Capítulo 23

Arcadia, Georgia, viernes, 2 de febrero, 11.35 horas.

- Todo cuadra -dijo Luke por el altavoz del teléfono del despacho de Chase.

Daniel se encontraba en el despacho del sheriff Corchran, contando la historia de Annette O'Brien mientras aguardaba a que un agente se la llevara junto con sus dos hijos a una casa de incógnito.

- Hemos modificado la orden de busca y captura -explicó Chase-. La junta de libertad condicional nos ha facilitado su ficha; ahora está mucho más fuerte que cuando ingresó en prisión.

- Suele pasar -comentó Daniel en tono grave-. Es posible que también lleve el pelo diferente. De camino al despacho del sheriff Corchran, la señora O'Brien ha recordado que había echado en falta un bote de tinte rubio.

- Volveré a modificar la orden -dijo Luke-. Aquí hay algo más… Mientras cumplía condena, a Mack O'Brien lo destinaron varias veces a desbrozar las carreteras. Formó parte de equipos de limpieza en todas las zonas en las que ha dejado los cadáveres.

- Tenemos que registrar bien la fábrica de papel, sobre todo el almacén que han construido donde antes estaba la casa de los O'Brien.

- Ya he enviado a un equipo hacia allí -explicó Chase-. Se harán pasar por inspectores para no hacer saltar la alarma demasiado pronto. ¿Qué hay de lo de la orden para registrar la caja de seguridad?

- Chloe está en ello. En cuanto terminemos iré a Dutton para poder dirigirme al banco tan pronto como el juez haya firmado la orden. ¿Qué se sabe de Hatton?

- Aún lo están operando -explicó Chase-. Crighton se ha puesto en manos de su abogado; no quiere hablar con nosotros.

- Qué hijo de puta -masculló Daniel-. Ojalá lo trinquen por el asesinato de Kathy Tremaine.

- Después de tanto tiempo… -dijo Luke con cierta indiferencia en la voz-. No creo que eso pase.

- Ya lo sé. Pero al menos así Alex podría dar el asunto por concluido. ¿Ha pedido permiso para verlo?

- No -dijo Chase-. No lo ha mencionado en absoluto. No para de pasearse y de preguntar por Hatton, pero no ha dicho una palabra sobre Crighton.

Daniel suspiró.

- Lo hará cuando se sienta preparada para ello. Me voy a Dutton. Os llamaré en cuanto abra la caja de seguridad. Cruzad los dedos.

Atlanta, viernes, 2 de febrero, 12.30 horas.

Alex se puso en pie y empezó a caminar de un lado a otro del pequeño despacho situado en la parte anterior del edificio.

- Ya tendrían que haber llamado.

- La operación dura un rato -dijo Leigh en tono tranquilizador-. En cuanto Hatton salga del quirófano, llamarán.

Leigh tenía la expresión serena, pero en sus ojos se observaba miedo, y de algún modo eso sirvió para que Alex no se sintiera tan sola. Abrió la boca para decírselo cuando sonó su móvil. El número era de Cincinnati, pero no lo reconocía.

- ¿Diga?

- ¿Es la señorita Alex Fallon?

- Sí -respondió ella en tono cansino-. ¿Quién es usted?

- Soy el agente Morse, de la policía de Cincinnati.

- ¿Qué pasa?

- Anoche entraron en su piso. El portero se ha dado cuenta esta mañana de que la puerta estaba abierta cuando ha subido a entregarle el correo.

- No. Ayer llamé a mi amiga y le pedí que fuera a buscar el correo. Debió de olvidarse de cerrar la puerta.

- Le han revuelto el piso de arriba abajo, señorita Fallon. Han rajado las almohadas y los colchones, y todo lo que guardaba en la despensa está esparcido por el suelo, y…

A Alex se le había desbocado el corazón al oír que habían revuelto el piso de arriba abajo.

- Y me han rajado las prendas.

Hubo Un silencio de vacilación.

- ¿Cómo lo sabe?

«No te fíes de nadie», había dicho Wade en la carta que escribió a Bailey.

- Agente, ¿puede darme el número de su placa y un número de teléfono donde llamarlo cuando haya comprobado la información?

- No hay problema.

Él le proporcionó la información y ella prometió llamarlo más tarde.

- Leigh, ¿podrías comprobar los datos de este agente? Dice que me han revuelto el piso.

- Santo Dios. -Leigh, con los ojos como platos, anotó la información-. Lo haré ahora mismo.

- Gracias. Tengo que hacer unas cuantas llamadas antes de telefonearlo a él.

Alex llamó al hospital y se alegró de que respondiera Letta. La advirtió de que tuviera cuidado y luego le pidió que se lo dijera a Richard, que estaba trabajando en su mismo turno.

Leigh acababa de colgar el teléfono.

- El policía de Cincinnati es legal, Alex.

- Bien. -Llamó a Morse-. Gracias por esperar.

- Ha sido muy prudente por su parte comprobar los datos. ¿Sabe quién puede haber entrado en su piso?

- Sí, me lo imagino. Probablemente son los mismos que entraron en la casa que había alquilado aquí. ¿Puedo pedirle que hable con el agente Vartanian? Él sabrá qué información tiene que darle.

- Lo llamaré. ¿Sabe qué buscaban?

- Sí, porque yo lo encontré primero; estaba en casa de mi ex marido. Si quien ha hecho esto llega a enterarse, la próxima vez irá allí.

- Déme su dirección. Enviaremos a alguien para asegurarnos de que todo va bien.

- Gracias -respondió Alex, sorprendida y emocionada.

- Hemos visto las noticias, señorita Fallon. Parece que el agente Vartanian está bien liado.

Alex exhaló un suspiro.

- Es cierto.

Dutton, viernes, 2 de febrero, 12.30 horas.

Daniel bajó la vista al pesado volumen de poesía que sostenía en las manos. En el camino de regreso de la oficina del sheriff de Arcadia había entrado en una librería. Chloe Hathaway seguía trabajando para conseguir la orden de registro, así que le sobraba un poco de tiempo. Había aparcado el coche junto a la acera opuesta al banco que quedaba justo frente a la barbería de Dutton. Quería hablar con su antiguo profesor de literatura, el señor Grant, que se encontraba sentado en el banco de la barbería observándolo todo con su vista de lince.

Daniel se apeó del coche.

- Señor Grant -lo llamó.

- Daniel Vartanian -le correspondió Grant, y los otros hombres levantaron la vista.

Daniel hizo señas a Grant para que se le acercara y esperó a que recorriera con lentitud el camino hasta su coche.

- Tengo una cosa para usted -dijo cuando Grant lo alcanzó, y le tendió la antología poética-. He estado pensando en su clase de lengua y literatura -dijo en tono normal, y después musitó-: Tengo que hablar con usted, pero necesito discreción.

Grant acarició el libro con gesto reverente.

- Es un libro precioso -dijo, y luego susurró-: Te he estado esperando. ¿Qué quieres saber?

Daniel pestañeó.

- ¿Qué sabe usted?

- Probablemente más cosas de las que hacen falta para llenar un libro como este, pero la mayoría no son pertinentes. Pregunta tú; si puedo responderte, lo haré. -Abrió el libro y lo hojeó hasta dar con el poema de John Donne que había sido el favorito de Daniel-. Adelante, te escucho.

- Necesito saber cosas sobre Mack O'Brien.

- Una mente rápida, pero un temperamento demasiado irritable.

- ¿Quién lo irritaba?

- Casi todo el mundo, sobre todo después de que su familia lo perdiera todo. Mientras estudió en Bryson, se consideraba un ligón, como su hermano mayor. -Grant ladeó la cabeza como si estuviera leyendo el poema-. Mack siempre daba problemas. Siempre destrozaba cosas en la escuela y andaba por ahí zumbando con su Corvette como si fuera un piloto de Fórmula Uno. También se metió en varias peleas serias.

- Ha dicho que era un ligón.

- No, he dicho que se consideraba un ligón, que es diferente. -Grant volvió las páginas hasta dar con otro poema-. Recuerdo haber oído la conversación de unas alumnas después de que Mack cambiara de escuela. Charlaban tranquilas, creyendo que yo estaba enfrascado corrigiendo exámenes. Se reían de Mack porque decían que estaba convencido de que iba a asistir a la fiesta de graduación; él ya no iba a esa escuela y por eso lo despreciaban. Decían que lo único por lo que lo aguantaban era por su coche; que de no ser por eso, no le prestarían la mínima atención. Él no era ni de lejos tan guapo como su hermano mayor. Mack tenía mucho acné y llevaba toda la cara marcada. Las chicas se portaron bastante mal con él.

- ¿Qué chicas, señor Grant?

- Las que han muerto. Janet fue quien se portó peor, por lo que recuerdo. Gemma se reía de sí misma porque decía que una vez se emborrachó y se lo tiró en el Corvette; decía que tenía que haber estado borracha para eso.

- ¿Y Claudia?

- Claudia solía unirse a las otras dos. Kate Davis era la única que solía pedirles que pararan.

- ¿Por qué no me había dicho todo esto antes?

Grant fingió examinar el libro antes de volver las páginas hasta dar con otros versos.

- Porque Mack no era un caso excepcional; también eran crueles con otros chicos. Ni siquiera me habría venido a la cabeza si tú no llegas a mencionar su nombre. Además, está en la cárcel.

- No -respondió Daniel en tono quedo-. Ya no.

El anciano irguió la espalda y luego volvió a relajarse.

- Es bueno saberlo.

- ¿Qué hay de Lisa Woolf?

Grant frunció el entrecejo.

- Recuerdo que Mack faltó a clase dos semanas antes de cambiar de escuela en tercer curso. Cuando pregunté qué le había pasado, las chicas se echaron a reír. Decían que le había mordido un perro. Luego descubrí que Mack se estaba recuperando de una paliza. Al parecer trató de tirarle los tejos a Lisa, y sus hermanos lo dejaron para el arrastre. Pasó mucha vergüenza. Cuando volvió, cada vez que andaba por los pasillos los chicos se ponían a aullar, ya sabe, como si fueran lobos aullándole a la luna. Él se volvía y los miraba, pero nunca averiguaba quién se estaba burlando de él.

Daniel notó vibrar el móvil en el bolsillo. Era Chloe Hathaway, la fiscal.

- Perdone. -Se volvió un poco-. Vartanian.

- Soy Chloe. Aquí tienes esperándote una orden para registrar una caja de seguridad a nombre de Charles Wayne Bundy. Espero que encuentres lo que estás buscando.

- Yo también. Gracias. -Cerró el móvil-. Tengo que marcharme.

Grant cerró el libro y se lo tendió.

- Me he alegrado mucho de recordar los viejos tiempos contigo, Daniel Vartanian. Es muy satisfactorio comprobar que un antiguo alumno ha prosperado.

Daniel empujó el libro con suavidad.

- Quédese el libro, señor Grant. Lo he comprado para usted.

Grant abrazó el volumen contra su pecho.

- Gracias, Daniel. Cuídate.

Daniel observó al anciano alejarse arrastrando los pies y rezó por que fuera discreto. Demasiada gente inocente había pagado por los pecados cometidos por una pandilla de jóvenes consentidos y obstinados. Algunos eran ricos; otros, pobres; pero todos mostraban un flagrante menosprecio por la decencia y la humanidad. Por la ley. De acuerdo con la tradición, los ancianos dejarían el banco de la barbería a las cinco de la tarde. Se aseguraría de que alguien estuviera vigilando la casa de Grant, no quería tener que vivir con las manos manchadas de más sangre.

Estaba incorporándose a la circulación cuando volvió a sonar su móvil. Esta vez lo llamaban de su despacho, e inmediatamente pensó en Hatton. Lo estaban operando la última vez que Daniel había telefoneado para preguntar por él.

- Vartanian.

- Daniel, soy Alex. Alguien entró ayer en mi piso de Cincinnati y lo revolvió todo.

- Joder. -Exhaló un suspiro-. Fueron a buscar la llave.

- ¿Cómo sabían que tenía la carta allí?

- Puede que la amiga de Bailey lo haya contado.

- Chase lo ha comprobado. Nadie fue a verla, y tampoco la han llamado por teléfono.

- Podría comunicarse de muchas maneras si quisiera hacerlo.

- Ya lo sé, Daniel, pero he pensado que… la única persona que lo sabía, aparte de ella, es Bailey.

Era una idea un poco descabellada, pero Daniel percibió su tono esperanzado y se sintió incapaz de desilusionarla.

- Crees que quien la ha secuestrado ha conseguido que hable.

- Creo que puede que todavía esté viva.

Él suspiró. Tal vez tuviera razón.

- Si está viva…

- Si está viva, uno de esos hombres sabe dónde está; Davis o Mansfield. Daniel, por favor, tráelos aquí y haz que hablen.

- Después de tantas molestias, es poco probable que hablen así como así -observó Daniel, tratando de ser amable sin caer en la condescendencia-. Es más probable que se pongan nerviosos y vuelvan a donde ella está. Si se trata de Davis o de Mansfield, lo sabremos porque los tenemos vigilados. Sé que es duro, pero estamos en el momento más crítico y debemos tener paciencia.

- Intento tenerla.

- Ya lo sé, cariño. -Estacionó en una zona de pago frente al banco-. ¿Algo más? Estoy a punto de entrar en el banco y pedirle a Rob Davis que me deje abrir la caja, o sea que si Davis y Mansfield están pendientes, saltarán las alarmas.

- Sí, una cosita más. Han llamado del veterinario. Riley ya puede marcharse.

Daniel sacudió la cabeza, sorprendido de que se lo dijera en esos momentos.

- No puedo pasar a recogerlo ahora.

- Lo sé, pero me estaba planteando si el agente que se encarga de vigilar a Hope y a Meredith podría llevar a Riley a su casa. Hope no ha dejado de preguntar por el perro tristón.

Eso lo hizo sonreír.

- Claro. Te llamaré más tarde; quédate donde pueda localizarte.

- Siempre estoy localizable. -No parecía muy contenta al respecto-. Ten cuidado.

- Lo tendré. Alex… -Vaciló, un poco abrumado por las palabras que estaba a punto de pronunciar. Todo había sucedido muy rápido. Al final decidió guardarse las palabras para sí un poco más-. Dile a Meredith que no le dé nada de comer a Riley excepto la comida desecada. Confía en mí.

- Lo haré -respondió ella, y Daniel supo que no se estaba refiriendo solo a Riley-. Llámame en cuanto puedas.

- Claro. Todo esto terminará muy pronto.

Sintiéndose al borde de un precipicio, Daniel cruzó la calle y se dirigió al banco. En cuanto preguntara por la caja de seguridad, todo el mundo sabría que lo había descubierto, y toda la mierda que había allí enterrada empezaría a destaparse. «Qué encanto, las ciudades pequeñas.» No. No le gustaban nada.

Viernes, 2 de febrero, 12.45 horas.

Mack, enojado, se retiró los auriculares cuando Vartanian enfiló Main Street y se alejó de su alcance. Conque «se consideraba un ligón», ¿eh? Y una mierda. Odiaba al señor Grant, ese viejo pelmazo y arrogante. Cuando hubiera acabado con todos los demás, volvería a por él, y el hombre se arrepentiría de haber hablado con Daniel Vartanian.

Ahora Daniel tenía información sobre él. Le importaba un bledo. Seguro que revolvería cielo y tierra para buscarlo mientras él lo observaba sentado a quince metros de distancia.

Pero su satisfacción no duró mucho.

«Vartanian ha venido solo.»

No se había planteado que pudiera acudir solo, había dado por hecho que Alex Fallon seguiría pegada a él como había sucedido durante los últimos cinco días. Al fin estaba a punto para ellos, y Vartanian había acudido solo.

Si quería que Alex Fallon fuera la guinda del pastel, tendría que idear una manera para atraerla. De otro modo su golpe de gracia perdería efecto y eso sería una verdadera lástima. Hablando del golpe de gracia, tenía que enviar unas invitaciones.

Había puesto en marcha la furgoneta cuando vio que Vartanian cruzaba Main Street y se dirigía al banco. Qué interesante. Por fin iba a entrar en el banco. Mack creyó que al atar las llaves al dedo del pie de las víctimas lo haría antes, pero por lo menos ya estaba allí.

Mack sonrió al pensar en las fotos que sabía que Vartanian encontraría dentro de la caja de seguridad de «Charles Wayne Bundy». Muy pronto los pilares de la ciudad quedarían reducidos a nada y, como mínimo, acabarían todos en la cárcel.

Claro que si durante las horas subsiguiente Mack tenía éxito, todos acabarían muertos.

Atlanta, viernes, 2 de febrero, 12.45 horas.

Alex colgó el teléfono del escritorio de Daniel y dejó caer los hombros.

- ¿Algo va mal?

Ella se volvió y vio que Luke Papadopoulos la miraba con su expresión pensativa.

- Tengo la corazonada de que Bailey sigue viva. Me siento tan… frustrada.

- Te gustaría que alguien hiciera algo al respecto.

- Sí. Sé que Daniel tiene razón y que hay muchas personas de quienes debe ocuparse pero… ella es mi Bailey. Me siento una quejica y una egoísta.

- Tú no eres quejica ni egoísta. Vamos. Pensaba salir a comer algo. Normalmente me traigo la comida de casa pero parece que hoy alguien me la ha rapiñado. -Miró hacia el despacho de Chase con los ojos entornados-. Se lo haré pagar.

Alex no pudo evitar sonreír.

- Chase es todo un personaje. Leigh me ha dicho que en la cafetería los viernes sirven pizza. -Se dio cuenta de que tenía hambre. Por la mañana había salido de casa de Daniel con tantas prisas que se había saltado el desayuno-. Vamos. -Lo miró mientras salían del despacho de Daniel. Luke era un hombre de una belleza imponente, pensó. Justo como le gustaban a Meredith-. Así, ¿tienes novia?

Su sonrisa destelló en contraste con su tez morena.

- ¿Por qué lo preguntas? ¿Ya te has cansado de Danny?

Ella se acordó de lo sucedido en casa de Daniel por la mañana y notó que se le encendían las mejillas.

- No. Estaba pensando en Meredith. Te gustaría mucho, es muy divertida.

- ¿Le gusta pescar?

- No lo sé muy bien, pero se lo preguntaré… -Dejó la frase sin terminar, y Luke y ella se quedaron parados en el acto. Frente al mostrador, hablando con Leigh, había una mujer cuyo rostro reconoció. Y por la tensión que observó en el cuerpo de Luke, él también la había reconocido.

Era menuda, tenía el pelo sedoso y moreno y una mirada muy, muy triste. Por las prendas se deducía que era de Nueva York, y por el lenguaje corporal, que preferiría encontrarse en cualquier otro lugar antes que estar donde estaba.

- Susannah -musitó Alex, y la mujer la miró a los ojos.

- ¿Me conoce?

- Soy Alex Fallon.

Susannah asintió.

- He leído cosas sobre usted. -Se volvió hacia Luke-. Y usted es el amigo de Daniel, lo vi en el funeral la semana pasada. El agente Papadopoulos, ¿verdad?

- Exacto -respondió Luke-. ¿Por qué ha venido, Susannah?

Los labios de Susannah se curvaron en una sonrisa desprovista por completo de humor.

- No estoy muy segura, pero creo que he venido para recuperar mi vida. Y tal vez mi amor propio.

Dutton, viernes, 2 de febrero, 12.55 horas.

No podría resistirse a tal tentación. Observó a Frank Loomis detenerse en la escalera del departamento de policía, abrir el teléfono y leer el mensaje de texto. Loomis entornó los ojos ante las persianas de las oficinas del periódico, que ese día permanecerían cerradas a causa de la muerte de un familiar. Mack no pudo evitar sonreír. Los Woolf estaban de luto por su causa. A veces las deudas tardaban mucho tiempo en saldarse, pero cuando había pasado bastante tiempo, el interés era elevadísimo.

Pensó que matar a la hermana de Woolf era una buena forma de empezar a cobrárselo. Esa semana había utilizado a los Woolf, y aún los utilizaría unas cuantas veces más antes de que todo terminara. Por el momento, Frank Loomis se había subido al coche y avanzaba en la dirección correcta.

El mensaje de texto era conciso: «Soplo anónimo. Sé dónde está Bailey C. Ve a la fábrica O'B junto al río. Encontrarás a BC + *muchas* más. Yo no puedo - funeral. Quería que lo supieras antes de que Var se te adelante. Buena suerte». Firmado: «Marianne Woolf».

Frank ya estaba de camino y muy pronto Vartanian lo estaría también. Mansfield ya debía de encontrarse allí junto con Harvard, el último pilar que quedaba por derribar. A Mack le había costado un poco descubrir quién era y, la verdad, se había quedado de piedra.

En cuanto a Alex Fallon, tenía unas cuantas ideas para hacerla salir. Durante la última semana toda su atención se había centrado en encontrar a Bailey. «Y yo sé dónde está.» Una vez se calmara el revuelo levantado por los acontecimientos de la tarde, Alex querría creer que Bailey seguía con vida. Ahora que Delia estaba muerta, Mack no planeaba dejar ningún otro cadáver tirado en una zanja; excepto el de Alex, claro. Tal vez la inactividad provocara en ella una falsa sensación de seguridad.

Además, a esas horas la joven estaría apenada lamentando la muerte de Daniel Vartanian, y la pena hacía que la gente cometiera muchas imprudencias. Tarde o temprano bajaría la guardia, y entonces él acabaría con la última víctima. Y de ese modo cerraría definitivamente el círculo.

Viernes, 2 de febrero, 13.25 horas.

Mansfield se detuvo junto a su escritorio.

- Muy bien, Harvard, aquí estoy.

Él levantó la cabeza y abrió los ojos como platos; luego, en una fracción de segundo, los entornó.

- ¿Por qué?

Mansfield frunció el entrecejo.

- Porque me has avisado.

- Yo no he hecho tal cosa.

A Mansfield se le aceleró el corazón.

- He recibido un mensaje de texto en el móvil. Solo tú tienes el número.

- Es evidente que lo tiene alguien más -soltó Harvard con frialdad-. Déjame verlo.

Mansfield le entregó el teléfono.

«Ven lo antes posible. DVar sabe lo de la mercancía. Hoy la retiramos.»

Su semblante se ensombreció.

- Alguien lo sabe, aunque no sea Vartanian. Te han seguido, imbécil.

- No; no me han seguido. Estoy seguro. Al principio llevaba a alguien detrás pero lo he despistado. -De hecho, lo había matado, pero Mansfield no veía por qué tenía que ponerse más trabas-. ¿Qué hacemos?

Él permaneció unos instantes en peligroso silencio.

- Las llevaremos al barco.

- Solo caben media docena.

Harvard se puso en pie; oleadas de ira lo invadían por momentos.

- Cuando tengas algo que decir que yo no sepa, habla. Mientras tanto, mantén la boca cerrada. Llévate al barco a las que están bien. Yo me encargo del resto.

Dutton, viernes, 2 de febrero, 13.30 horas.

Daniel esperó a haber traspasado los límites de Dutton antes de estampar el puño en el volante. Luego contuvo el arranque de genio y marcó el número del móvil de Chase.

- La caja fuerte está vacía -soltó sin preámbulos.

- Bromeas -repuso Chase-. ¿Vacía del todo?

- No del todo. Había una hoja de papel, donde ponía: «¡Ja, ja, ja!».

- Mierda -masculló Chase-. ¿Sabe Rob Davis quién fue el último en abrirla?

- Alguien que respondía al nombre de Charles Wayne Bundy. La última vez que alguien abrió la caja fue unos seis meses después de la primera muerte de Simon, aunque yo dudo que fuera él. No se habría arriesgado a dejarse ver en un lugar público, y si Davis hubiera sabido que seguía con vida, el secreto no habría durado mucho tiempo.

- Pero yo creía que en el diario de Jared ponía que Simon tenía la llave principal.

- O bien Annette lo recuerda mal o bien Jared estaba equivocado, porque otra persona ha utilizado una copia de la llave de Simon para acceder a la caja.

- ¿Es posible que Rob Davis tenga el original?

- Por supuesto, pero me ha parecido que se sorprendía de veras al ver que la caja estaba vacía.

- ¿Qué te ha dicho Davis cuando la has abierto?

- Antes de abrirla estaba sudando tinta. Después, se le veía aliviado y… petulante.

- Bueno, relájate. Lo digo en serio, porque aquí hay alguien que quiere hablar contigo.

- Dile a Alex que ya la llamaré más tarde. Estoy demasiado…

- Hola, Daniel.

Daniel se quedó boquiabierto y de inmediato aminoró la marcha y detuvo el coche en el arcén. Le temblaban las manos.

- ¿Susannah? ¿Estás ahí? ¿En Atlanta?

- Estoy aquí. Tu amigo Luke me ha contado que pensabas encontrar las fotografías en la caja fuerte y yo suponía que no estaban allí.

- No, no están. Lo siento, Suze. Podríamos haber atrapado a esos cabrones.

Ella guardó silencio.

- Yo sé dónde podrían estar las fotos.

- ¿Dónde? -Aunque temía saberlo, y se le formó un nudo en el estómago.

- En casa, Daniel. Te veré allí.

- Espera. -Apretó la mandíbula-. No vayas sola. Pídele a Luke que se ponga al teléfono.

- Yo la acompañaré -dijo Luke cuando cogió el teléfono-. Te veré en casa de tus padres, Daniel. Alex está a mi lado. Quiere venir.

- No. Dile que…

- Daniel. -Alex le había arrebatado el teléfono a Luke-. Tú estuviste a mi lado cuando entré en mi casa. Deja que yo ahora haga lo mismo por ti. Por favor -añadió en tono quedo.

Él cerró los ojos. También su casa estaba llena de fantasmas. No del mismo tipo, claro; pero fantasmas a fin de cuentas. Confiaba plenamente en Luke, pero Alex era más importante incluso. Y precisamente por eso la necesitaba allí.

- Muy bien. Ve con Luke. Os veré a todos allí.

Viernes, 2 de febrero, 14.20 horas.

- Bailey -susurró Beardsley.

Bailey se esforzó por abrir los ojos. Tenía la tembladera; era horrible.

- Estoy aquí.

- Soy todo para ti.

En otro momento y en otro lugar esas palabras podrían haber significado algo precioso. Sin embargo, allí y entonces solo significaban que los dos iban a morir muy pronto.

- ¿Bailey? -volvió a susurrar Beardsley-. Date prisa.

Dios, necesitaba un pico. «Hope te necesita.» Apretó los dientes.

- Estoy lista.

Lo observó mover grandes puñados de tierra que había excavado a lo largo de los días, hasta que quedó un hueco apenas lo bastante grande para Hope.

- No cabré.

- Tienes que caber. No tenemos tiempo de cavar más. Túmbate boca abajo y mete los pies por el agujero.

Ella lo hizo, y él empezó a tirar, no precisamente con delicadeza.

- Lo siento. No quiero hacerte daño.

Ella estuvo a punto de echarse a reír. Él siguió tirando y retorciéndola, ahora hacia aquí, luego hacia allí. La tomó de las caderas para darle la vuelta y hacerla pasar, pero cuando llegó a los pechos se detuvo en seco. Bailey alzó los ojos, exasperada. Estaba tumbada boca abajo, medio dentro, medio fuera, sucia y apestando a Dios sabía qué, y Beardsley elegía precisamente ese momento para mostrarse tímido.

- Tire -le ordenó. Él deslizó una mano por delante y otra por detrás de su busto, y fue tirando y retorciendo hasta alcanzar sus hombros. Eso aún le dolió más.

- Pon la cabeza de lado.

Ella lo hizo, y él la ayudó a pasarla por el agujero de modo que no le entrara tierra en la nariz. Al final estuvo en su lado del muro.

Y lo vio por primera vez. El hecho de que también él la estuviera viendo por primera vez era algo que ni quería plantearse. Agachó la cabeza, avergonzada ante el aspecto que sabía que tenía. Él le sujetó suavemente la barbilla con su sucia mano.

- Bailey. Deja que te vea.

Ella, con aire tímido, dejó que le levantara la cabeza, y todavía con más timidez abrió los ojos. Y entonces le entraron ganas de echarse a llorar. Bajo la tierra, la mugre y la sangre, vio al hombre más atractivo que había visto en toda su vida. Él le sonrió y sus dientes aparecieron blancos en contraste con su sucio rostro.

- No estoy tan mal, ¿no? -musitó él con aire burlón, y las lágrimas que Bailey se esforzaba por contener le anegaron los ojos y empezaron a resbalarle por las mejillas.

Él la tomó sobre su regazo y la meció como ella había hecho con Hope tantas veces.

- Chis -susurró-. No llores, pequeña. Casi lo hemos conseguido.

Eso hizo que llorara con más sentimiento, porque iban a morir y nunca tendría la oportunidad de demostrarle a él ni a nadie quién podía llegar a ser en realidad. Iban a morir.

- Lo lograremos -susurró él con denuedo-. Están moviendo cosas, así que algo pasa. Cierra los ojos. -Ella lo hizo y él le enjugó las lágrimas con los pulgares-. Creo que te he dejado peor -dijo en tono liviano, y volvió a atraerla hacia sí para abrazarla con más fuerza.

- Pase lo que pase -musitó ella-, gracias.

Él la apartó suavemente de su regazo y se levantó. Se le veía alto y fuerte a pesar de estar atravesando tan terrible experiencia. Le tendió la mano.

- No disponemos de mucho tiempo.

Ella se levantó. Le flaqueaban las rodillas.

- ¿Qué vamos a hacer?

Él volvió a sonreír; su mirada denotaba aprobación. Tenía los ojos marrones y cálidos. Eso Bailey lo recordaría, pasara lo que pasase. Él le entregó lo que en principio era una piedra de unos diez centímetros de longitud, cuyo extremo había afilado hasta dejarlo punzante.

- Esto es para ti.

Ella lo miró con los ojos como platos.

- ¿Lo ha hecho usted?

- La piedra la ha hecho Dios, yo solo la he afilado. Llévala siempre contigo. Puede que te haga falta si tenemos que separarnos.

- ¿Y usted qué hará?

Se dirigió a un rincón de la celda y apartó la tierra hasta extraer otra piedra afilada que bien podía medir tres veces más que la de Bailey.

- ¿Es que no ha dormido en todos estos días? -musitó ella, y él volvió a sonreír.

- Me he echado algún sueñecito. -Dedicó los siguientes diez minutos a mostrarle dónde y cómo debía atacar a un agresor para causarle el mayor daño posible.

Entonces la puerta del pasillo se abrió de golpe y ella lo miró a los ojos. Su mirada expresaba desaliento y de repente ella sintió más miedo que nunca.

- Ya viene -dijo, temblorosa.

Beardsley le acarició los brazos.

- Pues sí, ya viene -repitió, de modo terminante-. Estamos a punto, ¿sí?

Ella asintió.

- Túmbate en el rincón. Y estírate todo lo que puedas para parecer muy alta; tienes que hacerte pasar por mí.

- Harían falta dos como yo -comentó ella, y una de las comisuras de los labios de él se curvó un instante.

- Más bien tres. Bailey, no puedes dudar. Y si te ordeno algo, me obedecerás sin preguntar nada. ¿Lo entiendes?

Él se estaba acercando. Abría una puerta, disparaba una vez. Bailey oyó gritos procedentes de donde antes solo se oía llanto. Horrorizada, miró a Beardsley a los ojos mientras se abrían más puertas y sonaban más disparos. Los gritos cesaban a medida que él iba acallando las voces una a una.

- Las está matando.

A Beardsley le tembló un músculo de la mandíbula.

- Ya lo sé. Cambiamos de planes: tú te escondes detrás de la puerta y yo me quedo de pie al otro lado. Muévete, Bailey.

Ella lo obedeció y él ocupó su posición junto a la puerta con su daga de piedra en la mano. Un segundo más tarde la puerta se abrió y ella se tapó la cara para evitar el golpe. Bailey oyó un grito ahogado, un borboteo y luego un golpazo.

- Vamos -dijo Beardsley.

Ella pasó por encima del cadáver de uno de los guardias que había visto una de las veces que él la había llevado a su sala. Beardsley frotó la piedra contra su pantalón para limpiar la sangre y echó a correr, arrastrándola consigo.

Pero tenía las rodillas débiles y las piernas tan magulladas que no paraba de dar traspiés.

- Váyase -le dijo-. Salga corriendo y déjeme aquí.

Él no pensaba hacer tal cosa y siguió arrastrándola hasta pasar una celda detrás de otra. Algunas estaban vacías, pero la mayoría no. A Bailey le entraron arcadas al ver a las chicas atadas con cadenas y sangrando. Estaban muertas.

- No mires -le gritó él-. Limítate a correr.

- No puedo.

Él la levantó y la embutió debajo de su brazo como si fuera un balón.

- No morirás en mi presencia, Bailey -dijo entre dientes, y dobló la esquina sin dejar de correr.

Entonces se detuvo en seco y ella levantó la cabeza. Él estaba plantado en medio del pasillo con una pistola en la mano. Beardsley la arrojó al suelo y ella cayó de rodillas.

- Corre -le gritó.

Entonces Beardsley se abalanzó sobre él y lo golpeó contra la pared. Bailey consiguió levantarse y echó a correr, dejando atrás a los dos hombres que luchaban cuerpo a cuerpo. Oyó el espeluznante ruido de los huesos contra el muro de hormigón, pero no se detuvo.

Hasta que vio a la chica. La habían apaleado y la sangre le salía a borbotones de un agujero del costado y de una herida en el lado opuesto de la cabeza. Había conseguido cruzar la celda y a través de los barrotes extendía un brazo hacia el pasillo. Seguía con vida.

La chica levantó la mano con debilidad.

- Ayúdame -susurró-. Por favor.

Sin pensárselo, Bailey la tomó de la mano y tiró de ella para ayudarla a ponerse en pie.

- Muévete.

Dutton, viernes, 2 de febrero, 14.35 horas.

Daniel se encontraba de pie en el porche de casa de sus padres con una extraña sensación de dejà vu. Era el mismo lugar en el que hacía tres semanas se encontraba con Frank Loomis. Frank le había dicho que sus padres parecían haber desaparecido. Llevaban bastante tiempo muertos, por supuesto, pero su búsqueda había guiado a Daniel hasta Filadelfia, y hasta Simon y sus fotos. Y la búsqueda de las fotos lo había guiado de nuevo hasta allí.

- ¿No tienes la impresión de haber vivido esto antes? -preguntó Luke con suavidad, y Daniel asintió.

- Sí. -Giró la llave en la cerradura y abrió la puerta, y notó que sus pies se negaban a moverse.

Alex le pasó el brazo por la cintura.

- Vamos. -Lo empujó a través del umbral y él se detuvo en el recibidor mientras recorría de un vistazo el lugar. Odiaba esa casa; la odiaba hasta el último rincón. Se volvió y vio que Susannah miraba a su alrededor de modo parecido. Estaba pálida pero resistía, igual que había resistido durante la terrible experiencia en Filadelfia.

- ¿Dónde están? -preguntó.

Susannah lo hizo a un lado y empezó a subir la escalera. Él la siguió mientras asía la mano de Alex con tanta fuerza como podía. Luke ocupaba la retaguardia, alerta y vigilante.

Una vez arriba, Daniel frunció el entrecejo. Las puertas que la última vez había dejado cerradas estaban abiertas y un cuadro del pasillo aparecía torcido. Abrió la puerta del dormitorio de sus padres. Lo habían revuelto todo y habían rajado el colchón.

- Han estado aquí -observó en tono inexpresivo-. Han venido a buscar la llave de Simon.

- Es por aquí -dijo Susannah con tirantez, y la siguieron hasta lo que había sido el dormitorio de Simon. También allí lo habían revuelto todo, pero no habían encontrado nada en los cajones ni debajo de la cama. El padre de Daniel se había deshecho de todo hacía mucho tiempo.

Se respiraba cierta maldad en el ambiente, pensó Daniel. O tal vez todo fueran imaginaciones suyas. Sin embargo, el rostro de Alex había adquirido una expresión incómoda.

- Se percibe una especie de presencia, ¿verdad? -susurró, y él le estrechó la mano.

Susannah se situó frente a la puerta del vestidor. Tenía los brazos estirados y pegados al cuerpo, pero no paraba de abrir y cerrar los puños. Seguía estando pálida; no obstante, irguió la espalda con aire resuelto.

- Puede que esté equivocada. Tal vez aquí no haya nada -dijo, y abrió la puerta. El vestidor estaba vacío, pero ella entró de todos modos-. ¿Sabías que en esta casa había escondrijos, Daniel?

Algo en su tono de voz hizo que a él se le erizara el vello de la nuca.

- Sí. Creía que los conocía todos.

Ella se arrodilló y palpó los rodapiés.

- Encontré uno junto a mi armario una noche, cuando quería esconderme de Simon. Me arrimé a la pared y debí de empujar en el sitio adecuado porque el panel se movió y acabé al otro lado. -Ella no dejaba de palpar mientras hablaba-. Me preguntaba si en todos los vestidores existirían escondrijos como ese. Un día, mientras Simon no estaba, intenté abrir el suyo.

Su tono categórico atenazó el estómago de Daniel.

- Te pilló.

- Al principio pensé que no me descubriría. Lo oí subir la escalera y corrí a mi habitación. Pero lo descubrió -dijo, ahora en tono quedo-. Cuando me desperté con la botella de whisky en la mano estaba en mi escondrijo. Él me metió allí.

Alex pasó la mano por el brazo de Daniel y él se dio cuenta de que la asía con demasiada fuerza. Quiso soltarla, pero ella lo retuvo y lo reconfortó.

Daniel se aclaró la garganta.

- Conocía tu escondrijo.

Susannah se encogió de hombros con tal naturalidad que a Daniel se le rompió el corazón.

- No había ningún lugar donde esconderse -dijo ella-. Después me enseñó la foto que me había hecho con… -Volvió a encogerse de hombros-. Me dijo que lo dejara en paz con sus asuntos. Después de aquello, le hice caso. -Empujó el panel y este cedió-. Cuando murió, solo tenía ganas de olvidarme de todo. -Se inclinó para penetrar en el agujero y luego salió con una caja cubierta de polvo. Luke la tomó y la depositó en la cama de Simon, cuyo colchón también estaba rajado-. Gracias -musitó, y señaló la caja-. Creo que eso es lo que andas buscando.

Ahora que ya las tenía, a Daniel le daba miedo mirarlas. Con el corazón aporreándole el pecho, levantó la tapa. Y le entraron ganas de vomitar.

- Santo Dios -susurró Alex a su lado.

Viernes, 2 de febrero, 14.50 horas.

- Vamos. -Bailey tiró de la mano de la chica y la arrastró por los oscuros pasillos. Beardsley le había indicado que tomara esa dirección; no podía estar equivocado. «Beardsley.» Tenía el corazón en un puño. Él había sacrificado su libertad… «por mí». Ahora iba a morir. «Por mí.»

«Concéntrate, Bailey. Tienes que salir de aquí. No permitas que ese hombre sacrifique su vida en vano. Céntrate y busca la puerta.» Al cabo de unos minutos más, vislumbró luz.

«La luz al final del túnel.» Estuvo a punto de echarse a reír, pero en vez de eso arrastró a la chica con energía renovada. Abrió la puerta. Esperaba oír alguna alarma o ladridos de perros.

Sin embargo, allí solo había silencio. Y aire fresco, y árboles, y sol.

Y libertad. «Gracias, Beardsley.»

Y entonces todas sus esperanzas se frustraron. Frente a ella estaba Frank Loomis. Y tenía una pistola en la mano.