CAPÍTULO 9. el accidente

Cuando llegó Raquel al ático, se lo encontró en silencio y sin hacer ruido entró en su habitación, se desvistió y se metió enseguida en la cama con una sonrisa en la boca. No sabía qué le pasaba, pero algo en su interior se revolvió cuando supo que Roberto estuvo enamorado de ella en el pasado. Era absurdo sentirse así de contenta por esa noticia, pues eso había pasado hacía muchos años... Además, todos estos años ella lo había querido como a un hermano, ¿tan pronto uno podía deshacerse de esos sentimientos? Raquel no supo la respuesta. Hacía tan poco que sabía la verdad que no distinguía lo que sentía. Era cierto que ella cuando era pequeña se quedó un poco colgada del que creía que era su hermano mayor, pero eso lo achacó a la cercanía y poco más... Pero ahora, Raquel lo miraba desde otra perspectiva. Se quedó pensando en los que creía ella que era sus hermanos. Primero pensó en Hugo. Al recordarlo, su interior se estremeció. Se había portado tan mal con él que no sabía si algún día la perdonaría. Y luego pensó en Roberto... Recordó que hacía tiempo que no lo había visto interesado por ninguna chica, salía con sus amigos y se iba de fiesta, pero no traía a nadie a su casa... Se obligó a recordar la última vez que lo vio con una chica, y al final Raquel se acordó que fue hace dos años, cuando se lo encontró en una discoteca coqueteando con una chica muy mona, que creía recordar que se llamaba Rosaura. Estuvo saliendo con ella un par de meses pero ya no se supo más.
Roberto estaba tumbado en una cama del hotel donde se hospedaba, y se estaba acordando de la expresión de Raquel cuando le contó que era ella quien había ocupado su mente hacía bastante tiempo atrás. La conocía bastante bien para saber que debía cambiar de tema, pues ella necesitaba repasar esas palabras en la intimidad. Lo mejor era esperar hasta que estuviera preparada para hablar otra vez, si había ocasión. Si no, Roberto decidió no volvérselo a recordar porque no quería su infelicidad. La acompañó a la casa de Ismael y el resto del camino estuvieron hablando de Londres, de donde irían el día siguiente, pues Roberto se conocía la ciudad muy bien: estuvo estudiando inglés allí hacía ya unos años. Se despidieron en la puerta del edificio. Roberto se dirigió hasta su hotel deseando que llegara el día siguiente.
Por la mañana, la despertó su hermano muy temprano.
—¿Puedo pasar?-preguntó Ismael llamando a la puerta con los nudillos.
—Um... Sí, claro.-dijo Raquel adormilada desde la cama.
—¿Qué tal anoche?-preguntó mientras se sentaba en la cama junto a Raquel.
—Bien, al final me enteré de quién era el amor platónico de Roberto...
—No me lo digas, ¿a que eras tú?-le dijo con una sonrisa.
—Sí, ¿cómo lo sabías?
—Intuición...-dijo guiñándole un ojo.-Pero, ¿eso se acabó o sigue enamorado de ti?
—No lo sé... Cambió de tema al ver mi reacción.
—¿Es que te asustaste?
—No, me sorprendí... No me imaginaba que iba a ser yo. Suponía que había sido alguna amiga suya o alguna profesora...
—¿Has quedado con él hoy?-preguntó Ismael levantándose de la cama.
—Sí, dentro de unas horas.
—Bueno ya me contaras qué tal te ha ido... Aunque me encanta hablar contigo, me tengo que ir al trabajo. Tengo una cita dentro de media hora. Hablamos luego. Cuídate.
—No trabajes mucho.-le dijo Raquel.
—Lo intentaré, aunque hoy tengo un día de locos. Hasta luego.
—Hasta luego.-dijo Raquel mientras veía marcharse a Ismael.
Se levantó de la cama y se fue a desayunar. Cuando se estaba preparando un zumo de naranja sonó el teléfono móvil: era Roberto.
—Buenos días, madrugador.-saludó Raquel.
—¡Buenos días! ¿Estás arriba en la casa?-preguntó nervioso Roberto.
—Sí.
—Ábreme, necesito hablar contigo.-dijo mientras sonaba el timbre del portero electrónico.
Raquel le abrió. Estaba inquieta, no sabía qué le pasaba a Roberto. Habían quedado dentro de dos horas. No entendía qué hacia allí. Roberto entró en la casa de Ismael con la mirada perdida y la tez blanca como la pared.
—Raquel me acaban de llamar ahora mismo... He preferido venir en persona para decírtelo.-dijo alterado.
—¿Qué ocurre?-preguntó ansiosa Raquel.
—Hugo ha tenido un accidente de coche y está muy grave en el hospital.
—¡¿Cómo?!-exclamó asustada creyendo que se desmayaba.
—Me marcho ahora mismo a Valencia, está en la UCI. Mis padres ya están de camino. He venido a despedirme de ti y contarte el porqué de mi marcha.
—Yo voy contigo.
—Raquel piénsatelo, ¿estas segura de que quieres ir? Van a estar mis padres.
—Eso me da igual. Hugo está mal y yo me voy contigo.— dijo con rotundidad.
—Suponía que dirías eso y ya he comprado los dos billetes de avión.
—Mejor. Dame un minuto me visto, cojo mi ropa y nos vamos. Ya llamaré a Ismael cuando estemos de camino al aeropuerto.
—Vale, te espero.-dijo Roberto mientras Raquel corría hacia su dormitorio.
Raquel no tuvo tiempo de pensar. Sólo se vistió, echó su ropa a la maleta y salieron de la casa de Ismael rápidamente. Ya había un taxi en la puerta esperándoles: Roberto lo había llamado para no perder tiempo buscando uno. Se subieron y fueron hacia el aeropuerto de Londres.Durante el trayecto, Raquel llamó a Ismael y le contó lo sucedido. Luego se puso a averiguar más cosas del accidente, pero sólo sabía lo que Miguel le había contado a Roberto. El viaje se les hizo eterno. Casi no hablaron, los dos estaban demasiado nerviosos como para articular palabra, tan sólo deseaban llegar al aeropuerto de Valencia lo antes posible.
Cuando su avión aterrizó en el aeropuerto de Manises, en Valencia, fueron corriendo a coger un taxi que los llevara al Hospital La Fe, donde estaba Hugo ingresado.
Dentro del hospital se encontraron en la sala de espera de la UCI a Miguel y a Alicia, que reflejaban en sus caras la preocupación por su hijo pequeño. Estaban ojerosos y con los ojos hinchados de haber llorado...
—¡Al fin habéis llegado!-exclamó con alivio Miguel al verlos.
—¿Cómo esta Hugo?-preguntó nervioso Roberto.
—Está muy mal, ha perdido mucha sangre. Los médicos no saben si saldrá de esto con vida.-dijo con pesar Miguel.-Están haciendo todo lo posible...
—No puede ser...-dijo Roberto, tocándose la cabeza atormentado por lo todo lo ocurrido —pero, ¿cómo fue el accidente?
—Chocó contra un coche de frente. El otro conductor murió en el acto. El coche invadió el carril por el cual circulaba tu hermano... Además iba a 120km/h. Imagínate cómo fue el golpe...-hizo una pequeña pausa para intentar calmarse al imaginar la trágica escena.-Estuvieron más de una hora para sacar a tu hermano del coche, era un amasijo de hierro...-dijo Miguel angustiado con lágrimas en los ojos.
—¡Quiero verle!-dijo Roberto.
—Hay que entrar de uno en uno. Está en observación. Le han puesto muchas bolsas de sangre... Venid, está en esta habitación.
Roberto, Raquel y Miguel se fueron hacia un pasillo donde se encontraba la habitación de Hugo. Alicia prefirió quedarse sola donde estaba, paralizada por el miedo. Miguel habló con una enfermera para saber si podía entrar Roberto. La enfermera le dijo que sí, pero que no debería de estar mucho tiempo en ella, pues Hugo necesitaba estar tranquilo. Roberto entró en la habitación, mientras Raquel y Miguel se quedaron en el pasillo esperándole.
—¿Cómo estás, Raquel?-preguntó Miguel en un tono muy suave.
—No muy bien, y ahora, como comprenderás, no me apetece hablar...-dijo apenada, intentando que no se le escaparan las lágrimas.
A Raquel se le hizo eterna la espera. Le parecía que Roberto hubiera estado horas dentro de la habitación y sólo habían pasado minutos... Necesitaba ver la cara de Roberto cuando éste saliera de la habitación, así ella sabría la gravedad de Hugo... Raquel también quería entrar a verlo. Esperaba que Hugo quisiera recibirla a ella también, aunque si él decidía que no quería... Al fin y al cabo ella lo entendería.
Por fin se abrió la puerta y salió Roberto. Raquel le miró a los ojos, estaban rojos y brillantes de haber llorado. Se asustó, y empezó a notar cómo le sudaban las manos. Estaba muy nerviosa. Las cosas no pintaban bien, Hugo estaba muy mal.
—Quiere verte.-dijo Roberto a Raquel, con un hilo de voz, mirándola a los ojos.
Raquel, sin decir nada, entró en aquella habitación. Allí, sobre la cama, estaba Hugo tendido, estaba rodeado de máquinas y de tubos. Al acercarse le vio la cara. La tenía amoratada y llevaba una venda que le rodeaba toda la cabeza.
—Hola Hugo.-susurró mientras se acercaba a la cama y notaba que se le encogía el alma al verlo en esas circunstancias.
—Um... Raquel...-musitó Hugo mientras intentaba abrir los ojos.
—¿Cómo te encuentras?
—Ahora que estás tú aquí, mejor. Te estaba esperando.-dijo intentando sonreír.
—Ya estoy aquí, a tu lado. Ahora lo que tienes que hacer es ponerte bueno pronto. Para poder salir de aquí y enseñarme esta ciudad.-dijo Raquel animándolo.
—Ven, dame la mano.-Raquel se acercó y le estrechó la mano. La notó fría y temblorosa.-Que bien... Raquel...-hizo una pequeña pausa para respirar. Me estoy muriendo.
—¡No digas eso!-dijo Raquel sobresaltada.— ¡Debes luchar!
—Raquel, me han amputado la pierna derecha, he perdido muchísima sangre... Mira, me lo han pintado muy mal los doctores. Sé que van a volverme a operar, pero no saben si saldré de la operación. Tengo un coágulo en la cabeza...
—Ya verás como sales bien de ésta, lo sé. Yo estaré contigo en todo momento y cuando salgas del hospital nos iremos a algún sitio, tú y yo solos, ¿vale? Pero tienes que luchar, no debes rendirte jamás.-dijo Raquel a punto de explotar en lágrimas ante aquellas palabras tan dolorosas.
—Suena genial, de veras.-dijo intentando sonreír.-Pero, Raquel, no sé cómo explicártelo, pero sé que me ha llegado la hora. No tengo miedo, ahora ya no, porque has venido... Sólo quería verte una vez más y pedirte un favor... Cuida de Roberto. Él es el mejor hermano que he podido tener...-dijo Hugo acariciándole la mano.
—Hugo, siempre cuidaré de él. Pero por favor, no te rindas... Te necesitamos...-dijo Raquel llorando desconsoladamente.
—Otra cosa más, antes de que venga la enfermera a ponerme más morfina...-dijo con gesto de dolor.-Quiero que me perdones por todo el mal que te hice. No pensé en que podía hacerte daño.
—Ya estas perdonado, Hugo, yo también me porte mal contigo... Te quiero mucho, de verdad, aunque no sea de la misma forma que tú. Me duele mucho no poder corresponderte, en serio.
—No te angusties por eso, Raquel. Me basta con saber que me quieres...dijo sonriéndole.
—Recupérate pronto y podremos empezar de nuevo. Seguro que me encandilas.-dijo con una tímida sonrisa, no quería perderle y si la única manera de que no se rindiera era que ella tenía que aprender a amarlo, pues lo intentaría.
—Raquel... Me encantaría empezar de nuevo contigo.-Hugo en aquel instante se estremeció de dolor.-Pero me queda poco tiempo. No padezcas por mí...
—Voy a llamar a la enfermera para que te ponga la morfina, estas sufriendo...
—No, no la llames todavía. Ven Raquel, por favor abrázame. Necesito sentirte a mi lado.
Raquel le abrazó, y siguió llorando en su hombro. Hugo le acariciaba la cabeza, en ese momento se sentía tranquilo aunque por dentro se estuviera meriendo de dolor el sentir el calor y el cariño de Raquel le hacía sentirse plenamente feliz.
—No llores, amor mío...-dijo Hugo dulcemente dándole un tierno beso en la cabeza.-Me llevo conmigo lo más grande que he hecho en toda mi vida: amarte. Sé que si hubiera obrado de mejor forma, tú y yo hubiéramos sido muy felices juntos. No llores más... Abre los ojos, no te dejes llevar por los prejuicios, y veras a las personas que realmente te quieren. No dejes escapar ninguna oportunidad de ser feliz. Vive como si mañana se acabara el mundo, hazlo por mí...
En ese momento entró una enfermera con la morfina.
—Señorita, se tiene que marchar ya.-dijo la enfermera a Raquel.
Raquel se incorporó de la cama, secándose torpemente las lágrimas que inundaban su cara. Se acercó a Hugo y le dio un tierno beso en la mejilla.
—Mañana vendré a verte. Hugo, no te rindas, por favor...-dijo Raquel mientras le sostenía una mano.
—Te quiero.
Sus manos se separaron y Raquel salió de la habitación aún con lágrimas en los ojos. Al único que vio al salir fue a Roberto. Se acercó a él y lo abrazó fuertemente mientras sus lágrimas le empapaban la camiseta. Roberto, sin decirle nada, la estrechó contra su cuerpo. Miguel, viendo la escena, se fue y los dejó allí a los dos solos.
Roberto y Raquel abandonaron el hospital. Hasta el día siguiente no podía Hugo recibir más visitas. Roberto reservó un par de habitaciones en un hotel próximo.
Al llegar a la planta donde estaban las dos habitaciones, Roberto abrió una de ellas.
—¿Te apetece que pidamos algo de comer y que nos lo suban a la habitación?-preguntó Roberto con el rostro contraído por el dolor.
—Sí...
Raquel no entendía porque había pedido dos habitaciones. Ella no quería ni podía estar sola. Necesitaba estar con alguien, necesitaba estar con él...
—¿Cómo estás?-preguntó Raquel a Roberto mientras se sentaban en el sofá de la habitación.
—Todavía no lo sé...
—¿Te habló Hugo de algo?
—Sí...-dijo mientras se tapaba la cara con las manos.-Raquel, es mi único hermano, yo no sé que voy a hacer si él...-dijo derrumbándose ante la posibilidad de perderlo para siempre.
—Lo sé...-dijo abrazándole.-Desahógate... Saca todo el dolor fuera, luego te sentirás algo mejor...
—¡No quiero que muera!— exclamó con rabia.-Yo soy el mayor, yo tendría que haberle protegido... No sé si podré resistirlo...-dijo llorando en los brazos de Raquel.
—Ha sido un accidente, tú no podrías haber hecho nada por impedirlo. A veces las cosas suceden, sin que podamos controlarlas. Ya verás cómo se cura. Le he dicho que pelee, que no se rinda, que lo necesitamos a nuestro lado.-Raquel acarició el pelo de Roberto. Le dolía tanto verle así de vulnerable.-Yo siempre estaré contigo, Roberto. Nunca me iré de tu lado. Siempre podrás contar conmigo...
—Raquel...-Roberto la miró a los ojos, aún se le caían las lágrimas.-me ha obligado a prometerle que tenía que ser sincero contigo...-Roberto le acarició la mejilla e intentó recomponerse.-Te quiero, sigo enamorado de ti, desde aquel día que descubrí en ti a una mujer maravillosa.
—Yo...-dijo conteniendo la respiración.
Roberto se acercó y posó sus labios en los de ella, primero con timidez y, al notarlos tan apetecibles, después con pasión. Raquel primero se sorprendió por la confesión de éste pero, al notar los labios de Roberto en su boca, algo dentro de ella se despertó y se dejó llevar por el deseo que tenía escondido desde hacía tanto tiempo. Se besaron como si ese día fuera el final de sus vidas, como si no hubiera mañana. Se enredaban sus lenguas, sus bocas se buscaban con ardor. Y Raquel, por fin, lo entendió todo. Todo lo que le había sucedido era para llegar a este momento, en esa habitación de hotel, en esa ciudad que ni conocía. Para darse cuenta de a quién amaba ella realmente. Esa persona que daría su vida por ella y por quien ella daría la suya. Lo había tenido desde el principio a su lado. Habían crecido juntos, se había peleado miles de veces y miles de veces habían hecho las paces. Se apoyaban el uno en el otro. Se conocían tan bien que a veces sobraban las palabras. Estaba tan cerca que ni siquiera se había dado cuenta de su amor por él. Había crecido tan poco a poco, dentro de ella, que no se había percatado. Pero sí, Raquel lo amaba, sólo a él. Hasta le parecía ridículo recordar lo que había sentido por Ian, pues ni se asemejaba, ni se acercaba lo más mínimo, a éste amor pleno e incondicional.
—Te quiero...-susurró Raquel al cerciorarse de la verdad.
Roberto la miró, como él sabía mirarle, de esa manera tan dulce, y sonrió. Se volvieron a besar, excitados por esa revelación, mientras se quitaban las camisetas. Se abrazaban, se acariciaban, y poco a poco se fueron desnudando. Dejaron que su pasión se desbordara. Necesitaban notar el calor del otro, era maravilloso ver como se deleitaban uno con el otro. Se amaron, en todos los sentidos de la palabra. Nunca habían sentido tanto placer, tanta pasión, tanto deseo. Estaban hechos el uno para el otro. Raquel se sentía dichosa por haberse dado cuenta al fin. Que todo había ocurrido por algo. Que Miguel la eligiera a ella cuando era un bebé y no a otro... Todo estaba predispuesto para que ellos se encontraran y se amaran.
Cayeron exhaustos uno junto al otro, abrazados en la cama, entrelazadas sus piernas, sin permitir ni siquiera un resquicio. Roberto empezó a acariciarla, era un placer para él notarla bajo sus dedos, había anhelado tanto estar así con ella, que casi ni se lo creía. Se acercó a su cabello y exhaló su fragancia, era deliciosa. Raquel le dio un cariñoso beso en los labios.
—Me gustaría saber una cosa.-dijo Raquel mientras entrelazaba sus dedos con los de Roberto.-¿Hugo sabia que tú estabas enamorado de mi?
—Sí, desde hace mucho años.-hizo una pequeña pausa para darle un tierno beso en los labios.-Ya sabes que él siempre ha sido más impulsivo que yo. Me contentaba con verte feliz, aunque no fuera conmigo...-dijo estrechándola más fuerte.-Esperaba a que algún día mi padre te contara la verdad, aunque yo tampoco la sabia toda. Esperaba que cuando tú te enteraras de que no eras nuestra hermana, eligieras a uno de los dos o a ninguno... Pero Hugo no tiene mucha paciencia, ya lo conoces. Él te quería ya y al verte con Ian... Bueno ya sabes el resto de la historia.
—Pero si él sabía que tú también me querías...-intentó despejar sus dudas.
—Raquel, nunca me hubiera peleado con Hugo por ti. No porque no te quisiera, sino porque es mi hermano, y también lo quiero a él. Ya te he dicho que me contentaba con verte feliz, aunque esa felicidad te la diera otro...
—Ahora entiendo porque me dijo que abriera los ojos y así podía ver a las personas que de verdad me quieren...
—Él quiere que estemos juntos... Se siente mal por como actuó y ha intentado arreglarlo.
—Entonces, ¿no le molestará que estemos juntos?-preguntó un poco culpable por lo que había sucedido en esa habitación.
—No, al contrario. Se alegrará mucho que tú y yo estemos juntos. Ya te digo que me pidió que te dijera que te amaba, si él no me lo hubiera pedido...
—Ya... te entiendo. Es tu hermano.
—Exacto, y nunca le haría daño.
—Lo sé.
Raquel se estrechó aún más al cuerpo de Roberto, se necesitaban aún más si cabe en esos momentos tan duros.