LOS MODOS DE LA DISTANCIA

—¿Sabes a qué distancia de aquí queda Egipto? —preguntó Diamel a Mircia.

—Lejos, muy lejos.

—Te equivocas —dijo el eunuco—. Egipto está a veinte días de camino, o tal vez menos, para un hombre libre y sano.

Después de aquella visita de Diamel a la casa que Mircia y su hijo ocupaban como siervos de Herodes, Simón se quedó dormido.

Su madre lo arropó bien y permaneció a su lado, pero no como lo había hecho en cada una de las largas noches anteriores. Fue de otro modo. Mircia le contó al enfermo sobre el hombre que había sido su esposo y padre de Simón, y habló de los tres como se habla de gente que tiene un punto de encuentro para luego.

—No será en esta pascua, pero si en la próxima —le dijo Mircia a su hijo cuando amanecía.

Simón murió sin despertarse, ni atravesar el tormento del leprosario.

Morir fue para él pasar por alto una pascua y caminar hacia la próxima.

—Ya ves, mujer —seguía diciendo Diamel—, el cautiverio es una forma de la distancia.

—¿Y hacia dónde queda Egipto? —preguntó Mircia, que compartía unos higos con Disys.

—Hacia allá.

Diamel señaló el suroeste.

Luego, el eunuco dejó el sitio en el que descansaba y dio un paso.

—Ahora estoy un paso más cerca de mi ciudad, y ahora estoy dos pasos más cerca, y tres, y cuatro...

Mircia sonrió. Diamel era para ella el mejor recuerdo de Simón.

Diamel, el eunuco, regresó a su lado con una expresión incierta.

—Eres mi amiga —dijo—. Y voy a contarte algo.

Mircia se dispuso a escuchar.

—Llegan las Pascuas... La pascua desordena todo y distrae a las personas. Sabemos que Herodes partirá a Jerusalén, pero esta vez yo estoy castigado y Salomé no me llevará con ella. Me lo dijo hace unos días y se rió. “Ahí tienes el resultado de tu desplante”, me dijo. Y se rió. Pero yo río más que ella. Nadie aquí supone que un eunuco pueda escapar, ni siquiera supone que desee hacerlo. ¿Adónde iría? ¿Qué destino sería mejor que las habitaciones de Salomé? Pero hay un eunuco que va a escapar.

Mircia miró hacia ambos lados y se cubrió la boca.

—Aprovecharé la aglomeración de la Pascua, la multitud de peregrinos entre los que se hará imposible encontrarme, si es que alguien nota a tiempo mi ausencia. Iré a Jerusalén mezclado en el gentío y por el camino del gentío. Luego seguiré viaje en soledad. Llegaré a las montañas de Hebrón, allí el territorio es peligroso pero, por eso mismo, nadie irá tras mis pasos. Un amanecer, mientras tú estés sacando agua del pozo, yo estaré mirando el paisaje desde la alta Llanura de los Filisteos. Desde allí voy a dirigirme a Gaza... Será mejor que en ese sitio descanse y me reponga porque luego me tocaran tierras desérticas. Tendré que encontrar un oasis o, de lo contrario, comer y beber arena. Al fin, cuando llegue a El Arich, estaré fuera del territorio de Herodes Antipas. ¿Sientes, Mircia, el viento del mar y su humedad? Ya estoy en la orilla, y me hartaré de comer pescado. Pero es mejor que siga viaje, debo alcanzar la ciudad de Pelusio. Allí tuve familia, alguna vez, cuando era un hombre. Voy a pasar cerca de ellos, pero no golpearé a su puerta. Mejor será que continúe, hay mucho que andar todavía. Pero antes de continuar hay que partir... Muy pronto, Disys y yo partiremos.