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Lucía, la madre de Tomi, acaba de terminar su recorrido. Ha entregado el correo en el barrio, aparcado la bici en el patio y ahora espera el ascensor.

Pero cambia de idea. Está tan contenta y llena de energía que decide subir a pie, a la carrera, saltando los peldaños de dos en dos.

Álvaro, el portero, que baja con una escoba en la mano, se aparta y sonríe sorprendido.

—¡Está en plena forma, Lucía!

—¡Es la primavera! —responde la madre de Tomi.

En efecto, es un espléndido día de marzo, el invierno se ha ido con sus tardes grises y lluviosas a otra parte y en el cielo ya vuelan las golondrinas.

Con la primavera, además del calor, se reemprende el campeonato de fútbol de los Cebolletas. En la fase de vuelta, el equipo de Champignon tendrá que recuperar los tres puntos que le separan de los Diablos Rojos y el que le lleva de ventaja el Dinamo Azul, pero ahora que Tomi está otra vez con ellos no hay nada imposible.

¿Ves al capitán en su habitación? Está repasando la lección de historia con una pelotita de caucho entre los pies. Habla en voz baja mientras dribla todo lo que se cruza en su camino: cajas, zapatillas, papeleras, mesitas…

Ahora coge la papelera y la coloca en medio del dormitorio. Entre él y la papelera pone una silla, luego se aleja un par de metros, estudia la distancia para calcular bien la fuerza del tiro y golpea la pelotita por debajo, «cavando» el suelo con la punta del pie: una vaselina al estilo del mítico Raúl.

La pelota de caucho se eleva, supera la silla y, tras una delicada parábola, acaba en la papelera.

Tomi salta alborozado y se coge una oreja, como hace el exdelantero del Madrid cuando celebra sus goles.

Si hubiera estudiado la lección de historia tan bien como ha aprendido a hacer vaselinas, Tomi tendría las mismas notas que Nico, el lumbrera…

Por la puerta asoma Armando con la maqueta de un barco en la mano.

—¿Me oyes bien así o quieres que te traiga una trompetilla? —pregunta a su hijo.

—Qué gracioso… —dice el capitán, riéndose mientras se saca el dedo de la boca—. Estaba celebrando un gol a la manera de Raúl. ¿Has visto qué disparo? ¡He acertado a la papelera a la primera!

—Justamente por eso estoy aquí —responde el padre—. Acabo de empezar a construir un magnífico crucero alemán de 1942, un barco complicadísimo, reservado a los ases del modelismo. Como ves, lo tengo ya bastante adelantado, por lo que quería pedirte que mantengas tu pelota de caucho alejada de mi taller y que no traigas a casa perros, gatos, águilas, elefantes, escualos, jaguares ni dromedarios. ¿Me explico?

En el preciso momento en que va a contestar Tomi, Lucía, que ha entrado en casa corriendo, salta sobre los hombros de su marido gritando:

—¡Ha llegado la primavera, chicos!

Instintivamente, Armando le agarra las piernas a su mujer, como para llevarla a caballo. Y, naturalmente, el crucero acaba por tierra y se rompe en mil pedazos.

Tomi suelta una carcajada mientras su madre, abochornada, se tapa la boca con una mano:

—Lo siento…

Armando, abatido, se arrodilla para recoger los restos de su nave.

El capitán de los Cebolletas le echa una mano y aprovecha para susurrar a su padre:

—Me parece que los elefantes y los jaguares son menos peligrosos que mamá…

Gaston Champignon, con la ayuda del padre de Becan, está descargando de la camioneta unas cajas de flores que acaba de comprar en el mercado. Las llevan directamente a la cocina del Pétalos a la Cazuela.

El cocinero deja una caja y se queda inmóvil, con una mano sobre el pecho y una mueca de dolor. La madre de Becan, que está a los fogones, se da cuenta.

—¿Se encuentra bien, Gaston?

—Me ha dado un pinchazo justo aquí. Ya me pasó hace unos días… —responde Champignon mientras se acaricia el extremo izquierdo del bigote, señal de que está preocupado.

—Tiene que ir enseguida al médico —le aconseja la madre de Becan—. Y no haga demasiados esfuerzos. Ya se ocupará Elvis de entrar las cajas.

El cocinero sonríe y contesta:

—Querida Ana, estos son los primeros regalos de la vejez que se me va echando encima. Empiezo a chirriar como una puerta vieja… Estoy seguro de que es algo pasajero. En realidad, ya se me ha pasado. Pero después del entrenamiento iré al médico.

Por la concentración y el empeño que ponen los Cebolletas en los ejercicios de gimnasia se nota que la fase de vuelta está a punto de comenzar. El domingo próximo jugarán contra el Real Baby.

Y, como siempre cuando tienen que vérselas con el Gato, los delanteros entrenan su puntería, porque meterle un gol a ese portero es realmente difícil.

Champignon ha colgado al travesaño dos botes de hojalata, un cazo de cobre y cuatro cubiertos, que penden junto a las escuadras de la portería de Fidu.

—¡Ánimo, artilleros, a ver si conseguís que suenen los metales! —exclama el cocinero-entrenador.

Becan, João, Pavel, Ígor, Nico y Tomi están en el borde del área y, uno tras otro, empiezan a bombardear a su cancerbero. El tiro de Becan es muy alto, el de João va por el centro y Fidu lo bloca, y el de Pavel rebota contra el poste. Los chutes de Ígor y Nico también se van por arriba y el derechazo de Tomi es potente, pero el portero lo rechaza con el puño.

—¡No he oído nada de música, chicos! —comenta Gaston Champignon.

—Míster —replica Fidu en broma, ajustándose la gorra en la cabeza—, me da la impresión de que si quiere oír música, ¡tendrá que hacer que venga Dani con su guitarra!

Los delanteros van corriendo a recoger sus balones.

Mientras regresan al borde del área se ponen de acuerdo:

—¡Ese fanfarrón de Fidu nos las va a pagar!

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Los Cebolletas llevan unas figuras de madera con ruedas hasta el borde del área. Con ellas forman la barrera con la que entrenan los saques de falta.

Fidu se queda en su portería y los chicos chutan desde todas partes y de todas las formas: con tiros de potencia hacia el centro o de precisión, rodeando la barrera por la derecha y por la izquierda con el efecto que imprimen al balón.

Se entrenan así hasta que Champignon silba, pide a Dani que se ponga junto a las figuras de madera y luego explica a sus jugadores:

—Ahora estudiaremos un saque de falta especial. Contra un portero tan bueno como el Gato no será fácil marcar. Tendremos que cogerlo por sorpresa y a lo mejor así lo conseguimos. Lo llamaremos Plan Dani.

Después de ensayar y reensayar el plan Dani, el cocinero-entrenador manda a todos los chicos a la ducha. En el campo solo queda João, que saca unos cuantos balones del área y coloca la barrera rodante.

—¿Qué haces? —le pregunta Tomi lleno de curiosidad, antes de entrar en el vestuario.

—Me voy a quedar un rato ensayando los saques de falta a la manera de Cristiano —le explica el brasileño.

—¿Cristiano Ronaldo, el del Real Madrid?

—Sí —confirma João—. Lanza unas faltas asesinas. Los porteros siempre creen que dispara con efecto y se colocan junto al palo cubierto por la barrera. Pero el balón sale derecho, rapidísimo, cortando en el aire como si se hubiera reventado de golpe. Para el portero es casi imposible detenerlo.

—Pues debe de ser dificilísimo sacar faltas así —comenta Tomi.

—Imagínate… —coincide João—. En una entrevista por televisión, Cristiano contó que se pasó meses y meses practicando para conseguir chutar de esa forma. El secreto está en el modo de golpear la pelota. Yo también quiero practicar al final de cada entrenamiento. Tarde o temprano aprenderé.

Tomi observa cómo su compañero de equipo coloca con mucho cuidado el balón en el suelo y luego se aleja para tomar carrerilla.

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El viejo párroco necesita un rato para comprender por qué, en lugar de la maceta, que ahora está en el suelo rota en mil pedazos, tiene en las manos una pelota.

—Estoy seguro de que a Cristiano nunca le ha pasado nada igual… —comenta João rascándose la cabeza.

Eva da un beso a su madre y baja del coche.

Se ha citado justo aquí, junto a la parada de metro de Moncloa.

Está guapa, ¿verdad?

Lleva una minifalda vaquera blanca y una chaqueta de punto rosa, como la cinta que le recoge el pelo. Los colores alegres que viste la bailarina también parecen un preludio de la primavera.

Eva saluda al cebolleta que la estaba esperando.

¿Crees que se trata de Tomi? ¡Pues te equivocas!

Dani se pone la guitarra en bandolera y echa a andar por la calle de Princesa.

—¿Le has comentado algo a Tomi? —pregunta el chico a la bailarina.

—No, Tomi no tiene que enterarse de nada —responde Eva.