20

El trayecto fue muy silencioso. El deseo que sentíamos todos era tan palpable que ninguno de los tres se vio capaz de hablar. Era inflamable, volátil y el único modo que encontramos de contenerlo fue callando.

Cuando llegamos, James se ocupó de despedir al conductor, mientras Rafferty tenía problemas para abrir la puerta.

—Deja de mirarme —susurró—, me tiemblan las manos.

—A mí también —le confesé—. Date prisa.

James apareció a mi espalda y empezó a besarme la nuca en la calle. Gemí y a Rafferty se le cayeron las llaves al suelo.

—Mierda.

James se rió y su risa me acarició la piel y me la erizó. Siguió besándome, moviendo las caderas detrás de mí, y podía sentir lo excitado que estaba. Cerré los ojos y apoyé la cabeza en su hombro, dejándome llevar.

—Vamos, Ra. Abre la maldita puerta.

—Ya está —exclamó él satisfecho cuando por fin lo consiguió—. Vamos al dormitorio —nos dijo.

James me cogió en brazos y siguió a Raff, igual que había hecho aquella noche, semanas atrás, pero éste se detuvo en el último escalón y nos miró de tal modo que James me dejó en el suelo con cuidado para que pudiésemos escucharlo. Era obvio que necesitaba decirnos algo muy importante.

—Antes de entrar en esta habitación —empezó Rafferty, señalando la puerta con un movimiento de cabeza—, tenéis que saber que sois las únicas personas que habéis estado en esa cama. La primera fuiste tú —reconoció, mirándome a los ojos—, y pensé que no habría nadie más. —Cogió aire y desvió la vista hacia James—. Pero después te conocí a ti, y ese primer día, cuando viniste detrás de mí y discutimos junto a mi moto, me masturbé pensando en ti. Por eso estaba tan furioso la segunda vez que te vi. Era la primera y la única vez que me había sentido atraído por un hombre y me sacudiste tan profundamente que te odié por ello. Y te deseé. Y me sentí culpable por desearte.

James se le acercó y lo interrumpió con un beso.

—Gracias por contármelo —le dijo al apartarse.

—De nada, por eso me he detenido aquí, porque sé que por mi culpa los tres hemos sufrido y no quiero que vuelva a suceder. No quiero que existan secretos entre nosotros, ni medias verdades. A partir de ahora, os diré siempre lo que siento y me gustaría que vosotros hicierais lo mismo.

—Yo ya lo hago, pero de acuerdo, te prometo que seguiré haciéndolo —aseveré yo.

—Yo sólo te he mentido a ti y lo hice para ocultarte lo que sentía, porque creía que no estabas listo para oírlo.

Pero a partir de ahora, no más mentiras. Sólo la verdad.

—Gracias —exclamó Rafferty—. También quiero pediros otra cosa. En realidad, esta segunda cosa es la que de verdad quería deciros, pero me he puesto nervioso…

—Estás balbuceando, Ra. Es sexy, lo reconozco, demasiado, pero di lo que tengas que decir. Puedes pedirnos lo que quieras.

—Lo que quieras —repetí yo. Me emocionaba y me excitaba ver a James y a Raff tan en sintonía el uno con el otro.

—De acuerdo. Quiero que vengáis a vivir aquí conmigo. Esta casa es demasiado grande para mí solo, siempre lo ha sido. Y desde que estamos juntos me resulta imposible estar en ella sin veros. Estos días que hemos estado separados ha sido una locura, prácticamente me he quedado a dormir en el gimnasio.

—¿Sólo quieres que vivamos aquí contigo para poder volver aquí y no tener que dormir en el gimnasio?

—Lo torturé porque James tenía razón, verlo nervioso era muy sexy.

—No —me contestó él, fulminándome con la mirada—, quiero que vivas aquí conmigo porque te amo. Y tú también, James. —Lo miró a él—. No quiero que sigas buscando piso y que vuelvas a ponerte de mal humor porque te han enseñado una casa horrible. Quiero que cojas tus cosas y vengas aquí y no te vayas nunca. Te amo y quiero que vivas conmigo, ¿contento? —añadió a la defensiva, al ver la sonrisa de satisfacción de James.

—Sí, ya era hora. Yo también te amo. ¿Podemos ir a nuestro dormitorio de una vez y demostrárnoslo?

Se me encogió el estómago al oír el «nuestro».

Rafferty se dio cuenta y se acercó a besarme. Tiró de mi mano sin apartar los labios de mí y me guió hasta la habitación, con James detrás de ambos.

Caímos en la cama. Ahora que ya no existía ningún límite entre los tres, que ya no importaba quién besaba a quién o quién tocaba a quién, ahora que sólo importaba el amor, estábamos desesperados por tocarnos.

Nos desnudamos con suma torpeza, creo que prácticamente nos arrancamos la ropa a besos y a empujones, porque nos necesitábamos tanto que el cuidado de esas prendas no nos importaba lo más mínimo.

Yo besaba a James y Rafferty me acariciaba los pechos, o James besaba a Rafferty y yo les acariciaba a los dos el torso y la espalda. Nada estaba prohibido, lo único que queríamos y necesitábamos era recordar que nos amábamos y que por fin nada ni nadie podría separarnos.

—Quiero hacerte el amor —gimió Rafferty pegado a mis labios—. Necesito estar dentro de ti cuando James esté dentro de mí por primera vez.

Estaba encima de mí, con James tumbado a mi lado, tocándonos a ambos, y yo levanté una mano y acaricié el rostro de Raff. Sabía lo mucho que le había costado hacer esa petición.

James siempre había dejado claro que él quería, deseaba, necesitaba, esa clase de vínculo con Rafferty, pero éste se había negado a reconocer que esa necesidad también existía por su parte.

—Oh, Raff… —susurré y levanté la cabeza para buscar sus labios y besarlo.

Él suspiró al sentirlos y deslizó la lengua en el interior de mi boca. Los dos temblábamos y notar las manos de James apartándome el pelo de la cara, me ayudó y me reconfortó.

—Ven aquí, Ra —dijo éste entonces con voz ronca, como si le hubiese costado mucho contenerse hasta ese momento—, tengo que besarte.

James tiró de Rafferty y, tumbado en la cama, lo colocó encima de él para besarlo con deseo y amor. Le pasaba los dedos por el pelo y tuve la sensación de que era la primera vez que no reprimía ni una pizca del amor que sentía por Raff. Fue hermoso, y muy sensual. Rafferty no tardó en entregarse por completo al beso, en acariciar el rostro y el torso de James al mismo tiempo que deslizaba la lengua dentro y fuera de su boca. Fue muy romántico y los tres lo necesitábamos.

—No tienes por qué hacerlo, Ra. No me hace falta —le susurró James, besándole la cara—. Puedo esperar a que de verdad desees estar de esa manera conmigo. De momento, me basta con que me lo hayas pedido, con saber que estás dispuesto.

—No estoy dispuesto —lo interrumpió Raff—, lo deseo con todas mis fuerzas, Jamie. Sueño con que me haces el amor, con que estás dentro de mí mientras yo estoy dentro de Marina. Lo necesito. Esta noche he estado a punto de perderos por mi culpa. Te necesito, James. Sé que no lo he hecho nunca, pero te necesito dentro de mí tanto como necesito estar dentro de Marina. Por favor, enséñame a amarte de esa manera.

—Dios, Ra, te amo. No te imaginas la cantidad de veces que he soñado con oír estas palabras en tus labios, pero no quiero que te entregues a mí de esta manera sólo porque te sientes culpable de lo que ha sucedido. Puedo esperar, de verdad. Si quieres, esta primera vez puedes estar tú dentro de mí.

Volvieron a besarse, Rafferty gimió y yo también.

Las palabras de James habían estado a punto de llevarnos a los dos al límite.

—No. —Rafferty se apartó de él e interrumpió el beso—. Eso también lo deseo. Lo deseo mucho, estar dentro de ti mientras tú le haces el amor a Marina —cerró los ojos y se estremeció—… pero no. Esta noche necesito sentirte dentro de mí, Jamie. Por favor. Te amo, ámame, enséñame a amarte.

—Lo hago —le aseguró él con voz rota—, siempre que te beso o te toco, siempre que estamos juntos con Marina. Siempre lo hago.

—Entonces, hazlo también ahora. Hazme el amor y ayúdame a hacérselo a ella.

James gruñó, un sonido que indicaba que había renunciado a mantener el control, y besó a Rafferty apasionadamente una última vez antes de tumbarlo en la cama con cuidado y salir de debajo de él. Raff se movió frustrado un segundo, pero James le susurró al oído:

—Marina está a tu lado, hazle el amor por los dos.

Entonces, Raff abrió los ojos y se tumbó encima de mí, desesperado por recorrer cada centímetro de mi cuerpo con sus labios y sus manos. Yo tuve que cerrar los ojos para contener el orgasmo. Estar los tres juntos, las palabras que nos habíamos dicho, los besos, todo era demasiado. Y sentir en esos momentos a Rafferty encima de mí completamente dedicado a darme placer, amenazó con ser más de lo que podía resistir.

Cerré los ojos, podía oír la respiración y los gemidos de James, pero no sentía sus manos en mi cuerpo.

Hasta que noté sus piernas entre las mías.

Abrí los ojos y lo vi de rodillas detrás de Rafferty.

Podía acariciarle los muslos con la parte interior de los míos y vi que tenía la mirada fija en nosotros, en Raff y en mí.

—Raff… James… Os necesito.

James se inclinó hacia delante y besó a Rafferty en la nuca antes de susurrarle al oído:

—Hazle el amor a Marina, pero no dejes que se corra. Y tú tampoco, ¿entendido, Ra?

—Entendido —contestó él, mirándome, mientras un escalofrío le recorría la espalda por donde James lo había acariciado.

Me levantó las caderas y, sujetándose la erección con una mano, la guió hacia el interior de mi cuerpo.

Cuando entró dentro de mí, sentí tal alivio por estar donde debía, con quien debía, que estuve a punto de precipitarme hacia el orgasmo, pero Raff lo impidió retirándose a tiempo.

—Así, despacio, princesa —susurró, acariciándome los pechos desnudos con las manos.

Él estaba de rodillas en la cama, con los muslos ligeramente doblados hacia atrás para ofrecerme un punto de apoyo para las caderas. La mitad inferior de mi cuerpo quedaba ligeramente levantada y el placer era inmenso, pues así su miembro llegaba donde más lo necesitaba y él tenía las manos libres para tocarme sin tener que preocuparse por si me aplastaba (a pesar de que me encantaba que uno de mis hombres me aplastase).

—Raff…, dime qué está haciendo James, por favor.

—Oh, ahora… —Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, incapaz de continuar.

—Ahora le estoy besando la nuca —dijo el propio James. Podía ver su cabeza detrás de la de Raff y uno de sus brazos sujetándolo por la cintura—. Lo estoy besando y acariciándole entre las nalgas muy despacio. Quiero que se acostumbre a mí. ¿Recuerdas ese día que me corrí teniendo el pene entre las tuyas, Marina?

—Sí —gemí, tanto por el placer que me provocaba tener a Raff dentro de mí como por la imagen que estaba evocando James—, me acuerdo.

—¿Te gustó?

—Sí.

—Y a ti, Ra, ¿te gusta lo que te estoy haciendo?

Vi que James apretaba la mano que tenía en el estómago de él y que movía el otro brazo. No veía qué hacía, pero podía imaginar sus dedos entre las apretadas nalgas de Raff.

—Sí, mucho… —gimió al fin éste—, me gusta mucho, Jamie. Oh, Dios. No pares.

—No voy a parar. Nunca. —Vi que le mordía en el cuello y se me escapó un gemido. Después apartó la mano de detrás de Raff y la acercó a los labios de él. La detuvo justo en la barbilla—. Marina tiene los pechos más bellos del mundo, los más sensibles, ¿no crees?

—Sí —balbuceó Rafferty.

—Acerca una mano a sus labios y deja que te humedezca los dedos, así podrás tocarla con ellos, pellizcarle los pechos, excitárselos. Ella lo necesita, y yo también. ¿Y tú?

—Sí, yo también —respondió Raff y movió una mano en busca de mis labios.

Yo los separé en el acto. La voz de James nos tenía a los dos al límite y respondíamos a sus palabras de inmediato, ansiosos por sentir el placer que evocaban.

Humedecí los dedos de Raff y vi que James le acercaba también los suyos a la boca. Raff separó los labios y los lamió con desesperación.

—Eso es, lo estáis haciendo muy bien —nos dijo James.

Raff movió las caderas y apartó la mano de mi boca para tocarme los pechos. Yo arqueé la espalda en busca de más.

—Raff… James… no puedo más, necesito que os mováis —les pedí—. Por favor.

—Enseguida, princesa —me contestó James con voz ronca—. Ahora voy a penetrarte con un dedo, ¿de acuerdo, Ra? Tú sólo piensa en Marina, en lo bien que te sientes dentro de ella, en lo maravilloso que es estar atrapado en su calor. Piensa en ella y hazle el amor por los dos. Yo mientras te lo haré a ti, ¿de acuerdo?

Raff movió las caderas. Estaba tan excitado que parecía incapaz de prestar atención a James, pero éste lo cogió del pelo y lo obligó a mirarlo.

—Dime que me has oído, Ra, y prométeme que si te duele me avisarás; sólo quiero que sientas placer.

Recuerda que no me debes nada, podemos dejarlo aquí y seré feliz viendo cómo terminas de hacerle el amor a Marina. Os amo.

—Yo también te amo, Jamie, y si no entras dentro de mí ahora mismo, te juro que cuando me llegue a mí el turno te torturaré hasta que… Dios.

Raff empujó las caderas hasta lo más profundo de mi cuerpo y se detuvo: James acababa de penetrarlo. Lo supe porque se tensó como un arco y a James se le oscurecieron los ojos, como cuando entraba dentro de mí.

—¿Hasta qué, Ra? —lo provocó—. Dímelo.

—No pares, Jamie, por favor. No pares.

Rafferty movió las caderas y dejó caer la cabeza hacia atrás, como si ya no pudiese soportar su peso. James le besó el cuello y el rostro y le susurró al oído.

—Eso es, lo estás haciendo muy bien. Muévete despacio y acostúmbrate a mi dedo, siente el calor de Marina envolviéndote. Está tan excitada que puedo sentirlo desde aquí. Es maravilloso estar dentro de ella, ¿no?

—Sí —gimió Rafferty, entrando y saliendo de mi cuerpo.

Ahora tenía una mano encima de mi sexo y me acariciaba el clítoris despacio, capturando temblor tras temblor. Había vuelto a acercar la otra mano a mi rostro y me reseguía los labios. Yo los separaba y le lamía o mordía los dedos hasta hacerlo gemir.

—Seguro que estar dentro de ti también lo será —dijo James entonces, besando a Raff en los labios.

Tuvo que hacer que volviera la cabeza para llegar a sus labios y yo me quedé hipnotizada mirándolo.

—Hazlo de una vez, James —le pidió Raff—, te necesito. Dios, estoy a punto de correrme y no quiero terminar con tu mano dentro de mí. Te quiero a ti de verdad. Por favor.

—Chis, no tienes que pedírmelo, cariño. Me muero por estar contigo. —Apartó la mano y noté que Raff cambiaba de postura—. Sólo quería que estuvieras preparado.

—Lo estoy, hazme el amor.

James se sujetó la erección con la mano y la guió hacia la entrada del cuerpo de Rafferty.

—Os amo a los dos. Los dos sois mi vida. Gracias por darme a Ra, Marina. Y gracias, Ra, por darme a Marina. Y —se le rompió la voz y le brillaron los ojos— gracias por entregaros a mí.

En ese instante penetró a Rafferty y éste me sujetó por las caderas para no caerse. Su miembro, que tenía dentro de mí, se estremeció y creció hasta hacernos llorar a los dos.

—Raff… James, os amo —fue lo único que pude decir una y otra vez—. Os amo. Os amo.

—Eres perfecto, Ra. No voy a soltarte nunca, ni a ti ni a Marina. —James le besó la espalda y el cuello—. Dime que podré volver a tenerte, que me tendrás tú a mí.

Prométemelo.

—Te lo prometo —contestó Raff—, pero tienes que moverte. Estoy a punto de correrme, Jamie, y quiero alcanzar el orgasmo contigo eyaculando dentro de mí y sintiendo el calor de Marina extendiéndose a mi alrededor. ¿Crees que podrás hacerlo? ¿Darnos un orgasmo a los tres al mismo tiempo?

—Sí, sí —masculló James—. Dios, os amo.

—Oh, James, puedo sentir a Raff moviéndose junto contigo. Veo en su rostro el placer que le estás haciendo sentir y es demasiado…

—No, princesa, lo que es demasiado es el placer que se refleja en el tuyo —repuso James, acariciándome un muslo con ternura.

—Más, Jamie, por favor —sollozó Rafferty—. Más, Marina, por favor.

Movía las caderas a un ritmo desesperado, si entraba dentro de mí, se alejaba de la erección de James y eso lo hacía enloquecer, pero si buscaba el miembro de él se apartaba de mí y entonces apretaba la mandíbula con fuerza. Sacudía la cabeza de un lado al otro y el sudor le empapaba el torso y la frente.

—Ayúdalo, James. Los dos te necesitamos —le pedí.

Él gruñó de nuevo y se apretó contra la espalda de Raff, penetrándolo por completo. Le rodeó la cintura con fuerza y lo abrazó hasta que sus manos quedaron encima de mi sexo.

Raff me penetró con la misma intensidad con que James lo estaba haciendo con él, arqueó la espalda y gimió al eyacular. James me acarició el clítoris y me bastó con sentir sus dedos para gritar el nombre de ambos y caer en un abismo de placer del que no quería salir nunca.

Entonces James se estremeció y se tensó. Apartó los dedos de mi sexo, dándome un leve respiro, y sujetó a Raff por las caderas.

—Ra…, Marina —gimió nuestros nombres—, os amo.

Fue hermoso. Cuando James eyaculó dentro de Raff, pude sentirlo en mi piel, porque los tres estábamos tan íntimamente unidos que no sabíamos dónde empezaba uno y terminaba el otro. Y no nos importaba.

Me quedé dormida, aunque tal vez me desmayé. Y cuando me desperté vi a James y a Rafferty besándose.

—Te estábamos esperando, princesa —comentó James en cuanto vio que había abierto los ojos, y juntos me demostraron que era cierto.

Volvimos a hacer el amor, esta vez Rafferty y yo nos miramos y decidimos que era el momento de demostrarle a James que, aunque había llegado el último a nuestra vida, entre nosotros tres no había ningún orden ni categoría.

Le hicimos el amor durante horas, hasta que el magnífico James Cavill nos suplicó que parásemos.

Rafferty lo torturó, tal como había amenazado que haría, y cuando por fin entró en él mientras James estaba dentro de mí, pensé que me moriría de amor al ver la emoción que se reflejaba en sus rostros.

—La misma que en el tuyo, princesa —me dijo James más tarde, cuando me preguntó por qué había llorado.

—¿Y qué emoción es? —les pregunté.

James y Raff se miraron a los ojos y contestaron al mismo tiempo:

—Amor.