Capítulo 21
Ann Marie buscaba las llaves de la camioneta en el bolso cuando oyó que la llamaban. Reconoció la voz; quizá por eso no se volvió y siguió rebuscando hasta dar con ellas.
—¿Te ibas sin decir adiós?
—Le he dicho al doctor que me despidiera de sus invitados — respondió con frialdad sin volverse.
—Lamento el trato que te ha dispensado Charlotte. Escucha, Marie, pensaba ir a verte...
—No eres responsable de la mala educación de tu pareja — lo interrumpió ella con brusquedad.
—Ella no es mi pareja.
Ann Marie se volvió y lo miró con sarcasmo.
—Entonces, ¿por qué la disculpas?
—Mi pareja eres tú. Ven a casa esta noche... Prometo compensarte por todas las incomodidades de hoy.
—Antes le ha tocado a ella y ahora... ¿me toca a mí? Déjame en paz, no quiero volver a verte. — Le dirigió una mirada de decepción.
—Vamos, hablemos... — suplicó a su espalda— . Eso no era lo que parecía.
—No tengo nada que hablar contigo. Eres un cínico. Consigue el divorcio y cásate con ella de una vez. Sois tal para cual, compartís una buena dosis de desfachatez.
Abrió la puerta del vehículo, pero él adelantó la mano y la cerró de un golpe. Ann Marie se quedó inmóvil, sintiendo el cuerpo de Jake rozando su espalda.
—No tengo intención de divorciarme porque amo a mi mujer y deseo que venga a casa a vivir conmigo. — Con el brazo, rodeó la cintura de Ann desde atrás.
Ella se quedó quieta. En el silencio sólo se oía su respiración agitada. Estaba temblando. Se volvió para mirarlo al tiempo que se deshacía de su abrazo, y no vio en él ni rastro de rencor o enojo. Había malgastado tanto tiempo pensando la forma de confesarle la verdad, que ahora se sentía como una niña descubierta en una travesura.
—Tú ya tienes una mujer...
—No, aún no la tengo, a pesar de que está muy cerca.
—Ella no desea vivir contigo. Va a marcharse para siempre — dijo, después de un tenso silencio.
—Pues tendré que convencerla para que cambie de opinión. No quiero que me abandone.
—Ella no confía en ti.
—Tampoco ha sido franca conmigo. Pero puedes decirle que no estoy resentido. Sólo deseo que ocupe el lugar que le corresponde.
—Ya no quiere ocupar ese lugar.
—¿Cuánto más va a durar esta farsa? Estoy cansado de esperar... — Jake estaba perdiendo la paciencia.
—Lo que sea necesario — replicó ella con acritud.
—Lamento que no confíes en mí; no deseo comenzar nuestra vida en común con estas suspicacias.
—Pues tienes una forma muy original de demostrarlo — respondió sarcástica.
—He vuelto del continente esta misma tarde. Tú misma has oído decir a Charlotte que ha venido a buscarme a mi casa... No he podido negarme — explicó, encogiéndose de hombros a modo de disculpa— . Pensaba tomar una copa y después ir a verte...
—Y tampoco has hallado el momento para decirle que estás casado desde hace varios meses. Te resulta más cómodo tener siempre una mujer de repuesto, ¿no es así?
—No hay mujeres de repuesto. Tú eres la única mujer a la que quiero. Vayamos a casa y hablemos con calma de este malentendido. — Se acercó a ella y trató de besarla.
—No pienso ir — concluyó con rotundidad, apartándole la mano que él había llevado a su mentón.
—Marie, te necesito — confesó, convencido ya de la autenticidad de su resistencia.
Ella se quedó callada. De pronto, una voz femenina sonó a su espalda, desde la puerta de la casa.
—Jake, ¿estás ahí? — La voz seguía avanzando hacia ellos, tratando de identificar las dos siluetas que se perfilaban en las sombras, junto a la camioneta.
Ann Marie observó una mueca de enojo en el rostro de él al advertir la cercana presencia de Charlotte, que acechaba cualquier gesto de ambos desde su llegada a la casa del doctor White. No estaba dispuesta a renunciar al hombre que había elegido como marido, y aquella monjita impertinente se lo estaba poniendo difícil.
—¡Vaya, hermana! Parece que le gusta acaparar a todos los hombres de la isla — ironizó con falsa sonrisa; después se cogió del brazo de Jake, dirigiéndole una sensual mirada para dejarle claro a su rival quién era la dueña de aquel hombre en concreto— . Jake, estoy muy cansada, ¿me acompañas a casa?
Ann Marie miró a su marido y esperó una respuesta. Él posó sus ojos en ella y, sin mirar a Charlotte, respondió tranquilo:
—Lo siento, pero en este momento no puedo. Puedes regresar con tu padre.
La joven comprendió que estaba a punto de perderlo y no estaba dispuesta a renunciar tan fácilmente a su presa. Sin pensarlo un segundo, se pegó a Jake, interponiéndose entre él y su rival, le pasó los brazos alrededor del cuello y lo besó en los labios con tal ímpetu que lo dejó paralizado por la sorpresa. Ann Marie asistía atónita a la escena.
—¿Qué haces, Charlotte? — reaccionó él cogiéndole los brazos e intentando, con dificultad, separarse de ella— . ¿Te has vuelto loca?
—Jake, los dos sabemos lo que sentimos. ¿Hasta cuándo vamos a seguir ocultándolo? Ya es hora de que hagamos pública nuestra relación.
Ann Marie no quiso escuchar más. Abrió la puerta del coche y se dispuso a marcharse.
—¡Espera, Marie! — gritó Jake, dando un paso hacia ella. Pero Charlotte se interpuso impidiéndole avanzar.
—Jake, tenemos que hablar... — fueron las últimas palabras de la joven que Ann Marie oyó antes de arrancar e irse precipitadamente de allí.
Estaba furiosa y decepcionada. Lo único que deseaba en aquel momento era llorar a solas. Se sentía vapuleada, humillada. ¿Cómo había tenido el descaro de suplicarle que fuera a su casa después de la escena que acababa de presenciar? ¿Es que no tenía moral? ¿Era así como pretendía iniciar su vida en común con ella? No había nada que hacer, sólo llorar como una tonta y maldecirlo mil veces. «Soy una estúpida, estúpida de nacimiento — se decía— . Me río de mí misma y de mi ingenuidad. Cuando pienso en el ridículo que he hecho, siento ganas de desaparecer. Me han manejado como a una vulgar marioneta y tengo la sensación de haber recibido una bofetada en pleno rostro mientras Charlotte sonreía satisfecha. Me siento herida en lo más íntimo: en mi orgullo. Todo ha terminado. Sufrí demasiado con la infidelidad de mi anterior marido y no pienso volver a pasar por un infierno parecido. Me voy. Dejo la isla para siempre... ¡Al diablo Jake Edwards! ¡Jamás le concederé el divorcio y jamás me uniré a él!»
La cegadora luz de unos faros la obligó a realizar una brusca maniobra al llegar a la calle principal del pueblo. Iba tan ofuscada que no advirtió la presencia del coche hasta que lo tuvo delante, viéndose forzada a pisar el freno hasta el fondo y desviarse hacia la acera. Después se quedó inmóvil. La puerta se abrió y una silueta masculina apareció junto a ella.
—¿Está bien? Siento haberla hecho frenar así, pero iba conduciendo por el centro de la calzada... — se justificó el hombre, con un nítido acento alemán.
Ann Marie lo miró y vio un rostro amable y preocupado al mismo tiempo.
—Hola, Kurt...
—¡Hermana Marie! Disculpe, no la había reconocido vestida así... — Su voz había cambiado por completo, y se mostraba azorado y aturdido— . ¿Se encuentra bien? — preguntó, al observar el gesto abatido y los ojos húmedos de ella.
Ann Marie, que seguía inmóvil, con los brazos cruzados sobre su regazo, giró la cabeza hacia él y le sonrió.
—Estoy bien. — De nuevo se quedó en silencio y desvió la mirada hacia un punto indefinido.
—¿Está segura? ¿Por qué no baja y la invito a tomar algo? Ha detenido el coche justo en la puerta de mi casa — dijo, señalando hacia la verja.
Ann Marie no deseaba regresar a la soledad de la misión. Estaba demasiado excitada como para poder conciliar el sueño aquella noche, así que decidió añadir otra copa a las que ya había tomado durante la horrible cena en casa del doctor. Al menos esa vez la compañía sería agradable. Bajó de la camioneta y traspasó la puerta de la casa.
—¿Limonada o té frío? — preguntó el alemán abriendo las puertas del bar, situado en un rincón de la amplia sala.
—Prefiero un whisky doble. — Ann se desplomó sobre el sofá y no pudo apreciar el gesto de complacida sorpresa de Kurt.
—Ha tenido un mal día — musitó él con prudencia mientras le servía la bebida.
—No ha sido uno de los mejores. ¿Sabe?, a veces pienso que nunca aprenderé a conocer a la gente. Cuanto más confías en una persona, más te decepciona. Parece que tengo un imán especial para atraer a todos los hombres mentirosos, cínicos e hipócritas del mundo. — Cogió el vaso de whisky y se lo bebió de un trago.
—Bueno... espero que nunca llegue a tener esa idea de mí. Me gustaría que me considerase su amigo — susurró, sentándose a su lado. Le llenó de nuevo el vaso y colocó el brazo sobre el sofá, a la altura de la cabeza de Ann Marie.
—Eres un hombre, así que no creo que lleguemos a serlo nunca. Sé que te gusto... y que deseas ser para mí algo más que un amigo.
Sonrió con coquetería y se tomó el segundo vaso de whisky. Estaba bebiendo demasiado y los dos eran conscientes de ello. Ann observó que Kurt se acercaba lenta y peligrosamente a ella, pero no se movió. Sintió que los labios del alemán rozaban los suyos y tampoco hizo nada para apartarse. Después bebió un tercer vaso y sintió la mano de él en su cintura. Entonces comprendió el error que estaba cometiendo y reaccionó, alejándose de él con brusquedad.
—Tengo que marcharme. Lo siento... Yo... no pretendía hacer esto. — Quería levantarse, pero las fuerzas no la acompañaban.
—No has hecho nada malo, y creo que no debes conducir en este estado. ¿Por qué no te quedas aquí esta noche? — Sus manos eran unas garras que retenían su cuerpo, inmovilizado sobre el sofá— . Estoy muy solo, y sé que tú también lo estás.
—Yo... no debo estar aquí... Esto no está bien... — balbuceó aturdida, tratando de zafarse.
—¿Por qué? Aún eres una mujer libre. Todavía no eres monja — dijo, acercando su cara a la de ella para besarla de nuevo— . Y quiero que pruebes el amor que siento por ti...
—No, Kurt — masculló con torpeza, intentando librarse de él.
—Me siento muy solo. Aquí no hay mujeres como tú. Sólo negras...
Ann Marie sintió una profunda decepción. Esas palabras demostraban que Kurt no era diferente del resto de los habitantes blancos de aquel lugar.
—Esas «negras» son personas dignas, como tú y como yo — murmuró, apartando sus manos, que la aprisionaban como unas tenazas— . Suéltame, por favor...
