15. LA EVOLUCIÓN A TRAVÉS DE LOS NIVELES EGOICOS

Ya hemos visto que, durante el estadio egoico, tiene lugar la emergencia y, en muchos casos, la consolidación de una gran cantidad de factores evolutivos. Pero, si quisiéramos resumir sucintamente la totalidad de dicho estadio, tendríamos que decir que jalona la diferenciación definitiva entre el ego mental y el cuerpo físico. Y éste es precisamente el objetivo de este capítulo, un capítulo en el que comenzaremos hablando de los aspectos corporales y terminaremos haciéndolo de los mentales.

En el aspecto corporal, lo esencial es que los impulsos orales y anales terminan dando paso a los impulsos genitales (fálicoclitoridianos) y que el proceso completo culmina en el conocido complejo de Edipo/Electra.

Ahora bien, según la teoría analítica clásica (que, en breve, rectificaremos, para acomodarla a nuestro punto de vista), todo niño -si se me permite por una pura cuestión de hábito utilizar este término en un sentido global para referirme tanto al niño como a la niña-, en este estadio, intenta, por lo menos a través de las palabras, los símbolos y las fantasías, poseer sexualmente a la madre. Se trata de un nivel en el que la masturbación real es muy frecuente y, como lo demuestra, sin ningún lugar a dudad, el análisis de las fantasías que la acompañan, la madre es
-por más elemental e inmaduro que se halle el desarrollo geni

La evolución a través de los niveles egoicos

tal- el primer objeto del amor genital. Además, según la teoría analítica, el niño desarrolla unos celos furiosos hacia el padre, por la simple razón de que el padre es ahora el gran rival, el obstáculo, el frustrador, el gusanillo que corroe sus voluptuosas fantasías en la lucha por el afecto de su madre. Sin embargo, más pronto o más tarde, el niño imagina fantásticamente que, si su padre descubriera sus secretos deseos, le castigaría brutalmente amputando el órgano mismo del agravio. Este es precisamente el complejo de castración, el que, según se dice, «destroza en mil pedazos» los deseos edípicos del niño. Y, para evitar la catástrofe, el niño debe terminar adoptando el punto de vista del padre, interiorizando las prohibiciones e interiorizando los tabúes parentales en forma de superego y renunciando o reprimiendo, de ese modo, a sus deseos incestuosos.

¿Cuál es, pues, el sentido del complejo de Edipo y del complejo de castración? Comencemos con el complejo de Edipo. Ya hemos visto que, en cada uno de los estadios anteriores, el niño traduce su mundo para evitar a Thanatos y para verse a sí mis mo como cosmocéntrico y que, con el fin de implementar este proyecto Atman, desarrolla un enfoque narcisista, con gratificaciones sustitutorias y con resistencias, compensaciones y mecanismos de defensa especiales. Hemos dicho, por ejemplo, que, en el estadio del ego corporal, trataba de convertirse en el yo y en el otro incorporando al mundo, «tragándoselo»;. que, en el estadio de pertenencia, intentaba alcanzar la unidad manipulando al mundo social, en un intento de poseerlo por todos los medios a su alcance, para demostrar así su autonomía y su cosmocentricidad. Y ahora, al comienzo del estadio egoico-sintáctico, trata de unirse corporalmente a la Gran Madre y alcanzar, de ese modo, una forma de unidad anterior. El hecho de unirse con la Madre que, para el niño, representa la totalidad del mundo, constituye un reflejo literal del deseo de unión con la Totalidad o, por lo menos, un adecuado sustituto de esa unión. ¿Qué podría ser más natural? En el fondo de esa tentativa se halla el deseo de recuperar a Atman, el estado ilimitado y auténtico de todo individuo y de toda conciencia. El hecho de unirse a la Gran Madre a través del Eros corporal es la forma compulsiva de su incesto. Ferenczi no estaba tan alejado de la verdad cuando decía que «el objetivo del acto sexual puede no ser otro que el intento de regresar al útero materno» aunque lo fundamental, en este caso, no es tanto el deseo regresivo como el retorno auténtico y absoluto a Atman. Pero el acto sexual, ya sea imaginario o consumado, no permite (si dejamos, de momento, el Tantra de lado) alcanzar esa unión de manera inmediata y duradera puesto que, por más que uno practique el acto sexual, no dejará de ser uno mismo y no se transformará en la Totalidad, que es el objetivo y el deseo oculto de la relación sexual. Así pues, la sexualidad genital constituye la nueva modalidad de gratificación sustitutoria y el sexo no es más que un símbolo, un símbolo de Atman.

Pero eso no es todo, porque el hecho de unirse a la Gran Madre -a la propia Gran Madre- significa literalmente concebirse a sí mismo, convertirse en su propio padre... devenir su propio Dios. A este respecto, Norman O. Brown dice que «la esencia del complejo de Edipo consiste en el proyecto de convertirse en Dios, la causa su¡ de la fórmula de Spinoza o el entre-en-soi-pour-soi... de Sartre. El proyecto edípico es el intento de vencer a la muerte convirtiéndose en el padre de uno mismo». 57 Y, según Freud, «todos los instintos, el de amor, el de agradecimiento, el de sensualidad, el de desafío, el de autoafirmación y el de independencia, se ven satisfechos por el deseo de convertirse en padre de uno mismo». 57 Según Becker, «el proyecto edípico constituye una forma de escapar de la pasividad, de la aniquilación y de la contingencia. El niño se propone conquistar a la muerte convirtiéndose en su propio padre, en el creador y el sostén de su propia vida».25

El proyecto de convertirse en Dios -o, mejor dicho, el proyecto de aproximarse a la conciencia divina, a la conciencia de unidad, a la conciencia Atman- es precisamente lo que sustenta el complejo de Edipo, que no es más que otra forma -aunque ciertamente una forma todavía muy infraordenada- del inmortal proyecto Atman, del deseo de llegar a ser uno con el Todo, del deseo de vencer a la muerte, del deseo de ser omnipotente y eterno (expresado, en este caso, a través del impulso genital). En este sentido, los aspectos genitales del proyecto son secundarios porque sólo constituyen un nuevo órgano con el que dramatizar su búsqueda de la inmortalidad. Y, al igual que hizo antes con las heces, en este estadio puede manipular y traducir el falo, impulsado, en última instancia, por el proyecto Atman. Pero el incesto erótico se enfrenta al complejo de castración genital y éste es el que termina desbaratando el incesto.

Ahora bien, si el incesto constituye una modalidad del proyecto Atman ¿qué es lo que puede significar, entonces, el complejo de castración? Empecemos por Becker: «El miedo que atenaza a Edipo -el miedo a la castración- no es el miedo al castigo por el incesto sexual sino la angustia existencial de la lucha entre la vida y la muerte que tiene lugar en el cuerpo animal... Hoy en día comprendemos que todo lo que se dice sobre la sangre, sobre los excrementos, sobre el sexo y sobre la culpabilidad es cierto... porque todas esas cosas reflejan el miedo del hombre ante su propia condición animal, una condición que es incapaz -especialmente en la infancia- de comprender...

».21

Este es, a fin de cuentas, el miedo desesperado del complejo de castración... El complejo de castración refleja la comprensión final e inexcusable de la Primera Noble Verdad del Buda: las cosas compuestas sufren y terminan desintegrándose.

Más allá de este punto, sin embargo, nos separamos de los existencialistas y de Becker (así como del psicoanálisis ortodoxo) porque, después de humanizar admirablemente el complejo de castración, dejan el tema inconcluso. Becker cree que el proyecto Atman es completamente inviable, que no hay Dios ni Atman sino tan sólo mentiras sobre Dios y sobre Atman. En consecuencia, cree haber demostrado que el complejo de castración «destrona» toda posibilidad del paraíso y reduce a añicos al proyecto Atman. En sus propias palabras: «Expresa la caída

El proyecto Atman La evolución .a través de los niveles egoicos

en cuenta del niño de que está embarcado en un proyecto imposible, de que la búsqueda causa su¡ [proyecto Atman] es inalcanzable por medios sexual-corporales... Este es el trágico destronamiento del niño, la expulsión del paraíso tan bien re 25presentada por el complejo de castración».

Pero, en realidad, lo único que Becker ha demostrado es que
-remedando sus propias palabras- el heroico proyecto Atman «es inviable por medios sexual-corporales». ¡Y qué duda cabe de que, en este sentido, está en lo cierto! Pero la verdad es que el proyecto Atman sí que puede ser alcanzado recurriendo a medios superiores y que uno de los primeros pasos (aunque sólo sea un paso) consiste en renunciar a la modalidad sexualcorporal para poder emprender una transformación ascendente que termine conduciendo a los reinos superiores (mental, sutil y, finalmente, causal). El complejo de castración, pues, contribuye a diferenciar y trascender el incesto sexual-corporal y, en este sentido, despeja el terreno para que el self prosiga el camino ascendente que deberá terminar conduciéndole a los reinos mentales. Éste es, en definitiva, el objetivo de la «sublimación» y es por ello que el psicoanálisis insiste en la sublimación como el único «mecanismo de defensa» adecuado.' , 120 (Aunque, en realidad, la sublimación no es ni siquiera un mecanismo de defensa sino un término alternativo para referirnos al proceso evolutivo de transformación ascendente. Pero, en cualquiera de los casos, está lo suficientemente claro que la sublimación es la transformación que conduce desde el cuerpo hasta la mente.) El complejo de castración pone fin a la modalidad de incesto sexual-corporal exclusivo del proyecto Atman pero no acaba con el proyecto en sí y, en este sentido, el complejo de castración tampoco acaba con el proyecto Atman sino tan sólo con una modalidad infantil y corporal de dicho proyecto.

En resumen: el «éxito» del complejo de castración demuestra la absoluta imposibilidad de alcanzar Atman -la verdadera Unidad- utilizando exclusivamente el cuerpo tifónico. Ésta es la esencia misma del complejo de castración. Obviamente, el complejo de castración también puede ser excesivamente severo, en cuyo caso, en lugar de llevar a la diferenciación, puede
-como veremos más adelante- conducir a la represión o a la disociación del cuerpo. Está claro que estamos utilizando el término «complejo de castración» en un sentido amplio para abarcar todas sus facetas, tanto positivas como negativas, y que no estamos recomendando que se fomente la angustia de castración traumática ni que los padres deban intimidar a sus hijos de cinco años con amenazas de amputación física. El hecho es que el niño debe terminar renunciando al incesto genital-corporal exclusivo y que esa renuncia recibe tradicionalmente el nombre de «complejo de castración» o «desintegración del complejo de castración». El yo debe morir al deseo de fundir el ego corporal con el mundo recurriendo a medios exclusivamente sexuales. Junto a la fusión pleromática (incesto urobórico) y al hambre (incesto tifónico), la unión sexual constituye la más inferior de todas las formas posibles de unidad, la fusión primitiva de los cuerpos que tiene lugar durante un breve intervalo de tiempo. Si la comparamos con la. Unidad absoluta -en la que todos los cuerpos, superiores o inferiores, son Uno en la Eternidad-, nos daremos cuenta de que se trata de una unión insignificante. La relación sexual y el orgasmo no son más que un pálido reflejo y una mera gratificación sustitutoria de la auténtica Unidad Atman.-Para que realmente puedan emerger las unidades superiores (mental, sutil, causal y átmica), es indispensable renunciar a la exclusividad absoluta de las unidades y de los incestos inferiores. El yo debe morir al deseo de hallar la Unidad a través del sexo. Y la muerte de este tipo de incesto significa que el complejo de castración ha sido debidamente completado, que Thanatos ha sido aceptado a este nivel, y que, por consiguiente puede tener lugar la auténtica transformación ascendente, la sublimación.

Pero, si el incesto prosigue, el individuo seguirá expuesto a la «castración», en el sentido más negativo del término, como Thanatos no aceptado. Cuando los psicoanalistas dicen que «el niño en la fase fálica está identificado con su pene», 120 sólo quieren decir que se trata del último momento en el que el yo está todavía identificado con su cuerpo. Más allá de ese estadio, el ego y el cuerpo terminarán diferenciándose. Y el hecho de que en este estadio el yo se identifique con el cuerpo emocional-sexual convierte a los genitales en el más preciado tesoro (y, si esto les parece un tanto extraño, piensen en las muchas personas -tanto hombres como mujeres- que no han llegado a superar este estadio). Pero volvamos ahora nuevamente al niño ya que, el hecho de «haberse identificado con su pene» aboca necesariamente a experimentar la angustia de la castración genital. Fenichel explica este punto con suma claridad120-a pesar de que no cuenta la totalidad de la historia (porque también existe un desarrollo cognitivo, un desarrollo moral, etcétera) sino tan sólo una parte de la misma- y, en mi opinión, creo que está en lo cierto.

«El miedo a que lo que pueda ocurrirle a este sensible y apreciado órgano se denomina angustia de castración.»120 Ahora bien, me parece perfectamente evidente que la angustia de castración genital no es más que una de las nuevas modalidades de la angustia de separación. Ésta es la razón por la que «las angustias precedentes son la oral y la anal, ligadas a la pérdida del pecho y a las heces».` Fenichel dice que las heces, el pecho de la madre, el biberón y la propia madre «formaron, en algún momento, parte del yo, pero que luego terminaron convirtiéndose en objetos»t 20 y, precisamente por este mismo motivo, existe una angustia de separación ligada a cada uno de ellos, una angustia de separación que perdurará hasta que no tenga lugar el proceso de diferenciación o desidentificación. Del mismo modo, mientras que el yo no se diferencie del cuerpo genital experimentará la angustia de la separación genital que se conoce tradicionalmente con el nombre de ansiedad de castración genital, Thanatos en su forma mórbida y persistente centrada en el cuerpo. «La angustia de castración que experimenta el niño durante el período fálico puede compararse al miedo a ser devorado de la etapa oral o al miedo de ser desposeído del contenido de su cuerpo de la etapa anal y representa la culminación del miedo fantástico al daño corporal.» 120 Y todo esto ocurre a consecuencia de la identificación fantástica y exclusiva con el cuerpo, una identificación que se expresa a través de cada uno de los posibles vínculos con el mundo, el oral, el anal y el genital. El incesto corporal conlleva, dicho en pocas palabras, la castración corporal.

Por otra parte, renunciar a la exclusividad del incesto emocional-sexual, aceptar su muerte y diferenciarse, o desidentificarse, de él equivale a «superar adecuadamente el complejo de castración» y abrirse a una sublimación que termina conduciendo hasta los reinos mentales (a través -como veremos más adelante- de la identificación mental con el complejo ego/superego). Así pues, en la medida en que Thanatos supere a Eros y se abandone la traducción infraordenada, el individuo se transformará una vez más, tanto en lo que respecta a la modalidad de su sensación de identidad (el sujeto sustitutorio) como en lo que tiene que ver con la forma de su búsqueda (el objeto sustitutorio). Es así como termina finalmente por diferenciarse del cuerpo tifónico, o emocional-sexual, desplaza su identidad central al nuevo y superior ego mental y acomete un nuevo proyecto Atinan.

Fusión, diferenciación y disociación

Me parece ahora oportuno interrumpir temporalmente nuestra historia sobre la evolución a través de los reinos egoicos para hablar brevemente de un aspecto muy importante del desarrollo general, un aspecto que tiene que ver --como lo indica

el título de esta sección- con las diferencias existentes entre fu

sión, diferenciación y disociación, puesto que, en cada uno de los distintos estadios del desarrollo, se presenta la misma «encrucijada» y las consecuencias de la «decisión» son extraordinariamente importantes.

Si tomamos el estadio egoico como punto de partida, no cabe la menor duda de que es necesario y deseable que la mente y el cuerpo se diferencien. Sólo así podrá el yo liberarse de su confinamiento en las sensaciones, en las percepciones y en los impulsos elementales (de su confinamiento en el ego corporal). En la medida en que la mente y el cuerpo se diferencian, el yo deja de estar atado a la inmediatez del cuerpo ligado al presente y puede expandirse por el mundo de la mente. Así como, en su momento, era deseable que el cuerpo y el entorno se diferenciaran, también lo es ahora que lo hagan el ego y el cuerpo. El psicoanálisis es muy claro con respecto a las desastrosas consecuencias de un yo que siga fijado en las modalidades corporales (oral, anal, fálica), de un yo que sea incapaz de ir más allá del erotismo corporal, de un yo, en suma, que permanezca atrapado en las categorías infantiles de la manipulación corporal. Ya hemos visto, por ejemplo, que, cuando el yo no logra diferenciarse completa y definitivamente del cuerpo, tratará de hallar la unidad Atinan a través de los orificios del cuerpo: comiendo compulsivamente (fijación anal: el intento de fundirse con el mundo comiéndoselo), mediante la manipulación sádica (fijación anal: el intento de fundirse con el mundo tratando de apropiarse de él) o por medio de los ataques de histeria (fijación fálica: el intento de fundirse con el mundo tratando de «crearlo sexualmente»). Ésa es la terrible consecuencia de un proyecto Atinan que permanezca estancado -fundido en los niveles corporales del yo.

Pero hay que decir también, por otra parte, que existe una diferencia abismal entre diferenciación y disociación. Es necesario y deseable que el ego y el cuerpo se diferencien pero resulta desastroso que terminen disociándose o fragmentándose (porque disociar significa relegar una estructura al inconsciente sumergido y no trascenderla sino reprimirla). Y, de hecho, cualquier diferenciación puede terminar abocando a una disociación. El desarrollo adecuado exige una diferenciación clara en la que no exista la menor disociación, y esto, obviamente, es infrecuente.

Nos encontramos aquí, por tanto, con un continuo que va desde 1) la fusión a, 2) la diferenciación y que puede terminar en 3) la disociación. Hablando en términos generales, podríamos decir que, en cualquiera de los niveles del desarrollo, la fusión -o el fracaso de la diferenciación tiene lugar cuando no se renuncia ni se transforma el incesto-Eros. En tal caso, el individuo sigue aceptando las gratificaciones sustitutorias propias del nivel en cuestión y se niega a seguir adelante con el proceso de diferenciación, desarrollo y trascendencia. A esto es a lo que el psicoanálisis se refiere cuando afirma que «la consecuencia de experimentar demasiadas satisfacciones [excesivo incesto erótico] en un determinado nivel es que sólo se renuncia al mismo a regañadientes y que, en el caso de encontrarse posteriormente con dificultades, seguirá deseando la satisfacción de la que anteriormente disfrutó». 120 Y esto es algo que sucede en todos los niveles del desarrollo. Todos conocemos casos de niños de tres años cuya fusión plerorüática previa con el pecho era sumamente placentera y siguen chupándose el dedo cada vez que se encuentran en una situación que les desagrada. Pero ¿han tenido en cuenta que lo mismo puede ocurrir en cualquiera de las etapas del desarrollo, incluida la causal? El racionalista experimenta satisfacción a través de la actividad conceptual, teme renunciar a su chupeteo racional y, en consecuencia, se niega a diferenciarse o desidentificarse del nivel mental y a dar el paso que debería terminar conduciéndole al nivel sutil. Y lo mismo ocurre con ciertas formas superiores de meditación sutil que pueden resultar tan gratas que el individuo quede atascado (fundido) en dicho reino durante un prolongado período de tiempo, negándose a dejar de chuparse el dedo característico propio del nivel sutil y postergando, de ese modo, su ingreso en el dominio de lo casual. En cada uno de estos casos, el sujeto no abandona la modalidad de incesto-Eros propia de ese nivel y, en consecuencia, deja de diferenciarse, sigue fusionado con el nivel en cuestión y acepta como reales sus gratificaciones sustitutorias.

Ahora bien, del mismo modo que el exceso de incesto (Eros) lleva a la fusión, el exceso de castración (Thanatos) conduce a la disociación. Este exceso de castración (Thanatos) puede adoptar la forma de una frustración excesiva (que minimiza a Eros) o de un auténtico miedo o trauma (que amplifica exageradamente a Thanatos). Como dice el psicoanálisis: «Si la frustración ha desembocado en represión [por una amplificación excesiva de Thanatos], los impulsos en cuestión quedan aislados [disociados] del resto de la personalidad, dejan de participar en el proceso de maduración y envían sus perturbadores derivados a la conciencia desde el inconsciente». 120 Ya hemos hablado ampliamente de la naturaleza de estos «perturbadores derivados», simples símbolos y síntomas que se originan en el inconsciente sumergido reprimido (los aspectos disociados del yo).

Debo subrayar también que, en mi opinión, nadie se salva, en el estadio egoico, de algún tipo de disociación entre el cuerpo y la mente. El ego trasciende ciertamente al cuerpo pero no se trata, no obstante, de una trascendencia absoluta porque sigue manteniendo una estrecha relación con el cuerpo (con lo que Aurobindo denomina «ego físico») y, por consiguiente, tiende a sentir un auténtico miedo de su propio cuerpo. Sólo en las proximidades del estadio del centauro -cuando la conciencia comienza a diferenciarse del ego-, éste y el cuerpo pueden alcanzar una integración verdaderamente superior. Antes de ese momento no es posible eliminar por completo las disociaciones existentes entre el cuerpo y la mente, sino tan sólo tratar de reducir su magnitud. Lo único que podemos desear (y esperar), por tanto, en la mayor parte de los casos normales, es que lafusión entre la mente y el cuerpo no sea desmesurada, que la disociación de la mente y el cuerpo tampoco sea excesiva y que la diferenciación discurra, más o menos, por los cauces apropiados. Este es un proceso que podemos observar en cada uno de los diferentes niveles fundamentales del desarrollo porque... donde existe diferenciación puede haber disociación.

El incesto y la castración maternos

Quisiera ahora -dado que, en esta obra, procuro basarme en las principales escuelas psicológicas- dedicar esta sección a, revisar el punto de vista junguiano sobre el tema, representado por Erich Neumann. Pero no se trata, tan sólo, de una cuestión meramente tangencial, porque las ideas de Neumann encajan perfectamente con nuestro planteamiento. Veamos:

En opinión de Neumann, el paso que conduce desde el cuerpo tifónico hasta el ego mental es el movimiento del «incesto materno» al «incesto paterno» (un término que aclararemos en la próxima sección). Este paso, según Neumann, atraviesa varias subetapas (la renuncia, los luchadores, los asesinos, la lucha con el dragón) pero se trata, globalmente, de un movimiento, o de una transformación, que va de los deseos ligados al cuerpo hasta las modalidades y los conceptos mentales.`

Neumann utiliza el término «reino maternal» para referirse a los dominios instintivos, emocionales y biológicos, de la «madre naturaleza», que se centra en las zonas corporales oral, anal y genital. Y, aunque el «incesto maternal» pueda tener lugar en cualquiera de estas zonas, alcanza, no obstante, su punto culminante en la etapa genital. Obsérvese que estamos utilizando varios términos -por ejemplo, «yo corporal»- en un sentido muy amplio. La influencia del cuerpo tifónico aparece ya de manera rudimentaria en el estadio del uroboros, se convierte en la modalidad predominante del yo en los niveles corporales axial y de imagen, perdura a lo largo de todo el estadio analpertenencia y concluye en los inicios del estadio egoico. Es por ello que, a pesar de que simultáneamente también tengan lugar muchos otros procesos (el desarrollo cognitivo, el desarrollo verbal, etcétera), podemos, en un sentido amplio, referirnos a todos esos niveles como «reinos corporales». Otro tanto ocurre con los «reinos maternales» ya que la Gran Madre comienza a ejercer su influencia en el estadio urobórico, es absolutamente fundamental en el estadio axial, se extiende a lo largo del estadio anal-pertenencia y desaparece en los comienzos del estadio egoico-fálico. Es por ese motivo que Neumann utiliza de manera intercambiable los términos «incesto maternal» e «incesto corporal», queriendo significar con ello simplemente que
-por usar mi propia terminología- los «reinos corporales», o los «dominios de la Gran Madre», son equiparables y que ambos se extienden desde sus inicios urobóricos y a través de su preponderancia en los estadios corporal axial y de la imagen corporal hasta el estadio anal-pertenencia y su conclusión final en los inicios de la etapa fálico-egoica. Si pensamos simplemente en que los primeros estadios del desarrollo están dominados por el cuerpo («reinos tifónicos») y por la madre («incesto maternal», es decir, que el niño aspira a la unidad a través de la unión con la madre), comprenderemos fácilmente el planteamiento de Neumann. A lo largo de esta sección utilizaré todos estos términos de un modo un tanto vago e impreciso con el simple objeto de subrayar la extraordinaria conclusión de Neumann sobre la transformación que conduce desde los reinos materno/corporales hasta los reinos paterno/egoicos.

En esencia, la tesis de Neumann es que, en la medida en que tenga lugar el incesto corporal-sexual -ya sea oral, anal o fálico (todos los «reinos corporales», en general)-, el yo permanecerá expuesto a la «castración maternal», una castración, disolución o perturbación traumática llevada a cabo por la Gran Madre que rige los dominios tifónico-corporales. Porque la Gran Madre «amenaza al ego con la aniquilación, es decir, con la muerte y la castración». 274 Todo esto nos debe resultar ya muy familiar. «Hemos visto -prosigue Neumann- que la naturaleza narcisista del adolescente obsesionado con el falo relaciona la sexualidad con el miedo a la castración.» 279 Hasta este punto el terreno sigue resultándonos familiar. «La pérdida del falo en la hembra se equipara simbólicamente a la castración por parte de la Gran Madre y equivale, en términos psicológicos, a la disolución del ego [rudimentario] en el inconsciente.» 279 Y prácticamente en la misma línea que el psicoanalista Fenichel, Neumann afirma que, en el estadio materno, «la masculinidad y el ego del héroe... se identifican con el falo y la sexualidad» .27` Por consiguiente, la amenaza matriarcal de «castración pende sobre todo ego que no haya roto todavía su vínculo con la Gran Madre». 279 Y la castración puede adoptar (sólo en este estadio) la forma concreta de miedo a una verdadera castración genital (además de la forma más general de castración-disolución del ego mental en «estallidos» de irracionalidad, de hiperemocionalidad y de impulsos hedonistas). Si expresara con mis propios términos las ideas de Neumann diría que el hecho de ser castrado por los reinos corporales de la Gran Madre equivale a una regresión desde el flamante reino de la mente hasta los do

minios corporales tifónico-pránicos. Esta es precisamente mi in

 

terpretación de las ideas de Neumann. 279

Como ya he sugerido, para que el desarrollo prosiga más allá de este estadio es necesario que el yo muera a su identificación corporal y al correspondiente incesto maternal. Ésta es la razón por la cual, a mi entender, Neumann afirma que «llegamos ahora a la lucha con la Gran Madre y a su derrota». «El carácter aterrador de este dragón descansa esencialmente en su poder de seducción sobre el ego, para después castrarlo y destruirlo en el incesto maternal... Pero cuando el ego deja de estar dispuesto a permanecer [en dicha etapa] debe vencer su miedo... y hacer frente a lo que más le había aterrorizado, exponerse a la fuerza destructora de la... Madre Dragón sin permitir que le destruya.» 279 Debe atravesar entonces la muerte (Thanatos) y la separación de los niveles maternales (sin regresión, disolución ni represión), debe poner fin a la fusión (incesto) y emprender una diferenciación (sin disociación). Y si esta tarea es llevada a cabo exitosamente, «el ego del héroe dejará de estar identificado con el falo y la sexualidad. Entonces, [en este nivel nuevo y superior] otra parte del cuerpo -la cabeza- se erigirá simbólicamente como... "masculinidad superior", la cabeza como sím

bolo de la conciencia -cuyo órgano primordial es el ojo- y el

 

ego se identificará con ella». 279

Tomemos nota, pues, una vez más, de los pasos que jalonan este cambio: aceptación de la muerte y separación de un nivel inferior, diferenciación o desidentificación de dicho nivel, emergencia del próximo nivel superior e identificación con el mismo. Pero esto sólo ocurre después de haber vencido y superado la angustia de la separación (la «lucha contra el dragón» de Neumann), una lucha que augura la aparición de una nueva modalidad de trascendencia. De este modo, dice Neumann, «la supremacía de la Gran Madre y el control que ejerce a través del poder instintivo del cuerpo [tifón] quedan superados por la relativa autonomía del ego, del [yo] superior dotado de voluntad propia y que obedece a los dictados de su propia razón»."'

Además, según Neumann, este nuevo reino -el reino mental egoico-, se caracteriza por su diferenciación del cuerpo. En sus propias palabras, «el desarrollo de la conciencia egoica discurre paralelamente a la tendencia a independizarse del cuerpo» porque, a diferencia de lo que ocurre con el mundo terrenal
-vinculado al mundo terrenal y al inconsciente-, el ego representa el mundo de la luz y de la conciencia... El ego y la conciencia experimentan su propia realidad diferenciándose del cuerpo. Este es uno de los hechos fundamentales de la mente humana». 279 Observemos, además, que, aunque no llegue a mencionarlo abiertamente, Neumann es consciente de la diferencia existente entre disociación y diferenciación: «El desarrollo que conduce a la división de los dos sistemas [la mente y el cuerpo] obedece necesariamente a un proceso de diferenciación psíquica que, como ocurre con toda diferenciación, corre el peligro de ser desproporcionada y perversa». 279 Eso, precisamente, es una disociación.

El nuevo estadio egoico-mental es el mundo de los conceptos, de la voluntad, de la razón, de la lógica y de la moral. Se trata de un mundo dominado inicialmente por el «incesto y la castración paternos» (o por lo que, con mayor propiedad, podríamos denominar «incesto o castración parental o cultural»), que lleva a que los deseos y temores del individuo se basen menos en el cuerpo y más en la persona y en sus ideas sociales y culturales. Y es ahora, a través de este nuevo dominio superior, cuando el yo, oscilando entre las dos vertientes del proyecto Atinan, acomete nuevos incestos y se enfrenta a nuevas amenazas de muerte.

El incesto y la castración parental

Hemos visto que el ego mental normal acepta la diferenciación, la muerte y la trascendencia de todos los niveles inferiores: pleromático, urobórico, tifónico y pertenencia (es decir, dedo que hemos denominado «reinos corporales»). Sin embargo, la sensación de identidad está ahora identificada con el ego mental y, en consecuencia, se opone denodadamente a la muerte de esa nueva estructura. En este nivel, la lucha entre la vida y la muerte, entre Eros y Thanatos, se traslada al escenario mental y el proyecto Atinan -que ha dejado de ser sexual-corporal para convertirse en egoico-mental- comienza a asumir la forma de esta nueva estructura. Ya no se opera a través de las heces y de los falos sino del ego y la persona.

En el capítulo 5 vimos que uno de los rasgos característicos distintivos del ego mental es su diferenciación interna, la diferenciación (necesaria y conveniente) del ego en diversas subpersonalidades o personas (las más sobresalientes de las cuales son el Padre/Superego/Perro de Arriba, el Niño/lnfraego/Perro de Abajo, el Adulto/Calculador, el ego ideal y la conciencia). Y, después de haber emergido, cualquiera de estas subestructuras puede, a su vez, disociarse (en lugar de diferenciarse) y quedar, por tanto, relegada al inconsciente sumergido (convirtiéndose entonces en sombra, o en «personalidades inconscientes» que se entremezclan indiscriminadamente con el inconsciente arcaico). De la misma manera, cualquiera de estas subpersonalidades (especialmente el superego) puede emerger -y suele hacerlodel sustrato inconsciente como inconsciente encastrado, un proceso, en sí, natural, normal y sano.

Debido a mi admiración por el análisis transaccional, suelo referirme al ego mental (o por lo menos a sus estadios tempranos e intermedios) como ego P-A-N. Ésta es también una forma sencilla de recordar tanto la diferenciación interna del ego como sus tres subpersonalidades más importantes (P = «Padre»; A = «Adulto»; N = «Niño». Por cierto, cuando escribimos «Padre» con mayúscula nos referimos al «Padre interiorizado» y no a los padres externos reales). Sin embargo, y éste es un punto muy importante, en el resto de este capítulo limitaré mi exposición casi exclusivamente al caso del superego [Padre]. Pero no hay que suponer, por ello, que los demás aspectos del ego sean menos importantes; lo cierto es que el superego es una de las subpersonalidades más importantes y, en consecuencia, la mayor parte de las consideraciones teóricas pueden hacerse en relación al mismo (y dejar que el lector interesado las aplique a las demás subpersonalidades cuando lo considere necesario).

En términos generales, el superego constituye simplemente una parte esencial de la identificación supraordenada del yo egoico-mental. Visto más concretamente, sin embargo, el superego implica que el niño se ha identificado con los padres y que los ha interiorizado mentalmente para configurar al Padre, que los «ha imitado mentalmente» para dar forma a su yo mental. l4, 33.51 y 9, Y esto es algo que no puede tener lugar en los niveles corporal y sexual sino que sólo puede llevarse a cabo a partir del nivel mental y verbal. La capacidad del niño, en este estadio, de formar ideas y conceptos, le permite identificarse mental o conceptualmente con sus mentores: sus padres. Y éste ya no es un incesto corporal sino un incesto parental-conceptual, una modalidad superior de Eros.

El ingreso del niño en el mundo del cuerpo físico se produce gracias a la mediación de la Gran Madre, una mediación que comienza en el nacimiento y prosigue con la lactancia, la crianza, el contacto físico, las caricias, el entrenamiento en el control de los esfínteres, etcétera. Pero su ingreso en el mundo de la mente sólo puede tener lugar a través del lenguaje social y del intercambio con los padres verbales. La Gran Madre preverbal encarna un mundo de sensaciones, sentimientos, anhelos y deseos no conceptuales, pero la madre individual, verbal y conceptual es completamente diferente. A diferencia de la Gran Madre anterior, en el

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nivel mental y verbal se la conoce sobre la base de la-palabra-y-elnombre. Y a ella no tarda en unirse la figura paterna, otro individuo verbal y utilizador de conceptos. Todo esto es más o menos nuevo para el niño quien tiende a utilizar a los nuevos padres, a los padres verbales, como modelos de conducta supraordenada, de modo que el niño termina identificándose con los padres y articulando al Padre -superego- que pasa simplemente a formar parte integrante del nuevo yo de orden superior.`,`

El niño elabora conceptualmente su yo modelándolo del yo de sus padres a través del incesto parental, el modelado parental de la conducta. También podría decirse, desde una perspectiva levemente diferente, que los padres proporcionan al niño nuevas formas de traducir la' realidad, formas representadas por un conjunto de condiciones especiales y que esas condiciones especiales -como siempre encarnan simplemente las características propias del nivel nuevo y superior. En este caso, las condiciones especiales que se le ofrecen al niño son las pautas verbales, conceptuales, egoicas y sintácticas y lo que se le pide -y, en ocasiones, se le exige- es que exprese en forma egoico-sintáctica lo que hasta entonces había expresado solamente de manera corporal o emocional. Y los padres siguen imponiendo esas condiciones especiales -obligándole al niño a proseguir con ese tipo de traducción- hasta que tenga lugar la transformación de manera más' o menos completa. Es precisamente a todo este proceso al que nos referimos con el término de «incesto parental».

En efecto, el incesto parental contribuye a que el niño pase del complejo de Edipo, ligado al cuerpo, al ego mental y al superego. A esto es a lo que el psicoanálisis se refiere cuando dice

que «el superego es heredero del complejo de Edipo» 46 porque382«las identificaciones reemplazan a las elecciones de objeto»

(lo que realmente significa que las identificaciones mentales reemplazan a los deseos corporal-sexuales). Fenichel lo dice del siguiente modo: «El ego recibe "prestada" de sus padres la energía necesaria para superar el complejo de Edipo. De ese modo, la superación del complejo de Edipo alienta el «paso decisivo hacia adentro del ego" [su diferenciación interna] que resulta tan importante para su desarrollo subsiguiente ... ».120 Desde el punto de vista psicoanalítico, por ejemplo, «el paso que lleva de los padres [externos] hasta el superego [interno]... es un requisito previo indispensable para la independencia del individuo. La autoestima deja entonces de estar supeditada a la aprobación o el rechazo de los objetos externos para pasar a estar sujeta al sentimiento de actuar o no correctamente».120 Pero esto simplemente pone de relieve «el hecho de que la construcción del superego tiene lugar en un nivel superior ...». 120 (Es cierto que algunos aspectos del superego pueden ser regresivos, narcisistas y arcaicos [existe una teoría, por ejemplo -con la que estoy completamente en desacuerdo- según la cual el superego se forma en parte por incorporación oral], pero la tesis global está clara porque decir que el superego es un heredero de «nivel superior» del complejo de Edipo equivale a afirmar que el ego mental trasciende el cuerpo tifónico.)

Neumann denomina «incesto/castración paterna» a la totalidad de la psicología del superego. 279 Y utiliza el término «paterno» por razones muy diversas. En primer lugar, desde un punto de vista histórico y mitológico, el matriarcado ha sido superado por el patriarcado.

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Tal vez esto pueda parecer sexista pero Netimann es un mero cronista de los hechos y el sexismo
-si lo hay- no sería suyo sino de la humanidad. En segundo lugar, y siguiendo a Fenichel, hoy en día también nos encontramos con que «las condiciones de nuestra cultura convierten al superego paterno en una instancia decisiva para ambos sexos».` Puede que esto también sea algo sexista y culturalmente determinado pero, aunque así fuere, mientras la sociedad no cambie «el superego paterno» seguirá siendo decisivo tanto para los hombres como para las mujeres. De ahí el incesto y la castración paterno, lo cual simplemente significa que, para la mayoría de la gente, el padre representa la figura de autoridad y el modelo de conducta fundamental de este estadio.

No obstante, y por razones muy diversas, prefiero hablar en términos más generales del «incesto y de la castración de los padres», de modo que, en cada caso particular, podamos decidir si la figura más decisiva es la madre o el padre. Ambos juegan un papel decisivo y, en una u otra medida, son interiorizados a través del incesto parental. 427

Me gustaría hacer hincapié en que la función esencial del superego o Padre es la de ayudar al yo a diferenciarse del cuerpo tifónico y, en consecuencia, a trascenderlo, lo cual, como norma general, suele tener lugar mediante la emergencia de una estructura jerárquicamente superior y la identificación del yo con dicha estructura. En este estadio, los padres son figuras extraordinariamente importantes porque ofrecen -o se supone que deben ofrecer- modelos asequibles de conducta de todas las personas diferentes y necesarias con las que el niño puede identificarse a través del incesto parental, lo cual, a su vez, contribuye al desarrollo de una fecunda diferenciación interna. No obstante, suele ocurrir con bastante frecuencia que los padres, más que forzando la represión, fracasan simplemente en su función de proporcionar modelos de conducta adecuados, con lo cual el niño no consigue diferenciar y desarrollar las capacidades potenciales que se hallan en su sustrato inconsciente. Esta falta de crecimiento, pues, no es tanto fruto de lo que los padres hacen sino de lo que dejan de hacer: proporcionar modelos de roles para el incesto parental.

El proyecto Atman egoico: el ego ideal y la conciencia
El
yo egoico -yo P-A-N- constituye, efectivamente, una sensación de identidad nueva y superior que encarna una unidad

también nueva y superior. Está un poco más cerca de Atinan, tiene una dosis ligeramente superior de Atman-telos, pero todavía no es Atinan y, en consecuencia, debe continuar todavía con el proyecto Atinan, con el intento de convertirse en un Héroe, en una Unidad inmortal y omnipotente. El yo, que ha aceptado (hasta cierto punto) la muerte y la trascendencia de todos los niveles inferiores, se halla ahora completamente identificado con el ego mental -el ego P-A-N-, y esta nueva sensación de identidad sustitutoria se fortifica hasta los dientes para defenderse de la muerte y de la trascendencia. Y, en la medida en que siga cautivado por los nuevos incestos, permanecerá aterrado ante las nuevas amenazas de muerte. Así es como emprende una nueva batalla de la vida contra la muerte y así es como aparece una nueva modalidad del proyecto Atinan.

Podemos ver muy claramente todo esto observando simplemente al superego (una vez más, limitaré mi exposición de las diversas subpersonalidades al superego, o Padre, y analizaré también el proyecto Atinan egoico desde la perspectiva exclusiva del Padre). El superego suele subdividirse en el ego ideal (el conjunto de instrucciones e ideales «positivos») y la conciencia (el conjunto de todas las instrucciones y prohibiciones «negativas»). (No pretendo dejar de lado los importantísimos trabajos de Kohlberg a este respecto sino que simplemente limitaré mi exposición a una reformulación de los conceptos psicoanalíticos). En mi opinión, podríamos resumir todo este tema diciendo que el ego ideal no es más que la vertiente erótica del proyecto Atinan egoico y que la conciencia constituye la vertiente thanática del mismo y que representan, como lo demuestran los hechos, los aspectos positivo y negativo de la modalidad egoica del intento de convertirse en Héroe, Dios o Atinan.

Comencemos con el ideal egoico. Loevinger resume magistralmente el punto de vista ortodoxo de la etiología del ego ideal (según lo postulado por Lampl-de Groot):
El ego ideal comienza con «la satisfacción del deseo alucinatorio» del niño [reinos urobóricos]. En la medida en que el niño va tomando conciencia de la diferencia existente entre lo interno y lo externo [nivel del cuerpo axial], la satisfacción del deseo alucinatorio va siendo reemplazada por fantasías de omnipotencia y grandiosidad [proyecto Atinan imaginario del proceso primario]. Ante la experiencia de su relativa impotencia dichas fantasías se ven sustituidas por las fantasías de la omnipotencia de sus padres [inicios del incesto parental]. Después de desilusionarse también a este respecto, elabora unos ideales y una ética. Para Lampl-de Groot, el objeto de toda esta secuencia no deja de ser la satisfacción del deseo [o incesto-Eros, en general].`

Este párrafo constituye, a mi juicio, el resumen de casi un siglo de investigación psicoanalítica y llega simplemente a la conclusión de que el ego ideal consiste fundamentalmente en la culminación de la satisfacción del deseo-Eros, es decir, el aspecto positivo del proyecto Atinan. En otras palabras, el ego ideal es la sumatoria y la culminación de las numerosas transformaciones que tienen por objeto la consolidación de diversas formas del proyecto Atman, un intento que ya comienza, según ciertas opiniones, en los estadios pleromático y urobórico. Contiene -o, mejor dicho, ha atravesado- todas las modalidades anteriores de Eros, de incesto, de deseos, de apetitos y de anhelos positivos desmesurados, todos los intentos anteriores, en suma, de ser cosmocéntrico y heroico. Y, en la medida en que persista una fijación en cualquiera de los niveles mencionados anteriormente, estos incestos y estos deseos primitivos -según el psicoanálisis- seguirán vivos en el ego ideal distorsionando los ideales del individuo, ampliando falsamente sus capacidades e imponiéndole sueños imposibles. Resumiendo, cabría afirmar que el ego ideal es la morada de todos los intentos anteriores de alcanzar la perfección cósmica. Ésta es la interpretación más sencilla de la naturaleza del ego ideal, una interpretación que no sólo se ajusta al punto de vista psicoanalítico, sino que también está de acuerdo con la visión de Becker y de todos los existencialistas en general.

Pero ésta no es, a mi entender, más que la mitad de la historia y, en ese mismo sentido, constituye una media verdad. El psicoanálisis observa al ego ideal, descubre que alberga un deseo de perfección que trasciende las limitaciones personales y -puesto que desconoce los reinos transpersonales- concluye que el ego ideal es un deseo regresivo que aspira a la perfección prepersonal del paraíso pleromático. 120 Y, como ya hemos dicho, tal vez ésta sea una parte de la verdad pero en modo alguno es la verdad completa porque la mayor parte del ego ideal es simplemente la forma presente del proyecto Atman. El ego ideal es el molde en el que el adulto va vertiendo paso a paso su intuición de la conciencia Atman real y superior, un pequeño orificio por el que penetra en el ego la intuición de la auténtica Perfección. Así pues, siempre y cuando no exista una verdadera fijación, el «idealismo» del ego ideal no es, como parecen pensar tantos analistas, 4ó' '22 • '4' el deseo regresivo de la perfección pretemporal del pleroma sino, por el contrario, un deseo progresivo (aunque todavía algo limitado) que aspira a la liberación transpersonal en la Unidad. El yo aspira a la trascendencia, a Atman, pero no está dispuesto a aceptar la muerte, o Thanatos, del nivel egoico presente y, en esa misma medida, se ve obligado a aceptar una solución de compromiso, un sustituto. Ése es, fundamentalmente, el ego ideal, en parte ilusión y mentira vital, y en parte verdad y realidad. El ego ideal contiene, pues, todas las intuiciones Atman que no pueden ser realizadas ni actualizadas en el presente y que, por ello mismo, impulsan al individuo a ir más allá de su estado de mediocridad actual aun en el caso de que se funda completamente con los sustitutos.

¿Qué es, por tanto, lo que busca el ego ideal? No me extenderé sobre este punto sino que simplemente me limitaré a decir que estoy completamente de acuerdo con Blos cuando afirma que el ego ideal impulsa a la gente «a asombrosas gestas de creatividad, heroísmo, sacrificio y entrega. Uno es capaz de morir por sus ideales antes de permitir que éstos mueran [sacrificio sustitutorio]. El ego ideal es la autoridad más intransigente que pesa sobre la conducta del individuo maduro y su actitud siempre es inequívoca».45 Se trata, pues, de «una búsqueda que se extiende hasta un futuro ilimitado que termina fundiéndose con la eternidad. De ese modo, el miedo a la finitud del tiempo, el miedo a la propia muerte, se convierte en algo inexistente...»45 La inmortalidad y la cosmocentricidad constituyen el proyecto Atman del ego ideal. El proyecto de inmortalidad del ego ideal es simplemente la perfección eterna, un nuevo estadio de la fuga de Eros ante la muerte y ante sunyata, de Eros ansioso de inmortalidad a través de una cadena interminable de mañanas. El ego ideal, resumiendo, aspira a mantener y consolidar la sensación de identidad que se halla bajo el influjo de la ilusión -correcta aunque distorsionada- de que es el Atman perfecto e inmortal. Este es, a mi entender, el núcleo fundamental del ego ideal.

Y si ahora nos trasladamos al aspecto negativo del proyecto Atman, podríamos decir que, del mismo modo que el ego ideal es la morada de Eros, es posible reconocer la sonrisa de Thanatos en la conciencia. De la misma manera que las raíces del ego ideal se asientan en los estadios pleromático y urobórico, el origen de la conciencia se remonta a la primera experiencia de Thanatos -una experiencia llevada a cabo por el otro urobóricoy la subsiguiente resistencia que se le ofrece.` ,` «Algunas de las experiencias desagradables [Thanatos] se estructuran posteriormente como restricciones y exigencias de los padres [en el estadio de pertenencia como «ética visceral»], que el niño obedece para conservar el amor de los padres. En la próxima etapa [el inicio del estadio egoico], se interiorizan algunas de dichas exigencias por vía de la identificación [incesto parental]. Finalmente, el niño acepta las restricciones y articula una conciencia... Esta [conciencia] sigue siendo primordialmente en todo

momento un "agente restrictivo'»,243 una restricción impuesta por Thanatos, el miedo omnipresente a la muerte, un miedo que se incorpora a la conciencia y que es administrado en las dosis necesarias para que el ego termine ajustándose a sus exigencias (¿no fue acaso el mismo Freud quien acabó por afirmar que este aspecto del superego estaba modelado por Thanatos?)

Así pues, resumiendo, cabe afirmar que, del mismo modo que el ego ideal constituye la culminación de todos los incestos, la conciencia lo es de todas las castraciones, de todas las restricciones, de todas las negaciones y de todas las amenazas de la muerte. Y, en el caso de que las castraciones de los niveles anteriores hayan sido importantes y hayan dado lugar a fijaciones, el individuo, bajo el influjo de la inflexible conciencia, seguirá reprimiendo y disociando esos aspectos previos de la misma que ya deberían haber sido integrados. En tal caso, en lugar de diferenciación, trascendencia e integración, habrá disociación, fijación y represión; en lugar de sacrificar el estadio anterior y aceptar su muerte, el individuo habrá disociado ciertos aspectos de ese estadio como una forma de sacrificio sustitutorio. La disociación es básicamente un sacrificio sustitutorio en el que el individuo, en lugar de aceptar la muerte de un determinado estadio anterior, ofrece partes de sí mismo a modo de sacrificio sustitutorio. Así, bajo las directrices del Padre interiorizado, el individuo reprimirá, alienará y disociará todos aquellos aspectos del yo que supongan, a los ojos del Padre, una amenaza de muerte. De este modo, pues, el individuo que tenga una persona falsa e idealizada, disociará y reprimirá cualquier faceta de su yo (como, por ejemplo, la sombra) que implique una amenaza para su inflaccionada autoimagen. En lugar de aceptar la muerte de la falsa persona, el individuo sustituirá la muerte de la sombra por su represión y su disociación. De la misma manera que el ego ideal es un sustituto de Eros, la conciencia lo es de Thanatos. Ésta es, a mi entender, la manera más sencilla de reformular las importantes contribuciones del psicoanálisis sobre el superego, el ego ideal y la conciencia.

La renuncia al incesto y a la castración parental

Una vez que el incesto parental ha cumplido con su cometido
-la creación de una sensación de identidad supraordenada por medio del incesto o del modelado de roles parentales- debe ser abandonado a través de la desidentificación y la diferenciación. Entonces es necesario sacrificar las figuras de la Madre y del Padre, aceptar su muerte y poner, de ese modo, fin al control exclusivo que ejercen sobre la conciencia. Si el yo se niega a abandonar el incesto parental se expondrá entonces a la castración parental y el individuo permanecerá atado a un estado de conformidad con las órdenes de los padres, fundido, por así decirlo, con ellos. El individuo es incapaz de tolerar la angustia de separación que le produciría el hecho de dejar atrás las figuras del padre y de la madre, con lo cual todo el reino egoicomental se ve castrado por las opiniones de «papá y mamá». En tal caso, el individuo va por la vida sin atreverse a formular sus propias ideas ni a «vivir la vida» por cuenta propia. Reina la fusión, el desarrollo se estanca, la diferenciación y la trascendencia se detienen.

Este drama culmina habitualmente en la adolescencia, cuando el individuo, después de haber creado diversas subpersonalidades apropiadas (por medio del incesto parental), comienza a diferenciarse y desidentificarse de ellas hasta llegar a trascenderlas e integrarlas en el ego maduro para comenzar después a trascender incluso al mismo ego. Y esto requiere la muerte del antiguo superego parental (una etapa a la que Neumann denomina «asesinato de los primeros padres»). 279 Naturalmente esto es algo que puede resultar amenazador para los padres reales y la tensión resultante no deja de generar problemas para todos los involucrados en el proceso.`

Pero si esta etapa es adecuadamente negociada, el individuo termina desarrollando un ego maduro e integrado -primer paso del Arco Interno- y se adentra en las modalidades transegoicas del yo (centáurico, sutil, causal y último). El proyecto Atinan va

El proyecto Atman

siendo cada vez más sutil y puede que acabe por dar paso plenamente sólo a Atman. Y en la visión de esa Luz final, habrá nacido el Dios Radiante.