Y aquí estamos de nuevo, en el campo de los Tiburones Azules, donde comenzó nuestra historia. ¿Te acuerdas de la final que perdieron contra los temibles Diablos Rojos?
Como ves, en las gradas vuelven a estar los padres y amigos de los antiguos compañeros de equipo de Tomás, incluida la señora del sombrerete blanco que se había peleado con el entrenador Charli. Hay muchos, pero, en cuanto entran al campo los dos equipos, es como si desaparecieran de golpe, porque el padre de João y sus amigos brasileños se ponen a tocar el tambor, a cantar y a bailar. Y de repente parece que empiece el carnaval más alegre y ruidoso del mundo… Un carnaval amarillo, porque todos llevan puesta la camiseta de la selección brasileña.
Los equipos están alineados en el centro del campo, el árbitro pita, y los chicos levantan los brazos para saludar a los espectadores.
En ese momento, Tomi mira a lo lejos a la grada, mueve los ojos, nervioso, y acaba encontrando lo que buscaba: Eva, una manchita rosa que levanta el brazo de Socorro para responder al saludo de los jugadores. ¡Un esqueleto también hará de hincha de los Cebolletas!
Unos nubarrones negros y agoreros tapan el cielo. El árbitro llama a los dos capitanes al centro del campo y, antes de tirar una moneda al aire, les hace escoger:
—¿Cara o cruz?
Gana Pedro, que ha escogido cruz, de modo que serán los Tiburones los que hagan el saque inicial. Los dos capitanes se estrechan la mano.
—Nos encanta comer cebolletas… —Pedro sonríe.
—Cuidado. Las cebolletas hacen llorar —replica Tomi, muy serio.
El árbitro pita el comienzo del partido.
Champignon mira el reloj: no ha pasado ni un minuto y los Cebolletas ya han encajado un gol.
—Como aperitivo no está mal… —murmura el cocinero a Cazo, que duerme en el banquillo, cerca de Dani.
Fidu está en el suelo, desconsolado: se ha tirado, pero no ha servido de nada.
—No importa, acabamos de empezar. ¡Ánimo! —lo alienta Augusto, que se ha puesto a su espalda, detrás de la portería, para darle algunos consejos.
Los hinchas de los Tiburones aplauden.
Tomás va a recoger la pelota al fondo de la red y, mientras se la lleva al centro del campo, dice a sus compañeros:
—No ha pasado nada. ¡Ánimo, ahora es cuando empieza el partido!
¡Nico debe decidir si pasar la pelota a la derecha o la izquierda, pero Becan y João están bajo el marcaje de sus defensas. «Quizá sea mejor un pase al centro, hacia Tomi, tan preciso como los de la olla», piensa.
Pero un partido no es un entrenamiento. Hay mucho menos tiempo para pensar. Además, a Nico le pesan las piernas, como si alguien se las hubiera rellenado de hierro. Es la emoción de jugar el primer partido de verdad en su vida, en un equipo de verdad, con un árbitro de carne y hueso, delante de un público de carne… y ¡hueso!
Se pone a llover. Primero un goterón, luego dos y al final cae sobre el campo un gran diluvio, muy parecido al resultado del partido que se está disputando: un gol, dos y luego vendrán otros tres. La primera parte acaba con el resultado de 5-0. Un diluvio de goles en la portería del pobre Fidu.
Tomi sabía que los Tiburones eran mucho más fuertes, pero no esperaba hacer semejante papelón. En toda la primera parte no ha disparado una sola vez a puerta. Ha perseguido el balón en vano, ha bajado a menudo a defender para ayudar a sus compañeros, pero no ha habido nada que hacer. Nico está demasiado nervioso y tiene delante de él a un número 10 más poderoso y experimentado. Y, sin los pases de Nico, Becan y João no consiguen explotar su velocidad.
También Fidu parece demasiado tenso. Después de los dos primeros goles se ha hecho un lío. El cuarto gol, una falta muy lejana sacada por César, se le ha colado entre las piernas, lo que ha provocado una carcajada del público. Augusto le ha recordado: «¡La rodilla! ¡No has puesto la rodilla en el suelo antes de atrapar el balón!».
Al portero le habría gustado que se lo tragara la tierra, de tan avergonzado como estaba.
Solo las gemelas han luchado bien. De momento han sido las que mejor han jugado. No han podido evitar los cinco goles, pero sin su intervención habrían entrado tres o cuatro más. Lara y Sara han despejado balones con la cabeza y los pies y se han adelantado siempre a Pedro, que de hecho no ha marcado un solo gol.
La señora Sofía incluso le ha susurrado a la madre de Tomi:
—A lo mejor tengo que prestar más bailarinas a mi marido…
La madre de Tomi le ha contestado con una sonrisa, pero está preocupada, porque sabe en qué está pensando su hijo. Y sabe que debe de sentirse fatal.
«No es culpa de Fidu ni de Nico —piensa Tomi pesaroso mientras se dirige al vestuario—. Es culpa mía, por haber organizado este partido demasiado pronto, contra adversarios demasiado buenos. He obligado a mis amigos a hacer este ridículo. La culpa es toda mía. Soy un estúpido.»
Anda con la cabeza gacha. No tiene valor para mirar a la grada. ¿Qué podría hacer ante una sonrisa de Eva?
También se siente culpable con respecto a los brasileños, que le ofrecieron una limonada fría en el parque del Retiro, le dieron la bienvenida como si fuera un viejo amigo, y han cantado y animado a su equipo durante toda la primera parte. Si lo hubieran sabido antes, probablemente no habrían dejado que João jugara en un equipo de tan poco nivel…
Se siente tan culpable que no responde siquiera a sus antiguos compañeros de los Tiburones cuando le toman el pelo. Le parece un castigo justo. Merecido.
—En la segunda parte podrías dejar jugar al esqueleto que hay en la grada —bromea Pedro—. Parece mucho más vivo que vosotros…
—Yo creo que se ha muerto de risa en la primera parte, al ver el cuarto gol… —añade César con una carcajada.
A Tomás le gustaría salir corriendo hasta el estanque del parque para dar de comer a los peces… Por primera vez piensa que no habría tenido que dejar los Tiburones y formar un nuevo equipo.
Incluso el padre de Pedro se hace el gracioso con Champignon.
—Si quieres, damos por acabado el partido. Con la excusa de la tormenta lo suspendemos y así evitáis una derrota demasiado abultada…
El cocinero responde con una sonrisa.
—No te preocupes. En la cocina mi especialidad son los segundos platos. Verás cómo en la segunda parte os cocinamos una gran sorpresa.
Gaston Champignon entra silbando en el vestuario con Cazo bajo un brazo y se topa con sus chicos sentados en los bancos con la cabeza gacha.
—¿A qué se deben estas caras tan tristes? —pregunta.
—Nos han metido cinco goles, míster —contesta Sara.
—Me divertía más bailar sobre la punta de los pies —añade Lara, desconsolada.
—¡Eso es! —exclama el cocinero—. Ese ha sido vuestro único error en la primera parte: no os habéis divertido. Os habéis asustado por todos los balones que entraban en la portería y no habéis pensado más que en el resultado. ¡Es un error! ¡Un grave error! Estamos aquí ante todo para divertirnos. Y hoy es un día espléndido para hacerlo. Con tanta lluvia, en la segunda parte habrá unos charcos fantásticos. ¿Hay algo más divertido que tirarse a un charco? Becan, ¿es más divertido ensuciarse con barro o limpiar cristales?
Becan sonríe.
—Fidu, ¿has visto peleas de lucha libre en el barro? —pregunta Champignon.
—Son un auténtico espectáculo —responde Fidu con un hilo de voz.
—Y entonces, ¿por qué te has tirado tan poco al suelo? Has hecho de portero serio y te has olvidado de que eres un gran luchador. —El cocinero le enseña el balón—: Este es el contrincante que te ha tirado cinco veces al suelo. ¿Y le has dejado hacerlo? ¿No te acuerdas de cómo lo derribabas en el patio de mi restaurante? ¡Mira con qué satisfacción sonríe ahora! No te he oído soltar un solo grito.
Champignon restriega el balón contra su chándal, lo limpia de tierra, se saca del bolsillo un rotulador y pinta sobre la pelota del partido dos ojos, uno de ellos con un parche, una nariz y una boca sonriente.
—¿Ves cómo te toma el pelo? ¿Dejarás que te lo tome también en la segunda parte? —pregunta el cocinero, que lanza la pelota a Fidu, quien la atrapa, se la acerca a la nariz y la mira con seriedad, como si estuviera mirando a los ojos a un adversario en el ring.
—¡Pirata, no volverás a entrar en mi portería aunque te dispare el capitán Garfio de un cañonazo! —exclama.
—¡Así te quiero ver, Fidu! —celebra el entrenador—. Aunque te metan más goles, no pasa nada… Es más, viendo el balón que se te ha colado entre las piernas también yo me he divertido…
Becan suelta una risotada y da un golpe en el hombro a Fidu.
—Yo lo único que quiero es que te diviertas y que juegues con pasión. Quiero verte gritar y sonreír. Y eso vale para todos, chicos. No estamos en el cole, aquí no hay aprobados ni suspensos, buenos ni malos. Nico, sé en qué has pensado durante toda la primera parte: «El número 10 de los Tiburones es mucho mejor que yo». ¿No es cierto?
Nico, que se está secando las gafas, asiente.
—Es verdad, ese 10 es muy bueno y además es más grande que tú. Pero ¿estás seguro de que habría podido dar de lleno a la olla como hiciste tú el otro día?
—El míster tiene razón —dice Sara a Nico—. Tienes unos pies de poeta. ¡Úsalos sin miedo, puñetas!
Nico se vuelve a poner las gafas con una sonrisa de orgullo.
—En lugar de preocuparnos por lo buenos que son, demostrémosles que nosotros tampoco somos del todo malos. Y, sobre todo, que vean que somos un equipo. ¿Os acordáis de lo que os dije ayer? Quiero una flor, no pétalos sueltos. Hasta ahora solo he visto pétalos. Cada uno ha tratado de desempeñar su función lo mejor posible y se ha esforzado, pero no he visto a nadie correr a ayudar a un compañero con problemas, no he oído palabras de aliento, consejos… En la primera parte habéis sido siete pétalos, en la segunda quiero ver una sola flor. ¡Poned una mano encima de la mía!
Champignon alarga el brazo hacia Tomi.
El capitán mira a su entrenador y coloca la mano encima de la suya. Luego se acercan Fidu, Sara, Lara, Nico, João, Becan y Dani, que completan la piña de manos.
—Antes, nuestras manos eran pétalos, ahora son una sola flor —insiste Champignon—. Contestad: ¿los Cebollitas son pétalos o una flor?
—Una flor —contestan a coro los chicos.
—Más fuerte, no he oído bien… ¿Somos pétalos o una flor?
—¡¡¡Una flor!!! —gritan los chicos.
—Más fuerte, tenéis que conseguir despertar a este dormilón de Cazo. ¿Somos pétalos o una flor?
—¡¡¡Una flor!!! —se desgañitan los chicos, sonriendo. Y finalmente el gato que lleva en brazos Champignon abre los ojos y bosteza.
—Bien. Y ahora bebeos este exquisito té al jazmín que os he preparado y salid a divertiros. Recordad que quien se divierte siempre gana.
Tomás sale el último. El cocinero lo detiene y se agacha un poco para hablarle al oído:
—Mon capitaine, a mi mujer y a Eva les gusta el baile, como ya sabes. ¿Por qué no intentamos que se diviertan? Coge el balón y sal a bailar: ahí fuera, nadie lo hace mejor que tú.