— 3 —
Las tías andaban por la iglesia de buena mañana, acoquinando a San Judas Tadeo con sus exigencias y súplicas; la sirvienta había salido con los chicos para que visitaran a su papá, al llevarle el desayuno, y Valeria peinaba sus largos cabellos negros en el fondo del jardín, junto al estanque, los ojos en el líquido alforzado por el hilo del agua que caía del chorro y tan absorta que no sintió los pasos de alguien que se acercaba, destrozando las plantas con sus botas, la cara alforzada por las arruguitas de su reír continuo, como el agua del estanque, la tomó de los brazos por detrás y la quiso dar un beso en la boca, sin lograr otra cosa que rozarle la mejilla con los labios.
—¡Preciosa y además, arisca!
Valeria, a prudente distancia de Prinani de León, no sabía qué hacer.
—Me asustó… —dijo por fin.
—Pero no como la viejita que cuando probó el primer susto salía a que la asustaran. Espantos… Espantos…
Valeria hizo como que no entendía.
—¡Qué lindo lunarcito, me gustaría mordérselo con todo y el hombro!
—Hable de otra cosa. Es poco serio…
—Si me escucha, le hablo en serio. Estoy enamorado de usted. Por eso accedí a que Najarro se quedara prisionero aquí, para que usted no lo siguiera a la capital. Él en la cárcel, yo me la aseguraba aquí conmigo, junto a mí, sirviéndome de compañía para salir, para conversar, pero se porta muy esquiva…
Valeria retiró la mano que el Coronel quiso agarrarle.
—No sea así, vea que de mí depende que su marido siga a la capital y lo fusilen. Y no de mí, de usted. Es mejor que lo sepa y se vaya haciendo a la idea…