7

A la mañana siguiente Miles fue trasladado a una nueva ubicación. Su guía lo condujo sólo un piso más abajo, frustrando sus esperanzas de volver a ver el cielo. El oficial extrajo una llave y abrió uno de los apartamentos que solían utilizarse para los testigos bajo protección. Y también, reflexionó Miles, para ciertos fantasmas políticos. ¿Sería posible que la vida en el limbo le estuviese produciendo un efecto de camaleón por el cual se había vuelto traslúcido?

—¿Cuánto tiempo permaneceré aquí? —le preguntó Miles al oficial.

—No lo sé, alférez —le respondió el hombre, y se marchó. En el medio de la habitación estaba su talego con sus ropas y una caja rápidamente embalada. Todas sus posesiones de la isla Kyril, con el olor mohoso y húmedo del ártico. Miles las revisó. Parecía estar todo, incluyendo su biblioteca de meteorología.

Entonces inspeccionó su nuevo alojamiento. Sólo constaba de una habitación, con muebles bastante deteriorados de un estilo que se había usado veinte años atrás. Tenía un par de sillones, una cama y una kitchenette muy simple. Tanto las alacenas como los estantes y los armarios estaban vacíos. No había ninguna prenda ni objeto que pudiese revelar la identidad de algún ocupante anterior.

Debía de haber micrófonos. Cualquier superficie brillante podía ocultar un transmisor de vídeo, y lo más probable era que los micrófonos ni siquiera estuviesen dentro de la habitación.

¿Pero estarían conectados? ¿O tal vez Illyan no se había tomado la molestia con él?, pensó Miles, sintiéndose insultado.

En el corredor había un guardia y varios monitores de imagen, pero Miles no parecía tener vecinos, por el momento. Descubrió que podía abandonar el pasillo y recorrer algunas áreas del edificio, pero al llegar a las puertas de la calle los guardias le negaban el paso amablemente. Miles imaginó que intentaba escapar descolgándose del techo con una soga. Lo más probable era que se hiciese matar y arruinase la carrera de algún guardia.

Un oficial de seguridad lo encontró vagando sin rumbo, lo condujo de vuelta a su apartamento, le dio un puñado de fichas para la cafetería y le sugirió que sería mucho mejor para todos si permanecía en sus habitaciones entre las comidas. Cuando el hombre partió, Miles contó morbosamente las fichas, tratando de calcular cuánto tiempo planeaban tenerlo allí. Había más de cien. Miles se estremeció.

Vació su bolso y su caja, colocó sus ropas en la lavadora sónica para eliminar el olor del Campamento Permafrost, colgó sus uniformes, lustró sus botas, acomodó prolijamente sus posesiones en los estantes, se duchó y se vistió con un uniforme verde.

Había pasado una hora. ¿Cuántas faltaban?

Miles intentó leer, pero no pudo concentrarse y acabó sentado en el sillón más cómodo con los ojos cerrados, imaginando que aquella habitación hermética y sin ventanas era la cabina de una nave espacial. A punto de partir.

Dos noches después estaba sentado en el mismo sillón, digiriendo una pesada cena de cafetería, cuando llamaron a la puerta.

Alarmado, Miles se levantó y fue a abrir personalmente. Era probable que no fuese un pelotón de fusilamiento, aunque uno nunca sabía.

Estuvo a punto de cambiar su suposición sobre el pelotón de fusilamiento cuando vio a los oficiales de Seguridad Imperial frente a la puerta, con sus rostros duros, y sus uniformes verdes.

—Discúlpeme, alférez Vorkosigan —dijo uno de forma mecánica, y pasó frente a él para inspeccionar rápidamente el apartamento. Miles parpadeó, y entonces vio quién se hallaba detrás de ellos en el corredor.

—Ah —murmuró al comprender. Ante una mirada del oficial, Miles alzó los brazos y se volvió para permitir que lo cachease.

—Está limpio, señor —dijo el oficial, y Miles estuvo seguro de que era verdad. Esos hombres nunca tomaban a la ligera su trabajo, ni siquiera en el corazón mismo de Seguridad Imperial.

—Gracias. Déjenos solos, por favor. Puede esperar fuera —dijo el hombre. Los oficiales asintieron con la cabeza y se apostaron junto a la puerta de Miles.

Miles intercambió un saludo con el hombre, aunque éste no lucia insignias ni condecoraciones en su uniforme. Era delgado, de altura mediana, con cabello oscuro y fuertes ojos almendrados. Una pequeña sonrisa asomaba a su rostro joven y sin arrugas.

—Majestad —saludó Miles con formalidad.

El Emperador Gregor Vorbarra movió la cabeza y Miles cerró la puerta con llave dejando fuera a los dos hombres de seguridad. El hombre delgado y joven se relajó un poco.

—Hola, Miles.

—Hola. Eh… —Miles señaló los sillones—. Bienvenido a mi humilde morada. ¿Los micrófonos están conectados?

—Pedí que no, pero no me sorprendería que Illyan me haya desobedecido, por mi propio bien. —Gregor hizo una mueca y siguió a Miles. En la mano izquierda llevaba una bolsa de plástico. Se dejó caer en el sillón más grande, el que Miles acababa de abandonar, se reclinó, colocó una pierna sobre el brazo del sillón y suspiró con fatiga, como dejando escapar todo el aire de sus pulmones. Entonces le entregó la bolsa.

—Aquí tienes. Una anestesia elegante.

Miles la cogió y miró dentro. Dos botellas de vino previamente enfriadas.

—Dios te bendiga, hijo mío. Hace días que deseaba emborracharme. ¿Cómo lo adivinaste? ¿Y cómo lograste entrar aquí? Pensé que estaba detenido e incomunicado. —Miles colocó una botella en el refrigerador, cogió dos copas y les sacudió el polvo.

Gregor se encogió de hombros.

—No pudieron impedírmelo. Cada vez soy mejor en esto de insistir. Aunque Illyan se aseguró de que mi visita fuese absolutamente secreta, puedes creerlo. Y sólo puedo quedarme hasta las veinticinco cero cero. —Gregor dejó caer los hombros, abrumado por sus horarios programados minuto a minuto—. Además, la religión de tu madre garantiza cierto grado de buen karma para los que visitan a enfermos y prisioneros, y he escuchado decir que tú has estado en las dos categorías.

Ah, ¿así que era su madre quien había enviado a Gregor? Debía haberlo adivinado por el marbete privado de los Vorkosigan en las botellas de vino. Por todos los cielos, ese brebaje que le había enviado sí que era del bueno. Miles dejó de balancear la botella y la transportó con más respeto. Ya estaba lo bastante solo como para sentir más gratitud que vergüenza ante la intromisión maternal. Abrió el vino, lo sirvió y, siguiendo las reglas de la etiqueta barrayarana, bebió el primer sorbo. Ambrosía. Se dejó caer sobre el otro sillón en una postura similar a la de Gregor.

—Me alegro de verte, de todos modos.

Miles contempló a su viejo amigo. Si sus edades hubiesen sido un poco más parejas aún, probablemente habrían sido como hermanos adoptivos. El conde y la condesa Vorkosigan habían sido los custodios oficiales de Gregor desde el caos y la tragedia que provocara el intento de derrocamiento realizado por Vordarian. Los niños se habían hecho compañeros inseparables entonces, Miles, Iván, Elena y Gregor, quien a pesar de ser mayor ya era muy solemne, y toleraba juegos algo más infantiles que los que hubiese preferido.

Gregor cogió su vino y bebió un sorbo.

—Lamento que te hayan salido mal las cosas —dijo con seriedad.

Miles ladeó la cabeza.

—Para un soldado breve, una carrera breve. —Bebió un sorbo más largo—. Esperaba salir del planeta. Embarcarme.

Gregor se había graduado en la Academia Imperial dos años antes de que Miles ingresara en ella. Sus cejas se alzaron.

—¿No es lo que todos queremos?

—Tú pasaste un año en misión por el espacio —señaló Miles.

—Casi todo el tiempo en órbita. Patrullas falsas, rodeado por naves de Seguridad. Llegó a resultarme doloroso que todo fuese fingido. Fingía que era un oficial, fingía que cumplía con una tarea cuando mi sola presencia no hacía más que dificultar las tareas de los demás. Al menos a ti te permitieron correr un riesgo verdadero.

—La mayor parte de él no fue planeado, te lo aseguro.

—Cada vez estoy más convencido de que en eso está la gracia —continuó Gregor—. Tu padre, el mío, nuestros dos abuelos… todos sobrevivieron a situaciones verdaderamente militares. Así fue como se convirtieron en oficiales de verdad, no en este… ensayo. —Se señaló con la mano que le quedaba libre.

—Ellos fueron forzados por las situaciones —replicó Miles—. La carrera militar de mi padre se inició oficialmente el día en que irrumpió el pelotón de Yuri el Loco y mató a casi toda su familia. Creo que tenía once años, poco más o menos. Preferiría no pasar por esa clase de iniciación, gracias. Nadie en su sano juicio elegiría algo así.

—Mm… —De mala gana, Gregor admitió que tenía razón. Miles supuso que esa noche se sentiría tan oprimido por su legendario padre, el príncipe Serg, como él lo estaba por el conde Vorkosigan. Miles reflexionó unos momentos sobre lo que había dado en llamar «los dos Serg». Uno, quizá la única versión que Gregor conocía, era el héroe muerto, sacrificado valerosamente en el campo de batalla o al menos desintegrado pulcramente en órbita. El otro, el Serg «oculto»: el comandante histérico, el sádico sodomita cuya temprana muerte en la invasión de Escobar podría haber sido el mayor golpe de suerte jamás sufrido por Barrayar… ¿Algún indicio de esta multifacética personalidad se habría manifestado en Gregor alguna vez? Ninguna de las personas que había conocido a Serg hablaba jamás de él, y menos que nadie el conde Vorkosigan. En cierta ocasión, Miles había conocido a una de sus víctimas. Miles esperaba que Gregor nunca pasase por eso.

Miles decidió cambiar de tema.

—Muy bien, todos sabemos lo que me ocurrió a mí. ¿Qué has estado haciendo tú en los últimos tres meses? Lamenté perderme tu fiesta de cumpleaños. Allá en la isla Kyril lo celebraron emborrachándose, con lo cual lo convirtieron en un día exactamente igual a los demás.

Gregor sonrió, y entonces suspiró.

—Demasiadas ceremonias. Demasiado tiempo de pie. Creo que si me reemplazaran en la mitad de mis funciones por un modelo de plástico a escala natural, nadie lo notaría. Demasiado tiempo esquivando las indirectas de mis consejeros sobre las ventajas del matrimonio.

—Tienen un motivo para ello —debió admitir Miles—. Si mañana fueses… arrollado por un carrito del té, el asunto de la sucesión no sería un problema menor. Sin pensar demasiado se me ocurren al menos seis candidatos con intereses discutibles en el Imperio, y sin duda aparecerían muchos más. Algunos sin una verdadera ambición personal estarían dispuestos a matar con tal de que otros no lo lograsen, y éste es precisamente el motivo por el cual aún no has designado un heredero.

Gregor ladeó la cabeza.

—Tú mismo eres uno de ellos, ¿sabes?

—¿Con este cuerpo? —Miles emitió un bufido—. Tendrían que odiar mucho a alguien para designarme a mí. Si llegara a ocurrir habría llegado el momento de escapar de casa. Bien rápido y lo más lejos posible. Hazme un favor. Cásate, sienta la cabeza y procrea seis pequeños Vorbarra lo más pronto posible.

Gregor pareció aún más deprimido.

—Ésa sí que es una buena idea. Escapar de casa. Me pregunto cuán lejos lograría llegar antes de que Illyan me alcanzase.

Ambos miraron hacia arriba de forma automática, aunque Miles ni siquiera sabía dónde estaban colocados los micrófonos.

—En ese caso sería mejor que te alcanzase Illyan y no algún otro. —Por Dios, aquella conversación se estaba volviendo morbosa.

—No lo sé. ¿No hubo un emperador de China que terminó empuñando una escoba en alguna parte? ¿Y miles de condes que pusieron restaurantes? Escapar es posible.

—¿De ser un Vor? Sería más fácil escapar de tu propia sombra. —En algunos momentos podría parecer que se había alcanzado el éxito, pero entonces… Miles sacudió la cabeza y revisó la bolsa que todavía parecía abultada—. ¡Ah! Has traído un juego de tacti-go. —No tenía el menor interés en jugar al tacti-go, que ya lo había aburrido cuando contaba catorce años, pero cualquier cosa era mejor que esto. Lo sacó y lo colocó entre ambos con determinado buen humor—. Recordaremos los viejos tiempos. —Detestable pensamiento.

Gregor se estiró e hizo un movimiento de apertura. Fingía estar interesado para divertir a Miles, quien simulaba interés para alegrar a Gregor, quien aparentaba… Distraído, Miles le ganó a Gregor demasiado pronto en la primera ronda y comenzó a prestar más atención. En la segunda vuelta fue recompensado con un destello de verdadero interés por parte de su oponente.

La bendición del olvido. Abrieron la otra botella de vino. Para ese entonces Miles comenzaba a sentir los efectos del alcohol. Estaba adormecido, estúpido y con la lengua trabada, por lo que Gregor casi no necesitó ningún esfuerzo para ganarle la siguiente vuelta.

—Creo que no te había ganado en esto desde que tenías catorce años —suspiró Gregor, ocultando su satisfacción por la baja puntuación que había obtenido—. Tú deberías ser un oficial, maldita sea.

—Éste no es un buen juego de guerra, según papá —comentó Miles—. No ofrece los suficientes factores aleatorios y sorpresivos como para simular la realidad. A mí me gusta así. —Era casi sedante, una estúpida rutina lógica, múltiples movimientos encadenados con opciones que siempre eran perfectamente objetivas.

Gregor alzó la vista.

—Debes saber que todavía no comprendo por qué te enviaron a la isla Kyril, Tú ya has comandado una verdadera flota espacial, aunque sólo se haya tratado de una pandilla de mercenarios.

—¡Chsss…! En mis antecedentes militares, ese episodio no ha existido nunca. Afortunadamente. Mi desobediencia no es algo que vaya a complacer mucho a mis superiores. De todos modos, más que comandar a los mercenarios Dendarii, los hipnoticé. Sin el capitán Tung, quien decidió apoyar mis pretensiones para lograr sus propios objetivos, todo hubiese terminado muy mal. Y mucho antes.

—Siempre pensé que Illyan haría algo más con ellos —dijo Gregor—. Aunque haya sido por accidente, lograste que toda una organización militar se pusiera secretamente al servicio de Barrayar.

—Sí, sin que ni ellos mismos lo supieran. Eso sí que es un secreto. Vamos. Asignarlo a la sección de Illyan fue una ficción legal, todos lo sabían. —¿Y no lo era también su propia asignación a la sección del Jefe de Seguridad?—. Illyan es demasiado cauteloso como para embarcarse en una aventura militar intergaláctica como pasatiempo. Me temo que en lo que se refiere a los mercenarios Dendarii, su principal interés es mantenerlos lo más lejos posible de Barrayar. Los mercenarios medran con el caos de los demás.

»Aparte de que su magnitud no es nada extraordinaria, menos de doce naves, tres o cuatro mil hombres. Son demasiado pocos como para asumir situaciones planetarias, y tienen su base en el espacio, no cuentan con tropas terrestres. El bloqueo de los enlaces de agujeros de gusanos era su especialidad. Una tarea segura, sin demasiados equipos, basada mayormente en la intimidación de civiles desarmados. Así fue como los conocí, cuando nuestra nave de carga fue detenida por su bloqueo y la intimidación llegó demasiado lejos. Me asusta pensar en los riesgos que corrí. Aunque con frecuencia me he preguntado si, sabiendo lo que sé ahora, hubiese podido… —Miles se detuvo y sacudió la cabeza—. O tal vez sea como cuando uno se encuentra en las alturas. Es mejor no mirar abajo, porque te paralizas y caes. —Miles no era aficionado a las alturas.

—En cuanto a la experiencia militar, ¿cómo se compara con la Base Lazkowski? —preguntó Gregor pensativo.

—Oh, existieron ciertos paralelismos —admitió Miles—. Ambos eran trabajos para los cuales no estaba entrenado, y los dos podían haber acabado conmigo. Salí de ambos para conservar el pellejo… aunque perdí un poco en el camino. El episodio de los Dendarii fue… peor. Perdí al sargento Bothari. En cierto sentido, perdí a Elena. Al menos en el Campamento Permafrost logré no perder a nadie.

—Tal vez te estés perfeccionando —le sugirió Gregor. Miles sacudió la cabeza y bebió. Debía haber puesto un poco de música. Cada vez que se interrumpía la conversación el pesado silencio de la habitación se tornaba opresivo. Era probable que el cielo raso no tuviese un mecanismo hidráulico que lo hiciera descender para aplastarlo mientras dormía. Seguridad contaba con métodos mucho más prolijos para ocuparse de los prisioneros recalcitrantes. Ahora sólo parecía descender sobre él.

Bueno, soy bajo. Es posible que no me alcance.

—Supongo que sería… impropio —comenzó Miles— pedirte que trataras de sacarme de aquí. Siempre resulta bastante embarazoso solicitar los favores imperiales. Es como hacer trampa, o algo parecido.

—¿Qué? ¿Le pides a un prisionero de Seguridad Imperial que rescate a otro? —Los ojos almendrados de Gregor brillaban con ironía bajo sus cejas oscuras—. A mí me resulta embarazoso chocar con los límites de mi absoluta autoridad imperial. Tu padre e Illyan son como dos paréntesis que se cierran sobre mí. —Juntó las manos para reforzar sus palabras.

Era un efecto subliminal de aquella habitación, decidió Miles. Gregor también lo sentía.

—Lo haría si pudiese —agregó el emperador en tono de disculpa—. Pero Illyan ha dejado bien claro que quiere tenerte fuera de circulación. Por un tiempo.

—Tiempo. —Miles apuró su vino y decidió que sería mejor no servirse más. Se decía que el alcohol era deprimente—. ¿Cuánto tiempo? Maldita sea, si no consigo pronto algo que hacer, seré el primer caso de combustión humana espontánea grabada en vídeo. —Alzó un dedo hacia el cielo raso—. No es necesario que abandone el edificio, pero al menos podrían darme algo de trabajo. De oficina, de fontanería… ¡Soy fantástico con los drenajes! Cualquier cosa… Papá habló con Illyan sobre asignarme a Seguridad, la única sección que querría aceptarme. Debe haber tenido en mente algo más que convertirme en una m-m-mascota. —Se sirvió y volvió a beber para detener el torrente de palabras. Había dicho demasiado—. Maldito vino.

Gregor, quien había construido una pequeña torre con las fichas del tacti-go, la hizo tambalear con un dedo.

—Oh, ser una mascota no es un mal trabajo. Sólo tienes que conseguirlo. —Empujó la pila lentamente—. Veré lo que puede hacer. No te prometo nada.

Miles no supo si había sido el emperador, los micrófonos o los engranajes que se habían estado moviendo lentamente, pero dos días después había sido asignado como asistente administrativo al comandante de guardia del edificio. Debía trabajar frente a una consola de comunicaciones, con planificaciones, nóminas de pago y actualización de datos en el ordenador. La tarea le resultó interesante durante una semana, mientras la aprendía, pero luego se volvió rutinaria. Al cabo de un mes, el tedio y la trivialidad comenzaban a afectar sus nervios. ¿Estaba siendo leal o simplemente estúpido? Ahora comprendía que los guardias también debían permanecer en prisión todo el día. Como tal, una de sus tareas era mantenerse encerrado a sí mismo. El maldito Illyan sí que era astuto, ya que nadie más hubiera podido retenerlo de haber estado decidido a escapar. Una vez encontró una ventana y miró hacia fuera. Caía aguanieve.

¿Lo dejarían salir de esa condenada caja antes de la Feria Invernal? ¿Cuánto tiempo necesitaba el mundo para olvidarlo? Si cometía suicidio, ¿el informe oficial diría que un guardia le había disparado cuando intentaba escapar? ¿Illyan pretendía sacarlo de sus cabales o sólo de su sección?

Transcurrió otro mes. Como ejercicio espiritual, Miles decidió llenar sus horas libres mirando todos los vídeos de entrenamiento en la biblioteca militar, por estricto orden alfabético. La colección era verdaderamente sorprendente. Uno que lo divirtió en particular fue un vídeo de treinta minutos (titulado H: Higiene) que explicaba cómo tomar una ducha. Bueno, sí, probablemente existiesen reclutas de regiones alejadas que necesitaban las instrucciones. Después de algunas semanas había llegado a R: Rifle-láser, Modelo D-67; circuitos de la fuente de alimentación, mantenimiento y reparación, cuando fue interrumpido por una llamada donde se le ordenaba presentarse en la oficina de Illyan.

La oficina de Illyan conservaba casi el mismo aspecto que en la última y penosa visita de Miles. La misma habitación espartana y sin ventanas, ocupada en su mayor parte por una consola que parecía pertenecer a una nave espacial. Pero ahora había dos sillas. De manera prometedora, una de ellas estaba vacía. ¿Sería posible que esta vez no acabase sentado en el suelo? La otra estaba ocupada por un hombre cuyo uniforme lucía las tiras de capitán y la insignia de Seguridad Imperial en el cuello.

Un sujeto interesante ese capitán. Miles lo estudió por el rabillo del ojo mientras intercambiaba saludos formales con Illyan. Tendría unos treinta y cinco años, con algo de la expresión suave que mostraba Illyan en el rostro, pero de complexión más grande. Pálido. Podía pasar sin dificultad por algún burócrata sin importancia, por un hombre sedentario afecto a estar en casa. Pero ese aspecto también se conseguía pasando mucho tiempo encerrado en naves espaciales.

—Alférez Vorkosigan, él es el capitán Ungari. El capitán Ungari es uno de mis agentes galácticos. Tiene diez años de experiencia recogiendo información para este departamento. Su especialidad es la evaluación militar.

Ungari favoreció a Miles con un ligero movimiento de cabeza a modo de saludo. Ahora su mirada serena lo estudió a él. Miles se preguntó cuál sería su evaluación del diminuto soldado que tenía delante, y trató de enderezar más la espalda. No hubo nada obvio en la reacción de Ungari hacia él.

Illyan se reclinó en su sillón.

—Dígame, alférez, ¿qué ha escuchado últimamente sobre los mercenarios Dendarii?

—¿Señor? —Miles giró hacia él. No era lo que había esperado—. Yo… últimamente nada. Hace alrededor de un año recibí un mensaje de Elena Bothari… quiero decir Bothari-Jesek. Pero se trataba de algo personal, eh… un saludo de cumpleaños.

—Eso lo tengo. —Illyan asintió con la cabeza.

Lo tienes, canalla.

—¿Nada desde entonces?

—No, señor.

—Mm… —Illyan señaló la silla vacía—. Siéntese, alférez. —Su tono se volvió más formal. ¿Al fin irían al grano?—. Repasemos un poco de astrografía. La geografía es la madre de la estrategia, según dicen. —Illyan jugueteó con un control de su consola.

Un mapa de ruta con una red de conductos por agujeros de gusano apareció en tres dimensiones sobre la pantalla de holovídeo. Parecía el modelo de alguna extraña molécula orgánica hecha de brillantes colores. Las esferas representaban los cruces espaciales, y los tubos eran los saltos espaciales por agujeros de gusano que los unían; una información gráfica y reducida en lugar de ser a escala. Illyan acercó un fragmento. Destellos rojos y azules en el centro de una esfera, con cuatro tubos que se extendían en extraños ángulos hacia esferas más complejas, como una asimétrica cruz celia.

—¿Le resulta familiar?

—El del medio es el Centro Hegen, ¿verdad, señor?

—Bien. —Illyan le entregó su controlador—. Hágame un resumen estratégico del Centro Hegen, alférez.

Miles se aclaró la garganta.

—Es un sistema estelar doble sin planetas habitables, con unas pocas estaciones y satélites. No existen muchos motivos para ocuparse de él. Al igual que otros conductos de enlace, es más una ruta que un lugar en sí, y cobra valor por lo que lo rodea. En este caso, se trata de cuatro regiones con planetas habitados.

A medida que hablaba, Miles fue iluminando las distintas partes de la imagen.

—Aslund. Aslund es un callejón sin salida como Barrayar. El Centro Hegen es su única salida a la red galáctica. Resulta tan vital para Aslund como Komarr lo es para nosotros.

»El Conjunto Jackson. El Centro Hegen es sólo uno de los cinco portales al espacio jacksoniano; más allá del Conjunto Jackson se extiende la mitad de la galaxia explorada.

»Vervain. Vervain tiene dos salidas; una hacia el Centro Hegen, y la otra hacia los sectores de enlace controlados por el imperio cetagandano.

»Y cuarto, por supuesto, nuestro buen vecino el planeta y República de Pol. El cual, a su vez, se conecta con nuestro enlace múltiple que es Komarr. También desde Komarr sale nuestro conducto directo al sector cetagandano, cuyo tráfico es controlado por nosotros desde que lo conquistamos. —Miles miró a Illyan en busca de aprobación. Illyan volvió la mirada hacia Ungari, quien alzó un poco las cejas. ¿Qué significaba?

—La estrategia de los conductos —murmuró Illyan mientras observaba su gráfico brillante—. Cuatro jugadores y un tablero. Debería ser simple…

»De todos modos —continuó Illyan cogiendo el controlador con un suspiro—, el Centro Hegen es algo más que un punto de estrangulación potencial para los cuatro sistemas adyacentes. El veinticinco por ciento de nuestro propio tráfico comercial pasa por allí, vía Pol. Y aunque Vervain está cerrado para las naves militares cetagandanas, al igual que Pol está cerrado para las nuestras, se produce un significativo intercambio de civiles por el mismo conducto y atravesando el Conjunto Jackson. Cualquier cosa que obstruya el Centro Hegen provocará tantos daños en Cetaganda como en Barrayar.

»Y, sin embargo, después de años de cooperación desinteresada y neutralidad, de pronto esta región se reaviva con lo que sólo puedo llamar una carrera armamentista. Los cuatro vecinos parecen estar creando intereses militares. Pol ha reforzado los armamentos en sus seis estaciones de enlace con el Centro, lo cual me resulta un poco alarmante, ya que Pol nos ha mirado con gran recelo desde que nos apoderamos de Komarr. Por su parte, el Conjunto Jackson está haciendo lo mismo. Vervain ha contratado a una flota mercenaria llamada Comando Randall.

»Toda esta actividad está causando un cierto grado de pánico en Aslund, quien por razones obvias es el que tiene los principales intereses en el Centro Hegen. Este año han destinado la mitad de su presupuesto militar a una gran estación de enlace, una fortaleza flotante, en realidad, y para estar cubiertos mientras se preparan, también han contratado protección. Creo que usted los conoce. Solían llamarlos Flota Mercenaria Dendarii Libre. —Illyan se detuvo y alzó una ceja, esperando la reacción de Miles.

Al fin comenzaba a entender. ¿O no? Miles soltó el aire de los pulmones.

—Eran especialistas en bloqueos en cierta época. Supongo que tiene sentido. Ah… ¿solían llamarlos Dendarii? ¿Han cambiado de nombre?

—Parece ser que hace poco han vuelto a su denominación original de Mercenarios de Oseran.

—Qué extraño. ¿Por qué?

—Buena pregunta. —Illyan apretó los labios—. Una entre muchas, aunque no creo que sea la más urgente. Pero lo que me preocupa es la conexión cetagandana… o la falta de ella. Un caos generalizado en la región sería tan perjudicial para Cetaganda como para nosotros. Pero si de alguna manera, al despejarse la confusión, Cetaganda lograra el control del Centro Hegen… ¡ah! Entonces podrían detener o controlar el tráfico barrayarano tal como nosotros hacemos con el de ellos a través de Komarr. Y si el enlace Komarr-Cetaganda estuviera bajo su control, tendrían acceso a dos de nuestras cuatro principales rutas galácticas. Algo intrincado, indirecto. Huele a los métodos de Cetaganda. Sus sucias manos deben estar tirando de los hilos. Estoy seguro de que se encuentran allí, aunque todavía no pueda verlas… —Illyan sacudió la cabeza con expresión meditabunda—. Si se interrumpiera el enlace del Conjunto Jackson, todos deberían desviarse a través del imperio cetagandano… lo cual redundaría en beneficios…

—O a través nuestro —señaló Miles—. ¿Por qué Cetaganda habría de hacernos ese favor?

—He pensado en una posibilidad. En realidad he pensado en nueve, pero ésta es para usted. ¿Cuál es la mejor táctica para capturar un punto de enlace?

—Atacar ambos extremos a la vez —recitó Miles automáticamente.

—Motivo por el cual Pol se ha cuidado de no permitirnos tener ninguna presencia militar en el Centro Hegen. Pero supongamos que alguien de Pol escucha ese desagradable rumor que tanto me costó erradicar: que los Mercenarios Dendarii son el ejército privado de cierto señorito barrayarano. ¿Qué pensarán?

—Pensarán que nos estamos preparando para atacarlos —dijo Miles—. Pueden ponerse paranoicos, hacer cundir el pánico, incluso buscar una alianza temporal con… ¿con Cetaganda, tal vez?

—Muy bien. —Illyan asintió con la cabeza.

El capitán Ungari, que había estado escuchando con la paciencia de un hombre que ya había pasado antes por todo aquello, miró a Miles algo alentado y aprobó su hipótesis con un movimiento de cabeza.

—Pero incluso aunque se la observe como a una fuerza independiente —continuó Illyan—, los Dendarii son otra fuerza desestabilizadora en la región. Toda la situación es inquietante y vuelve más tensa cada día que pasa sin que haya ningún motivo aparente. Un solo error, un incidente fatal podría desatar turbulencias, los clásicos desórdenes, la avalancha. ¡Quiero información, Miles!

Por lo general, Illyan deseaba información con la misma pasión con que un aborigen drogado tallaba una flecha. Ahora si volvió hacia Ungari.

—¿Y bien? ¿Qué le parece, capitán? ¿Servirá?

Ungari tardó unos momentos en responder.

—Físicamente es… es más llamativo de lo que había imaginado.

—Como camuflaje, eso no tiene por qué ser una desventaja. En su compañía usted será prácticamente invisible.

—Es posible, ¿pero será capaz de sobrellevarlo? No tendré mucho tiempo para cuidar de él. —La voz de Ungari era la de un barítono amable. Evidentemente, se trataba de uno de los oficiales con educación moderna, aunque no lucía un broche de la Academia.

—El almirante parece pensar que sí. ¿Debo oponerme a él?

Ungari miró a Miles.

—¿Está seguro de que la opinión del almirante no está influenciada por… esperanzas personales?

Se refiere a sus deseos, tradujo Miles mentalmente.

—En todo caso, sería la primera vez. —Illyan se alzó de hombros. Y existe una primera vez para todo fue la frase que quedo pendiente en el aire. Ahora Illyan se volvió para clavar su mirada en Miles—. Alférez, ¿usted cree que, sí le es solicitado, sería capaz de interpretar el papel del almirante Naismith nuevamente, por poco tiempo?

Miles había imaginado que se lo diría, pero las palabras pronunciadas en voz alta le produjeron un extraño escalofrío. Dar rienda suelta de nuevo a ese personaje reprimido.

No se trataba sólo de un papel, Illyan.

—Podría volver a hacerlo, sin duda. Es dejar de interpretar a Naismith lo que me asusta.

Illyan se permitió esbozar una sonrisa fría, tomando esto como si fuera una broma. La sonrisa de Miles fue un poco más triste.

Usted no lo sabe, no sabe cómo fue… Tres partes de simulación, de engaño, y una parte de… otra cosa. ¿Zen, gestalt, delirio? Incontrolables momentos de exaltación en estado alfa… ¿Podía volver a hacerlo? Tal vez ahora ya sabía demasiado.

Primero te paralizas, y luego caes. Quizás esta vez sí suceda que no sea más que una actuación.

Illyan se reclinó en su silla, unió las palmas un instante y luego dejó caer las manos.

—Muy bien, capitán Ungari. Es todo suyo. Utilícelo como crea conveniente. Su misión es reunir información sobre la crisis actual del Centro Hegen; en segundo término, de ser posible, emplear al alférez Vorkosigan para eliminar de la escena a los Mercenarios Dendarii. Si decide utilizar un contrato falso para sacarlos del Centro, podrá recurrir a la cuenta de operaciones secretas para ofrecerles una paga convincente. Ya conoce los resultados que quiero obtener. Lamento que mis órdenes no puedan ser más específicas. Dependerán de la información que usted mismo obtenga.

—No me importa, señor —dijo Ungari con una pequeña sonrisa.

—Mm… Disfrute de su independencia mientras dure. Finalizará con su primer error. —El tono de Illyan era irónico, pero sus ojos parecían confiados hasta que los volvió hacia Miles—. Usted viajará como el «almirante Naismith», quien a su vez viajará de Incógnito, posiblemente, para regresar a la flota Dendarii. Hasta que el capitán Ungari decida que debe escenificar el personaje de Naismith, se hará pasar por su guardia. De ese modo siempre estará en condiciones de controlar la situación. Sería demasiado pedirle a Ungari que sea responsable de la misión y también de su seguridad, por lo que también tendrá un verdadero guardia. Según lo planeado, el capitán Ungari gozará de una gran libertad de movimiento ya que se les proporcionará una nave sólo para ustedes. Contamos con un piloto y un enlace que conseguimos en… no importa dónde, pero no tiene ninguna conexión con Barrayar. La nave tiene matrícula jacksoniana, lo cual encaja perfectamente con el misterioso pasado del almirante Naismith. Su falsedad es tan evidente que nadie buscará a otro impostor debajo del primero, —Illyan se detuvo—. Por supuesto que usted obedecerá las órdenes del capitán Ungari. Eso es algo que ni siquiera se menciona. —La mirada directa de Illyan fue tan fría como una noche en la isla Kyril.

Miles esbozó una sonrisa de sumisión para mostrar que comprendía la indirecta.

Seré bueno, señor… ¡déjeme abandonar el planeta! De fantasma a cabeza de turco. ¿Podía decirse que había recibido una promoción?