Este es el final
Míster Cavanagh detuvo la marcha del pequeño magnetófono, tras escuchar todo el informe. Miró a Brigitte Montfort, sentada al otro lado de la mesa, abstraída, fumando…
—Naturalmente —murmuró Cavanagh—, seguimos adelante con nuestros propósitos iniciales: saldrá elegido Emilio Palermo… Por esta vez, al menos, no será posible el comienzo de Chinamérica. Los chinos tendrán que esperar otra ocasión.
—Esperarán —susurró Brigitte—: tienen toda la paciencia necesaria.
—Pero por ahora, lo hemos evitado… Mmm… Bueno, no es que tenga importancia, es sólo curiosidad personal, entiéndame… Según mis informes, usted debía haber llegado ayer, no hoy.
—Ayer tuve que asistir a un triple entierro, en San Santo.
—¿Los Urrea?
—Lalito Urrea y su madre —rectificó ella—. El otro no me interesaba, no pensé en él. Era sólo un jugador… que perdió su apuesta al cometer traición. Es el pago de siempre. Pero, Simón —la espía miró fijamente a su jefe del Grupo de Acción—, ¿usted… usted entiende esto, comprende…? Un viejo espía tiene una gran idea y, para conseguirla, ordena asesinar a un niño que…
—¿Qué le parece si hablamos de otra cosa? —murmuró Cavanagh.
—¿Por qué?
—Porque es mejor que olvide lo sucedido, Brigitte… Usted no tuvo la culpa, y sabe desde siempre que en el espionaje sólo hay una cosa que importa: conseguir el objetivo. Olvide a ese viejo chino, olvídelo todo. Su trabajo ya ha terminado. Por cierto… ¿querría cenar conmigo?
—Hoy, no, Simón… —Intentó sonreír Baby—. Me siento cansada, triste, sucia… Me siento como si yo también fuese un ser repugnante. Otro día… Cuando me visite en Nueva York.
—Muy bien. Supongo que no querrá ir a un restaurante chino, después de todo esto.
—¿Por qué no? —Baby se puso en pie—. La comida china es buena y agradable. Y el teatro chino es delicioso. Y todo ello puedo encontrarlo en Manhattan, no en Chinamérica. Hasta la vista, Simón.
FIN