La isla que exporta vida
En estos tiempos de Golfo Pérsico, cuando la atención mundial es absorbida por las versiones informáticas de la muerte y por las imágenes concretas del horror, puede parecer inoportuno hablar de Cuba, esa pequeña isla dejada de la mano de Dios y del COMECON. Pero los temas del Tercer Mundo son siempre inoportunos, porque inoportunos son el subdesarrollo y sus alarmas que suenan a deshora.
Mi última visita a Cuba había sido en marzo de 1989 y en estos casi dos años tuvieron lugar en esa nación y en el mundo suficientes acontecimientos como para estimular un cotejo personal entre la Cuba de 1991 y la previa al proceso de Ochoa y a la caída del muro de Berlín. Demasiado sé que mis recientes tres semanas de permanencia no son de ningún modo suficientes para un cateo en profundidad de una realidad tan compleja, de manera que sólo me referiré a lo visto, leído y escuchado personalmente. Reconozco que mis dos períodos de residencia en la isla (1968-71 y 1977-1980) significan en mi caso un legítimo antecedente a la hora de llegar a un juicio aproximativo sobre la realidad de 1991.
Empecemos por lo negativo. La prensa cubana, y particularmente Granma y los respectivos órganos oficiales de cada provincia, sigue siendo tan esquemática, tan previsible y poco interesante como en años anteriores. Paradójicamente, la escasez de papel y la consiguiente reducción de tirada y de páginas de Juventud Rebelde (que de diario ha pasado a semanario) y de la revista Bohemia, ha redundado en un evidente ascenso en el nivel profesional de ambas publicaciones, aunque cabe señalar que una y otra disponen aún de un amplio margen de mejoras posibles.
Si bien la burocracia ha sido parcialmente conmovida en sus sólidos cimientos por el llamado «período especial en tiempos de paz», aún sigue constituyendo un grave estorbo para el desarrollo y la eficacia. Sin embargo, no todo es atribuible al estilo moroso y displicente del funcionario tipo (que, después de todo, no difiere demasiado del burócrata de cualesquiera latitudes y regímenes) sino también al entramado (des)organizativo y al interminable papeleo. Un ejemplo: tuve que realizar una sencilla gestión, referida a derechos de autor, en un Banco estatal, y si bien la empleada que me atendió fue cordial y llevó a cabo, con la mayor rapidez posible, el trámite respectivo, éste incluyó tal cantidad de formularios, que debí estampar en ellos más autógrafos que en una Feria del Libro.
¿Prostitución? Existe, por supuesto, y es uno de los reproches que casi diariamente se hacen a la Revolución. Especialmente algunos visitantes y cronistas europeos ponen el acento en ese rubro. Su puritano estupor incluye un considerable ingrediente de hipocresía, ya que proviene de un continente que ostenta su Calle de la Montera o su Castellana nocturna, su calle de Budapest o los mismísimos Champs Elysées, el refinado meretricio de Via Veneto, o los escaparates prostibularios de Hamburgo y Amsterdam. La verdad es que en Cuba la prostitución nunca desapareció, pero también es cierto que en el primer decenio de la Revolución, hubo un intenso trabajo social, gracias al cual las rameras tuvieron (y por cierto aprovecharon) la oportunidad de dedicarse a labores que no fueran las regateadas «de su sexo»; muchas de ellas se incorporaron a fábricas y hasta se casaron y tuvieron hijos. No obstante, la necesidad imperiosa que tuvo Cuba de estimular el turismo, y la invasión foránea que ello implicó, también significó el renacimiento de la decana de las profesiones. El turista norteamericano viene en busca de su mulata perdida, y si no la halla se sentirá profundamente defraudado; si en cambio la encuentra, disfrutará sin remordimiento de su piel morena, y luego, de regreso a su púdico contexto de Salvation Army y Jimmy Swaggart, no vacilará en denigrar a Cuba por no haber eliminado autoritariamente el meretricio. De todos modos, el estupor occidental está fuera de foco, ya que la relación prostituta/hombre es en La Habana notoriamente más modesta que en cualquier capital europea o latinoamericana. Y con un rasgo a destacar: a diferencia de sus colegas de otras urbes civilizadas, en la Cuba «bárbara» la prostituta carece de gigolo o rufián o chulo o cafisho. Tolerada a regañadientes, como algo inevitable, por el régimen, la puta cubana no tiene amo ni promotor ni mantenido; tal vez represente cierta insólita fórmula de autogestión en una peculiar sociedad socialista.
Otrosí digo. O más bien, otronó. La pena de muerte existe, y ésta es mi diferencia más profunda con la Cuba de 1991. Siempre he sido contrario a tal forma de punición, no importa qué ideología la reglamente o sustente. Tengo entendido que en todo el continente americano, sólo Estados Unidos y Cuba (en otros países sólo es aplicable en tiempos de guerra) mantienen esa condena. Pero tampoco en este tema vamos a rasgarnos las vestiduras. En tanto que Cuba se mantuvo aproximadamente tres lustros sin aplicarla (rompió esa austeridad en 1989 con el fusilamiento de Ochoa y tres de sus cómplices en la operación de narcotráfico), los Estados Unidos ejecutan periódicamente a sus condenados, por lo común negros, chicanos o puertorriqueños, y de vez en cuando algún rubio para disimular. Actualmente hay más de dos mil en espera de la ejecución (silla eléctrica, gas, inyección letal u otras ofertas del catálogo), incluidos débiles mentales y asimismo sujetos que cometieron delitos cuando eran menores de edad.
El affaire Ochoa representó para la sociedad cubana un trauma del que aún no se ha repuesto, pero no tanto por la aplicación de la pena máxima, sino por la brecha que significó en la imagen de los organismos de seguridad, que hasta ese momento constituían una salvaguardia y una invulnerabilidad casi míticas para el ciudadano de a pie. Paradójicamente, ese mismo ciudadano no parece contrario a la pena de muerte, y aunque el hecho de que fuera aplicada a un héroe nacional como Ochoa representó toda una conmoción, de ello no se deriva una actitud generalizada contra una tan radical modalidad de expiación. Más aún, distintos interlocutores me aseguraron que si por fin el gobierno cubano decidiera algún día eliminarla, sería imprescindible que previamente llevara a cabo una cuidadosa campaña destinada a convencer a la población de la pertinencia de esa medida. Personalmente creo, y no me cansé de repetírselo (por otra parte, sin ninguna esperanza) a cuanto dirigente se dignó escucharme, que dejar en este aspecto a los Estados Unidos en ominosa soledad, podría ser, no sólo un notorio avance en derechos humanos, sino también un golpe propagandístico de repercusión internacional.
¿Cuál es, en general, la actitud de la juventud cubana? En primer lugar hay que reconocer que, como toda juventud, es rebelde e inconformista. Sin embargo, salvo contadas excepciones, no es contrarrevolucionaria. Si aspira a cambios, por profundos que sean, siempre los concibe dentro de la Revolución y no al margen de ella. La famosa noción de pluripartidismo, que tanto ha movilizado a las sociedades del Este, en Cuba no tiene el menor atractivo, ni para jóvenes ni para adultos. La tesis del partido revolucionario único, auspiciada por José Martí desde el fondo de la historia, sigue teniendo su peso. Además, están aún demasiado cerca los modelos de «democracia pluripartidista» (Gerardo Machado, Grau San Martín, Prío Socarrás), como para no identificar el pluripartidismo democrático con esos antecedentes nefastos, represores, corruptos y borrascosos. Lo que reivindican los jóvenes (y de ahí su expectativa, acaso desmesurada, ante el próximo IV Congreso del PCC a celebrarse en el primer semestre de este año) es más activa participación y sobre todo más democracia interna; menos burocracia, menos privilegios para ciertos funcionarios de alto o mediano rango, y menos ukases desde arriba, sin mayor discusión y asimilación por las bases.
Al parecer, en las propias filas dirigentes del PCC se van perfilando dos posturas: una, la de rechazar, o al menos postergar, la solución de esas urgentes y muy concretas reclamaciones, y otra, en la que acaso se inscriba el propio Fidel, la de dar una sensible y nada abstracta respuesta a las demandas. Seguramente, el IV Congreso acabará formulando una síntesis, pero toda síntesis lleva en sí misma un factor detonante y/o determinante, una tendencia que, a pesar de las previsibles concesiones mutuas, le dará a sus sesiones y resoluciones el color definitivo. Ojalá ese color sea el que los jóvenes reclaman.
La situación mundial, con su notoria derechización, con la crisis de la Unión Soviética y el desmantelamiento del Pacto de Varsovia; con la evitable pero no evitada Guerra del Golfo Pérsico y la anunciada hegemonía militar de los Estados Unidos; con la actitud hostil hacia Cuba de los países que hasta hace poco eran sus aliados; con el problema crucial del combustible, sin cuya importación regular la isla, como cualquier país no productor de petróleo, no puede funcionar, ha representado para Cuba el período más difícil desde el triunfo de la Revolución y ha hecho concebir a los Estados Unidos, a los contrarrevolucionarios de Miami y a buena (o mala) parte de los analistas occidentales, la ilusión de una rápida caída de Fidel Castro y de su régimen.
Un diplomático latinoamericano, hace pocas semanas destinado a la isla, me confesó que, cuando llegó, estaba imbuido por ese pronóstico negativo, pero ahora, aproximadamente un mes después, opinaba que aquello sólo tenía el valor de una expresión de deseos, sin base en signos reales, ya que, como siempre ha ocurrido en los períodos riesgosos y cargados de amenazas, el gobierno revolucionario parece más sólido que nunca y con un apoyo popular decidido y compacto.
Una vez más, los cubanos apelan a la imaginación y a cierta innegable capacidad creativa que sirve para darles impulso y de paso sacarlos del atolladero. Por lo pronto, han empezado a trabajar con una eficacia y un esmero poco tradicionales en la molicie tropical del Caribe. Ya no son convocadas, como en épocas pasadas, enormes movilizaciones al campo, con 200 mil o más voluntarios, cuya buena voluntad y desprolijidad laboral más perjudicaban que beneficiaban al corte de caña y otras tareas agrícolas. Ahora, el aporte no excede los 20 mil trabajadores voluntarios, en especial estudiantes, en contingentes que acuden al campo, en turnos sucesivos, sólo por 15 días, y allí cumplen un trabajo impecable. Como resultado inmediato de este nuevo sistema, la producción y distribución de frutas y vegetales ha mejorado sustancialmente. En estos rubros Cuba no sólo satisface hoy las necesidades de sus diez millones de habitantes, sino también las de varios países cuya población total es cuatro veces mayor.
La escasez de petróleo es visible en las calles, donde circula un reducido número de coches particulares, pero a corto plazo Cuba será inundada por medio millón de bicicletas, de producción china y también nacional. Dichos medios de transporte son adjudicados, por un precio módico y en cuotas, a aquellos trabajadores que residan a una distancia de su lugar de trabajo, no menor de 2 km y no mayor de 10 km. Por otra parte, todos los autos y camiones estatales tienen la obligación de recoger en su ruta a quien se lo solicite.
Para evitar el acaparamiento de productos alimenticios, han sido incluidos nuevamente en la libreta de racionamiento productos que estaban «por la libre». Aun así, la cuota de cuatro huevos por persona y por semana, dos kilos y medio de arroz y otro tanto de azúcar, por persona y por mes, no parece menor que la que consume cualquier ciudadano de un país no racionado. Las carnes de res, cerdo, pollo o pescado tienen límites más estrictos, pero aun así no son descuidados los índices normales de proteínas. Con su experiencia de períodos críticos del pasado, la población prefiere (y lo dice abiertamente) la reimplantación del racionamiento, ya que elimina de modo radical la lesiva institución del acaparador y asegura la distribución equitativa de lo que se tiene o produce.
De todos modos, a cualquier visitante le impresiona la dignidad con que el pueblo cubano enfrenta sus crecientes dificultades. Cuando le hablan de democratización, responde: «Sí, tal vez, pero por ahora la prioridad primera es la supervivencia, tanto del individuo como de la Revolución». Más de un latinoamericano ha de compartir lo expresado por Manuel Vázquez Montalbán, con motivo de su reciente viaje a Cuba (fue jurado del Festival Internacional de Cine): «Hay una conciencia latinoamericana que, aun discrepando con el modelo cubano, mantiene una solidaridad de fondo. Para la izquierda, sin ser necesariamente como ayer una referencia socialista, es aún una cuestión nacionalista y antiimperialista» (Brecha, Montevideo, 15-2-91). Mi impresión personal es que, si Cuba supera, como es de esperar, esta etapa crítica, su ahora obligada no supeditación a la URSS y a su ex bloque va a producir una saludable animación de las potencialidades creativas del pueblo cubano, que son muchas. Y al decir esto me refiero a la política, a la ciencia, a la cultura.
Sin embargo, y sin que aun haya habido tiempo para que la flamante coyuntura internacional provoque ese acicate, ya puede señalarse que la novedad más impactante de esta Cuba 91 tiene que ver con los formidables logros de los científicos cubanos en el campo de la medicina, del llamado Frente Biológico, de la ingeniería genética y biotecnología, de los radiofármacos, de la creación de vacunas en rubros fundamentales, del tratamiento de la retinosis pigmentaria. Además de los beneficios que tales invenciones y adelantos han supuesto, en materia de salud pública, para el ámbito cubano, también es destacable el importante monto de divisas que Cuba está obteniendo mediante ese rubro no tradicional. Si por un lado el azúcar baja de precio en el mercado exterior, por otro, la cotización internacional del hombre de ciencias cubano está ascendiendo en forma vertiginosa. Es así que el gobierno pronostica que, en poco tiempo, la entrada de divisas a producirse por exportación de nuevos fármacos, servicios y tratamientos, puede superar ampliamente la que actualmente ingresa por la exportación de azúcar y tabaco. En el discurso pronunciado al clausurar el Día de la Ciencia, Fidel Castro llegó a decir que «el futuro, la economía y la salud del país dependen de las ciencias».
Naturalmente, este resultado científico no se improvisa ni surge espontáneamente. La atención preferente que, desde hace varios lustros, viene dedicando Cuba al desarrollo biológico y a las ciencias de la salud ha generado sucesivas promociones de investigadores. Sus aportes más espectaculares han sido hasta ahora el tratamiento (combinación de cirugía y ozonoterapia) para la retinosis pigmentaria, las vacunas contra la hepatitis B, la melangelina (cuyo procedimiento de extracción fue descubierto por médicos cubanos), de ya demostrada acción repigmentante en casos de vitiligo, la vacuna antimeningocóccica (en el Congreso celebrado en Berlín, setiembre de 1989, los especialistas norteamericanos reconocieron el fracaso de su propia vacuna frente al éxito indudable del producto cubano), el bactericida cicatrizante F2, etcétera.
Por más que las agencias de noticias hayan silenciado, como es habitual, estos logros, lo cierto es que los mismos han significado toda una explosión en el mundo científico y hoy Cuba no da abasto para cumplir con los pedidos de varias decenas de países. Las intervenciones quirúrgicas, los nuevos tratamientos y biofármacos son brindados gratuitamente a los ciudadanos cubanos, e incluso a pacientes extranjeros, de escasos recursos, por lo general provenientes de las zonas más depauperadas del Tercer Mundo. Pero aun en el caso de que esos servicios se cobren a pacientes extranjeros, los importes son francamente módicos, sobre todo si se los compara con las tarifas que se aplican en los países hiperdesarrollados.
En las calles de La Habana hay pocos automóviles; existe libreta de racionamiento para productos alimenticios; no hay escaparates con artículos suntuosos, pero allí los niños no mueren de hambre (la mortalidad infantil en Cuba tiene, junto con Estados Unidos y Canadá, los índices más bajos del continente), no hay desocupación ni mendicidad, y la asistencia médica es gratuita y de excelente calidad. ¿Cuánto pagarían las grandes empresas capitalistas por la deserción de cualquiera de estos sabios austeros, de estos investigadores extraordinariamente capaces que trabajan con denuedo para lograr (no sólo en su bloqueado país sino en el mundo) una mayor esperanza de vida?
Mientras que los Estados Unidos, más que ningún otro país, basan gran parte de sus ingresos en la venta de armas (tanto a sus amigos de un presente cualquiera como a sus futuros enemigos, léase Saddam Hussein), mientras sus bombarderos de eficacia «quirúrgica» inmolan a civiles en refugios de Bagdad, mientras que ese gran poder hegemónico exporta muerte, Cuba, país pequeño y cercado, subdesarrollado y en pleno aislamiento, se afana y se ufana exportando vida. Aunque sólo fuera por esa obsesión humanitaria, merecería más comprensión y mejor suerte.
(1991)