CAPÍTULO 4. LA FIESTA

Roberto entró en su casa y se encontró con su padre, su hermano y su madre en el gran salón discutiendo acaloradamente. Quería hablar a solas con su padre sobre Raquel. No quería hacerlo delante de Hugo, pues intuía que algo tenía que ver él en esto, pero al escuchar un poco la conversación que mantenían, se dio cuenta de que ya ellos tres estaban hablando del tema que le preocupaba.

—¡Yo esto ya lo sabía!-exclamó indignada Alicia.-Si era solo cuestión de tiempo. Te lo dije, Miguel, no la adoptes, nos traerá problemas, ¿y ves? Yo no me equivoco nunca. Eso sí, ahora que ella ya lo sabe, que no pise esta casa. No la quiero volver a ver más.-dijo alzando la voz.

Alicia era una mujer muy bonita, de estatura media y una figura esbelta que trabajaba todos los días con su entrenador personal. Se había hecho muchos retoques de cirugía para no aparentar la edad que tenía, 55 años. Siempre vestía ropa de diseñadores muy prestigiosos de España y de Italia. Iba siempre impoluta. El pelo, castaño oscuro, lo llevaba perfectamente peinado y casi todos los días iba a la peluquería. Vivía para y por su imagen.

—Mamá, ¿pero te estás escuchando?-preguntó irritado Roberto mientras se acercaba a ellos.— ¿Qué te crees, que porque Raquel sabe que es adoptada, ya no pertenece a esta familia? Qué equivocada estás... Ésta es su casa, te guste o no. Y me gustaría que alguien me explicara qué ha pasado.-dijo mirando uno por uno a todos los miembros de su familia. Por último miró a Hugo.— ¿Qué ha ocurrido? No te has podido aguantar y se lo has tenido que decir, ¿verdad?-preguntó serio, adivinando lo ocurrido.

—¿Cómo lo sabes? ¿Es que has hablado con ella? — preguntó Hugo expectante. Necesitaba saber algo de Raquel.

—No, no he hablado con ella, pero no hay que ser un genio para averiguarlo.

—No lo comprendes, la pillé aquí en casa besando a otro chico. ¡Delante de mis narices!-dijo Hugo alterado al recordar la escena.

—¿Y qué? Ella es mayorcita para besar a quien quiera. Y no necesita pedir permiso, ni a ti ni a nadie, para hacer lo que crea oportuno.

—Me volví loco...-aceptó arrepentido.-Sé que me equivoqué, y quiero pedirle perdón. Se lo conté todo, lo de la adopción, lo de mis sentimientos, todo... No me pude callar, el ver que estaba en los brazos de otro, eso acabó con la poca paciencia que tenía. Lamento tanto mi reacción, todavía recuerdo su cara...-dijo tristemente, aún tenía grabada en su mente la mirada de confusión de Raquel.

—Eso ya no se puede remediar...-intervino Miguel.-Ahora lo que tenemos que hacer es darle nuestro apoyo. Que no se sienta sola. Ya he hablado con ella.-se dirigió a Roberto.-Y no está resentida conmigo.

—¡Hala, corred todos a buscarla!— exclamó ofendida Alicia por como la querían todos.— ¿Es que no lo veis? No es de nuestra sangre. Es una extraña. ¡No es una Santamaría!

—¡CÁLLATE MADRE!— gritó furioso Roberto.— Aquí la única extraña eres tú. Nosotros la queremos. No puedo vivir bajo el mismo techo que tú. Me tienes harto. Siempre menospreciándola, como si fuera un estorbo.-dijo mirando a su madre.-Serás mi madre pero no me has dado el cariño que me ha dado ella. Siempre he podido contar con ella, en cambio de ti no puedo decir lo mismo. Nunca estabas para nosotros, preferías la compañía de tus amistades que de tu propia familia. Lo siento papá, ya no aguanto más, me voy de aquí.-informó aproximándose a la puerta del salón.

—¡Roberto!-exclamó sorprendida Alicia-¿La prefieres a ella antes que a tu propia madre, sangre de tu sangre?

—Sí, la prefiero mil veces más que a ti. Tú cambiaste mucho desde que la adoptó papá. Casi ni te reconozco... Eres una desconocida para mí.-se fue, dejando en el salón a su familia.

—¿Ves como me ha hablado tu hijo? Y todo por culpa de esa niñata.-dijo enfurecida Alicia, sin dar crédito a lo que veían sus ojos: su primogénito prefería a esa chica antes que a su propia madre.

—¡Alicia! Esa niñata es mi hija. La culpa la tienes tú, por ser tan egoísta. Si no cambias, al final te quedaras sola.-dijo Miguel abandonando la sala.

—Hugo, hijo mío...-musitó Alicia acercándose a su hijo menor.

—No mamá, ahora no... Lo que has dicho de Raquel me ha dolido. Yo la amo. Te guste a ti o no.-advirtió Hugo yéndose de la estancia.

Alicia se quedó sola en medio del enorme salón de su magnífica casa. A su alrededor sólo había silencio y en su interior crecía, cada vez más, el odio que tenía hacia esa niña a la que un día su marido decidió adoptar. Esta batalla la había ganado Raquel, pero esperaba ganar ella la guerra. Esto no podía quedarse así, sentía que le habían robado el amor que debían sentir ellos hacia ella pues era la madre, la esposa... Y preferían antes a Raquel...

Miguel subió a la habitación de Roberto. Se imaginaba que estaría ahí, para recoger sus cosas. Llamó a la puerta con los nudillos y abrió sin esperar respuesta. Se encontró encima de la cama varias maletas abiertas y a éste metiendo ropa y enseres dentro. Cerró la puerta tras de sí y se sentó sobre ella.

—¿Te vas hijo?-preguntó, abatido, mirando los vaivenes de Roberto.

—Sí papá, no puedo con mamá, estoy harto de sus desprecios hacia Raquel.-dijo nervioso mientras metía dentro de las maletas sus cosas.

—¿A dónde te vas?

—Esta noche me quedaré en el hotel, y mañana empezaré a buscarme un apartamento.

—Quédate ahí el tiempo que necesites...-hizo una pausa.-...tu hermana está también en el hotel.

—Lo sé, la he visto.

—Todo esto es culpa mía, se lo tenía que haber contado hace mucho tiempo. Y así seguiríamos viviendo todos bajo el mismo techo.-dijo tristemente.

—Papá, no te mortifiques más. Piensa que algún día teníamos que independizarnos. Yo ya tengo 32 años.

—Lo sé...-se quedó pensando mientras observaba a su hijo.-Cuando se entere Raquel de que te has ido de casa, dudo mucho que vuelva... Siempre has sido su mayor apoyo.

—Eso no lo sabemos, a lo mejor vuelve. Quizá hable con Hugo y lo solucionen. Lo único que podemos hacer es esperar a que ella se tranquilice y se acostumbre a la idea.

—Sí... Roberto por favor, ella siempre ha confiado en ti, no la defraudes. Cuídala.

—Papá, la cuidaremos entre todos.

Roberto cerró las maletas y le dio un abrazo a su padre.

—Todo se arreglará, ya lo veras.-dijo mientras salía de su habitación.

Miguel se quedó solo en la que había sido la habitación de su primogénito, con un gran vacío en su corazón. Veía que su familia poco a poco se estaba rompiendo, y él no podía hacer nada.

Raquel se despertó a la mañana siguiente con un terrible dolor de cabeza. Miró alrededor y no vio a Roberto, sólo una nota que estaba encima de la cama: “Raquel, me voy para casa. Ya hablamos mañana. Descansa y cuídate. Roberto.”

Roberto era más que su hermano, era su mejor amigo. Siempre estaba cuando lo necesitaba. Era su gran apoyo. Menos mal que lo tenía a su lado. Ahora tenía a alguien más, a Ian. Pensó en la idea de irse a Madrid, unos días para despejarse. Le apetecía cambiar de aires, pero no quería que su padre pensara que lo abandonaba. Tendría que hablar con él para explicárselo.

Miró la hora en su teléfono móvil y se levantó de la cama. Estaba un poco mejor que ayer. El nudo de la garganta desapareció al llorar tanto. Se dio una ducha para animarse. Cuando hubo terminado se dio cuenta que no tenía más ropa que la que llevaba del día anterior.

Llamaron a la puerta de su habitación, Raquel se puso el albornoz del hotel y fue a ver quién era.

—¿Quién?-preguntó Raquel desde dentro.

—Soy yo, te he traído algo de ropa.-dijo Miguel Le abrió enseguida.

—Eres mi salvación, gracias.-dijo dejándole pasar a la estancia.

—¿Has podido descansar algo?...-preguntó dejando la maleta encima de la cama.

—Sí, he podido dormir un poco.-sonrió levemente.

—Hugo te está buscando para hablar contigo.

—Ya, tengo veinte llamadas perdidas de él en mi móvil. Ya hablaré con él— hizo una pausa.-Papá, he conocido a un chico maravilloso, se hospeda aquí y nos gustamos.

—¡Eso es maravilloso! ¡Me lo tienes que presentar!-exclamó entusiasmado Miguel.

—Sí, lo haré. El caso es que ayer me propuso que me fuera unos días con él a su ciudad, a Madrid.

—Me parece genial. Ahora lo que necesitas es despejarte y pensar en otras cosas.

—Qué bien oírte decir eso, creí que te enfadarías.-dijo aliviada.

—He estado 25 años temiendo contarte la verdad porque creía que saldrías corriendo de mi lado. Ayer me di cuenta de que me equivocaba. Nuestra relación no ha cambiado y soy feliz por ello.

—Has estado temiendo sin motivos...

—Sí, me monté yo solo una película.-dijo sonriendo.-Por tanto, si te apetece irte con ese chico unos días, a mi me parecerá bien.

—Aún lo estoy pensando... Ya te lo confirmaré.

—De acuerdo.-hizo una pausa.-Quería decirte una cosa. Ayer, Roberto se fue de casa.

—¿Por qué?-preguntó sorprendida

—Ya se ha hartado de tu madre. No la soporta más y anoche se fue. Esta noche ha dormido aquí, en el hotel-dijo con tristeza Miguel.

—Hablaré con él...

—Bueno, te dejo. Si me necesitas, ya sabes dónde encontrarme.-dijo Miguel saliendo de la habitación.

—¡Hasta luego, papá y gracias por la ropa!-exclamó Raquel antes de que se cerrara la puerta.

Abrió la maleta y sacó su ropa. Se puso un pantalón corto y una camiseta de tirantes. Luego llamó por teléfono a Roberto.

—Hola.-dijo al descolgar el teléfono móvil.

—Hola, ¿vienes tú o voy yo? Tenemos que hablar.

—Voy yo.-dijo Roberto. Colgó y se fue hacia la habitación de ella.

A los pocos minutos llegó. Raquel le abrió y entró. No traía buena cara, pues había pasado una mala noche. Roberto le contó todo lo acontecido la noche anterior y no le sorprendió al escuchar lo que opinaba su madre de ella. Lo bueno de haber descubierto la verdad era que a Raquel ya no le importaba lo que pensara, y ahora por lo menos no se sentía culpable de no querer a su propia madre. Su familia se componía de tres personas, a las que siempre había querido.

Roberto, al final, averiguó lo sucedido el día anterior, y lo contrariada que estaba. Raquel, de momento, quería evitar hablar con Hugo. No quería hacerle daño y le daba miedo que al sincerarse con él pudiese perderlo y no volver a verlo jamás, pues ella quería a Hugo, pero no de la misma forma que él. También habló de Ian y del posible viaje que harían a Madrid. Se alegró al ver que Roberto pensaba igual que su padre y le animaba a que se fuera con Ian.

Estuvieron hablando casi toda la mañana. Se les pasaba el tiempo volando sin darse cuenta, hasta que a Roberto le sonó el teléfono móvil y le reclamaron para ir a trabajar. Se despidieron con un abrazo y la dejó sola en su habitación, con la promesa de que se verían más tarde.

Llegó el esperado sábado. Raquel estaba aliviada, pues ni el jueves ni el viernes tuvo que encontrarse con Hugo, puesto que con la ayuda de Roberto y de su padre pudo esquivar aquel incomodo encuentro. Tampoco pudo ver a Ian, pues éste se tuvo que ir a Cádiz a hacer unas gestiones, se fue justo la mañana del jueves, no pudo postergarlo para más adelante Por lo menos pudo hablar con él por teléfono, aunque no era lo mismo. Sabía que llegaría para la fiesta, pues se lo había prometido. A quien sí vio fue a Roberto, quien le comentó que seguramente Hugo no asistiría al festejo de esa misma noche.

Estuvo casi todo el tiempo en el hotel, trabajando en el salón, que le quedó espectacular. Era entrar en él y retroceder a los años setenta. Esperaba que la gente que asistiera también tuviera esa misma sensación. Ayudó a Roberto a encontrar un apartamento y al final lo consiguió. Era un ático que se encontraba en el paseo marítimo, muy cerca de donde estaba el hotel, y las vistas eran asombrosas. Estaba ayudando a decorarlo y después de su jornada laboral se iban a ver tiendas de muebles y de decoración pues Roberto esperaba mudarse a mediados de la semana próxima. Ya le había dicho que había otra habitación y que si quería podía vivir con él, así no tendría que compartir la casa con su madre.

Empezó a estar un poco mejor. La rutina y el trabajo la ayudaban, aunque tenía que arreglar un asunto muy importante: Hugo. Tenía que hablar con él sin falta, lo estaba posponiendo demasiado, ya que le daba miedo enfrentarse a él.

Empezó a arreglarse pronto. Aún quedaban un par de horas para que empezara la fiesta. Se puso un minivestido ajustado de tonalidades verdes que resaltaban su piel bronceada y sus ojos. Se calzó unas sandalias de tacón y empezó a maquillarse, resaltando su mirada. Se cardó el pelo y se hizo un coqueto recogido. Al terminar, se miró en el espejo y le gustó mucho lo que vio. Esperaba que Ian pensara lo mismo.

Tocaron a la puerta y abrió.

—¡Guau! ¡Estas preciosa!-exclamó Ian.

Ian iba vestido como en los setenta, pantalones acampanados y camisa.

—Tú también estás muy guapo.-dijo mientras se acercaba para besarle en los labios.-Estaba deseando verte...

—Estaba yo pensando... ¿y si nos quedamos en la habitación y dejamos la fiesta para más tarde?-dijo, lleno de pasión, agarrándola por la cintura y atrayéndola más hacia él.

—Tengo que estar ya abajo...-dijo dándole otro beso, aunque deseó no tener que supervisar la fiesta. Anhelaba estar en los brazos de Ian. Lo había echado mucho en falta.-La noche es joven...-insinuó mordiéndose el labio inferior.

Bajaron juntos al salón del hotel. Ya se veía gente que acudía a la sala. La música disco sonaba alegremente, invitando a todos a bailar.

Miguel se acercó a su hija en cuanto la vio entrar.

—Has hecho un trabajo maravilloso. Mira a esa gente, se lo están pasando muy bien.-mostró Miguel a Raquel.

—Cuánto me alegro. Papá, te presento a Ian Huriarte.-dijo haciendo las presentaciones.

—Hola, encantado de conocerle, señor Santamaría.— Ian le estrechó la mano.

—Lo mismo digo...-hizo una pausa.-me suena mucho tu apellido... Huriarte, ¿no?

—Sí, señor.

—¿De dónde son tus padres?

—Mi padre es de Madrid y mi madre es londinense.

—¿Cómo se llama tu padre?

—Federico Huriarte Jiménez.

Miguel se angustió al oír ese nombre. Hacía mucho tiempo que no lo escuchaba. Intentó disimular su inquietud.

—¡Ah! No sé... Me sonará de algo...

—Mi padre tiene algún familiar que vive por aquí...

—Será eso... Bueno os dejo, voy a ver qué hace Roberto.-dijo Miguel visiblemente nervioso mientras se marchaba.

—Qué raro, ¿no?-se extrañó Ian.

—Pues sí...-dijo mirando en dirección a su padre.-Se le habrá subido el champán a la cabeza. No se lo tomes en cuenta. ¡Vamos a bailar!

No pararon de bailar y de reírse. La fiesta estaba en lo mejor. Había gente por todos los lados, todos vestidos como en los setenta, bailando, bebiendo, comiendo y riendo. Estaba siendo un éxito.

Raquel salió un momento para ir al aseo y de camino se encontró con Hugo, que iba en su busca. Sabía que la encontraría ahí.

—Hola Raquel, ¡estas preciosa!-dijo con pena Hugo.

Pudo ver que tenía ojeras y estaba desmejorado. Lo debía de estar pasando fatal, y se sintió muy culpable.

—Lo siento tanto. Debía haber tenido el valor suficiente para hablar contigo, soy una cobarde, y tú...-dijo apenada.

—No te angusties. Fui un tonto al pensar que te rendirías en mis brazos. Lo único que te puedo decir es que siento mucho todo el dolor que te he causado. No pensé en ti, sólo pensé en mí, en que necesitaba que lo supieras. Perdóname por comportarme como un imbécil. Mi única defensa por ese comportamiento es que lo hice porque estaba celoso de ese chico... Discúlpame, pero no puedo cambiar lo que siento por ti, he intentado de mil maneras distintas conseguirlo pero todo ha sido inútil.

—Hugo, ya estas perdonado. Yo te quiero mucho, pero no del modo que tú quisieras. No me gustaría que perdiéramos nuestra amistad. Sé que te pido mucho, pero quiero que seamos los de antes.

—No puedo, Raquel, compréndeme. Se me hace duro verte y no poder amarte, llevo demasiado tiempo así luchando contra mis sentimientos, algo que no ha sido fácil y ha resultado imposible de conseguir —dijo dolido.-Y es una pesadilla verte con otro hombre que no sea yo.

—Ya...-dijo tristemente.-Vaya...

—He venido para despedirme de ti. Me voy.

—¿Te vas? ¿Dónde?-preguntó preocupada.

—Eso da lo mismo. Necesito estar lejos de ti... para poder olvidarte, aunque sé que será un duro trabajo hacerlo. No estés triste, no lo merezco. He sido egoísta, te lo conté para mi propio beneficio, sin pensar en si te podía causar daño. Me lo merezco... Tenía que haber sido mejor amigo, y pensar en ti, y no solo en mis sentimientos...

No podía decir nada. Se le hizo un nudo la garganta. Era Hugo, siempre lo había querido. Era su amigo. Cuando necesitaba que le alegraran el día, siempre estaba él. Y ahora se iba, por ella. ¿Qué podía hacer?

—No te vayas, Hugo, por favor. Quédate, lo arreglaremos...-dijo mientras se le escapaban las lagrimas.

—No llores, no me lo hagas más difícil. ¿No lo entiendes? ¡Te amo!-dijo cogiéndola de los brazos y acercándose más a ella.-Te amo, Raquel, y no sé si podré amar a alguien tanto como a ti.

—Hugo yo...-dijo llorando.

—No digas nada...-dijo Hugo acariciándole con su dedo los suaves labios.-Lo mejor para los dos es que estemos separados.-dijo mientras se acercaba cada vez más.

Hugo la besó en los labios. Iba a ser su primer y último beso, y puso todo su alma y su corazón en él. La estrechó contra su cuerpo y le acarició la nuca suavemente. Raquel intentó soltarse, pero no pudo. Hugo era más fuerte.

—Adiós Raquel...-dijo Hugo separándose de ella.-me llevo éste bonito recuerdo conmigo... Te quiero.

Hugo se acercó a Raquel y le dio un último y tierno beso en los labios y se marchó.

—Hugo... —susurró Raquel, tocándose los labios, mientras las lágrimas bajaban por sus mejillas.