CAPÍTULO 3. LA CITA

A la mañana siguiente, Raquel se levantó temprano y salió de su casa con mucha prisa. Había quedado con un proveedor en su almacén. Tenía que encontrar la mejor decoración para la fiesta. Le divertía mucho trabajar en el hotel. Para ser sincera consigo misma, le gustaba más éste trabajo que el del periódico. Quiso hacer algo distinto, quería saber si valía por sí misma, no por ser la hija del señor Santamaría. Eligió el periodismo como vía de escape. Pero ahora, con el paso del tiempo, se había dado cuenta de su equivocación. Estaba a gusto trabajando con sus hermanos y su padre. Además, ya había demostrado que valía por ella misma, era una tontería alargar más la farsa. Cuando pudiera, hablaría con su padre. Sabía que se iba a poner muy contento, pues su sueño era tener a sus tres hijos junto a él al frente del negocio. En cuanto se lo contara a su padre, hablaría con su jefe en el periódico y le presentaría su renuncia lo antes posible.

Raquel se sentía feliz al tomar esa decisión. Se había dado cuenta de que lo tenía todo: un trabajo que le encantaba, un padre y dos hermanos a los que adoraba y un chico al que acababa de conocer que le gustaba mucho y temía poder llegar a enamorarse de él. Al recordar a Ian no pudo disimular una sonrisa. Algo había en él que le atraía mucho y no iba a desperdiciar la oportunidad que tenía para averiguar que era, desde que lo vio aparecer en el hotel no dejó ni un instante de pensar en él, se armó de valor y cogió su teléfono móvil y marcó el número de Ian.

—¡Hola!-dijo Ian desde el otro lado del teléfono.-Justo ahora estaba pensando en ti...

—¿Ah, sí? Qué casualidad, yo también...-dijo feliz de escucharle.— ¿Quedamos esta tarde? ¿Te viene bien? —Sí, esta tarde no tengo nada previsto. Sobre las cinco de la tarde estoy libre...

—¡Perfecto! Había pensado en invitarte a mi casa: esta tarde no habrá nadie allí, y podríamos pasar la tarde en la piscina. ¿Qué te parece?

—Me encanta la idea. ¿Cómo quedamos?

—Te recojo en el hotel y nos vamos en mi coche. ¿A las cinco entonces?

—¡Ahí estaré!-exclamó.

Colgó el teléfono y sus ojos se iluminaron con las posibilidades de aquella tarde.

La mañana se le pasó deprisa. Ya disponía de todo lo necesario para la fiesta, lo único que le quedaba era preguntar a sus hermanos si ya lo habían preparado todo. Desde el lunes no los había visto, y ya era miércoles. Sólo quedaba tres días. Lo tenía todo encargado, había quedado con los proveedores para que le hicieran llegar todo lo que había comprado al hotel el viernes, para tener tiempo de sobra de montarlo y prepararlo.

Salió pronto de los almacenes y decidió pasar por un supermercado cercano y comprar algún tipo de aperitivo. Casi todo lo que había en su casa era demasiado refinado. Su madre obligaba a comprar esas cosas a la sirvienta, para posibles visitas de sus amistades. Llevó la pequeña compra a su casa. Se puso un bikini de estampado azul y blanco, y encima un vestido de lycra de color azul celeste. Cogió el coche y se fue al hotel. Ahí estaba él, con una camiseta negra entallada, que dejaban entrever su torso musculoso y unos pantalones cortos en color verde, esperándola en la puerta de entrada. Al verla se subió al coche.

—Hola-dijo Ian mientras cerraba la puerta del copiloto.

—Hola Ian. ¿Qué tal la mañana?-preguntó mientras ponía en marcha el coche.

—Con mucho trajín, acabo de llegar hace unos minutos. Me ha dado el tiempo justo de ponerme un bañador y bajar a esperarte.

—¿Tienes que volver a Madrid muy pronto?

—Bueno, tengo que volver el viernes de la semana próxima...-hizo una pequeña pausa —pero puedo volver el domingo-dijo sonriendo. Raquel también sonrió.

—Mira, ya estamos. Ésa es mi casa.-indicó mientras entraba su flamante coche rojo, en la gran propiedad de los Santamaría.

La construcción era impresionante, tenía una parcela de 3.000 m2. Su casa de estilo atemporal se componía de tres alturas, una piscina de 50 m2 y una casita de piscina de unos 200 m2. Todo era verde: el césped, los arboles, las palmeras... y contrarrestaba con el color blanco de los edificios. Ian se quedó fascinado. Era una casa de ensueño, de las que se ven en las revistas de decoración. Estaba acostumbrado a ver casas lujosas, pues él vivía en la urbanización de La Moraleja, en Madrid, pero esa casa era descomunal.

Raquel aparcó el coche en el garaje y se bajaron de él.

—Tienes una casa maravillosa.-dijo Ian, mientras salían del garaje.

—Gracias. Mi padre la hizo construir cuando conoció a mi madre, hace ya 35 años.

Raquel dirigió a Ian hacia la piscina, que se encontraba a la izquierda del garaje. Entraron en la casita de madera que había junto a ella.

—He comprado algo para comer. Ayúdame a coger esto —dijo dándole a Ian una bolsa con todo tipo de snacks salados.-Vamos a fuera, estaremos mejor dentro del agua. Hoy hace un calor agobiante. Además, me abre el apetito nadar un rato.-dijo mientras cogía una coqueta nevera portátil con bebida fresca.

En la piscina dejaron cerca de una sombrilla todas sus provisiones. Raquel se quitó el vestido, y se zambulló grácilmente en el agua cristalina. Ian no pudo apartar la mirada de aquella chica tan peculiar, tan hermosa y con esas largas piernas bien torneadas. Cuando la vio detrás de la recepción le hechizaron sus ojos, se sentía muy afortunado de estar aquella tarde con ella. La siguió con la mirada hasta que ella llegó al otro extremo de la piscina. Entonces se quitó la camiseta y también se tiró al agua. Llegó al lado de Raquel en un santiamén. Estuvieron nadando uno junto al otro y divirtiéndose echando carreras, a ver quien llegaba antes hasta el otro extremo de la alargada piscina. Estaba bastante reñido, pues los dos nadaban muy bien.

Raquel estaba agotada. Se fue hacia la escalinata y se apoyó en uno de los peldaños que subían a la superficie. Ian la imitó.

—Eres increíble.-dijo Ian mientras le apartaba un mechón de su cabello de la cara.-Me gustas mucho, Raquel.

Ian se acercaba cada vez más y Raquel notaba el calor de su cuerpo, la mirada de deseo que él desprendía mientras sus labios buscaban los de ella. Se besaron ardientemente. Raquel lo cogió apasionadamente por la nuca y se acomodó a su cuerpo musculoso. Ian la abrazó por la cintura y la estrechaba cada vez con más fuerza. Se fundieron en un primer beso inolvidable.

—¡¡RAQUEL!!-gritó Hugo al ver la escena que tenía delante de él...

Hugo estaba fuera de sí, no podía creer lo que estaba viendo. Su amada besando a otro. Tenía que besarle a él, no a ése. Había salido antes del trabajo para verla, para estar un rato con ella a solas... Sabía que todas las tardes nadaba en aquella piscina, siempre a la misma hora. Por eso se acercó a su casa. Hugo había soñado tantas veces con el roce de los labios de Raquel, que no podía creer que aquel tipo, al que no conocía de nada, le estuviera robando lo que él tanto anhelaba. Él que tantas oportunidades había tenido para dejarse llevar y besarla y amarla pero se había tenido que frenar para no asustarla, para que no pensara que se había vuelto loco. Aunque si lo pensaba bien sí estaba loco, pero por ella. Adoraba todo en ella. Cuando reía su rostro resplandecía, cuando se sentía feliz y bailaba por la casa, cuando le regañaba por ser tan descuidado y loco, cuando lo abrazaba, cuando usaba esa ironía suya tan característica... Era una lista interminable. Hugo sabía que podía resumir en unas pocas palabras todo aquello: Raquel era la mujer de su vida y lucharía por ella.

—¡Hugo!-dijo sorprendida y un poco ruborizada.— ¿Qué haces en casa?

—Venía a verte —dijo fulminando con la mirada a Ian que aún se encontraba demasiado cerca de Raquel, tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no coger a ese chico que le miraba confuso y sacarlo de una patada de su casa.

—¡Ah! Pero es que hoy estoy con un amigo. Anda, hermanito, sé bueno y déjanos solos, ¿vale? Ya hablaremos en otro momento.-dijo sonriente.

—¿Hermanito?-ironizó Hugo. Su mente se nubló al escuchar esa palabra que tantas veces se había repetido para poder olvidarla y no sentir ese amor por ella. —¡Yo no soy tu hermanito!— gritó enfadado liberándose al fin.

—¿Qué estás diciendo Hugo?-preguntó extrañada Raquel.

—¡Eres adoptada!-dijo enojado, diciendo cada palabra con gran rabia, se había cansado de fingir, ver a Raquel con otro chico fue la gota que colmó el vaso.

—¡¿Qué?! ¿Pero qué estás diciendo?-dijo aturdida.

Salió a toda prisa de la piscina, para poder hablar mejor con Hugo. Ian se quedó dentro del agua, sin hacer ruido, limitándose a escuchar lo que pasaba en aquel jardín.

—Lo que oyes... Yo no soy tu verdadero hermano. ¡Tú no eres una Santamaría!-dijo alterado.

—Soy adoptada...-susurró. —¿Por qué papá no me lo ha contado antes?

—Creía que te irías al saberlo...-dijo un poco más sosegado al ver la cara de confusión que tenía Raquel.

—Irme...-murmuró pasmada por la noticia.

—Raquel...-dijo cogiéndole la mano. —Yo... lo siento mucho.-dijo mirando a las manos entrelazadas, avergonzado por su actitud.-No tenias que haberte enterado así, pero al verte con ese chico.-dijo señalándo con la cabeza a Ian.-Me he vuelto loco de celos. Y no he podido pensar... Sólo quería que te dejara de besar y...

—¿Celos?-musitó paralizada.

—Raquel... yo te amo.-dijo mirando a esos ojos verdes que tanto adoraba por los que estaba dispuesto a entregar su vida.

Lo miró a los ojos sorprendida, mientras le soltaba la mano. En su cara reflejaba su confusión.

—Te amo desde hace dos años, dos interminables años. Intentando no quererte y sin conseguirlo pues cada vez te amaba más y más. A veces pienso que es desde siempre que albergo este amor. ¡Estoy loco por ti! Sé que serias feliz conmigo, estoy completamente seguro... No me mires así, por favor, desde muy pequeños sabíamos que eras adoptada, tanto Roberto como yo.

—¿Lo sabíais? —susurró, casi no podía hablar, notaba un nudo en la garganta que a cada segundo crecía más.

—Sí, nuestro padre nos hizo prometer que nunca te desvelaríamos el secreto, pero...

—¡Hugo! No, no me digas nada más. Ahora mismo no sé qué decir. Esto es muy repentino, yo solo necesito respuestas... Tengo que hablar con papá. No puede quedarse así.

—De acuerdo, te esperaré para hablar contigo a solas...-dijo volviendo a mirar de reojo a Ian.

Pero no le escuchó. Estaba nerviosa, tenía que volver al hotel lo antes posible. Y su cita con Ian tenía que terminar ahora mismo, pues ella necesitaba aclarar todo esto.

—Ian, lo siento. Te llevo al hotel, tengo que hablar con mi... padre.-dijo Raquel mientras se ponía el vestido encima del bikini mojado.

El trayecto en coche hacia el hotel fue silencioso. Raquel no podía aún articular palabra, sólo tenía en mente llegar lo antes posible, para conversar con su padre. Ian se mantuvo en silencio, la veía muy desconcertada, y sabía que cuando se aclarase hablaría con él. No debía presionarla en aquel momento.

Llegaron y bajó del vehículo rápidamente. Se fue directamente hasta el despacho de su padre y abrió la puerta sin llamar.

—¡Papá!-exclamó nerviosa.

—¿Qué te ocurre?-preguntó preocupado al ver el aspecto desaliñado que llevaba. Tenía el vestido mojado del bikini, y el cabello alborotado.

—Hugo me acaba de decir que soy adoptada.

—¡¿Cómo?! —exclamó sorprendido.-Madre mía... ven siéntate a mi lado.-se levantó y se dirigió al sofá de tres plazas que tenía en su despacho.-Hija, lo siento mucho. Te lo quería contar yo... ¿Cómo estás?-preguntó cogiéndole la mano.

—Me siento engañada... ¿Por qué no me lo has contado antes? Es una cosa que debía de saber, ya no soy una niña.

—Lo sé, pero tenía miedo de perderte. Raquel eres mi hija, aunque no llevemos la misma sangre.-dijo abatido.-Supongo que Hugo no te ha contado la historia.-Raquel negó con la cabeza.-Hace 25 años te encontré en el hall de este mismo hotel. Estabas detrás de un sofá, te habían puesto dentro de una canastilla de mimbre. Fui yo quien te encontró, pasé por ahí por casualidad y te oí llorar. Te cogí en brazos para tranquilizarte y al cogerte, vi una nota. La nota estaba escrita a lápiz y ponía: “Se llama Raquel. Nació el 21 de Enero. Por favor, cuiden de ella porque yo no puedo.”-Raquel se puso a llorar, la habían abandonado, le resultó duro escuchar esas palabras.-Mi primer pensamiento fue en llevarte a un centro de acogida, para que alguna familia te adoptara. Pero al verte la cara ya no pude separarme de ti. Creí que era una señal, el encontrarte yo y no un empleado, y por eso te adopté como mi hija. Hice todo lo necesario para que fueras una Santamaría. No me arrepiento, Raquel, eres lo mejor que me ha pasado en ésta vida, junto a tus hermanos.-se abrazaron los dos con los ojos llenos de lágrimas.-Lo siento mucho, pero no sé nada más...

—Gracias papá por haberme acogido. No puedo imaginar a un padre mejor que tú...-dijo mientras se tranquilizaba.— ¿Es por eso que mamá no me quiere?

—Tu madre es muy terca, ya lo sabes. Ella no quería tener más hijos. Cuando llegué ese día contigo en brazos, se volvió loca. Decía que con dos hijos ya era suficiente, que tenía que dejar que otra familia te adoptara... Pero no pude apartarme de ti. Date cuenta de una cosa: tu madre siempre ha conseguido todo lo que ha querido de mí. Tú eres su mayor fracaso. No consiguió hacerme cambiar de idea.

—Vaya...-suspiró.

—Y... ¿te ha contado algo más Hugo?

—Sí, que está enamorado de mí...-dijo con un hilo de voz aún sorprendida por la revelación.

—Ya veo... ¿Cómo te encuentras?-preguntó inquieto.

—La verdad es que todo parece un mal sueño... Ésta mañana todo era perfecto y en cuestión de minutos todo se ha ido al traste. Me siento rara, muy confundida por todo.

—Es normal que te sientas así, cariño. Lo que necesitas es poner en orden tus pensamientos.-dijo aliviado al ver la reacción tan buena que tuvo Raquel al conocer la verdad. Él creía que saldría corriendo de sus vidas.

—Sí...Necesito estar sola, recapacitar... Pero no puedo volver a casa, pues Hugo me está esperando para hablar de lo ocurrido. Y no puedo, papá. Aún no puedo hablar con él, no sé qué decirle. No sé lo que él quiere oír de mis labios. Para mí siempre ha sido mi hermano, no sé qué pretende... Todavía estoy asimilando todo esto y no puedo centrarme en una respuesta que no le haga daño.

—Haz una cosa, cógete una habitación del hotel y quédate el tiempo que te haga falta. Yo iré a casa y te recogeré algo de ropa y tus enseres.

—Me parece una buena idea. Gracias papá. Te quiero mucho.-Raquel le dio un tierno beso en la mejilla.-No tenías que haber temido tanto el contármelo. Lo único que me duele es que no me lo contaras antes, sigo siendo la misma...

—Lo sé... Lo siento, de verdad. Pero que no se te olvide nunca: te quiero mucho. Eres mi hija y siempre lo serás...

—No se me olvidará, pero me tienes que prometer que no habrá más mentiras.

—Nunca más, te lo prometo, hija mía.

—Bueno me voy, necesito reflexionar...

—Descansa, nos veremos mañana por la mañana.-dijo mientras la veía salir por la puerta de su despacho y la tranquilidad invadía su despacho. La había juzgado mal. Era la mejor hija que un padre podría tener. La adoraba.

Raquel se fue hacia el ascensor y subió a la tercera planta. Se dirigió a la habitación de Ian, llamó a la puerta y éste abrió. Sin decir palabra, entró en la habitación y se sentaron en un pequeño sofá de dos plazas.

—¿Qué tal estás?-preguntó Ian.

—He estado mejor.-dijo guiñándole un ojo.-No sé, me encuentro extraña... Toda mi vida he estado engañada... Pero no puedo culpar a mi padre: me acogió y me hizo un hueco en su familia. Me crió como si fuera su hija. —dijo apenada.

—Raquel, lo eres. ¡Qué más da que seas adoptada! Él te ha criado, ha estado contigo cuando tú lo has necesitado. Te ha querido como quiere a sus hijos.

—Lo sé. Por eso no me he podido enfadar con él. Miguel me lo ha dado todo, qué más da quien me haya dado la vida.

—¿Qué vas a hacer ahora? ¿Vas a buscar a tus padres biológicos?

—No, ellos en 25 años no se han preocupado en encontrarme, ¿Para qué esforzarme yo en buscarlos? Ellos me abandonaron...

—Y, con tu hermano, ¿Qué vas a hacer?

—Con Hugo... No lo sé, Ian... Siempre lo he visto como a mi hermano, es muy difícil verlo ahora de otra forma distinta. Pero tampoco quiero hacerle daño...

—Él estará esperando a que llegues...

—Me voy a quedar unos días en el hotel a dormir, no puedo hablar con él ahora, compréndeme. Necesito asimilar todo esto.

—Raquel, vente conmigo a Madrid.-dijo con decisión.-Necesitas un cambio de aires. Piensa que son unas pequeñas vacaciones... Nos podríamos ir antes, no me hace falta estar toda la semana que viene. Podría tener las gestiones terminadas en un par de días. Y nos podríamos ir juntos.-dijo mientras le cogía de la mano.

—No sé, Ian... Deja que lo piense, ¿vale? Aunque la idea suena fenomenal. Pero no me puedo ir antes del sábado. El sábado es la fiesta y quiero que salga todo perfecto. He trabajado duro para ello.

—De acuerdo, saldríamos el domingo. Consúltalo con la almohada, ¿vale? Me puedes responder cuando quieras, incluso el mismo domingo.-dijo ilusionado ante la idea de tenerla a su lado.

—Gracias Ian, de verdad. Ya te diré algo. Ahora me voy a ir a mi habitación. Necesito estar sola. Ya te llamo, ¿de acuerdo?-dijo mientras se dirigía a la puerta.

—Cuando tú quieras a la hora que quieras. Me tienes aquí para lo que necesites. — Ian le dio un abrazo.— Cuídate.

Bajó a la recepción y cogió la llave de una habitación. Subió de nuevo en el elevador y llegó a la séptima planta, donde se encontraba el cuarto. Al salir del ascensor se encontró con Roberto, que estaba ahí para supervisar un encargo que le había hecho a una empresa de decoración.

—¡Hola Raquel! Chica, ¿dónde te metes? Hace unos días que no se te ve el pelo.-dijo acercándose a ella.

—Ya ves, trabajando...-susurró sin levantar siquiera la mirada de sus manos, que aferraban la llave.

—¿Te ocurre algo?-preguntó preocupado.

Al escuchar a Roberto, rompió a llorar, sacando toda la frustración que tenía dentro. Él la abrazó fuerte. Se sentía segura en sus brazos.

—Shhh... Ya está... tranquilízate... todo se arreglará.-susurró Roberto sin dejarla de abrazar.

Roberto vio la llave que llevaba en su mano, la cogió y abrió la puerta de la habitación. Entraron abrazados, se sentaron en la cama, y dejó que Raquel se desahogara. No podía articular palabra: sólo necesitaba llorar.

Roberto se imaginó lo que la angustiaba. Se imaginó que ya debía de saber la verdad y, por lo tanto, no le preguntó nada. Sólo estuvo ahí, abrazándola, acariciándole la espalda, diciéndole que todo saldría bien, que él estaba con ella, que siempre estaría a su lado.

Cuando ya hubo derramado todas las lágrimas que podía tener, Raquel se quedó dormida abatida, pues había sido un día muy largo. Había comenzado la mañana de una forma espectacular. Se había armado de valor y había llamado a Ian para poder estar con él a solas en su casa. Cuando creía que no podía ser más feliz, estando en los brazos de ese maravilloso chico, besando aquellos labios carnosos y sensuales, llegó Hugo. Pensó en lo inoportuno que fue éste. ¡Ya podía haber elegido otro día para contarle la gran verdad...! Le desveló el secreto que haría que su vida diera un giro de 180º, que se tambaleara y que ni siquiera se reconociera. Estaba exhausta de tanto llorar y de pensar en lo acontecido. Le dolían los ojos y casi no los podía mantener abiertos. Se sentía cómoda y protegida en brazos de Roberto, siempre podía contar con él. Lo quería tanto...

Roberto la acomodó en la cama y con mucho cuidado salió de la habitación para no despertarla. Antes de irse dejó una nota en la almohada, donde le decía que descansara y que al día siguiente iría a verla. La dejó descansar. Antes de cerrar la puerta la observó un instante más. Aún llevaba el vestido de lycra que ya se le había secado, el pelo lo tenía todo alborotado y los ojos estaban hinchados de llorar. Aun así, Roberto pensó en lo preciosa que se veía en aquel momento. Odiaba verla sufrir, no le gustaba que de sus increíbles ojos verdes se escapara ni una sola lágrima, ella se merecía ser feliz y él le ayudaría a serlo. Se fue a hablar con su padre: quería saber qué había ocurrido para que Raquel estuviera tan triste, aunque lo suponía. Se fijó en la hora que era, y se fue hacia su casa, su padre ya estaría allí.