Capítulo 25
Las primeras luces del alba penetraron en la habitación de Ann Marie inundando todos los rincones con una atmósfera suave y anaranjada. Había dormido profundamente y se levantó para acercarse al ventanal y gozar de la vista que abarcaba desde allí: aquella mañana el cielo era de un azul intenso que se fundía con el color del océano, salpicado de pequeños islotes cubiertos de vegetación; era un placer inigualable contemplar tanta belleza.
Se sentía con fuerzas para dar los primeros pasos que el destino había dispuesto para ella en aquella casa. Al volver la vista, advirtió la existencia de una puerta situada a la derecha de la cama. Estaba cerrada y sintió curiosidad por saber adónde daba. Durante su anterior estancia allí, tras el accidente, no se había percatado de ella, así que accionó el picaporte y comprobó que cedía. Entró en un dormitorio más pequeño y menos suntuoso que el suyo, y observó que la cama estaba deshecha. De repente, una puerta se abrió de par en par en la pared del fondo y Jake salió del baño casi desnudo, con una toalla anudada a la cintura y el cabello chorreándole agua por los hombros. Se quedó parado al verla allí.
—Buenos días, Ann. — Le dedicó una amplia sonrisa— . Espero que hayas pasado una buena noche.
—Sí... gracias... Disculpa, ya me voy — contestó sin mirarlo, roja de vergüenza y cerrando la puerta al salir.
Después se vistió y se reunió con él para tomar el desayuno en la terraza, disfrutando de los cálidos rayos solares que inundaban el ambiente. Durante unos instantes se quedaron en silencio, sin apartar la mirada el uno del otro. Jake tomó la iniciativa.
—Estás muy recuperada.
—Hoy me encuentro mucho mejor — le respondió con amabilidad.
—Hace unos días recibí otra carta de mi hermano y su mujer. Siguen preocupados porque no han recibido noticias desde tu partida — continuó él, intentando iniciar una conversación relajada e inocua— . Es hora de contarles la verdad para tranquilizarlos.
—Les prometí escribir, pero no lo hice. Amanda es mi mejor amiga y no podía comunicarle la decisión que tomé al llegar. Temía que supieras la verdad a través de ellos.
—¿Por qué te quedaste? ¿Tenías alguna razón especial?
—No tenía adónde ir. No tengo familia ni raíces en ninguna parte. La hermana Antoinette me aconsejó que me quedara un tiempo mientras decidía qué hacer. Tenía intención de regresar en el siguiente barco, pero fui implicándome en la vida de la misión y retrasando la vuelta.
—Y mientras tanto, todos tratábamos de localizarte: mi hermano y su esposa estaban muy preocupados al no haber tenido noticias tuyas, y yo quería anular el matrimonio — puntualizó, negando con la cabeza con una sonrisa— . Pensabas marcharte sin decirme que eras mi esposa... — añadió sin sentimiento, como si aún estuviera pidiendo disculpas por su erróneo proceder.
—No me gusta que me compartan con otra mujer. Ya me pasó una vez y me juré que no volvería a repetirse.
—Eso no ha ocurrido nunca, Ann. No sé cómo convencerte de que estoy enamorado de ti...
Sus miradas volvieron a encontrarse en un largo silencio. Después, ella buscó en su bolsillo y sacó el trozo de coral que se había encontrado colgado al cuello.
—¿Sabes qué es esto? — Alargó la mano para depositarlo sobre la mesa.
—Es un amuleto. Lo he visto muchas veces entre los hombres de color; suelen llevarlo como colgante. ¿Dónde lo has encontrado?
—Yo también lo tenía colgado al cuello. Alguien debió de colocármelo mientras estaba inconsciente.
—Es muy extraño — dijo mientras lo examinaba— . Hablaré con Joe. Y ahora intenta relajarte; pronto recuperarás la memoria y sabremos qué pasó aquella tarde. ¿Te apetece conocer la casa y los alrededores?
Ann asintió. Recorrieron juntos todas las habitaciones; después atravesaron la terraza posterior de la mansión y bajaron los peldaños de piedra que accedían directamente a una playa de arena blanca sembrada con restos de corales y conchas marinas.
—Este paisaje me cautivó desde que pisé la isla por primera vez. Jamás había visto unas playas tan hermosas, por eso decidí construir la casa aquí, para poder disfrutar de este paraíso — contó entusiasmado durante el paseo.
Más adelante, divisaron un pequeño islote unido a la playa por medio de un estrecho istmo; las armoniosas palmeras crecían casi milagrosamente entre las rocas, ofreciendo una hermosa vista desde la orilla.
—¿Ese sendero es obra de la naturaleza? — preguntó Ann Marie.
—No; lo hice construir con piedras para unir el islote a tierra. Me gusta adentrarme en el mar y sentarme en soledad bajo las palmeras. Ven, te lo mostraré — dijo, ofreciéndole la mano.
Ann dudó unos segundos, pero finalmente la aceptó y recorrió a su lado el trecho hasta llegar al camino que unía la playa con la pequeña isla. Se acercaban a un grupo de grandes rocas situadas al inicio del mismo cuando, de pronto, ella se detuvo en seco y sintió un escalofrío.
—¿Qué te ocurre?
—Tengo un presentimiento: hay alguien detrás de esas rocas. ¡Vayámonos de aquí! — exclamó, tirando de él hacia la casa.
—Aquí no hay nadie, Ann — repuso Jake tratando de retenerla.
De repente, ella recordó un color: el amarillo, y un cuerpo sin vida sobre la arena, y una pulsera de coral azul, una sombra a su espalda y unas señales trazadas en la orilla. Se llevó las manos a las sienes y se quedó con la mirada perdida.
—La chica... La chica de la playa... Estaba muerta entre las rocas...
—¿Qué estás diciendo? — exclamó él, sacudiéndola por los hombros para hacerla reaccionar.
—¡Tenemos que ir al sur! ¡Ella está en la playa! — gritó, volviéndose a toda velocidad en dirección a la casa.
—De acuerdo, pero antes serénate y cuéntame qué has recordado — dijo Jake mientras intentaba frenarla en su alocada carrera.
—¡Ya sé lo que pasó aquella tarde! Estaba en la playa y a lo lejos vi un bulto; me acerqué y descubrí el cuerpo de una joven de color tendida sobre la arena. Después, alguien me atacó por la espalda y perdí el conocimiento. ¡Vamos a hablar con Joe Prinst! — exclamó, tirando de su mano hacia la escalera.
Fueron en seguida al pueblo y el jefe de policía los acompañó con varios agentes hasta la misión.
—Ann, cuéntanos desde el principio qué ocurrió aquel día — le pidió Jake junto a la cabaña.
—Al salir del dispensario, ante la puerta de entrada, encontré una marca en la arena, señalando una dirección. — Los llevó al lugar exacto donde estaba la primera flecha— . Seguí las marcas, como la vez anterior, cuando me dejaron el hatillo con las pruebas.
—¿Señales? ¿Pruebas? ¿Hay algo que yo no sepa, Joe? — preguntó Jake, molesto.
—Alguien le envió a Marie unas pruebas que incriminaban a Jeff Cregan.
—¿Cómo eran esas señales? ¿Puedes dibujar una?
—Son muy simples — contestó Ann Marie, cogiendo una rama e inclinándose para trazar una cruz en la arena con el extremo superior en forma de flecha.
—¿Qué hizo usted? ¿Las siguió? — preguntó Joe Prinst.
Ann fue detallando sus pasos en el tramo de playa hasta el lugar donde halló el cadáver. Llegaron a la zona rocosa junto al límite de vegetación, pero allí no había rastro de ninguna mujer; el agua y el viento se habían encargado de borrar todas las huellas.
—Estaba aquí. Llevaba un vestido de flores amarillas; era una chica joven y estaba muerta, aún recuerdo la frialdad de su piel cuando le cogí la mano...
—¿Y qué pasó después?
—Alguien me agarró por detrás y me tapó la nariz y la boca. Sentí que no podía respirar... Y no recuerdo nada más.
Jake se dirigió a la orilla de la playa y señaló con el dedo índice mar adentro.
—La isla Elizabeth está justo enfrente. Allí apareciste, Ann.
—Quizá su agresor la dejó inconsciente y la arrojó al mar... — sugirió Prinst.
Ann Marie se estremeció al oír esa teoría.
Los agentes regresaron de la inspección e informaron a su superior.
—Mis hombres han visitado la reserva y me informan de que allí no tienen noticia de la desaparición de ninguna mujer.
—No estoy loca, sé lo que vi ese día. Era una chica joven...
—Ann, nadie está dudando de tu palabra. — Jake le pasó un brazo por los hombros para tranquilizarla.
—Es posible que el agresor se haya deshecho del cadáver. Y si lo arrojó al mar, como a usted, puede que nunca aparezca — concluyó Joe Prinst.
El regreso al hogar se le hizo eterno. La inseguridad y el miedo llenaban de incertidumbre la mente de Ann Marie.
—¿En qué piensas? Apenas has comido, Ann. — Estaban sentados a la mesa en el porche. Había anochecido y una brisa fresca y húmeda invadía el ambiente.
—Intento descifrar este misterio. Sé que todo está aquí — dijo, señalándose la frente— , pero no consigo hacerlo salir. He pasado casi un día en blanco y necesito saber qué me pasó.
—No debes obsesionarte. Deja que Joe haga su trabajo; estoy seguro de que pronto quedará todo resuelto.
—Es que... Jake... tengo dudas... No sé si ese misterioso hombre me... — No pudo continuar exponiendo sus temores y unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas.
—El doctor te examinó y confirmó que no habías sufrido violencia... ningún tipo de violencia. Puedes estar tranquila — dijo él, acariciándole la mano sobre la mesa— . Tienes que superar esto.
—Lo siento, pero no consigo olvidar el rostro sin vida de aquella chica. He presenciado tanto dolor en este lugar... Hace poco, una adolescente murió entre mis brazos durante un parto y no pude ayudarla. Y también me ha tocado lavar los cuerpos de otras dos jóvenes a quienes habían violado y asesinado salvajemente. Y ahora esta última, tirada sobre la arena... ¡Eran niñas! ¡Niñas inocentes! — exclamó, llorando sin control.
—Vamos, cálmate. No volverá a ocurrir, te lo aseguro. No permitiré que se cometa otra salvajada en esta isla. Ven aquí — dijo, tirando de ella, sentándola sobre sus rodillas y acunándola mientras descargaba la tensión contenida. Le acariciaba el cabello y la espalda intentando calmarla— . Yo estaré muy cerca para protegerte.
Después se quedaron en silencio, unidos en un abrazo que significó un tibio acercamiento para ambos, y no sólo físico. Ann tuvo la sensación de que por primera vez era importante para alguien, y cuando desahogó su dolor descubrió que su carga se había aliviado. Presintió que todo iba a cambiar a partir de aquel momento.
Cuando llegaron a la puerta del dormitorio de Ann era medianoche. Él la tenía sujeta por la cintura y se detuvo, mirándola. Ann esperaba una señal para invitarlo a entrar, pero Jake la esperaba de ella.
—Buenas noches, procura descansar.
—Gracias... — Ann no se movió, lo seguía mirando, expectante.
Él se acercó despacio y la besó en los labios con ternura. Después se apartó y abrió la puerta del dormitorio.
—Hasta mañana — dijo, encaminándose hacia el suyo y dejándola sola.
Ann entró y cerró la puerta, y regresó a la soledad de su lecho. Le habría gustado pasar la noche con Jake, pero no se atrevió a invitarlo. Esperaba que después de aquella velada en la que se había producido un acercamiento entre ambos, él tomase la iniciativa, pero se equivocó; quizá no quisiera presionarla, y tratase de demostrarle que podía esperar el tiempo que fuese necesario. ¿Y si en realidad no la necesitaba porque tenía a Charlotte? No, sacudió la cabeza con energía para ahuyentar ese pensamiento. ¿Qué hombre habría insistido con tanta tozudez para convencerla de su amor? Se lo había dicho varias veces, y Ann lo escuchaba y no respondía lo que deseaba responderle: que ella también lo amaba. Porque tenía su orgullo, y por ese estúpido orgullo iba a dormir sola aquella noche.
