EL RASTRO
Amanecía, la luna todavía estaba al alcance de la vista aunque ya no susurraba.
Miga de León y Salsifí regresaron al Huerto de Getsemaní, donde el galileo había quedado en compañía de algunos hombres. Pero ya no había nadie.
Estaban la luna, los olivos, y la sombra de los olivos a la luz naciente del amanecer. Estaba el olor del galileo, pero mi padre ya no está, voy tras él, su rastro tiene miedo, mi padre tenía miedo cuando se fue de aquí.
Su rastro va hacia el templo, voy tras él, por aquí pasó, huelo su temblor, ¿por qué temblaba mi padre?, sigo sin detenerme, Salsifí se distrae con la basura y ya no me importa perderlo, huelo el temblor de mi padre, Salsifí no quiere seguirme y yo no puedo esperarlo, ¡te estoy buscando, padre!, voy por el rastro de tu temblor.
El peregrino que había llegado desde Galilea fue tomado prisionero por los soldados romanos como falso profeta y hechicero. Y fue trasladado al palacio del prefecto romano, pero tampoco está aquí, ¿qué te ha pasado?, tu rastro ya tiene sangre, temblor, sangre y va hacia el oeste.
Hacia el oeste de la ciudad de Jerusalén estaba la residencia donde Herodes Antipas solía pasar la temporada de pascuas, en compañía de su esposa y su hijastra. Y allí llevaron al galileo, al que se le sumaban cargos y acusaciones: falso profeta, blasfemo, hereje, conspirador, zelote.
Padre, tu rastro se cruza con tu rastro, tu rastro me dice que vas dolorido y que te caíste muchas veces.
Cuando muchas voces furiosas se sumaron en contra del peregrino, Poncio Pilatos, prefecto del Imperio Romano, apretó su anillo sobre la condena.
Ciertos acontecimientos son más importantes que el tiempo, por eso se dice de ellos que sucedieron en horas, en días, en años, y no importa determinarlo.
La noche ha sido triste, perdí a Salsifí en el camino, dormí en un zaguán de mármol y tuve miedo de encontrarme con el aventeador y su amo, pero ahora todo ha cambiado, tu olor se hace fuerte y nuevo, estás cerca, por fin, padre, estás llegando entre esa multitud, y yo soy feliz como en Cafarnaúm, corro para alcanzarte y lamerte las manos, pero me resulta difícil hacerlo, tantos pies, tantos gritos... pero no van a impedirme hacerlo, ya llego, padre, ya veo tus sandalias y te llamo, ¿me estás escuchando?, la gente se mueve y el espacio que nos separa se abre y se cierra, por tu andar sé que vas cargado, ¿qué cargas? ¿otra bolsa llena de agua?, ya estoy llegando, vas a sonreír cuando me veas porque siempre te encuentro, en casa de Lázaro, en el templo, en la orilla del lago, es la primera vez que huelo tu sangre, voy a alcanzarte pero me patean muy lejos, ¡cómo vas a sonreír cuando veas que vuelvo! porque estoy volviendo, recuerdo el olor de aquella bolsa y también tengo miedo, pero estoy volviendo, hay un lugar, un espacio entre los pies, pude llegar, me pego a tus piernas, antes sentí el olor de Sara y el de tu madre, más tembloroso que el tuyo, he sentido el olor del perro aventeador pero, esta vez, voy a acompañarte, ¿me ves?, aquí estoy, aquí voy a quedarme cuando todos se marchen, mírame, padre, estoy cerca, echado bajo este madero que chorrea.
Después, la gente preguntó.
—¿Quién era él?
—Un embustero que se decía profeta.
—Un sabio.
—Un rebelde zelote.
—Un carpintero entre los pescadores.
—El hijo de Dios.
—¿Y quién es esa mujer que tanto llora?
—Es una de sus seguidoras.
—Es una prostituta de Galilea.
—Ella es Sara, la mujer que lo ama.
—¿Quién es ese hombre que mira desde lejos?
—Un extranjero que recorre la tierra.
—Un demonio.
—¿Y ese animal echado junto a la cruz?
—Ese es su perro.
—Sí, con seguridad, ese es su perro.