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Han quedado en el aeropuerto de Barajas a las cinco de la tarde, tres horas antes de la salida del vuelo a Río de Janeiro.

Tomi lleva una pequeña mochila a la espalda, y su padre empuja un carrito en el que han colocado las maletas más pesadas.

La madre lleva en la mano el bolso con los billetes de avión y los pasaportes: es el miembro más de fiar de la familia, por lo que es preferible que sea ella la que se ocupe de la cosas importantes.

Su marido, como les sucede a menudo a los apasionados de la música, tiene la cabeza llena de pájaros. Sería capaz de perder los documentos y los billetes en un santiamén.

La madre mira en la pantalla de las facturaciones y anuncia:

—Mostrador 43.

En ese mostrador, los empleados verificarán los billetes, embarcarán el equipaje y les asignarán sus asientos en el avión.

Delante del mostrador 43 ya están esperando Nico, Fidu, Dani y Becan, con sus padres. Los chicos se saludan y empiezan a comparar lo que han metido en sus maletas.

Fidu hace una mueca como si acabara de probar un bocadillo de huevo podrido.

—¿Los deberes? Nico, ¿cómo se te ha podido ocurrir llevarte los deberes a Brasil?

Nico, un poco turbado, se dispone a farfullar una respuesta, pero le salva la exclamación de Dani:

—¡Aquí llegan las princesas!

Sara y Lara, con sus gafas de sol oscuras, por supuesto, están sentadas sobre una montaña de maletas apiladas en un carrito que empuja Augusto. Realmente parecen dos princesas sentadas en su trono.

—¡Hola, chicos! —saludan.

Todos miran asombrados la montaña de maletas.

—¿Vais de vacaciones o queréis mudaros a Río para siempre? —pregunta Tomi.

—¿Por qué? —responde Sara—. ¿Por este par de cosillas que nos llevamos?

—Estamos acostumbradas a cambiarnos de ropa tres o cuatro veces al día, sobre todo durante las vacaciones —explica Lara.

—Esperemos que no tengan que dejar en tierra los carros de comida para hacer sitio para vuestras maletas —masculla Fidu un poco preocupado—. Si durante las ocho horas de viaje no nos dan nada de comer, me convertiré en un caníbal… —Y finge que le pega un mordisco a Nico en la oreja.

Todos sueltan una carcajada, los niños y los padres.

Es la alegría que cunde cuando uno se va de vacaciones y desea que todo empiece lo antes posible.

El padre de Tomi repasa la situación:

—Así que João ya está en Brasil desde hace una semana con sus padres. Nos encontraremos con ellos en Río. Los demás Cebolletas están todos al completo. Solo faltan los señores Champignon.

—¡Ahí llegan! —grita Sara.

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EVA

El cocinero va empujando el carrito de las maletas, sobre el que ha colocado el saco de los balones de fútbol. Al lado de la señora Sofía camina una niña con el cabello recogido en la nuca que se parece muchísimo a Eva. Se le parece tanto que al final Tomi se convence: es Eva de verdad…

Mira a su alrededor, pero ninguno de sus amigos pone una cara de sorpresa como la suya. Más bien tienen todos una extraña sonrisita en los labios.

—Habías dicho que no venía… —le dice a Sara.

—Ha sido idea mía —explica Fidu—. Tú me has hecho la broma de los osos en Brasil, así que yo he decidido gastarte la de que Eva se iba a Italia: ¡empate a uno, capitán!

Eva llega junto a sus amigos, les saluda y le dedica a Tomás una sonrisa tan hermosa como la que él había visto en el espejo de la sala de baile.

El padre de Tomi susurra a la oreja de Lucía:

—Ya te había dicho que tu hijo se había quemado…

Todos se ponen en fila para facturar: enseñan sus documentos, entregan las maletas más pesadas, la guitarra de Dani, el saco de los balones, menos uno que ha cogido Tomi, y toman el billete sobre el que está indicado el número de su asiento en el avión. Es el momento de las despedidas.

Los padres que se quedan en España besan a sus hijos y no paran de darles consejos. Los señores Champignon y los padres de Tomi aseguran que les llamarán todos los días.

Antes de llegar a la zona de embarque, tienen que pasar por el control de equipajes de mano. Todos se quitan el reloj de pulsera y la cartera, se vacían los bolsillos y lo ponen todo en una bandeja que luego dejan sobre una cinta transportadora. Dejan también las mochilas sobre la cinta, que pasa por un pequeño túnel.

Es la primera vez que Fidu sube a un avión, y no parece nada tranquilo cuando ve sus cosas desaparecer por ese agujero negro. Ha dejado en la cinta su inseparable cadena. La que lleva siempre al cuello, como John Cena, el héroe de la lucha libre.

—Ahí debajo —le explica Nico— hay una cámara especial con la que se ven todos los objetos que hay dentro de las bolsas. Eso impide que alguien suba a bordo con algo peligroso, ¿sabes?

—¿Estás seguro de que esa cámara no me estropeará las galletas y los caramelos que llevo en la mochila?

—Tranquilo, Fidu, no es una incineradora…

Luego pasan todos por el detector de metales, una especie de marco de puerta que se pone a pitar si alguien lleva encima objetos metálicos. Lo hacen, por ejemplo, cuando pasa el padre de Tomi. Por eso el policía le dice que vuelva atrás y compruebe si lleva encima algo metálico.

—A lo mejor es mi diente de oro —responde, y se mete dos dedos en la boca—, pero me cuesta mucho desenroscarlo.

Champignon suelta una carcajada. La madre de Tomi querría desaparecer de pura vergüenza.

—Discúlpele —dice al policía—, mi marido tiene la mala costumbre de bromear…

—Pues yo no. Señor, desabróchese el cinturón y vuelva a pasar por el detector de metales sin él —replica el policía con severidad.

El padre de Tomi se quita el cinturón y lo deja sobre la cinta, vuelve a pasar bajo el arco, que esta vez no suena, se pone de nuevo el cinturón y se aleja deprisa pero sin dejar de bromear.

Champignon lee en el tablón de las salidas el número de la puerta de embarque del vuelo para Río de Janeiro.

—A 21. Tenemos que ir a la puerta A 21. Por ahí, chicos…

Todos echan a andar detrás del cocinero. Tomi lleva el balón bajo el brazo. De vez en cuando lo lanza al aire y pelotea unos metros con la cabeza, asegurándose de que Eva lo esté mirando.

Nico observa con admiración a su capitán. Es el más entusiasta del grupo.

—¡Parecemos un equipo de verdad que va a jugar a casa de un adversario importante!

Al llegar ante la puerta de embarque, Fidu saca un cómic de su mochila y se pone a leerlo sobre una butaquita, mientras mordisquea unas galletas.

Todavía es pronto, falta una hora para la salida del vuelo hacia Río de Janeiro.

La madre de Tomi y la señora Sofía van a las tiendas del aeropuerto a curiosear. Gaston busca un quiosco para comprar un periódico que leer en el avión.

Nico hojea la guía de Río de Janeiro. Siempre le gusta estar preparado, tanto en clase como en vacaciones.

Tomi y Eva observan los nombres de las ciudades en el tablón de las salidas y juegan a escoger adónde querrían volar: París, Nueva York, Maldivas…

De repente, Lara mira el balón y tiene una idea.