6

Al cabo de unos meses, demasiado tristes y dolorosos para recordarlos, mi vida pareció recuperar cierta normalidad. Seguía enamorada de Rafferty, aunque intentara negármelo, eso era una realidad, pero poco a poco mi corazón había vuelto a latir sin ese vacío que había resonado en su interior desde nuestra ruptura, y estaba segura de que llegaría el momento en que volvería a estar entero. Tal vez incluso llegara el día en que pensara que haberme enamorado de Rafferty había sido algo bueno, parte de mi aprendizaje como persona.

Al principio de nuestra separación solía verlo a menudo, y seguro que eso no me ayudó, pero en cuanto —gracias a Dios— Daniel salió del hospital, esos encuentros fueron espaciándose hasta convertirse prácticamente en inexistentes. Lo echaba de menos, a pesar de que después de hablar con él, aunque sólo fuese sobre el tiempo o la película del día anterior para distraer a Amelia, me pasaba la noche llorando y sintiéndome de nuevo muy desgraciada. Echaba de menos no cruzarme con él de vez en cuando.

Por Amelia supe que se había ido a París por trabajo varias semanas y que después recorrió distintas ciudades europeas por el mismo motivo. Era una explicación lógica y encajaba perfectamente con su trabajo y, sin embargo, me carcomieron los celos durante días.

Rafferty Jones había desaparecido de mi vida, había dejado una huella innegable y probablemente partes de él jamás se desvanecerían de mí del todo, pero ya no estaba a mi lado y podía, por fin, seguir adelante.

Poco a poco fui saliendo de nuevo con mis amigas y gracias a que convencí a Amelia para que se viniese a trabajar a la ONG conmigo, ni siquiera allí me permitía ponerme triste.

En las pocas ocasiones en que me había sentido melancólica, mi amiga se había encargado de animarme y de recordarme que yo a ella prácticamente la había obligado a volver a fijarse en los hombres. Yo me reía y le decía que hasta que no llegase el hombre perfecto prefería seguir sola.

Una mañana, mientras las dos nos estábamos preparando para recibir a un posible cliente, me quedé sin argumentos. La petrolera Britania Oil estaba interesada en iniciar una nueva perforación en la costa noreste de las Islas Británicas y antes de empezar querían un exhaustivo informe de los derechos medioambientales de la zona, así como de las consecuencias que tendría sobre su reputación una posible demanda en ese sentido.

Nos sorprendió esa petición por parte de una compañía petrolera. Lo habitual era que se comportasen como si fuesen amos y señores de los océanos y del resto del planeta. Nosotras la aceptamos intrigadas y dispuestas a conseguir un buen cliente al que poder educar en el fino y necesario arte del derecho medioambiental.

—¿Conoces al abogado de la petrolera? —me preguntó Amelia, mientras estábamos en una de las salas de reuniones de la ONG, esperando su visita.

—No, nunca había oído hablar de él.

—Yo tampoco, pero ayer por la tarde investigué un poco.

—¿Por?

—No lo sé. —Se encogió de hombros—. Por curiosidad, supongo. O porque Daniel me ha convertido en una persona extremadamente desconfiada y quería echarle un vistazo antes de dejarle reunirse con nosotras.

—¿Y qué has descubierto? —Le sonreí y guardé los folios en una carpeta de cartón.

—Que al parecer es brillante y un candidato perfecto a ser espía del MI6. Nació en Inglaterra, pero se crió en Japón, y sólo volvió aquí para estudiar la carrera de Derecho. En cuanto se graduó, volvió a marcharse y ha vivido y trabajado en medio mundo. Al parecer es de los mejores.

—Procura que Daniel no te oiga decir eso —me burlé.

—Daniel es el mejor.

—Oh, vamos, déjalo. Estás tan enamorada que da asco.

Intenté sonar despreocupada, pero Amelia vio la verdad y me cogió la mano.

—Siento mucho que lo tuyo con Rafferty no saliera bien. Ni Daniel ni yo entendemos qué diablos ha hecho.

—No ha hecho nada. —Sentí el impulso de defenderlo—. Sencillamente, lo nuestro no funcionó.

Estoy bien, de verdad.

—Deberías salir más. Si te pasas los días aquí metida y las noches encerrada en el piso, nunca conocerás a nadie.

—Tengo mucho trabajo atrasado.

—No es verdad, y aunque lo fuera, puede esperar una noche.

—Amelia…

—Marina…

En ese preciso instante, alguien llamó a la puerta y evitó que volviésemos a comportarnos como adolescentes.

—Adelante —dije yo levantando la voz.

Apareció Rita, la recepcionista de la ONG, con una sonrisa y algo sonrojada.

—El señor Cavill está aquí —nos dijo.

—Gracias, Rita. Hazlo pasar, por favor —contesté, mirándola intrigada.

Cuando se apartó y apareció el señor Cavill comprendí a qué se debía su sonrojo y su sonrisa y no pude evitar reaccionar igual. De reojo, vi que Amelia sonreía satisfecha, como el gato que se ha comido al canario.

James Cavill era sencillamente impresionante.

Durante medio segundo no pude evitar compararlo con Rafferty, pese a que, mientras éste era rubio y de piel dorada, aquel otro hombre tenía el pelo completamente negro y unas facciones tan duras que parecían esculpidas en hielo.

Iba perfectamente afeitado, pero la sombra de la barba se vislumbraba bajo sus pómulos y en la barbilla.

Tenía los ojos de un azul grisáceo, lo que le daba un aspecto casi irreal. Era alto, más que Rafferty, y parecía sentirse muy cómodo en su piel. Llevaba un traje negro con camisa blanca y corbata también negra y cuando la puerta se cerró detrás de él, le tendió primero la mano a Amelia, que era la que estaba más cerca.

—Buenos días, soy James Cavill.

Ella le estrechó la mano y se presentó. Observé el intercambio en silencio. La voz de Cavill se me estaba colando bajo la piel y me había hecho un nudo en el estómago. Por un momento dejé de pensar en Rafferty, y el alivio que sentí fue tan grande que tuve que apoyarme en la mesa que tenía delante para no caerme. Fue apenas un instante, porque de inmediato me sentí culpable y después me puse furiosa por ello.

Yo no había hecho nada malo, era Rafferty el que me había pedido una atrocidad, y tenía todo el derecho del mundo a fijarme en otro hombre y sentirme atraída, aunque fuese ridículo y él ni siquiera me hubiese visto.

—Entonces, usted debe de ser la señorita Coffi. Es un verdadero placer conocerla.

Vi su mirada antes de darme cuenta de que me estaba ofreciendo la mano. Una llama se encendió en mi pecho y empezó a quemarme lentamente. Me habría abanicado cual damisela del siglo XVIII, pero logré contenerme, no así el sonrojo, que probablemente incluso se hizo más intenso.

Acepté su mano y se la estreché. Él notó que yo estaba temblando y me sonrió y acarició la piel de los nudillos con el pulgar.

—Gracias, igualmente.

Le solté la mano y lo invité a sentarse. Si Amelia no hubiese estado ese día allí conmigo, habría sido incapaz de mantener una conversación con un mínimo sentido.

El corazón me latía muy deprisa y no podía dejar de mirar al hombre, aunque al mismo tiempo intentaba evitar hacerlo a toda costa. El nudo que se me había formado en el estómago al verlo entrar sólo había empeorado. Me resultaba imposible concentrarme y no podía entender que en menos de unos meses volviese a sentirme tan repentina e inexplicablemente atraída por un hombre. Si no me había sucedido en treinta años, ¿por qué tenía que pasarme dos veces en tan poco tiempo?

No estaba preparada para soportarlo, y a pesar de que varias partes de mi cuerpo me odiaron por ello, en aquel preciso instante me prometí que esa vez no cedería a aquella atracción y que mantendría las distancias con James Cavill.

Por lo que Amelia me había contado de él, Cavill no residía en Londres, probablemente ni siquiera viviese en Inglaterra, y yo no estaba dispuesta a tener una aventura con un desconocido que estaba de paso en la ciudad, por letal que fuese su atractivo.

—¿Usted qué opina, señorita Coffi?

Y por seductora y ronca que tuviese la voz.

—¿Disculpe? —pregunté confusa, y él, el muy canalla, me sonrió.

—La señorita Clark ha sugerido que para poder elaborar el informe que les pedimos en condiciones, necesitan tener acceso a los planos de prospección de la petrolera.

—Sí, por supuesto.

Si eso era lo que le había dicho Amelia, estaba completamente de acuerdo con ella, aunque en aquel instante fuese incapaz de comprenderlo.

—Entonces, me imagino que no tendrá ningún inconveniente en reunirse conmigo en las oficinas que Britania Oil tiene en el centro. Me temo que esos planos no pueden salir de nuestras dependencias. Además, allí podrá preguntarme todo lo que quiera.

Un cosquilleo me recorrió la espalda y tuve que tragar saliva.

—Tal vez será mejor que se reúna con Amelia, ahora mismo yo estoy ocupada con…

—Voy a tener que insistir en que sea usted —me interrumpió Cavill—. Su reputación como experta en derecho medioambiental la precede. De hecho, usted es el único motivo por el que Britania Oil se ha planteado por primera vez realizar este tipo de consultoría antes de iniciar una explotación. No es negociable. Si no contamos con usted, lamentándolo mucho tendré que prescindir de sus servicios.

Mientras iba hablando, James Cavill iba entrecerrando los ojos, y su color se iba oscureciendo hasta que se convirtió en mercurio y me ahogué en ellos.

—Estoy dispuesto a adaptarme a sus horarios, señorita Coffi, y no pongo en duda que la señorita Clark también es una estupenda abogada, pero la quiero a usted.

Esa última frase me detuvo el corazón un segundo, porque tuve la sensación de que estaba hablando de él personalmente y no de la empresa para la que trabajaba.

Fue halagador y parte de mí se sintió reconfortada al ver que aquel hombre se sentía atraído por mí. Tras la petición de Rafferty, mi orgullo no había vuelto a ser el mismo.

Me asusté. Como abogada no podía negarme, la ONG no podía dejar escapar esa oportunidad, pero como mujer a la que apenas unos meses atrás le habían roto el corazón, iba a mantener las distancias.

—De acuerdo, señor Cavill, reorganizaré mi agenda y me reuniré con usted —accedí.

Él sonrió de un modo distinto al que me había sonreído antes y por un segundo le cambió el rostro por completo y pensé que iba a devorarme allí mismo.

Exceptuando a Rafferty, ningún hombre me había mirado con tanta intensidad, y la mirada de Cavill era más dura aún que la de Raff, menos contenida, más real e impactante.

—Me alegro de que hayamos aclarado este punto —dijo entonces, recuperando un tono más profesional.

Amelia carraspeó y, cuando la miré, las cejas casi se le salían por lo alto de la cabeza. Por suerte para mí, vio la confusión en mi rostro y tomó la palabra para volver a llevar la conversación hacia los temas legales correspondientes. Gracias a ella, pude pasar las dos horas siguientes mínimamente centrada en mi trabajo.

James Cavill no parecía tener el mismo problema, porque una vez resuelto el tema de quién iba a ocuparse de la consulta, no volvió a mirarme con aquella intensidad que sólo podría definir como hambrienta y nos demostró, tanto a Amelia como a mí, que era un abogado brillante e incansable.

La reunión fue muy productiva, y duró hasta que una alarma proveniente del móvil de mi amiga nos sorprendió a todos.

—Lo siento —se disculpó ella, apagándola de inmediato—. Me temo que tengo que irme.

Se puso en pie y James Cavill y yo la imitamos.

—Ha sido un verdadero placer conocerlo, señor Cavill —le dijo, tendiéndole la mano—. Lamento tener que irme, pero tengo un compromiso.

Recordé que Amelia me había comentado antes que había quedado para comer con Daniel.

—Lo mismo digo, señorita Clark, y llámeme James.

—Por supuesto, James. —Se estrecharon la mano y ella se volvió hacia mí antes de salir—. Nos vemos luego, Marina.

—Claro, saluda a Daniel de mi parte.

A Amelia le brillaron los ojos al oír el nombre de su pareja y tuve celos de los dos. Yo había sentido algo así durante un tiempo; había sido breve y había sido mentira, pero mis sentimientos habían sido de verdad.

La puerta se cerró y con el sonido de la cerradura encajando en su lugar, me di cuenta de que acababa de quedarme sola con James Cavill. Sentí su mirada en mi rostro y me quedé inmóvil mientras él volvía a sentarse en la misma silla que había ocupado hasta entonces. No hizo ningún ademán de recoger sus cosas, sino todo lo contrario: cruzó los brazos y apoyó la espalda en el respaldo de la silla negra, dominando el espacio por completo.

Nunca podría volver a entrar en aquella sala de reuniones sin imaginármelo a él.

Tenía que hacer algo para retomar el control y evitar que se percatase de lo mucho que me estaba afectando su presencia. Volví a sentarme y fijé la vista en los papeles que tenía delante, sin ser capaz de leerlos, porque todavía sentía su mirada fija en mí.

—Bueno —carraspeé—, sigamos.

—No.

—¿No?

—No, deja esos papeles tranquilos y mírame.

Lo hice, pero seguí sujetando los papeles entre los dedos. James levantó la comisura izquierda del labio y a mí me dio un vuelco el estómago. Respondí a esa media sonrisa enarcando una ceja y permanecí en silencio. Recé para que él pensara que le estaba plantando cara, cuando en realidad no había encontrado todavía la voz.

—Desconfías de mí —dijo entonces—, casi tanto como te sientes atraída hacia mí.

—¿¡Cómo se atreve!?

James descruzó los brazos y se inclinó hacia delante.

—No tienes nada que temer, yo también me siento atraído por ti —contestó, con una seguridad y una calma que resultaba incluso contagiosa—. La cuestión es, Marina, ¿qué vamos a hacer al respecto?

Tragué saliva e intenté en vano imitar su tono.

—Nada, no vamos a hacer nada, James.

Pronuncié su nombre con cierto retintín y a él, evidentemente, no le pasó por alto.

—Oh, vamos, no me digas que estás molesta porque a ti no te he pedido que me llamases por mi nombre y a la señorita Clark sí.

Me sonrojé y me puse furiosa. Ése no era el motivo por el que estaba molesta, pero después de que él lo mencionase, sí que me irritó que hubiese hecho esa distinción. Estaba tan confusa, alterada y mareada por esa atracción que me costaba pensar, y no sabía si quería echarlo de allí o seguir discutiendo con él para poder mirarlo un rato más.

—No, no estoy molesta por eso —le mentí.

—Me alegro. Tú y yo estamos por encima de esas formalidades.

—Tú y yo acabamos de conocernos.

—Tal vez —reconoció—. Dime por qué me tienes miedo.

—Yo no te tengo miedo.

Volvió a sonreírme como si supiera que cada vez que lo hacía mi estómago se perdía por dentro de mi cuerpo y se puso en pie.

—Ven, salgamos de aquí —me pidió, mirándome.

—¿Por qué?

—Ven y lo averiguarás.