11
Cuando vio al señor y a la señora Zanelli en el umbral de la puerta, Elaine Kirk se volvió y entró en el vestíbulo.
Esta vez, Tamsyn no se equivocó. Cuando entró la profesora, alargó la pierna y le puso la zancadilla. Elaine Kirk salió disparada y cayó en el suelo de es-paldas. Rápidamente, Tamsyn corrió a agarrarla por los brazos mientras Josh montaba guardia.
—Estaban buscando el disquete de La fascinación del laberinto —les informó Rob bruscamente—. Ella lo dejó entrar en cuanto os fuisteis. Han estado aquí todo el día, ¡revolviéndolo todo!
—Un momento. —La señora Zanelli levantó una mano—. ¿Qué ha pasado? ¿Quién ha estado aquí? —Desde detrás de la puerta del sótano se oyeron unos golpes y unos gritos—. ¿Y quién está ahí?
—Brett Hicks.
—¿Hicks? —preguntó sorprendido el señor Zanelli al tiempo que miraba hacia la puerta cerrada—. No será...
—Sí. El Brett Hicks a quien despediste por inten¬tar entrar en el ordenador de desarrollo —afirmó Rob.
Con paso decidido, el señor Zanelli entró en su estudio. Poco después telefoneaba a la policía y, al cabo de diez minutos, un coche patrulla se detenía con un chirrido de frenos en la puerta.
Rob explicó rápidamente qué había ocurrido. Elai-ne Kirk asintió en silencio a todas las afirmaciones.
—Ella nos ayudó a encerrar a Hicks —concluyó Rob.
Abrieron la puerta del sótano por órdenes de la policía y, en cuanto Brett Hicks salió, lo esposaron.
Cuando se lo llevaban, el señor Zanelli se colocó delante de él.
—¿Pueden registrarlo antes? —le pidió al agen¬te—. Tal vez lleve un valioso disquete.
—Venga ya, Zanelli —le espetó Hicks—. ¿A quién intentas engañar? Qué quieres, ¿el dinero del seguro? Ese disco no está aquí.
—Está aquí. Lo dejé aquí esta mañana —dijo el señor Zanelli mirando al agente.
—¡Es imposible! —gritó Hicks— ¡He registrado toda la casa!
—Está aquí —afirmó Rob con voz queda.
Cuando todas las miradas se hubieron posado en él, Rob pasó la mano por debajo del asiento de su silla de ruedas y sacó el disco de La fascinación del laberinto.
El señor Zanelli no sabía si llorar o reír cuando alargó la mano para cogerlo.
—A lo mejor está un poco caliente —dijo Rob—. ¡He estado todo el día sentado encima!
Mientras se llevaban a Elaine Kirk y a Brett Hicks, el señor y la señora Zanelli se giraron hacia Rob.
—¿Seguro que estás bien? —preguntó su padre—. Si ese desalmado te ha hecho daño...
—Papá, estoy bien —afirmó Rob moviendo la ca-beza. Miró a Tamsyn y a Josh—. Pero debo recono¬cer que ha sido gracias a ellos. Tamsyn y Josh llega¬ron justo a tiempo.
—Rob nos mandó un mensaje por Internet —le informó Tamsyn. Sonrió en dirección a Rob—. Bue¬no, una especie de mensaje.
Paso a paso, contaron a los padres de Rob todo lo que había ocurrido desde que habían recibido el mensaje cifrado hasta su llegada a la casa.
—Pero ¿cómo habéis entrado? —preguntó la se-ñora Zanelli.
—Con el panel de control del salón —dijo Rob—. Los he visto llegar por el sendero... así que les he abierto la puerta.
—Has sido muy valiente —afirmó el señor Zane¬lli. Su voz denotaba una mezcla de orgullo y alivio.
—Ellos dos también —aseguró Rob señalando a Tamsyn y a Josh—. Cuando entraron, Hicks hizo todo lo posible para que se fueran. Estoy sorprendi¬do de que no echaran a correr.
—Yo estaba a punto —reconoció Tamsyn—. Pero como Josh se quedaba... —Se volvió hacia su ami¬go—. Ahora que lo pienso, ¿por qué te has quedado? Tú eres quien no dejaba de repetirme que el mensaje de Rob era una broma.
—Ha sido por Hicks. Cuando ha empezado a gritarnos de ese modo me he dado cuenta de que iba en serio.
—No lo entiendo —intervino Rob.
—Muy sencillo. Nos ha gritado que nos fuéra¬mos pero alguien nos había abierto la puerta. El no la había abierto así que tenía que haberlo hecho alguien que quería que nos quedáramos. —Sonrió abierta¬mente—. ¡Y ese alguien tenías que ser tú!
La señora Zanelli los cogió de las manos.
—Os estamos muy agradecidos. —Tamsyn son¬rió y Josh se ruborizó un poco—. ¿De dónde venís?
—Del instituto Abbey —dijo Josh, contento de poder retirar su mano de entre las de la señora—. Está a unos seis kilómetros de aquí, en el centro.
—En bici se llega enseguida —sonrió Tamsyn al tiempo que le guiñaba un ojo a Josh.
—Es un buen instituto, ¿verdad? —preguntó el señor Zanelli.
—Sí, está muy bien —respondió Josh de inme-diato—. Los estudiantes son majos, y hasta algunos profesores. Tiene clubes y esas cosas, como el Club de Informática. ¡Y el nuevo edificio de Tecnología es una pasada!
El señor y la señora Zanelli no pudieron reprimir una sonrisa.
—Está claro que os gusta.
—Sí, bueno —dijo Josh—. Como no hay forma de librarse de ir al instituto pues... el Abbey ya está bien.
Los padres de Rob se miraron el uno al otro con aire meditabundo.
—Rob —dijo el señor Zanelli—, después de que Josh y Tamsyn llamen a sus casas para decir dónde están, ¿por qué no les enseñas tu equipo informático? Tu habitación está toda revuelta pero, por suerte, nuestro amigo Hicks ha dejado el ordenador intacto.
El padre de Rob estaba en lo cierto. Cuando el muchacho entró con cuidado en la habitación vio que Hicks lo había tocado todo menos el ordenador.
—¡Uau! —exclamó Josh antes de soltar un silbi-do—. ¿Todo esto es tuyo?
Rob asintió pero esbozó una sonrisa forzada.
—Es para recompensarme porque no puedo ir al instituto —afirmó con voz queda—. Por lo menos, con esto e Internet puedo conocer a otros chicos.
—Como nosotros —dijo Tamsyn.
—El instituto Abbey parece un buen sitio. —Rob la miró.
—Sí —reconoció Tamsyn—. ¡Casi no hay nin¬gún muermo! ¡Hasta el señor Findlay tiene su gra¬cia...! Vamos, eso creo.
Rob levantó las manos y sonrió al recordar el pri-mer mensaje por correo electrónico que había envia¬do a Tamsyn, en el que le preguntaba si el Abbey era tan muermo como el nombre.
—De acuerdo, de acuerdo, lo siento. Era una broma.
—Ya lo sé —aseguró Tamsyn—. Es que entonces no sabía qué eran los emoticonos.
—¡Pero ahora sí! —exclamó Josh—. La verdad es que nunca podremos olvidarlos, ¿verdad? Pero ¿por qué enviaste el mensaje así? ¿Por qué no escri¬biste lo que querías decirnos?
—No tenía tiempo —explicó Rob—. Además, no quería que Elaine lo viera. —Miró primero a Tamsyn y luego a Josh—. ¡Habéis hecho un buen trabajo des-cifrando el mensaje!
—El mérito no es sólo nuestro —afirmó Tam¬syn—. Tom, Lauren y Mitch también han colaborado.
—¡Un equipo de detectives internacional! —ex-clamó Josh.
—Es más un caso de detectives de Internet —dijo Tamsyn sonriendo.
Poco después, Josh se levantó y dijo:
—Rob, me tengo que ir. Ya sabes, los deberes y esas cosas. Pero... —dedicó una especie de caricia al ordenador de Rob—, ¿puedo volver otro día?
—¿Podemos volver otro día? —Tamsyn sonrió porque sabía a qué se refería su amigo.
Rob les abrió camino en dirección al vestíbulo.
—-Por supuesto, venid cuando queráis. Y no os olvidéis de comprobar vuestro correo electrónico, ¿eh? ¡Encontraréis unos cuantos mensajes más del misterioso ZMASTER!
Cuando llegaron a la puerta de entrada, el señor y la señora Zanelli se unieron a ellos.
—Rob —empezó a decir su padre—, tu madre y yo hemos estado hablando.
—Sobre un nuevo profesor —prosiguió la señora Zanelli.
Rob levantó la mirada.
—¿Qué nuevo profesor?
—Que antes de intentar encontrar a otro profe¬sor particular —dijo el señor Zanelli esbozando una sonrisa—, tal vez deberíamos hablar con el director del instituto Abbey.
—¿Te refieres a que...? —empezó a decir Rob.
—¡Claro que se refiere a eso! —exclamó Josh—. Señor Zanelli, señora Zanelli, sería maravilloso. Quie¬ro decir que, por lo menos si va al Abbey, sabrá que está seguro.
—Josh tiene razón —afirmó Tamsyn encantada—. No perderemos a Rob de vista.
Rob la miró muy seriamente.
—Oye, que no soy un inútil. No puedo andar, eso es todo.
Tamsyn le devolvió la mirada y no se calló. Josh se preparó para la invectiva.
—¡Yo no he dicho que seas un inútil! —No pudo disimular su sonrisa—. ¡No vamos a perderte de vis¬ta hasta que nos ayudes a escribir el informe sobre Internet para el señor Findlay!
Manor House
Miércoles, 29 de octubre, 18.05 horas
Rob escribió emocionado, pulsando una tecla de-trás de otra como un rayo.
Rob llevó el cursor hasta el botón ENVIAR. Pero, pensándoselo bien, volvió al final del mensaje donde había escrito su nombre y, antes de enviarlo, añadió cuatro caracteres:
:-))
Así es como se sentía.