamente:
—¿Te estás divirtiendo bastante?
—¡No sé de que estás hablando —mintió la mujer, demostrando consternación.
Catherine rió, sonoramente y de modo grosero.
—Vito, lo siento tanto, yo sólo pensé... —decía Marietta, cuando Catherine salió de la sala.
Vito la siguió instantes después, yendo a encontrarla en el cuarto. Catherine vestía el abrigo que hacía conjunto con la falda crema.
—¿No tienes que coger un avión? —preguntó ella, sarcástica.
—No hagas esto, Catherine —le avisó él—. ¡No me provoques después de que pasé mitad de la noche trabajando. Estoy sin dormir y sin paciencia!
—¿Y dónde estuviste trabajando toda la noche? —lo desafió.
—Sabes donde. En la oficina. Ya te lo dije.
—¿Solo?
—¡Sí, solo!
—¿A qué hora volviste?
—Alrededor de las cinco. ¿Esto es un interrogatorio? —preguntó.
—Marietta salió de aquí después de ti y llegó antes —informó ella—. ¿Ese es el horario patrón para encuentros furtivos? ¡Es bueno que yo lo sepa, para cuando comience a tener los mío!
—Tú piensas que yo estaba con Marietta —descubrió él por fin—. ¡Madre di Dio! ¿Cuándo vas a aprender a confiar en mí?
Nunca, Catherine se dijo a sí misma.
—¿Cuánto tiempo vas a estar fuera? —preguntó indiferentemente.
—Cerca de una semana.
—¿Dónde te vas a quedar?
—En el apartamento de la firma, como siempre. —Él suspiró fatigosamente—. Catherine, fuiste tú quién me pidió que mantuviera a Marietta lejos. ¡Y es eso lo que estoy intentando hacer!
—Diviértete, entonces.
No debería haber dicho aquellas palabras, descubrió Catherine, pues Vito la tomó en sus brazos antes que ella pudiera reaccionar. Los labios de él buscaron los suyos, ansiosamente. Catherine se rindió sin luchar, sin ni al menos sentirse irritada consigo misma. Retribuyó las caricias con igual intensidad. Las manos de él estaban en todas partes en un segundo: recorriendo su espalda, arrancándole la blusa y el frágil sujetador de seda. Ella gimió de placer. Él rió, y enseguida cogió una de las manos de ella, poniéndola sobre su sexo despierto.
—Esto es a lo que yo llamo «divertirme» —murmuró.
Descendió los labios sedientos hacia uno de los senos ya excitados. Sensaciones de éxtasis recorrían locamente el cuerpo ardiente de Catherine, cuando el teléfono comenzó a sonar.
—¡Si atiendes —ella gimió—, yo te mato!
Con un gruñido sensual, Vito tomó los labios de ella nuevamente en los suyos, pero el teléfono insistía.
Él dio un paso atrás, tan rápido, que Catherine no consiguió entender lo que sucedía. Entendió, cuando sus ojos verdes se posaron en él, y ella vio que Vito sonreía con maldad. Él sabía que ella podía transformarse en una gata salvaje, cuando la provocada, y en aquel momento reía de triunfo, pues tenía conocimiento de que había acabado de organizar con éxito su propia huida.
—Espérame —habló, mirándola con desvergonzada complicidad.
Salió antes de que ella pudiera reaccionar. El teléfono continuaba sonando con una persistencia típica de Marietta.
Fue una semana extraña y larga. Catherine se sentía como una prometida a la espera del momento mágico, aunque en el fondo estuviera molesta consigo misma por estar tan ansiosa.
Aquel hombre, Vito, era su debilidad. El cuerpo de él, era el templo donde ella oraba. Catherine se condenaba por sentirse débil de espíritu, débil en la carne y en la mente.
Ella intentó combatir esos sentimientos sumergiéndose de cuerpo y alma a actividades sin propósito alguno. Almorzaba con viejos amigos, buscaba saber sobre posibilidades de trabajo, cuando la verdad tenía prisa por conseguir empleo. Se espantaba por eso, pues siempre había pensado que trabajar era su prioridad número uno en Nápoles.
Aprendió también que Luisa no era sólo una abuela ocasional. Ella se dedicaba a Sandro a tiempo completo, adoraba pasar las horas disponibles con él, y estaba siempre interesada en lo que el chico tenía que decirle. Sandro se había soltado bajo su amorosa atención.
Observando a Luisa dedicarse tanto a su nieto. Catherine descubrió por qué Vito era el hombre que era. Luisa tenía el don de instigar auto confianza en Sandro, y ciertamente había hecho lo mismo con su propio hijo.
Un hijo que llamaba a casa todo el santo día, hablaba con su madre, hablaba con el niño y... con Catherine.
Ninguno de ellos mencionaba a Marietta durante esas conversaciones. Catherine no lo hacía por pensar que Marietta podía estar al lado de Vito, y pensaba que Vito no mencionaba el nombre de la mujer porque ella debía aún estar con él.
La onda de calor que había envuelto Nápoles no pasaba.
Catherine tomaba una ducha por segunda vez, aquella tarde. No fue sólo el calor lo que la había hecho abrir el grifo de agua fría, sino también el deseo. Suspiraba por Vito, ardía por él. Sabía que él volvería aquella noche.
Por lo tanto, cuando un cuerpo desnudo y muy musculoso se arrimó a ella por detrás, bajo el chorro de agua fría, ella pensó que estaba fantaseando con la presencia de Vito.
—¡Vito! —exclamó, casi resbalando en el piso mojado.
Poniendo los brazos alrededor de su cuerpo, él la abrazó con firmeza.
—¡Me asustaste! —exclamó ella.
—¡Disculpa, pero al verte así, no lo pude resistir!
—Pensé que regresarías a la noche —habló ella, intentando controlar el corazón disparado.
—Tomé un vuelo antes —explicó.
Catherine luchaba para recuperar el control.
—El agua está muy fría —él se quejó, alcanzando el control de temperatura de la ducha—. ¿Estás intentando coger un resfriado?
—Estaba tan caliente... —murmuró ella.
—¿Me extrañabas?
—Ni pensé en ti —ella mintió.
—¡Pero yo te extrañe a ti. Y mira que no me enorgullezco de esa confesión!
—Sólo porque quieres alguna cosa de mí —lo provocó.
Él rió y se dedicó a mostrarle lo que deseaba. Mientras Vito hacía el amor con ella, llevándola al éxtasis, Catherine se permitió sonreír, pues concluyó que un hombre no podría estar tan anhelante de sexo, si hubiera pasado la semana en los brazos de otra.
—Bésame —murmuró ella—. Necesito que me beses en este instante.
Él la besó, sintiendo que ella aceleraba el ritmo, aproximándose al orgasmo. Alcanzaron el éxtasis casi simultáneamente, mezclando sus gemidos de placer con el ruido del agua de la ducha.
Después, Vito la cargó fuera del chorro, y Catherine se apoyó en los anchos hombros, mientras se enjuagaba suavemente. Se besaron perezosamente, sin hablar.
Las palabras no parecían necesarias, o tal vez ambos supieran que ellas podrían deshacer el encantamiento.
Catherine miró cariñosamente el rostro atractivo de Vito y deseó con todas las fuerzas que pudiera atreverse a amarlo otra vez, como lo había amado un día, sin dolor y sin desconfianza.
—Continúa mirándome así —él susurró—, y tendrás que pasar el resto del día en la cama.
—Sandro fue pasar el día a la casa de su amigo Paolo —informó ella, en voz baja.
Él levantó un ceja, malicioso.
—¿Estás queriendo decir que no te importaría pasar todo el día en el cuarto conmigo? —preguntó.
—¿Tienes una idea mejor?
Fue Luisa quién preguntó por Marietta, a la hora de la cena.
—Ella se quedó en París —respondió Vito—. Pero estará de vuelta para tu fiesta, la próxima semana.
Otra semana sin Marietta, Catherine pensó, aliviada. Se sintió feliz y reanimada, permaneciendo así los días que siguieron. La vida parecía haber vuelto a la rutina que ellos habían establecido antes de que Vito fuera con Marietta a París. Él pasaba las mañanas en la oficina de la casa, las tardes con Catherine y su hijo, mientras Luisa se envolvía enteramente en los preparativos de la fiesta que se aproximaba.
La vida de ellos no podría estar mejor. Nadaban en la piscina y paseaban por las montañas, intentando huir del calor asfixiante. Entonces, surgió un trabajo que era todo lo que Catherine podría desear, pues sería un trabajo de free lance, que ella podría hacer en casa, traduciendo libros para una editora.
—Debo estar poniéndome ociosa —confesó a Vito aquella noche.
—¿No puede ser simplemente felicidad? —sugirió él.
«¿Será que me dediqué tanto al trabajo, en Londres, porque estaba infeliz?» dedujo ella.
—Bien, voy a necesitar la biblioteca para trabajar —avisó—. O, si no, tu oficina, pero no creo que te gustaría compartir el espacio de trabajo conmigo.
—Ninguno de nosotros trabajaría mucho —comentó Vito, sonriendo significativamente. Entonces, gimió—: Humm... eres muy buena en esto.
Catherine pasaba las uñas por la piel dorada y sedosa de la espalda de él, mientras él sonreía con incontenida satisfacción.
—Ya lo sé —habló ella, dulcemente—. Tengo mucha práctica.
Ella se refería al pasado, pues muchas veces ellos habían pasado horas acostados, acariciándose. Pero Catherine observó que Vito no había entendido la alusión. Sus músculos se endurecieron de pronto.
—¿Cuánto, exactamente, practicaste? —preguntó él, ásperamente.
Suspirando, ella se sentó para enfrentarlo. Él también cambió de posición.
—¿Cuántos amantes tuviste, Catherine?
—Sabes que no hubo nadie antes de ti —ella le recordó—. Por lo tanto, ¿para qué comenzar con preguntas de ese tipo?
—Quiero decir después que nos casamos.
Catherine lo miró, deseando conocer la mente de Vito tan bien como conocía su cuerpo.
—¿Cuántas tuviste? —ella lo provocó.
—Ninguna —respondió él, sin dudar.
—Yo también tuve ninguno —informó ella, sabiendo que ambos creían que el otro mentía—. ¿Eso importa?
—No —coincidió él, mintiendo de nuevo.
Ella volvió a acariciarlo.
—Todo está bien. Puedes seducirme —concedió él.
Poniendo su cuerpo sobre el de él, Catherine suspiró.
—Las palabras nunca fueron nuestro fuerte, Vito. ¿Vamos a hacer un pacto de no usarlas además de lo estrictamente necesario?
Antes que él pudiera responder, ella cerró los ojos, moviéndose eróticamente sobre él. Lo montó con tal habilidad que lo hizo olvidar todo y cualquier argumento.
Capítulo 9
La casa era el espectáculo de la noche. La luz de las lámparas transformaban el blanco de las paredes en un dorado seductor, y varios jardines habían sido estratégicamente iluminados con faroles arreglados en los setos que rodeaban los caminos. En el interior de la casa, todo fue minuciosamente limpiado, lustrado, y pulido. En la sala contigua al salón de baile fue montado un bufé que podría servir a la realeza.
Catherine había decidido usar un vestido largo de seda rojo, sin espalda, atrevido y deslumbrante. Se había sujetado los cabellos en un moño sofisticado, con una presilla de diamantes. Pendientes de diamantes colgaban de sus orejas. En los pies, sandalias de un rojo brillante, delicadas y de taco altísimo, hacían que ella caminara de un modo que enloquecía a los hombres presentes.
Vito entre ellos, naturalmente. Su corazón se había disparado, cuando él vio a Catherine descender la escalera. Acababa de llegar, después de haber llevado a Sandro a la casa de su amigo Paolo a pasar la noche.
Pero el chico no había dejado de participar de la alegría. Luisa se había dejado llevar por su sugerencia y había hecho una fiesta en la tarde, exclusiva para él y sus amigos. Fue una reunión animada, con globos rojos, gelatina, helado y el bizcocho favorito de los niños.
Una fiesta muy divertida, pensaba Catherine, mientras caminaba al encuentro de Vito.
Tal vez más que la fiesta de los adultos prometía ser
En los ojos de Vito ella leía orgullo y aprobación, sin mencionar el deseo, que siempre era una parte muy importante en la relación de ellos.
—Pareces salida de uno de los cuadros pre rafaelistas de mi padre —murmuró él—. Pero falta algo...
—Joyas —coincidió Catherine, tocando su cuello desnudo—. Tú guardas la mayoría en el joyero, ¿te acuerdas?
—Entonces, vamos a la oficina —invitó él—. Necesitamos corregir esa falta.
Caminando adelante de Vito, Catherine podía sentir su mirada en su espalda. El profundo escote en V descendía casi hasta su fina cintura.
—Muy provocativo —susurró él.
—Me gusta ser provocativa —dijo, coqueteando con él.
Él todavía reía, cuando entraron en la oficina. Catherine se quedó sorprendida cuando, en vez de entregarle su antiguo joyero, Vito le extendió un estuche de terciopelo negro.
—¿No voy a poder escoger? —preguntó ella.
—No —respondió—. Y ese vestido es una provocación descarada. ¡Quiero poder escoger a todos los hombres con quién vas a bailar esta noche!
—Estás siendo muy posesivo —ella se quejó—. Quieres escoger no sólo mis joyas, sino también a mis compañeros de baile.
—Entonces, dime lo que opinas —pidió, poniendo en el cuello de ella algo muy pesado y frío.
Catherine bajó los ojos y vio un corazón de diamantes, exótico y maravilloso, brillando inmediatamente por encima del valle entre sus senos.
—¡Oh, pero es hermoso! —exclamó, tocando suavemente la joya.
—No sé por qué te sorprendes —él habló suavemente—. Puedo ser posesivo, pero mi gusto es incuestionable.
—Es un medallón —observó ella, ignorando la seguridad de él—. ¿Si lo abro, voy a encontrar tu arrogante retrato?
—No —negó, riendo—. Tú eres la que vas a decidir quién merece ser llevado ahí dentro.
Tú, pensó Catherine. Él sólo encontraría su propia imagen, en cualquier corazón que ella poseyera.
—Gracias —murmuró ella—. ¡Ya me siento merecedora de dar el brazo a un caballero italiano, arrogante y con muy bueno gusto!
—Catherine, tú siempre fuiste merecedora de cualquier hombre —habló él—. Por casualidad, soy yo el afortunado que tiene el privilegio de llamarte mi esposa.
Fue un momento muy intenso. Ellos no tenían el hábito de conversar en aquél tono. Usaban el amor que ambos sentían por su hijo como el denominador común que justificaba el hecho de que estaban juntos. También estaba el sexo, claro, que nunca fue un problema.
Tal vez la expresión de Catherine lo había hecho acordarse de todo aquello, pues al instante siguiente él la hizo reír.
—Siento unas ganas locas de mandarte al cuarto a cambiarte ese vestido por algo menos sensacional —confesó.
Luisa entró en la oficina en ese momento.
—¡Oh, Catherine, que collar encantador!
—¡El caballero que me lo regaló afirmó que tiene un irreprochable buen gusto! —bromeó Catherine.
—Vito, ese convencimiento va a arruinarte —riñó Luisa a su hijo, entrando en la broma.
—¡Y yo que estaba a punto de decir que heredé mi buen gusto de la señora! —suspiró Vito—. Estás adorable, mi amore. ¿Cómo un hombre puede ser tan afortunado y tener una mamma tan linda?
—Él me adula para escapar de las discusiones —dijo Luisa a Catherine—. ¡Es así desde pequeño!
De hecho, Luisa estaba hermosa. Vestida de satén dorado, parecía no tener más de cincuenta años.
Los tres volvieron al salón, y varios caballeros cercaron a la cumpleañera, peleando su atención.
—¡Ella está tan feliz! —suspiró Catherine.
—Más que tú, parece —observó Vito.
De hecho, ella no se sentía muy bien, pues estaba teniendo que enfrentarse a mirada inquisidora de aquellos que la habían conocido tres años atrás. Pero, felizmente, nadie tuvo oportunidad de intentar satisfacer la curiosidad sobre su relación con Vito. Él permaneció a su lado durante toda la noche, no permitiendo que ella se quedara sola con nadie. Todos los caballeros que la hubieron invitado a bailar fueron rechazados por Vito, que hablaba por ella, presentando disculpas estúpidas.
—¿Dónde está ella? —preguntó Catherine a Vito.
—¿Marietta? Debe estar atrasada.
—Pero tu madre se quedará decepcionada, si ella no llega para el brindis.
—No te preocupes —respondió Vito, casi brusco—. Puedes apostar que vendrá.
Catherine frunció el ceño, disgustada con el tono que había usado. La verdad, había observado que Vito se mostraba particularmente irritado, cuando el nombre de Marietta era mencionado.
¿Habrían peleado?, supuso. Una oleada de esperanza la invadió. Tal vez Vito había finalmente comprendido que su matrimonio sólo iría adelante si Marietta desapareciera de sus vidas.
Ella se estremeció, no queriendo dejarse llevar por la esperanza que la invadía.
—Vamos a bailar —invitó Vito, roncamente.
Era una justificación para abrazarla, observó Catherine. Él puso su mano lánguidamente en la piel suave de su espalda, y ella apoyó el rostro en su pecho. Bailaron al sonido de una melodía que invadía el alma, tocando profundamente el corazón. Los estremecimientos que siempre envolvían sus cuerpos, en el momento en que se tocaban, comenzaron a pulsar con insistencia. Era peligrosamente seductor, totalmente mágico. No intentaron hablar, y el silencio había hecho más intenso el deseo que crecía dentro de ellos.
Incapaz de soportar por más tiempo, Catherine levantó el rostro para mirarlo, en el mismo instante en que Vito la miraba con los ojos velados de pasión.
Fue como si todo se detuviera a su alrededor. Seducción, en su forma más completa, se manifestó, prendiéndolos en un círculo mágico. Catherine, entonces, zambulléndose en las profundidades de los ojos expresivos de Vito, tuvo la absoluta certeza de que era amor lo que veía en ellos.
—Vito... —susurró sin querer.
—Catherine —murmuró, tenso—. Tenemos que...
—¡Luisa! ¡Feliz cumpleaños, querida! —exclamó una rica voz femenina en caluroso italiano.
El encanto fue roto. Marietta había llegado. Hasta la música paró abruptamente.
Indudablemente, si había alguien que sabía hacer una entrada triunfal, ese alguien era Marietta, pensó Catherine cínicamente.
Allá estaba ella, enmarcada por la puerta principal del salón de baile. Vestía una fantástica creación en tejido plateado, maravillosa y osada, que acentuaba la belleza de su cuerpo perfecto.
Pero no fue lo que Marietta vestía lo que paralizó a Catherine, y sí el hombre que estaba con ella. Alto, moreno y muy atractivo, de un modo típicamente británico, que no parecía estar a gusto.
—¡Marcus! —Catherine dejó escapar.
Marietta se aproximó a Luisa, llevándolo junto a ella, y él sonrió forzadamente al apretar la mano de la anfitriona. Era obvio que estaba allí contra su voluntad.
—¿Pero qué está haciendo él aquí? —preguntó Catherine, desconcertada.
—¿Quieres decir que no lo imaginas? —habló Vito, ásperamente.
—No tiene nada a ver conmigo —protestó ella.
—¿No? Yo diría que tiene todo que ver contigo.
Como para confirmar tal acusación, la mirada incomoda de Marcus brilló al encontrar la de Catherine. Pero, viendo a Vito al lado de ella, se sonrojó. ¡Fue horrible! Advirtiendo el aire maligno de Marietta, Catherine entendió lo que había sucedido: ¡aquella bruja había conseguido saber de su relación con Marcus y lo había llevado allí con el objetivo de causar problemas!
¿Pero quién podría haberle contado que ella y Marcus solían salir juntos? La mente de Catherine no paraba un segundo, intentando comprender el misterio. Quedaba más que claro, a cada minuto, que Marietta no intentaba ocultar sus malas intenciones. Todos podían verlo, incluso Vito.
—No —repuso él—. Ese es el juego de Marietta. Déjala jugar.
No parecía chocado. ¡Ni enfadado!
—¡Tú sabías que él vendría! —exclamó Catherine, repentinamente.
—Es muy raro que alguien venga a mi casa sin mi conocimiento —informó Vito, tranquilamente.
—¡Tú maquinaste todo esto! —lo acusó ella, incrédula—. Le contaste a Marietta sobre Marcus y yo. ¡La ayudaste a planear esto!
Él no respondió, pero su expresión fría e inmutable confirmó las sospechas de Catherine. Enojada con tanta bajeza, miró nuevamente hacia el trío cerca de la puerta, a tiempo de ver a Marcus solicitando permiso y caminando en su dirección.
Él parecía tenso y disgustado, pero sus ojos suplicaban comprensión.
—Catherine, te pido mis más sinceras disculpas —pidió al detenerse delante de ella—. Yo no tenía idea de quien estaba ofreciendo la fiesta, hasta ser presentado a tu suegra, hace algunos instantes.
—Eso se llama «trampa» —habló Vito, despectivamente.
Marcus miró hacia él, sin expresión. Catherine aprovechó para soltarse de la mano que la sujetaba, y, dando un paso al frente, dijo:
—Vamos a bailar, Marcus.
Antes que él pudiera protestar, ella lo arrastró hacia el medio del salón.
—No creo que a tu marido le esté gustando lo que estamos haciendo —comentó Marcus, preocupado.
—Sonríe, por el amor de Dios —ordenó ella—. Y dime lo que viniste a hacer aquí.
Él explicó que Marietta había aparecido en su oficina, en Londres, buscándolo concretamente a él.
—Como yo nunca había oído hablar de la Sra. Savino, no tenía idea de la conexión de ella con la familia Giordani.
—Ella es la ahijada de mi suegra —explicó Catherine.
—Es lo que acabo de descubrir. Tu suegra parece una buena persona.
—Lo es —confirmó Catherine—. ¡Pero no puedo decir lo mismo del resto de su familia!
—La ahijada no parece ser muy buena —comentó Marcus.
—¿Cómo fue que ella te trajo aquí? —indagó Catherine.
—Con la palabra mágica, «negocios» —respondió—. ¿Podríamos ir a algún lugar más reservado? Siento que estoy de más aquí.
—Claro que podemos —concordó Catherine, parando de bailar.
Lo condujo a través de una de las puertas que llevaban a la terraza, sin molestarse en mirar donde estaba Vito.
¡La verdad, en aquél momento a ella poco le importaba si no pusiera más los ojos en aquel demonio vengativo!
Catherine respiró profundamente.
—Vamos a caminar —invitó—. Continúa con tu historia.
—Ella me convenció para venir a Nápoles, diciendo que un conocido banco de inversiones buscaba una nueva firma de abogados especializada en leyes europeas —explicó Marcus—. Cuando pregunté el nombre del banco, ella alegó que esa era una información confidencial. Pero me invitó a venir aquí este fin de semana, para conocer a algunas personas. Fue muy convincente. Es una brillante conocedora del campo de inversiones.
—Sí —confirmó Catherine—. Posee acciones del Banco Giordani y forma parte de la dirección.
—Entonces, ella no mintió.
—¿Sobre que el Banco Giordani desear cambiar de abogados? No sé qué decir —respondió ella—. Todo lo que sé es que Marietta fue una de las razones importantes del fin de mi matrimonio, hace tres años. Y, desde que volví para acá, he esperado que ella intente hacer lo mismo de nuevo.
—Ella está enamorada de tu marido —conjeturó Marcus.
—Ellos trabajan juntos —murmuró ella—. Marietta tiene un encanto irresistible, y Vito...
—Es conocido por su habilidad para resolver problemas —completó Marcus—. Todos saben que él quitó a la Compañía Stanford del aprieto de la suspensión de pagos, en pocas semanas, el año pasado.
—¡Yo no sabía de eso! —admitió Catherine, sorprendida.
Estaba realmente impresionada, pues sabía que Stanford era un conglomerado gigantesco.
—Fue mantenido en secreto para que las acciones no descendieran —informó Marcus—. ¡Sólo después de que el problema fue resuelto por la varita mágica de tu marido, fue que las personas del medio financiero descubrieron cuan cerca del colapso la compañía había estado! Ese hombre me impresiona, aunque no me guste.
—Sé lo que quieres decir —murmuró Catherine.
—Él es un hombre peligroso, cuando es contrariado —comentó Marcus.
—También sé de eso —habló ella.
—Entonces, ¿por qué Marietta lo contraría tan abiertamente?
—Porque ella es la única persona que hace eso con impunidad —sonrió Catherine sonrió, afligidamente.
—¿Y por qué razón?
—Puedo darte varias posibilidades, pero ninguna seguridad.
—Entonces háblame de las posibilidades —contestó Marcus.
—¿Por ser la ahijada querida de mi suegra? —sugirió Catherine—. ¿Por qué ella estuvo casada con el mejor amigo de Vito? O, tal vez, ¿por qué ella y mi marido son amantes?
—¿Amantes en el pasado, o en el presente? —indagó él.
—Ambos —explicó ella, encogiéndose de hombros.
—¡Lo imaginas! —protestó Marcus—. ¡Aquel hombre no iba a complicarse con otra mujer, teniéndote a ti!
—Eres muy gentil —murmuró ella, con tristeza.
—No es gentileza. Como hombre, sé lo que estoy diciendo.
Catherine lo miró sombríamente.
—Dime una cosa. ¿Por qué piensas que Marietta te trajo aquí?
—Para causar problemas entre tú y su marido —respondió él.
—¿Pero quién le contó a ella que mi relación contigo iba más allá de la de jefe y empleada? ¿Fuiste tú?
—¡No! —protestó Marcus, con vehemencia.
—Ni yo. Lo que en los deja una sola posibilidad.
—¿Tu marido? —sugirió Marcus, incrédulo—. ¿Piensas que él le hizo confidencias a esa bruja?
—Vito sabía que tú vendrías esta noche, él me lo dijo —explicó Catherine.
—Nada más tiene sentido —comentó el inglés—. ¡El episodio sólo sirvió para dejarnos a todos confundidos!
Catherine y Marcus continuaron caminando, perdidos en sus propios pensamientos.
Pararon al oír voces alteradas viniendo desde otro punto del jardín.
—Piensas que eres muy inteligente, ¿no, Marietta? —Aquella era la voz de Vito—. ¿Qué crees que ganaste, trayendo a Marcus a mi casa?
—Venganza —respondió Marietta.
Catherine se volvió y vio de pronto el brillo plateado del vestido de Marietta. Ella y Vito estaban parados frente a frente, en un camino paralelo al que Catherine y Marcus estaban. Un cantero de rosas rodeado por un seto separaba a las dos parejas.
—Tú me has restregado a Catherine en mi cara desde el día en que se casaron —habló Marietta, exaltada—. ¿Por qué no puedo restregarte al amante de ella en la tuya?
—Ellos nunca fueron amantes —negó Vito.
—Lo fueron —insistió Marietta—. ¡De la misma forma que nosotros lo fuimos antes! Si ella lo niega, está mintiendo, Vito. ¡De la misma forma que tú mientes, cuando niegas que fuiste mi amante!
Catherine cerró los ojos, rezando para que Vito negara aquello también.
—¡Eso fue hace mucho tiempo —murmuró él—. Mucho antes de conocer a Catherine, por lo tanto no tiene nada a ver con nuestra vida ahora!
Catherine sintió que los brazos de Marcus la sostenían, cuando creyó que iba a desmayarse.
—Pero tú me amabas, Vito —continuó Marietta—. ¡Tú te ibas a casar conmigo! ¡Yo esperaba eso! ¿Pero qué hiciste? Tuviste un asunto rápido conmigo y me dejaste. Yo me conformé con el segundo lugar y me casé con Rocco.
—Rocco no estaba en segundo lugar, Marietta —protestó Vito—. ¡Él te amaba de verdad, que era más de lo que merecías!
—¿Fue por eso que me dejaste? —ella quiso saber—. ¿Cediste el lugar a Rocco porque él me amaba?
—No —habló Vito, tajantemente—. ¡Le cedí el lugar a él porque yo no te quería!
—Que pena que Rocco no hubiera sabido eso, pues murió pensando que se había interpuesto entre nosotros.
¡Catherine tembló de angustia, pensando en como Rocco, la imagen de la alegría, había sufrido en silencio!
—Cuando tú trajiste Catherine para acá, Rocco llegó a pedirme disculpas —habló Marietta.
—No por mí —observó Vito—. Rocco sabía exactamente lo que yo sentía por Catherine.
—¿Estás queriendo decir que te casaste con ella por amor? —se burló Marietta—. No me hagas reír, Vito. Todos sabemos que te casaste porque ella estaba embarazada. ¡Si yo lo hubiese sabido, habría usado esa táctica! Pero una manipulación tan desleal no se me ocurrió. Con su modo frío e independiente, Catherine te asustó, pensando que ella podía poner en riesgo a tu precioso bebé, tu hijo y heredero!
—Ya hablaste demasiado —anunció Vito.
—¡No! Ni siquiera he comenzado —insistió Marietta—. Tuviste la arrogancia de creer que bastaría con mandarme a París para que tus problemas conyugales acabaran. ¡Nunca acabarán, mientras yo tenga cerebro para maquinar contra ustedes!
—¿Qué pretendes hacer? —desafió Vito—. ¿Escuchar conversaciones a escondidas, intentando descubrir más porquería para divulgar?
—¡Ah! —suspiró Marietta—. Entonces, ¿sabías que yo estaba allí?
—¿En la terraza al lado de la nuestra? Lo sabía —confirmó Vito—. Cuando comenzaste a interrogar a Catherine acerca de Marcus Templeton, fue fácil deducir que planeabas hacer algo sórdido. Pero aún no entendía cual era tu objetivo.
—Simple —habló ella, tranquilamente—. Provocar la ruina de tu precioso matrimonio.
—¿Trayendo a Marcus aquí? —bromeó Vito—. ¿Crees que mis sentimientos por Catherine son tan frágiles que yo me separaría de ella porque me forzaste a conocer su supuesto ex amante?
—No. ¡Traje a Marcus para que Catherine tenga en quién apoyarse, cuando le cuente que estoy embarazada de un hijo tuyo!
—¡Esa es una desvergonzada mentira! —gritó él.
—Pero Catherine no sabe eso —Marietta pregonó—. ¡Ella piensa que somos amantes desde antes que ustedes perdieran a su segundo bebé! Para una mujer como Catherine, saber que espero un hijo tuyo será el fin, créelo. ¡Me va a gustar verla alejarse de ti, en compañía de su querido Marcus!
—¿Por qué la quieres lastimar tanto? —quiso saber Vito.
—Poco me importan los sentimientos de ella —la traidora mujer explicó rápidamente—. Pero me va a gustar herirte, Vito. ¡Exactamente como hiciste conmigo, al pasarme a Rocco como una maleta usada!
—¡Tuviste suerte! ¡Rocco era un hombre decente y bueno!
—Pero no era un Giordani.
—Mi Dios... —suspiró Vito—. Catherine tenía razón. ¡Tú destilas veneno!
—Y siendo así, Marietta, creo que llegó la hora de irte —informó otra voz venida de la oscuridad.
Cuatro personas se quedaron aturdidas, cuando Luisa salió de las sombras desde otro camino. En el momento en que pudo verle el rostro, Catherine se encogió de pena. Luisa estaba desbastada.
—¿Catherine, estás bien, querida? —su suegra le preguntó cariñosamente—. ¡Yo daría todo para que no hubieras testificado esto!
Valió la pena ser expuesta por Luisa, pensó Catherine, sólo para poder ver la expresión de Marietta, cuando ella se volvió a mirarla, pero, si no fuera por el brazo de Marcus que la sujetaba, Catherine no conseguiría mantenerse en pie.
—Catherine, tú oíste... —murmuró Vito, entre aliviado y triste.
—Bien, parece que no soy la única que se esconde para escuchar conversaciones ajenas —Marietta aún consiguió decir.
Pero aquellas palabras irónicas eran de una mujer que sabía que estaba acabada.