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Ante la ventana de su habitación del hotel, Tomi parece un niño goloso delante de una pastelería. Sonríe con los ojos abiertos de par en par, admirando la hermosísima playa de Copacabana, la más famosa de Río de Janeiro. Hace un día espléndido, y ya hay mucha gente tumbada sobre la arena blanca. Unos juegan a boleibol, otros cabalgan por encima de las largas olas con una tabla de surf. Un espectáculo que provoca muchas ganas de salir al capitán de los Cebolletas.

—¡Despertaos, vagos, que nos está esperando el mar! —grita.

—Que espere, de todas formas no se va a ir… —responde Fidu, tapándose la cabeza con la almohada.

Los chicos del equipo han dormido en la misma habitación, que tiene dos literas y una cama individual. Fidu quería dormir arriba a toda costa, pero nadie confiaba en dormir debajo de él.

—Si te cargas el somier y te me caes encima, hará falta una grúa para sacarme… —se negó Nico.

Así que tuvo que resignarse a dormir en la cama de abajo, con Nico encima, que pesa como una pluma. Tomi y Becan ocuparon la otra litera, mientras que Dani se tumbó en el plegatín individual, la cama más larga, la única en la que cabían sus piernas de jirafa.

Aparte de Nico, quien responde de inmediato a la llamada de su capitán, parece que esa mañana nadie tenga demasiadas ganas de levantarse.

—En situaciones como esta —dice Tomi a Nico—, no hay nada mejor que las cosquillas. Yo me ocupo del caso más difícil, tú encárgate de los otros dos…

Nico sonríe y se acerca silenciosamente al plegatín de Dani.

Tomi empieza a rascar los pies de Fidu, que se pone a pegar patadas al aire como un recién nacido en la cuna.

—¡Para, Tomi, ya sabemos que tienes prisa por volver a ver a Eva, pero déjame dormir!

—¿Cómo dices? —exclama el capitán, cogido por sorpresa—. ¡Atrévete a repetirlo si tienes valor!

—Todo el mundo sabe que estás enamorado perdido, como un corderito… Y, ya que me has tocado las narices, ¡te voy a asar como a un cordero! —Y, mientras lo dice, Fidu lanza un almohadazo a la cabeza de su capitán.

—¡Bien hecho, Fidu! —exclama Dani, encantado—. ¡Contra estos dos mosquitos tan molestos no queda más remedio que usar la fuerza! —Y lanza su almohada a la cara de Nico.

En unos segundos estalla una batalla y las almohadas empiezan a volar por la habitación como si fueran gaviotas. Una sale despedida hacia la puerta justo en el momento en que el señor Champignon la abre y exclama:

—¡De pie, Cebolletas, os está esperando João!

La almohada da de lleno en su gorro con forma de hongo, que acaba en el pasillo.

Todos sueltan una carcajada y la batalla acaba en ese mismo instante. En parte también porque el ejercicio les ha despertado el apetito y se mueren por un suculento desayuno.

Nada más salir del hotel, los chicos se encuentran con el Cebolleta que faltaba.

—¡João!

Se abrazan y luego vienen las presentaciones porque, además de João y su padre, hay un chico alto, con el pelo largo y una tabla de surf bajo el brazo.

—Os presento a mi primo Rogeiro, que juega al fútbol como Ronaldinho. Y que tiene los dientes casi como él…

Rogeiro sonríe mientras da la mano a todos.

—João siempre está exagerando… Bienvenidos a Brasil, colegas. Estoy seguro de que os vais a divertir.

—Empecemos enseguida —propone João—. ¡Todos a la playa!

En la playa, la madre de Tomi y la señora Sofía reparten cremas solares y consejos:

—Untaos bien, niños, porque aquí el sol quema más que en España y estáis de lo más blancos.

En efecto, los chicos miran a su alrededor y se sienten un poco incómodos al ver a toda la gente bronceada.

—Parecemos botellas de leche entre un montón de Coca-Cola —dice Dani.

Lara y Sara dan las gracias a la madre de Tomi, pero ya tienen su propia crema, que han sacado de su mochila rosa, y se untan una a la otra.

—¿Es una crema especial para princesas? —pregunta Fidu.

—Sí —contesta Sara—. ¿Quieres un poco? A lo mejor te conviertes de sapo en príncipe…

—¡Bien dicho, Lara! —interviene Nico, riendo.

—Soy Sara. ¿Te vas a confundir siempre? Yo tengo un lunar bajo el ojo derecho, mi gemela no. ¿No lo ves? —le informa Sara.

—Ya sé que la diferencia es el lunar, pero es tan pequeño que para distinguirlo necesitaría unas gafas —replica Nico levantando los brazos.

Sentado sobre la toalla de felpa, entre Sara y Lara, que le untan la crema principesca en los hombros, Nico es el número 10 más feliz del mundo.

Fidu agita la cabeza.

—¿Ponerme crema yo? Eso es cosa de niños… Me voy corriendo a batir las olas.

—Cuidado, Fidu —le advierte João—, el mar de aquí no es como el de España. ¡Hay olas muy grandes y corrientes peligrosas que te arrastran mar adentro!

Los chicos echan a correr hacia la orilla acompañados por el padre de Tomi, el cocinero y Augusto, que se ha puesto el traje de baño pero conserva su inseparable gorra de chófer.

Fidu no se detiene ni un momento: echa a correr hacia la primera ola que encuentra y se lanza contra ella soltando un alarido. Cuando sale a la superficie grita:

—¡Tira, capitán!

Tomi da un par de patadas al balón y lo dispara con fuerza hacia el portero, que se lanza a su derecha dando un gran salto y desaparece entre las olas.

Lara y Sara se acercan a él abalanzándose contra una ola con los pies por delante, como cuando se deslizan por el suelo para arrebatar la pelota a un atacante. Uno tras otro, todos los Cebolletas van entrando en el agua. Solo se queda fuera Eva.

—¿No te vienes? —le pregunta Tomi.

—Está fría —contesta la bailarina.

Rogeiro se ata al tobillo la cuerda de su tabla de surf, luego se tumba encima de ella y empieza a nadar mar adentro.

Fidu, con su cadena de plástico al cuello, desafía a sus amigos:

—¿Quién tiene el valor de luchar contra el gran John Cena? ¡Vamos, acercaos!

—¡Enséñales quién eres! —dice Sara a Nico, que no puede echarse atrás, aunque sin gafas le cuesta incluso ver de qué lado está el mar.

Fidu aferra al pequeño número 10, lo levanta dando un grito y lo arroja contra las olas.

—¿Pétalos o una flor? —pregunta Tomi.

—¡Una flor! —responden Sara, Lara, João, Becan y Dani.

—Entonces ¡venguemos a Nico! ¡Al ataque! —grita el capitán.

Fidu no tiene tiempo de defenderse: en un instante es arrollado por sus amigos, que lo hacen zozobrar como si fuera una barca agujereada. Pero luego reaparece como si fuera un monstruo marino y pone a los Cebolletas en fuga.

Champignon, sentado en la orilla, se divierte de lo lindo mirándolos.

Después de la gran batalla, los chicos se tumban sobre sus toallas para descansar.

Becan sonríe.

—Es mucho mejor pelearse aquí que en los jardines con las botellas de plástico, ¿no?

—Cuánta razón tienes —responde Tomi—. Los jardines se los dejamos encantados por unos días a nuestros queridos amigos de los Tiburones.

—No nos olvidemos de enviar una postal a Pedro, ese tipo tan simpático… —propone Dani.

—Buena idea —aprueba Fidu—. Se le caerá la coleta de envidia.

João apunta con un dedo hacia el mar.

—¡Mirad a Rogeiro!

El primo de João se ha puesto de pie en la tabla y se acerca volando hacia la orilla, cabalgando sobre las olas y haciendo acrobacias espectaculares: vira de improviso a la derecha, salta por el aire sosteniendo la tabla con una mano, vuelve a caer sobre el agua manteniendo un equilibrio perfecto, gira de nuevo y, acurrucándose sobre la tabla, pasa por debajo de la cresta de espuma que forma una especie de túnel.

Fidu lo admira, entusiasmado.

—¡Es un fenómeno!

Cuando Rogeiro llega a la orilla con su tabla, todos los Cebolletas lo aplauden.

—João, tu primo es un campeón.

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ROGEIRO

—En Río los chicos crecen en la playa, Fidu. Se pasan el día surfeando y jugando con la pelota. Por fuerza tienen que ser buenos.

—Un día de estos probaré yo también —promete Fidu—. En el fondo, soy un mago con el monopatín.

—Bueno —le advierte Dani—, entre la acera y el mar hay unas cuantas diferencias…

—Estoy seguro de que Fidu lo conseguirá —tercia el padre de Tomi—. Con las tablas es imbatible, sobre todo si son de quesos y embutidos.

A media tarde, los Cebolletas están tumbados tranquilamente al sol. Nico, echado entre Sara y Lara, lee su libro sobre Río de Janeiro. Dani escucha música rock con su lector de Mp3. Fidu hojea un cómic. Tomi, tumbado junto a Eva con el balón bajo la cabeza, medita. Becan juega a las cartas con el señor Champignom.

En ese momento llegan João y Rogeiro con dos bandejas llenas de vasos de plástico.

—¿Queréis «vitaminas», chicos?

—¡No estamos enfermos! —responde Fidu.

Rogeiro sonríe, mientras João les explica:

—Aquí llamamos «vitaminas» a los zumos de fruta con leche. Y los zumos de frutas que hacen en los chiringuitos de las playas son deliciosos y refrescantes. Probadlos…

Los chavales no necesitan que se lo repitan.

Rogeiro tiende el último vaso a Eva, que le da las gracias con una sonrisa.

—Se te da muy bien el surf.

El primo de João se sienta a su lado.

—Gracias. Es que los bailarines de samba tenemos mucho equilibrio…

—¿Eres bailarín?

—Todos los brasileños sabemos bailar samba, es nuestra pasión. Durante los carnavales danzamos sin parar días enteros: por la calle, en carrozas, con ropas de colores hermosísimas…

—¿Has bailado en una carroza de carnaval?

—Sí, dos veces.

—Yo también bailo, ¿sabes? Soy bailarina.

—¿En serio? ¿Y qué tipo de baile?

Cuando acaba su «vitamina», Tomás vuelve a tumbarse con la cabeza encima del balón y cierra los ojos, mientras Eva y Rogeiro hablan de la escuela de baile, los carnavales, el colegio y las vacaciones.

Es entonces cuando a Tomi le entran unas ganas tremendas de jugar al fútbol. Se levanta de repente, coge el balón y propone:

—¿Batimos el récord del aeropuerto?

Los Cebolletas, con Rogeiro, siguen al capitán hasta la orilla, se ponen en círculo y empiezan a pelotear sin dejar que la pelota caiga al suelo. Llegan a 63 toques y luego al récord de 75.

Al final lo celebran zambulléndose de cabeza en el agua.

En el agua Rogeiro se encuentra con unos amigos que le proponen echar un partido.

Fidu reacciona con entusiasmo:

—¡¡¡Pues claro!!! ¡Echemos un partidazo España-Brasil!

Los chicos se presentan, se dan la mano y se van a una zona de la playa donde no hay nadie. Plantan en la arena cuatro tablas de surf, que hacen las veces de porterías. Ocho contra ocho, porque juega también Dani: en vacaciones no hay reservas ni titulares. ¡Tienen que divertirse todos!

Champignon, que hace de árbitro, comprende enseguida que sus chicos van a recibir una dura lección… Porque una cosa es jugar en unos jardines y otra muy distinta hacerlo en la playa.

Mira por ejemplo esta jugada…

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Así es como se juega en la playa, porque la pelota rueda mal sobre la arena.

Rogeiro y sus amigos están acostumbrados, pero los Cebolletas no, y se nota…

Mira a Becan.

Como sabes, es muy rápido, pero se equivoca al intentar correr con el balón pegado al pie: sobre la arena es casi imposible. De hecho, el balón se ha frenado en un agujero y se ha quedado atrás.

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Solo consiguen hacer algo João, que está acostumbrado a la arena, y Tomi, gracias a su gran técnica.

En realidad, el único gol de los Cebolletas lo fabrican ellos: un buen regate de João por la banda izquierda, un pase para el capitán, que se lanza sobre la arena y empuja el balón con la cabeza entre las tablas de surf. Pero para entonces los adversarios ya les han metido …¡siete goles!

El partido acaba 7-1 para los amigos de Rogeiro, que ha marcado cinco goles, uno de ellos estupendo: ha levantado la pelota con el talón, la ha hecho pasar por encima de su cabeza y la de Dani, la ha recogido antes de que cayera al suelo y la ha lanzado a portería. Fidu se ha rascado la cabeza intentando entender qué había sucedido, como se queda uno delante de un prestidigitador que te acaba de hacer un truco en las narices…

Antes de irse con sus amigos, Rogeiro se despide de los chavales:

—Un día de estos, que os traiga João a mi casa. Me encantaría, ¡os espero!

Los Cebolletas se lanzan al mar para refrescarse.

No ha sido más que un partidito en la playa, lo importante era divertirse. Pero Tomás se ha quedado disgustado.

—Míster —dice a Champignon—, eran todos mejores que nosotros…

El cocinero lo mira y sonríe.

—Tomás, los jugadores brasileños son los mejores del mundo porque crecen jugando descalzos —le explica—. Aprenden enseguida a golpear el balón a la perfección y, sobre la arena, como has visto, hace falta mucha técnica. La playa es una escuela de primera…

—Las jugadas que ha hecho Rogeiro solo las he visto por televisión…

—Sí, juega muy bien; su padre me ha dicho que juega con los alevines del Flamengo. Pero ya verás como al final del verano habréis mejorado también vosotros y ya no perderéis por 7-1. Si os he traído a Brasil es también por esa razón: ¡es la universidad del fútbol! Aprenderéis un montón de cosas útiles. Pero ante todo os he traído aquí para que os divirtáis. ¡Venga, al agua, Tomi, y no pienses en los siete goles!

Tomi se tira y se va con sus compañeros, que siguen hablando del partido.

—Una cosa que no he comprendido es por qué los amigos de Rogeiro me llamaban todo el rato Franco, cuando yo me llamo Fidu.

—No te llamaban Franco, sino «frango», que en portugués significa «pollo» —le aclara João sonriendo.

Todos sueltan una carcajada. Todos menos Fidu…

De regreso al hotel, Eva comenta:

—Qué bien juega Rogeiro, ¿no?

—Sí, lo hace todo bien —responde Tomi, a quien se le han quitado las ganas de pelotear con la cabeza.