14

En un compartimiento con paredes de vidrio, normalmente utilizado para efectuar aislamientos biológicos en la enfermería del Triumph, Miles se sentó tembloroso sobre un banco y observó cómo Elena ataba al general Metzov a una silla. De no haber sido porque el interrogatorio en que estaban a punto de embarcarse podía presentar complicaciones peligrosas, Miles se hubiera sentido bastante satisfecho con la venganza. Elena estaba desarmada otra vez. Dos hombres con aturdidores montaban guardia junto a la puerta transparente y aislante, y cada tanto miraban hacia dentro. Miles había tenido que recurrir a toda su elocuencia para lograr que en este interrogatorio inicial sólo participasen él, Oser y Elena.

—¿Cuán importante puede ser la información de este hombre? —le había preguntado Oser irritado—. Lo han dejado salir en campaña.

—Lo bastante importante para que usted quiera la ocasión de pensarlo antes de difundirla a una Junta —le había respondido Miles—. De todos modos conservará la grabación.

Metzov se veía enfermo y silencioso. Su muñeca derecha estaba prolijamente vendada. El aspecto enfermizo se debía al aturdidor; el silencio era inútil, y todos lo sabían. Era una especie de extraña cortesía no importunarlo con preguntas antes de que la sustancia química hiciera su efecto.

Oser miró a Miles con el ceño fruncido.

—¿Está dispuesto a comenzar?

Miles miró sus propias manos, que aún continuaban temblando.

—Siempre y cuando nadie me pida que efectúe una operación de cirugía cerebral, sí. Procedamos. Tengo razones para pensar que el tiempo es esencial.

Oser se volvió hacia Elena y asintió con la cabeza. Ella alzó una jeringa para calibrar la dosis y luego la clavó en el cuello de Metzov. Por unos momentos, los ojos de Metzov se cerraron con desesperación, pero entonces sus puños apretados se relajaron. Los músculos de su rostro se aflojaron en una sonrisa idiota. La transformación no era nada agradable a la vista. Sin la tensión, su rostro se veía envejecido.

Elena controló el pulso y las pupilas de Metzov.

—Muy bien. Es todo vuestro, caballeros. —Retrocedió para apoyarse contra la puerta con los brazos cruzados. Su expresión era casi tan hermética como había sido la de Metzov.

Miles abrió una mano.

—Después de usted, almirante.

Oser hizo una mueca.

—Gracias, almirante. —Se acercó para observar el rostro de Metzov con ojos especulativos.

—General Metzov. ¿Su nombre es Stanis Metzov?

Metzov sonrió.

—Sí, ése soy yo.

—¿En la actualidad, segundo al mando de los Guardianes de Randall?

—Sí.

—¿Quién lo envió para asesinar al almirante Naismith?

Metzov pareció confundido.

—¿A quién?

—Llámeme Miles —le sugirió Miles—. Él me conoce por… por un seudónimo. —Tenía tantas posibilidades de pasar por esta entrevista sin que se revelase su identidad como una bola de nieve de sobrevivir a un viaje al centro del sol, pero ¿por qué apresurar las complicaciones?

—¿Quién lo envió a matar a Miles?

—Cavie, por supuesto. Él escapó, ¿comprende? Yo era el único en quien ella podía confiar… Confiar… Esa perra…

Miles alzó las cejas.

—En realidad, fue la misma Cavilo quien me envió aquí —informó a Oser—. Por lo tanto, el general Metzov fue engañado. ¿Pero con qué fin? Creo que ahora es mi turno.

Oser le hizo el gesto de «después de usted» y retrocedió. Miles bajó del banco y se colocó frente a Metzov. Éste lo miró con ira a pesar de su estado eufórico, y entonces esbozó una sonrisa vil.

Miles decidió comenzar con la pregunta que lo había estado carcomiendo desde hacía más tiempo.

—¿Quién… o qué era el blanco del ataque que se estaba planeando?

—Vervain —dijo Metzov.

Hasta Oser dejó caer la mandíbula. En medio del silencio que siguió, Miles sintió que la sangre latía en sus oídos.

—Usted trabaja para Vervain —dijo Oser con voz ahogada.

—Dios… ¡Dios…! ¡Al fin cobra sentido! —Miles estuvo a punto de saltar, pero se tambaleó y Elena corrió en su ayuda—. ¡Sí, sí, …!

—Es una locura —dijo Oser—. Así que ésa era la sorpresa de Cavilo.

—Apuesto a que no es todo. Las fuerzas de Cavilo son mucho mayores que las nuestras, pero no lo bastante como para invadir un planeta completamente colonizado como Vervain. Sólo pueden hacer incursiones y escapar.

—Hacer incursiones y escapar, eso es —dijo Metzov con una sonrisa tranquila.

—¿Cuál era el blanco en particular, entonces? —preguntó Miles con ansiedad.

—Bancos… museos de arte… bancos genéticos… rehenes…

—Ésa es una incursión de piratas —dijo Oser—. ¿Qué diablos iban a hacer con el botín?

—Dejarlo bajo la protección del Conjunto Jackson al retirarnos.

—Entonces, ¿cómo pensaban escapar a la furiosa flota vervanesa? —preguntó Miles.

—Atacándolos justo antes de que la nueva flota entrara en acción. La flota invasora cetagandana los atrapará estacionados en órbita. Es sencillo.

Esta vez el silencio fue absoluto.

Ésa es la sorpresa de Cavilo —susurró Miles al fin—. Sí, es muy digna de ella.

—¿Invasión… cetagandana? —De forma inconsciente Oser comenzó a morderse una uña.

—¡Por Dios! ¡Encaja, encaja! —Miles empezó a recorrer el compartimiento con pasos inseguros—. ¿Cuál es la única forma de apoderarse de un enlace de agujero de gusano? Desde ambos lados a la vez. Cavilo no trabaja para los vervaneses… sino para Cetaganda. —Se volvió para señalar a Metzov, quien asentía con la cabeza—. Y ahora comprendo el papel que juega Metzov. Está claro como el día.

—Es un pirata —dijo Oser alzándose de hombros.

—No. Es la cabeza de turco.

—¿Qué?

—Al parecer, usted no sabe que este hombre fue expulsado del Servicio Imperial de Barrayar por brutalidad.

Oser parpadeó.

—¿Del Servicio Imperial de Barrayar? Debió de haberse esforzado bastante para lograrlo.

Miles contuvo un momento de irritación.

—Bueno, sí. Se equivocó de víctima, eso es todo. ¿Pero no lo comprende? La flota invasora cetagandana se introduce en el espacio local vervanés invitada por Cavilo… probablemente por una señal de ella. Los Guardianes hacen una rápida incursión en Vervain. Con corazón bondadoso, los cetagandanos «rescatan» el planeta de los mercenarios traidores. Los Guardianes escapan. Metzov es dejado atrás como cabeza de turco, Igual que cuando se arroja al sujeto de la troika para que se lo coman los lobos. —Bueno, su metáfora no había resultado muy betana—. Entonces, los cetagandanos lo cuelgan públicamente para demostrar su «buena fe». Ved a este malvado barrayarano que os ha hecho daño. Necesitáis nuestra protección de la amenaza imperial barrayarana, y aquí estamos.

»Y Cavilo cobra tres veces. Una de los vervaneses, otra de los cetagandanos y la tercera vez del Conjunto Jackson, cuando deje en custodia su botín al escapar. Todos ganan algo. Excepto los vervaneses. —Miles se detuvo para recobrar el aliento.

Oser comenzaba a parecer convencido y preocupado.

—¿Cree que los cetagandanos planean invadir el Centro? ¿O se detendrán en Vervain?

—Por supuesto que lo invadirán. El Centro es el blanco estratégico; Vervain no es más que un escalón para alcanzarlo. De allí la farsa de los «mercenarios malos». Los cetagandanos quieren gastar la menor energía posible en la pacificación de Vervain. Probablemente los tildarán de «satrapía aliada», controlarán las rutas espaciales y apenas si se posarán sobre el planeta. Los absorberán económicamente en una generación. La pregunta es: ¿se detendrán los cetagandanos en Pol? ¿Tratarán de invadirlo, o lo dejarán como amortiguador entre ellos y Barrayar? ¿Conquistador o cortejador? Si logran provocar a los barrayaranos para que éstos ataquen a través de Pol sin autorización, los polenses pueden llegar a establecer una alianza con Cetaganda… ¡Ah! —Comenzó a caminar otra vez.

Oser tenía el aspecto de haber mordido algo repugnante. Algo con medio gusano en su interior.

—No fui contratado para encargarme del Imperio Cetagandano. A lo sumo se esperaba que luchase contra los mercenarios vervaneses, suponiendo que todo el asunto no se apaciguase solo. Si los cetagandanos llegan aquí, estaremos perdidos. Acorralados en un callejón sin salida. —Y entonces agregó como para sí mismo—: Tal vez deberíamos ir pensando en salir mientras podamos hacerlo…

—Pero, almirante Oser, ¿no lo comprende? —Miles señaló a Metzov—. Ella nunca lo hubiera perdido de vista sabiendo todo esto si pensara poner en práctica el plan. Quizás haya pensado que moriría tratando de matarme, pero siempre existía la posibilidad de que no fuese así, de que lo hicieran pasar por un interrogatorio como éste. Lo que él narra es el plan viejo. Debe haber un plan nuevo. —Y creo saber cuál es—. Existe otro… factor. Una nueva x en la ecuación. —Gregor—. Si no me equivoco, ahora la invasión cetagandana es un escollo considerable para Cavilo.

—Almirante, yo podría creer que Cavilo traicionase a cualquiera… menos a los cetagandanos. Ellos serían capaces de dedicar toda una generación a la venganza. Ella no encontraría sitio a donde escapar. No viviría para disfrutar de sus ganancias. Y, por otra parte, ¿qué podría ser más atractivo para ella que cobrar tres veces?

Pero si espera contar con el Imperio de Barrayar para defenderse, con todo nuestro Servicio de Seguridad

—Sólo se me ocurre un modo mediante el cual ella puede esperar salir triunfante —dijo Miles—. Si funciona tal como lo ha planeado tendrá toda la protección que quiera. Y todas las ganancias.

Podía funcionar. Realmente podía funcionar. Si Gregor estaba fascinado por ella. Y si los dos testigos que podían ocasionarle problemas se mataban entre ellos. Abandonando su flota, podía llevarse a Gregor y escapar antes de que llegasen los cetagandanos, presentándose en Barrayar como la persona que había «rescatado» a Gregor a un alto coste personal. Si, además, Gregor la presentaba como su novia, como la digna madre de un futuro vástago de la casta militar, el romanticismo de la escena podía obtener el suficiente apoyo popular para vencer las resistencias de los consejeros. Dios sabía que la madre de Miles había cimentado ese argumento. Cavilo era capaz de lograrlo. Emperatriz de Barrayar. Y podía coronar su carrera traicionando absolutamente a todos, incluso a sus propias fuerzas.

—Miles, la expresión de tu rostro… —dijo Elena con preocupación.

—¿Cuándo? —dijo Oser—. ¿Cuándo atacarán los cetagandanos? —Logró que Metzov le prestase atención y repitió la pregunta.

—Sólo Cavie lo sabe. —Metzov emitió una risita—. Cavie lo sabe todo.

—Tiene que ser inminente —intervino Miles—. Es posible que esté comenzando ahora mismo. Tal vez esperaba que los Den… que la Flota estuviese paralizada por este incidente.

—Si eso es cierto —murmuró Oser—, ¿qué debemos…?

—Nos encontramos demasiado lejos. A un día y medio de donde se desarrolla la acción: el enlace por agujero de gusano de la Estación Vervain. Tenemos que acercarnos. Tenemos que llevar la Flota a través del sistema, desenmascarar a Cavilo, sitiarla…

—¡No pienso precipitar un ataque en contra del Imperio Cetagandano! —lo interrumpió Oser con dureza.

—Es necesario. Tendrá que luchar, tarde o temprano. Si usted no escoge el momento, ellos lo harán. La única posibilidad de detenerlos es en el enlace. Una vez que hayan pasado, será imposible.

—Si llevara mi flota de Aslund, los vervaneses pensarían que los estamos atacando.

—Se movilizarían y se pondrían en estado de alerta. Eso es bueno. Pero si lo hacen en la dirección equivocada, no sería nada bueno. Terminaríamos favoreciendo a Cavilo. ¡Maldición! Sin duda es otra bifurcación en su estrategia.

—Si, como usted asegura, los cetagandanos son ahora un estorbo tan grande para Cavilo, supongamos que no les envía la señal de ataque.

—Oh, todavía los necesita. Pero su propósito ha cambiado. Los necesita para escapar y para asesinar a todos los testigos. Pero no los necesita para triunfar. Sus nuevos planes son a largo plazo.

Oser sacudió la cabeza como tratando de aclarársela.

—¿Por qué?

—Nuestra única esperanza, y también la de Aslund, es capturar a Cavilo y paralizar a los cetagandanos en el enlace por agujero de gusano de la Estación Vervain. No, espere… Debemos controlar ambos extremos del enlace Centro-Vervain. Hasta que lleguen refuerzos.

—¿Qué refuerzos?

—Aslund. Pol. Cuando los cetagandanos muestren su poderío bélico, todos comprenderán la amenaza. Y si Pol se pone del lado de Barrayar en lugar del de Cetaganda, Barrayar podrá enviar sus fuerzas a través de ellos. Será posible detener a los cetagandanos, si todo ocurre de la manera apropiada. —¿Pero podrían todavía rescatar a Gregor con vida? «No un camino a la victoria, sino todos los caminos…».

—¿Los barrayaranos intervendrán?

—Oh, creo que sí. Su contraespionaje debe de estar al tanto de estas cosas… ¿No han notado que, en los últimos días, se haya incrementado la actividad de Inteligencia de Barrayar aquí en el Centro?

—Ahora que lo menciona, sí. Su tráfico de mensajes en clave se ha cuadruplicado.

Gracias a Dios. Tal vez la ayuda estuviese más cerca de lo que se había atrevido a imaginar.

—¿Han descifrado alguna de sus claves? —preguntó, ya puestos.

—Oh, sólo la menos significativa, hasta el momento.

—Ah. Bien. Quiero decir… mala suerte.

Durante todo un minuto, Oser permaneció con los brazos cruzados, mordiéndose el labio mientras reflexionaba con gran concentración. Miles recordó la expresión meditabunda que había tenido el almirante justo antes de ordenar que lo arrojaran por la escotilla más próxima, apenas una semana atrás.

—No —dijo Oser al fin—. Gracias por la información. A cambio, supongo que le perdonaré la vida. Ésta no es una batalla que podamos ganar. Sólo alguna fuerza planetaria cegada por la propaganda, con todos los recursos de su planeta respaldándola, podría embarcarse en un sacrificio altruista y demente como éste. Yo he entrenado a mi flota para que fuese una buena herramienta táctica, no un maldito tapón fabricado con cadáveres. No soy, tal como usted dice, un cabeza de turco.

—Lo que será es una punta de lanza.

—Su «punta de lanza» no tiene ninguna lanza por detrás. No.

—¿Es ésta su última palabra, señor? —preguntó Miles con voz débil.

—Sí. —Oser activó su intercomunicador de muñeca para llamar a los guardias—. Cabo, este grupo se dirige al calabozo. Llame y notifíquelo.

El guardia hizo la venia al otro lado del vidrio.

—Pero, señor. —Elena se acercó a él, alzando los brazos a modo de súplica. Con un rápido movimiento de muñeca, clavó la jeringa en el cuello de Oser. Éste abrió los ojos de par en par y apretó los labios con furia. Se puso tenso para golpearla, pero su brazo se detuvo en el aire.

Al otro lado del vidrio, los guardias notaron el movimiento de Oser y desenfundaron sus aturdidores. Elena sujetó la mano del almirante y la besó con una sonrisa de gratitud. Los guardias se calmaron; uno codeó al otro y, a juzgar por sus sonrisas, dijo algo bastante desagradable, pero Miles no estaba en condiciones de leer los labios de nadie en ese momento.

Oser se tambaleó y jadeó, luchando contra la droga. Elena le alzó el brazo y deslizó una mano por su cintura, haciéndolo girar para que quedaran de espaldas a la puerta. La típica sonrisa idiotizada apareció y desapareció en el rostro de Oser, pero luego se fijó definitivamente.

—Actuó como sí yo hubiese estado desarmada. —Elena sacudió la cabeza con exasperación y deslizó la jeringa en el bolsillo de su chaqueta.

—¿Y ahora qué? —susurró Miles con desesperación mientras el cabo se acercaba a la cerradura codificada de la puerta.

—Todos iremos al calabozo, supongo. Tung se encuentra allí —dijo Elena.

—Ah… —«Oh diablos, nunca saldremos de esto». Pero había que intentarlo. Miles sonrió a los guardias y los ayudó a soltar a Metzov, mientras se interponía en su camino y apartaba su atención de Oser, quien esbozaba una sonrisa particularmente feliz. En un momento, cuando ellos no lo miraban, hizo tropezar a Metzov, quien se tambaleó.

—Será mejor que lo sujetéis por ambos brazos. No parece demasiado firme —les dijo Miles a los guardias. Él tampoco estaba demasiado firme, pero logró bloquear la puerta de tal modo que los guardias y Metzov marchasen primero, él segundo y, finalmente Elena, tomada del brazo de Oser.

—Vamos, amor, vamos —oyó que Elena entonaba a sus espaldas, como una mujer llamando a un gatito sobre su falda.

La caminata parecía no acabar nunca. Miles se volvió para susurrar a Elena:

—Muy bien, llegamos al calabozo. Allí estarán los mejores hombres de Oser. Y entonces, ¿qué?

Ella se mordió el labio.

—No lo sé.

—Me lo temía. Gira aquí. —Doblaron en el siguiente recodo. Un guardia se volvió para mirar atrás.

—¿Señor?

—Seguid adelante, muchachos —respondió Miles—. Cuando tengáis a ese espía encerrado, presentaos en la cabina del almirante.

—Muy bien, señor.

—Continúa caminando —susurró Miles—. Continúa sonriendo.

Los pasos de los guardias se alejaron.

—Y ahora, ¿adónde vamos? —pregunto Elena. Oser dio un traspié—. Esto está muy inestable.

—La cabina del almirante, ¿por qué no? —decidió Miles con una extraña sonrisa. El inspirado motín de Elena le había otorgado el mejor descanso del día. Ahora tenía el impulso. No se detendría hasta que lo matasen. Después de tantas posibilidades, ahora sabía. El momento es éste. La palabra es «adelante».

Tal vez. Siempre y cuando…

Pasaron junto a unos cuantos técnicos oseranos. Oser hacía algo parecido a asentir con la cabeza. Miles esperó que pasase por un reconocimiento informal de sus saludos. De todos modos, nadie se volvió para gritarles que se detuvieran. Dos niveles y otro giro los llevaron a los conocidos corredores de los oficiales. Llegaron a la cabina del capitán. (Dios, tendría que enfrentarse a Auson, y pronto). La palma de Oser, que Elena apretó contra la cerradura, les permitió entrar en las oficinas del almirante al mando. Cuando la puerta se cerró tras ellos. Miles comprendió que había estado conteniendo el aliento.

—Ya estamos dentro —dijo Elena con la espalda apoyada contra la puerta—. ¿Piensas abandonarnos de nuevo?

—Esta vez, no —respondió Miles con expresión sombría—. Habrás notado un tema que no mencioné allá en la enfermería.

—Gregor.

—Exactamente. Cavilo lo tiene como rehén en su nave.

Elena agachó la cabeza desanimada.

—¿Piensa venderlo a los cetagandanos?

—No. Es más extraño que eso. Piensa casarse con él.

Elena lo miró con sorpresa.

—¿Qué? Miles, es imposible que ella haya pensado en algo semejante, a menos…

—A menos que Gregor le haya sembrado la idea. Y creo que además de sembrarla, la ha regado y fertilizado. Lo que no sé es si se lo proponía en serio o si sólo trataba de ganar tiempo. Ella se ocupó de mantenernos separados. Tú conoces a Gregor casi tan bien como yo. ¿Qué piensas?

—Resulta difícil imaginar a Gregor enamorado de la idiotez. Él siempre fue bastante… tranquilo. Bueno, casi asexuado, comparado con Iván, por ejemplo.

—No estoy seguro de que sea una buena comparación.

—No, tienes razón. Bueno, comparado contigo, entonces.

Miles se preguntó cómo debía tomar eso.

—Gregor nunca tuvo demasiadas oportunidades. Me refiero a cuando éramos jóvenes. No tenía intimidad. Seguridad siempre estaba en su bolsillo trasero. Eso puede inhibir a un hombre, a menos que éste sea un poco exhibicionista.

Ella giró la cabeza, como reflexionando sobre la sexualidad de Gregor.

—Él no era así.

—Cavilo debe preocuparse de presentarle sólo su aspecto más atractivo.

—¿Es bonita?

—Si, si a uno le gustan las rubias homicidas y maníacas, desesperadas por el poder. Supongo que puede llegar a resultar bastante irresistible. —Su mano se cerró, y el recuerdo de la textura suave de su cabello le hizo hormiguear la palma. Miles se la frotó contra el pantalón.

Elena se iluminó un poco.

—Ah. No te gusta.

Miles observó el rostro de Elena Valkyrie.

—Es demasiado baja para mi gusto.

Elena sonrió.

—Te creo. —Condujo al atontado Oser hasta una silla y lo sentó—. Pronto tendremos que atarlo o algo parecido.

El intercomunicador zumbó. Miles se acercó a la consola de Oser para atenderlo.

—¿Sí? —Preguntó con la voz más calmada y aburrida posible.

—El cabo Meddis se encuentra aquí, señor. Hemos puesto al agente vervanés en la celda Nueve.

—Gracias, cabo. Ah… —Valía la pena intentarlo—. Todavía nos queda un poco de droga. Por favor, ¿querría traer al capitán Tung aquí para que lo interroguemos?

Elena alzó sus oscuras cejas esperanzada.

—¿A Tung, señor? —La voz del guardia era muy incierta—. ¿Puedo agregar un par de refuerzos a mi escuadrón entonces?

—Por supuesto… Vea si el sargento Chodak se encuentra por allí, es posible que tenga algunos hombres en servicio extraordinario. A decir verdad, ¿no se encuentra él mismo en servicio extraordinario? —Alzó la vista y notó que Elena unía el pulgar y el índice en una d.

—Eso creo, señor.

—Muy bien, haga lo que pueda. Naismith fuera. —Apagó el intercomunicador y lo miró, como si de pronto se hubiese convertido en la lámpara de Aladino—. No creo que hoy esté destinado a morir. Me deben estar reservando para pasado mañana.

—¿Piensas eso?

—Oh, sí, entonces todo será mucho más público y espectacular. Podré arrastrar miles de vidas conmigo.

—No te dejes llevar por tus estúpidos accesos de pánico; ahora no tienes tiempo para ello. —Le golpeó los nudillos con la jeringa—. Tienes que sacarnos de este agujero.

—Sí, señora —dijo Miles sumisamente, frotándose la mano. ¿Dónde está el «señor», el respeto que se me debe…? Pero sintió un extraño consuelo—. De paso, cuando Oser arrestó a Tung por arreglar mi fuga, ¿por qué no hizo lo mismo contigo, con Arde, con Chodak y con el resto de vuestro cuadro?

—Él no arrestó a Tung por eso. Al menos, no lo creo. Como de costumbre, Oser le estaba provocando. Ambos se encontraban en el puente de mando, lo cual no era muy habitual, y al fin, Tung perdió los estribos y trató de derribarlo. En realidad lo logró, y estaba a punto de estrangularlo cuando Seguridad lo detuvo.

—¿No tuvo nada que ver con nosotros, entonces? —Eso era un alivio.

—No… no estoy segura. No me encontraba allí. Puede haber sido una distracción planeada para evitar que Oser realizara la conexión. —Elena movió la cabeza en dirección a Oser, quien todavía sonreía—. ¿Y ahora?

—Déjalo suelto hasta que nos entreguen a Tung. Aquí somos todos felices aliados. —Miles hizo una mueca—. Pero, por el amor de Dios, no permitas que nadie trate de hablar con él.

El intercomunicador de la puerta zumbó. Elena se colocó tras la silla de Oser y colocó una mano sobre su hombro, tratando de parecer lo más aliado posible. Miles fue hasta la puerta y activó el cerrojo. La puerta se abrió.

Seis nerviosos mercenarios rodeaban a Ky Tung, quien irradiaba hostilidad como una estrella nova. Tung apretó los dientes con expresión confundida al ver a Miles.

—Ah, gracias, cabo —dijo éste—. Mantendremos una pequeña junta informal después del interrogatorio. Le rogaría que usted y su escuadrón montaran guardia aquí fuera. Y, por si acaso el capitán Tung llegara a ponerse violento otra vez, sería mejor que… el sargento Chodak y un par de sus hombres nos acompañaran dentro.

Chodak respondió de inmediato.

—Sí, señor. Usted, soldado, venga conmigo.

Lo voy a ascender a teniente, pensó Miles, y se apartó para dejar pasar a los dos hombres con Tung. Con su aspecto alegre, por unos momentos Oser quedó a la vista del escuadrón antes de que la puerta volviera a cerrarse. Tung también pudo verlo y se desembarazó de sus guardias para acercarse al almirante.

—¿Y ahora qué, hijo de perra, qué cree…? —Se detuvo al ver que Oser le sonreía tontamente—. ¿Qué le ocurre?

—Nada —dijo Elena—. Creo que la dosis ha logrado hacer bastante por su personalidad. Lástima que sólo sea temporal.

Tung echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada, y entonces giró para sacudir a Miles por los hombros.

—¡Lo has hecho! ¡Has regresado! ¡Tenemos un trabajo que cumplir!

El hombre de Chodak estaba crispado, como tratando de decidir en qué dirección debía abalanzarse. Chodak lo cogió por el brazo, sacudió la cabeza en silencio y le indicó la pared junto a la puerta. Entonces él mismo enfundó su aturdidor y se apoyó contra el marco con los brazos cruzados; después de unos momentos, su hombre lo siguió, colocándose al otro lado.

—Una mosca en la pared —susurró Chodak con una sonrisa—. Considérelo un privilegio.

—No fue exactamente voluntario —dijo Miles, a punto de morderse la lengua ante el entusiasmo del euroasiático—. Y todavía no trabajamos en lo mismo. —Lo siento Ky. No puedo ser tu testaferro esta vez. Tendrás que seguirme a mí. Miles mantuvo el rostro serio y retiro las manos de Tung de sus hombros—. Ese capitán del carguero vervanés se entregó directamente a la comandante Cavilo, Desde entonces me he estado preguntando si fue un accidente.

—¡Ah! —Tung retrocedió como si acabaran de golpearlo en el estómago.

Miles sintió lo que había hecho. No, Tung no era ningún traidor, pero él no se atrevía a renunciar al único argumento que tenía.

—¿Traición o torpeza, Ky? —¿Y ya has dejado de pegarle a tu esposa?

—Torpeza —susurró Tung poniéndose pálido—. Maldición, voy a matar a ese triple agente…

—Ya lo han hecho por usted —dijo Miles con frialdad. Tung alzó las cejas con sorpresa y respeto—. He venido al Centro Hegen por un contrato —continuó Miles—, pero ahora dudo de estar en condiciones de cumplirlo. No he regresado aquí para ponerlo al mando de los Dendarii… —Un duro golpe, a juzgar por la expresión que apareció en el rostro de Tung—. Aunque podría hacerlo si usted estuviera dispuesto a servir a mis propósitos. Las prioridades y los blancos serán mi decisión. Usted sólo podrá decidir cómo. —¿Y quién pondría a quién al mando de los Dendarii? Siempre que esa pregunta no se le ocurriera a Tung.

—Como mi aliado —comenzó Tung.

—No. Como su comandante, o nada —dijo Miles. Tung permaneció muy erguido, subiendo y bajando las cejas. Al fin, dijo en voz baja:

—Parece ser que el muchachito de papá Ky está creciendo.

—No se trata sólo de eso. ¿Está conmigo o no?

—El resto es algo que tendré que escuchar. —Tung se mordió el labio inferior—. Estoy contigo.

Miles le tendió la mano.

—Hecho.

Tung la estrechó.

—Hecho. —Su mano lo apretó con fuerza. Miles exhaló un profundo suspiro.

—Muy bien, la última vez le dije algunas verdades a medias. Esto es lo que ocurre en realidad. —Comenzó a caminar, y sus temblores no se debían sólo a los disruptores nerviosos—. Es cierto que tengo un contrato con un tercero, pero no es para realizar una «evaluación militar». Ésa fue la pantalla de humo que inventé para Oser. Lo que le dije respecto a prevenir una guerra civil planetaria no era humo. Fui contratado por Barrayar.

—Por lo general, ellos no contratan mercenarios —dijo Tung.

—Yo no soy un mercenario normal. Quien me paga es Seguridad Imperial de Barrayar. —Dios, al menos una verdad completa—. Debo encontrar y rescatar a un rehén. Aparte, espero detener una inminente flota invasora cetagandana que planea apoderarse del Centro. Nuestra segunda prioridad estratégica será custodiar ambos extremos del enlace por agujero de gusano de Vervain hasta que lleguen los refuerzos de Barrayar.

Tung se aclaró la garganta.

—¿Segunda prioridad? ¿Y si no llegan nunca? Hay que atravesar Pol… Y, además, el rescate de rehenes no suele tener prioridad sobre la invasión estratégica de una flota, ¿no?

—Considerando la identidad de este rehén, le aseguro que vendrán. El Emperador de Barrayar, Gregor Vorbarra, ha sido secuestrado. Yo lo encontré, lo perdí y ahora debo recuperarlo. Tal como puede imaginar, espero que la recompensa por salvarlo sea considerable.

De pronto, el rostro perplejo de Tung se iluminó.

—Ese flacucho neurasténico que te acompañaba… no era él, ¿verdad?

—Sí, lo era. Y entre usted y yo logramos entregarlo directamente a la comandante Cavilo.

—¡Oh, mierda! —Tung se frotó la cabeza—. Ella lo entregará a los cetagandanos.

—No. Piensa cobrar su recompensa de Barrayar.

Tung abrió la boca, la cerró y alzó un dedo.

—Espera un minuto…

—Es complicado —dijo Miles con impotencia—. Por eso delegaré en usted la parte simple: custodiar el enlace de Vervain. El rescate será mi responsabilidad.

—Simple. Los mercenarios Dendarii. Los cinco mil mercenarios. Sin ayuda. Contra el Imperio de Cetaganda. ¿Has olvidado cómo contar en los últimos cuatro años?

—Piense en la gloria. Piense en su reputación. Piense en lo fantástico que quedará en su historial.

—En mi epitafio, querrás decir. Nadie podrá reunir los suficientes átomos de mi persona para enterrarlos. ¿Piensas encargarte de los gastos de mi funeral, hijo?

—Espléndidamente. Con banderas, bailarinas y la suficiente cerveza para que su ataúd flote hasta el Valhalla.

Tung suspiró.

—Haz que el barco flote sobre vino dulce, ¿de acuerdo? Bebed la cerveza. Bueno… —Permaneció en silencio unos momentos, frotándose los labios—. El primer paso es hacer que la flota tenga una alerta de una hora en lugar de veinticuatro.

—¿No era así? —Miles frunció el ceno.

—Estábamos a la defensiva. Supusimos que dispondríamos al menos de treinta y seis horas para estudiar cualquier cosa que se acercase a nosotros desde el Centro. O, por lo menos, Oser lo supuso. Nos llevará unas seis horas establecer la alerta de una hora.

—De acuerdo; ése será el segundo paso. El primero será besar al capitán Auson y reconciliarse con él.

—¡Ni muerto! —gritó Tung—. Ese cabeza hueca…

—Le necesitamos para comandar el Triumph mientras usted dirige la Flota Táctica. No puede hacer ambas cosas. Y yo no podré reorganizar la flota con tan poco tiempo. Si tuviera una semana para escardar las malas hierbas… Bueno, no la tengo. Hay que persuadir a la gente de Oser para que permanezcan en sus puestos. Si tengo a Auson me las arreglaré con el resto. De un modo o de otro.

Tung emitió un gruñido, pero asintió con la cabeza.

—Está bien. —Su expresión furiosa se fue tornando risueña—. Aunque pagaría por ver cómo le convence de besar a Thorne.

—Un milagro por vez.

El capitán Auson había aumentado un poco de peso en los últimos cuatro años, pero aparte de eso, estaba igual. Entró en la cabina de Oser, percibió los aturdidores apuntados en su dirección y permaneció inmóvil, con las manos unidas. Miles estaba sentado sobre el escritorio de Oser, maniobra psicológica que le permitía estar al mismo nivel que todos los demás; en el sillón de Oser debía verse como un niñito que necesitaba una silla alta para alcanzar la mesa. Al verlo, la expresión de Auson pasó de la ira al horror.

—¡No! ¡Usted otra vez!

—¿Por qué no? —dijo Miles. Las moscas armadas en la pared, Chodak y su hombre, contuvieron una sonrisa—. La acción está a punto de comenzar.

—No puede hacer esto… —Auson se detuvo para mirar a Oser—. ¿Qué le ha hecho?

—Digamos que hemos corregido un poco su actitud. En cuanto a la flota, ya es mía. —Bueno, al menos trabajaba en ello—. La pregunta es si usted decidirá estar del lado ganador. ¿Quiere embolsarse una bonificación por entrar en combate? ¿O prefiere que le entregue el mando del Triumph a…

Auson miró a Tung descubriendo los dientes en un gruñido silencioso.

—… a Bel Thorne?

—¿Qué? —aulló Auson. Tung se encogió, esperando su reacción—. No puede…

Miles lo interrumpió.

—¿Por casualidad recuerda cómo ascendió de comandar el Ariel a comandar el Triumph?

Auson señaló a Tung.

—¿Qué hay de él?

—Mi contratante contribuirá con un valor igual al del Triumph, el cual se convertirá en la participación de Tung en la corporación de la flota. A cambio, el comodoro Tung renunciará a todo derecho sobre la nave misma. Yo confirmaré su grado como jefe táctico y del estado mayor, al igual que el suyo como capitán de la nave insignia Triumph. Su contribución, igual al valor del Ariel menos gravámenes, será confirmada como su participación en la corporación de la flota. Ambas naves se registrarán como pertenecientes a la flota.

—¿Usted está de acuerdo con esto? —le preguntó Auson a Tung.

Miles clavó la mirada en el euroasiático.

—Sí —respondió Tung a regañadientes. Auson frunció el ceño.

—No es sólo el dinero… ¿A qué bonificación por entrar en combate se refiere? ¿Y a qué combate?

El que vacila se ha rendido.

—¿Está dentro o fuera?

El rostro redondo de Auson adoptó una expresión artera.

—Estoy dentro… si él se disculpa.

—¿Qué? Sí este retardado mental piensa…

—Discúlpese con el caballero, querido Tung —le ordenó Miles con los dientes apretados—, y pongámonos en marcha. De otro modo el Triumph tendrá un capitán que entre muchas otras virtudes cuenta con la de no discutir conmigo.

—Por supuesto que no. Esa pequeña mariposa betana está enamorada —replicó Auson—. Nunca he logrado descubrir si quiere que la folles o follarte a ti…

Miles sonrió y alzó una mano.

—Bueno, bueno. —Hizo una seña a Elena, quien había cambiado el aturdidor por un disruptor nervioso y apuntaba con mano firme a la cabeza de Auson.

Por unos momentos, la sonrisa de Elena le recordó a la del sargento Bothari. O peor aún, a la de Cavilo.

—¿Alguna vez le he mencionado cuánto me irrita su voz, Auson? —preguntó ella.

—No disparará —dijo Auson no muy seguro.

—Yo no la detendría —mintió Miles—. Necesito su nave. Me resultaría conveniente, aunque no imprescindible, si usted se pusiera al mando de ella. —Su mirada voló como un cuchillo hacia su jefe táctico y del estado mayor—. ¿Tung?

Con gran ironía, Tung pronunció una vaga disculpa por las pasadas expresiones proferidas sobre el carácter, inteligencia, antepasados y apariencia de Auson, mientras el rostro de éste se iba tornando sombrío. Miles detuvo la enumeración de Tung y lo obligó a comenzar de nuevo.

—Que sea más breve.

Tung inspiró profundamente.

—Auson, usted es una verdadera mierda algunas veces, pero maldita sea, sabe pelear cuando tiene que hacerlo. Yo lo he visto. En los momentos más difíciles. Preferiría tenerlo a mis espaldas antes que a ningún otro capitán de la flota.

Auson esbozó una pequeña sonrisa.

—Eso que es sincero. Se lo agradezco de veras. Realmente aprecio su preocupación por mi seguridad. ¿Cuán difíciles cree que serán los momentos en esta ocasión?

Tung, decidió Miles, tenía una risa de lo más desagradable.

Los capitanes dueños de naves fueron traídos uno a uno para ser persuadidos, sobornados, chantajeados o impresionados hasta que Miles sintió que tema la boca seca, la garganta irritada y la voz ronca. Sólo el capitán del Peregrine trató de resistirse físicamente. Fue aturdido y encerrado, y a su segundo al mando se le ofreció la alternativa de ascender o de realizar una caminata hasta la escotilla. Él escogió la promoción, aunque sus ojos decían «otro día». Siempre y cuando ese otro día llegara después de la invasión cetagandana, Miles se sentía satisfecho.

Pasaron a un salón de conferencias más grande, frente al salón táctico, y celebraron la junta de oficiales superiores más extraña que Miles jamás hubiese visto. Oser había sido reforzado con una nueva dosis de droga y ocupaba la cabecera de la mesa como un cadáver embalsamado y sonriente. Al menos dos más estaban atados a sus sillas y amordazados. Tung cambió su pijama amarillo por un uniforme gris, con la insignia de comodoro prendida a toda prisa sobre la de capitán. La primera presentación táctica de Tung provocó la desconfianza de unos y el asombro de otros, reacciones que sólo fueron superadas cuando escucharon las acciones precipitadas que deberían llevar a cabo. El argumento más fuerte de Tung fue la sugerencia de que si no se erigían en defensores del enlace por agujero de gusano, más adelante podían verse obligados a atacar una defensa cetagandana preparada, imagen que provocó estremecimientos entre todos los presentes. «Podría ser peor» siempre era una afirmación inexpugnable.

En medio de la reunión, Miles se masajeó las sienes y se inclinó para susurrar a Elena:

—¿Siempre fue así de duro o yo me había olvidado?

Ella frunció los labios con expresión pensativa y le respondió:

—No, los insultos era mejores en los viejos tiempos.

Miles ocultó una sonrisa.

Miles hizo cientos de alegatos desautorizados y promesas sin fundamentos, hasta que finalmente la reunión se disolvió y cada uno fue a ocupar su puesto. Oser y el capitán del Peregrine fueron llevados al calabozo bajo custodia. Tung sólo se detuvo para mirar las zapatillas de fieltro con el ceño fruncido.

—Si vas a comandar mi tropa, hijo, ¿querrías hacerle un favor a este viejo soldado y conseguirte un par de botas reglamentarias?

Finalmente sólo quedó Elena.

—Quiero que vuelvas a interrogar al general Metzov —le dijo Miles—. Sonsácale todos los datos tácticos que puedas sobre los Guardianes; claves, naves en servicio y fuera de él, últimas posiciones conocidas, particularidades del personal y cualquier otra cosa que pueda saber sobre los vervaneses. Elimina cualquier referencia que haga sobre mi verdadera identidad y entrégalo a Inteligencia con la advertencia de que no todo lo que Metzov cree que es cierto, necesariamente lo es. Puede sernos útil.

—De acuerdo.

Miles suspiró y se acodó fatigado, sobre la mesa de conferencias vacía.

—¿Sabes?, los patriotas planetarios como los barrayaranos… como nosotros… estamos equivocados. Nuestro cuadro de oficiales piensa que los mercenarios no tienen honor, porque pueden ser comprados y vendidos. Pero el honor es un lujo que sólo está reservado para los hombres libres. Un buen oficial imperial como yo no está obligado por el honor, sólo está obligado. ¿A cuántas de estas personas honestas acabo de enviar a la muerte con mis mentiras? Es un juego extraño.

—¿Cambiarías algo de lo que has hecho?

—Todo. Nada. Hubiese mentido dos veces más rápido de haber sido necesario.

—Es cierto que hablas más rápido con tu acento betano —reconoció ella.

—Tú me comprendes. ¿Estoy haciendo lo correcto? Si las cosas resultan bien, sí. El fracaso lo convierte automáticamente en un error. —No un camino al desastre, sino todos los caminos

Ella alzó las cejas.

—Sin duda.

Miles curvó los labios.

—Por lo tanto, tú, mi dama barrayarana que detesta a Barrayar —Y la mujer que amo—, eres la única persona del Centro a quien puedo consagrarme francamente.

Ella ladeó la cabeza mientras reflexionaba sobre sus palabras.

—Gracias, mi lord. —Le posó la mano sobre la cabeza al salir de la habitación.

Miles se estremeció.