Epílogo
El puerto de Menii era uno de los más modestos y amigables de las Ciudades Púrpura. Como los demás de la isla, estaba construido fundamentalmente a base de la piedra púrpura que daba su nombre a las ciudades. Las casas mostraban sus techos rojos y en su puerto podían verse barcos de todo tipo con velas resplandecientes cuando Elric y Rackhir, el Arquero Rojo, llegaron a la orilla. La mañana acababa de nacer y apenas un puñado de marineros empezaba a dirigirse hacia sus embarcaciones.
El espléndido barco del rey Straasha estaba anclado a cierta distancia de la bocana del puerto. Para hacer el trayecto entre la nave y la ciudad, Elric y su compañero habían utilizado un pequeño bote de remos. Ya en tierra, ambos se volvieron para contemplar la nave. La habían llevado entre los dos, sin tripulación, y había navegado perfectamente.
—Así pues, tengo que buscar la paz y esa ciudad legendaria de Tanelorn —murmuró Rackhir, casi burlándose de sí mismo.
Se estiró, bostezó y el arco y el carcaj le bailaron en la espalda.
Elric iba vestido con ropas sencillas que le asemejaban a uno de los habituales mercenarios de los Reinos Jóvenes. Parecía relajado y en forma. Dirigió una sonrisa al sol. El único rasgo destacable de su indumentaria era la gran espada mágica de color negro que llevaba al cinto. Desde que consiguiera la espada, no había vuelto a necesitar pócima alguna.
—Y yo debo buscar datos en las tierras que tengo marcadas en el mapa —replicó Elric—. Tengo que conocer cosas y, al final del año, tengo que llevar conmigo a Melniboné todo cuanto haya aprendido. Me gustaría que Cymoril me hubiera acompañado, pero comprendo su negativa.
—¿Volverás a Imrryr, cuando el año termine? —preguntó Rackhir.
—¡Ella me arrastrará a volver! —contestó Elric con una carcajada—. Mi único temor es ceder y emprender el regreso antes de terminar mi empresa.
—Me gustaría ir contigo —dijo Rackhir—, pues he recorrido muchas tierras y te serviría de guía por ellas mejor aún de lo que te conduje por el inframundo. Sin embargo, he jurado encontrar Tanelorn aunque, por lo que he podido averiguar, no existe de verdad.
—Espero que la encuentres, Sacerdote Guerrero de Phum.
—No me llames así, pues ya nunca volveré a serlo —replicó Rackhir. De inmediato, sus ojos se abrieron desmesuradamente—. ¡Eh, observa…! ¡El barco, Elric!
Y Elric miró hacia donde indicaba el arquero. La nave que una vez fuera llamada el Barco que Navega Sobre Mares y Sobre Tierras estaba hundiéndose lentamente. El rey Straasha recobraba así lo que le pertenecía.
—Al menos, los espíritus siguen siendo mis amigos —murmuró—. Sin embargo, temo que sus poderes declinan igual que los de Melniboné. Pues, aunque los naturales de la Isla del Dragón somos considerados demonios por las gentes de los Reinos Jóvenes, tenemos mucho en común con los espíritus del Aire, la Tierra, el Fuego y el Agua.
Los mástiles desaparecían ya bajo las olas cuando Rackhir comentó:
—Te envidio por tener esos amigos, Elric. En ellos puedes confiar siempre.
—Sí.
—Pero harías bien en no confiar en nadie más —añadió Rackhir al tiempo que miraba la espada mágica que colgaba del cinto de Elric.
Éste se echó a reír.
—No temas por mí, Rackhir, pues soy mi propio dueño… durante un año, al menos. Y también soy dueño de esta espada, ahora.
La Tormentosa pareció agitarse en su cintura y Elric asió con fuerza su empuñadura mientras daba una palmada en la espalda de Rackhir y se echaba a reír. Después sacudió su blanca cabellera, que flotó al viento, y alzó al cielo sus extraños ojos carmesí.
—Cuando regrese a Melniboné, seré un hombre nuevo.