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A la tata le dicen que ya son ricos otra vez y que han readquirido los apartamentos vendidos a raíz de la quiebra y, cuando los vecinos se asoman, o se los cruzan en la escalera, le dicen que están de alquiler y que pagan un dineral.
Entonces se alegra y se pone a mirar hacia arriba y hace unos gestos muy vulgares como queriendo decir que a los nuevos dueños les han dado por saco al readquirirlo todo.
Nadie sabe lo que el vecino le dijo a las monjas. La cuestión es que en la fiesta de fin de año Carlino estaba sentado al piano. Miró boquiabierto al público formado por los padres y luego a los demás niños entre bambalinas y salió corriendo. Pero volvió enseguida. Se sentó la mar de contento y empezó con una marcha de Shostakóvich, después tocó el «Baile de los polluelos» y siguió con un adagio de Steibelt, «El tren de la libertad» de Siegmeister, y en vista de que el público aplaudía y pedía un bis, el niño volvió a sentarse y tocó la «Marcha de los soldados» de Schumann. Con las pequeñas piezas inventadas por él, el público enloqueció y los padres casi casi no tenían ganas de asistir a la actuación de sus hijos y hubieran preferido que el niño siguiera tocando todo el tiempo.
De vuelta en casa, su mamá fue a llamar a la puerta del vecino, que le abrió, pero se quedó en el umbral.
—No sé cómo darle las gracias, lo único que puedo hacer es rezar por usted. Mi familia y yo. Y las monjas. A ellas les di el mapa de los campos de vuelo de Cerdeña y Córcega, usted no tendrá que preocuparse, ¡porque estaremos todos rezando!
El vecino ni siquiera la escuchaba y decía que el concierto de Carlino le había parecido un combate de pugilato a golpes de notas musicales y daba saltitos en la puerta imitando un combate de boxeo.
—Do —y lanzaba un izquierdazo—. Re —y se cubría la cara para defenderse—. Mi —y lanzaba un derechazo—. Los dejó a todos K.O. —estaba exultante.
Ahora, en Castello, cuando se encuentran con la condesa y el niño, se paran para congratularse y dicen que el día de mañana será un honor haber vivido en el mismo barrio que un genio de la música. Pero se nota que no están convencidos. Un genio de la música muy tonto. Entonces buscan ejemplos ilustres. Mozart. Dicen que nadie se explica cómo Dios pudo poner tanto talento en semejante cretino.
La condesa y Carlino fueron a llevarle al vecino un regalo como muestra de agradecimiento.
El vecino estaba de mal humor y se disculpó, pero siempre en la puerta, no les hizo pasar, no le apetecía estar con nadie y mucho menos aceptar regalos.
—¿Tampoco quiere ver qué es? —preguntó la condesa.
—No, de veras. Lo siento, pero cuando estoy de mal humor quiero que me dejen en paz.
—¿Y no piensa que Carlino y yo podríamos devolverle el buen humor? Me preocupa dejarlo así tan infeliz.
—No tiene por qué. Me siento felizmente infeliz. ¡A solas!
—Es que usted tiene un carácter tan… tan esquiroso…
Entonces el vecino se echó a reír y aceptó el regalo, pero dado que tenía ese carácter, como ella había dicho, a medio camino entre lo esquivo y lo asqueroso, quería desenvolverlo a solas.