Capítulo 3

—Hola, Alannis — la saludó Theron—. Encantado de volver a hablar contigo.

Ella lo saludó con amabilidad, pero también con cierta reserva. Claro que no había esperado otra cosa. Alannis Gianopoulos era una chica muy bien educada y nunca lo habría saludado efusivamente. Sencillamente, no era su estilo.

—He encargado que el jet de la empresa te traiga de Grecia dentro de una semana. ¿Tu madre vendrá contigo?

Era una pregunta absurda, ya que Theron sabía que la familia de Alannis nunca la dejaría viajar sin un acompañante.

—Estoy deseando que llegues. He reservado un palco en la Ópera.

Si todo iba bien, esa misma noche pediría su mano y luego las dos familias podrían ponerse a organizar la boda.

Claro que antes tendría que informar a sus hermanos de sus intenciones.

Después de colgar, Theron se quedó mirando el teléfono durante largo rato. No tenía la menor duda de que Chrysander, locamente enamorado de Marley, no lo animaría a contraer un matrimonio sin amor. Piers, por otro lado, se limitaría a decir que era su vida y podía hacer con ella lo que quisiera.

Con el tiempo aprendería a querer a Alannis, estaba seguro. Era una chica que le gustaba y a la que respetaba... y eso era más de lo que podía decir de otras mujeres de su entorno. Tal vez él no encontraría una mujer que lo amase como Marley amaba a su hermano, pero quería pensar que podía ser amigo de Alannis y disfrutar de su compañía tanto en la cama como fuera de ella.

Theron frunció el ceño al imaginar a Alannis desnuda en su cama. Luego miró hacia abajo, esperando una respuesta, y se llevó una desilusión.

Alannis parecía un poco fría y estirada en ese aspecto. Claro que con toda seguridad sería virgen y tendría que ser él quien despertase la pasión en una chica tan inocente. Además, sería su obligación como marido.

Suspirando, Theron miró el reloj y comprobó que Isabella llegaba tarde. Madeline había encontrado tres apartamentos, todos en buenas zonas y cerca del hotel Imperial Park, pero aún no le había dado la lista de posibles maridos.

Daba igual. Lo primero era dejarla instalada. Y cuanto antes, mejor. Ya se encargaría de casarla más tarde.

Cuando oyó que se abría la puerta, levantó la cabeza y se quedó sorprendido al ver a Isabella. En el mismo instante sonó el interfono y Madeline, en tono burlón, le informó de que la señorita Caplan estaba en camino.

—Buenos días — lo saludó ella, dándole un beso en la mejilla.

Theron tuvo que tragar saliva al ver lo que llevaba puesto. No era exactamente impúdico porque... al menos la tapaba. En parte.

Pero se le quedó la boca seca cuando apoyó las manos sobre el escritorio y, al inclinarse hacia delante, pudo ver el encaje del sujetador por encima del escote de la camiseta.

—Buenos días, Isabella.

—Llámame Bella, por favor. A menos que tengas aversión a ese nombre.

No la tenía, en absoluto. Su protegida era increíblemente guapa. Y diferente a las sofisticadas mujeres con las que él solía salir. Pero había algo salvaje en ella, algo incontrolable.

Mientras su entrepierna había permanecido estoica al pensar en Alannis desnuda, ahora, sin embargo, despertó a la vida de manera dolorosa.

Era su tutor, alguien que debía cuidar de ella, se recordó a sí mismo, enfadado. No sólo era una falta de respeto hacia Isabella, sino también hacia Alannis. Ninguna mujer debería tener que soportar que su prometido mirase a otra.

—Bella — dijo por fin, levantándose. El nombre le iba bien, desde luego. Ligero, precioso.

—Hoy vas vestido de manera informal. Qué raro. Yo estoy acostumbrada a verte con traje de chaqueta y corbata.

—¿Estás acostumbrada a verme? — repitió él, sorprendido.

—Bueno, en fotografías — contestó Bella—. Siempre hay fotografías tuyas en los periódicos.

—¿Recibes periódicos de Nueva York en California?

—Pues... sí. Me gusta seguir la pista de la gente que cuida de mis intereses.

—Ah, muy bien — dijo él—. ¿Nos vamos? Me he tomado la libertad de hacer una lista de apartamentos en zonas seguras. Es lo más sensato para una chica que quiere vivir sola en Nueva York.

Entonces pensó que quizá Isabella tenía intención de vivir con alguien. Además, una mujer como ella no estaría sola mucho tiempo. Y tenía que saberlo porque si estaba con alguien, podía olvidarse de buscarle un marido.

—Nos vamos cuando quieras — sonrió Isabella.

Mientras salían del despacho, Theron puso una mano en su espalda y ella sintió el calor de esa mano atravesando la camiseta.

Después de amarlo a distancia durante tanto tiempo, había estado preparada para una desilusión. Para descubrir que quizá Theron no era el hombre de sus sueños. Pero había sido al contrario: Theron Anetakis era mucho más interesante de lo que imaginaba y sus sentimientos por él no habían desaparecido.

Bella se sentó a su lado en la limusina. Además de Henry, el chófer, un miembro del equipo de seguridad iba en el asiento delantero. Y cuando se detuvieron frente al primer edificio, Bella vio a dos hombres saliendo de otro coche que había aparcado tras ellos.

—No recuerdo que llevarais tanta seguridad la última vez que vine a Nueva York de visita.

—Me temo que es necesario — dijo él.

Bella esperó que dijese algo más, pero Theron permaneció mudo.

Tres horas después habían visitado todos los apartamentos de la lista. Theron había vetado los dos primeros pero, afortunadamente, el que más le gustó fue el cuarto y ambos estaban de acuerdo.

—¿Te encargarás tú misma de llevar tus cosas o quieres que lo organice yo?

—Pienso comprar todo lo que necesito aquí mismo, en Nueva York.

—Muy bien, entonces buscaré a alguien que vaya de compras contigo.

—No hace falta — dijo Bella—. No necesito una niñera, Theron. Chrysander me obligó a soportar a una durante muchos años, pero no la necesito.

—No quiero que vayas sola...

—Tú podrías ir conmigo.

—¿Yo?

—¿Por qué no? Al fin y al cabo, no conozco a nadie más en Nueva York — sonrió ella.

No había ninguna razón para hablarle de Sadie porque si supiera a qué se dedicaba, le pediría que dejase de verla. Sería imposible hacer entender a alguien como Theron Anetakis que entre sus amistades había gente... en fin, que vivía de forma diferente.

Además, no quería empezar con mal pie. Quería que Theron se enamorase de ella, que la necesitase.

—Sí, tienes razón — suspiró él por fin—. Se me olvidaba que has vivido en California todos estos años.

—¿Eso significa que irás de compras conmigo?

Bella no pudo contener la risa cuando Theron emitió un bufido y él la miró, como si el sonido le pareciese encantador.

Se quedó sin aliento al ver lo que parecía un brillo de deseo en sus ojos. Pero duró tan poco que decidió que debía de haberlo imaginado.

—Veré si tengo tiempo para acompañarte.

—¿Dónde vas a llevarme a comer? — le preguntó ella, más para recordarle su cita que porque le importase la comida. Le daba igual dónde comieran o si comían en absoluto. Lo importante era estar con Theron.

—Hay un restaurante estupendo en el hotel y siempre tienen una mesa reservada para mí. Además, así luego podrás ir a tu habitación a descansar un rato.

Bella tuvo que hacer un esfuerzo para no poner los ojos en blanco. Theron quería librarse de ella, evidentemente. Aunque era lógico. Ella era una carga inesperada y él un hombre muy ocupado. ¿Qué podía hacer para que la viese como una mujer y no como un inconveniente?

—¿Ocurre algo?

—No, no. Es que estoy un poco cansada. Y contenta.

—Deberías dejar que yo me encargase de los muebles. Si me dices cuáles son tus preferencias, podría llamar a un decorador y así no tendrías que salir de compras.

—No, de eso nada. Entonces no sería ni la mitad de divertido.

Theron suspiró.

—¿Qué planes tienes, Bella?

—¿Planes?

—Sí, planes. Ahora que has terminado tus estudios, me imagino que tendrás algo en mente.

—Ah, bueno, por el momento pienso tomarme el verano de vacaciones. En otoño pensaré en mi futuro.

Él no dijo nada, pero era evidente que no aprobaba esa decisión. Bella sonrió para sí misma. Los hermanos Anetakis estaban dedicados al trabajo en cuerpo y alma. No eran la familia hotelera más famosa del mundo por casualidad.

Unos minutos después, llegaban al restaurante del hotel y eran escoltados por el maître hasta una mesa situada en una esquina, apartada del resto de los clientes.

—¿Qué quieres tomar, pethi mou1?

Isabella hizo una mueca. La llamaba de esa forma cuando tenía trece años: «pequeña». Y esa expresión no evocaba imágenes de los dos en la cama, sus miembros enredados...

—¿Qué sugieres?

Bella estudió la dura línea de sus labios y la sombra de barba en el mentón. Sentía la tentación de alargar la mano y acariciarlo...

¿Cómo sería besar a Theron Anetakis?, se preguntó por enésima vez. Ella había besado a varios chicos en la universidad. Chicos, no hombres como él. Algunos eran agradables, otros torpes.

Pero besar a Theron sería como estar en medio de una tormenta: excitante, salvaje, abrumador. Se le aceleró el pulso al imaginar el roce cálido de su lengua...

—¿Bella?

Ella parpadeó, distraída.

—Perdona, ¿qué decías?

—Que deberías probar el salmón. Aquí lo hacen muy bien.

—Ah, estupendo.

Theron pidió por los dos y el camarero se alejó con una sonrisa en los labios.

—Y ahora tal vez deberíamos hablar del futuro. Supongo que habrás pensado qué quieres hacer con tu vida.

Si él supiera... Bella no había hecho más que planear su futuro. Con Theron Anetakis.

—Lo he pensado mucho.

—Ayer hablaste de matrimonio. ¿De verdad estás pensando en casarte antes de cumplir los veinticinco años?

—Cuento con ello.

Theron asintió con la cabeza y Bella tuvo que disimular una sonrisa. ¿Asentiría si supiera que él iba a ser el novio? Se sentía diabólica, como si estuviera planeando un asesinato más que una seducción.

—Me he tomado la libertad de hacer una lista de posibles candidatos — dijo Theron entonces.

—¿Candidatos para qué?

—Para casarte, Bella. Voy a ayudarte a encontrar un marido.