La Unión Nacional
La Unión Nacional
La dirección del PCE abandona Francia
París. Finales de 1939. Europa ya está en guerra. El panorama no puede ser más desolador para el «cautivo y desarmado Ejército Rojo». Decenas de miles de comunistas españoles no solamente son un gigantesco problema humanitario para Francia, al igual que el resto de los refugiados, sino que, además, el pacto Hitler-Stalin les hace aparecer como un peligro potencial. Para escándalo de las «democracias» que, con su pasividad, habían alimentado el monstruo hitleriano para lanzarlo contra los bolcheviques, ahora era el «diablo» rojo quien daba la mano a la nueva amenaza europea con el pacto Molotov-Ribbentrop el 23 de agosto.
Quienes habían sido los abanderados del antifascismo se convirtieron en blanco propicio de las críticas republicanas y socialistas. La Internacional Comunista, en vez de explicar la realidad, se saca de la chistera una justificación mágica, defensa de lo indefendible: resulta que aquello era una guerra imperialista en la que los comunistas no tienen ni arte ni parte; no hay que luchar contra el fascismo y sí por la paz con la Alemania hitleriana. Habría sido más honrado, antes que hacer esta pirueta «teórica», explicar simplemente a las bases que el pacto de no agresión era necesario para que Hitler no se abalanzara sobre el primer país socialista. Con tal planteamiento político, los partidos comunistas de todos los países europeos quedan bajo sospecha ante los gobiernos ya implicados en el conflicto; algunos son prohibidos, su prensa amordazada, sus dirigentes perseguidos y los refugiados españoles pasan, en la práctica, a la clandestinidad ante el temor de sufrir las iras del Gobierno francés. Para evitar una debacle total, Moscú decide colocar bajo su directa protección a los principales dirigentes y a los cuadros de más valía. Los demás tendrán el desamparo como única defensa. Y no son pocos; son miles y miles los ardorosos combatientes atrapados en esta celada internacional.
El Buró Político del PCE en Francia nombra una comisión para seleccionar a los 2000 privilegiados que podrán gozar del dorado exilio en la patria del socialismo. Dolores Ibarruri, Irene Falcón, Jesús Hernández, Antonio Mije, Francisco Antón, Juan Modesto, Santiago Carrillo y los franceses Maurice Thorez y André Marty están entre quienes elaboren la lista[12]. Ni Monzón, que con Irene Falcón ayuda a «La Pasionaria» en la secretaría general del partido[13], ni Aurora, que ya tiene los papeles de refugiada, figurarán en ella. La pareja navarra y todos los demás deberán ponerse a salvo, emigrando al norte de África o dirigiéndose a países latinoamericanos, como puedan; y se puede poco, porque son decenas de miles de visados que gestionar en muy poco tiempo.
Una de las encargadas de conseguir las visas es una chica agradable, de 22 años, que Manuel Azcárate describe «de cara risueña, ojos vivos e inteligentes, más bien baja y regordeta»[14]. Se llama Carmen de Pedro y se la ha presentado antes de irse Antonio Mije. Había sido secretaria del Comité Central en Madrid y, como persona de toda confianza para el partido, ha sido colocada para esa misión en la Embajada de Chile, país entonces gobernado por un Frente Popular hermanado con el que acababa de perder la guerra. Eso le permite, en colaboración con Francisco Antón y Luis Delage, sacar de Francia a un gran número de «cuadros». Antón, Delage y Nieto son de los últimos miembros de la dirección que quedan en territorio francés. Nieto, miembro del Comité Central, está prácticamente apartado por el partido. Antón, que se había convertido en amante de La Pasionaria y máximo responsable del PCE en esos momentos, puede aún ordenar a Delage que haga las maletas antes de ser detenido e internado en el campo de concentración de Vernet.
Es entonces cuando Delage pide a Carmen de Pedro que se haga cargo del trabajo que ellos estaban realizando, añadiéndole una nueva y especial misión: sacar a Francisco Antón de Vernet. Carmen de Pedro se tiene que apoyar para ello en varios dirigentes que todavía no habían podido escapar: Benigno, que mantiene las conexiones con el presidente republicano, Negrín; Lise Ricol y Federico Melchor como encargados de la juventud; Luis Nieto, por el amplio conocimiento que tiene de la estructura orgánica del partido, Rancaño y el magistrado Gomis porque bajo su control está el dinero, y Jesús Monzón, que desde el Comité de Coordinación y colaborando estrechamente con La Pasionaria, mantenía los vínculos con la Oficina Internacional, el Gobierno Vasco y la Liga de Mutilados. Una vez cumplida su misión, es decir, sacar al máximo de compañeros posible y, sobre manera, a Francisco Antón, ella y sus colaboradores también debían ponerse en marcha hacia un nuevo exilio. El destino preparado para Monzón y Aurora será, concretamente, Santo Domingo. Carmen de Pedro tiene perfectamente claro que ella no está allí para reorganizar el partido y ponerse a su frente como responsable político, sino simplemente para localizar a los militantes en colaboración con Nieto y ayudarles en las tareas de evacuación, y, después, irse. Carmen tiene incluso ya sus papeles bien listos; tiene la opción inestimable de elegir entre México, Cuba o Chile.
Entre quienes todavía no habían tenido la suerte de salir de Francia va calando la amarga sensación de que el partido y la masa de miles de militantes dispersos o en campos de concentración estaban siendo abandonados por sus líderes. Es una impresión generalizada que se mantendrá hasta que, a finales de 1943, cuatro años más tarde, no se recupere la comunicación estable con los miembros del Comité Central y el Buró Político, repartidos entre México y Moscú. Eso es lo que recuerda Azcárate, quien, tras permanecer unos meses en Londres, regresa a París en abril de 1940. «Fue un abandono vergonzoso —dice— en lo político, incluso en lo personal, de esa masa comunista. El pacto Hitler-Stalin no fue solo un acuerdo diplomático. Fue la señal de que la Unión Soviética y la Internacional Comunista renunciaban por completo a la lucha contra el fascismo. Había llegado la hora de la colaboración con Hitler y de sacar el mejor partido posible de ella.»[15] La denuncia de López Tovar, uno de los máximos mandos del «maquis» español en la Resistencia Francesa contra la ocupación nazi, también sería clara en este sentido: los militantes habían sido abandonados a su suerte.
Monzón, ante el cariz que toma la guerra y rechazando la oferta de su familia para cuidar al pequeño en Pamplona, decide integrarlo en una de las últimas expediciones de «niños de la guerra» a la URSS. Aurora se opone, no se quiere desprender de él siendo tan pequeño, y, a pesar de ello, Sergio es embarcado rumbo a un puerto soviético. Aurora no se lo perdonará, la separación de su hijo será también la separación entre ellos. Los caminos que tomarán a partir de entonces se irán distanciando cada vez más. Solamente años más tarde se enterarán de que, durante el trayecto, en el vagón del tren que lleva al pequeño Sergio hacia la capital mundial del comunismo estalla una epidemia de escarlatina y que su hijo, desgraciadamente, es uno de los cuatro o cinco niños que contraen la enfermedad. Al llegar al hospital, los médicos le prestan una atención especial en consideración al cargo dirigente de su padre; intentarán salvarle la vida por todos los medios.
Fotografía de Jesús Monzón
durante la guerra o
inmediatamente después
En París, Aurora y Sito ya están separados. En un informe que Monzón consigue enviar a Antonio Mije el 26 de noviembre de 1941 le comenta que Aurora y él se habían dejado de hablar, que habían roto «por circunstancias personales que no hacen al caso» y por otras razones «relacionadas con sus críticas a cosas de la familia, indiscreciones, charlatanerías y cotilleos»[16]. No cabe duda que en estas «circunstancias personales» juega un importante papel el haberse desprendido de Sergio y las juergas parisinas que Jesús no se quiere perder. No tardará en aparecer por París de nuevo Azcárate, procedente de Londres, con la misión de ir a Noruega para organizar una Congreso Mundial de la Juventud por la Paz. Él iba representando a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), cuyo secretario general era Santiago Carrillo. Pero el viaje queda frustrado cuando la Wehrmacht invade Noruega el 9 de abril de 1940 justo en el momento en que Azcárate ya está en París para pedir un visado en la embajada nórdica. Manuel Azcárate, desmochado el PCE por su propio Buró Político, se dirige a Carmen de Pedro. Monzón ya estaba en contacto con ella, pero, como muchos otros cuadros del PCE, ni siquiera conocía las consignas que Delage había transmitido a Carmen; mucho menos que, tal y como aseguraría después Santiago Carrillo, fuera el matrimonio Olaso, dos relevantes cuadros del PSUC, quienes se quedaran como responsables políticos del PCE. En realidad, a pesar de sus valiosos servicios prestados durante la Guerra Civil, la dirección ni siquiera se había dignado en hablar con él para pedirle que ayudara a Carmen de Pedro; es más, se mantenían a una recelosa distancia de él tanto por su pasado aristocrático como por haber realizado el canje con Lizarza para salvar a su hermano, privándoles así de una víctima propiciatoria. Pese a no tener constancia oficial de la misión asignada a Carmen, Monzón, de todas formas, se pone a su disposición.
Carmen de Pedro figura, por lo tanto, como responsable del partido aunque para Azcárate no hay ninguna duda de que es Monzón quien lleva la voz cantante, como tampoco la hay de que entre Carmen y Jesús hay algo más que colaboración política. No pueden disimular su relación amorosa. Azcárate saca esta impresión de Monzón en ese momento: «Sabe escuchar y tiene una forma de razonar que me encanta; considera las diversas hipótesis, sin tabúes o estrecheces mentales, y luego va desechando las que le parecen erróneas por razones basadas en el sentido común, con referencias muy poco frecuentes a los comodines ideológicos que tanto solemos utilizar los comunistas para nuestros análisis políticos». Además se sorprende de que, teniendo Monzón una capacidad política «mil veces superior» a la de Carmen, sea ella la única que intervenga cuando tocan temas del partido, sobre todo porque Carmen busca siempre el consejo de Monzón. «Es algo absurdo, artificial, pero refleja los temores que tienen a incumplir las instrucciones del Buró Político», dice Azcárate[17].
El avance de la Wehrmacht es ahora algo más que una amenaza; tras ocupar Dinamarca y Noruega, se lanzan sobre Holanda, después Bélgica y, tras obligar a los aliados a reembarcar en Dunkerque, se colocan en la mismísima frontera francesa; su ofensiva parece imparable. ¿Cuál será el destino de los miles de comunistas españoles si, como se teme, los nazis ocupan Francia? Es la pregunta que todos se hacen. Carmen, Monzón y Azcárate comienzan a aglutinar a su alrededor a lo que quedaba del partido; ahora, más que nunca, hay que acelerar la evacuación y, sobre todo, salvar a Francisco Antón; Azcárate asume la tarea de reagrupar a la Juventud, se hacen con una casa para centralizar el trabajo y conectan con los núcleos de camaradas dispersos por la geografía francesa. Azcárate se encarga de hablar con Benigno, y Monzón con Josep y Conrad Miret, dos hermanos, aguerridos militantes del PSUC, que se habían establecido en París. Gracias a que se han quedado en Francia y, por razones bien diversas, no han seguido las consignas de la cúpula indicándoles que abandonaran Francia, ahora estaban en disposición de poner un poco de orden al desastre que se les venía encima.
Y lo que todo el mundo teme sucede. Las defensas francesas se desmoronan y, en junio, los nazis señalan el codiciado objetivo: París. Por sus compromisos antifascistas, la Embajada de Chile tampoco las tiene todas consigo y decide evacuar París sin dejar de emitir todos los visados que puede; entre ellos está el de Aurora, un salvoconducto que permite, en calidad de empleada de Emigración al servicio de la legación chilena, viajar sin problemas hasta Burdeos, donde podrá embarcar con destino a América Latina. El pánico se apodera de muchos comunistas residentes en París; se llegan a producir escenas de auténtica histeria, algunos camaradas, como Amilibia y Ricardo, echan en cara a otros las facilidades que tienen para huir: «Vosotros lo tenéis todo en regla y a nosotros nos dejáis aquí»; se intentan buscar pisos seguros, como el de un estudiante chileno amigo del camarada Avellano, por si alguien queda atrapado en la ciudad bajo la ocupación hitleriana.
La tarea más apremiante sigue siendo evacuar al máximo número de personas, sobre todo a quienes, como Antón, están presos en el campo de Vernet por ser destacados comunistas. Son los que más peligro corren cuando lleguen los nazis. Monzón, que tenía las puertas abiertas tanto en el Gobierno Vasco de Aguirre como en el de Negrín, se entrevista con el presidente de la República en el exilio. Le pide que interceda ante Méndez Aspe, otro de los colaboradores de Negrín, para que el Gobierno francés deje libres a los de Vernet, flete otro barco en el puerto de Burdeos y, además, ponga dinero para las operaciones de embarque. Negrín promete hacer lo posible aunque sin asegurar nada porque las reticencias gubernamentales hacia los comunistas debido al pacto Stalin-Hitler siguen siendo muy fuertes; Jesús aprovecha la entrevista para recomendarle a Negrín que él también abandone Francia urgentemente. A medida que las tropas alemanas se van acercando a la ciudad del Sena, el «sálvese quien pueda» se impone; solamente está clara la dirección por donde huir: los puertos de Burdeos y Marsella. Y quien no logre embarcar quedará emparedado, cual sandwich, entre las fauces del Ejército nazi de Hitler y los afilados dientes de Franco: un manjar que endulzará aún más, si cabe, las mieles de la victoria. Azcárate consigue ocupar una plaza que queda libre en el coche de Vicente Carrillo, él ha elegido Marsella; Monzón, Carmen de Pedro, un cura vasco, Avellano, un amigo de Avellano con pinta de homosexual y dos jóvenes francesas —una se llama Dutileme Tilo—, que llevan mucho dinero, cogen la ruta de Burdeos en otro vehículo.
Aurora también sale precipitadamente, solo una hora antes de que la gigantesca ola del nazismo inunda París ahogando su alegría, y transformando en noches tenebrosas sus deslumbrantes atardeceres de destellos; Aurora se tiene que buscar su propia forma de escapar de la trampa. Ni ella ni Monzón pueden siquiera imaginar que en un hospital, del que les separan nada menos que tres mil kilómetros, a los médicos se les escapa de sus impotentes manos los últimos suspiros de la vida de Sergio.
«Hacia España».
Al llegar a Burdeos, el grupo de Monzón se encuentran con un puerto sumido en el caos; por todos los sitios hay gente desorientada, perdida, que no sabe qué hacer, a dónde dirigirse; resulta imperioso lograr un mínimo de orden y dar una inyección de moral a aquellas personas, muchas de las cuales, finalmente, no podrían subir al Cuba como tampoco habían podido hacerlo al barco que había partido del puerto de El Havre. En parte vienen de Vernet y entre ellos está Santiago que se encarga de informarles de que no han dejado salir a Francisco Antón porque su documentación dice que es ciudadano soviético y los comunistas rusos están aliados con los nazis. En esos momentos, cuando se pusieron las cosas feas de verdad, Monzón podía haber optado por huir; solamente tenía que seguir las instrucciones de la dirección y escapar a América. Sin embargo, Jesús Monzón optó por quedarse; le dolía que el partido no hubiera contado con él, se consideraba víctima de un castigo injusto y quería demostrar que tenía valor suficiente para quemar las naves a sus espaldas e intentar, en circunstancias tan adversas, avanzar tierra adentro y sacar a Antón de Vernet.
Monzón recorre la zona portuaria de Burdeos pidiendo a los desorientados refugiados que se vayan concentrando según los campos en los que habían estado internados; de esta forma tendrían, al menos, una rudimentaria organización y las operaciones de embarque podrían seguir un cierto orden. Otra consigna se extiende de boca en boca: quienes no puedan salir no deben dispersarse, deben quedarse en los antiguos campos o mantener este agrupamiento en zonas rurales; de esta forma se evitarían las soluciones individuales y, por el contrario, se facilitaba las colectivas, aprovechando con ingenio las ventajas que ofrecía el desconcierto y vacío de poder que cundía por doquier.
Tras la ocupación de París, el armisticio franco-alemán del 22 de junio de 1940 había dividido a Francia en dos. Una zona «ocupada» en el norte y toda la cornisa atlántica bajo control directo de los nazis; y otra Francia «libre», con capital en Vichy, teóricamente bajo administración del Gobierno galo. La Wehrmacht tenía acceso directo a las fronteras con Guipúzcoa y Navarra. Tanto el Baztán, la tierra de su madre Salomé, como Pamplona, la patria chica del propio Monzón, sufrirían la humillación de presenciar cómo las unidades nazis, con alarde de prepotencia, se paseaban por sus pueblos, carreteras y calles.
Las ciudades y campos donde estaban la mayor parte de los exiliados españoles habían quedado en la zona «libre», donde buena parte de las prefecturas departamentales, de la Gendarmería y de la población estaban claramente en contra de la colaboración con Hitler. Casi sin darse cuenta, Monzón estaba sembrando ya las semillas del futuro maquis francés. El reagrupamiento por campos de quienes no pudieron huir permitió después reproducir esta organización al integrarse en las «compañías de trabajo» puestas en marcha por el Gobierno de Vichy. Aquello, flagrantemente, suponía violar las indicaciones del Buró Político, ya bajo la protección de los bigotes de Stalin, pero la situación de Francia había cambiado de forma radical y los dirigentes del partido ni estaban allí para tomar las decisiones ni les era posible ponerse en contacto para indicarles el camino a seguir. El reagrupamiento en «compañías de trabajo» sería la base para reorganizar, después, el partido con una renovada conciencia política.
Pese a la dureza del trabajo y la constante vigilancia de los gendarmes —que en muchos lugares hacían la vista gorda cuando no se prestaban a colaborar— los refugiados ya no se sentirán unos pordioseros tirados como colillas en cualquier lugar, sino que tendrán una tarea económica que realizar y, sobre todo, una meta política: volver su mirada hacia la patria perdida. «Cara a España»; esa fue la frase que prendió como la pólvora por todo el Mediodía francés, por todos los departamentos que tenían concentraciones significativas de refugiados. Para muchos aquello supuso el punto de inflexión en un proceso de degradación. Hasta ahora todo se les venía encima, todo les indicaba su condición de víctimas preparadas para un sacrificio inevitable; a partir de este momento había que pasar a la acción y, asumiendo conscientemente los riesgos, devolver el golpe.
Las nuevas energías no tardaron en dar sus frutos. Por ejemplo, se comenzó a aceptar que si alguien no podía emigrar y las condiciones de vida le hacían insostenible la estancia en Francia, siempre tenían en frente, a muy pocos kilómetros, la frontera y, al otro lado, un régimen fascista contra el que luchar. Sería una forma de aplicar la consigna de La Pasionaria: «Más vale morir de pie que vivir de rodillas». Incluso se dio el caso de familias y de camaradas que, no habiendo tenido cargos de responsabilidad ni existiendo constancia de que hubiera causas judiciales pendientes, pudieron regresar a sus lugares de origen y volver a conectar con otros camaradas para reconstruir el partido. Entre los que optaron por quedarse en territorio francés, la táctica más ingeniosa fue apuntarse a los chantiers (madereras), una de las «ofertas» de trabajo del Gobierno de Vichy, que consistía en talar árboles y producir carbón vegetal en recónditos bosques de montaña. Manteniendo una dependencia administrativa ante el régimen colaboracionista, los chantiers podrían ser utilizados como tapaderas para organizaciones de resistencia más amplias.
Monzón se esforzaba en transmitir este espíritu a todos los camaradas con los que se encontraba. Para él, una de las cosas más dolorosas de esta debacle era que el Partido Comunista Francés había enmudecido, había dejado de existir. Hasta Maurice Thorez había huido a Moscú. «¡Vaya gente! —exclamaba Monzón— ¡Un grupo de cobardes!» y criticaba duramente al poeta Louis Aragón por ser un dirigente incapaz de llamar a la resistencia. Cuando todo se derrumbaba en Francia, frente a aquella inoperancia general de propios y ajenos, Monzón se sentía satisfecho del trabajo iniciado por aquel pequeño grupo de comunistas.
La reconstrucción del partido
Cuando el Cuba ya estaba navegando rumbo a América, el grupo de Monzón compra un coche por 5000 francos a nombre de un empleado de la Embajada de Chile que se apellida Méndez. Utilizando documentación diplomática chilena, Carmen y Jesús, acompañados por las dos francesas para facilitar los contactos con el PC galo, se dirigen a Vichy para gestionar la libertad de Antón. Llevan una carta del Gobierno Vasco, concretamente de Manuel de Irujo, para el doctor Junot, presidente de la Cruz Roja, pidiéndole que haga uso de sus buenos oficios en esta misión. Monzón es el que va al volante; pasan por Clermont Ferrand y Limoges, y en cada prefectura que encuentran en el camino se presentan como diplomáticos chilenos. La estratagema está a punto de quedar al descubierto cuando en una de ellas se topan con el propio cónsul de Chile.
Al llegar a un balneario cercano a Vichy descubren que los responsables de la Cruz Roja ya no se están en la capital de la Francia «libre» y toman dirección a Montauban, donde se estaba replegando parte del exilio español, incluido el expresidente Manuel Azaña que moriría allí unos meses después. También había ido a parar a Montauban Manuel Azcárate. Más tarde se enterarán de que Francisco Antón está libre. La propia Gestapo ha intervenido para que salga de campo. Antón, antes de dejar también él Francia, ha mandado una nota personal a Carmen de Pedro; en ella se lamenta de no poder despedirse y le comunica que va camino de Moscú pasando por París. La libertad de Antón, a petición de La Pasionaria, ha sido posible gracias a la intercesión personal de Stalin ante Berlín. Dicen que el deseo de Dolores Ibarruri de reencontrarse con su compañero sentimental provocó un jocoso comentario del camarada número uno: «Si Julieta no puede vivir sin su Romeo, se lo traeremos; siempre tendremos por aquí algún espía alemán para canjearlo por Antón»[18].
También se encuentra en Montauban Vicente Carrillo, responsable de la Liga de Mutilados, al cargo de una residencia de excombatientes que habían huido de la región de Orleans. La llegada del grupo del Carmen y Jesús Azcárate causa impresión entre aquel grupo de mutilados anarquistas y troskistas; algunos hasta llegaron a decir que estaba en la ciudad el coche del «embajador soviético». Para entonces, Carmen ya está segura de su embarazo y no es el mejor momento, precisamente, para tener un niño. Vicente Carrillo se apresta a ayudarles y no tardará en conseguir un médico para hacer el aborto. La fatalidad hará que, tras la intervención y mientras Carmen sigue convaleciente con bastante fiebre, la policía de Vichy irrumpa violentamente en la casa poniendo como excusa que han dejado el coche mal aparcado. Se sienten descubiertos y deben salir inmediatamente de allí. La siguiente meta será Marsella, la otra gran puerta para escapar de la ratonera en que se ha convertido Francia. Además, allí, se ha instalado ya un fuerte núcleo del PC y parte del Gobierno en el exilio.
Comienza el otoño en Marsella cuando Carmen y Monzón piensan seriamente que ha llegado la hora de reconstruir el partido. Lamentablemente siguen sin poder conectar con la dirección y la ambigüedad creada bajo la Administración de Vichy permite un margen de maniobra que les lleva a no permanecer con los brazos cruzados. A Azcárate, que también se había trasladado a la ciudad mediterránea con la intención de embarcarse rumbo a Londres y volver a conectar con la dirección, le dicen que la reconstrucción del PCE en Francia «es un deber que está por encima de las instrucción concreta que le dieron a Carmen cuando la dirección se fue»[19].
Pese a las advertencias que le hizo Delage de que Jaime Nieto estaba prácticamente expulsado del partido, se entrevistan con él en la ciudad mediterránea; es una persona clave por las relaciones que todavía conserva con los militantes, tanto fuera como dentro de los campos de concentración. Abiertamente, le proponen convocar una reunión a la que acudan representantes de todos los núcleos organizados de la Francia «libre». El objetivo es elaborar una lista completa de afiliados y establecer una coordinación permanente. Monzón calcula que hay una veintena de zonas con militantes que podrían integrarse en la nueva estructura.
El principal núcleo es el compuesto por Monzón, Carmen de Pedro y Gabriel León Trilla, apoyados por Enrique Alegre, Sixto Agudo, Pelayo Tortajada, Joaquín Puig Pidemunt y Manuel Sánchez Esteban[20]; este grupo se había establecido en la ciudad de Aix-en-Provence, cerca de la cual Monzón y Carmen de Pedro tienen una casa de campo semisecreta: Cantogril; el propio Nieto controlaba un sector de la militancia en Toulouse con la colaboración de Juan Cámara y Turiel. En Montauban funcionaba el formado por Azcárate bajo el mando Rafael Díaz, un aviador de la Guerra Civil. A él se sumarían Celia y Adela, procedentes de Bretaña, y Tatxo Amilibia y Ricardo; en Marsella se podía contar con la gente vinculada a Lucas Casto, Juan García y Longo; en París sobre todo trabajaba políticamente el PSUC, de la mano de los hermanos Josep y Conrad Miret y Elisa Uriz, aunque también estaban comprometidos Juan Montero, Daniel Sánchez Vizcaíno, Chacón, Pérez, Emilio Nadal y Celadas; en Perpignan el matrimonio Olaso había creado asimismo una agrupación del PSUC. Y, no lo olvidemos, sobre todo cuentan con los chantiers, que ya trabajan a pleno rendimiento. Vallador era el militante que se dedicaba a coordinar con Nieto los diferentes chantiers que tenían células. Finalmente una pléyade de militantes habían ofrecido sumar sus voluntades al proyecto: Arriolabengoa, Manuel Gimeno, Francisco Poveda, Esperanza Serrano, Félix Llanos, Olmedilla, el pintor Domingo Malagón, Puértolas, Jesús Carreras, Eduardo Sánchez Biedma, Ramiro López Mariano, Antonio Rosel Oros, Cecilio Arregui, Alberto Assa y un largo etcétera, a los que el destino les había marcado para asumir un protagonismo histórico sin precedentes. Muchos de ellos habían estado poco relacionados con la dirección «oficial» de México y Moscú, bien porque no ofrecían la necesaria confianza, bien por ser cuadros en ciernes de asumir funciones de responsabilidad. Se podría afirmar que la base humana con la que contaron Monzón, Carmen y Trilla representaba, en realidad, una total renovación de cuadros en un PCE menos excluyente hacia las posiciones heterodoxas.
El caso más claro era el de Trilla, dirigente del periodo fundacional del PCE que había llegado a formar parte del Buró Político en el equipo dirigido por José Bullejos, pese a sus «debilidades» troskistas. Trilla había sido expulsado en 1932, junto a todo el grupo que seguía a Bullejos, por haber dado su apoyo a un «gobierno burgués» tras la intentona golpista del general Sanjurjo en Sevilla sin haber contado con la autorización de la Internacional Comunista. El grupo de Bullejos y Trilla fue reemplazado por otro más seguro para la dirección moscovita, en el que destacaban José Díaz, Vicente Uribe, Antonio Mije, Manuel Hurtado y Jesús Larrañaga, es decir el equipo que arroparía a Dolores Ibarruri y en el que se integraría, tras la derrota de 1939, Santiago Carrillo. Recuperado Trilla en el esfuerzo colectivo de la Guerra Civil, ahora estaba disponible y así lo hizo saber. Trilla se convertiría en el brazo derecho de Monzón, en su principal puntal para relanzar el PCE, primero en Francia y después en España. Azcárate comenta que Trilla era una de las poquísimas personas que conocían Cantrogril y que Monzón temía las iras de la dirección cuando se enterara de que trabajaban juntos. Monzón le hizo, en este sentido, el siguiente y significativo comentario: «Figúrate; con la poca confianza que ya tienen en mí, que se enteren en el Buró Político que tenemos aquí a Trilla como persona de confianza»[21].
El jefe del maquis, López Tovar, trabajando como carbonero en la Francia de Vichy
Manuel Gimeno y Adela Collado, Anita,
colaboradores de Monzón
Otra de la figuras destacadas de esos primeros momentos de la reorganización es Manuel Gimeno, un joven valenciano que, junto con su tocayo Azcárate, ya se encargaba en Francia de las Juventudes Socialistas Unificadas. Gimeno se había salvado de ser detenido durante una redada de la policía colaboracionista de Vichy por haber, cumpliendo las sagradas reglas de la clandestinidad, pecado de prudente. Manuel tenía una cita en la estación de los ferrocarriles franceses en Toulouse; él tenía que bajar del tren y encontrarse en el vestíbulo con una persona que conocía y debía estar esperándole. Gimeno, al llegar a la estación de Toulouse, se dirigió hacia el vestíbulo mirando a un lado y otro para ver al camarada; avanzaba y no lo veía; tenía que decidir si se paraba unos minutos por si se había retrasado, pero siguió caminando hacia la calle, como si nada. Aquel gesto le permitió conectar con otros compañeros e informar de la caída de Toulouse. Gimeno tuvo el primer contacto con Monzón en Marsella; él recuerda que era un tipo muy señorial, cordial y que le causó muy buena impresión. Después, estuvo colaborando con el partido en Perpignan hasta que Monzón lo reclamó para entrar en España.
De la reunión de delegados celebrada en Marsella tras el verano de 1940 se sacan las siguientes conclusiones: elaborar la lista de los militantes, seguir potenciando la creación de chantiers y cualquier otro tipo de compañías de trabajo en la zona controlada por Vichy, intensificar la campaña en contra de que los refugiados se ofrecieran voluntarios para trabajar con los nazis pese al reclamo de gozar de mejores condiciones laborales que en los chantiers y, finalmente, conectar con la organización en la zona ocupada, especialmente, con las de París y Burdeos, misión para la que se designa a Manuel Azcárate.
Este germen del que saldría el nuevo PCE seguía desconectado con la dirección, que hasta un año después no pondría en marcha Radio España Independiente, principal y casi único medio de comunicación entre el Buró Político y el PCE de Monzón desde el verano de 1941 hasta finales de 1943. Pese a esta total incomunicación, Monzón ya vislumbraba la estrategia política que había que seguir, un año antes de que, también en agosto de 1941, se lanzara, mediante una «carta abierta» dirigida al PSOE, un «llamamiento a la Unión Nacional de todos los españoles». Esta línea, heredera de la Unión Nacional de Negrín, se gestaba en la mente de Jesús Monzón ya en 1940 y no sería recogida como programa oficial del partido hasta el 16 de septiembre de 1942 cuando se difunde el «Manifiesto de la Unión Nacional»[22]. Tal y como explicará Carmen de Pedro a Carrillo durante los interrogatorios del proceso político al «monzonismo», Jesús estaba convencido de que se había anticipado a la política de la dirección. Carmen recuerda que él solía decir: «He visto más lejos y más claro». Esta intuición política, que se adelantaba a la decisión del Buró Político en respuesta a la invasión de la URSS por Alemania, convertiría a Monzón en un verdadero genio ante los militantes y lo colocaría a la misma altura que los máximos dirigentes.
La política de la Unión Nacional se resumía en una consigna: «Todos contra Franco y la Falange». De esta forma, se proponía la alianza más amplia en la sociedad española de aquellos partidos y sectores sociales opuestos a la orientación fascista que descaradamente había asumido Franco. El llamamiento iba especialmente dirigido a aquellos sectores monárquicos y militares vinculados al carlismo o partidarios de D. Juan, que habían sido marginados del poder en beneficio de las posiciones netamente hitlerianas. Incluso, Monzón planteaba la posibilidad de que la estrategia de Unión Nacional desembocara en una restauración monárquica, siempre que así lo decidiera el pueblo español mediante un referéndum nacional. Desde esta posición, Monzón realizó continuas invitaciones a personalidades como Gil Robles, a don Juan de Borbón, pretendiente al trono, y al carlismo, que comenzaba a distanciarse abiertamente de Franco. En el caso de que se formase un gobierno provisional, estas fuerzas también estarían representadas, hasta que unas elecciones constituyentes devolvieran la soberanía al pueblo español.
Uno de los aristócratas que hubiera querido meter en la Unión Nacional era un amigo de su madre, con cuya esposa había viajado Salomé a Rusia antes de la Revolución Bolchevique. Esta familia se encargó durante un tiempo de llevar desde la frontera francesa el dinero que Salomé enviaba a su hijo. También le visita en Marsella uno de los amigos de infancia que estuvo interesándose por la suerte que había corrido Aurora. Gracias a estos viajes, Jesús se podría permitir algunos de los lujos, como comer y beber bien, por los que tanto sería criticado después. Carmen de Pedro pudo ver de lejos a este viejo amigo de Sito, pero a suficiente distancia para distinguir la elegancia con la que iba vestido. Tras la visita, Monzón le comentó: «Si supieras lo que he corrido con este chico».
Estas visitas le costarán caro a Monzón durante el proceso que abrió la dirección del Partido Comunista en 1945. Carrillo llegaría a la conclusión de que eran, nada más y nada menos, que peligrosísimos agentes del imperialismo yanqui y de la Falange. Uno de ellos se convertiría en la piedra de toque, en este sentido, de todo el proceso al «monzonismo», un sacerdote carlista, amigo de la familia de Carmen de Pedro, que fue dos veces a Marsella en 1945 para interesarse por la nueva compañera de Jesús.
Según relató Carmen durante los interrogatorios a los que le sometió Carrillo, se trataba de un cura aragonés que había realizado sus estudios dentro de una orden religiosa francesa, era colaborador de Radio Burgos y regentaba una parroquia en Madrid que distribuía ayuda humanitaria suministrada por la Embajada de los Estados Unidos. Este cura era conocido de la familia de Carmen porque también era originaria de Aragón y, al instalarse en Madrid, se acercó a hacerles una visita. Al ver las penosas condiciones en las que vivían, como muchas de las familias españolas represaliadas por haber sido fieles a la República, les ofreció su parroquia para que pudieran vivir algo mejor. Más tarde se prestaría a avalar al hermano de Carmen, encarcelado, para que pudiera salir libre y se prestó a acompañar a su madre a Marsella para que pudiera ver a su hija.
Ante el sacerdote, el grupo de Monzón se presentó como gente que estaban al servicio de los aliados. Carmen sondeó al cura carlista sobre las posibilidades de volver a España siempre ocultándole su filiación comunista. Le respondió fríamente: «No debes volver; por muy mal que estés aquí, allá estarás peor». «No vuelvas», le insistió. Monzón estuvo charlando con él durante horas; tenía a su favor el haber estado estudiando en los jesuítas de Tudela; hablaron sobre temas religiosos pero también políticos e intentó convencerle de que estaban en una misión para luchar contra los nazis, a los que los carlistas, que tenían a su pretendiente en el campo de exterminio de Dachau, consideraban igualmente sus enemigos. Monzón, tras estas charlas, comentaba que la Unión Nacional tenía que basarse en gente de este tipo. Pese al secreto en que tenían la casa-refugio de Cantogril, este cura carlista fue de los pocos privilegiados en conocer el sancta sanctorun de quienes estaban dirigiendo el proceso de reconstrucción del Partido Comunista de España.
Fue aquí donde, en un segundo viaje, también durante este año de 1941, el sacerdote comenzó a tirarle los tejos a Carmen, echándole unos cuantos piropos, diciéndole que de haberla conocido antes no se habría hecho cura, que, de toda su familia, ella era la única que se salvaba… Para él, su padre era un acobardado; su madre, una persona poco instruida; su hermano no sabía lo que quería y su cuñada, que también vivía en la parroquia, una persona orgullosa. Se bañaron juntos en un pilón que había en Cantogril, y cuando se marchaba le pidió que se despidieran besándose «a la francesa»; Carmen logró pararle los pies argumentándole que eso no se estilaba en España. Cuando le contó a Monzón el incidente, Jesús le montó una escena de celos.
Reconquista de España
Una de las facetas más desconocidas del PCE «monzonista» es el propósito de mantener su total independencia nacional respecto al Partido Comunista de Francia, que se empeñaba en que los militantes españoles quedaran encuadrados dentro del PCF, en concreto en una sección destinada a los extranjeros y que llevaba el nombre de Mano Obrera Inmigrada (MOI). Para conseguirlo se traslada a Marsella un polaco, un tal Jack, que hace saber a Monzón que el PCE debe dejar de funcionar con la independencia de que gozaba hasta entonces. En la entrevista participa, junto con Monzón, Olmedilla. Monzón se niega en redondo y las conversaciones quedan bloqueadas. Para recuperarlas Monzón le pide a Carmen de Pedro que le sustituya; piensa que, al ser su compañera más flexible, podrá hacer mejores migas con los camaradas franceses.
Mientras se está en estas lides se produce el hecho que modifica radicalmente el panorama internacional del comunismo: el 22 de junio las invencibles divisiones Panzer se lanzan contra la patria del socialismo. El hechizo esquizofrénico ha quedado roto como un espejo de mal gusto. Hasta ese día había que conjugar la resistencia contra los nazis en Francia con la posición oficial del PCE, contraria a una «injusta» guerra mundial provocada por «potencias imperialistas». Ahora no puede ser así porque, consecuentemente, la Unión Soviética quedaría en uno de los bandos imperialistas y eso, por ahora, es imposible. Por lo tanto, el PCE anuncia al MOI que se dispone a iniciar ya abiertamente la lucha armada contra los nazis: es necesario defender a la URSS atacando con todos los medios disponibles la retaguardia del Ejército alemán. Jack insiste en que los guerrilleros españoles deben quedar bajo el control de cuadros franceses; además le advierte que no pueden plantear al PCF que se comience a matar alemanes porque este tipo de acciones repercutirían sobre la población civil con la toma de rehenes y ejecuciones sumarias de castigo; en todo caso debieran ser sabotajes de carácter económico, como, por ejemplo, el hundimiento de barcos. Monzón se desespera, aún más cuando no necesita, porque es imposible, las indicaciones del Buró Político para convertir la organización política en un movimiento guerrillero. Todo está a punto; no hay más que transformar los grupos clandestinos que funcionaban bajo la tapadera de los chantiers y compañías de trabajo en núcleos político-militares que darían paso después a la potente Agrupación de Guerrilleros Españoles.
Más tarde, cuando el PCF asuma con todas sus consecuencias la resistencia armada, serán los comunistas franceses quienes pidan la colaboración de los experimentados guerrilleros españoles; tenían que ser los mejores en conducir los comandos, elaborar explosivos y preparar sabotajes. «Nos decían —explica Carmen—: nos mandáis unos que sirvan para las tres cosas, que sean capaces de hacer bombas, tirarlas y dirigir un grupo». Al oír las propuestas transmitidas a Carmen durante las reuniones, Monzón montaba en cólera y comenzaba a vociferar: «Quieren hacer cartel con nosotros». Ellos tenían la impresión de que los contactos con el MOI en vez de facilitar el funcionamiento del PCE se convertían en una carrera de obstáculos. Carmen recuerda que Monzón volvía a casa de un «humor tremendo», comentando que si les había dicho esto y lo otro y que les había puesto de tal forma, etc. Los problemas con el MOI surgían en cualquier lugar donde mantenían relación con ellos. Azcárate que, en su estancia en París, mantuvo reuniones al más alto nivel llevaba instrucciones de «salvaguardar la independencia» del PCE por encima de todo.
El PCE, finalmente, se limita a informar al MOI de la actividad que desarrolla y de las acciones en marcha, fundamentalmente en los lugares de la costa atlántica, plagada de fortificaciones nazis, y donde hay gran cantidad de españoles trabajando. Las primeras acciones armadas del maquis comunista en Francia las decidirá el grupo de Monzón y consistirá en sendos apuñalamientos de militares nazis en Burdeos y París, donde la resistencia francesa estaba dirigida por los hermanos Miret: Josep era el responsable del grupo español del MOI y Conrad, que había sido oficial en la Guerra Civil, de los Francotiradores y Partisanos (FTP) o maquis[23]. Según cuenta Azcárate en sus memorias, la célula de Burdeos encargada de ejecutar el primer atentado pone reparos. Según argumentan, se trataba de una acción individual y Lenin siempre se había opuesto al terrorismo individual. Azcárate tiene que volver a Marsella y discutir el problema con Monzón, para quien no cabe lugar a dudas de que la lucha contra el Ejército alemán, estuviera donde estuviera, fuera cual fuera el objetivo, era una lucha revolucionaría.
Las Agrupaciones de Guerrilleros Españoles, distribuidas fundamentalmente por los departamentos de la zona «libre», jugarán un papel clave en la Resistencia Francesa y, finalmente, cuando desembarcaron los aliados entre Niza y Marsella, en la liberación de regiones enteras del Mediodía. «En estas compañías —explica Azcárate—, a pesar de un control bastante serio de la Gendarmería, los españoles disponen de un grado de libertad considerable. En los bosques y zonas de montaña hay condiciones ideales para depósitos de armas, escondites, y para grupos con doble vida: realizar operaciones militares y tener a la vez una base legal para pasar periodos más tranquilos». De esta forma, el maquis español comienza a actuar antes y con más fuerza que el propio PCF.
También coincidiendo con el inicio de la lucha armada se publica en agosto de ese año, el primer número del periódico Reconquista de España gracias a una imprentilla del tipo Minerva que les habían prestado los comunistas italianos. Aquello supuso un importante avance porque, hasta entonces, tenían que reproducir los documentos con una imprenta manual de moldes de gelatina con la que apenas se podía sacar una veintena de copias. Lograron instalar la Minerva en un zulo del valle de Cardanne, en la zona montañosa de Vucluse. Con esta Minerva, manejada por un nacionalista vasco, se edita también el periódico de las Juventudes Socialistas Unificadas —Alianza— y el órgano oficial del PCE: Mundo Obrero.
Monzón daba una prioridad absoluta a la publicación de Reconquista de España respecto a Mundo Obrero. En su opinión, la prensa del partido era demasiado teórica y profunda para lograr la difusión que exigía un proyecto tan abierto y antisectario como la Unión Nacional. Lo que realmente necesitaban era una publicación que pudiera leer, sin tirarlo a la basura, tanto un carlista como un anarquista. El artículo de Dolores Ibarruri «Por la conquista de España» fue el que les dio la idea de la cabecera. Al contrario del nombre España Popular, periódico oficial del partido en México que para Monzón no significaba nada, Reconquista de España era toda una consigna, indicaba el camino que debía seguir la lucha de los españoles. En realidad, Reconquista de España no era un simple periódico sino que representaba al mismo movimiento de la Unión Nacional.
En las reuniones previas a la publicación del primer número se dejó claro que debía ser un periódico aceptado por todos los españoles, no solamente por los simpatizantes del PCE. Una publicación netamente comunista, decía él, sería recibida de uñas por los demás partidos y no aportaría nada a la política de unidad. Monzón puso especial interés en la descentralización de sus diferentes ediciones, permitiendo que en cada zona organizada se insertaran suplementos locales. Esta descentralización iba en contra del férreo control de contenidos que caracterizaba a la prensa del partido, ya que, en la práctica, cualquiera podía escribir, sin más censura que la propia, en los suplementos descentralizados.
La aparición de Reconquista de España coincide con la «carta abierta» del PCE, con fecha de 1 de agosto de 1941, proponiendo al PSOE la formación de la Unión Nacional de todos los españoles cualquiera que sea su ideología y origen social: obreros, campesinos, burgueses, católicos, masones, nacionalistas vascos o catalanes, republicanos, socialistas, anarquistas, militares patriotas, carlistas e incluso jóvenes que «hayan sido falangistas»[24]. De acuerdo con ello, se puede decir que la dirección del PCE va aún más lejos que Monzón.
Por estas fechas, también se decide enviar los primeros emisarios al interior de España para conectar con la organización que estaba funcionando en el interior bajo la dirección de Heriberto Quiñones, con cuya línea, totalmente independiente respecto al Comité Central, Monzón coincide en dos significativas posturas: aprovechar los sindicatos del régimen para impulsar el trabajo de masas entre los trabajadores y apoyar a los carlistas en su enfrentamiento contra la hegemónica Falange. El primero en pasar, coincidiendo en el tiempo con la visita del cura carlista a Marsella, es Jesús Carreras, que logra entrevistarse con Quiñones. Carreras le habla de Carmen de Pedro y de Monzón y Quiñones le comenta que ya conoce a Carmen, aunque en realidad la está confundiendo con Carmen Cartón, miembro de la Internacional Comunista. Además de Carreras, penetran en territorio español Antonio Rosel, que llega hasta Zaragoza; Cecilio Arregui, que conecta con el PC de Euskadi en Bilbao; otro enlace es detenido, preso y ejecutado cuando se dirigía a Valencia, y, por su parte, Pelayo Tortajada y Alberto Assa, un judío sefardí de Estambul que había combatido en las Brigadas Internacionales, logran llegar a Barcelona[25]. Para pasar los documentos y direcciones se utilizaban fundamentalmente dos tretas: una consistía, tal y como hizo Carmen en el caso de Carreras, en camuflarlas entre la ropa, por ejemplo dentro de las solapas, para lo que era necesario cortarlas y volver a coser; la otra era abrir, con ayuda de un zapatero, las suelas y tacones del calzado; Carmen tenía que supervisar el trabajo del artesano para asegurarse de que los informes no iban a parar a otras manos.
Es Jesús Carreras quien, de regreso a España, informa de la amplia caída que ha sufrido la organización de Quiñones. Además de la cúpula y del propio Quiñones, habían sido detenidos unos doscientos militantes y, entre ellos, un grupo que, enviado por el Buró Político desde México, habían conseguido llegar a Lisboa y Bilbao. El primer intento serio del Buró Político para volver a España quedaría frustrado cuando la cascada de detenciones condujo a la Policía hasta quienes acababan de desembarcar en Euskadi y Portugal. Todos los correos comparecerían ante los pelotones de ejecución franquistas. Entre ellos estaba un amigo personal de Monzón, Jesús Larrañaga, y un militante navarro, Luciano Sádaba. La pérdida de estos militantes dolió profundamente a Monzón; no se explicaba por qué la dirección no había contado con él para diseñar tal operación, pero, sobre todo, se preguntaba por qué habían enviado a un militante que «canta nada más cogerle». Jesús se refería a Eleuterio Lobo, un joven camarada cuya detención, al parecer, había conducido a las demás. De forma muy especial le había afectado la pérdida de Larrañaga porque sabía que tenía intenciones de entrar en España y había intentado ponerse en contacto con él para que el paso se hiciera por Francia. En uno de los documentos que se conservan en el archivo del PCE se atribuye a Jesús Monzón una frase que resume su queja y su dolor por esta pérdida: «Si hubiera venido por Francia no habría pasado esto porque nosotros tenemos mucha más información de los asuntos de España que en América; habríamos podido hacer las cosas de otra manera».
La reorganización del PCE culmina con la constitución de lo que se denominaría Delegación del Comité Central en Francia, es decir una especie de regencia de esta entidad directiva ante la imposibilidad manifiesta de una relación estable con el Buró Político. Ni siquiera recibían con regularidad los documentos del partido y los pocos que llegan por correo lo hacían con tal tardanza que, cuando consiguen leerlos, ya se han quedado desfasados respecto a la situación nacional y al desarrollo de la guerra mundial. Carreras había traído de España dos declaraciones oficiales del PCE y algunos ejemplares del Mundo Obrero editado por el Buró Político.
El aislamiento, en septiembre de 1941, quedó ligeramente amortiguado al conseguir en Aix-en-Provence un receptor de radio para escuchar las emisiones lanzadas al aire desde Moscú a través de la Estación Pirenaica. Monzón encargó a Carmen de Pedro, que tenía conocimientos de taquigrafía por haber trabajado como secretaria del PCE en Madrid, transcribir las declaraciones, comentarios, textos, consignas… difundidas por Radio España Independiente. La emisora del partido se escuchaba casi todas las noches y Monzón, según recuerda Carmen, exigía la máxima exactitud en las transcripciones. Cuando no había entendido algo, se ganaba «una bronca enorme». «Para mí —explica Carmen— era una tarea que Monzón me imponía como si fuera lo más sagrado. Cada vez que no tomaba bien una frase o no estaba clara, Monzón le daba una importancia enorme».
Una vez que abandonan la zona de Marsella para regresar a Montauban, Jesús plantea formalmente redactar y difundir un documento que aclare a los militantes el radical cambio que la invasión de la URSS había supuesto en la coyuntura internacional. Hasta hacía muy poco, como había transmitido Diéguez en España antes de la caída de Lobo, el pueblo español no debía tomar parte en la «guerra imperialista»; ya no se podía mantener tal posición. Sin otros materiales a los que echar mano, utilizan para elaborar el informe una declaración de Dimitrov. Es entonces cuando Monzón defiende que el documento esté firmado por una «Delegación del Comité Central» en Francia. Carmen de Pedro, en tanto que «responsable oficial» del PCE, se opone y recomienda que se inserte una nota previa advirtiendo que el escrito no debe ser considerado como un texto oficial del partido. Monzón le dice a Carmen que está pecando de timidez y pregunta cuándo se había visto un documento del partido en el que se diga que no es tal documento. Carmen recuerda que Monzón le interpeló: «Si tú no te haces cargo de esto, si no tomas la responsabilidad de hacerlo, entonces dime a mí quién se va a encargar del partido en Francia. Tenemos que ir más lejos de lo planteado (por la dirección). En esta delegación debe estar Azcárate representando a la Juventud, debo estar yo y debes estar tú». El documento finalmente se aprobó en una reunión de cuadros a la que asistieron Tatxo Amilibia, Jaime Nieto, que se había desplazado desde Toulouse, Adela Collado y Pelayo Tortajada. Así nació la «Delegación del Comité Central»; el PCE no solamente tenía una renovada organización, sino una estrategia y una dirección que seguir.
Un nuevo partido, un nuevo lenguaje
Una de las grandes diferencias del proyecto político que construyó Monzón entre 1941 y 1945 respecto al que se impondría a partir de esa fecha bajo la férrea disciplina de Santiago Carrillo y Dolores Ibarruri está en el propio valor dado al partido como organización. El PCE «monzonista», abortado en 1945 cuando ya estaba cuajando y adquiriendo una magnitud insospechada, relegaba el protagonismo del partido en beneficio de organizaciones más amplias y abiertas a otros sectores políticos no comunistas en el marco de la Unión Nacional, como serían el caso del Partido Popular Católico y los Sindicatos Católicos Agrarios. Esta fue una de sus premisas fundamentales y, en lógica consecuencia con esta posición, los diferentes números del propio Mundo Obrero, al menos del editado por Monzón, se encargan de potenciar más este organismo unitario y su rama juvenil —la Juventud Combatiente— que las células comunistas.
En el correspondiente al mes de enero de 1942 realiza una proclama «a las fuerzas que han figurado y figuran en las filas del franquismo porque creyeron sinceramente que Franco representaba un régimen de orden y engrandecimiento de España, pero que, dentro de su propia significación, han sufrido las consecuencias del régimen franquista», haciendo una referencia explícita «a todos los católicos que contemplan con horror la orgía anticristiana» del fascismo. En la edición de febrero, la consigna de formar los comités de la Unión Nacional es destacada en portada, mientras se repite la propuesta de aunar fuerzas con «los monárquicos y católicos» para lograr «la más amplia libertad de conciencia y de práctica de cultos religiosos». El número correspondiente a junio de 1942 informa de que solamente en Francia están funcionando ya 108 comités de la Unión Nacional y Gabriel Morán en su inestimable y crítico libro sobre el PCE da la cifra de 5000 militantes en ese momento.
Pero las innovaciones no son solamente estratégicas, afectan también al lenguaje y los símbolos que el partido había mostrado hasta entonces. Uno de los más conocidos es la propia cabecera del órgano de prensa del PCE; entre las palabras «Mundo» y «Obrero», insertaba la hoz y el martillo, preferentemente en color rojo. Justo encima de la hoz y el martillo se solía colocar el lema comunista por excelencia: «Proletarios de todo el mundo, uníos». Pues bien, hasta marzo de 1945, momento en que Monzón ya ha perdido el control del partido en Francia debido a la llegada de Carrillo, en vez de esta frase, se puede leer otra bien distinta: «Unión Nacional, contra Franco y la Falange». Precisamente en septiembre de ese año, cuando ya Monzón está encarcelado por los franquistas y sus seguidores están siendo apartados de los puestos claves dentro del partido, la consigna que caracterizó la política de la Unión Nacional es reemplazada de nuevo por el histórico, consagrado y ortodoxo encabezamiento del Manifiesto Comunista de Marx y Engels.
Las novedades heterodoxas se extienden también al lenguaje utilizado, a las consignas, al tipo de temas tratados, a la forma de dirigirse a los militantes y hasta al propio diseño del periódico —muchas veces de tamaño muy reducido—, evidenciando así un discurso político que se aparta de la manida grandilocuencia triunfalista «postmonzonista» que dominará una prensa del PCE totalmente supeditada a los designios del estalinismo a partir de 1945. Por ejemplo, el Mundo Obrero correspondiente al mes de noviembre de 1942 está dedicado en su mayor parte a los sucesos de Begoña (Vizcaya), ocurridos el mes de agosto de ese año. En este santuario, un comando falangista lanzó varias granadas de mano contra una concentración carlista. El análisis que se realiza, la extensión dedicada a un suceso protagonizado exclusivamente por «enemigos» y la reproducción de un comunicado difundido por los carlistas de Vizcaya contra la Falange revelan una alto grado de flexibilidad en la comprensión de la realidad impuesta en la España franquista. Este análisis aventura, por ejemplo, el desplazamiento de los falangistas en buena parta del sistema dictatorial, tal y como ocurriría en los años siguientes. En contraste, podemos mencionar que los sucesos de Pamplona de diciembre de 1945, cuando los carlistas se enfrentan a tiros con la Policía provocando heridas de bala a ocho agentes, ni siquiera es mencionado, pese a la gravedad de unos acontecimientos en los que fueron detenidas cerca de doscientas personas, provocando que el centro y las salidas de la capital navarra fueran tomadas por la Guardia Civil y causando la apertura de un consejo de guerra contra la dirección de la Comunión Tradicionalista. Paradójicamente, los medios de comunicación franquistas y los del PCE coincidieron en su silencio. En la prensa del partido, evidentemente, se seguía ya a pies juntillas la línea oficial implantada por Carrillo y La Pasionaria.
Hay otros ejemplos de la nueva savia que está recorriendo las entrañas de un partido en plena revitalización. Por ejemplo, no hay reparo alguno en presentar de forma pública las discusiones internas en temas generalmente guardados bajo siete llaves dentro de la organización. En diciembre de 1943, además de reproducir parcialmente el contenido de los encuentros con «dirigentes católicos españoles y el presidente de la Junta Suprema de Unión Nacional», se plantea abiertamente la necesidad de sistematizar el debate interno. «En todas las reuniones —se dice en este número de Mundo Obrero— se deben plantear siempre estas tres preguntas: ¿qué hay de nuestro trabajo de Unión Nacional?, ¿cómo marcha nuestra agitación? y ¿qué luchas se están planteando o están planteadas?»; y «sobre cada una de estas tres cuestiones fundamentales, controlar lo realizado desde el contacto o reunión anterior, estudiar las experiencias adquiridas y acordar un plan de trabajo en el que quede precisa la misión de que se responsabiliza cada camarada». En los márgenes, con grandes caracteres, una nueva consigna: «Audacia y organización: he aquí el camino para cumplir las tres tareas que señala la Conferencia (de Grenoble)». En el número de diciembre, se puede leer una autocrítica, cuando se pone en evidencia que dentro del partido no se hace el trabajo adecuadamente: «Es necesario reconocer que el partido en su conjunto no ha comprendido aún la decisiva importancia de esta labor». A continuación, anima a todas las organizaciones a «estudiar y cumplir» las instrucciones «claras y precisas», lo que «nos conducirá sin duda a los mayores éxitos».
Se trata realmente de un periodo en el que, como constatará después la dirección que desembarcó tras la II Guerra Mundial procedente de Moscú y México, se dicen cosas «extrañas», se tratan temas de una forma poco usual en el lenguaje estereotipado del movimiento comunista. Esto es lo que se puede decir de la consigna, que con alarde tipográfico, equipara el valor dado a la «libertad de cultos» con la amnistía y la depuración de la Falange del Aparato de Estado y del Ejército, según se puede apreciar en el número de mayo de 1944. En esta edición ni siquiera se hace referencia a la legalidad republicana; se propugna la convocatoria de unas «elecciones generales» que «promulguen una constitución que esté con el sentir popular del pueblo español». «No se trata de imponer un sistema político determinado sino de aunar todas las capas sociales de España que estén contra Franco y la Falange»; tienen el mismo sentido las consignas para extender el movimiento de la Juventud Combatiente, en tanto que órgano aglutinador de todos los jóvenes españoles «socialistas, unificados, republicanos, libertarios, católicos y tradicionalistas», y las propuestas para formar a lo largo y ancho de la geografía española las denominadas «juntas patrióticas».
El 26 de noviembre de 1941 Monzón comunica por carta a Miguel —Antonio Mije— que el número de militantes —a los que llama en lenguaje cifrado «alpinistas»— se ha duplicado desde el mes de julio y que los resultados conseguidos en este deporte, que se comenzó a practicar solamente hacía una año, «son positivos aunque de ninguna manera satisfactorios». Monzón aprovecha la carta para agradecerle «sinceramente» las atenciones que han tenido con Aurora cuando, durante la travesía hacia el continente americano, el barco interrumpe el viaje a la altura de Marruecos y todos los pasajeros, fundamentalmente refugiados españoles, son internados en un campo de concentración en Sidi el Ayachi. Jesús les había pedido que le ayudaran para que no se «quedara tirada en un campo de África» porque, para ella, llegar a América supondría «la perspectiva de una nueva vida». Sito, en contra de lo que pensaba Aurora, no se había olvidado de la compañera con la que se había desposado en Pamplona; desde Marsella y a través de Luz Diez de la Torre le envía 2000 francos.
Y, hablando de dinero, en la misma carta a Antonio Mije se queja de que, desde hace dos años, no están recibiendo «ni un solo céntimo» de ayuda económica «a pesar de los espléndidos resultados de las campañas» de las que tienen noticias. Monzón se siente ofendido y le dice a Mije que no comprende cómo no ha conseguido algo tan natural como que parte de lo recaudado en esas campañas de solidaridad llegue a manos de los militantes que luchan en Francia y España. Es una situación que dura ya dos años. «No sabemos ya qué pensar», le recalca Monzón. Finalmente, le anuncia que han invitado a Manuel Azcárate, que se encuentra en París, a pasar las Navidades con ellos. Azcárate, al regresar a Aix-en-Provence, ve con asombro la impresionante labor realizada por Monzón en apenas dos años. «A partir de nada» había puesto en marcha una organización de miles de militantes; «en cada departamento había un comité responsable de cinco o siete personas» y en esa estructura el periódico Reconquista de España, que había pasado a ser el órgano oficial de la Unión Nacional y del que se «tiraban bastantes miles de ejemplares», jugaba «un papel esencial». «Monzón dirigía personalmente» la edición del periódico[26] que reflejaba esta política, «la elaborada por Monzón», que él se encarga de explicar y propugnar en los editoriales de la publicación[27].
Cuando más adelante, probablemente ya en 1942, regresan a Montauban temen encontrarse un panorama desolador entre el numeroso grupo de mutilados que habían conocido. No habían sabido nada de ellos ¿cómo habrían sobrevivido? Se llevan una de las mayores sorpresas de su vida; no solamente seguían allí sino que estaban siendo atendidos por una organización humanitaria de cuáqueros y otro grupo norteamericano, Unitarian, que dirigía un tal Noel Field, de orientación troskizante. Se habían abierto comedores, talleres y se les prestaba asistencia alimentaria, sanitaria y económica. Monzón estaba entusiasmado: «¡Es tremendo! ¡Cómo se han salvado!», y se admiraba por la labor de los cuáqueros y de Field, ante el que, pese a ser conocido como troskista, no mostraba ninguna desconfianza. El hecho de que ambas organizaciones no gubernamentales fueran norteamericanas y, además, Field fuera troskista —en ese momento para el PCE los troskistas eran agentes del fascismo— fue otra de las «pruebas» con las que Carrillo «demostró» la vinculación de Monzón con el «imperialismo yanqui».
Ni estaba bien visto que se codeara con los troskistas ni que hicieran cosas tan poco «revolucionarias» como disfrutar de la holganza, ir a bañarse al río, «tumbarse al sol» y comer bien. «Yo recuerdo —dice Azcárate en el proceso político contra Monzón— comidas en aquella casa de campo (situada junto a la residencia de mutilados) con una tortilla y una botella de champán». Azcárate dice que no eran situaciones excepcionales sino algo usual. «Se gastaba el dinero en cosas pequeñas, en tonterías de todo tipo», añade para demostrar la forma de vida tan poco proletaria que llevaba el navarro. Fue en esta casa de campo de Montabuan donde se decidió elaborar la lista completa de los militantes del partido, labor que fue encomendada a Azcárate y a Marta, esposa de un comunista cubano que se residía en París.
La pareja de enamorados convertida en Comité Ejecutivo del nuevo PCE formaba un núcleo granítico; ante todo el mundo aparecían como una unidad completa, absoluta. Carmen asumía el papel de quien tomaba las decisiones formalmente mientras que Jesús era el que diseñaba la estrategia; los dos lo discutían todo, hablaban de lo divino y lo humano y se podían quedar conversando durante horas en su habitación. Allí se elaboraban también los informes que intentaban hacer llegar a la dirección de América o Moscú para romper la incomunicación.
Carrillo no quiere reconocer en sus Memorias que al menos uno de estos informes terminó en sus manos, el que llevó Moix personalmente hasta Cuba el verano de 1942, en el que se informaba de todo lo que se estaba haciendo en Francia y España. Moix, además, se encargó de explicar la situación del partido en una reunión a la que asistieron el propio Santiago Carrillo, Checa y Uribe. Allí se contaba todo, cómo se habían organizado los leñadores, los grupos de guerrilleros que se habían creado a partir de los chantiers, los primeros golpes contra el Ejército nazi antes de que la Resistencia Francesa del PCF pegara un solo tiro… Al menos otros dos informes llegaron a la dirección a través de Tatxo y Cabeza; un cuarto informe, pese a estar redactado, no pudo finalmente ser enviado; en este caso el conducto iba a ser el propio Noel Field, que tenía posibilidades de hacerlo desde Suiza, donde Unitarian tenía una delegación. En el informe entregado a Field se comentaban las iniciativas tomadas para poner fin a los restos que habían quedado en España del «quiñonismo», nombre que recibía entonces la línea que acusaba abiertamente al Comité Central de abandono político y que propugnaba su sustitución por otro elegido en el interior.
También se informa a la dirección de que la organización de Cataluña ha sufrido un fuerte golpe desencadenado a partir de la detención de algunas personas cuando estaban pasando la frontera. Estos militantes estaban vinculados al grupo de Perpignan, que dirigía el matrimonio Olaso. Los Olaso abandonaron la capital de la Cataluña francesa y se mudaron a París pasando por Toulouse, donde visitaron a Nieto, a quien comentaron que el partido en Francia había quedado en manos de una mujer —Carmen— a la que tildaban de poca catadura moral. Dentro del partido se consideró aquello una deserción. «Para nosotros Olaso era un hombre que no tenía nada que hacer en el partido», dice Carmen de Pedro. En París, Olaso hace gala de ser agente soviético, lo que aumenta las críticas hacia su actitud, sobre todo de Miret: si era agente no lo debía decir y, si no lo era, su comportamiento era inaceptable. Pese a ello, la Delegación del Comité Central recibe una carta de Uribe, remitida desde Cuba, insistiendo en que se conecte con Olaso, que hablen con él. Monzón comenta: «No se quieren convencer de que ha abandonado. Tenemos que mandar a alguien a París para que el propio Olaso explique por escrito que ha abandonado (el trabajo) y así se convencerán en América».
Olaso, al que Carrillo ni siquiera cita en sus Memorias, era la persona elegida por la dirección del PCE para hacerse cargo de la potente organización puesta en marcha por Monzón; la dirección seguía sin fiarse de aquel «señorito navarro, de familia rica y con demasiada confianza en sí mismo»[28], es decir de una persona que tenía vida propia, que no encajaba en el esquema organizativo de servilismo en que se había convertido la dirección del PCE en manos de Stalin. Para no desairar a Uribe —y a Carrillo—, Celadas, que conocía y tenía confianza con Olaso, parte hacia París con la intención de preguntarle si asumía sus responsabilidades en el partido. Celadas regresó de su misión transmitiendo su mensaje: no se ocupaba del partido en Perpignan y no había dejado a nadie en su sustitución; es decir, que la organización de Perpignan no existía. Además, Olaso era partidario de la peregrina idea de ir a Alemania para hacer labor de zapa contra el Ejército nazi en su propia retaguardia. Se transmitió el mensaje a Cuba, pero Uribe insistió: había que contar con los Olaso. «Pues se contará», contestó Monzón y se les encargó mantener los polémicos contactos con la dirección del MOI en París.
La magnitud que en 1942 ha alcanzado la organización política y militar de la Unión Nacional permite crear un Comité de Unión Nacional, en el que, entre otras fuerzas, figuran sectores socialistas, anarquistas y de Esquerra Republicana, además de católicos representados en el Comité por un sacerdote, el padre Villar, que dirige la organización humanitaria Solidaridad Española; en esos momentos el maquis español es más fuerte que el francés y, según comenta Azcárate, el PCE había llegado a tener una capacidad de acción política aún mayor que la del propio Partido Comunista Francés. Pero no se puede seguir adelante sin el aval de una dirección que todavía no ha conseguido relacionarse con ellos pese a los mensajes enviados. Se realizan nuevos esfuerzos para romper el aislamiento. En Marsella fracasa el intento que hace Azcárate para salir por barco, al ser descubierta la estratagema en el último momento; se buscan otras alternativas: una de ellas es dirigirse, a través del PCF, a la Internacional Comunista, que también cuenta con una representación española; otra, pasar a Suiza, donde la neutralidad del país permitirá la conexión con el exterior.
En abril de 1942, Manuel Azcárate emprende de nuevo el camino a la capital gala, conecta con el PCF y le plantea claramente esta pregunta para que la transmita a la delegación del PCE en la IC: «¿Sigue siendo nuestra plataforma la unidad o frente popular sin traidores ni capituladores?». Mientras espera la respuesta al calor del verano, la Policía comienza a realizar detenciones en el entorno en el que se desenvuelve, de forma clandestina, Azcárate; los agentes de la Gestapo le pisan los talones cuando va a casa de Ogier, un militante que, tras ser detenido, terminaría tirándose de un quinto piso en la prisión de La Santé; también son apresados los hermanos Miret y todo el aparato de propaganda; la Gestapo organizará un importante proceso con todos ellos contra la Unión Nacional. Acosado, Azcárate sale de París precipitadamente y regresa a la zona gobernada por los colaboracionistas de Vichy. Atrás quedaban Conrad y Josep Miret en manos de la Gestapo como responsables de la Resistencia. De Conrad no se volvió a saber más, o bien murió en las sesiones de tortura o fue fusilado junto a otros valientes antifascistas en Mont-Valérien; Josep, casado con una resistente francesa llamada Lily, terminó en el campo de concentración de Mauthaussen, donde continuó la lucha clandestina; en 1944, quedó herido durante un bombardeo aliado y un SS le dio el tiro de gracia. Murió pensando en su mujer y en la hija por él concebida que nunca llegó a conocer[29].
Para dejar bien claro que tanto en España como fuera de ella estaba ya superada la crisis del «quiñonismo» se convoca una Conferencia del Partido en Grenoble, en noviembre de 1942. Monzón intentaba demostrar dos cosas: en primer lugar al régimen franquista; el PCE seguía existiendo pese a los 200 militantes detenidos con Quiñones y el grupo de Lisboa. En segundo lugar, dejar bien patente a los seguidores de Quiñones que el Comité Central no había abandonado al partido, puesto que en Francia había dejado una Delegación a cuyo frente estaba Carmen de Pedro y él mismo. Para que la maniobra surtiera efecto, Manuel Gimeno fue encargado de convocar una Conferencia paralela en Madrid con representantes del partido en el interior. Gimeno, para entonces, ya había sido llamado por Monzón de su puesto en Perpignan para que estableciera contactos y pasara información política a la organización del interior, en manos de Carreras.
El documento de Grenoble puede compararse con el emitido por la dirección de México y Moscú por las ondas de Radio España Independiente el 16 de septiembre llamando a una Unión Nacional abierta a las fuerzas que no estaban integradas en el Gobierno de Negrín en el exilio. Aquel documento no se utilizó en la Conferencia de Grenoble porque, cuando llegó el texto a manos de la Delegación, era demasiado tarde y había quedado desfasado; a la hora de publicarlo, tuvieron que cambiar la frase que se refería a «Don Alfonso el Africano», porque el monarca ya había fallecido. Por esta razón, Monzón decidió que se añadiera a esa referencia la frase «o cualquiera de sus adláteres», para extender la posición a sus sucesores. También se pusieron pegas al documento oficial porque lo consideraban pesado, de difícil lectura, redundante, mal redactado y escrito de forma mecánica con un lenguaje de partido incomprensible para el pueblo. Carrillo le achacaría después que la Conferencia de Grenoble había ocultado a los militantes un documento oficial de la dirección y, por lo tanto, él mismo se declaraba en rebeldía.
En el texto aprobado en Grenoble se destaca la participación de los católicos en la Unión Nacional y se denuncia cómo el régimen ha «machacado todo conato de libertad» colocando en la ilegalidad «a todos los partidos, desde los grupos carlistas y núcleos monárquicos alfonsinos hasta los partidos democráticos republicanos, el socialista y el comunista, pasando por las organizaciones representativas de derechas y católicos» como son la CEDA, los agrarios, progresistas y republicanos conservadores[30].
Gimeno es quien, al regresar del interior trae el texto de la declaración del Comité Central del 16 de septiembre. Monzón comprueba, tal y como recuerda Gimeno, que la línea del Comité Central «coincidía plenamente con la que él había trazado en la Conferencia» de Grenoble. También plantea que dentro de España quedan todavía reductos de la época «quiñonista» como es el caso de Calixto, aún miembro de la dirección provisional. Gimeno, en España, a pesar de conocer el manifiesto del Comité Central, utilizaba como base de trabajo el informe de Grenoble porque era «lo mejor que se había hecho en el partido». Es al comenzar 1943 cuando llega la respuesta del PCF a la pregunta hecha por Azcárate durante su último viaje a París. Se trataba de un nota tan corta y vaga que no existía duda alguna de que el PCF no había hecho la gestión y se había atrevido a dar la contestación por su cuenta. También significaba que seguía sin existir una vía para conectar con el Buró Político y que, obrando en consecuencia, no tenían más remedio que mantener la línea defendida hasta entonces. Monzón, Gimeno y Carmen de Pedro discuten la situación. Gimeno regresará a España y preparará, a su vez, el paso de Monzón al interior; por su parte, Manuel Azcárate y Carmen de Pedro pasarán a Suiza para intentar la conexión con la ejecutiva del PCE desde la Confederación Helvética.
La conexión suiza
A finales de 1942 Alemania ocupa la denominada «Francia libre» y las acciones de los maquis españoles contra los nazis se intensifican por todo el territorio adquiriendo una dimensión insospechada. Monzón no deja de preguntarse en esa situación: «¿Cómo podemos seguir sin noticias del partido?». Desde hacía nada menos que ocho meses no había ningún tipo de contacto. No era exactamente así; la dirección del partido sí lo estaba intentando, pero a sus espaldas, buscando de nuevo la conexión directa con España. A lo largo de ese año llegarían vía Lisboa, en colaboración con el Partido Comunista Portugués, Casto García Roza y Ramón Ormazábal y se establecería una relación estable a partir del otoño que permitía trasladar cuadros, correspondencia y propaganda. Casto García Roza llevaba la misión explícita de ponerse al frente del partido, retomar su control y acabar con el funcionamiento autónomo mantenido hasta ese momento[31].
También tratan de atajar el camino de Monzón escribiendo personalmente desde América a Carmen de Pedro. Le ratifican la confianza que tienen en ella para dirigir el partido en el interior y le recomiendan que Jesús se encargue solamente de la situación en Francia. Pero, Jesús y Carmen son uña y carne, no hay secretos entre ellos; el propio Jesús puede leer y hasta contestar la cartas que le llegan cruzando el Atlántico. Es más, Carmen de Pedro está convencida de que la dirección del partido está cometiendo un error. En la autoinculpación que realizará al final del «proceso estalinista», se refiere de forma específica a una de estas cartas, en la que ya se pide con meridiana claridad que Monzón arregle las cosas para ir a América. Carmen comenta que, aunque no había posibilidades materiales para emprender ese viaje, tampoco dieron el más mínimo paso para cumplir estas indicaciones. Al contrario, en estos momentos de duda, tranquiliza a Monzón prometiéndole que, cuando la dirección pregunte por qué no se habían seguido sus instrucciones «al pie de la letra», ella asumirá sola la responsabilidad demostrándoles la «diferencia de capacidad» que existía entre ellos dos. Ante estas suspicacias, ambos acuerdan que la dirección del partido en Francia y en España sea colectiva; no habrá, al menos formalmente, una Presidencia.
Ajenos a los denodados esfuerzos trasatlánticos de Roza y Ormazábal para alcanzar las costas de la Península Ibérica, Azcárate y Carmen se preparan en febrero de 1943 para el viaje a Suiza. Sus objetivos prioritarios serán cinco: conectar con la dirección de Moscú y América, hacerse con materiales de la Internacional Comunista, difundir internacionalmente la Unión Nacional, entrevistarse con los representantes monárquicos de Lausana y conseguir la mayor cantidad de dinero posible. Suponían que todo ello sería posible porque en Suiza también existía un partido comunista y porque la agencia soviética Tass tenía allí desplazado un corresponsal que podía comunicar diariamente con Moscú. Pero Carmen no se fía, piensa que Monzón se ha cansado de ella y se la quiere quitar de en medio. Primero rechaza la primera vía que se le ofrece para hacer el viaje: sumarse a una expedición de comunistas alemanes que ganarán Suiza de la mano de Field y su organización humanitaria. Acompañada de Trilla se personan en las oficinas que Unitarian tiene en Marsella. Pese a que se ponen de acuerdo para que se una a la expedición, Carmen sigue desconfiando; ahora porque considera una temeridad realizar un viaje con alemanes y mediante una organización que está permanentemente bajo sospecha de la Policía.
Carmen y Monzón discuten; sigue convencida de que se quiere desembarazar de ella. Monzón intenta doblegar su posición con otro argumento de peso: la ocupación nazi de la zona «libre» coloca a la organización en una situación de peligro infinitamente mayor; además, él ya ha resuelto pasar a España y, si cae estando juntos, el partido quedará sin cabeza. Carmen responde que la organización ha dado un gran impulso y que ahora hay muchas casas en las que esconderse en situaciones de peligro. Monzón insiste: desde una plataforma como Suiza siempre podrá hacer mucho más para salvarle la vida, impulsando una campaña internacional, en caso de caer en manos de la Gestapo o de los franquistas. Finalmente Carmen acepta pero mantiene su rechazo a unirse a la expedición alemana de Field. Azcárate habla entonces con Lachenal, un simpatizante comunista suizo que tenía un cargo diplomático en Vichy y que él conocía de su estancia juvenil en Ginebra. Durante la cita, en el hotel donde estaba alojado Azcárate, no consiguen convencerle. Monzón le prepara una segunda entrevista en casa. Le pide a Carmen que prepare unos garbanzos para halagarle con un buen plato de la tierra; comen en el jardín; finalmente, Lachenal termina cediendo; se compromete a llevarles en su coche hasta un pueblo fronterizo. A partir de ese momento, Lachenal se convirtió en un valioso contacto entre Monzón y los dos representantes del PCE en la Confederación Helvética.
Una vez dentro, la tarea no es nada fácil. Carmen no puede desenvolverse con libertad todavía, no tiene ningún papel para justificar su presencia allí. Azcárate, que sí puede certificar el periodo que vivió en Ginebra cuando su padre estaba destinado como diplomático de la República en la Sociedad de Naciones, deberá pasar, sin embargo, unos meses en un campo de internamiento hasta que se aclare su situación. Solo después conectarán con el Partido Comunista suizo, con un militante apellidado Ofmayer que les han presentado unos comunistas italianos. Ofmayer se encarga de pasar sus mensajes al corresponsal de Tass, quien los rebotará al Buró Político de Moscú. Entre los documentos que logran sacar al exterior —tienen constancia de los envíos porque se refieren a ellos las emisiones de Radio España Independiente— están el Informe de la Conferencia de Grenoble, la Declaración de la Junta Suprema que se había formado en Francia, ejemplares y artículos de Reconquista de España y una carta para la dirección del partido.
También logran sacar dinero. En muy poco tiempo mandan a Monzón medio millón de pesetas. Las remesas se realizarán primero a Francia y, cuando Monzón pasa a España, incluso al interior. Conseguir dinero se convierte en una auténtica obsesión. Llaman a todas las puertas, a todas las organizaciones y representaciones internacionales que hay en Berna y Ginebra: la Central Sanitaria les entregó 4000 francos; el propio Ofmayer hizo cuatro donaciones; los cuáqueros dieron otros 5000 francos; Unitarian se comprometió a pagar una operación que tenía que hacerse Carmen y que costó otros 800 francos; hablaron con un delegado del presidente Roosevelt, que ayudaba económicamente a la resistencia contra los nazis; también se entrevistaron con sociedades de judíos y hasta lograron que un industrial de Basilea, relacionado comercialmente con Barcelona, se prestara a realizar entregas en territorio español. La estratagema consistía en que Carmen y Azcárate daban el dinero al industrial de Basilea y este se encargaba de comunicar a su contacto en Barcelona, en cuya caja existían depósitos suyos, que abonara determinadas cantidades a las personas y direcciones que él le facilitaba.
A través de los medios de comunicación y de los corresponsales extranjeros desplazados en Ginebra, como un norteamericano apellidado Smith, pudieron difundir en Suiza, Inglaterra y América los comunicados de la Junta Suprema y popularizar por los cuatro costados la naciente resistencia armada contra la Dictadura franquista. Los resultados fueron menos brillantes en sus pretensiones de vincular a los monárquicos de Don Juan con la oposición a Franco. Azcárate solamente pudo entregar la Declaración de la Junta Suprema a López Oliván, representante del pretendiente en Lausana[32]; no hubo respuesta. También se buscó una vía indirecta hablando con el hijo de un prestigioso político laborista del Reino Unido. Era un joven que padecía de tuberculosis y los médicos le habían recomendado los aires puros de la montaña. Los Alpes, en uno de cuyos recónditos valles tenía una casa de campo, era el lugar más adecuado. Se acercaron a visitarle y, al menos, le arrancaron la promesa de intentarlo y de mandar también a su familia los documentos que iba sacando la Unión Nacional.