LAS ARAÑAS

Las arañas son perseguidas por las mujeres con odio y repugnancia. Los hombres se muestran indiferentes por regla general. Pero no se merecen ni nuestra hostilidad ni nuestra indiferencia. Ningún daño nos hacen. Por el contrario, nos liberan de muchos insectos molestos y perjudiciales; y de todos los animales que se ponen a vivir en nuestras cercanías, se cuentan entre los más interesantes.

Hay que admitir en verdad que una vivienda con telarañas por todos los rincones ofrece un aspecto bastante desolado. No se le puede tomar a mal al ama de casa cuando siente la necesidad imperiosa de hacer una limpieza a fondo. Pero ¿ha de ser destruida toda telaraña en la ventana, en la terraza o en el jardín y debe darse muerte a su tejedora?

Son animales crueles, se dirá. ¡Qué terrible ha de ser para una mosca el ser devorada en carne viva! No sé cuál de las muertes ha de infligirle más tormentos, si la muerte en la telaraña, o en el estómago de una golondrina, o mediante los envolventes micelios del hongo de la mosca. No obstante, se puede dudar de si los insectos sienten algo parecido a nuestro dolor físico. Una cucaracha que se haya herido una pata durante la muda, lamerá con gusto su propia sangre, y no es infrecuente el caso de que no se conforme con la gota de sangre, sino que siga devorando hondamente en la carne, ¡un caníbal de su propio cuerpo! Si cortamos cuidadosamente por la mitad con unas tijeras afiladas, sin espantarla, a una abeja que se encuentre chupando una gota de agua azucarada, el insecto no interrumpirá su comida por esa menudencia. Es más, su placer —si es que siente algo parecido— se multiplicará; y es que no logrará saciarse, pues todo lo que absorbe por delante fluye de nuevo por detrás como un manso riachuelo; por eso se mantiene durante largo tiempo pegada a la golosina, hasta que muere finalmente por agotamiento. En el reino de los insectos las fantasías del barón de Münchhausen se convierten en realidad. Observaciones como las que acabamos de exponer poco se compaginan con un auténtico sentido del dolor. La compasión que sentimos por una avecilla que se encuentre entre las garras de un gato es comprensible y está justificada. La compasión por las moscas atrapadas por las arañas es un sentimentalismo exagerado. Dejémoslas, pues, estar tranquilas, en la medida en que nuestro sentido del orden hogareño nos lo permita, y observémoslas un poco.

DE LAS ARAÑAS EN GENERAL

Las arañas no pertenecen a la clase de los insectos. Las arañas y los insectos son dos grupos animales emparentados pero claramente diferenciados entre sí, que forman, junto con los miriápodos y los crustáceos, el fílum cuaterno de los artrópodos. Dentro de ese tipo zoológico, los insectos son los únicos felices propietarios de alas. Pero como también existen insectos ápteros —ya hemos podido conocer algunos de ellos como la pulga, los piojos y el pececillo de plata—, la carencia de alas no es un rasgo adecuado para su clasificación. Por el número de patas, por el contrario, se puede saber si nos encontramos ante un insecto o ante una araña: los insectos tienen seis, las arañas ocho.

No será necesario, en verdad, contar el número de patas para poder distinguir una araña de jardín de un escarabajo pelotero. Pero la población de las arañas es numerosa y variada. Han sido descritas más de treinta mil especies distintas. Son pocas en comparación con los insectos, de los que hay cerca de un millón de especies de las que se da constancia en los libros, pero también son demasiadas como para que una persona pueda conocerlas todas, y así puede ocurrir que el especialista tenga que contar a veces las patas antes de establecer su diagnóstico.

Esto ocurre especialmente con los ácaros, tan diminutos en su mayoría, que han de ser contados entre los arácnidos. Más parecidos a la idea que se tiene comúnmente de las arañas son los opiliones, llamados también arañas zancudas, cuyo cuerpo rechoncho es sostenido, como sobre resortes, por cuatro pares de patas horriblemente largas y quebradizas. Cuando se acercan dando zancadas sobre la mesa o por el suelo, su terrible aspecto les cuesta la vida con harta frecuencia. Son animales completamente inofensivos, que se alimentan de insectos muertos y de restos de plantas en descomposición.

Las arañas auténticas, los aracneidos, tienen poderosas glándulas ceríferas en el abdomen. Por ellas segregan un filamento céreo que se endurece al ponerse en contacto con el aire, el cual es umversalmente conocido como el material del que están fabricadas las telas de araña. También muchos insectos poseen glándulas sericígenas; entre ellos el filamento seríceo sale por la abertura bucal, como sabe cualquiera que haya observado a una oruga mientras se hila en capullo. En las arañas las glándulas van a desembocar en unos apéndices cilindricos o cónicos situados cerca del extremo posterior abdominal, en las llamadas hileras.

Las arañas utilizan sus hebras séricas de muy variados modos.

No todas construyen una red. Los saltícidos, pequeñas arañas saltadoras, llevan una vida libre de salteadores de caminos. En el césped, en el maderamen o en los muros puede vérselas con frecuencia, moviéndose inquietas de un lado para otro, al acecho, hasta que clavan sus ojos pequeños pero bien desarrollados en una mosca, sobre la que se abalanzan de un salto audaz y certero. Dan muerte a la presa de una dentellada venenosa y la devoran sin pérdida de tiempo. Un nido tejido de forma suelta les sirve de cobijo por las noches, y allí mismo pondrán después sus huevos, que no dejarán sin custodia. También los grandes licósidos, arácnidos corredores de hábito depredador, entre los que se cuenta la tarántula, deambulan por los campos como cazadores independientes; puede vérseles a veces en gran número correteando por las orillas pedregosas de lagos y ríos. Con sus filamentos de cera se tejen un capullo para los huevos, que llevan consigo debajo del vientre, y que defienden si es necesario. Cuando los jóvenes abandonan su cuna de seda bajo el vientre de la madre, trepan hasta sus espaldas, la utilizan como animal de montura y permanecen allí un tiempo bajo su protección. Con mayor comodidad se organizan los tomísidos, unas arañas con patas parecidas a las de los cangrejos, que se colocan sobre una flor con las extremidades extendidas y se quedan allí inmóviles al acecho. Si se acerca un insecto volando, animado por el deseo de reponer sus fuerzas con el néctar de la flor, será atacado con la velocidad de un rayo, y en vez de la miel en la boca tendrá el mortal veneno de la araña en el cuello. Se lanzan también contra abejas y mariposas, aun cuando éstas las doblan en tamaño. Algunas utilizan sus habilidades hilanderas para construirse un toldo de seda, que refuerzan y tapan bien con hojas entretejidas, refugiándose así bajo ese techo impermeable durante el mal tiempo. Mientras que los tomísidos adultos se mantienen fieles a los lugares a los que se han habituado, la juventud es viajera por naturaleza. Pero parece ser que llevan dentro de la sangre el carácter comodón. No se esfuerzan mucho en sus excursiones. En los días despejados de otoño, cuando el buen tiempo les promete un viaje sin contratiempos, la pequeña araña tomísido busca un lugar algo elevado, el palo de una cerca o el tallo de un hierbajo, empina el trasero lo más posible hacia el cielo, defeca un haz plateado de seda, se desprende de repente con sus ocho patas de la superficie sobre la que se encontraba y se aferra del filamento a guisa de globo, que conducirá por los aires al diminuto aeronauta, al soplo de la más leve brisa, a través de grandes distancias; y como quiera que a finales del otoño, coincidiendo quizá con el veranillo de San Martín, la joven generación no sólo ha aumentado, sino que también otras especies de arañas utilizan ese medio tan barato de locomoción, los hilos de las arañas voladoras, en forma de copos blancos y sedosos, son un fenómeno muy admirado en el otoño. Hilos de la Virgen los llama el pueblo, en la creencia de que han escapado del huso de María.

De todos modos, no hay duda de que la aplicación más notable de la seda de las arañas se encuentra en las arteras redes que extienden con sus telas. Dos especies de arañas, con telas completamente distintas, son las que se encuentran frecuentemente en nuestros hogares en calidad de huéspedes: la araña de jardín y la araña doméstica.

LA ARAÑA EN SU TELA

La araña de jardín utiliza su tela al mismo tiempo como vivienda y como trampa. Para nosotros se trata de un hogar elegante, tejido completamente de seda. Para la araña, como productora, ese material no es ninguna rareza. Quien haya observado alguna vez el volumen de las glándulas sericígenas en su región abdominal habrá advertido que ese animal vive en la opulencia en lo que respecta a la seda. Pero representa también la base más importante de su existencia.

La telaraña ha de ser viscosa, para que las moscas, por ejemplo, se queden colgando de ella. Pero la araña, por su parte, no desea quedarse pegada cuando se encuentra sentada en su casa o cuando corre velozmente por la malla. Buenas maldiciones echaríamos si el suelo de nuestras viviendas estuviese untado de la brea que utilizamos para atrapar a las moscas. La telaraña sirve para ese doble propósito gracias a que está tejida por dos tipos de hilo: el centro, que forma el auténtico cuarto de estar, en el que la araña se encuentra por regla general durante el día, consiste en una malla de hilos secos. Desde esa atalaya parten en forma de rayos hacia el marco exterior de la tela hilos igualmente secos, los radios. Entre la atalaya y el marco se encuentran las espiras de captura, cuyas hebras viscosas están sujetadas a los radios y son producidas por glándulas sericígenas especiales.[3] Cuando la araña se desliza por la tela, va agarrándose de los radios secos y evita hábilmente rozar las hebras viscosas con las patas. Dos circunstancias la ayudan a ello: en las patas, el extremo de los tarsos está equipado con un singular aparato compuesto de pinzas, garras dentadas y cerdas, lo que hace que pueda sujetarse muy bien de las finas hebras; y en segundo lugar, si se observa atentamente se advertirá que la tela no cae perpendicularmente, sino que se encuentra algo inclinada en el espacio; la araña se sitúa en la cara inferior, se mueve meciéndose en el aire y evita así con gran facilidad rozar o pisotear burdamente las hebras destinadas a la captura.

A veces la araña de jardín no se sitúa al acecho en el centro de la tela, sino al borde, donde se teje con hojas una especie de guarida. Incluso estando ahí sigue manteniendo con su tela un auténtico contacto sensorial. No puede permitirse el lujo de pasar por alto el momento en el que una presa cae en la tela. Por eso, cuando se tumba a descansar al borde de la tela, una de sus patas delanteras está continuamente en contacto con alguno de los radios, tocándolo suavemente, pero a veces también con una hebra de alarma colocada especialmente para este fin. Mientras el hilo que roza permanezca inmóvil, podrá seguir dormitando tranquilamente.

LA CAPTURA

Quizá pueda parecer extraño que una araña de jardín tenga que recurrir a su sentido del tacto para advertir la presencia de una mosca que se ha enredado en su tela delante de sus ocho ojos. Y sin embargo, esto es precisamente lo que ocurre.

Sus órganos visuales están peor desarrollados que los de las arañas saltadoras, los saltícidos. Puede distinguir en verdad de dónde proviene la luz y utiliza también los ojos para orientarse dentro de los marcos de su pequeño espacio vital habitual, pero, incluso acuciada por el hambre, no prestará la menor atención a una mosca que dejemos patalear ante su cabeza sin que roce los hilos de la telaraña. No puede reconocerla con la vista.

Nosotros, los humanos, hablamos sobre cómo se ven las cosas. Para nosotros la vista es el sentido más importante, el sentido conductor en la vida. Tan sólo los ciegos pueden utilizar con más finura el sentido del tacto que nos ha dado la naturaleza, y aquellas escasas personas, dignas de compasión, que han nacido ciegas y sordas al mismo tiempo, como la famosa escritora norteamericana Helen Keller, aprenden a desarrollar el sentido del tacto, perfeccionándolo hasta límites insospechados. Las hormigas constructoras de telarañas han estado ejercitando su sentido del tacto desde tiempos inmemoriales. Si pudiesen hablar, ciertamente no dirían el insecto se ve, sino el insecto se detecta por el temblor de la tela.

Hay que utilizar algo la fantasía para meterse en el pellejo de un ser que recibe a través del sentido del tacto casi todas las informaciones sobre las cosas que tienen significación en su vida. La caída de una presa en la tela será delatada por el temblor de los hilos. Si se trata de un bocado suculento o magro es algo que dirá la carga que tenga que soportar la tela, lo que se medirá por la tensión de las hebras que forman los radios. También se palpará el sitio en el que se ha quedado pegada la víctima. Si ésta no se mueve, la araña, desde su atalaya, irá tirando de los hilos uno tras otro hasta dar con el lugar preciso. Con velocidad asombrosa se lanzará contra su presa, una verdadera maestra del «buen tacto».

Cuando una presa se ha enredado en su tela, lo primero que hace la araña es ir hacia ella y asegurarla. Aun cuando las pegajosas hebras dificulten la huida, los insectos fuertes suelen tener éxito en sus intentos por liberarse... mientras la araña no haya llegado hasta ellos. En ese momento inundará a su víctima con un ancho torrente de filamentos frescos producidos en sus glándulas e irá enlazándola con rápidos movimientos de sus tentáculos, hasta tenerla al poco tiempo envuelta y completamente indefensa. A la vez le infligirá algunos mordiscos con sus fuertes quelíceros, en cuyos extremos va a desembocar una glándula venenosa. Ese veneno provoca la muerte de una mosca en pocos minutos. La araña corta entonces los hilos que atan a su víctima a la tela, se la lleva, envuelta como está, a la atalaya, y allí la cuelga inmediatamente de un hilo corto. De este modo, nuestra avisada y previsora cazadora deja libres los quelíceros, los pedipalpos y los apéndices locomotores, para el caso de que una nueva mosca vaya a parar a la tela. De no ocurrir tal cosa, se apresta a comer.

El acto de comer se lleva a cabo en la araña de modo un tanto extraño. Es como si nosotros, en vez de partir con el cuchillo un huevo pasado por agua y comérnoslo con la cuchara, nos limitásemos a darle un pequeño mordisco primero y a introducir en él una pequeña cantidad de nuestros jugos gástricos, esperando así a que el contenido del huevo fuese totalmente disuelto y convertido en un líquido que pudiésemos sorber. Y es así como la araña escupe realmente sus jugos gástricos en la mosca al morderla y absorbe el contenido ya disuelto junto con los zumos digestivos. Y como se entrega perseverantemente y de forma repetida a la labor de escupir y absorber alternativamente, en pocas horas habrá logrado disolver toda la musculatura y las entrañas de la mosca, que acabará siendo bebida por completo. Sólo quedan los restos indigeribles de quitina, que serán arrojados finalmente de la tela.

Cuando la araña ha tenido un buen día y ha cazado más moscas de las que se puede comer en un ágape, los bien envueltos paquetitos colgarán de la tela como del techo de una despensa bien provista. Es sumamente raro que se apiade de un insecto y lo deje salir volando sólo porque sus necesidades del día están más que cubiertas. Pero cuando ha dado caza a una moscarda demasiado gorda o a un gran insecto de naturaleza impetuosa, la preocupación por salvar la tela vencerá a las ansias de caza. Entonces cortará rápidamente los hilos que sujetan a la indeseable presa, la dejará marchar, y sólo sufrirá un ligero desperfecto en la tela en vez de su destrucción total.

LA ARAÑA EMBROMADA

Hacia el año 400 d. C. vivía en Grecia un pintor llamado Zeuxis. De él se cuenta que dominaba el pincel de un modo tan magistral que los pájaros se acercaban volando para picotear las uvas de sus racimos pintados. Una araña no se dejaría engañar por ningún Zeuxis. El «aspecto» de la mosca nada le dice. Pero si rozamos su tela con un diapasón al que hayamos impreso un número de vibraciones comparables a las del aleteo de una mosca, se acercará precipitadamente y morderá el diapasón. Si con anterioridad retiramos rápidamente el diapasón y colocamos una bolita de papel en el sitio que habíamos tocado de la tela, la araña se lanzará sobre ese objeto. No obstante, el engaño no llega a tanto como para que la araña trate de comerse el papel con pleno convencimiento de lo que hace. Después de un breve examen, cortará los hilos a los que está pegado el papel y arrojará de su casa ese indigesto bocado. ¿Cómo habrá podido percatarse de su error?

El poco peso de la falsa presa no ha debido ser el factor decisivo. Si envolvemos una bolita de lodo en el papel, haciéndolo tan pesado como una mosca, el comportamiento de la araña será el mismo. Tampoco dará un tratamiento distinto a un papel humedecido en agua. Pero si preparamos una especie de extracto de carne de mosca, triturando a uno de esos dípteros y licuándolo con algo de agua, por ejemplo, entonces una bolita de papel impregnado en ese líquido será mordida por la araña como si de una mosca se tratara, es más, la envenenará, hasta la envolverá en hilos y la conducirá a la atalaya, donde tratará inútilmente durante horas enteras de chupar su extraña presa. Esto se ve como algo «estúpido». Y no obstante, si alguien está haciendo exactamente lo que sus sentidos le dicen que es correcto, ¿cómo podríamos reprocharle una acción que para él no es equivocada? Este precioso experimento nos demuestra otra cosa, a saber: que además del tacto, también el sentido del olfato desempeña un papel importante en la vida de la araña, y nos indica que a este sentido corresponde, evidentemente, una «fuerza persuasiva» nada despreciable.

El que no podamos negarle a la araña de jardín ciertas inquietudes intelectuales, al menos un cierto grado de memoria, es algo que nos lo ha podido demostrar otro experimento tan simple como convincente: la araña se encuentra descansando en su madriguera al borde de la tela. Una mosca se enreda en la malla, es atrapada, mordida, envuelta, llevada a la atalaya y colgada allí mismo. En la breve pausa que utiliza la cazadora para arreglarse antes de sentarse a comer, el taimado observador corta cuidadosamente el hilo del que pende el paquetito de comida, y la mosca cae al suelo sin que la araña lo advierta. Una criatura abotargada se conformaría con comprobar que la mosca ya no se encuentra en su sitio. Muy lejos de caer en tamaña simpleza, la araña inicia una búsqueda paciente y metódica por toda la tela con el fin de encontrar su presa perdida. Va estirando uno tras otro los radios, que parten en todas las direcciones desde la atalaya, y como siente que en ninguno de ellos hay carga alguna, se encamina hacia la madriguera, para lo que debe recorrer un trayecto de más de medio metro..., ¿no habrá colgado allí la presa y se habrá olvidado después de ella? Pero ese nuevo buscar y palpar resulta en vano. Regresa entonces a la atalaya, tira otra vez de los hilos, comprobando todas las direcciones, y hasta se dirige a la zona exterior de la malla, al sitio en el que dio caza a la mosca. Y después del fracaso de esa inspección llevada a cabo personalmente y de otros fallidos intentos en los que se dedicó a buscar y a dar tirones, se tranquiliza finalmente y se pone al acecho de una nueva víctima..., ella, que es en sí misma una víctima de la ciencia, pues por su culpa le han escamoteado el suculento plato que había sabido ganarse legalmente conforme a todas las reglas de su arte innato.

SOBRE CÓMO SE CONSTRUYE UNA TELARAÑA

La mayor obra de arte de la araña es su tela. Si hubiese aprendido de sus padres el modo de hacerla o se lo hubiesen ense ñado en una escuela de artes y oficios, deberíamos sentir el mayor respeto por ella. Pero en realidad viene ya al mundo con todo ese conocimiento, y nuestra admiración se dirige hacia la naturaleza, que ha creado a un ser así ya con todas sus habilidades.

Elegiremos como ejemplo la tela de la araña de jardín, ya que éste es un animal al que podemos observar con relativa facilidad mientras teje. Lo que no podemos hacer, desde luego, es quedarnos mucho tiempo en la cama, pues nuestra araña es muy madrugadora y se pone muy pronto a trabajar. Por regla general, teje diariamente o cada dos días una tela nueva durante las primeras horas de la mañana, porque la vieja se ha quedado inservible debido al polvo, a los insectos que cayeron en ella, a las hojas que arrastró el viento y a cualquier otro tipo de desgaste. Tan sólo el marco exterior suele durar más tiempo. Pero vamos a suponer que la araña se dispone a tejer una tela completamente nueva y que todo empieza desde el principio. ¿Cómo conduce el primer hilo hasta su meta?

Los apéndices cónicos llamados hileras, de cuyos extremos se deslizan los hilos de seda como saliendo de finas madejas, son en realidad muñones de patas atrofiadas, por lo que han conservado la capacidad de movimiento. Pongamos el caso de que una araña de jardín se encuentra en el tronco de un árbol y tiene que tender una nueva tela; la araña empinará entonces su abdomen, expulsará algo de cera y separará al mismo tiempo las hileras, con lo que producirá una vela compuesta de haces de fibras, que surcará los aires cuando sople la más suave brisa. Cuando esto ocurra, cambiará la posición de las hileras, haciendo que se junten sus extremos, por lo que las demás secreciones se unirán para formar un solo hilo. De este modo ha construido una cometa, que volará a la buena de Dios, sujeta siempre a la araña por el hilo que va produciendo, y que podrá salvar una distancia de uno o de dos metros. Si ha disparado al vacío, recogerá el hilo, se lo tragará y probará fortuna de nuevo. Pero si tropieza casualmente con un objeto firme, con una rama, por ejemplo, en ella se quedará pegada: la araña atará el otro extremo y habrá construido así su primer puente. Pasará por él inmediatamente, y lo hará de un modo de lo más extraordinario.

Corta el hilo, pero mantiene sujetos los dos extremos con las patas anteriores y con las posteriores, de tal forma que su cuerpo forma un puente que une los dos extremos del hilo cortado; mientras va avanzando, excreta por detrás nueva seda y enrolla con las patas delanteras el hilo que tiene por delante. Y al expulsar por detrás más hilo del que enrolla por delante, la hebra aumenta en longitud, de modo que el puente cuelga hacia abajo. Al llegar al centro, pega los dos extremos y se deja caer al suelo. Cuando toca el suelo, da un par de pasos transversalmente y sujeta inmediatamente el hilo a algún punto del terreno. Y de este modo han surgido los primeros tres radios de lo que será la tela, habiendo quedado asegurada al mismo tiempo, gracias a la pequeña desviación en la perpendicular, esa posición levemente inclinada que tan importante es para el movimiento de la araña en la tela.

El siguiente paso consiste en construir la primera parte del marco de la tela. Hemos de poner mucho cuidado para darnos cuenta de cómo lo hace. La araña ha trepado y se encuentra de nuevo en el medio del hilo, en el punto M, que será el futuro centro de la tela.

Desde allí camina hasta el punto A, y como durante todos sus desplazamientos va secretando continuamente una hebra de seda, ese radio habrá visto doblarse su grosor. Por el hilo doble, sin cesar de hilar, camina de regreso, con lo que la hebra se hace triple. Pasado un cierto trecho, en B, por ejemplo, hace de repente algo sorprendente, pero cuyo sentido podrá apreciarse inmediatamente: pega la nueva hebra que acaba de hilar, la tercera (a la altura de B), con la segunda; pasa entonces por el punto M y se dirige hacia C, se vuelve más ahorrativa con la secreción de la nueva hebra, con lo que la tensa, haciendo que se separe el segundo hilo del primero, y lo asegura pegando el hilo tercero en C. Y de este modo ha surgido un nuevo radio (BM) y se ha formado al mismo tiempo una parte del marco, pero tiene un defecto que lo afea: está demasiado tenso y tiene un acodamiento.

Con el fin de subsanar esta imperfección, la araña vuelve a B y alarga el radio BM. Y esto lo hace con el mismo habilidoso procedimiento que hemos tenido la oportunidad de ver al principio: corta el hilo y salva la distancia de B a M como un puente viviente, secretando más hilo por detrás del que recoge por delante.

Sustituye así ese radio por uno nuevo, algo más largo; puede entonces acortar el marco ABC, demasiado tenso al principio; el acodamiento en B es eliminado. Del mismo modo van surgiendo nuevas partes del marco, siempre en relación con un nuevo radio; así por ejemplo: la parte del marco CD y el radio EM, y la parte AD con el radio FM.

Ahora podemos reconocer ya la estructura básica de la futura tela. Pero aún ha de tender la araña muchos más radios. Esto lo hace deslizándose desde el centro por un radio, por ME, por ejemplo, hasta la periferia; durante ese trayecto va manteniendo separado el hilo que está hilando del hilo por el que avanza, conduciéndolo con una de las patas traseras y haciendo que corra por una de sus garras como por una polea.

Al llegar a la parte exterior, fija el nuevo hilo en el marco un poco más abajo de E. En este caso el nuevo radio estará demasiado suelto, ya que el punto G está más cerca de M que E. ¡Pero la araña no ha terminado aún con su trabajo! El radio que acaba de formar es cortado de un mordisco y lo tiende de nuevo según el método que tan buenos resultados proporciona: la araña, sujetada a los extremos del hilo, se traslada como puente viviente hasta el punto M, arrastrando el radio definitivo por detrás y enrollando el anterior por delante. Todos los radios que va tendiendo por turno son afianzados en el centro por hebras transversales. De este modo va surgiendo al mismo tiempo la futura atalaya.

Y ahora falta todavía lo principal: el hilo viscoso en el que los insectos se tienen que quedar pegados. Para poder colocarlo, la araña ha de construir antes una «espiral de apoyo» con un hilo seco. Va trepando de radio en radio, estira el vientre hacia afuera, y durante varias vueltas (unas cuatro o cinco) sujeta una hebra de seda en los radios. Al llegar a la periferia, se da la vuelta, y avanzando esta vez desde fuera hacia adentro, regresando poco a poco al punto central, va tendiendo la apretada espira de hilo viscoso entre las hebras de hilo seco con las que acaba de rodear su tela.

Para ello utiliza la espiral de apoyo como puente entre dos radios y al mismo tiempo como cordel de orientación para el trazado correcto del hilo viscoso; del mismo modo que un jardinero coloca estacas y cordeles antes de abrir un bancal para las flores, con el fin de que el trabajo pequeño no le haga perder el hilo de su plan general. Conforme van avanzando los trabajos de instalación de la espira viscosa, la espiral de apoyo es desmontada en los tramos que ya no resultan necesarios; la araña la arranca a mordiscos, hace un ovillo con ella y la tira lejos. Y finalmente la tela está acabada... Y ya era tiempo de que se acabase, pues quizás hubiese ocurrido lo mismo con nuestra paciencia.

Los naturalistas son gente armada de paciencia. Han contemplado una y otra vez a las arañas tejedoras de telas durante su trabajo. Y ahora tendríamos que comenzar en realidad nuestro relato. Pues hasta ahora sólo hemos hablado de cómo puede surgir la tela de una araña de jardín. Resulta verdaderamente asombroso observar la extraordinaria plasticidad de esos animales cuyas habilidades innatas no son esclavas de un esquema fijo, pues sus comportamientos son muy distintos en detalle y varían enormemente según las condiciones locales y la personalidad individual de las arañas. Si nos dedicásemos al estudio de las diferentes estructuras que caracterizan las telas de las distintas especies de arañas, nuestro relato no tendría fin.

Y sin embargo, albergo silenciosamente la esperanza de que ese único ejemplo pueda servir para que más de un enemigo recalcitrante de las arañas preste atención a las arañas tejedoras si es que se tropieza con alguna. Quizás el lector se convierta en observador; y el enemigo, en amigo de esas fantásticas criaturas. Y es que con el saber y la comprensión suele desaparecer siempre el odio.

UN MACHO PULSA UNA CANCIÓN DE AMOR

En la primavera y en los primeros meses de verano el macho de la araña de jardín no se preocupa de la hembra. Tejen sus propias redes y llevan una vida independiente hasta que han crecido del todo. Esto es algo que no lo logran muy bien, pues incluso adentrados ya en la edad adulta, los machos son unos auténticos enanos al lado de sus esposas. Entre esos animales la feminidad no coincide en modo alguno con el sexo débil.

En los hermosos días de finales de verano abandonan los machos sus telas y deambulan de un lado para otro. Andan en busca de novia.

Asunto es éste en el que toda criatura procura mostrar su parte más hermosa y hace gala de todas las dotes que le han tocado en suerte con el fin de causar impresión en los sentidos femeninos. El pavo real extiende su magnífica cola, el mirlo entona su canto, algunos machos de mariposa esparcen un aroma que resulta embriagador para las hembras, secretado por unas glándulas odoríferas que tienen para tal fin. ¿Qué pueden hacer los machos de las arañas? Sus hembras no oyen, ven muy mal, y la nariz parece ser que no está especialmente desarrollada. Por esto es por lo que el macho, en sus cuitas de amor, dirige su atención a ese órgano sensorial que desempeña el primer papel en la vida de las arañas: el sentido del tacto. Si durante sus excursiones se encuentra con la telaraña de una hembra, fabricará entonces una fuerte hebra de seda, atará uno de los extremos en uno de los hilos que forman el marco de la tela, y sujetará el otro en algún punto firme del terreno, procurando que la hebra quede tensa. Luego la pulsará. La hembra advertirá la «llamada» en su vivienda; en esas vibraciones rítmicas tiene que haber el énfasis de una pasión especial, de una melodía ardiente y cautivante para el fino tacto de la hembra, pues cuando ésta se encuentra dispuesta, se dirige rápidamente hacia la hebra y le sale al encuentro en el «puente del amor».

No es una profesión carente de peligros esa de ser el macho de una araña. Si se presenta en un momento inoportuno, puede sucederle que la hembra, mucho más grande y fuerte, lo atrape sin miramientos y se lo zampe. Si se presenta cuando es debido y la hembra está dispuesta, puede ser igualmente víctima del mismo destino, con la única diferencia de que esta vez el drama se aplazará un poco, hasta que la hembra se haya cansado ya del macho, y después del amor saciado se llene además el estómago con él. En la araña de jardín un conyugicidio de este tipo no es precisamente infrecuente, en algunas otras arañas hasta resulta ser la norma. De algunas especies se sabe que el macho tiene la asombrosa costumbre de entregar a la hembra una mosca envuelta en hilos de seda cuando la está cortejando, con el fin de librarse él mismo del peligro por medio de ese manjar de amor.

Por el mes de septiembre pone sus huevos la hembra de la araña de jardín, y los envuelve en un capullo amarillo y velloso que coloca en algún lugar protegido. Las primeras heladas ponen fin a su vida. De los huevos emergen las jóvenes arañas en la siguiente primavera, y ya al abandonar el cascarón muestran la misma figura, pero reducida, de las adultas. Durante algunos días se alimentan de las reservas de yema que llevan en sus vientres como provisiones para el camino. Pero pronto se dedican al mismo oficio de depredadores que habían ejercido sus padres, y se entregan exclusivamente a esa actividad, hasta que a finales del verano llega también para la nueva generación la época en la que los machos abandonan sus hogares para irse a pulsar canciones de amor en las telarañas de las hembras.

LAS ARAÑAS CASERAS

La araña de jardín es una criatura acostumbrada a vivir al aire libre, aun cuando no la espantan las viviendas humanas y tiende su tela con harta frecuencia ante nuestros ojos. La araña doméstica, por el contrario, allí donde aparece y es tolerada, se convierte en un verdadero huésped del hogar. En los rincones de nuestras habitaciones, en el sótano, en la despensa y en la glorieta del jardín encontramos sus telarañas en forma de esteras, algo hundidas en el centro, no muy artísticas si las comparamos con la telaraña radiada de una araña de jardín. Pero estas telas, a su modo, no prestan en modo alguno un mal servicio. La mosca o el mosquito que caiga en la red, se quedará pegado por las patas a la malla y será pronto presa de la araña, que se habrá lanzado velozmente sobre ella. La araña doméstica se encuentra al acecho en una habitación en forma de tubo, colocada en un sitio protegido y con acceso al fondo de la telaraña. En ese tubo se oculta por lo general la propietaria de la tela, y en él se refugia de nuevo con su presa para comérsela en un ambiente de paz y seguridad.

Al contrario de lo que ocurre con la mayoría de las demás arañas, cuyas vidas transcurren y se extinguen dentro de un ciclo vital de un año de duración, la araña doméstica puede alcanzar la respetable edad de cinco a siete años..., si no cae antes víctima de la escoba destructora del ama de casa. Y es que no está bien visto tener telarañas por el techo y los rincones, las cuales no sólo cazan moscas, sino también una buena cantidad de polvo y suciedad; sin olvidar que las arañas mismas no son toleradas en el cuarto de estar o en el dormitorio por miedo a su veneno. ¿Significan realmente un peligro?

¿SON VENENOSAS LAS ARAÑAS?

Claro que son venenosas las arañas. En cada uno de sus quelíceros, lo que podrían ser sus mandíbulas, nos encontramos antes de la aguda punta un orificio al que va a desembocar el tubo eferente de una glándula venenosa, cuya secreción se introduce en la herida al morder y sirve para dar muerte al insecto apresado. Una cuestión distinta es si las arañas nos pueden hacer algo con su veneno. Por regla general habrá que dar una respuesta negativa a esta pregunta. Las mandíbulas de la araña de jardín o de una araña doméstica son demasiado débiles como para que puedan atravesar la fuerte piel humana; no están hechas para esos menesteres. Y cuando las arañas logran taladrar realmente la piel humana en algún sitio especialmente delicado, las consecuencias no son peores que las acarreadas por la picadura de un mosquito. Podemos estar tranquilos; ninguna de esas arañas nos infligirá un daño serio con su veneno. Perseguirlas como animales peligrosos es, por tanto, algo que no tiene sentido.

Pero no a todos los miembros de ese grupo se les puede extender el mismo certificado de inocencia. La mordedura de la araña acuática, que habita en las aguas dulces de Europa central y septentrional, puede producir un escozor realmente desagradable. También la tarántula italiana, que pertenece a la familia de los licósidos, puede atravesar muy bien con sus quelíceros la epidermis humana, pero no tiene malas consecuencias. Los relatos medievales de que las personas «picadas» por la tarántula se veían poseídas de unos irrefrenables deseos de bailar hasta que caían agotadas al suelo, hay que incluirlos en el vasto reino de las fábulas y de los cuentos. El veneno de un licósido brasileño, por el contrario, provoca la muerte de las células cutáneas, ocasionando graves lesiones en un amplio círculo alrededor de la mordedura.

Temidas, y con razón, son las arañas del género Latrodectus, representadas por varias especies ampliamente expandidas por la Tierra. Quizá la más famosa de ellas sea la temida viuda negra de la América tropical, cuya mordedura no sólo es extraordinariamente dolorosa para el hombre, sino que produce también fiebre, perturbaciones de la memoria y otras complicaciones, pudiendo llegar a causar la muerte. Parientas cercanas de ella son una cazadora de saltamontes de las regiones del Mediterráneo y otras que habitan en Nueva Zelanda, Australia, Sudáfrica y Asia. Como es lógico, ninguno de esos animales pretende atacar al hombre como si se tratase de una presa, pero puede suceder muy fácilmente que una persona, durante la cosecha o simplemente al coger un puñado de hojas, apriete a una de esas arañas, con lo que esos animales se sentirán amenazados y se defenderán.

Los parques zoológicos ingleses, adoptando las oportunas medidas de seguridad, han albergado repetidas veces a ejemplares de la viuda negra. Lo peligroso que resulta jugar con esos animales nos lo demuestra el hecho de que en momentos críticos se convirtieron en una especie de barómetro para medir la situación política internacional. Cuando se contaba con la posibilidad de que pudiese haber guerra y de que las arañas quedasen liberadas de sus cárceles debido a algún bombardeo, esos animales tan costosos y traídos desde tan lejos eran eliminados sin contemplaciones. Había que impedir por todos los medios que escapasen y pudiesen vivir en libertad.

SEDA DE ARAÑAS

Han transcurrido ya más de doscientos años desde que en una sesión de la Academia Francesa de las Ciencias fueron mostrados unas medias y unos guantes tejidos con seda de araña. Mucho más antigua aún es la costumbre de emplear la seda que producen las arañas como hilo para coser, tal como se hacía en ciertas regiones de China. Aun cuando nuestra araña de jardín haya sido utilizada a veces como suministradora de seda, resulta indudablemente mucho más productivo atenerse a las grandes arañas que tejen sus telas en los trópicos. En Madagascar y en las regiones tropicales de África oriental vive la araña hilandera, cuyas telas llegan a medir unos dos metros de diámetro. Las patas de una hembra adulta alcanzan la respetable dimensión de doce centímetros. Pese a su gran tamaño, produce una hebra de hilo cuyo diámetro es de siete milésimas de milímetro, representando así la seda natural más delicada que existe con aplicaciones técnicas. El hilo es tan extraordinariamente fino, que una hebra con la que pudiésemos rodear la Tierra a lo largo del ecuador no llegaría a pesar siquiera dos kilogramos. Esa misma araña produce con otras glándulas unas fibras mucho más bastas, pero que también son empleadas en la confección de tejidos.

En cuanto a su resistencia, la seda de araña nada tiene que envidiar a la seda auténtica que producen las orugas del gusano de seda, y en lo que respecta a la elasticidad, hasta resulta superior. Los tejidos de seda de araña se distinguen por su belleza y por su gran durabilidad. Sin lugar a dudas, hubiesen triunfado hace ya mucho tiempo en todo el mundo en la competencia contra las auténticas telas de seda, pero el precio excesivo de esos productos ha impedido su difusión.

Los gusanos de seda pueden criarse fácilmente en grandes cantidades. Están más que satisfechos si se encuentran diariamente con las cantidades necesarias de hojas de morera. Pero, ¿quién estaría dispuesto a cazar diariamente las moscas necesarias para una factoría de seda? Con el fin de evitar tal pérdida de tiempo, las hebras o los capullos son recogidos al aire libre, o se da caza a las hembras adultas y se les saca la seda del cuerpo. En las empresas avanzadas se utiliza un procedimiento simple e ingenioso: unas dos docenas de arañas, colocadas en filas, son sujetadas en un marco, poniéndolas simplemente por el esbelto talle en el canto de una tabla y aprisionándolas con una corredera de madera. Así puestas, se encuentran atrapadas e indefensas, colgando una junto a la otra, y han de permitir sin oponer resistencia que alguien las pellizque en las hileras, con lo que el hilo se quedará pegado en los dedos y podrá estirarse fácilmente. Todos los hilos son unidos entre sí y atados a una canilla, que gira lentamente hasta que se han agotado las existencias de seda. Unos trescientos metros de seda pueden obtenerse así de una vez. Si entonces se deja a los animales libres en un jardín, se les podrá volver a dar caza pasado algún tiempo y podrán ser ordeñados de nuevo con éxito. De una hembra adulta se obtiene en una secuencia de ordeños un hilo de seda de unos dos kilómetros de longitud. Y sin embargo, el procedimiento es demasiado complicado como para que pueda dar buen resultado a gran escala. Los vestidos tejidos de seda de araña seguirán siendo para las mujeres un sueño irrealizable.