Hacia la insurrección

Hacia la insurrección

La Junta Suprema de Unión Nacional

Gimeno había regresado a Madrid en marzo. Allí se encuentra con que José Carreras, que sería torturado y ejecutado, había caído, con parte del aparato y documentación del partido, en manos de la Brigada Político Social. Ante el vacío de dirección en el interior que provocan las detenciones, toma la decisión de quedarse para restablecer los contactos de los grupos dispersos que se habían salvado del golpe y comunica la situación a Monzón. Están de acuerdo y le anima a seguir aplicando la política marcada por la Conferencia de Grenoble y en especial las denominadas «cuatro tareas fundamentales»: Primera: férrea unidad de la clase obrera, estrechando la hermandad entre obreros y campesinos, la pequeña burguesía liberal y todas las fuerzas democráticas. Segunda: aislar completamente a Franco y la Falange de todos los españoles, arrebatándoles sus armas más dañinas: la propaganda anticomunista y el miedo al caos. Tercera: forjar en la práctica y en todos los lugares la Unión Nacional de los españoles. Cuarta: poner en marcha las medidas necesarias para dotar a las masas de organización y poder lanzar así una victoriosa lucha que derribe a Franco, la Falange e instaure un Gobierno de Unión Nacional y Salvación de España.

También le pide Monzón que, ya en Madrid, prepare una reunión a la que acudan un representante de la CNT, otro de la UGT y un republicano para comenzar a formar la Junta Suprema de Unión Nacional dentro de España. Monzón tardará aún cinco meses en dar el salto de la frontera con la ayuda de un camarada que vive en la comarca de Olot. Antes de penetrar en territorio español, lo que hace probablemente en septiembre de 1943, desde Perpignan envía un significativo documento a Trilla, Gimeno, Adela, Carmen de Pedro y Azcárate sobre la Junta Suprema. Carmen y Azcárate se sorprenden al recibirlo porque, al final, había introducido la palabra «República». Hasta entonces, en los llamamientos de la Junta Suprema, la forma de gobierno quedaba abierta, estaba a expensas de un referéndum popular que decidiera, de nuevo, entre República o Monarquía. Para Manuel Azcárate aquel cambio de última hora suponía una modificación de la política de la Unión Nacional, tal vez, se pregunta, habría escuchado alguna emisión del partido y se hubiera dado cuenta de que, oficialmente, la dirección seguía supeditando las alianzas con otras fuerzas al reconocimiento previo de la legalidad republicana. Para los enviados a Suiza, sin embargo, aquel detalle les garantizaba ser recibidos con un portazo en las narices cuando fueran a llamar a la casa de los «juanistas» en Lausana.

En Madrid, sumido ya Monzón en las catacumbas de la clandestinidad, rodeado del más agobiante ambiente fascista y temiendo ser alcanzado, en el momento menos esperado, por alguno de los zarpazos de la temible Policía franquista, centra todos sus esfuerzos en la constitución de la Junta Suprema. Se convoca, gracias a los preparativos de Manuel Gimeno, una reunión en una bodega cercana a la plaza de Antón Martín. Aunque se mantienen contactos con nacionalistas vascos y catalanes —de Esquerra Republicana—, al encuentro acuden un representante del partido apellidado Cantos, un sindicalista de la UGT —de Transportes— afiliado al PCE, un socialista que acudía a título personal, un anarquista que había sido desplazado del Comité Nacional de la CNT por sus simpatías hacia los comunistas y un republicano que aseguraba pertenecer al Consejo Nacional, entidad coordinadora de los diferentes movimientos republicanos en Madrid. La reunión es muy breve, se aprueba unánimemente el manifiesto de la Junta Suprema que, redactado por Trilla antes de pasar a España, se había difundido en Francia y Monzón es nombrado su presidente. Tras la reunión, Gimeno y Monzón, eufóricos, se atreven a darse un garbeo por la Gran Vía. «Estaba radiante», recuerda Gimeno. En esa época, ambos utilizaban un piso en la calle Isaac Peral, de la que posteriormente se trasladaría Jesús a casa de la familia de Adela Collado, compañera de Gimeno. Jesús apenas salía de aquella casa y pasaban muchas horas juntos, hablando del partido, leyendo… Jesús estaba muy interesado en las ideas regeneracionistas de Joaquín Costa, en su pasión por acabar con las trabas políticas, económicas e institucionales que frenaban el desarrollo social de España. Entonces acababa de aparecer la revista La Codorniz, cuya incisiva ironía y lenguaje absurdo suponía una bocanada de aire fresco entre una prensa monocolor azul falangista. Se destornillaban de risa cuando leían una de las peculiares frases que definían su surrealismo librepensador: «La Codorniz, una revista para pasar el rato y para pasar eso…» Y «eso», seguido de puntos suspensivos, podía ser lo que cada cual quisiera[33].

Para poner en práctica la política de la Unión Nacional, junto a Monzón hay un equipo de confianza, en el que, además de Gabriel León Trilla, Pere Canals, Apolinar Poveda, Arriolabengoa y Cantos, destacan Esperanza Serrano, Pilar Soler, Enrique Alegre Igarza, Narciso González Rafael, Manuel Rodríguez Castro y González Castellanos. Del partido en Bilbao se encargaba Antonio Suárez, en Barcelona Ángel López, al frente de Galicia, Juan Pino y en Valencia, Gregorio Várela. Trilla había intentado infructuosamente unirse a Monzón inmediatamente después que él, pero terminó perdiéndose por los Pirineos catalanes y, desmoralizado, se vio obligado a regresar al punto de partida. En medio de lágrimas, juraba que no volvería a intentar pasar por ese sitio. Es ya octubre cuando lo consigue en un segundo y definitivo asalto. Deja el partido en manos de Adela y Gimeno, que había regresado a Francia, siguiendo indicaciones de Monzón, por considerar que ya estaba «quemado» ante la policía. Siguió el mismo camino utilizado al quedar «milagrosamente» libre en el campo de concentración de Albatera; fue a su ciudad, Valencia, y de aquí a Barcelona, desde donde pasó los Pirineos para, en ausencia ya de Trilla, Azcárate y Carmen de Pedro, ponerse al frente del partido con la colaboración de su compañera, Adela Collado Anita. Apolinar Poveda Merino es uno de los cuadros más activos de esa época. Poveda, natural de Consuegra (Toledo), tenía entonces 32 años y regentaba la bodega situada en el número 6 de la calle Calvario; había penetrado en España también en septiembre por el Pirineo gerundense, concretamente por la comarca de Perelada, entre Figueras y Port Bou. Gimeno, antes de regresar a Francia, le pasó el contacto con Monzón durante una cita que establecieron los tres en la calle Ferraz.

A partir de la reunión en la bodega de Lavapiés se decide extender la constitución de la Unión Nacional y la creación de juntas provinciales a todas las zonas donde tenía presencia el partido. En estos momentos, la militancia estaba focalizada en Madrid, Cataluña, Andalucía y País Vasco, aunque también se tenían relaciones estables con grupos de Valencia y Asturias. Concretamente, en Valencia llega a constituirse un grupo de apoyo a la Junta Suprema.

A primeros de octubre, Monzón obtiene el primer acuerdo práctico importante que demostraba la viabilidad de la Unión. Nacional. Se entrevista, en su casa de Sevilla, con Manuel Jiménez Fernández, catedrático de la Universidad de la capital andaluza y exministro de Agricultura en el Gobierno de la CEDA anterior al triunfo del Frente Popular. Jiménez estaba al frente de una tendencia socialcristiana integrada en el Partido Popular Católico, nombre que había asumido la antigua CEDA. También estaba relacionado este profesor universitario con una incipiente organización de campesinos denominada Sindicatos Católicos Agrarios. Fruto de este contacto es la declaración de «un grupo de destacadas personalidades del movimiento político católico y la Junta Suprema de Unión Nacional». El documento, fechado el 16 de noviembre de 1943, pasa por ser la máxima concreción dentro de territorio español de la política impulsada por Monzón. En el comunicado se reiteran los llamamientos a otras fuerzas conservadoras, como los carlistas, para luchar contra el régimen, califican al Gobierno de Franco como un «satélite de Hitler», consideran que la inmensa mayoría del pueblo no está con la Falange, propugnan unas elecciones constituyentes que elaboren una nueva Constitución y la formación de un Gobierno de Unión Nacional en base a la Junta Suprema[34]. Los miembros de la Junta Suprema apuntan más alto; buscan el compromiso del propio Gil Robles, fundador de la CEDA y distanciado ahora de Franco. Un emisario viaja legalmente a Lisboa para presentarle la propuesta y vuelve asegurando que Gil Robles autoriza a su partido colaborar «de momento» con la Junta Suprema en espera de que se den las condiciones para ingresar en ella e incluso presidirla.

De acuerdo con declaraciones que se hacen a la Policía durante estos años, la Junta Suprema habría mantenido igualmente contactos con requetés navarros y aragoneses. El propio Monzón acudió, estando en Madrid, a casa de un antiguo amigo carlista para que le diera cobijo, aunque recibió como respuesta una negativa con la excusa de que no tenía sitio suficiente. Vázquez Montalbán menciona, por su parte, en la obra «Pasionaria y los siete enanitos» una negociación con el banquero Juan March, uno de los principales financiadores de la sublevación franquista. «En sus contactos con March, Monzón utiliza su segundo apellido, Repáraz, y es tanta la confianza que despierta en el banquero que este le ofrece un cheque en blanco para que empiece a organizar la conspiración contra Franco, cheque que Monzón no acepta por cuestiones de seguridad.»[35] Juan March y Monzón tenían un punto en común, el banquero mallorquín, como muchas personalidades que habían apoyado el «Alzamiento», era totalmente contrario a la hegemonía de la Falange filonazi y radicalmente opuesto a que España entrara en la II Guerra Mundial en favor de las Potencias del Eje. En esos momentos, Juan March, estaba incluso comprometido como intermediario entre Gran Bretaña y un grupo de generales aliadófilos encabezados por los juanistas Kindelán y Aranda y los carlistas Solchaga, Varela y Orgaz[36].

Sito aprovechará su estancia en la capital española para hacer una corta visita a su hermano. Menchu Monzón Indave, hija de Carmelo y sobrina de Jesús, lo recordaba como un fugaz pasaje en su vida. Su padre había conseguido salvarse de las dos penas de muerte que habían dictado contra él porque un familiar requeté había hecho intervenir al general Iruretagoyena, a quien conocían de Pamplona. Este militar, que estaba destinado en Valencia, había reclamado a Carmelo y las penas de muerte se habían quedado en 30 años de prisión. Después redujeron la condena a 20 años y un día; más tarde le quitaron el día y, finalmente, pudo salir en libertad. Carmelo, que ya había realizado obras de ingeniería importantes antes de la Guerra Civil, consigue trabajar para algunos constructores, aunque, debido a sus antecedentes, sin firmar los proyectos técnicos. Esta es la razón por la que, pese a haber calculado las estructuras para levantar los dos edificios más emblemáticos del Madrid de la posguerra —la Torre de Madrid y el Edificio España—, los laureles para el ingeniero que los hizo posibles quedaran desiertos. Incluso, en algún caso, se quedó hasta sin los honorarios; si el constructor que le encargaba un trabajo no le quería pagar, podía hacerlo con toda tranquilidad; Carmelo, que no existía legalmente como ingeniero y como rojo expresidiario tampoco estaba en condiciones de protestar, nunca podría reclamar nada[37].

En Madrid y durante el mes de octubre Poveda asiste a una reunión en casa de Manuel González Castellanos. Allí se prepara una «acción de masas». Van a convocar una manifestación el 7 de noviembre para rendir un callado homenaje a los héroes que en esa misma fecha defendieron Madrid del asedio de las fuerzas de Franco. En la reunión se acuerda llevar a cabo una intensa campaña de propaganda, para lo que se editan 20 000 octavillas encabezadas con la siguiente consigna: «7-11-36 VIVA MADRID». Poveda recibe el original de manos de Monzón y se lo entrega a Manuel González quien se encarga de imprimirla con una pequeña multicopista.

La manifestación como tal no existe pero, en una reunión clandestina que celebran Poveda, González y Enrique Alegre el mismo día 7 por la noche en la Plaza de Oriente, consideran que varias decenas de miles de personas se habían acercado con este motivo a la zona comprendida entre la Ciudad Universitaria, Moncloa y la calle Princesa[38]. Monzón, calificando de éxito la jomada, publica un comunicado que hace llegar a varias embajadas europeas de Madrid con el ruego de que faciliten la noticia a la prensa y radio de sus países. Tal y como informa Poveda, «ante el éxito de esta movilización de masas», se convocan nuevas concentraciones ante las embajadas inglesa y norteamericana con motivo del aniversario, el 11 de noviembre, de la derrota alemana a manos de los aliados en 1918. La iniciativa, como la anterior, no tiene la menor respuesta, pero en este caso no se pueden contabilizar las personas que están paseando por delante de las legaciones diplomáticas.

Debido a unas detenciones habidas en Málaga, cae en manos de la policía Isabel Canal, en cuya casa del número 31 de la calle General Zabala vivía Poveda, que se ve obligado a salir de Madrid. Monzón le pide que intente reconstruir el partido en Bilbao. La impresión que saca Poveda de sus encuentros con Monzón no puede ser más positiva; para él es una persona de una «capacidad extraordinaria, exageradamente hábil y con un preparación política casi insuperable». De acuerdo con las declaraciones que hace a la Policía al ser detenido, todos los documentos y manifiestos que se publican en esta época están elaborados e inspirados por Monzón; vestía pulcramente, con elegancia, se hacía pasar por médico, a veces utilizaba sombrero e iba acompañado de una mujer «con la que, al parecer, mantiene relaciones íntimas». Tiene unos treinta años, ojos azules, es guapa y viste también de forma elegante. Se trata de Pilar Soler, con quien, a fuerza de simular ser un matrimonio, termina emparejado. Pilar era hija de Félix Azzati, conocida figura republicana de Valencia, había ingresado en las Juventudes Socialistas Unificadas durante la guerra; estuvo en el frente, se comprometió con la lucha de la liberación de la mujer e ingresó en la cárcel hasta 1944, fecha en que obtiene la libertad para, de forma inmediata, ponerse a disposición del partido. El encargo que recibe es el de colaborar con Monzón y hacerse pasar por su mujer. Pilar Soler describe a Monzón como un hombre «muy valiente y muy inteligente», tienen mucho tiempo para hablar de política y recuerda cómo discutían mucho las orientaciones que llegaban de México y Francia, y cómo «su visión política no era la misma que la de ellos»[39].

Jesús convence a dos comunistas que se habían fugado de Carabanchel, —Jesús Bayón y Ramón Guerreiro— para que se queden en la clandestinidad y formen un eje guerrillero entre Extremadura y Toledo; de esta época es el inicio de la lucha armada en Sierra Morena bajo la responsabilidad de Calixto Pérez Doñoro, Dionisio Tellado y Cecilio Martín, que se había fugado de la cárcel de Alcalá; mientras, en Valencia actúan las guerrillas de Demetrio Rodríguez, Centenera, que tendrá problemas con Monzón por su orientación autonomista y será apartado del partido; envía a Casto García Roza a Asturias para crear el maquis y a Poveda al País Vasco[40].

En su misión en el País Vasco, Poveda no encuentra más que obstáculos, semejantes a los planteados por Centenera en el Levante. La caída en masa provocada por las detenciones de Aguirre, Lobo, Quiñones y el «grupo de Lisboa» había dejado al Partido Comunista de Euzkadi en los huesos. Los contactos que logra con los hermanos Ormazábal, a uno de los cuales —Pascual— conocía por haber estado juntos en el mismo chantier, le permiten enterarse de que el PC-Euzkadi estaba en proceso de reorganización. Cuando, a través de un tío de Pascual Ormazábal, logra conectar con los restos del partido, descubre que el PC de Euzkadi se había independizado del resto del Estado como consecuencia de la disolución de la Internacional Comunista. Puesto al habla con Luis, que tenía el cargo de secretario general, y con Maleta, un mecánico electricista que ostentaba el de secretario de organización, le comunican que la disolución de la Internacional Comunista implicaba aceptar el carácter nacional de sus diferentes partidos integrantes; en la práctica, eso quería decir que cada partido nacional tenía autonomía organizativa y de funcionamiento y el PC-Euzkadi era un partido nacional vasco. Consecuencia: no tenían por qué dar cuenta de sus actividades a ningún otro partido, ni siquiera al PCE. Sí aceptaban, sin embargo, estar coordinados siempre que ello no supusiera dependencia política.

En estos momentos, Poveda calcula que el PC-Euzkadi tenía, aproximadamente, 150 miembros, distribuidos sobre todo por la zona industrial de la Ría y Baracaldo, aunque había un grupo en Alava y mantenían contactos con militantes de Burgos. Poveda se reúne en varias ocasiones con la dirección del PC-Euzkadi para que acepten una relación orgánica con la Delegación del Comité Central en España y abandonen la «postura separatista» que habían adoptado, pero no consigue nada, ni siquiera cuando se suman a los debates el Argentino, enviado por Monzón tras haber llegado de América con indicaciones de ponerse al frente de la organización vasca, y Casto García Roza, que también era de los enviados por Carrillo desde Buenos Aires.

Tampoco logra sabrosos frutos Poveda en su misión sevillana, a donde es remitido en julio por la dirección de Madrid para establecer una conexión con los grupos guerrilleros que ya estaban actuando en Andalucía y destituir de sus cargos de responsabilidad a algunos cuadros que no gozaban de la confianza de Monzón. A la sombra de la Giralda se encuentra con Cabello, que utilizaba el nombre de guerra de Germán, y más tarde con Mario, que era el responsable del partido en Sevilla, otro joven de 27 años alto, delgado y fuerte al que se conoce como «el de la Rinconada», y con Octavio, que tenía 34 años y era cantero de profesión. Al igual que en el País Vasco, Poveda se encuentra con que hay reticencias a las consignas de Monzón, que no se comprende la trascendencia de la Unión Nacional, una de cuyas plasmaciones más valiosas estaba allí, en la persona del profesor Manuel Jiménez.

Desalentado por una inactividad que ya dura casi dos meses, Poveda comienza a preguntarse por qué no desviarse de aquel camino de espinas, a lo largo de cual, en cada esquina, te puede estar esperando el martirio, la cárcel o el imprevisible rostro de la muerte. La clandestinidad no es la panacea, tal vez se pueda hacer algo adaptándose a la vida que llevan los demás. El tiene un amigo, se llama Polo y trabaja en el diario Sevilla; entre los dos acarician el proyecto de formar una agencia de publicidad. Cuando Poveda comunica sus aspiraciones a Monzón, le ordena regresar de inmediato a Madrid. Poveda se reúne con Jesús Monzón y Pilar Soler: su salida a la luz supondría una gran peligro para todos los militantes que conoce; por lo tanto, debe regresar a Francia vía Barcelona, donde los camaradas catalanes le ayudarán a pasar la frontera de nuevo. Es Agustín Zoroa, que estaba en España desde el mes de junio, también enviado por Carrillo, quien le pone en contacto en la plaza de Cataluña con la persona que le suministrará la documentación y que le presentará a su compañero de viaje. Ambos salen en tren hacia Puigcerdá, pero nunca podrán llegar a la línea de la salvación. Solamente a 30 kilómetros de la frontera, la Policía les sale al encuentro; estaban a punto de llegar a Sant Quirce.

En este año clave para la política de Unión Nacional del PCE, Monzón envía a la dirección varios informes[41], en uno de los cuales, con fecha de diciembre, hace un repaso sobre el desarrollo del PCE, que, según sus cálculos, está integrado ya por 7000 militantes. La principal organización es la de Madrid, que aglutina a 2000 miembros. Madrid está dividido en cuatro sectores —norte, sur, este y oeste— y existen células en las empresas de Autobuses, Marconi, Telefunken, Casa Jareño, Sefa, Beka, DEV, FPO, Parque de Automóviles de los Ministerios, Casa Froquer, Parque Central de Autocares, Standar y Comercial Hierro. El Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), que funciona de forma independiente, está organizado en las cuatro provincias catalanas y sus respectivas capitales. Zonas destacadas con núcleos activos son el Bajo Llobregat, Prat del Llobregat, Hospitalet, Mataró, Tarrasa, Granollers, Sabadell, Manresa, Gavá, Sant Boi, Sant Feliu, Vilanova i la Geltrú, Vendrell, Reus y Tortosa. En el País Vasco, además de un comité provincial en Vizcaya, hay militantes en Eibar, Beasain, Zarauz, Vergara, Ondárroa y Alsasua. El PCE en Andalucía tiene capacidad de actuar en Morón, Huelva, Isla Cristina, Ayamonte, Maznamer, Manzanilla, Sevilla, Palma de Condado y Cádiz. En Aragón: Huesca, Tardiente, Fraga, Sariñena, Tamarit y Benabarre. Asturias: Oviedo, Gijón, Mieres, Sama, Infiesto, Figaredo, Laviana, Morena, Soto y Avilés. En Ciudad Real se calcula que hay 500 activistas distribuidos por la capital, Alcázar, Puertollano, Porcina, Piedrabuena y Alcolea. Galicia: además de las cuatro capitales, hay células en las cuencas mineras, sobre todo en las minas de estaño y wolframio, en las empresas de Cerámica y Tranvías de Vigo y en las localidades de Marín, Grone, Villagarcía, Estrada, Eldabeneira, Monforte, Sarria, Chantada, Ordones, Pueblo, Mollón, Vilancha, Santiago; en esta última ciudad, donde está ubicada una prestigiosa universidad, hay comunistas entre estudiantes, profesores y militares. Además, el PCE también está presente en Toledo, Guadalajara, León y Santander.

Más adelante, en otro informe —octubre de 1944—, se notifica al Buró Político, que ya tiene desplazados peones en la Francia liberada de los nazis, que se está ampliando la Delegación del Comité Central en el interior y reforzando las comisiones de trabajo con nuevos camaradas llegados de Francia. También se está en plena campaña de limpieza interna para pulverizar los residuos de la etapa quiñonista, limpiar «toda la mierda anterior» y mejorar las medidas de seguridad. Los militantes conocidos o «quemados» ante la Policía están siendo trasladados a provincias o integrados en los focos guerrilleros. De su lectura se desprende que están al tanto de la guerra de palacio que ha estallado dentro del Buró Político para sustituir a José Díaz. Monzón comunica que las decisiones en «el caso de Hernández», con quien Jesús había tenido siempre una buena relación, se habían discutido y acatado «por todos los (comités) regionales». «Ni uno solo de ellos —señala el informe— ha dejado de manifestar su estima y adhesión inquebrantable a Dolores, al Buró Político y al Comité Central».

Respecto a la lucha de masas que debe desarrollar el partido, Monzón también se anticipa en más de diez años a la estrategia iniciada por el PCE en el segundo lustro de los cincuenta para aprovechar los sindicatos creados por el propio régimen franquista.

Por primera vez, se propone abiertamente en el PCE la táctica del intrusismo dentro de los Sindicatos Verticales para, de forma paralela a la lucha clandestina, poder actuar legalmente. «El trabajo del partido —se argumenta— solamente debe revestir formas clandestinas y conspirativas dentro del Ejército». También está relacionada con esta estrategia de aislar a Franco y a la Falange, disputándole espacios de poder dentro de sus propias estructuras, la táctica propuesta para ganar voluntades, incluso, en el seno de las fuerzas armadas: «A los soldados y oficiales hay que rodearles del cariño de la población donde se encuentran, […] todos los habitantes deben sentir la necesidad de tener un amigo o un soldado u oficial con el que alternar en las horas de paseos. Los soldados y oficiales deben recibir mucha correspondencia de sus parientes y amigos; a través de estas formas amplias y sencillas, debe fortalecerse el espíritu patriótico de los soldados». Igualmente se deben preparar las condiciones para impedir que «sean llevados a la matanza de la guerra hitleriana» y asegurar su «participación activa en la derrota de Franco». Tras la liquidación del «monzonismo» el PCE tardaría más de diez años en hablar de nuevo con este lenguaje, que, por cierto, le permitió en la década de los sesenta su despegue como potencia sindical.

Entre las informaciones que Monzón pasa desde el interior a Francia, hace referencias concretas a las acciones de la guerrilla, sabotajes en las comunicaciones, huelgas, al incendio de un periódico falangista en Sevilla, el plante de soldados en un cuartel de Málaga porque temían ser enviados a combatir con los nazis, atentados contra fascistas italianos, nazis alemanes y falangistas españoles, manifestaciones en pueblos para impedir que se lleven el trigo para los alemanes —se pone el ejemplo de un pueblo de la Ribera navarra en el que carlistas e izquierdistas unen sus fuerzas—, protestas de mujeres contra el hambre, asaltos a depósitos de víveres, patronos que protegen a obreros perseguidos políticamente, empresarios de Barcelona y Bilbao que reducen su producción para que no se la lleve Hitler, colocación de carteles contra la guerra fascista en las paredes, lanzamiento de octavillas, etc. También aparecen versiones locales de Reconquista de España —que comienza a imprimirse en octubre de 1944 en el interior— y se editan los periódicos Liberación Nacional y Por la Libertad en Madrid, Verdad en Valencia y Treball en Cataluña.

Partido y Unión Nacional caminan juntos con un horizonte esperanzador y amplias posibilidades de irrumpir nuevamente con fuerza en la realidad nacional, sin desestimar el respaldo con el que se pueda contar en el exterior. Tal y como diagnostica en el amplio informe de octubre de 1944, el régimen es incapaz de ampliar su base social en esta coyuntura internacional, aunque descarta con claridad meridiana que vaya a ser derribado por una acción exterior. Todo depende de la lucha que se lleve dentro de España, lucha que, por otra parte, está creciendo de forma objetiva. Pese a reconocer las limitaciones organizativas de la Junta Suprema de Unión Nacional, recalca que tiene un prestigio extraordinariamente superior a su realidad orgánica. Tampoco le cabe duda alguna de que este prestigio se está extendiendo entre la población y dirigentes políticos de otras tendencias «por muy anticomunistas que sean». «Lo cierto —subraya— es que no estamos en condiciones de calibrar en toda su magnitud la extensión y profundidad de esa adhesión y prestigio».

A continuación se refiere a algunos de los logros en estas adhesiones. Por ejemplo, se ha hablado con un dirigente de la comisión ejecutiva del PSOE; también está de acuerdo en sumarse a la UN el denominado «comité de los cuatro», que coordina a UGT y CNT, aunque hay que esperar a las ratificaciones de sus respectivas direcciones; igualmente hay contactos con un dirigente republicano, dispuesto a integrarse a título personal, un miembro de la Masonería, médico y ex Jefe de Sanidad Militar, además de las ya mencionadas participaciones del Partido Popular Católico y de los sindicatos Católicos Agrarios, con lo que se espera «neutralizar» a buena parte del sector monárquico juanista del régimen. De los contactos con estos últimos se desprende que ellos desearían, en caso de triunfo de una insurrección a favor de la Junta Suprema, que la Monarquía, como institución, tuviera un estatuto legal dentro del nuevo sistema político que se implantara en España.

El paso de los judíos

Azcárate y Carmen gozaban ya en Suiza de una situación estable, solventados los problemas legales del comienzo, y tenían también una amplia red de relaciones con comunistas franceses, suizos, italianos, yugoslavos y simpatizantes de la resistencia de otras nacionalidades. Carmen de Pedro, enfrentada con la mujer que la acogía en su casa, se había ido a vivir con Vitorio, un comunista italiano que estaba perdidamente enamorado de ella. Paralelamente, desde Suiza, Carmen de Pedro y Azcárate se encargan de difundir internacionalmente lo que ocurre en España al mismo tiempo que no cejan en sus labores financieras. A través de Gimeno les llegan las indicaciones del propio Monzón y los documentos y comunicados que difunde, como el mencionado llamamiento de la Junta Suprema de Unión Nacional. En una de sus operaciones para recaudar fondos con los que costear la lucha antifranquista, se topan con una organización dedicada a socorrer a los judíos que huyen del genocidio nazi. Está asentada en Suiza y dirigida por una persona apellidada Bloth; esta entidad colabora con otra norteamericana dependiente del presidente Roosevelt, cuyo objetivo específico es socorrer a las víctimas del nazismo. Al frente de esta última estaba un tal McClean e, igual que la Unitarian de Field, la Cruz Roja y los cuáqueros, tenía sus oficinas en el hotel Wilson.

De las conversaciones con Bloth y el doctor Neil, personalidad con gran ascendencia en la comunidad judía internacional, surgió el acuerdo económico para pasar judíos en peligro de Francia a España por los Pirineos aprovechando el aparato logístico de los maquis españoles. Según este acuerdo, la Junta Suprema de Unión Nacional debía decretar también, cuando llegara al poder, que los judíos españoles no sufrieran discriminación alguna y contaran con los mismos derechos que el resto de la población.

Con este pacto, el maquis español recibía una cantidad de dinero acordada previamente por cada judío, de la que se adelantaba una parte. Así, además, la organización norteamericana de McClean, que oficialmente no podía ayudar al maquis, podría entregarles dinero procedente de las arcas del Gobierno de los Estados Unidos porque estaban ayudando a salvar víctimas del nazismo. Gimeno sería el enlace del maquis en Francia, mientras que, por parte de los judíos, uno de nacionalidad francesa mantenía la conexión entre la oficina de los cuáqueros de Toulouse y las organizaciones de Suiza; a través de ellos, las personas a pasar a España llegarían a manos de los dispositivos que el partido tenía en los Pirineos para este trabajo. Concretamente los maquis encargados de los judíos, de forma exclusiva, eran los que estaban al mando de Zamuzo. A McClean, durante las negociaciones, se le ofreció que fuera él mismo a comprobar los dispositivos existentes y a los judíos, que desconfiaban porque creían que al maquis solamente le interesaba el dinero, les pusieron como garantía el apellido Azcárate, una de las familias de diplomáticos de más prestigio durante la República y en el Gobierno del exilio. Según cuentan Azcárate y Carmen de Pedro, se llegaron a realizar varios de estos encargos, algo que desmiente de forma categórica Manuel Gimeno, que era quien realmente controlaba los pasos fronterizos; si se llegó a concretar esos acuerdos se habrían realizado al margen de la red montada por el partido. La operación del paso de los judíos fue, en todo caso, interrumpida porque los representantes hebreos no cumplieron lo prometido y porque en los Pirineos ya se estaba poniendo en marcha la operación «Reconquista de España»: la invasión.

A comienzos de 1944, Carmen de Pedro había recibido varias comunicaciones de su compañero sentimental, Monzón. Le cuenta que ha ido a ver a su familia, en la parroquia del cura carlista de Madrid. Al principio intentó no encontrase con el sacerdote porque le reconocería, pero no pudo evitarlo. También había ofrecido a su hermano y a su mujer que se fueran a vivir con él. Él pagaría la casa, aliviaría la situación económica de su hermano, que no trabajaba, y a él el matrimonio le serviría de tapadera. Después le contaría que su hermano no hacía más que aprovecharse de la situación, sobre todo después de conocer que se enviaba dinero desde Suiza, ya que habían puesto la dirección de la madre de Carmen como destinataria del dinero enviado a través del comerciante barcelonés. En una ocasión le pidió quinientas pesetas, en otra tuvo que darle aún más y, al enterarse de que había llegado una nueva remesa, le volvió a sablear.

Monzón reclama a los dos que se unan a la lucha en España y Carmen y Manolo empiezan a buscar el camino para salir. Sorprendentemente, resulta ahora más difícil abandonar Suiza que haber entrado en el país neutral. La siguiente carta que llega desde las catacumbas de la lucha contra el franquismo evidencia un estado de ánimo desesperado; es poco menos que una sucesión de insultos; a Carmen le echa en cara que no quiere ir con él, que los dos se están «pegando la vida padre» mientras él se encuentra solo y le dice que no puede vivir sin ella, que no lo aguanta, que se da de cabezazos contra la pared. Carmen pide indicaciones a Mije, del Buró Político, con quien ya tenían una conexión regular. Mije recomienda a Azcárate que se quede en Suiza haciendo el trabajo y a Carmen que se una a Monzón. Monzón apremia. Ahora, conociendo la respuesta de Mije, acusa a Carmen de estar «desobedeciendo al partido» y de estar viviendo «como una pequeñoburguesa». «Si sigues así, te vas a convertir en una verdadera mierda», le dice.

Heridos en su amor propio, se ponen a buscar frenéticamente una vía para atravesar los Alpes. Llegan a hablar con medio centenar de personas e, incluso, estudian la posibilidad de alcanzar España o Francia entrando primero en Italia utilizando los conductos de sus amigos italianos Renzo y Gallo; y si era necesario, estaban dispuestos a pasar primero a Italia, de Italia a África y de África a España. Pero la carta definitiva es la última, una en la que le cuenta descarnadamente que la ha dejado, que está viviendo con la mujer que los dos habían elegido para que trabajara con él —Pilar Soler—: se habían enamorado y vivían juntos. El golpe para Carmen es demoledor; se pasa toda la noche llorando, pensando que lo había intuido, que había llegado a soñarlo. Vitorio, que ya está viviendo con ella, le pregunta qué le pasa, mientras Azcárate, escudándose en las delicadas circunstancias de su misión política, le pide un esfuerzo supremo para sobreponerse, para superar el golpe personal y para que siga viendo en Monzón al dirigente político al que se debe respetar. Lo peor para Carmen es que la carta la ha recibido estando ella enferma y, sabiendo que se encontraba mal; no hay ni una sola palabra de atención o consuelo.

Finalmente es Azcárate el que encuentra el camino para salir de la ratonera alpina. Había conectado con una red de paso peligrosa en extremo gracias a Nicole, una de las personas que colaboraban con ellos en Ginebra. Se trataba de acercarse a una casa situada cerca de la frontera. Allí entraban en contacto con un comerciante de Vevey, que se dedicaba a suministrar comida al maquis francés. No tarda en aparecer un grupo guerrillero al mando de un tal Nicolás que se hacía pasar por soviético. En la expedición, con Azcárate, también hacen la travesía tres polacos, uno de ellos oficial del Ejército, un aviador inglés y dos estudiantes franceses que no saben «ni andar». «La única que sabía dirigir aquel grupo era una chica de un pueblo de la montaña que conocía bien el terreno», cuenta Azcárate.

El maquis con el que habían topado resultó estar compuesto por troskistas y se llamaba «La Brigada Roja». Manuel asistió a una de sus reuniones y, en su opinión, el ambiente era más anarquista «que el 18 de julio en Barcelona». Pronto logró conectar con miembros del PCF, con los que estuvo comiendo y planeando la «liquidación» de «La Brigada Roja» porque habían estado inculcando el odio entre los campesinos. En estos primeros días de agosto de 1944, la Resistencia llama a la insurrección general en toda Francia; los nazis se baten en retirada por todos los lados y lo que era un camino jalonado de insalvables obstáculos se convierte en una ruta expedita. De este lugar, Azcárate pasa a Tonn y de aquí a Annemasse, a donde llegan casi al mismo tiempo los camaradas de apoyo enviados por Gimeno. Entre todos esperan la llegada de Carmen de Pedro, que ya está en camino, y sin demora emprenden viaje en dirección a Toulouse, epicentro del movimiento guerrillero español.

Una oportunidad única, irrepetible

A comienzos de 1944 comienza a vislumbrarse el fin de la Guerra Mundial y, por lo tanto, los regímenes fascistas tienen sus días contados; Franco y la Falange, también. Esta es al menos la impresión de Monzón, que ve en la victoria de las naciones democráticas sobre los sistemas totalitarios una oportunidad única, irrepetible, para derribar a la dictadura franquista. Ahora, más que nunca, había que poner toda la carne en el asador, había que crear los comités de Unión Nacional por toda la geografía española, impulsar las acciones guerrilleras y los sabotajes, realizar llamamientos a las fuerzas conservadoras descontentas con Franco y multiplicar todo tipo de acciones de agitación, protesta y propaganda de masas. No era precisamente el momento de dar al régimen el más mínimo respiro o de perder el tiempo con las rencillas internas del Gobierno republicano en el exilio; siguiendo su consigna preferida en esos momentos, toda España debía «arder a los pies de Franco y la Falange».

La Delegación del Comité Central tenía en sus manos nada menos que 10 000 aguerridos combatientes encuadrados en la Resistencia Francesa, pero con el alto grado de independencia organizativa y autonomía en la acción que Monzón y los suyos habían sabido defender frente al PCF. Y aquel maquis español estaba armado no solamente con una gran capacidad de combate sino también con el espíritu surgido en Burdeos: «Hacia España», nadie lo había olvidado. La Guerra de España solamente había tenido un corto paréntesis al que había que poner ya fin. La Delegación del Comité Central, la Junta Suprema y el Comité de la Unión Nacional comienzan a preparar la participación de las agrupaciones de guerrilleros en la insurrección popular que seguramente estallará contra Franco cuando toda Europa se sacuda de encima el yugo formado por Hitler y Musolini.

De forma preventiva, el grupo dirigido por Gimeno en Francia, en coordinación con Monzón y Trilla, ya había pedido a los jefes de las unidades guerrilleras españolas que, participando en bloque junto a los franceses en la sublevación, circunscribieran su actividad a los departamentos del Mediodía, más cercanos a España; una vez se consolidara el alzamiento francés, debían, sin embargo, replegarse de inmediato hacia la región pirenaica, dispuestos para cualquier emergencia; se seguía, así, la línea marcada en febrero por el informe que Gabriel León Trilla había pasado desde España a Gimeno con el título «Hacia la insurrección nacional». Es un secreto a voces que la Unión Nacional prepara la invasión de España.

Y el día llega; todos los departamentos de Francia se levantan contra la ocupación nazi y los colaboracionistas de Vichy. Queda entonces en evidencia la fuerza real que tenía lo que, ante todo el mundo, se mostraba como un auténtico Ejército; era el XIV Cuerpo de Ejército de Guerrilleros Españoles, formado a partir de los chantiers y del reorganizado Partido Comunista de Jesús Monzón Repáraz, Carmen de Pedro, Manuel Azcárate, Trilla, Gimeno y por quienes confiaron en ellos. Aquellas fuerzas eran la prolongación de las guerrillas tardíamente organizadas durante la Guerra Civil y que nunca pudieron demostrar las posibilidades que esta táctica bélica habría tenido para defender la II República. En total, este cuerpo de ejército estaba compuesto por siete agrupaciones interdepartamentales, denominadas pomposamente «divisiones», que, a su vez, integraban a 28 «brigadas» correspondientes cada una de ellas a un departamento. Las regiones en las que habían actuado, según la lista facilitada por Daniel Arasa, son: Alto Garona, Tarn y Garona, Bajos Pirineos, Altos Pirineos, Ariège, Gers, Lozere, Ardeche, Gard, Pirineos Orientales, Aude, Tarn, Aveyron, Herault, Ain y Alto Jura, Alto Saboya, Saboya, Isère, Dordogne, Lot, Correze, Bajos Alpes, Var, Bocas de Ródano, Drome, Loira y Alto Loira, Allier y Puy de Dome[42]. (Ver gráfico de página 81).

Aprovechando el caos, Santiago Carrillo, que había conseguido pasar de África a Francia, y el grupo de Carmen de Pedro y Azcárate se dirigen hacia Toulouse, aunque por caminos e intenciones bien distintas. Sus opiniones son suficientemente gráficas. Azcárate atraviesa el valle del Ródano, pasa por Valence y Aviñón… por todos los lugares se encuentra con locales de la Unión Nacional y de la Agrupación de Guerrilleros Españoles: «Había desplegado en todos los órdenes una actividad desbordante. En la región de Gascuña, los guerrilleros, en cuanto liberadores, eran la única autoridad efectiva. Entramos en Toulouse con una satisfacción interior indescriptible: nunca hubiese podido imaginar que los españoles, y concretamente los que han sido preparados y organizados por nosotros, el PCE, iban a ser la fuerza decisiva en la liberación de una parte considerable de Francia»[43].

Carrillo, en su camino a Toulouse, también está sorprendido, aunque él bien poco ha contribuido a aquella obra: «Lo que era también cierto es que a partir del Loira, en todas las poblaciones hasta llegar a Toulouse, había comandancias de la Agrupación de Guerrilleros Españoles. Fue el primer detalle que tuve de lo importante que había sido la participación española en la resistencia francesa». Cuenta Carrillo que los españoles comentaban que Francia había quedado dividida en dos: «Hasta el río Loira, quienes ejercían la autoridad militar eran los norteamericanos; del río Loira hasta los Pirineos quienes mandaban eran los españoles»[44].

Elisa Ricol, más conocida como Lise London, esposa de Artur London —dirigente comunista checo víctima del estalinismo como muchos otros miembros de las Brigadas Internacionales—, tampoco tiene dudas de la importancia del papel jugado por la guerrilla española. Y Lise London es una voz más que autorizada, una emblemática figura que representa la heroicidad de las mujeres francesas contra la barbarie hitleriana. En su desgarrador relato Memria de la resistencia, así lo reconoce. Los principales éxitos los consiguieron en la región de Toulouse, ella calcula que hicieron unos cuatro mil prisioneros, 1600 de ellos en la zona de Ariège, y que ciudades como la propia Toulouse, Burdeos, Nantes, Rennes, Saint-Etienne, Lyon, Grenoble y Marsella cayeron en manos de la Resistencia gracias a los combatientes liderados por Monzón[45]. En esos momentos, Jesús no podía saber que estaba destinado a ser la versión española de Artur London, sobre cuyo proceso estalinista realizaría Costa Gavras la película La confesión, verdadero alegato contra todo el periodo de persecuciones puesto en marcha desde Moscú para aplastar las corrientes progresistas del movimiento comunista internacional durante los años cincuenta.

Toulouse asumió esos días el sobrenombre de República Roja Española. De todos los chantiers, carboneras, compañías de trabajo, campos de concentración y agrupaciones guerrilleras, del campo o de la ciudad, miles de refugiados españoles, imbuidos por la consigna «¡Hacia España!», llegaban por todos los medios con sus macutos cargados de pistolas y metralletas. La propia ciudad era escenario de desfiles marciales a cuyo frente no iba la bandera tricolor francesa sino la roja, gualda y morada de la II República; uniformados, tocados con boinas negras, perfectamente armados con material de los aliados o arrebatado a los alemanes en su derrota, los guerrilleros españoles son los amos de Toulouse y de buena parte del sur de Francia. El 14 de septiembre de 1944 el propio general De Gaulle presidió una solemne parada militar en esta ciudad con la participación de nada menos que 3000 combatientes españoles.

La influencia era tal que la radio de Toulouse estuvo al servicio de la Unión Nacional durante varias semanas[46]; la cúpula de la Unión Nacional se instala en el hotel Des Arcades, el más importante de la ciudad, desde donde siguiendo las indicaciones de Monzón y Trilla se empieza a estudiar qué hacer con semejante fuerza armada. Entre quienes tienen el honor de llevar públicamente los laureles por aquellos fastos están, cómo no y en primera línea, Carmen de Pedro, Manuel Azcárate, Adela Collado Anita y Manuel Gimeno; también el general Riquelme, que acaba de entrar en la Unión Nacional; el general Luis Fernández, jefe de la Agrupación de Guerrilleros; Manuel Blázquez, su comisario político; López Tovar, jefe de la División 204; Jesús Martínez, José Luís Fernández Albert y Tomás Guerrero, Camilo.

Parada del maquis español tras la liberación francesa. Vitini es el primero por la izquierda en primera fila

La presencia de los guerrilleros españoles era tan fuerte, que para muchos franceses, aun agradeciendo los servicios prestados en la lucha contra la ocupación nazi, aquella situación comienza a resultar incómoda. En este sentido, Carmen y Azcárate cuentan una anécdota suficientemente significativa. En Suiza, McClean les había dado la dirección que tenían los cuáqueros en Toulouse. Se trataba de una tal Miss Olvet, a quien se tenían que dirigir para pedirle dinero. Se presentaron ante la citada Miss Olvet, pero, en vez de darles dinero, les dio con la puerta en las narices. Dicen que «les recibió a patadas» y que calificó a la Unión Nacional como una «banda de criminales que habían sembrado el terror en Toulouse».

La polémica invasión del Valle de Arán

¡Ahora o nunca! Esta era la disyuntiva. No iba a haber momento más oportuno para intentar derribar a Franco. Su régimen estaba en evidencia ante todo el mundo. En el interior de España, algunos sectores importantes tanto del Ejército como del carlismo —su pretendiente, Javier de Borbón Parma, había sido detenido por la Gestapo por apoyar al maquis y estaba en el campo de exterminio de Dachau— y de los monárquicos partidarios de Don Juan se habían situado claramente en contra de la política filonazi de la dictadura durante la guerra. Como decía en uno de los informes Monzón, «la Falange está quedándose muy paliducha; entre ellos hablan de estar todos confesados y de pegarse un tiro cuando llegue la hora. Los monárquicos bufan fuerte; lástima que no aprovechemos mejor el tiempo».

Cuando Monzón, en nombre de la Junta Suprema de Unión Nacional, ordena a las fuerzas guerrilleras del maquis español que invadan España, no está pensando, como se ha dicho machaconamente, que el pueblo español se iba a levantar automáticamente y a la primera señal contra la dictadura. El sueño de Monzón es ocupar una parte, aunque sea mínima, del territorio español e instalar en él un Gobierno Provisional de la Junta Suprema de Unión Nacional, en el que esté representado todo el abanico político español. Cuando estuvo en prisión, en sus conversaciones con su amigo Cruz Juániz, siempre rechazó que tuviera una concepción tan simplista de la realidad española; la entrada de los guerrilleros españoles no garantizaban de ninguna forma una sublevación popular en masa; más bien, él quería aprovechar esta coyuntura sin precedentes y la potencia bélica del maquis para unir a todas las fuerzas antifranquistas en un movimiento de resistencia unitaria que fuera reconocido por los victoriosos aliados. De esta forma, con un territorio propio, un Gobierno de Unidad Nacional, un amplio movimiento de resistencia interior y un régimen debilitado de forma extrema en este contexto internacional, era algo más que una posibilidad presentar ante las democracias occidentales una alternativa moderada y flexible al franquismo. Todas estas circunstancias podrían ser la chispa que volcara a la población en apoyo de la ofensiva guerrillera, lo que, indudablemente, estaba muy lejos de la realidad a no ser de que la operación consiguiera el imprescindible apoyo de Estados Unidos, Inglaterra y Francia.

En el momento de poner en marcha la invasión, Jesús Monzón propuso ocupar Andorra y establecer allí la Junta Suprema utilizando como altavoz la radio que emitía desde este país. A través de esta emisora, que podía ser escuchada en territorio español, se divulgaría la ofensiva y se llamaría a la insurrección nacional en apoyo de los guerrilleros. En Toulouse, sin embargo, fue donde se decidió que el lugar de penetración fuera el Valle de Aran. En esta decisión, tomada por Manuel Gimeno, Manuel Azcárate y Carmen de Pedro, pesó la opinión de los mandos guerrilleros sobre todo la del «general César», Juan Blázquez, que precisamente era de uno de los pueblos del valle, Bossost, y conocía perfectamente su peculiar orografía[47]. Ni siquiera era descabellado el planteamiento militar del envite «monzonista». Como analiza detenidamente Daniel Arasa[48], el sitio elegido para instalar el Gobierno Provisional era el más adecuado que se podía encontrar. El Valle de Arán era el único en todo el Pirineo defendido por una cadena de montañas por la parte española mientras que tenía una fácil comunicación con Francia. La defensa del valle, con la retaguardia bien cubierta y el túnel de Viella todavía sin abrir, no presentaba, pues, excesivos problemas. Gregorio Ortiz, un joven militante comunista que entonces tenía 22 años y que fue detenido en 1948 cuando ejercía como fiscal, también avala la posición de Arasa. Él recuerda, cincuenta años después, que Monzón «no quería hablar de los detalles de la invasión», pero que su idea era «establecer una especie de Gobierno Provisional republicano en zona liberada que animara a los aliados a romper con Franco». Monzón, en su opinión, «confiaba en que el Valle de Arán quedara a partir de octubre incomunicado por la nieve, haciendo imposible la reacción franquista»[49].

Dejando a un lado el PCE y el PSUC, también había logrado un amplio elenco de apoyos políticos en el que había personalidades del PSOE, la CNT, Esquerra Republicana de Catalunya, republicanos independientes, UGT, nacionalistas vascos y gallegos, en cuyas organizaciones habían surgido los que se conocían como «sectores unitarios», además de figuras de considerable prestigio como los generales Riquelme y Fuentes, el sacerdote Villar, el pastor protestante Arias Castro, otro religioso llamado García Morales, Victoria Kent, el filósofo católico José Bergamín, el músico Rodolfo Halffter, el dramaturgo Alejandro Casona y otros conocidos intelectuales y escritores antifranquistas, como José María Quiroga Pla, Corpus Barga, Manuel Altolaguirre, León Felipe, Vicente Rojo, David García Bacca, Emilio Prados y Eugenio Imaz[50].

Pese a que los países aliados más importantes —EE. UU. y Gran Bretaña— ya habían optado por Franco, nunca se podrá saber cuál habría sido su reacción si el Valle de Arán hubiera sido ocupado por el Ejército de una Unión Nacional integrada por todo el abanico político español a excepción del franquismo más recalcitrante, tal y como propugnaba Monzón. El hecho es que las dos vertientes de la operación «Reconquista de España» fracasaron. Desde el punto de vista militar, los guerrilleros llegaron a ocupar una parte del valle y hasta hostigaron a la guarnición de la capital —Viella—, que se sintió cercada, pero les faltó decisión en el ataque e ingenio para, tras hacerse con el control total del valle, fortificar las cumbres con un sistema defensivo que resistiera los embites del Ejército español. La operación, que fue arropada por pequeñas «invasiones» de distracción en otras zonas de los Pirineos, duró desde el 9 de octubre hasta el 28 del mismo mes de 1944 y en ella participaron, solo en el Valle de Arán, cerca de dos mil combatientes. El maquis llegó a mantener el control de buena parte del valle diez días —del 10 al 27 de octubre— y en dos ocasiones la boca sur del túnel, entonces en construcción, estuvo en manos de los guerrilleros. (Ver el gráfico «El maquis contra Franco» en p. 127).

Políticamente, pese a la significación de los apoyos recibidos, el Gobierno Republicano en el exilio y las fuerzas que lo integraban siguieron desconfiando del PCE, partido de cuyas pretensiones hegemonistas habían salido más que escarmentados de la Guerra Civil. La coincidencia de estos hechos con la llegada de Santiago Carrillo a Toulouse justo cuando la ofensiva guerrillera estaba ante el dilema de avanzar o retroceder terminó de aclarar la situación. Carrillo ordenó la retirada inmediata de las fuerzas del valle, sin que el verdadero diseñador de toda la estrategia puesta en marcha, Monzón, fuera siquiera consultado antes de abortarla. Al salir, en ordenada retirada del valle, les esperaban las fuerzas regulares francesas que desarmaron a los combatientes que iban cruzando la frontera en lo que Manuel Gimeno calificó de una hábil maniobra de las autoridades francesas[51].

El recién llegado, en ausencia del auténtico líder del PCE, surgía como la estrella resplandeciente que había iluminado el «callejón sin salida» al que Monzón enviaba a lo más granado del maquis español. Evidentemente, Monzón no pudo responder a esta grave acusación. Un mes después, Carrillo, como lo habían hecho otros miembros del Buró Político, siguió respaldando, al menos de palabra, el trabajo realizado por la Delegación del Comité Central. «No quiero dejar de saludar también —llega a decir en un acto público— a quienes han llevado directamente la responsabilidad de la aplicación de la línea política del Partido aquí en Francia, en este periodo, con firmeza y acierto, a los miembros de la Delegación del Comité de Francia»[52].

A comienzos de 1945, coincidiendo con los nuevos planteamientos estratégicos de la dirección, Jesús Monzón, que estaba luchando en esos momentos dentro de España en las condiciones de clandestinidad más duras, se convirtió en cabeza de turco del fracaso y en el responsable de haber conducido al partido por una política aventurera. Monzón nunca se pudo defender de las acusaciones, porque, a partir de ese momento, el equipo dirigente que seguía a Carrillo desde México y Moscú —Dolores Ibarruri, Francisco Antón, Vicente Uribe, Antonio Mije, Enrique Líster, Eduardo García, Julián Grimau, Fernando Claudín…— comenzaría la larga y profunda tarea de apartar a los dirigentes «monzonistas» de sus responsabilidades y sustituirlos por cuadros fieles a los nuevos jefes. Azcárate, que se encargó de acompañar a Carrillo durante la retirada del Valle de Arán, está convencido de que «desde el principio sus intenciones fueron perversas respecto a Monzón. Quiso evitar, como fuera, el reconocimiento de los méritos indiscutibles que le correspondían por la acción que había llevado a cabo»[53]. «Lo que más le interesaba —sigue más adelante— era el ataque para liquidar la dirección de Monzón en Madrid. Lo preparó en Toulouse, con gente que hace venir de Madrid y con algunos que envía de Francia a España… el proceso que Carrillo desencadenó contra Monzón y sus colaboradores sigue un modelo bastante frecuente en el movimiento comunista: empezar con acusaciones de errores políticos y pasar luego a imputaciones de traición»[54].

Para Monzón comenzaba una pesadilla que le pisaría los talones durante el resto de su vida y que no le abandonaría, incluso, más allá de la muerte. El pomposo acto de la Unión Nacional celebrado en Toulouse en noviembre sería, al mismo tiempo, el momento culminante de la estrategia elaborada por Monzón y el declive de su estrella. De todas formas, los problemas de Monzón habían empezado con la propia presencia de Agustín Zoroa en Madrid, cinco meses antes, en junio. Zoroa, que utiliza el nombre de Vicente de la Fuente Domenchina y el apodo de Darío, había sido enviado por Carrillo con instrucciones estrictas: hacerse cargo del aparato militar y explicarle cómo interpretaba el Buró Político la lucha en el interior de España.

Una vez que se establece el contacto, mediante una camarada que acompaña a Agustín desde Sevilla a Madrid, Monzón le expone la situación del partido, avisándole que la Delegación del Comité Central no había logrado su control absoluto, ya que los sectores «doce» y «trece» se negaban a aceptar su autoridad por desconfianza hacia sus miembros. Es un nuevo intento, tras el frustrado de Roza, de sustituir al dirigente navarro en sus responsabilidades. Entre ambos acuerdan que el recién llegado dedique sus esfuerzos a poner en marcha una organización de guerrilla urbana. Tras estar un mes prácticamente inactivo, logra encontrarse con José Carreño Sanz y un tal Víctor, responsable de la pequeña estructura armada que venía funcionando desde hacía algún tiempo en la capital de España. Víctor, al mismo tiempo que se está desarrollando la invasión de Arán, es buscado por la Policía tras el atentado contra dos falangistas en la calle Almansa, por lo que tiene que poner tierra por medio y la organización guerrillera queda en manos de Agustín.

El grupo que quedó bajo control de Zoroa estaba compuesto por seis personas, utilizaba armas trasladadas a Madrid desde Barcelona por Raquel Pelayo y Conchita Colomer y el jefe del comando era Manuel Rodríguez Castro. Ya había dado varios golpes en la ciudad. Por ejemplo, habían atracado una tienda de comestibles en el número 7 de la calle Recoletos y habían asesinado al militante falangista José Iscla en el barrio de Canillejas el 27 de mayo. Esta acción se realizó en un lugar muy concurrido y el encargado de ejecutarla fue Alfredo Ibias, al que en la precipitada huida se le disparó el arma. Después se pudo comprobar que él mismo se había perforado la americana que llevaba. Entre las acciones previstas, tenían planeado asaltar una sucursal bancaria instalada dentro del nuevo Mercado Central de Pescados, ejecutar a un cuadro falangista en una plaza pública y a otros tres que solían reunirse en el bar Ríos Rosas, ubicado en la madrileña calle del mismo nombre. Pero la acción más ambiciosa era matar a un alto jerarca de la Falange utilizando una mina magnética, una gran innovación técnica en estos años, que se adhería a la carrocería del coche.

Más tarde el grupo de Madrid quedaría reforzado y se dividiría en dos. Los que ya venían actuando en Madrid se quedan con las metralletas traídas de Barcelona y se dirigen a la Sierra, mientras que las pistolas de los anteriores se quedan en Madrid por ser más adecuadas para la guerrilla urbana. Inicialmente los de la Sierra se establecen en una zona denominada Siete Picos, que pronto tienen que abandonar porque comprueban que habían ido a parar a un lugar frecuentado por los excursionistas de la ciudad; levantan el campamento y monte traviesa se alejan hacia la cordillera cercana a Ávila. El grupo, a cuyo frente está Cándido Mañanas, es acosado por fuerzas de la Guardia Civil tras la muerte de un policía apellidado Asensio, miembro de la Brigada Móvil, en el tren Manresa-Guardiola el 19 de noviembre de 1944. En la persecución no pueden evitar un encuentro con la Guardia Civil; muere un sargento y cuatro guerrilleros, mientras que dos números de la Guardia Civil y varios milicianos quedan heridos, los demás son detenidos. Por lo tanto, en la zona de Madrid solamente queda el grupo de Rodríguez Castro, compuesto fundamentalmente por los últimos guerrilleros que habían pasado de Francia vía Barcelona.

Entre las misiones de Rodríguez Castro está la difusión de la política de Unión Nacional y su Junta Suprema a través del boletín Ataque, del que la Policía localiza los originales de los dos primeros números, los de abril y mayo de 1945. Están editados con máquina de escribir, papel seda y dibujos hechos a mano. Uno de ellos, en la cabecera, representa a un guerrillero con el torso desnudo, fusil en mano y en posición de ataque; en otra página, se puede ver otra escena bélica, con un rudimentario carro de combate maniobrando en medio de las alambradas. «Haced arder la tierra bajo las plantas de la Falange; cread un verdadero estado de guerra en las zonas que pisáis», dice uno de sus boletines en su editorial. De hacer caso a las informaciones del boletín, que se presenta como portavoz del «Alto Mando Guerrillero de la Junta Suprema de Unión Nacional», existirían en esos momentos agrupaciones guerrilleras en Galicia, León, Santander, Euskadi, Toledo, Ciudad Real, Córdoba, Extremadura, Levante, Aragón y Madrid. Y se describen acciones armadas en Navahermosa (finales de marzo), Buitrago y Escarabajosa (Sierra de Gredos), Veredas (Ciudad Real), Candeleda, Navalmoral de la Mata y Azuara (Toledo), Cinco Villas (Zaragoza), Villagarcía (Pontevedra), Villagún (Burgos), Lentejilla (Málaga), Sierra Luján (entre Almuñécar y Motril, en la provincia de Granada), Cornudella y Baix Camp (Tarragona).

Portada del boletín Ataque

Página interior del boletín Ataque.

Tras el fracaso de la invasión del Valle de Arán, la Delegación del Comité Central de Monzón sigue considerando que no se puede desaprovechar la ocasión del final de la Guerra Mundial para acabar con la dictadura, pero su actuación, aun con los mismos objetivos y planteamientos, caminan ya al margen de la dirección de Carrillo. Para noviembre de 1944, Carrillo prepara una gran conferencia de la Unión Nacional en Toulouse; Monzón, el creador de la Unión Nacional, quedará excluido de la convocatoria con toda la intencionalidad. No puede impedir, sin embargo, que la prensa del partido recoja unas declaraciones que ha logrado hacer, en la clandestinidad, a un periodista de la agencia United Press, reproducidas por periódicos de todo el mundo y en las que Jesús Monzón deja bien claro quién está realmente y en la práctica al frente de la lucha contra el régimen fascista de Franco. El prestigio de su política lleva al cardenal Segura a enviar un delegado para tener «una sesión informativa» con la Junta Suprema en Madrid[55]. Por estas fechas de comienzos de 1945 se gesta la Unión de Intelectuales Libres, algunos de cuyos miembros respaldan la línea de la Unión Nacional[56]. Entre noviembre y la detención de Jesús Monzón en 1945, se realizan de forma constante llamamientos a la huelga general, como el del 7 de noviembre de 1944, y a potenciar las acciones armadas en las ciudades. Según las conclusiones que saca la Policía franquista, la presencia de Jesús Monzón en España está relacionada directamente con «la intensificación de la acción revolucionaria» y con un cambio estrategia en la lucha armada. Monzón se habría dado cuenta, según ellos, del fracaso de «la guerrilla de montaña» y, por lo tanto, había ordenado reconducir a los maquis hacia la acción guerrillera en las ciudades.

Estos llamamientos van dirigidos a todos los sectores sociales y políticos, «desde el capitalista al proletario, desde el terrateniente al campesino, del católico al librepensador, del carlista al marxista», a todos los que deseen el cambio político «que libere nuestra patria del hambre, la opresión y la represión falangistas y le devuelva la libertad y la independencia»[57]. En las publicaciones se repiten los seis puntos programáticos de la Unión Nacional:

  1. Ruptura de los vínculos que unen a España con el Eje.
  2. Depuración de los falangistas en el aparato del Estado, principalmente en el Ejército.
  3. Amnistía.
  4. Libertad de opinión, prensa, reunión, asociación, libertad de conciencia y práctica de cultos religiosos.
  5. Pan y trabajo para todos los españoles.
  6. Preparación de las condiciones para convocar en breve plazo elecciones democráticas a la Asamblea Constituyente, encargada de promulgar la Constitución de libertad e independencia.

La pasividad de la población era una de las máximas preocupaciones en este movimiento, en el que se da un protagonismo decisivo a la juventud. En realidad se podría decir que tanto el núcleo organizado en torno a Monzón en Francia como en España estaba compuesto, fundamentalmente, por militantes de las Juventudes Socialistas Unificadas, en sus versiones estatal y catalana. Este papel daría base a otra de las acusaciones que después lanzaría Carrillo contra Jesús Monzón: haberse aprovechado de jóvenes militantes sobre los que podía influir con facilidad.

En un documento de la Joventut Socialista Unificada de Catalunya difundido en marzo de 1945 se plantea como tarea prioritaria romper el denominado «frente de la pasividad». Tras dirigirse a todos los jóvenes cristianos, de Acción Católica, separatistas, republicanos, libertarios y la nueva generación, se pone especial interés en «el acercamiento sincero a los jóvenes cristianos y de Acción Católica» y en «deshacer la concepción de que España está dividida en blancos y rojos y que el movimiento popular antifascista significa desorden y quema de conventos». «Ha llegado el momento de que todas las organizaciones pidan los máximos sacrificios a sus militantes. La JSUC dirige a los suyos al supremo esfuerzo. Jamás en la historia de Cataluña y de España se ha precisado tanto heroísmo. Es la hora del golpe por el golpe. Es la hora de crear grupos de acción directa a millares, en la ciudad y el campo. Es la hora de organizar juntas patrióticas de guerrilleros en una actividad intensísima».

Un mes después es la Comisión Nacional de las JSU de España la que realiza un llamamiento semejante dirigiéndose específicamente a «los jóvenes católicos, monárquicos, requetés…» Les pide que se nieguen a servir al franquismo porque la defensa de la religión y de sus intereses están del lado de la juventud y del pueblo. «La República —les dicen— respetará vuestros sentimientos religiosos y la libertad de cultos». Aquí también se utiliza el concepto de «nueva generación» de jóvenes, ante quienes se ensalza la unión lograda por la Junta Suprema, «en la que colaboran socialistas, comunistas, republicanos, de las sindicales UGT y CNT, de las fuerzas vascas y catalanas, de los sindicatos agrarios, del Partido Popular Católico y la masonería». Hay una referencia a Santiago Carrillo: «Inspirémonos en el ejemplo de nuestra Comisión Ejecutiva y marchemos decididamente al combate bajo la dirección de nuestro gran dirigente nacional Santiago Carrillo». Curiosamente y posiblemente como consecuencia de la desconfianza que ya le producía a Monzón la acción de Santiago Carrillo tras la operación del Valle de Arán, en otros documentos originales encontrados cuando Monzón es detenido en Barcelona, este tipo de referencias explícitas a la persona del secretario general habían sido tachadas. Finalmente, existe otro comunicado en Cataluña con motivo del final de la Guerra Mundial, en mayo de 1945. Se vuelve a llamar a la huelga general, a cerrar las fábricas, los talleres, los comercios, a empresarios y trabajadores, a salir a la calle, asaltar los locales de la Falange… expresando públicamente «la alegría por la victoria de la democracia, reclamando la legalidad constitucional, la República, el Estatuto y las libertades catalanas y la Generalitat».

Mientras trabajan juntos, Agustín Zoroa realiza viajes a Asturias, Valencia y Barcelona, donde había conocido a Apolinar Poveda, que iba camino de Francia enviado por Monzón, y a José Vitini, uno de los jefes del maquis en Francia, que realizaba el trayecto en sentido contrario. La Policía da palos alrededor de Zoroa hasta que logra detenerle. El primer apresamiento, como se mencionó anteriormente, sucede en el tren que va de Barcelona a Puigcerdá, al ser detenidos Poveda y su acompañante, que realizaban este viaje a través de los contactos pasados por Zoroa. El segundo ocurrirá más tarde y afectará a Vitini y a Francisco Zoroa, hermano de Agustín, cuya dirección había pasado Agustín a Vitini para que pudieran conectar con Monzón en Madrid. La detención de Vitini y de Francisco desembocará fatalmente, más adelante, en la del propio Agustín Zoroa y la de Cristino García, otro destacado héroe de la Resistencia Francesa que pasa a España para colaborar en la tarea desempeñada por Zoroa. Cristino García se hará cargo de los «Cazadores»: un grupo urbano cuya misión específica es defender al partido de los «provocadores», infiltrados y traidores.

Utilizando el fracaso del Valle de Arán, Carrillo comienza a llamar a los camaradas de confianza que están en el interior para que le informen sobre las actividades de Jesús Monzón, que ya está bajo sus sospechas de haber seguido una política «aventurera»; el delito ha subido un grado más. Paradójicamente, es Monzón quien facilita los medios para que su futuro contrincante político y personal llegue a buen recaudo hasta Toulouse; personal, porque Agustín Zoroa, durante su estancia en la República Roja Española de Toulouse, conoce a Carmen de Pedro, la excompañera de Monzón, y termina casándose con ella. Es el mes de marzo de 1945 cuando Agustín regresa a Madrid. Lleva en su bolsillo una «Carta Abierta» para Monzón de la nueva dirección —el Comité Central— dándole las instrucciones para la política a seguir en el interior y, sobre todo, reclamando su presencia en Toulouse para discutir la política del partido. Además de Monzón, deben regresar también a Francia, para rendir cuentas por su actitud, Gabriel León Trilla y Pilar Soler. Ante las críticas y temiendo una «caza de brujas» generalizada, Monzón comunica claramente a la dirección del partido: «Yo soy el único responsable de todo lo bueno y lo malo que se haya hecho en Francia»[58].

También Monzón comunica a Carrillo que él se considera respaldado por la dirección del partido en América y que considera sus dudas como una discrepancia que Carrillo tiene con la dirección. Carrillo comienza la cascada de difamaciones sobre Monzón ante Dolores Ibarruri; le acusa de actuar de «mala fe» y de crear un grupo antipartido con la colaboración de Pilar Soler, Trilla y Arriolabengoa al negarse a sustituir la comunicación orgánica y jerárquica que mantenía con la dirección de México por la que él le estaba planteando desde Francia. Carrillo, ante La Pasionaria, lanza ya su primera amenaza: «Se va a discutir con los camaradas e invitar a Monzón a que venga a Francia para discutir conmigo. Si se resiste o busca subterfugios, le plantearé que eso significa enfrentarse con la dirección del partido. En caso de que llegase a una posición extrema, los camaradas de allá romperán el contacto con él y le dejarán aislado del partido. Espero que no habrá que llegar a esto, pero no vacilaremos ante nada»[59]. La gravedad del delito del que se le acusa no deja de aumentar; ahora es un «provocador». Monzón está ya en las fronteras de la «traición» y de ser un «agente de la falange» y, por lo tanto, reo de muerte. Pero todo se andará. Trilla, que ya vivió una persecución semejante en 1932, recela del reclamo, piensa que es una trampa y se niega a ir. Monzón se resiste inicialmente, pero dos o tres días después iniciará el viaje hacia Barcelona con intención de saltar desde aquí a Toulouse. Pilar Soler recuerda que entonces, aunque no lo dijo claramente, Jesús sentía que alguien había viajado a España para matarle y que, cuando le comunicó su intención de hacer el viaje solo, ella misma se sintió insegura de la situación en que se iba a quedar. Finalmente los dos emprendieron el camino de la capital catalana[60].

La Joventut Combatent de Barcelona

Camino de Francia y acompañado por su compañera política y sentimental, Pilar Soler, Monzón llega a Barcelona probablemente a comienzos del mes de abril, donde es asistido por la red clandestina de la Joventut Combatent, rama catalana de la Juventud Combatiente puesta en marcha por el activo grupo de jóvenes que dirigían Raquel Pelayo y Conchita Montaner. Se puede considerar que esta Joventut Combatent era la organización que más fielmente reflejaba el proyecto político de Monzón, el que había tomado más cuerpo. Si en el País Vasco y Andalucía todavía no se comprendía adecuadamente cuál era la estrategia de la Unión Nacional y la Junta Suprema de Madrid era poco representativa, su versión en Cataluña —la Alianza Catalana y la Joventut Combatent— sí había atraído a sectores significativos de fuerzas no comunistas, como Esquerra Republicana de Catalunya; además habían logrado montar la infraestructura necesaria para combinar la lucha política en la clandestinidad y las acciones armadas de los comandos de guerrilla urbana. Contaban también con vías estables para el paso de la frontera, en cuyo aparato destacaba como guía Francisco Pradal. Como piso franco utilizan uno alquilado en el Barrio Chino, en la calle Peu de la Creu 14, donde tienen el almacén, una pequeña multicopista y la estafeta de contactos.

Pasquín recordando la República.

Una espardenya aplasta el yugo y las

flechas de la Falange

Bonos de ayuda de la Joventut

Combatent. La aportación es de una

peseta

Además de la Alianza Catalana, habían formado en diciembre de 1944 el Consell Català de la Joventut Combatent, que se declaraba la vanguardia en la lucha de la juventud catalana contra la dictadura y que editaba un boletín: Combat, cuyo primer número aparece en febrero de 1945. Junto a Raquel Pelayo, que tiene 29 años, y Conchita Montaner, trabajan políticamente Pilar Juliá Comas (22 años), planchadora de profesión; Luis Juliá Comas (27 años), albañil; Jaime Colomer Soler (30 años), chófer; Enrique Yuglá Mariné (27 años), electricista; Manuel Martínez García (29 años), dibujante; Victoria Pujolar Amat (23 años), dibujante; Salvador Sanesteban Celestino (28 años), comerciante; Antonio Casademont Durán (28 años), agente de seguros, y Claudio Escarp Florenza (30 años), sastre.

El grupo llega a desarrollar una gran actividad. Por ejemplo, editan, además de Combat, Vencerem —en catalán—, órgano de la Joventut Combatent de Barcelona, y un «suplemento local» del periódico de la Alianza. Cuando, en noviembre de 1944, el general Franco quiere congraciarse con los aliados marcando distancias respecto a Hitler con unas declaraciones a la prensa internacional, difunden una octavilla titulada «Franco es un mentider (mentiroso)». En ella salen al paso en concreto de una de sus frases —«España nunca ha podido ser aliada de Alemania»— y le recuerdan las palabras pronunciadas en 1942 ante los mandos del Ejército en Andalucía: «Si el enemigo lograse abrirse camino hacia Berlín, nosotros enviaríamos en ayuda de nuestra aliada no una división, sino tres millones de hombres españoles, que valen por seis». En las citadas declaraciones a la agencia norteamericana United Press, Franco también había dicho que «la presencia de voluntarios de la División Azul en el frente ruso no implica ningún tipo de agresión contra Rusia», que «España no es una imitación de los regímenes fascistas» sino «en realidad una democracia» y que «no hay ningún obstáculo en el régimen español que impida la colaboración de España con las potencias aliadas».

Además de esto, denuncian el desembarco de tropas en el puerto de Barcelona con destino al Pirineo para combatir el maquis, informan de la frecuencia y horas en las que se puede escuchar Radio España Independiente —menos el lunes, todos los días a las 16,30 en 20 mts por onda corta y a las 22 y 23,30 en 40,85 mts, también en onda corta—, responsabilizan a los falangistas de los incidentes en el cine Kursaal, donde se proyectaba una película inglesa que llevaba por título unas palabras de Churchill, y denuncian el «doble lenguaje» que ha comenzado a utilizar la prensa oficial tras la victoria de los aliados en Europa. Con motivo del 14 de abril, aniversario de la proclamación de la II República, difunden unos pasquines y sellos en los que se puede ver cómo un pie, calzado con la tradicional espardenya (alpargata) catalana, pisotea y destroza en el suelo el yugo y las flechas de la Falange. Junto a esta alegoría, el símbolo de la Joventut Combatent —una V sobre las cuatro barras de la senyera— y la siguiente leyenda: «Jóvenes, luchad contra Franco. Esta fecha os lo exige. 14 de abril. Viva la República». También ponen en marcha una campaña de solidaridad con los presos vendiendo unos bonos «Pro presos». Cuestan una peseta y en ellos hay un dibujo que representa un brazo esforzándose en levantar las rejas de una mazmorra. Otros hechos significativos de los que se hacen eco sus boletines son la exhibición de banderas catalanas durante las misas el día de Sant Jordi y la colocación de una senyera de grandes dimensiones en las torres de la Sagrada Familia.

Una detención que le salva la vida

Una de las más graves calumnias lanzadas por Carrillo contra Monzón, mantenida durante mucho tiempo y que sigue insinuando en sus Memorias de 1994, es acusar al impulsor de la primera resistencia seria contra la Dictadura de «dejarse detener por la policía». Cuando muchos años más tarde se le comentaba a Monzón esta interpretación, solía decir que en el momento de ser detenido «tenía 40 de fiebre por el divieso del culo», aunque reconoce que, si no lo llega a detener la Policía, habría sido asesinado por orden del partido. La documentación policial utilizada por el Consejo de Guerra que le juzgará demuestra hasta qué punto no es verdad la versión de Carrillo. La detención de Monzón es absolutamente casual y ocurre como consecuencia del seguimiento que hace la policía a los miembros de la Joventut Combatent cuando están integrando a un grupo de guerrilleros rurales en su estructura urbana. De hecho, al dirigirse a Barcelona, siguiendo las indicaciones de Carrillo, en realidad Monzón y Pilar Soler se encaminan hacia una ratonera porque, ya entonces, estaba abierta una operación policial que se va acercando progresivamente, desde junio de 1944, al grupo de Raquel y Conchita. Fue en ese mes de hacía un año cuando, tal vez como consecuencia de caídas anteriores, la Policía franquista detecta la llegada, desde Francia, de Enrique Yuglá. La Brigada Político Social está segura de que Yuglá no es más que una avanzadilla para preparar la acogida a un grupo de guerrilleros; siguiendo esta pista, terminarían dando con el máximo dirigente del PCE.

Sin embargo, en sus Memorias, Carrillo dice textualmente que Monzón «falló a las citas con el enlace que debía recogerle» y da por hecho que tanto él como Trilla «se negaban a discutir lo sucedido» sabiendo «que la organización clandestina del partido iba a considerarles un peligro». Carrillo llega a decir que, con esta actitud, se exponían a ser condenados a muerte por la dirección del PCE[61]. Tal vez se refiera Carrillo a un intento frustrado de pasar la frontera en el que, según algunas versiones, Monzón llegó hasta Ripoll, pero tuvo que volverse porque le estaba haciendo ver las estrellas el quiste en el ano del que solía hablar. Enrique Líster, en su libro Así destruyó Carrillo el PCE, no duda en decir que «Monzón solo se salvó porque fue detenido por la Policía cuando se dirigía al lugar en que había de ser ejecutado». (Quien fuera secretario general del PCE durante todo el periodo de la transición democrática no aceptó entrevistarse con el autor de esta biografía pese a habérselo solicitado expresamente para aclarar este oscuro episodio de la historia del comunismo español). De todo esto, lo único que es verdad es que, estando ya convencido de que aquel viaje le deparaba un final fatal, Monzón intenta una nueva maniobra para desviarse del camino trazado por la dirección. Ya en la Ciudad Condal, según se desprende de un informe remitido a la dirección sobre el viaje de Pilar y Monzón, este último comenta a Pradal, encargado de darle las instrucciones del paso, que los Pirineos catalanes son demasiado duros para Pilar y que sus propias condiciones físicas —la fiebre que le provocaba el citado quiste— no son adecuadas. Por eso, él considera que es mejor hacer la travesía por Navarra, donde, por cierto, un hermano suyo le puede ayudar. Pese a que Monzón insiste, Pradal le responde que las instrucciones de la dirección son claras, que no quieren que pase por otro lugar. Monzón le advierte, entonces, que su prolongada estancia en Barcelona supone un gran peligro, sobre todo cuando ya se habían producido detenciones en la ciudad, y que intentarlo por Navarra sería más rápido. Ante su insistencia, Pradal le dice: «Ya conoces la opinión 3 (la dirección), pero, no obstante, informaré de lo que dices». Monzón, antes de exponer a Pilar a una detención, prefiere que regrese a Madrid, pero Pradal le advierte que no debe hacer nada sin consultar a «2». Después Pradal comunicaría esta conversación a «2» y su deber de impedir que Pilar interrumpiera el viaje. En un momento dado, según recuerda Pilar Soler, que durante su estancia en Barcelona hace de enlace entre Monzón y los camaradas del PSUC, la gente del partido se lleva a Jesús con la intención de pasarlo a Francia y ya no volvió a verlo[62].

Los acontecimientos que desembocarían en la detención de Monzón comenzaron el 19 de diciembre de 1944, cuando un maquis dirigido por Francisco Serrat Pujolar —de 22 años— cruza la frontera por la zona de Olot. Serrat Pujolar había sido representante de la Unión Nacional en la División guerrillera número 204 al desencadenarse la operación «Reconquista de España» y, por lo tanto, había coincidido con los hermanos de Conchita Montaner, Miquel y Jaume, que también estaban en esa división. Ahora, siguiendo las consignas de la Unión Nacional, debían entrar de nuevo en grupos más pequeños para participar en la «insurrección nacional» colaborando estrechamente con los grupos de apoyo existentes en el interior, en este caso en Cataluña.

Aparte de Serrat, el grupo estaba compuesto por Juan Arévalo Gallardo (27 años), Juan Fortuny Calzada (32 años), José Trave Riu (32 años) y Eduardo Segriá Domenech (31 años). Están bien armados, con material y explosivos modernos, desarrollados durante la II Guerra Mundial y que, en algunos casos, eran superiores técnicamente a los del Ejército de Franco. Disponían, por ejemplo, de «plástico», toda una innovación en explosivos, cuya ignición era provocada por «detonadores lápiz»; también llevaban subfusiles ametralladoras y granadas de mano, y una prohibición: nada de volar puentes, vías férreas o centrales eléctricas.

Tras penetrar en España, permanecen unos días en las proximidades de Olot hasta que deciden ir a San Hipólito de Voltregá, donde, siguiendo indicaciones de Trave, que era originario de esta zona, asaltan en febrero la masía de Andrés Casanova para conseguir comida; se llevan tocino suficiente para aguantar los 25 días que tardan en llegar a la provincia de Tarragona, donde tienen previsto establecer su «cuartel general» en las proximidades de Ulldemolins. De allí era otro de sus integrantes: Eduardo Segría. Al no poder hacerse con suministros aquí, continúan la marcha hasta Poblet. En esta zona permanecerán marzo y abril escondidos en un barranco de la sierra a solo cuatro kilómetros de Esplugas.

Los cinco guerrilleros casi pueden ver a simple vista el ir y venir de sus habitantes, las chimeneas por donde se escapan el humo de la hogareña vida de los campesinos, mientras para ellos los días pasan sin nada caliente que llevarse a la boca. Al final deciden salir a la carretera el 4 de marzo y hacer una requisa. Van al tramo que une Ulldemolins con la Pobla de Granadella y paran una camioneta. Es un representante de máquinas de coser; lleva 5000 pesetas, le piden metralleta en mano la «voluntad», para comer; les da solamente 100 pesetas, que tampoco pueden aprovechar porque están en medio de un descampado y allí no hay ninguna tienda. Deciden por lo tanto acercarse a Pobla de Granadella. Tras caminar un kilómetro, optan por tender otra emboscada. Lo hacen aprovechando una curva conocida como la Roca del Padre. Segriá otea el horizonte con los prismáticos; ¡viene un coche! Fortuny se coloca cubriendo la retaguardia de la dirección del vehículo; los demás permanecen emboscados. Nada más rebasar el coche la posición de Fortuny, le salen al paso. Fortuny y Arévalo se acercan, respectivamente, por la derecha y la izquierda, avanzando por atrás. En ese momento, uno de los ocupantes salta precipitadamente a la carretera y Arévalo le da el alto al mismo tiempo que ve cómo esgrime una pistola. Antes de que la utilice, Arévalo dispara. Al caer muerto el viajero, los otros dos ocupantes salen del coche con las manos en alto. Sin saberlo, acababan de matar a Camilo Morales Cortés, responsable de la Falange de toda la comarca situada entre Reus y Falset. Los maquis se retiran a su escondite, llevándose la pistola de Morales, que, por cierto era una joya de fabricación soviética, con una estrella roja y las siglas CCCP, y un fusil alemán Mauser.

Aquella acción tendría gran repercusión en la comarca. Grupos de falangistas de toda esta parte de Tarragona se dirigen a Reus para vengarse a costa de los 40 «rojos» que hay en la prisión; exigen que se los entreguen. Los antifranquistas salvarán la vida gracias a la determinante posición del alcalde de Reus y del jefe de los carlistas de la ciudad que, incluso, se opuso pistola en mano a que los falangistas dieran rienda suelta a su sed de sangre.

Un día, al atracar la casa del jardinero del castillo de Riudavella, para conseguir comida, se encuentran con que este empleado, Andrés Priego Cabello, simpatiza con ellos y se apresta a comprarles comida y servir de correo con la organización de Barcelona, concretamente con Raquel Pelayo, de quien llevan la dirección. De Barcelona les llega la orden, a través de este conducto, de que se encaminen a las ruinas del castillo de Arampruñá, cerca de Gavá, donde serán recogidos el domingo 3 de mayo por un grupo de la Joventut Combatent. Para estas fechas, la Policía ya había seguido las pista de los hermanos Montaner en su regreso de Francia. Esto le permitió poner bajo vigilancia el piso de la familia, en la calle Roig, donde los Montaner tenían un taller de confección, en el que también trabajaba, además de Conchita, Raquel Pelayo.

El traslado del grupo, con todo el armamento y explosivo en unas mochilas y simulando ser excursionistas domingueros, se realiza desde Gavá a Barcelona en tren. Una vez en la ciudad, distribuyen a Serrat en la casa de la calle Roig —la vigilada por la Policía—, mientras que Trave, Arévalo y Fortuny son aposentados en otra casa de la calle Tallers y Segriá se acomoda con unos familiares del jardinero que había hecho de correo. Casi un mes después, el 6 de junio, se produce la primera detención —probablemente la de Juan Arévalo—, que provoca las demás en cascada tres días más tarde. Le siguen Serrat Pujolar y, a continuación, Trave, Fortuny, Conchita y Raquel, apresados justo cuando se les han unido, paseando por la calle Cadena, Miguel Álvarez y Mercedes Pérez, que acababan de llegar de Madrid. La Policía no está preparada para detener a tantas personas juntas y se le escapa de las manos la situación; Conchita aprovecha esta circunstancia, se desembaraza de los policías y logra huir.

Miguel Álvarez confiesa en seguida que había llegado a Madrid como enlace de las guerrillas urbanas y que, por indicación del responsable de Madrid, había hecho el viaje con Mercedes, a la que conocía de antes. Mercedes, por el contrario, se aferra en su declaración a que solamente había realizado el viaje para buscar trabajo en la Ciudad Condal. Más tarde, sin embargo, los detenidos en Madrid la colocarían en evidencia al ratificar ante la Policía que el objetivo de su viaje era regresar con más armas. Raquel también se resiste a dar su domicilio real. Reiteradamente insiste que vive con Conchita, pero, a última hora da por fin su dirección: Conde de Asalto, 46, 2.º. La Policía encuentra allí dos subfusiles, cuatro granadas de mano y abundante munición para estas armas. El resto habían sido retiradas por Enrique Yuglá Mariné, de cuya presencia la Policía ya tenía conocimiento desde hacía meses.

Yuglá también es detenido. Reconoce que, cumpliendo órdenes de una tal «Sietemesino», había sacado el material de la casa de Raquel y que el día de la detención tenía previsto ir a por las armas restantes. En un huerto propiedad de los padres de Yuglá se encuentran los tres subfusiles que faltaban, unas doce bombas de mano, explosivo «plástico», mecha y dinamita. La Policía echa en falta otras 8 granadas y una pistola, que supone habrían ido a parar al zulo, del que las recogería más tarde Mercedes Pérez para trasladarlas a Madrid. Se realizan nuevas detenciones, entre ellas las de Pilar Julíá Comas, Manuel Martínez García, Salvador Sanesteban Celestino, Claudio Escarp Florenza, Luis Juliá Comas, Antonio Casademont Durán, Victoria Pujolar Amat y, finalmente, Jaime Sierra Ribera, conocido como El Largo.

La detención de Jaime Sierra —que tiene escondido en su casa a Monzón— es facilitada porque Miguel Álvarez trae de Madrid los dos primeros números del boletín guerrillero Ataque que van dirigidos a El Largo. Sierra es apresado cuando se persona en el piso de la calle Tallers para que le den los salvoconductos con los que Monzón y su compañera, Pilar Soler, puedan pasar finalmente a Francia. La Policía se encuentra con que el golpe dado es más importante de lo que pensaba. Además de detener al maquis responsable de la muerte de Morales, desarticulan la Joventut Combatent de Barcelona, su contacto con Madrid, descubren sus armas, los explosivos y el piso franco de la calle Peu de la Creu. Los materiales encontrados son los siguientes: la pistola CCCP y el Mauser de Morales, las cinco metralletas con 25 cargadores, dos aparatos para llenar los cargadores, 12 granadas de mano, dos cajas de detonadores, dos paquetes de explosivo «plástico», 25 cartuchos de dinamita y 30 kilos de propaganda antifranquista. Pero no paran ahí. Siguiendo las pesquisas, se dirigen a la casa de Sierra, en la calle Pablo Feu, número 11, junto a la estación de Vallvidrera. Allí interrogan a su mujer, Emilia Vigil, mientras Monzón, que está postrado en la cama, con 40 grados de fiebre por motivo del divieso que le hacía ver las estrellas y por el que no había podido pasar ya a Francia queda atrapado sin salida[63].

Tal vez Carrillo esperaría de él que, con 40 grados de fiebre, muera con las botas puestas en combate tan desigual; así, hasta podría presentarlo como un mártir y no como un traidor, pero Monzón no lo hace, simplemente porque es inútil resistir y no tiene fuerzas para ello. Monzón descubrió casi de inmediato a la Policía su verdadera identidad. La Brigada Político-Social de Barcelona no sale de su asombro: acaban de detener al secretario general del Partido Comunista de España y al presidente de la Junta Suprema de Unión Nacional. Al preguntarle quién era la mujer que le acompañaba, no da el nombre real, sino el apodo utilizado en la clandestinidad: Elena Olmedilla.

Mientras, Pilar, inquieta, teme por la suerte de Monzón. Un día, a las 7 de la mañana, la policía se presenta en la casa donde se encuentra escondida. Ella está en una habitación, consternada, porque oye cómo están haciendo preguntas a la mujer de la casa en la que estaba oculta. A Pilar se le ocurre una ingeniosa estratagema; sale de la habitación tranquilamente, con un orinal en la mano, como quien va rutinariamente a vaciar la escudilla. Los dos policías la miran y no le dan importancia; para cuando se quieren dar cuenta, Pilar ya está lejos y ha logrado ponerse en manos de unos camaradas del PSUC. Pero la intranquilidad no cesa; Pilar enferma, dice que no puede continuar así y duda de que, como le prometen, le vayan a pasar a Francia. Pregunta por Monzón y contestan que no saben nada de él; en esos momentos, Pilar está segura de que aquel viaje era una trampa para atrapar a Monzón. Finalmente conocerá lo ocurrido y ella misma conseguirá pasar a Francia con la ayuda de los militantes del PSUC hasta los que no ha llegado el zarpazo policial[64].

Un proyecto abortado

Las tesis «eurocomunistas» a las que se sumó formalmente Carrillo en el mitin celebrado por el Partido Comunista Italiano, dirigido por Enrico Berlinguer en Livorno el año 1973 coincidían, con tres décadas de retraso, con los planteamientos políticos de Monzón. Nadie de quienes conocieron de cerca a Jesús Monzón duda de su sinceridad a la hora de proponer su anticipada versión del «compromiso histórico», que es el auténtico basamento del «eurocomunismo» lanzado por Berlinguer. Al igual que en Italia, en España era necesario reconocer la importancia social de la Iglesia Católica y, en consecuencia, la necesidad de llegar a un acuerdo político con los sectores democratacristianos potencialmente progresistas.

Este es un planteamiento básico del pensamiento de Monzón, incluso, como se comentó al comienzo de esta biografía, antes de la Guerra Civil. Al integrarlo en el programa de la Unión Nacional, al hacer especial hincapié en el respeto a todas las creencias religiosas, Monzón reconocía, implícitamente, el grave error estratégico en que la izquierda había incurrido durante la República al respaldar la persecución religiosa. Era, pues, hora de que el movimiento comunista español, como lo haría el italiano con Berlinguer, realizara una revisión histórica del enfrentamiento entre cristianismo y marxismo. Pese a todo ello, cuando Carrillo analiza en su libro Eurocomunismo y Estado (1977) los orígenes de esta estrategia en España pasa olímpicamente por alto la experiencia de la Unión Nacional. Amigos y familiares de Jesús Monzón le escucharon entonces, al comenzar la década de los setenta, algunos de los pocos comentarios que realizó sobre la trayectoria política de Carrillo. Sito se sorprendía de que la patente como inventor del «euro-comunismo» se la llevara el secretario general del PCE cuando él, treinta años antes, ya lo había inventado con la Unión Nacional. Manuel Azcárate, en su reflexión autobiográfica, también se muestra convencido de que Monzón se adelantó varias décadas a esta apertura política del PCE hacia otras fuerzas y sectores de la sociedad española; en concreto a la «reconciliación nacional» propugnada por el partido a partir de 1956.

Pero es más, la oferta realizada por la Unión Nacional a las fracciones menos franquistas del régimen era, en esos momentos, la única posibilidad de debilitarlo. Para conseguirlo, era imprescindible que el PCE realizara un cambio de imagen con el objeto de eliminar las suspicacias creadas durante la Guerra Civil por su afán de controlar y dominarlo todo. Monzón había comenzado a hacerlo manteniendo la autonomía del partido en la elaboración de su estrategia. En esta faceta sí que el «monzonismo», tal y como le acusaría después Carrillo, se asemejaba al fenómeno del «titismo» yugoslavo. De no haber sido abortado el proyecto de Monzón con la llegada de la nueva dirección a Toulouse a finales de 1944, el PCE habría tenido, al menos, alguna posibilidad de desmarcarse de los dos bloques cuando la «Guerra Fría» dividió al mundo por la mitad. Esa situación le habría permitido mantener y desarrollar las alianzas con otros partidos en vez de verse aislado, al igual que el resto de los partidos comunistas europeos, al colocarse bajo la bandera del bando soviético.

Ramón Tamames, que conoció a Monzón también a comienzos de los años setenta, estaba seguro de que un PCE «monzonista» habría mejorado notablemente su proyección exterior y facilitado una mayor inserción en la nueva realidad española. Si a ello unimos la tolerancia dentro de sus filas de posiciones heterodoxas, la autonomía respecto a la URSS en la actuación política, la descentralización organizativa y de publicaciones, la propuesta de aprovechar los sindicatos verticales para impulsar luchas obreras y la progresiva transformación del maquis en una fuerza armada urbana, nos encontraremos con una cuadro del PCE bien distinto del que pintaría la dirección moscovita. Tamames y Azcárate, que difieren en la potencialidad del «monzonismo» para anticipar el fin de la dictadura, coinciden, sin embargo[65], en que el PCE de Jesús Monzón, en caso de no haberse abortado su proyecto, habría seguido la senda aperturista desde el punto de vista ideológico de otros partidos comunistas, como ocurrió con los de Italia, Cuba, Estados Unidos, Yugoslavia y otros países del Este, claramente influenciados por las corrientes «democráticas» que inyectaron la generación militante de las Brigadas Internacionales y de la lucha contra el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial. El Partido

Comunista Italiano, a partir de entonces, marcó siempre sus distancias respecto a Moscú; el cubano y norteamericano dejaron de llamarse Partido Comunista, el yugoslavo provocaría la primera gran división del comunismo mundial con sus tesis autogestionarias y neutralistas en el orden internacional, y algunos del Este, como en Polonia, Hungría y Checoslovaquia, desencadenarían una violenta oleada represiva por parte del estalinismo. El de Cuba pasaría a llamarse Partido Socialista Popular (PSP) bajo el liderazgo de Blas Roca, que intervino en la redacción de la Constitución democrática de 1940. Pero el caso más espectacular de esta generación «disidente» lo protagonizó el norteamericano Earl Browder, que propuso la disolución del Partido Comunista de los Estados Unidos para constituir la denominada Asociación Política Comunista, un intento de hacer compatible el socialismo con el capitalismo superando «viejos prejuicios» y suprimiendo «las fronteras entre los partidos», ante la necesidad de «dejar atrás los antagonismos de clases»[66].

La sincera aceptación de los monárquicos, el respeto absoluto a la religión católica y la posibilidad de que el futuro régimen democrático no tuviera que ser necesariamente una República cerraba una estrategia que, a todas luces, si no habría obligado a los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia a derribar en esos momentos a Franco, sí habría seguido debilitando el apoyo político con el que contaba y habría adelantado en muchos años la transición a la democracia. «En realidad —dice Azcárate— fue Monzón, a pesar de sus errores, el único que, con su aproximación a Jiménez Fernández, se atrevió a dar un paso audaz hacia un tipo de política que hubiese podido minar el poder de Franco»[67]. El objetivo de Monzón era este, según recuerda Juániz: «Lo que hacía falta era ampliar la oposición, aprovechar todas las oportunidades, todas las personalidades que hubieran podido ingresar en la Unión Nacional; quizá esto habría adelantado la caída del régimen franquista. Entonces había un descontento bastante amplio y no habría sido difícil que el régimen se hubiera agrietado mucho antes de lo que lo hizo». Monzón estaba en plena tarea cuando su obra fue desgarrada por el zarpazo estalinista. El giro dado por la nueva dirección en 1945 y su alineamiento incondicional a la URSS en la Guerra Fría provocó exactamente el efecto contrario: el régimen franquista, integrado progresivamente en el bando occidental, se fue consolidando y el pueblo español siguió viviendo sin libertades, bajo una violenta represión estatal, durante treinta años más. «Aquello constituyó una inyección que le vino estupendamente a Franco», sentencia Juániz.